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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.2 La Paz dic. 1997

 

Entrevistas

 

Las flaviadas de Don Flavio: La Música, siempre

 

 

Jorge Canelas Sáenz

 

 


Era una entrevista lo que Carlos Rosso me había pedido hacerle a Don Flavio Machicado. Leídas por ahí las realizadas con algunos dirigentes políticos, se le ocurrió a Carlos, buenamente, que también Don Flavio podía ser objeto de esos trajines en los que yo mismo no sé muy bien por qué suelo introducirme de tanto en tanto. La Sociedad Filarmónica, la música, Don Flavio; planteaban esta vez un contexto diferente, y en esas preferencias y rechazos íntimos que uno siente más a tono con la propia autenticidad, debo decir que no me hallé muy cómodo aceptando el pedido que se me hacía. La grabadora, la pregunta, el afán inquisidor que ambas traen aparejado, de algún modo están reservados en mi siempre dudoso quehacer periodístico a otras cosas en las que no encajaba Don Flavio. Pero el compromiso estaba hecho para la primera oportunidad en que yo hallase tiempo. La oportunidad se presentó un sábado por la tarde, y partí, pues, previa cita con Eduardo Machicado, provisto del pecaminoso aparatito hacia la casa de la calle Ecuador a una hora calculada como coincidente con el término de la Flaviada de ese día, cerca de las siete de la tarde.

La entrevista -debía serlo a pesar de todo- había comenzado imperceptiblemente, más allá de entrevistador y entrevistado, casi por sí misma, con un aire nostálgico y hasta premonitorio, tan pronto llegué al reconocido portón que había transpuesto la última vez hacía quizá 30 años cuando acudía a alguna de las citas musicales de los sábados.

Era perceptible el paso del tiempo mientras subía por el callejón empedrado hasta la casa. Una vez adentro, la impresión se hizo mayor: el ordenamiento del sonido concedido al hombre como don divino tenía esa tarde, en esa Flaviada, un solo testigo y participante, una japonesita frágil, único asistente a la velada.

«Las Flaviadas están en decadencia», me diría unos minutos más tarde Don Flavio, cuando la grabadora había sido puesta a correr luego de finalizada algo abruptamente la sesión musical, con Ravel, en un programa francés de homenaje al 14 de julio. La japonesita había sido despedida con cortesía y comenzamos la conversación.

- Son 40 años de veladas... Esto comenzó a gestarse, en realidad, por allá en los años 20 sin yo proponérmelo. Estudiaba en Nueva York y mi pasión por la música era ya irrefrenable. Los varios años vividos allí, que siguieron a los de estudios escolares en Santiago de chile -mi padre era hombre de fortuna- me permitieron no sólo oír y ver música excelente sino conocer y frecuentar a grandes músicos. En esos años quedé sobre todo maravillado por la música orquestal.

¿Y de entonces a La Paz. ¿Cómo se produce el salto?

Vino el regreso, con discos a cuestas, con un gusto siempre ávido de música. Y también de lectura. No se olvide que mi otra pasión es la lectura, principalmente la Historia. A veces creo que esta última se antepone a la de la música. Y pienso que debía haber sido quizá historiador. Pero bien, oía música todo cuanto podía y me gustaba compartir lo que escuchaba...

¿Eran ya la Flaviadas esas sesiones de música?

No, ni mucho menos. Eran reuniones de amigos y de amigos de amigos. Se fueron haciendo más numerosas y quedaron de hecho fijadas para algún día de la semana, a una cierta hora. Una noche de esas - eran las grandes épocas de ese gran diario que fue La Razón-, los cultos periodistas y reporteros que tenía el diario -varios de ellos amigos míos y partícipes de las veladas- llegaron acuciosos, conversaron más que de costumbre, me hicieron preguntas, al día siguiente, en la edición dominical, con el nacimiento del las Flaviadas. Los amigos periodistas hicieron varias crónicas, desde distintos puntos de vista, sobre las veladas musicales que se realizaban en mi casa y las bautizaron con ese nombre de «Flaviadas». Aquella fue la partida de nacimiento, por los años 40 y tantos. Tiene todo esto un recuerdo muy grato y muy intenso para mí.

¿Cuarenta años ininterrumpidos?

En realidad, sí. Recuerdo que en los días de la Revolución del 52 tuvimos una interrupción, pero aquí adentro, y fue por la falta de energía eléctrica, no porque la gente hubiera dejado de venir.

Ahora es distinto, como usted ve...

¿Y por qué?

- No sé muy bien por qué. En parte debe ser la vida más agitada que tiene hoy La Paz. Ya no se dispone de tiempo para cosas tranquilas y apacibles. Además cualquiera puede tener hoy día un tocadiscos o pasacintas y oír su propia música. ¡Qué va a hacerse usted todo un viaje para escuchar música en otra parte!

¿Le ha hecho cambiar ésto sus hábitos y gustos musicales?

Es como si hubiera terminado una época...

La música es siempre la misma maravilla para mí. Eso no puede cambiar. La música está por encima de cualquier contingencia. ¿Usted sabe que yo tengo 85 años? No habría llegado a tan viejo sin la música. Es el regalo, el don de Dios. A la música le debo la vida, mi salud.

- ¿La escucha todos los días y siempre con tanta frecuencia como antes?

Igual que siempre, con algunas limitaciones inevitables. Hoy, aunque usted no lo crea, hay que cuidar el desgaste de la aguja, que no se las consigue tan fácilmente como antes. Y hasta hay que cuidar la luz... Pero sigo y seguiré escuchando música todo cuanto pueda. Soy ahora un hombre solitario y ya cargado con el peso de los años. No me faltan momentos sombríos, de decaimiento del ánimo:

La música me ayuda a sobrellevarlos, porque la música habla al espíritu; con ella uno entiende y comprende muchas cosas.

Don Flavio. ¿Cómo eran las Flaviadas en sus mejores tiempos?

Eran veladas concurridísimas. Todos estos asientos que usted ve estaban ocupados. Había gente en las escaleras y sentada donde pudiera. No había, nunca hubo ni la hay, de mi parte, ninguna preocupación por saber quién venía, ni tampoco intención alguna de discriminar o invitar a nadie. Era, y sigue siendo, «casa abierta» a todos. Así nacieron las Flaviadas y así han de continuar, porque es la música la que convoca a la gente, no yo. En aquellos años - las Flaviadas se realizaban por la noche, después de la hora de la cena- yo preparaba un programa que a veces tenía relación -como el de hoy- con una fecha memorable. Hoy hemos tenido un programa francés, del Barroco hasta Ravel, en honor al 14 de julio. Algo parecido ocurría entonces. Unas tres horas de ese programa. Luego había un intermedio en que servía té y galletas. Y después la atención de pedidos de los asistentes. Fueron incontables las noches en que la música seguía en esos sábados hasta las 3 y 4 de la madrugada. Y el sentido de la Flaviadas se extendió a otras partes del país y aquí mismo, en La Paz, dio origen a otras veladas con un parecido espíritu. Usted ha oído hablar, por ejemplo, de los Chocolates, esa venerable institución paceña que sigue viva...

Sin decírmelo, me ha dicho lo que piensa de la música...

- Mire, yo escucho música todo el tiempo, aun sin oiría. Es la armonía de la naturaleza, es la armonía del Universo, es la armonía de Dios. Hasta en el ruido que se produce al partir una piedra -allí en Comanche, las canteras de la familia- escucho música. Ya le digo, no habría podido vivir ahora sin ella...

¿Y no cree. Don Flavio. que hoy día hay algo así como una cierta inversión en el oír y hacer música?

Hay música en todas partes, todo el tiempo, donde quiera que usted vaya, en el Banco, en la tienda, en el micro, en la oficina...

- No quisiera ser drástico. Es mejor que haya música a que no la haya. Es cierto que mi vida es más bien retirada...

-¿Y cuáles son sus preferencias musicales ahora?

En mi juventud yo era moderno. Ravel, por ejemplo, que acabamos de oír, me extasiaba. Hoy, con los años y la madurez, no hay nada como Bach para mi. También Mozart. La orquesta me fascinaba en Nueva York, pero qué puedo decir de tantas otras formas musicales maravillosas, desde la música juglaresca de la Edad Media hasta la contemporánea.

¿Llegan sus elogios también a la música "rock" o al jazz?

Si, también. Yo escucho de vez en cuando. Hay entre nosotros un talentoso muchacho, Jhonny González, que hace jazz en el piano. Lo hace muy bien y además se preocupa de divulgar el jazz en unos programas de radio que son muy buenos.

Veo que se mantiene usted al día con sus equipos de sonido y presumo que también en lo que hace a discos...

- Mire, yo diría que las dos más grandes maravillas de la técnica, con sentido opuesto las dos, han sido la bomba atómica y la invención y perfeccionamiento del disco. No nos damos plena cuenta de todo lo que significa tener al alcance de la mano la música de todos los tiempos y de todas las culturas...

La sala de música, vacía, con solamente Don Flavio y yo lado a lado -un café traído por el hijo Eduardo en algún momento ha sido el otro compañero- tiene el aire nostálgico percibido desde el portón. Pero el recinto está ciertamente habitado por la música, y por ella vivificado. Ese espíritu no puede dejar de transmitirse a quien no necesite hacer otra cosa que abrir el suyo.

 

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