SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número2El ratón en dos mundosLa usucapión fuente de enriquecimiento ilícito índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Revista Ciencia y Cultura

versão impressa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.2 La Paz dez. 1997

 

Ideas y Pensamientos

 

Influencia del turismo en las festividades folkloricas

 

 

Carlos Urquizo Sossa

 

 


El turismo es un bien suntuario
Que en la fase de su perfeccionamiento
Se vuelve incluso necesidad primaria

El folklore es un bien cultural
Que en su proceso de folklorización
Se manifiesta en la heterogeneidad
Del arte multitemporal.

Al margen de lo que se ha venido repitiendo para el enfoque de las clásicas interpretaciones de la cultura, entendemos que cultura no es una entidad, ni siquiera alguno o todos los modos de comportamiento o de conducta de los pueblos, o en su efecto, la totalidad de los procesos de acción social, sino, una serie de símbolos adscritos a su propio contexto, donde las formas culturales encuentran su más clara y precisa articulación.

Asimismo, entendemos que su sustancia es asequible en sus formas y no en la elegante combinación de la alquimia y la intuición, que solamente la temporaliza en un universo siempre cenado, y que, en ese recinto sin ventanas para la luz, se cuida a rajatabla, que no pierda sus característicos rasgos históricos, que para nuestro caso concreto es colonial y no se remonta a la época de oro de las culturas precolombinas.

En ese esforzado trance de protección encuevada, las formas de vida del siglo XIX y XX, elaboran la característica cultura de clases, en la que, la incipiente burguesía junto a la decadente aristocracia e incluso con el apoyo indirecto de la bohemia eclosionante, se sitúa a un nivel distante, ajeno y distinto de la cultura folk, sea esta aymara, keswa, guaraní, chiriguana o melanoderma.

Sin embargo, a partir de la Revolución Nacional de 1952 la intrincada red de esa cultura de clases ha sido palpablemente erosionada, para dar paso al notable impulso del relativismo cultural, cuya esencial característica es, la de oponerse a la fosilización de las formas culturales, aprovechando para el efecto, la coyuntura favorable que presentaron las sociedades de competencia, en las que, el centro de las actividades de la vida es el goce productivo del tiempo libre y la alineación por el consumo, con la consiguiente pluralización de las preferencias, los gustos y las apetencias. Sobre ese particular, no debe perderse de vista que el consumismo y el ocio, constituyen destacado símbolo de prestigio.

Por otra parte, se tiene el mundo rural, donde la perennidad renovadora del folklore, es la viva fluencia de un bien funcional complejo que perdura en la tradición, la oralidad, el empirismo, la popularidad y el anonimato.

Por lo tanto, referirse a ese bien funcional concreto, es concretar que nada es un hecho folklórico por si mismo, ya sea por la fatalidad de su esencia o por la sola condición de existir, sino que y necesariamente adquiere esa condición, como consecuencia de incesantes procesos de folklorización en el ámbito mayoritario de la comunidad, que en lo interno sufre transformaciones, crisis y etapas de transición en los diferentes momentos de transplante cultural, en abierto choque con las supervivencias propias, con las transferencias transculturadoras de otros grupos folk, con toda su carga de rechazos o asimilación de bienes materiales, espirituales, ergológicos y estéticos.

La perennidad renovadora de ese bien cultural se inspira inicialmente en lo real, reflejado en un constante retomo y se estructura en la evocación de todo un pasado, posteriormente crítico, por la inserción de una particular concepción que lo revalora legendaria y mitológicamente, por lo tanto, varía, se transforma y cambia en sus elementos secundarios pero mantiene sus características sustantivas. Es un mecanismo mediante el cual se inserta lo existencial en el marco referencial del hecho y cumple la función de recordar y revivir los acontecimientos. Podríamos decir, que constituye la visión actualizada de cada generación. Es en definitiva la huella histórica y arqueológica del hombre. Cuando lo vemos, miramos en dirección a su origen.

Se tiene en consecuencia, que el folklore y sus proyecciones inherentes, presenta vasos comunicantes horizontales y verticales permanentes, que no permiten en la práctica, la conclusión definitiva del ciclo, aunque resulta evidente, que en cada uno se ha cumplido el respectivo proceso de folklorización. Es así que la tendencia al cambio, propia de una generación respecto a la anterior, determinen por ejemplo: que las danzas antes rituales sean ahora de regocijo o que introduzcan nuevos elementos antes desconocidos, como cirios, velas, fuegos pirotécnicos.

Por lo expuesto con precedencia y coincidiendo con la notable folkloróloga Dra. Julia Elena Fortún, se desprende que los grupos humanos, tanto urbanos como rurales que responden al fenómeno de simbiosis cultural a través de exégesis etnohistóricas, configuran para sí, el contexto de patrimonios tamizados por genuinos procesos de folklorización colectiva, porque ellos forman parte integral de sus patrones culturales, cumplen importantes roles de vigente funcionalidad y constituyen la principal trama para su cohesión.

 

Las transferencias de la cultura folk

Inicialmente es necesario asumir que muchas veces, la delicadeza de las distinciones se sobreponen a la fuerza de las abstracciones, aunque la investigación sensata legitima y convalida los argumentos. Sin embargo, se debe tener muy en cuenta que las acciones sociales son algo más que ellas mismas y que la procedencia de la interpretación no determina el rumbo de su posterior impulso.

Al amparo de la premisa precedente señalamos que, vivir es formar parte activa de un contexto social, donde las múltiples trabazones de interrelación interna configuran la línea cultural que las caracteriza a la vez que las diferencia como el caso concreto de Bolivia en cuyos centros urbanos vivimos inmersos en la sociedad de competencia frente a las sociedades de cooperación del área rural.

Es así que, concordando en lo sustancial con Jaime Martínez Salguero encontramos que el comportamiento del hombre en las sociedades de competencia funcionan coordinando intereses, muchas veces opuestos, donde las personas individualmente consideradas, no actúan en función de la colectividad sino de sí mismas, por lo tanto, hacen lo posible para que aquella se adecúe a sus propios intereses, para servirse de ella, porque su afán de realización mediante el éxito social o económico predominan sobre los intereses colectivos. En tanto que en las sociedades de cooperación, la dimensión y el rol social del hombre se encuentra subordinado a los intereses de la realización colectiva. La actitud madura y consciente de mutua solidaridad de las personas está en función de su plena identificación con el espíritu de la comunidad y cede sus intereses personales para ganar valores sociales, haciendo todo lo posible para que sobresalga el éxito colectivo como un todo.

En relación con ese enfoque, no podemos dejar pasar en alto, que en el análisis de comportamiento, la actitud del nativo es distinta a la del mestizo y la de ambos respecto a la actitud del criollo, lo que implica pluralidad de valores permanentemente enfrentados.

En ese contexto, las comunidades convergentes hacia una gran unidad étnica común, como ineludibles protagonistas de su quehacer en el texto social que le es propio crean una cultura de excelsa calidad espiritual, social y ergológica, la que a su vez, es transmitidas mediante los tradicionales vasos comunicantes que se han señalado más arriba de la misma manera como los traspasos horizontales utilizan los procedimientos de los hilos conductores para recrear las infaltables variables de una o más fenómenos folklóricos en la plenitud de su vigencia.

Cuando ese mismo proceso se efectúa en términos de transferencia de la homogénea comunidad colectiva del área rural a la periferia de la ciudad, el contenido funcional, telúrico y de arraigo, desaparece totalmente, para dar paso al inexorable circuito de readaptación, circunscrito a las desiguales modalidades de comportamiento económico, social, y el heterogéneo grado educacional, ideológico y cultural del nuevo medio ambiente que lo asumirá con el condicionamiento de la renovación y el cambio, incluso de la tergiversación del universo raigal que lo caracterizaba con la consiguiente e irreversible variable en la calidad y la función del folklore, que a partir de ese momento, adquiere orgánica estructura de un hecho transferido en proceso de folklorización. Empero, en el marco concreto de una nueva manera de hacerlo, de validarlo y de representarlo, que se ajustará necesariamente a la actitud de interiorizarlo en el nuevo sentido funcional que caracteriza a esa comunidad urbana.

Entonces, lo que el ciudadano de la gran urbe y los turistas disfrutarán con el nombre de folklore, no es más que la imitación de hechos espontáneos producidos en otra realidad, como consecuencia de otros valores y necesidades. Esto es, que se solazan con el desplazamiento paulatino del verdadero folklore hacia una nueva visión respecto de su contenido y continente. Lo que ven en las festividades, "las entradas" y los carnavales, es un "hacer folklore", de nuevo. Por lo tanto, estamos ante unos hechos folklóricos transferidos del ámbito donde existe la plenitud a otro distinto, en el que les falta arraigo colectivo, funcional y telúrico. Sin embargo, el nuevo proceso de folklorización les otorga la calidad de "folklore urbano".

Y, lo que sucede en ese "folklore urbano" aquí llamado festividades folklóricas, de la sociedad de competencia es que la manifestación de una nueva actitud anímica del hombre citadino influenciado por los portadores del relativismo cultural o turistas, a dado pie a un novedoso resurgir de arcaicas expresiones, pero esta vez, con inspiración referente hacia el mercado de recepción turística, que a su vez, implica, renovadora actitud, no solamente en el rediseño de su presentación escénica donde se reactualiza el uso, la exteriorización y la interpretación del folklore, sino que exige que la participación funcional original, se transforme en presentación invariablemente institucionalizada, además de profesional y con nivel de espectáculo casi académico.

Describir en esa dirección todos los detalles de la influencia del turismo en las festividades folklóricas, carecería de profundidad, basta con citar el armado de graderías en las calles, la aparición de personajes extraños en las tropas de danzantes como kalimanes, supermanes, pieles rojas, mikey's, mariposas y mariposones; así como, la inclusión de comida nativa regional en el menú de grandes hoteles y restaurantes, en la aparición de mercados artesanales y la imitación de modelos, formas y decoración de la artesanía nacional en productos industriales, en la proliferación de festivales, algunos de ellos auto denominados de "alto folklore" como si existiera el "bajo folklore", en la recreación de formas musicales, escalas rítmicas y modales, en la transformación de coreografías y vestimenta extraordinaria. Todos ellos dirigidos a satisfacer los gustos, preferencias y apetencias de turistas y participantes indirectos en las fastuosas festividades folklóricas, donde los prietos muslos desnudos de bellas "figuras" van por delante.

Es más, en el conglomerado humano de cientos de miles de personas, los festivales folklóricos, encuentran franca cobertura en los masivos mercados de consumo, lo que a su vez implica, simultánea participación en agencias de viaje y turismo, empresas de transporte, distribuidoras de bebidas alcohólicas y de las otras, promotores comerciales, editores, impresores de discos y videos, cadenas radiales y televisivas, además del auge económico para mascareros, bordadores, sastres, peluqueros, costureras, zapateros y el comercio informal en general.

En conclusión, el turismo, no sólo tiene un gran pedazo de influencia en la gran nave de las festividades folklóricas urbanas, sino que, se está incrustando en el mar donde navega esa nave. Ya nadie se extraña ante la proliferación de comidas chinas, de pollos al spiedo, de peinado afro, de películas pornográficas y de minis y más minis. Aquí no estalla la influencia del turismo como en el caso de las revoluciones políticas, porque simplemente tiene lugar, se está operando cotidianamente, en silencio.

 

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons