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Ajayu Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología UCBSP
versión On-line ISSN 2077-2161
Ajayu v.1 n.2 La Paz ago. 2003
ARTÍCULO
El niño y la familia desde el psicoanálisis. Una aproximación lacaniana
Lora, Maria Elena(*)
(*) Universidad Católica Boliviana - San Pablo
Cuando se habla de los niños, es común referirse a los dramáticos indicadores demográficos y socioecónomicos que aquejan a un segmento de la población particularmente vulnerable. La niñez constituye ese grupo sistemáticamente segregado y sometido a condiciones aterradoras de maltrato y violencia.
Es así que el niño aparece como un objeto obvio del que distintos discursos tradicionalmente se sienten autorizados a hablar concibiéndolo como una sumatoria de datos biológicos, sociológicos, pedagógicos, jurídicos y psicológicos. Hay toda una historia del concepto niño ligado al concepto de familia y a la categoría infancia.
Desde el psicoanálisis, en cambio, hablar de los niños y una práctica con niños, nos conduce no sólo a una serie de respuestas que los psicoanalistas extraen, sino fundamentalmente a una variedad de preguntas que parten de la interrogación de qué es un niño.
Hoy es frecuente hablar de la profunda crisis de la familia como institución. Hay nuevos escenarios de la familia, aumento de divorcios, contracción de la familia, fecundaciones asistidas, y la incorporación de la mujer al trabajo. Todo ello evidencia a nivel fenoménico una crisis. Sin embargo, para el psicoanálisis la crisis como tal es tan antigua como la propia familia.
Las nuevas formas familiares se acomodan o intentan hacerlo a la lógica del discurso capitalista y esto se logra también ya que la familia es hoy juzgada en función de su contribución al desarrollo exitoso de la vida de un individuo. Las aspiraciones del hombre moderno, tales como el éxito y el bienestar económico, requieren de un aprendizaje de la vida social y es aquí que surgen una serie de instituciones que vienen a complementar o suplir el espacio familiar. De esta manera, alrededor del niño se establece cierta normatividad con aportes pedagógicos, psicológicos y legales orientada a creas un contexto de moralización y progreso social. Con ello se pretende instituir un discurso nuevo sobre la infancia en el que se considera al niño como un todo funcional que se va formando a partir de unas etapas simples al inicio de la vida, hasta llegar y culminar en una complejidad adulta. Una euforia desarrollista, que encaja en la alianza que se establece entre el sistema de producción capitalista y el discurso de la ciencia como amo que impulsa e intenta garantizar los avances sociales de los sujetos.
Todo este contexto del supuesto auge de la familia ideal de hoy, trae aparejada una profunda crisis estructural que se observa en segregaciones, abandonos, violencia, niños callejeros, fracasos escolares, etc.
La apuesta por un saber totalizante que garantice el progreso económico, social y la felicidad humana, ignora la verdad particular de cada sujeto. El malestar social no sólo pone en evidencia la inexistencia de una natural armonía de los vínculos familiares, sino que cuestiona este ideal de familia, con sus supuestas ilusiones armónicas y con sus representaciones de niños alejados de la realidad, cuyo status artificial nos muestra, por un lado, al niño ángel, inocente, asexuado y, por otro lado, un niño objeto atrapado cada vez más temprano en las redes de consumo del mercado y anulado en su verdad subjetiva. El niño, su majestad el bebé, preserva así el narcisismo de los adultos, objeto precioso que significa la inmortalidad de los padres.
Ante esta perspectiva, el psicoanálisis no predica ideales bajo un modelo imperante; se constituye en un discurso que en lugar de desenmascarar la decadencia familiar, enfatiza los aspectos estructurales de la familia, entendida como una institución cuya función es refrenar el goce.
Así intentamos entender al niño, la familia y las funciones parentales, en un horizonte que va más allá de la simple satisfacción de las necesidades vitales.
Allí donde el discurso familiar ve una relación ideal madre-niño, toda llena de amor, el psicoanálisis descubre a una madre aquejada por una falta. Este aparente idilio madre-niño difundido por los postfreudianos como el paradigma de una relación humana, va a aparecer en Lacan con una gran complejidad.
Más allá de las atribuciones familiares en la crianza y la socialización de los niños, hay algo que es esencial en la función de la familia y es hacer del viviente un sujeto de deseo, darle un lugar simbólico, un lazo de parentesco, una posición en las generaciones y una identidad civil. Esta función de la familia permite lo irreductible de la transmisión de un deseo que no sea anónimo y su efecto es el paso de un organismo a un sujeto. Así, la familia es una encarnación histórica en cada momento de la estructura del ser de la palabra, este Otro donde el sujeto debe advenir para constituirse como tal. La familia como estructura significante trasciende todas las formas familiares que los modelos de desarrollo han generado y en este sentido es intemporal.
En esta nueva perspectiva, se abre la cuestión de que en el análisis no se habla de la familia , sino de la novela familiar, que emerge como otra escena; por ello para el psicoanálisis la familia es cosa del inconsciente. Cuando el analizante es interrogado por su inconsciente, se refiere a que los padres no lo entienden; habla del malentendido en su familia, o de los problemas de los padres; en definitiva se ubica entre lo dicho y lo no dicho, en los predicados de la familia.
Delimitar un eje en el trabajo analítico con niños, como el de la familia o los padres, es pensar en una clínica más allá de la cronología y obliga a formular la pregunta: ¿qué es un niño para el psicoanálisis? y ¿cuál la particularidad en el dispositivo analítico en la clínica con niños?
Para el psicoanálisis, ubicar a un niño implica una diferencia fundamental entre estructura y desarrollo. Hablar desde el punto de vista estructural nos permite ir más allá de lo cronológico; implica descifrar la lógica del sujeto que resulta de la operación de la estructura y que está más allá de la diacronía de la edad.
El que los psicoanalistas nos separemos de la noción de desarrollo, no significa que el factor tiempo no sea tomado en cuenta o quede descartado. Más bien implica considerar un tiempo lógico, que abrocha la estructura y cuya lectura sitúa los movimientos lógicos y sus consecuencias, en los cambios de posición del sujeto. Es necesario también un tiempo para que el tiempo lógico se despliegue y produzca sus efectos. Tener esto en cuenta no es entrar en etapas evolutivas, sino considerar que el tiempo es un factor necesario para que un niño llegue a adulto; es decir, un tiempo para que su relación con el goce quede decidida, en tanto la entrada en la reproducción sexual implica un real diferente y, por tanto, una nueva posición frente al goce. Sabemos que el encuentro del sujeto con la sexualidad será un mal encuentro –es algo estructural– pero aún queda la forma, el momento, el tiempo del mal encuentro; algo queda a la espera, algo en relación al goce permanecerá indecidido, a determinar, pues las respuestas de lo real en el encuentro con el Otro sexo son imposibles de anticipar.
Miller señala que el primer estado del sujeto es ser objeto en el discurso del Otro; es a través del niño que se asiste a la manera como el sujeto surge de la masa de los significantes del Otro. De esta manera, el niño puede ubicarse en el trayecto que va del objeto “a” al sujeto, un trayecto ocupado por operaciones lógicas. Asimismo, se advierte que el ser humano, en tanto viviente, nunca puede advenir completamente como sujeto, pues como sujeto efecto del significante deja fuera un resto del viviente, un resto de goce.
Por todas estas consideraciones, en la clínica con niños hablamos de sujeto, goce, estructura y nos enfrentamos así con la ruptura del ideal de pureza de la infancia como un período sin maldad, como si al niño no le tocara lo que nos toca a todos, por ser simples sujetos hablados, por haber perdido un goce, que el sujeto intenta recuperar, por ejemplo, por la vía de un síntoma. El niño, por el hecho de ser un sujeto hablante, queda también implicado en este mismo drama.
Entonces la oposición niño-adulto es falsa y por lo tanto, no hay diferencia entre el análisis con niños y adultos porque cualquiera sea la edad del sujeto, desde su inicio está estructurado de la misma manera.
Sin embargo, es conveniente hacer algunas puntuaciones sobre el niño y el adulto:
1. El niño es traído al análisis cuando su respuesta conmociona el mundo fantasmático de los padres y pone en cuestión el lugar que el niño ocupa en la economía de goce de la estructura familiar. Esto origina la consulta de los padres cuya demanda puede no coincidir con la demanda del niño.
2. El síntoma del niño, como verdad de la pareja parental, se encuentra en el lugar de la respuesta a lo que hay de sintomático en la estructura familiar.
3. El niño se interroga sobre el deseo del Otro, deseo de la madre en tanto que mujer. ¿Qué desea mi madre? La castración materna remite a la falta de objeto y nombra a la castración femenina.
4. En lo que respecta al goce, el adulto será aquel que se hace responsable de su goce e implica que puede tener contacto con algo –no todo– algo que no se puede decir: de qué goza una mujer. El adulto podrá poner a una mujer como objeto “a” en su fantasma.
Desde esta perspectiva ¿cómo situar entonces el análisis con niños? Para ello es importante considerar que el estatuto del niño en el psicoanálisis ha ido desplazándose.
Hay que distinguir en la enseñanza de Lacan el tránsito del teoría fálica de la posición del niño, al objeto “a”.
Situar al niño a partir de la consideración del falo y de la operación de la métafora paterna implica trabajar con los significantes –como el de Deseo de la madre– cuya sustitución metafórica, vía el operador Nombre del Padre, permitirá que en el discurso del Otro aparezca algo en relación al falo, la significación fálica y a partir de esto el niño se podrá ubicar lógicamente de acuerdo a este significante. En esta ubicación del niño habrá que ver qué relación tuvo con el falo, cómo dejó de ser y cómo accedió a tener. El objeto que el sujeto fue para el Otro va a tener incidencia en su estructura. Estas consideraciones nos llevan a una clínica que se encuentra situada a partir de la marca fálica de la castración y que se opone a la idea de ir de etapas pregenitales hacia una organización genital, como construyendo un desarrollo del niño.
Sin embargo hay un real que queda fuera, que no se absorbe por este significante fálico. En la medida que algo queda afuera, ya no se puede pensar al falo como el único elemento ordenador, si bien la identificación fálica sirve para separarse de la madre.
Esta posición fálica del niño y del Edipo será revaluada a medida que se hace más fuerte e insistente el objeto “a”. Seguir en la lógica del falo es seguir en una lógica del significante, del todo, que no considera la dimensión de otra lógica que es la del objeto, como aquel indecible, el objeto “a”. En el seminario “El reverso del psicoanálisis”, Lacan afirma que para entender cómo situar al niño, estamos obligados a tomar en cuenta el tratamiento del goce en otra escala que no es la escala familiar, otorgándole otro estatuto a la metáfora paterna y al Edipo, pues ya no se trata de una forma metafórica del Edipo, sino de la lógica que opera a partir de la estructura, pérdida de goce que implica la operación de la función Nombre del Padre y que sólo es posible dar cuenta de ella a partir de la estructura significante.
Este tránsito obliga a considerar cómo se incorpora algo que está más allá del significante fálico, algo que no se puede nombrar únicamente vía el Nombre del Padre y el operador fálico. Hay algo real del padre que queda fuera del significante y es el objeto “a”. La metáfora da cuenta de lo que pasa entre el deseo de la madre y el Nombre del Padre, pero no de lo que pasa entre un hombre y una mujer y ahí se incluye el objeto “a”.
Lacan dirá “el objeto a es lo que todos ustedes son en tanto puestos ahí, cada uno el aborto de lo que fue para quienes lo engendraron causa del deseo”. Ya no se trata de estar todos en posición de ser el falo de la madre, sino de definirnos a partir de un resto. En este sentido somos los abortos de un deseo, lo que queda de un deseo que nos sostuvo.
En “Dos notas sobre el niño”, Lacan señala que las respuestas a la pregunta del niño: ¿qué desea mi madre? implican diferentes posiciones del niño que se desprenden de esta pregunta y que hay que distinguir el niño como falo, el niño síntoma de la pareja familiar y el niño que realiza el objeto del fantasma de la madre. Esto podrá ser escuchado en el discurso familiar y tendrá consecuencias directas en el niño y en cómo éste responde desde su posición subjetiva. Se trata de la articulación del niño frente al fantasma materno como condición para su estructuración subjetiva; estructuración y no una captura eterna.
Asimismo, en el texto “Intervención en el congreso sobre psicosis infantil”, Lacan afirma que “el valor que tiene el psicoanálisis es el de operar sobre el fantasma (...) que el objeto “a” funciona como inanimado, pues es como causa que aparece en el fantasma (...)”. Y de lo que hay que asegurarse es que el cuerpo del niño no responda al lugar del goce de la madre, que no responda al objeto “a”. Hay que separar al niño del goce de la madre. Para ello, habrá que construir alguna ficción, una versión del fantasma que permita responder sobre el goce de la madre, es decir, lograr una versión para el niño más allá de ser objeto “a” de su madre, un modo en que el niño pueda poner en juego su singularidad de sujeto y su responsabilidad en relación a un deseo, produciendo la inscripción de la castración.
La elección sobre el uso del fantasma, se decide en una verificación aprés-coup, pues nos encontramos ante un sujeto que aún no se ha confrontado con la nueva dimensión de goce que abre la pubertad y que le permitirá el despliegue entonces de una nueva pregunta, que será por el goce de la mujer.
Bibliografía:
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