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Ajayu Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología UCBSP

versión On-line ISSN 2077-2161

Ajayu vol.18 no.2 La Paz ago. 2020

 

ARTÍCULO

 

LAS MASCOTAS EN LAS DINÁMICAS FAMILIARES: COMPARACIONES DE TRIANGULACIONES DE PAREJAS CON HIJOS Y CON ANIMALES

 

PETS IN FAMILY DYNAMICS: COMPARISONS OF TRIANGLES OF COUPLES WITH SONS AND WITH ANIMALS

 

ANIMAIS DE ESTIMAÇÃO NA DINÂMICA FAMILIAR: COMPARAÇÕES DE TRIANGULAÇÕES DE CASAIS COM FILHOS E COM ANIMAIS.

 

 

Paola Reyes Plazaola, Antonella Albornoz, Natalia Fernández, Mónica Ferrari, Agustina Podestá, Antonella Rizzuti, & Marcos Díaz Videla [1]

Universidad de Flores.
Laboratorio de Investigación en Antrozoología de Buenos Aires (LIABA).
 

 

 


RESUMEN

Algunos autores han destacado que los animales de compañía participan de manera similar a miembros humanos de la familia en el manejo de la ansiedad relacional. Sin embargo, no se han establecido comparaciones directas. Se desarrolló un estudio descriptivo transversal para describir las triangulaciones que realizan las parejas con sus mascotas, comparándolas con las que realizan con sus hijos. Se confeccionó un cuestionario de conductas de triangulación de pareja en dos versiones: sobre hijos (CTPh) y sobre animales (CTPa). Se administró a una muestra incidental de 380 participantes. Los resultados mostraron similares frecuencias en las conductas de triangulación hacia hijos y animales, y que CTPh y CTPa correlacionaban directamente. Las parejas con animales e hijos tenían menores puntajes en CTPa que las parejas con animales sin hijos, pero las parejas con hijos y animales no difirieron en sus puntajes en CTPh con las parejas con hijos sin animales. Se concluyó que las mascotas participan de manera similar a los hijos en las triangulaciones de pareja, aunque esta dinámica se manifiesta preferencialmente hacia los hijos.

Palabras clave: animal de compañía, dinámica familiar, mascota, triángulo. 


Abstract

Some authors have stated that companion animals participate in family life in a similar way as humans do in cases of relational anxiety. However, they have not been able to establish direct comparisons. A cross-sectional descriptive study was developed to describe the triangulations couples perform with their pets, compared to those they perform with their children. A questionnaire on two isomorphic versions of couple triangulation behavior was developed: one on children (CTBc) and one on animals (CTBa). An incidental sample of 380 participants was studied. Results showed triangulation behaviors towards children and animals were similar in frequency and that CTBc and CTBa correlated directly. Couples with children and animals scored lower in CTBa than couples with animals but without children, but they showed no difference in terms of CTBc when compared to couples with children and without animals. We concluded that pets act in a similar fashion as children in couple triangulations, although this dynamic is preferably shown towards children.

Key words: companion animals, family dynamics, pet, triangle.


RESUMO.

Alguns autores destacaram que os animais de estimação participam de maneira semelhante aos membros da família humana no tratamento da ansiedade relacional. No entanto, comparações diretas não foram estabelecidas. Foi realizado um estudo transversal descritivo para descrever as triangulações que os casais fazem com seus animais de estimação, comparando-os com os que fazem com seus filhos. Um questionário de comportamento de triangulação de casal foi preparado em duas versões: em crianças (CTPh) e em animais (CTPa). Uma amostra incidental de 380 participantes foi administrada. Os resultados mostraram frequências semelhantes nos comportamentos de triangulação em relação a crianças e animais, e que CTPh e CTPa se correlacionaram diretamente. Os casais com animais e crianças apresentaram uma pontuação menor de  CTPa do que os casais com animais sem filhos, mas casais com filhos e animais não diferiram na pontuação CTPh com casais com filhos sem animais. Concluiu-se que os animais de estimação participam de maneira semelhante às crianças nas triangulações de casais, embora essa dinâmica se manifeste preferencialmente em relação as crianças.

Palavras-chave: animais de companhia, animal de estimação, dinâmica familiar, triângulo.


 

 

INTRODUCCIÓN. 

Los cambios sociales dados en el mundo occidental desde comienzos del siglo XXI, han dado lugar a mayor flexibilidad en los modelos familiares normativos (Ceberio, 2006; Walsh, 2005). Arribar a una definición de familia, que permita incluir la diversidad familiar postmoderna, puede resultar un desafío. En este sentido, la perspectiva sistémica puede resultar adecuada, en tanto favorece una conceptualización más abstracta e inclusiva (Díaz Videla, 2017).

A partir de la Teoría General de los Sistemas (von Bertalanffy, 1969), la familia puede conceptualizarse como un sistema constituido por unidades (i.e., integrantes) en interrelación, contando con una interacción dinámica y constante intercambio con el mundo exterior (Ceberio, 1999).

Ahora bien, resulta pertinente indagar a quienes incluyen los miembros de la familia cuando deben definirla, a quienes consideran significativos y qué sentido confieren a las distintas relaciones (Walsh, 2005). Para Bowen (1978), el sistema familiar puede incluir un pequeño grupo de familiares de primer grado, o bien, en ocasiones, también incluir miembros de la familia extensa, no familiares y mascotas.

En las últimas décadas, los animales de compañía se han vuelto cada vez más importantes en la vida familiar y alrededor del 90% de las personas los considera miembros de sus familias (Cohen, 2002; Díaz Videla, 2017). De acuerdo con una investigación realizada con custodios de perros y gatos en Argentina, el 92.9% de los participantes indicó considerar a sus animales como miembros de la familia (Diaz Videla & Olarte, 2016).

El cambio en el estilo de vida de un individuo que adquiere una mascota permite suponer una extensión en su red de relaciones (Harker, Collis, & McNicholas, 2000). Las modificaciones dadas en el hogar y dinámica familiar permiten dar cuenta de la incorporación del animal como miembro de la familia (Díaz Videla, 2015).

De manera similar a como sucede con la incorporación de nuevos miembros humanos, donde estos deben adaptarse a las reglas y el antiguo sistema familiar debe modificarse para incluirlo (Minuchin, 1977), la incorporación de los animales implica que la unidad familiar se reforme para incorporarlos como miembros legítimos de la familia (Hirschman, 1994). El sistema rompe con su homeostasis y genera un nuevo equilibrio a partir de lo que se conoce como un cambio de segundo orden, es decir, un cambio cualitativo en el que el sistema familiar altera su estructura y sus reglas (Watzlawick, Weakland, & Fisch, 1976). De esta manera, la incorporación del animal conlleva tanto el aprendizaje que realiza el animal de reglas previas, el esfuerzo humano por incluir un miembro no humano y el accionar autónomo que realiza el animal sobre las reglas, modificándolas (Power, 2008).

Para Cain (1983, 1985) los terapeutas sistémicos han sido pioneros al reconocer el rol de las mascotas como miembros de las familias. Desde esta perspectiva, los individuos tienden a asumir comportamientos particulares en base a las expectativas de otros (Merton, 1957). Así, los roles —dentro y fuera de las familias— se configuran desde comportamientos que son asumidos a partir de las demandas de los otros. En el caso de las mascotas, sus propietarios les asignarían un conjunto de roles específicos y desarrollarían dichas expectativas para que estas lleven a cabo ciertos comportamientos de acuerdo con el rol esperado (Turner, 2005).

En la medida en que la familia se desarrolla desplazándose a través de las distintas etapas de su ciclo vital, las cuales exigen una reestructuración para poder seguir funcionando, el rol de las mascotas cambia y evoluciona para adaptarse a los cambios de la familia y sus necesidades. Por ejemplo, para una pareja sin hijos, el animal puede desempeñar un rol con similitud a niños en el hogar, permitiendo ejercitar y brindar cuidados parentales; para un matrimonio con hijos adolescentes, los animales pueden configurarse como fuente de apoyo seguro a estos adultos que experimentan tensiones y distancia de sus hijos, a la vez que el deterioro de la vejez de sus propios padres (Díaz Videla, 2015).

En líneas generales, se ha destacado que las mascotas frecuentemente funcionan como el pegamento de la familia, acercando a los miembros y aumentando la cohesión familiar (Cain, 1983), promoviendo mayor interacción y comunicación entre los miembros de la familia (Walsh, 2009). Adicionalmente, a partir de sus características no humanas y su rol singular, se ha destacado que las mascotas desempeñan funciones que les son específicas dentro de la familia; aunque, de todas formas, se reconoce que los animales puedan tener cierto solapamiento en funciones desempeñadas por miembros humanos, y más particularmente, niños (Díaz Videla, 2015).

Por ejemplo, el hábito de compartir la cama de los padres ha sido descrito en las dinámicas con niños, y también con animales de compañía. Este hábito, denominado colecho, se define a partir de un cuidador adulto que duerme lo suficientemente cerca del infante/animal, permitiendo el intercambio de al menos dos estímulos sensoriales (i.e., tacto, olfato, movimiento, vista y/o sonido), pudiendo llevarse a cabo durante una fracción o durante toda la noche (Ball, 2002; McKenna & Volpe, 2007). Los estudios mostraron que aproximadamente la mitad de los custodios de perros y gatos comparten la cama o habitación con estos durante la etapa de sueño (Shepard, 2002; Smith, Thompson, Clarkson, & Dawson, 2014; Thompson & Smith, 2014).

Claramente, el vínculo entre los custodios y los animales de compañía comparte similitudes con la relación entre padres e hijos (Borgi & Cirulli, 2016). Estas semejanzas han sido descritas dentro del marco de la teoría del apego (Bowlby, 1969), y han recibido apoyo adicional a partir de las investigaciones acerca de los correlatos neuroendocrinos implicados como el sistema oxitocinérgico (e.g. Nagasawa et al., 2015).

Si bien algunos autores han sostenido que los animales de compañía podrían sustituir, compensar o competir con los hijos de la familia (e.g., Albert & Bulcroft, 1988; Shir‐Vertesh, 2012), otros autores han destacado la función de complementariedad de los animales respecto de los vínculos humanos (Kanat-Maymon, Antebi, & Zilcha-Mano, 2016; McConnell, Brown, Shoda, Stayton, & Martin, 2011), desestimando la perspectiva anterior para el común de los custodios. Por ejemplo, Cohen (2002) no encontró que la cantidad de personas en el hogar, convivir en pareja o tener un hijo, viviera este o no con los participantes de su estudio, tuviera impacto sobre la intensidad de la relación con la mascota. Por su parte, Díaz Videla (2017) encontró mayor cercanía emocional hacia los perros en custodios que no tenían hijos, pero no encontró diferencias en la tendencia al antropomorfismo del animal entre ambos grupos de custodios. Complementariamente, tampoco encontró que la edad de los hijos estuviera asociada con los niveles de antropomorfismo ni de cercanía emocional hacia los perros; siendo que, de haber un efecto de compensación, estos valores aumentarían a medida que los hijos adquieren autonomía e incrementan su independencia hasta dejar el hogar.

Cualquiera sea el caso, es notorio que los custodios frecuentemente se refieren a sus animales como sus bebés, e indican que estos son como hijos para ellos. Diversos investigadores (Cohen, 2002; Power, 2008) coinciden en que estas personas estarían identificando a sus mascotas como miembros de sus familias por el modo dependiente en que estas se comportan en el hogar. En este sentido, las descripciones que hacen acerca de las mascotas como niños se basarían en el cuidado, más que en esfuerzos por confinar a los animales a roles específicos similares a los de los niños.

De manera similar a como sucede con los niños en las familias, las mascotas se encuentran en una asimetría relacional a partir de su posición dependiente y de mayor vulnerabilidad, lo cual, frecuentemente, las lleva a quedar atrapadas en dinámicas relacionales entre la pareja de padres/custodios cuando se incrementa la tensión entre ellos (Walsh, 2009).

Para Bowen (1978) un sistema de dos personas puede permanecer estable mientras esté calmo, pero cuando la ansiedad se incrementa, tenderá a involucrar a otra persona vulnerable para crear el triángulo. Este se define como el sistema relacional estable más pequeño y puede convertirse en un patrón para lidiar con estados emocionales intensos.

Cain (1985) destacó que los triángulos pueden estar conformados por tres personas o bien dos personas y un animal. En su estudio con 896 familias de militares estadounidenses, el 52% indicó que su mascota frecuentemente quedaba implicada en triangulaciones entre dos miembros de la familia. Por ejemplo, interponiéndose durante peleas, desviando la crisis o provocando risa durante discusiones.

Para Walsh (2009), los animales participan de manera similar a los miembros humanos de la familia en el manejo de la ansiedad relacional familiar. A través de las mascotas pueden expresarse sentimientos de celos, ira, control, culpa y miedo, ayudando a canalizar tensiones y haciendo que el sistema familiar sea más estable. Así, los triángulos, evitan la confrontación directa en la pareja permitiéndoles a sus miembros lidiar con estados emocionales intensos, más particularmente durante la etapa de nido vacío dentro del ciclo de vida de la familia.

En la misma línea que la investigación de Cain (1985) y los desarrollos teóricos de Walsh (2009), Leow (2018) realizó un estudio cualitativo fenomenológico en el que entrevistó a 11 adultos custodios de animales (i.e., perros, gatos y caballos). La autora destacó el rol estabilizador de las mascotas en el sistema familiar, así como la desestabilización resultante de la pérdida de estas, y la incorporación de los animales en dinámicas de triangulación. En este sentido, describió dinámicas parecidas a las de Cain (1985) describiendo que en ocasiones los animales intercedían en discusiones a partir de respuestas de miedo. También refirió una situación adicional, en la cual las personas buscaban activamente a los animales para realizar una tarea o salida conjunta, apartándose de situaciones y disminuyendo las tensiones. Finalmente, concluyó que sus datos indicaban que los animales de compañía participaban en el manejo de la ansiedad relacional familiar de manera similar a los miembros humanos de la familia.

Pese a esto, las mascotas suelen dejarse de lado en las evaluaciones familiares (Walsh, 2005). Y en este sentido, observar el rol de un animal de compañía desde una perspectiva sistémica es beneficioso para entender el impacto que el animal de compañía tiene en la familia (Leow, 2018).

Resulta evidente que la incorporación de un animal de compañía al hogar puede modificar la dinámica relacional entre los miembros de la familia (Cavanaugh, Leonard, & Scammon, 2008). A las mascotas se les ha reconocido solapamientos entre sus funciones y las desempeñadas por los miembros humanos de la familia, así como también se le han reconocido particularidades. Por lo que, si bien es posible que los animales participan de manera similar a los miembros humanos de la familia en el manejo de la ansiedad relacional familiar (Leow, 2018; Walsh, 2009) de momento no se han establecido comparaciones directas.

Así, el presente estudio se propone describir las triangulaciones que realizan las parejas con sus animales de compañía, comparándolas con las triangulaciones que realizan las parejas con sus hijos. Complementariamente, la investigación se propone comparar las triangulaciones en familias con niños con y sin mascotas.

Nuestra primera hipótesis indica que las parejas manifiestan conductas similares de triangulación tanto hacia hijos como hacia sus animales, en cuanto a su frecuencia y jerarquización por tipos de conducta. La segunda hipótesis, que las parejas que tienden a más conductas de triangulación lo hacen tanto con sus hijos como con sus animales; o sea, la triangulación hacia los hijos y hacia los animales correlacionan de manera directamente. Y, finalmente, nuestra tercera hipótesis indica que parejas con hijos sin animales triangulan más con sus hijos que las parejas con hijos y animales; así como, que las parejas sin hijos, triangulan más con sus animales que las parejas con animales e hijos.

 

MÉTODO.

Diseño. 

Se implementó un diseño descriptivo mediante encuestas, con el objetivo de describir las variables de estudio mediante evidencia empírica, a la vez que identificar posibles relaciones y realizar comparaciones entre las mismas. En tanto la medición se realizó en un único momento temporal, el diseño fue transversal (Montero & León, 2007).

Instrumento.

Para esta investigación, se confeccionó un cuestionario que evalúa las triangulaciones dadas a partir de tensiones en las parejas, tanto en relación con los hijos como con los animales de compañía. Para esto, se partió de las situaciones de triangulación con animales identificadas originalmente por Cain (1985). A cada una de estas se incorporó además una situación homóloga-equivalente ligada a los hijos en el hogar. Estas situaciones fueron reafirmadas por Leow (2018) quien a su vez incorporó una nueva situación en la que los miembros de la pareja buscaban activamente al animal iniciando una actividad con este para salir de la situación tensa. Se incorporó esta nueva situación junto con su homóloga aplicada a hijos. La traducción de los reactivos del idioma inglés al español fue realizada por un traductor matriculado.

Se realizó un grupo focal de una hora de duración con 10 estudiantes de psicología que cumplían con los criterios de inclusión para el estudio, donde se puso a prueba el protocolo y su comprensión. Todos los participantes corroboraron la pertinencia de los reactivos, sin sugerir situaciones no contempladas, aunque algunas requirieron aclaraciones. Con la información recabada se modificó la redacción de esos reactivos para facilitar su comprensión y se incluyeron los reactivos descriptivos adicionales, no incluidos en los cuestionarios de triangulaciones.

El protocolo completo (ver anexo) incluyó:

  • Cuestionario sociodemográfico, que permitía caracterizar tanto a las personas como a sus animales, así como información descriptiva adicional.
  • Reactivos descriptivos adicionales, en una versión respecto de los hijos y otra respecto de los animales de compañía: “Mi pareja y yo compartimos en igual medida la responsabilidad sobre el cuidado de los niños/animales del hogar”; “Mi pareja y yo permitimos a nuestros hijos/animales dormir en nuestra cama con nosotros”; y “Cuando mi pareja y yo peleamos, nuestros hijos/animales suelen estar implicados de alguna manera: sea que intervengan en la discusión, que hagan cosas para calmarlos, que alguno de nosotros los haga tomar partido, etc.”
  • Cuestionario de Triangulaciones de la Pareja, en sus dos versiones: con hijos (CTPh; α de Cronbach .81) y con animales de compañía (CTPa; α de Cronbach .83).

Tanto para la escala de triangulaciones como para los reactivos adicionales, se utilizó una escala de formato Likert de 5 puntos, que oscilaba entre 1 (totalmente en desacuerdo, o bien nunca/casi nunca) y 5 (totalmente de acuerdo, o bien siempre/casi siempre).

Procedimiento.

El protocolo fue entregado de manera impresa por algún miembro del equipo de investigación, a los participantes, quienes debían completarlo individualmente. Los participantes fueron seleccionados de manera incidental por ser allegados a los investigadores, estudiantes de la universidad donde surgió el estudio o clientes de dos tiendas de mascotas (una ubicada en la capital y la otra en el conurbano).

Antes de comenzar a contestar, se verificó que las personas cumplieran con los criterios de inclusión: debían convivir con su pareja y con al menos un niño y/o animal de compañía (i.e., perro o gato) durante más de un año, en Ciudad de Buenos Aires o el Gran Buenos Aires. Luego de esto, los participantes fueron notificados respecto al carácter anónimo y voluntario de su participación en el estudio, una idea general respecto de los objetivos y sus fines académicos, y el tiempo de duración de la encuesta (estimado en 8 minutos). Esta información fue consignada, además, en el encabezado de la primera página, donde se indicaba que la participación implicaba el consentimiento sobre los informado.

La recolección de datos se produjo durante los meses de septiembre y Octubre de 2018, y el análisis y la redacción del informe se realizaron en los meses siguientes. Para el análisis estadístico se utilizó el software IBM SPSS 20.0 para Windows.

Muestra.

Este estudio contó con una muestra incidental de 380 participantes, de entre 19 y 74 años (M 39.93, DT 10.29), de los cuales 251 fueron mujeres y 129 hombres, representando el 66.1% y el 33.9% del total de la muestra respectivamente (ver Tabla 1). El 56.5% de los participantes residían en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mientras que el 43.6% en el Gran Buenos Aires.

En relación con el nivel educativo más alto alcanzado, el 4% contaba con estudios primarios completos, 50.3% secundarios completos, 30.4% terciarios completos, 12.6% universitarios completos y 2.7% de posgrado completos.

Respecto de la tenencia de hijos, el 28.5% indicó que no tenía, el 31.7% tenía un solo hijo, el 37.5% tenía dos, el 10.1% tenía tres y el 4.2% tenía más de tres hijos.

De los 269 participantes que tenían hijos: el 13.8% estaban en edad preescolar (0 a 5 años), 25.4% en edad escolar (6 a 12 años), 21.3% tenían hijos adolescentes (13 a 18 años), 15.7% adultos jóvenes (19 a 24 años) y 23.9% hijos adultos (> 24 años). Esta clasificación en etapas fue tomada del trabajo con familias realizado por Duvall (1957), quien propuso realizar la categorización a partir de la edad del hijo mayor, y en adelante se mencionará esta variable como edad de los hijos.

El 14% de los participantes no convivían con animales de compañía. De aquellos que sí lo hacían, el 63.8% tenían perros, el 8.7% tenía gatos y el 13.5% tenía animales de ambas especies.

De acuerdo con el grupo de convivencia, el 55.8% de los participantes eran parejas con hijos y animales, el 14.8% parejas con hijos sin animales, y el 29.4% parejas sin hijos con animales.

La cantidad de personas en el hogar osciló entre 2 y 7 (M 3.30, DT 1.12). La cantidad de horas promedio que los participantes pasaban en el hogar osciló entre 4 y 24 (M 13.77, DT 3.72).

Análisis de datos.

La prueba Kolmogorov-Smirnov mostró que las distribuciones de los puntajes de los cuestionarios de triangulación de parejas con hijos y con animales se apartaron significativamente de un modelo normal (ps < .001). Por este motivo, al momento de realizar correlaciones se optó por la prueba no paramétrica rho de Spearman. Las comparaciones de grupos para muestras independientes se realizaron a través de la prueba no paramétrica U de Mann Whitney, y el tamaño del efecto se informó a través de la d de Cohen. En el caso de muestra pareadas, se utilizó la prueba de Wilcoxon. Se estableció un nivel de significación alpha de .05 en todas las pruebas.

 

Resultados.

A continuación, los análisis realizados se informan en 4 subapartados: descripciones generales, CTPh, CTPa y comparaciones entre ambos. Cuando el resultado alcanza el nivel de significación, este se informa junto con los valores del estadístico, mientras que cuando eso no sucede, solo se informa el nivel de significación. 

Descripciones generales.

La cantidad de animales en el hogar estuvo relacionada con la cantidad de personas (rs = .21, p < .001) e hijos en el hogar (rs = .17, p < .05), así como con la edad de los hijos (rs = .20, p < .01).

Respecto de las responsabilidades en el cuidado hacia los niños, el 78.7% estuvo algo de acuerdo o muy de acuerdo en que estas eran compartidas por los miembros de la pareja. Respecto del cuidado de los animales, el 72.2% sostuvo estos niveles de acuerdo. Ambas respuestas correlacionaron intensamente entre sí (rs = .60, p < .001).

Como era esperable, se encontró una correlación inversa, estadísticamente significativa, entre la edad de los hijos y la permisividad de estos en la cama de los padres (rs = -.4.1, p < .001). En función de esto, decidimos centrarnos en el grupo de hijos con mayor permisividad (i.e., con edad preescolar y escolar) para los análisis siguientes sobre este aspecto. De este grupo de participantes, el 29.5% se manifestó muy en desacuerdo con permitir a sus hijos en la cama, 18.1% en desacuerdo, 24.8% ni de acuerdo ni en desacuerdo, 20% de acuerdo y 7.6% muy de acuerdo (Md 3 = Ni de acuerdo ni en desacuerdo).

Al consultarle a los custodios si permitían a sus animales en la cama con ellos, se observó una distribución heterogénea de repuestas: 39% muy en desacuerdo, 9.1% algo en desacuerdo, 13% ni de acuerdo ni en desacuerdo, 15.1% de acuerdo y 23.9% muy de acuerdo (Md 3 = Ni de acuerdo ni en desacuerdo).

Al comparar este hábito entre custodios de perros y de gatos, se observó una diferencia estadísticamente significativa, con mayor permisividad hacia los gatos (z = -3.14, p < .01, d = -.61).

La permisividad en la cama respecto de los hijos (de edad preescolar y escolar) y de los animales no estuvieron relacionadas entre sí (p > .77). El nivel educativo de los participantes correlacionó con la permisividad hacia los animales en la cama (rs = .15, p < .01), pero no así con la permisividad hacia los hijos (p > .59). La edad de los participantes no se relacionó con la permisividad de los niños en la cama de la pareja de padres (p > .95).

Al comparar a los participantes de acuerdo con su grupo de convivencia, no se observaron diferencias entre las parejas con niños (hijos de edad preescolar) con y sin animales, respecto de la permisividad de los niños en la cama (p > .44).

Al comparar las parejas con animales con y sin hijos (solo considerando hijos de edad preescolar), se observó que quienes no tenían hijos permitían significativamente más a sus animales en la cama (z = -2.26, p < .05, d = .46).

Cuando consultamos por la implicación de los hijos y animales en las discusiones o peleas de pareja, la mayor parte de los participantes estuvieron en desacuerdo (Md 1 = Muy en desacuerdo, para ambos). En el caso de los hijos el 85.9% se manifestó algo o muy en desacuerdo. En el caso de los animales el 82% estuvo algo o muy en desacuerdo. Ambas respuestas estuvieron relacionadas entre sí (rs = .45, p < .001).

Hombres y mujeres no mostraron diferencias significativas entre sí al responder sobre la permisividad de hijos y animales en la cama, ni tampoco respecto de la implicación directa de estos en discusiones y peleas de pareja (ps > .25).

CTPh.

La edad de los participantes correlacionó negativamente con el puntaje del CTPh (rs = -.15, p < .05), y no estuvo asociada con la cantidad de hijos en el hogar (p > .66). Además, el puntaje de CTPh no estuvo asociado con la cantidad de personas ni de hijos en el hogar (ps > .22).

Por otro lado, se encontró una covariación negativa leve y significativa entre CTPh y la edad de los hijos (rs = -.18, p < .01).

Comparamos los grupos de custodios que tenían hijos y animales, y los que tenían hijos, pero no animales de acuerdo con los puntajes de CTPh. No encontramos diferencias estadísticamente significativas entre ambos grupos (p > .11).

Los participantes no mostraron diferencias de género en sus puntajes de respuesta en ambos cuestionarios de triangulación de pareja (ps > .11).

El nivel educativo de los participantes no estuvo relacionado con ninguno de los dos cuestionarios de triangulación (ps > .14), así como tampoco la cantidad de horas que los participantes pasaban en el hogar (ps > .43).

Finalmente, el reactivo acerca de la implicación general de los hijos en las tensiones de pareja correlacionó, aunque de manera leve, con el puntaje de CTPh (rs = .16, p < .01).

CTPa.

La edad de los participantes correlacionó positivamente con la cantidad de animales (rs = .14, p < .05) y negativamente con el puntaje del CTPa (rs = -.23, p < .001). Sin embargo, la cantidad de animales y el puntaje de CTPa no estuvieron relacionados (p > .79).

Se encontró una relación negativa significativa entre el puntaje de CTPa y la cantidad de personas en el hogar (rs = -.24, p < .001), pero no con la edad de los hijos (p > .19).

Tampoco se encontraron diferencias significativas en la comparación de puntajes de CTPa entre los grupos de custodios que indicaron tener solo perros y solamente gatos (p > .31).

Los custodios que tenían animales y no tenían hijos obtuvieron puntajes significativamente más elevados en el CTPa que aquellos que tenían animales e hijos (z = 4.48, p < .001, d = -.53).

Por último, el ítem acerca de la implicación general de los animales en las tensiones de pareja correlacionó, aunque de manera leve, con el puntaje de CTPa (rs = .19, p < .001).

Comparaciones entre triangulaciones con hijos y animales.

El comparar los puntajes brutos de los cuestionarios de triangulación, encontramos que la triangulación con animales obtuvo una puntuación media levemente superior (M = 18.17, DE = 7.43) a la triangulación con hijos (M = 17.67, DE = 7.03).

La frecuencia y jerarquización de las conductas de triangulación de acuerdo con su frecuencia fue similar para las situaciones que implicaban a los hijos y a los animales (ver Tabla 2).

Al evaluar la relación entre ambos cuestionarios de triangulación, encontramos una correlación moderada y significativa entre ambos (rs = .48, p < .001). Ver Figura 1.

Evaluamos entonces las diferencias entre los valores de CTPh y de CTPa, de acuerdo con el grupo de convivencia, mediante un análisis con prueba Wilcoxson para muestras dependientes, datos apareados. Encontramos que las parejas con hijos y animales triangulan significativamente más con sus hijos que con sus animales (z = -2.31, p < .05, d = .15) aunque el tamaño del efecto fue muy pequeño.

 

DISCUSIÓN.

En este estudio, la tendencia a la triangulación informada por los participantes fue relativamente baja. Cuando se preguntó directamente por la implicación de hijos en tensiones de pareja, solo el 4.1% estuvo de acuerdo (Algo de acuerdo o Muy de acuerdo); cuando se preguntó por la implicación de animales, solo el 7.5% estuvo de acuerdo (Algo de acuerdo o Muy de acuerdo). Esto difirió marcadamente de lo informado por Cain (1985), quien indicó que un 44% de los participantes de estudio habían indicado que sus animales quedaban implicados en triangulaciones familiares —no solo de pareja— a veces o siempre.

Las respuestas a los reactivos que preguntaban directamente por la implicación general de hijos y animales en tensiones de pareja correlacionaron con los puntajes de las escalas, aunque de manera leve. De todas formas, los puntajes de los cuestionarios de triangulación indicaron una tendencia superior hacia la implicación de hijos y animales en las tensiones de pareja. Esto nos orienta a pensar que las personas tienen un menor reconocimiento de la implicación de terceros en las tensiones de pareja de lo que sucede en la práctica. Sea esto por cuestiones de deseabilidad social o bien por la falta de identificación de las múltiples formas en las que las parejas triangulan con terceros.

De esta manera, resulta aconsejable que los clínicos que quieran conocer acerca de las dinámicas de triangulación de las parejas pregunten sobre distintas situaciones explícitas, antes que sobre una dinámica general de triangulación hacia un tercero.

La implicación de terceros puede ayudar a canalizar algunas tensiones, haciendo que el sistema familiar sea más estable al permitir una vía para lidiar con estados emocionales intensos, evitando la confrontación directa en la pareja (Walsh, 2009). En este sentido, las conductas de triangulación con hijos y animales estarían al servicio de mantener la homeostasis del sistema familiar, ya que solo daría lugar a cambios de tipo cuantitativos, aun en situaciones que exigen una reestructuración o un cambio de reglas (Watzlawick et al., 1976).

Si bien se identifican los niveles de inteligencia y educación como recursos para el desarrollo de resiliencia familiar (Walsh, 2005), en este estudio el nivel educativo de los miembros de la pareja no se asoció con la tendencia a la triangulación, tanto con hijos como con animales. Así la educación formal no influiría en la tendencia de las parejas a triangular sus tensiones con terceros.

Los datos permitieron apoyar completamente nuestras dos primeras hipótesis. Las conductas de triangulación hacia hijos y hacia animales resultaron similares, respecto de su jerarquización y frecuencia. Y, además, las conductas de triangulación hacia hijos y hacia animales se encuentran correlacionadas de manera directa. Esto aporta nueva evidencia que respalda la noción de que los animales participan de manera similar a los miembros humanos de la familia en el manejo de la ansiedad relacional familiar, y más particularmente a través de la triangulación, como ha sido sugerido por Walsh (2009) y Leow (2018).

Además, la relación entre las conductas de triangulación de tensiones de pareja tanto hacia hijos como hacia animales, así como la similar jerarquización por frecuencia, da cuenta de una tendencia en algunas parejas hacia las conductas de triangulación, y de ciertos estilos que desarrollan con relativa independencia del tercero implicado en la triangulación.

En este estudio, la mayor edad de los hijos se relacionó con menores tendencias a quedar triangulados. Estudios anteriores (Davies, Myers, & Cummings, 1996; Floyd, Gilliom, & Costigan, 1998) mostraron que los adolescentes son más reactivos y propensos a implicarse en conflictos de sus padres que los niños pequeños, pero hasta nuestro conocimiento no hay estudios sobre la tendencia a triangular con hijos adultos. De todas formas, resultó llamativo que, a mayor edad de los miembros de la pareja, había menores tendencia a triangular tanto con hijos (que cambiarían sus características y situación vital) como con animales (que serían estables al respecto). Estos datos nos permiten sugerir la existencia de una relación entre edad de los miembros de la pareja, y otras variables asociadas como el tiempo de convivencia o la mayor duración de la pareja, con una menor tendencia a la triangulación intrafamiliar. De todas formas, esto es solo una conjetura y requiere ser evaluado específicamente.

A esto se añade la particularidad que aportan los animales, que es que ellos no dejan el hogar. Y lo que estamos diciendo es que en tanto con los hijos (que serían más grandes, y autónomos) como con los animales (que no cambian en ese sentido) la tendencia a triangular es menor (de acuerdo con nuestros datos) cuanto más grande es el miembro de la pareja. Es decir, no sería algo solo relativo a la autonomía del tercero triangulado, sino que es algo que más bien parece depender de la edad de la pareja o del tiempo que llevan juntos.

Esta tendencia de las parejas hacia la triangulación es menor se vería disminuida con la edad. Si bien a mayor edad de los hijos sus padres referían menor tendencia a las conductas de triangulación con estos, observamos una tendencia a disminuir la triangulación con la edad de los miembros de la pareja. Esta menor inclusión de terceros en las tensiones relacionales de pareja se manifestó tanto respecto de los hijos como de los animales de compañía.

Observamos además que las dinámicas de triangulación se veían afectadas por la estructura familiar. En este sentido, los resultados permitieron apoyar la tercera hipótesis, solo de manera parcial.

Como esperábamos, las parejas triangularon más con sus animales cuando no tenían hijos. Es decir, esta tendencia a la incorporación de un tercero afectaba más a los animales cuando no había hijos en la pareja. Sin embargo, cuando las parejas tenían hijos y animales, los hijos eran más implicados que los animales para lidiar con las tensiones relacionales de la pareja. Finalmente, y contrario a lo esperado, cuando las parejas tenían hijos, no diferían en su tendencia a la triangulación con estos sea que haya o no animales de compañía en el hogar. O sea que las parejas con animales y sin hijos triangulan más con sus animales que las parejas con animales e hijos, pero que las parejas con hijos no difieren en su tendencia a triangular con estos sea que tengan o no animales.

De esta manera los hijos disminuirían la triangulación con los animales, pero no a la inversa. Esto implica que cuando la configuración familiar incluye hijos, la triangulación con los animales continúa ejerciéndose, pero en un segundo plano. Al abordar la implicación de terceros, el clínico podría esperar que las parejas que tienden a triangular lo hagan tanto con sus hijos como con sus animales, pero que la canalización de tensiones de pareja sea más intensa con los hijos que con los animales de compañía.

De todas formas, en los ámbitos de salud existe una tendencia creciente a considerar las actitudes y conductas de manera integral, sea que estas estén dirigidas hacia humanos o animales. Por ejemplo, en su abordaje, se cuestiona la efectividad de la discriminación de las conductas de abuso o violencia hacia los animales y hacia otros humanos (ver Cajal et al., 2018). En este sentido, en el presente estudio ambas tendencias a la triangulación estuvieron relacionadas entre sí. De manera que, en el abordaje de la implicación de los hijos en las tensiones relacionales de pareja, creemos conveniente considerar la tendencia general hacia la triangulación, sea que esta esté dirigida hacia humanos o hacia animales.

Si bien la triangulación hacia los hijos puede resultar prioritaria, la triangulación hacia los animales puede ser una vía de abordaje del estilo relacional de la pareja que convoque menor resistencia y mayor posibilidad de insight al respecto. La simpleza relativa y la falta de lenguaje de los animales pueden ofrecer una oportunidad singular para el abordaje de estilos relacionales. Por ejemplo, las mascotas no pueden contestar, expresar un juicio o dejarse influenciar por lo que otros dicen (Bonas, McNicholas, & Collis, 2000). Además, si bien las relaciones con los animales son bidireccionales, los comportamientos interactivos entre humanos y mascotas usualmente se organizan de manera asimétrica y los humanos mayormente deciden cuándo comienzan y cuándo finalizan (Harker et al., 2000). Adicionalmente, en tanto el animal es mudo, los custodios a menudo hablan por estos, a través de la interpretación de sus conductas; para lo cual se valen de un rico cuerpo de conocimiento derivado del entendimiento íntimo del otro-animal construido en el curso de la experiencia diaria (Sanders, 1999), pero condicionado por proyecciones antropomórficas. Así, la implicación de los animales en las triangulaciones de conflictos de pareja parece un terreno propicio y más simple para abordar la tendencia a canalizar tensiones de la pareja en terceros.

La permisividad de los niños y animales en la cama se vio afectada por el grupo de convivencia de manera similar a lo evidenciado a partir de los puntajes en los cuestionarios de triangulación. Es decir, las parejas que no tenían hijos permitían en mayor medida a sus animales dormir con ellos en comparación con los padres de niños de edad preescolar. Sin embargo, la presencia o no de animales en el grupo familiar no mostraba diferencias en la permisividad de estos niños en la cama de los adultos. Aquí, a diferencia los cuestionarios de triangulación, la permisividad de niños y de animales no estaba relacionada entre sí. De manera que es posible que en este caso no se trate de una tendencia general hacia la permisividad en la cama paterna, sino más bien de disposiciones diferenciales hacia los hijos y hacia los animales, en las que otros factores deben ser considerados.

La mayor tendencia a la triangulación de tensiones de pareja hacia los animales (comparando parejas o con animales o con hijos), así como la mayor permisividad de los animales en la cama, en los hogares sin hijos, da cuenta de una tendencia hacia límites más difusos entre subsistemas dentro de la dinámica familiar de estos hogares. Posiblemente las estructuras familiares con niños y animales requieran límites más sólidos entre los subsistemas de padres-hijos-animales para el cumplimento de las reglas del hogar, en tanto las interacciones entre los hijos y los animales modifican la dinámica entre los subsistemas de padres y animales. Por ejemplo, los hijos suelen ocupar un lugar superior a los animales de compañía en la jerarquía del sistema familiar, posicionándose en ocasiones en el rol de hermano mayor del animal. De modo que los niños suelen desempeñar una función de enseñanza y control de las reglas del hogar respecto de los animales. Sin embargo, los niños frecuentemente también se ubican en una posición pares de sus animales (Turner, 2005), pudiendo alternar entre una posición simétrica y complementaria. Debido a la alternancia entre posición y funciones, en ocasiones ejercerán una función de control de las reglas mientras que en otras ocasiones enseñarán desestimarlas y transgredirlas. En este sentido, los animales de las parejas sin hijos recibirían límites más consistentes para el cumplimiento de las reglas del sistema familiar. Por otro lado, las parejas con hijos y animales, presumiblemente, requerirán mayor rigidez en los límites hacia los animales para que resulten consistentes.

Por último, resultó llamativo que, si bien la cantidad de personas y de hijos en el hogar no se asoció con la tendencia a triangulaciones de parejas con los hijos, la cantidad de personas en el hogar sí estuvo asociada con la tendencia a la triangulación con animales. Es decir, que cuantas más personas había en el hogar, más tendían las parejas a canalizar sus tensiones relacionales a través de los animales. Y, además, la triangulación de pareja con los animales no se relacionó con la cantidad de animales en el hogar, pero sí con la cantidad de personas.

De manera especulativa, consideramos que esto pudo deberse a que la decisión de incorporar un animal a la familia, en ocasiones, parte del deseo de solo algunos de los miembros de la familia y no necesariamente sea compartido por todos. Así, cuantos más animales haya, más probable es que la decisión de incorporar animales sea compartida. En este estudio, la cantidad de personas y de hijos estuvo asociada con la cantidad de animales en el hogar. De esta manera, resulta presumible que cuantas más personas y menos animales haya en el hogar, más probable es que la decisión de su incorporación no haya sido compartida. Siguiendo este razonamiento, la modificación estructural que implica la incorporación de un animal (Díaz Videla, 2015; Hirschman, 1994; Power, 2008) puede partir de una falta de acuerdo entre los miembros de la pareja y de esa manera, ser retomada más tarde frente a situaciones de tensión. Claramente, esto requiere ser indagado de manera específica.

Limitaciones y futuras líneas de investigación

La presente investigación tiene diversas limitaciones para tomar en cuenta al momento de considerar la transferencia y generalización de los resultados.

Una de las principales limitaciones de este estudio se refiere a los instrumentos utilizados para evaluar las tendencias hacia la triangulación. Estos fueron construidos para esta investigación y no cuentan con una validación exhaustiva. Sin embargo, destacamos que los cuestionarios de triangulación de pareja utilizados evalúan siete conductas ligadas a la participación o inclusión de niños y animales de compañía en los conflictos de pareja. Es decir, los cuestionarios se mantuvieran en un nivel más bien conductual sin pretensiones de traspasar a nivel de constructo, ni tampoco pretenden convertirse en indicadores genéricos sobre dinámicas de triangulación, o contar con valor predictivo. Por este motivo, solo se buscó la validez de contenido de los reactivos, la cual se estableció a través del desarrollo del grupo focal. De todas formas, sí se consideraron sus propiedades métricas a partir de la confiabilidad intraescala de ambas versiones del cuestionario, la cual fue elevada.

Adicionalmente, es conveniente destacar que los reportes de los participantes pueden no condecir con observables objetivos, y más aún, pueden diferir de los indicados por los otros miembros de las parejas, o por los terceros implicados en las triangulaciones. Futuras investigaciones pueden cotejar las perspectivas de ambos miembros de las parejas para aportar mayor objetividad a las respuestas individuales, o bien, investigar las conductas de triangulación en función de indicadores observables que puedan dar cuenta de los de las triangulaciones con mayor objetividad que la de las técnicas de autorreporte.

Debemos señalar además que el muestreo fue incidental. Si bien intentamos lograr mayor representatividad a partir de un elevado tamaño muestral y de controlar algunos aspectos del proceso de recolección de datos (e.g., no habilitamos un formato digital de la encuesta para evitar convocar diferencialmente amantes de los animales de compañía), una muestra representativa brindaría mayores garantías al momento de establecer generalizaciones.

 

Conclusiones

Los cambios socioculturales en el mundo occidental han dado lugar a mayor diversidad e inclusión de distintas configuraciones familiares. Con independencia de esto, todas las formas que puede adquirir una familia pueden ser conceptualizadas como un sistema, y descritas a partir de las propiedades básicas que aplican a todos los sistemas.

En este sentido, la perspectiva sistémica se ha mostrado tempranamente más abarcadora al momento de conceptualizar y comprender las familias. Por ejemplo, reconociendo que los animales de compañía podían configurarse como miembros de los sistemas familiares.

Así, los roles y funciones de los animales en las familias humanas, o humano-animal, han sido estudiados desde las últimas décadas del siglo XX. Se ha destacado, por ejemplo, que los animales participan de manera similar a los miembros humanos de la familia en el manejo de la ansiedad relacional familiar a partir de las conductas de triangulación.

El presente estudio comparó directamente conductas de triangulación de tensiones de pareja incorporando hijos e incorporando animales.

En principio, los resultados indican que si bien las personas pueden reconocer su tendencia general a las triangulaciones, las preguntas específicas por las distintas dinámicas pueden resultar más adecuadas en tanto gozan de mayor reconocimiento.

Las conductas de triangulación hacia hijos y animales se encuentran relacionadas, y las mismas conductas parecen aplicarse de manera similar a hijos y animales cuando las parejas intentan manejar su ansiedad relacional.

La presencia de hijos parece disminuir la incorporación de los animales en el manejo de la ansiedad relacional de la pareja, pero esto no sucede a la inversa. Es decir, la presencia de animales no influye en la incorporación de los hijos en triangulaciones de pareja.

De esta manera, la tendencia a la triangulación de las tensiones de pareja se manifiesta preferencialmente hacia los hijos, antes que a los animales.

En líneas generales, nuestros datos aportan en sentido de la perspectiva que indica que los animales de compañía participan de manera similar a los miembros humanos de las familias en las dinámicas evaluadas. De todas formas, se destaca que la participación animal en tensiones de pareja es menor en configuraciones familiares con hijos, con cierta independencia de la edad de estos, en tanto, a mayor edad, los miembros de la pareja tienden a menor triangulación tanto con sus hijos como con sus animales.

Este trabajo, además, contribuye al entendimiento de la diversidad familiar, o lo que se conoce como familia postmoderna, dentro de un marco biocéntrico y posthumanista, desde el cual se destaca la relevancia de la interconexión de los seres humanos con otras especies y el mundo natural.

 

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NO EXISTEN CONFLICTOS DE INTERÉS

Recibido: 13/04/2020

Aprobado: 29/06/2020 

ANEXO.

 

 

 

 

 


[1]Remitir correspondencia a Marcos Díaz Videla a mdiazvidela@hotmail.com http://orcid.org/0000-0002-8792-4593

 

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