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Revista Latinoamericana de Desarrollo Económico

versión On-line ISSN 2074-4706

rlde  no.25 La Paz mayo 2016

 

ARTÍCULO CIENTÍFICO

 

Las teorías del crecimiento económico: notas críticas para incursionar en un debate inconcluso

 

Theories of economic growth: critical notes to venture into an unfinished debate

 

 

Isaac Enríquez Pérez*

 

 


Resumen

En el presente artículo se esboza, desde una óptica interdisciplinaria y con pretensiones didácticas, un estado del conocimiento sobre la evolución histórica de las distintas teorías del crecimiento económico, reconociendo el contexto sociohistórico en el cual se gestan, así como sus principales conceptos, contribuciones, alcances, limitaciones y sus implicaciones en términos de política pública e intervención del Estado; no sin abordar -si bien de manera sucinta- los orígenes de los debates en torno a la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones en el pensamiento económico.

Para cumplir con lo anterior, resulta importante desentrañar las facetas epistemológicas que subyacen a las teorías del crecimiento económico y las implicaciones que ello tiene para el estudio del proceso económico en el sur del mundo y en aquellas realidades donde no se gestaron las reflexiones teóricas en cuestión; de ahí que sea importante tener en mente los desafíos que enfrentan las ciencias sociales latinoamericanas para incorporar el crecimiento económico en la construcción de proyectos alternativos de nación y en las posibilidades de remontar la ortodoxia deflacionaria que aún prevalece en las políticas económicas de varios países.

Palabras clave: Teorías y modelos del crecimiento económico, hechos estilizados; funciones del Estado en el crecimiento; políticas económicas; miradas interdisciplinarias; relación de las ciencias económicas con las ciencias políticas.


Abstract

This article outlined, from an interdisciplinary point and didactic pretensions, a state of knowledge about the historical evolution of the different theories of economic growth, recognizing the socio-historical context in which they are conceived, and its main concepts, contributions, achievements, constraints and implications in terms of public policy and intervention by the State; without addressing albeit not so succinctly the origins of the debates around the nature and causes of the wealth of nations in economic thought.

To accomplish this, it is important to unravel the epistemological aspects underlying theories of economic growth and implications this has to study the economic process in the southern hemisphere and those realities where the theoretical reflections in question has not hatched; hence it is important to keep in mind the challenges facing Latin American social sciences to incorporate economic growth in the construction of alternative national projects and the possibilities of overcoming deflationary orthodoxy that still prevails in the economic policies of various countries.

Key words: Theories and models of economic growth; stylized facts; state functions in growth; economic; interdisciplinary glances relation of economics to political science.

Clasificación/Classification JEL: A12; A14; O40.


 

 

1. Introducción

A lo largo de nuestra práctica docente ejercida en cursos relacionados con la sociología económica, la introducción a las ciencias económicas y las relaciones entre la economía y el resto de las ciencias sociales, notamos las dificultades que enfrentan los estudiantes para asimilar los conceptos y categorías necesarios para el análisis del proceso económico y de las estructuras económicas; no menos importante resulta lo ajeno y distantes que pueden ser los planteamientos de las ciencias económicas en el estudio de la acción social y las estructuras que, históricamente, se conforman. Paralelamente a lo anterior, en el ejercicio de nuestras labores de investigación también notamos que tanto las ciencias económicas como las ciencias políticas suelen darse la espalda mutuamente y se muestran limitadas para emprender, a plenitud, una investigación interdisciplinaria que las posicione en senderos de diálogo e imaginación creadora que trasciendan las miradas estrechas de las perspectivas unidisciplinarias que abordan -separadamente- objetos de estudio traslapados en la realidad.

Uno de estos objetos de estudio, que, al parecer, se erige en patrimonio exclusivo de las ciencias económicas, es el relacionado con el crecimiento económico. Es un terreno que, de antemano, se presenta como inexpugnable e inexplorable para otras disciplinas, como las ciencias políticas.

Planteando lo anterior, cabe preguntarse lo siguiente: ¿qué es el crecimiento económico?, ¿cuáles son los fundamentos epistemológicos que subyacen a su teorización dentro de las ciencias económicas?, ¿cuáles son las teorías del crecimiento económico más representativas?, ¿cuáles son los principales conceptos, categorías, hipótesis y supuestos expuestos en estas teorías y modelos?, ¿de qué manera es teorizado el crecimiento económico desde América Latina?, ¿cuáles son los principales alcances y limitaciones teórico/epistemológicos de los modelos del crecimiento económico?, ¿cuál es la relevancia de los estudios sobre el crecimiento económico para el conjunto de las ciencias sociales?

A partir de estos cuestionamientos, es posible perfilar el objetivo principal que guió nuestra investigación; a saber: rastrear e interpretar -en aras de generar un documento didáctico de lectura accesible para amplios públicos de diversas disciplinas sociales- la transformación de la noción y el concepto del crecimiento económico a lo largo de la historia del pensamiento económico, enfatizando en las directrices y estrategias esbozadas para lograr la expansión de las economías nacionales y ejercer la intervención del aparato de Estado en el proceso económico. En suma, lo que se pretendió fue realizar un breve estado del conocimiento de las teorías del crecimiento desde la óptica de la sociología económica y, especialmente, desde la economía política, reconociendo que dichas teorías y modelos se inscriben -en su mayoría-en la economía neoclásica convencional.

Para cumplir con lo propuesto, revisamos los autores y fuentes originales, en tanto nuestro principal insumo, enfatizando en sus contribuciones y en las vertientes teóricas en las cuales se inscriben. Ello sin dejar de reconocer la evolución histórica que tuvo el concepto de riqueza entre los pensadores que vivieron en las sociedades europeas y que reflexionaron -desde el siglo XVII- en torno a la importancia de la acumulación de capital (véase anexo).

Una tesis que cruzó de principio a fin nuestra investigación fue la siguiente: las teorías y modelos del crecimiento económico están fuertemente condicionadas por el grado de desarrollo de la sociedad y la posición geográfica de donde proviene o en las cuales fue formado académicamente el sujeto investigador que reflexiona sobre ese proceso; no menos importante resulta la tendenciosidad ideológica desde la cual teorizan los economistas y pretenden intervenir en la realidad social. Todo ello perfila fuertes dosis de etnocentrismo en el estudio sobre el proceso económico y en la resolución de problemas concretos a través de la política económica, tras invisibilizar diversas y sui generis realidades ajenas y distantes.

 

2. Hacia una noción del concepto crecimiento económico

Más que analizar al crecimiento económico como esa religión secular de las sociedades industriales para avanzar a estadios superiores (Bell, 1994:225) teniendo como idea implícita la prosperidad, la promesa de abundancia y la generación de expectativas sociales relacionadas con el pleno empleo, el aumento del consumo masivo y mayores cantidades de bienes y servicios, resulta importante estudiar su dimensión como proceso sustantivo de la realidad social. Al ser un objetivo de política económica, el crecimiento económico remite a cierta retórica que ejerce un poder simbólico y emocional sobre los individuos y su acción social, al tiempo que incita a la suma de esfuerzos para un proyecto y propósitos comunes.

En los manuales de fundamentos e introducción a la economía resulta un lugar común plantear que el crecimiento económico es el aumento o expansión cuantitativa de la renta y del valor de los bienes y servicios finales producidos en el sistema económico -sea regional, nacional o internacional- durante un determinado periodo de tiempo -por lo regular durante un año-, y se mide a través de la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), y lo adecuado es calcularla en términos reales para eliminar los efectos de la inflación. Se trata de un fenómeno económico dinámico que constantemente induce cambios en la estructura de los distintos sectores productivos.

Más allá de esta convencional definición técnica, consideramos que el crecimiento económico remite a relaciones sociales y, especialmente, alas relaciones de producción que -en su conjunto- se encuentran imbricadas en estructuras y relaciones de poder y en entramados institucionales que las modelan y encauzan en el contexto del proceso de acumulación de capital. Por tanto, el crecimiento económico es un proceso encauzado e incentivado desde la política económica y demás instrumentos económicos diseñados y adoptados por el aparato de Estado para incidir en la construcción de los mercados y en su expansión.

Se trata de un fenómeno multicausal y multifactorial que no responde a una sola dimensión de la realidad o del proceso económico, por más que la teoría económica neoclásica se esmere en postular algún factor explicativo condicionante del crecimiento económico. Más bien, el crecimiento supone la expansión de variables macroeconómicas como el ahorro público o privado, el consumo de los individuos y familias, la inversión privada, el gasto público y la balanza de pagos, especialmente de las exportaciones, así como la posesión o no de factores como la dotación de recursos naturales; mano de obra productiva (o bien, la productividad laboral de la fuerza de trabajo); capital invertido en fábricas y maquinaria; capital humano conformado por los conocimientos y habilidades adquiridos por la fuerza de trabajo a través de la educación escolar, la capacitación laboral y la experiencia en sus empleos; e innovaciones tecnológicas u organizacionales. Además, el crecimiento de la economía se relaciona ampliamente con el fenómeno de la inflación en tanto su principal contradicción y condicionante; al suscitarse y agravarse ésta, la propensión a invertir se expone a la incertidumbre y compromete la acumulación de capital.

 

3. La naturaleza epistemológica de las teorías del crecimiento y su posición en las ciencias económicas

Dentro de las ciencias económicas -al menos en las corrientes de pensamiento hegemónicas-, la construcción de teoría se fundamenta en una epistemología positivista que pretende identificar y esbozar regularidades, relaciones constantes o uniformidades respecto al comportamiento de las estructuras económicas y los agentes económicos a partir de modelos que simplifican la realidad, y la representan de manera abstracta mediante la formalización matemática y los argumentos formales que expresan supuestos y deducciones; al tiempo que en estos modelos se dan por hechas las relaciones y las mantienen implícitas (Enríquez Pérez, 2008). Si bien con la abstracción -ejercicio consustancial a toda construcción teórica-se seleccionan o discriminan ciertas parcelas de la realidad e, incluso, se corre el riesgo de omitir ciertas dimensiones que caracterizan la complejidad del mundo fenoménico (algunas facetas de la realidad las observa el sujeto investigador y otras no, aunque se encuentren ante su mirada incisiva), es de destacar que, al gravitar la ideología, amplias franjas de la teoría económica configuran sus argumentos sobre la base de supuestos predeterminados que les permiten esbozar -sin mayor esfuerzo por la contrastación empírica- ciertas conclusiones y deducciones fijadas de antemano en realidades hipotéticas.

Milton Friedman (1912-2006), en su libro Ensayos sobre economía positiva, planteó que no es necesario que los supuestos de la ciencias económicas sean realistas, ni existe obligación alguna para que lo sean, pues el fin último de la teoría consiste en su capacidad para generar predicciones correctas, coherentes y válidas sobre los hechos económicos que aún no son observados o conocidos por el sujeto investigador; más aun si lo relevante es la predicción, no importa que el supuesto se encuentre distante de la realidad y que incluso la contradiga (Friedman, 1967).

Respecto a las teorías y modelos del crecimiento económico, predominan tres criterios epistemológicos: a) el planteamiento o apropiación de enunciados sistemáticos que expresan relaciones constantes o uniformidades que rigen a los fenómenos económicos, es decir, se trata de tendencias, principios o leyes sociales, hipotéticas y estadísticas que marcan promedios uniformes y previsiones sobre la expansión de las economías, válidas al reaccionar de modo similar los agentes económicos ante cierto escenario y bajo ciertas circunstancias o supuestos que no consideran perturbaciones; b) la necesidad de estipular modelos o tipos ideales para compararlos con el mundo fenoménico real y aproximarse a sus hechos y procesos a través de la abstracción; y c) la labor de estipular preceptos y conocimientos -también sistemáticos-para alcanzar ciertos resultados que son considerados como un deber ser; lo cual supone delimitar el papel del Estado y del poder político en el crecimiento económico.

Los resultados previstos en los enunciados están en función de la presencia de ciertas condiciones, y los primeros pueden cambiar al modificarse o alterarse las segundas; de ahí la gestación de varias teorías o modelos arraigados en determinada corriente del pensamiento económico o en alguna teoría económica que privilegia cierto(s) factor(es) condicionante(s). Este conjunto de rasgos epistemológicos fundamentan la construcción de las teorías del crecimiento, al menos desde la década de los cincuenta del siglo XX.

Tras considerar estos puntos, cabe señalar a grandes trazos que una teoría del crecimiento -utilizando conceptos propios de la macroeconomía e, incluso, de la microeconomía-estudia el comportamiento de una economía y las posibilidades de expansión en su tamaño, y un componente importante de su estructura son los modelos de crecimiento formados por hipótesis y ecuaciones que tienden a la formalización matemática. A partir de la observación de ciertas regularidades empíricas, los economistas formulan hipótesis para esbozar respuestas a las preguntas que se hacen en torno al comportamiento del crecimiento económico entre los países. Estas regularidades empíricas observadas se estandarizan en los llamados hechos estilizados del crecimiento económico que los economistas pretenden explicar con sus teorías, a saber:

Estos hechos estilizados sustentan a todo modelo del crecimiento económico y, a la vez, condensan y guían el trabajo empírico realizado por los economistas.

Cabe destacar que los economistas clásicos fundamentaron sus estudios sobre las causas y los obstáculos del crecimiento económico de las naciones, en la premisa de que este fenómeno es consustancial o inherente al mismo proceso de producción y distribución de la riqueza; sin embargo, para la teoría económica neoclásica hegemónica entre 1940 y 1970, el crecimiento económico se atribuyó a factores externos a las actividades productivas y que no eran considerados por los modelos neoclásicos; de ahí su principal limitación.

La década de los setenta representó un desierto para las construcciones teóricas en torno al crecimiento económico, pues las ciencias económicas -a raíz de la quiebra de los tratados de Bretton Woods, la crisis del petróleo de 1973 y la recesión inflacionaria (stangflation)- orientaron sus baterías analíticas a problemas macroeconómicos, como la crisis, el ciclo económico, la inflación y el desempleo masivo padecidos por las naciones desarrolladas; aunado a lo anterior, las limitaciones metodológicas de los teóricos se agravaron con el poco trabajo empírico que facilitase contrastar los modelos a través de una amplia dosis de evidencias, así como con la carencia de series de tiempo y datos estadísticos correspondientes a un número sustancioso de países con miras a realizar las comparaciones internacionales.

Por si fuera poco, hasta antes de 1968 existía la creencia generalizada de un crecimiento económico ilimitado; sin embargo, el extenso deterioro ambiental derivado del crecimiento poblacional y de la profundización de los procesos de industrialización -principalmente en las naciones desarrolladas- llamó poderosamente la atención tanto en los movimientos sociales ecologistas como en la comunidad académica y los organismos internacionales, al extremo que se esboza la idea de los límites del crecimiento (Meadows y otros, 1972) para referirse a los altos costes que suponía este fenómeno. "Destronar al PIB" también fue otro argumento que se planteó por aquellos años para señalar las estrecheces de una medición y de un concepto que no expresaban los alcances del proceso económico.

Salvo los puntos de inflexión marcados por los enfoques keynesianos, buena parte de las teorías y modelos del crecimiento económico tienen la impronta de la teoría económica neoclásica, incluso en versiones extendidas y reformuladas que introducen algunas dimensiones de la realidad, como la endogeneidad del cambio tecnológico, las condiciones de competencia imperfecta, la relevancia de las instituciones en el desempeño económico, la acumulación de capital humano, la inversión en investigación básica e innovación tecnológica, las externalidades positivas derivadas de la difusión del conocimiento especializado en las sociedades y entre las empresas y el ejercicio de la política económica, que en su conjunto contribuyen a detallar y explicar los hechos estilizados mencionados en párrafos anteriores.

Por su parte, las teorías neoclásicas del crecimiento anteriores a 1970 no vincularon sus conceptos y análisis con los referentes empíricos y el mundo fenoménico estudiado, sino que sólo se referían a ciertos hechos estilizados que se ajustaban al modelo teórico y se asimilaban de manera mecánica y acrítica, sin preocuparse por su contrastación empírica, además de que eran manejados -los hechos estilizados seleccionados- como una argucia discursiva que, a manera de pre-nociones, condicionaba el pensar del sujeto investigador y fungían como anteojeras que únicamente atraían aquellas evidencias empíricas que se amoldaban a sus supuestos. La pretendida convergencia en el ingreso per cápita entre las distintas economías nacionales, sin tomar en cuenta las diferencias en las condiciones iniciales, es un ejemplo de esas pre-nociones que tendieron a condicionar el análisis económico y a distanciar los temas relativos al crecimiento económico con aquéllos dedicados a desentrañar el sentido de la dialéctica desarrollo/subdesarrollo.

A grandes rasgos, una teoría del crecimiento es un sistema conceptual dotado de predicciones, hipótesis y formalizaciones matemáticas orientado a estudiar el comportamiento de una economía y sus posibilidades o restricciones para su expansión. Si bien este tipo de formulaciones teóricas que abordan sistemáticamente el crecimiento económico aparecen de manera más acabada hacia la década de los cuarenta del siglo XX, la búsqueda de respuestas respecto a este fenómeno están presentes en el pensamiento económico desde los orígenes de la economía como ciencia e, incluso, desde las elaboraciones filosóficas que fueron proclives a explicarla riqueza en las sociedades europeas pre-capitalistas.

 

4. Los antecedentes de las teorías del crecimiento económico: el pensamiento económico clásico y la preeminencia del estado estacionario (siglo XVII-1940)

Los orígenes y expansión del capitalismo cimbraron, desde el siglo XVI, el pensamiento social europeo, y se abrieron nuevos cauces de análisis y reflexión para comprender la emergencia del nuevo modo de producción y de la estructura política que se condensó en torno al naciente Estado-nación. La suplantación de la idea de Dios por la razón y la adopción del método científico como fundamento del conocimiento sistemático (sobre esta transición y su relación con el pensamiento económico véase Enríquez Pérez, 2008), abrieron la posibilidad de que los análisis en torno al proceso económico adquiriesen una identidad propia y un campo de estudio específico que se distinguía de la filosofía o del pensamiento escolástico. Fueron Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823) quienes llevaron a su más acabada expresión estos esfuerzos por lograr una sistematización de los estudios sobre el proceso económico, no sin desconocer las valiosas aportaciones de Richard Cantillon (¿1680?-1734), François Quesnay (1694-1774) y David Hume (1711-1776). Para los objetivos de nuestro texto, cabe destacar que Smith y Ricardo son los pioneros de los estudios sistemáticos sobre el crecimiento económico, debido a que se cuestionaron respecto a los orígenes, causas y límites de la expansión económica y la riqueza de las naciones.

Más aun, el estancamiento económico prevaleciente en el feudalismo europeo y el precepto de justicia económica -por encima del dinamismo y el cambio económico- pregonado por los filósofos escolásticos, cambiaron con la génesis del capitalismo y la expansión geográfica de los nacientes Estados nacionales europeos, los cuales, a través de la conquista y colonización ejercidas especialmente en el continente americano, lograron expoliar las materias primas y los metales preciosos, fortaleciéndolos y contribuyendo a dinamizar el naciente modo de producción y activar el comercio -actividad económica anteriormente devaluada y sancionada. De ahí que las ideologías mercantilistas argumentasen que la acumulación de riqueza se alcanzaría con la explotación y posesión de metales preciosos -principalmente de oro- necesarios para participar en el intercambio comercial de mercancías e incrementar la capacidad productiva de las naciones y el poder de los monarcas absolutos. En el marco de estas reflexiones -esbozadas muchas veces por ministros y funcionarios de las administraciones públicas- subyacía una pregunta: ¿cómo es posible que una nación logre riquezas? Hacia 1615, Antoine de Montchrétien (1575-1621) imprime forma al concepto de economía política, remitiéndose a los mecanismos gracias a los cuales un Estado-nación incrementaría su riqueza, con base en las extensiones territoriales y las posesiones de oro. La venta de excedentes manufactureros al exterior (las exportaciones en condiciones monopólicas dirigidas hacia las colonias dominadas) fue asumida como la fuente principal para que los nacientes Estados-nación se allegasen de oro y plata, en tanto se reprimían y evitaban las importaciones. Además, para incrementar la riqueza de los países, se apuntaló la idea de conformar una administración pública financiada con esos recursos provenientes del exterior. Más aun, la explotación de metales preciosos fue considerada como condición para aumentar la oferta monetaria, la cual -a su vez- incrementaría los precios y los beneficios del empresariado, al tiempo que reduciría las tasas de interés.

Por su parte, los fisiócratas franceses, conscientes de la opresión, la pobreza y las cargas impositivas padecidas por la clase campesina y los privilegios del clero y la nobleza durante el siglo XVII, incursionan en la recaudación de impuestos como instrumento de política económica orientado a reorganizar la actividad económica e impulsar el incremento de la riqueza. Asumen que no es la posesión de metales preciosos -que a lo sumo alcanzan el estatus de dinero- lo que genera la riqueza y el bienestar de una nación; más bien son los bienes necesarios para la vida, cuya materia prima es brindada por la naturaleza y la tierra, lo que está detrás de la riqueza de un pueblo. En el Tableau Economique, publicado por el médico François Quesnay en 1758, se sintetiza que la agricultura, al ser la única actividad productiva capaz de generar producto neto en el flujo circular de renta y gasto que forma el proceso económico, está posicionada por encima de la industria y el intercambio comercial, en tanto que las clases sociales que no se dedican a ella son estériles y simples apéndices de la sociedad francesa (una versión del Tableau economique de Quesnay puede consultarse en la compilación de Kuczynski y Meek, 1980).

Sir William Petty (1623-1687) consideró que la formación y los conocimientos sistemáticos contribuían a incrementar la productividad de los individuos, de ahí la importancia de contar con una eficaz administración del proceso económico, integrada por empleados calificados. Es tal vez el primer pensador que introduce la relevancia del conocimiento en el incremento de la riqueza. Pero tuvimos que aguardar hasta la obra de Adam Smith para contar con un sistema económico más acabado que explicase los orígenes del crecimiento económico.

Mientras Richard Cantillon asumió a la economía como un todo interrelacionado en el que convergen los agentes económicos y se arraigan en estructuras sociales, Adam Smith (2000) logró sintetizar y erigir un sistema teórico/conceptual para profundizar en la formulación de una teoría objetiva del valor y en sustanciosas reflexiones en torno al crecimiento económico. Para el profesor escocés, el valor se relaciona estrechamente con la riqueza, en la medida en que ésta es gestada a través del proceso de producción emprendido por el ser humano, de tal forma que el trabajo -según la cantidad y calidad diferenciadas por las dosis de experiencia, conocimientos y tecnología- es la medida real del valor de las mercancías.

El concepto fundamental de las nociones teóricas respecto al crecimiento económico en Adam Smith es el de división del trabajo (Schumpeter, 1971), el cual se engarza con el supuesto del egoísmo humano -en tanto motor del proceso económico y del comportamiento de los individuos-, el predominio de la propiedad privada, y la creencia en la libertad natural (laissez faire, laissez passer). De esta forma, el escocés argumenta que la riqueza de una nación está en función de la distribución del factor trabajo en el conjunto de las actividades económicas (sean productivas o improductivas), así como del progreso técnico o de la eficacia con que son desplegadas las actividades productivas; ambos son dinamizados por el grado de especialización y de división del trabajo en una sociedad. Este modelo económico propuesto por Smith en torno al crecimiento, se complementa con otras dimensiones, como la extensión del mercado, la tendencia al intercambio y la acumulación de capital (existencia del fondo de salarios compuesto por ahorros) en tanto principal cimiento que mantiene el incremento de la riqueza; e incluso también con los principios microeconómicos esbozados en su teoría del valor. Si la extensión del mercado es mayor, aumenta la especialización y la división del trabajo (al vincularse esos tres elementos se crean rendimientos a escala crecientes) y, derivado de ello, se incrementa la productividad al disminuir los costes por unidad producida (el progreso técnico contribuye también a ello); esto, a su vez, facilita la incursión en nuevos mercados a través de las exportaciones, iniciándose de nueva cuenta el círculo virtuoso.

Sin embargo, pese a que las naciones pueden alcanzar un amplio crecimiento económico, es posible que se encaminen hacia un estado estacionario al restringirse y agotarse las oportunidades de inversión; por lo que Smith considera que ello sólo podría revertirse o retardarse con el descubrimiento y apertura de nuevos mercados, la introducción de innovaciones que dinamicen la inversión, y con la adopción de entramados institucionales y regulaciones que abran causes a los nuevos capitales. A grandes rasgos, para Smith el crecimiento económico es un proceso continuo e ininterrumpido, en la medida en que la división del trabajo lo inicia y la acumulación de capital lo mantiene y reproduce, tras aumentar la producción, los salarios, la renta per cápita, y el consumo; sin embargo, la carencia de inversiones rentables puede romper la linealidad e interrumpir el proceso.

Thomas Robert Malthus (1766-1834) plantea que el crecimiento económico es friccionado por el comportamiento de la población, que muestra un incremento exponencial, así como por el exceso de ahorro y el consumo escaso; de ahí que sea preciso impulsar una mayor demanda, no como resultado de una mayor inversión, sino del incremento de la oferta. Ese incremento exponencial de la población es el factor que, en última instancia y al generar rendimientos decrecientes tras la disposición finita de tierra y un aumento limitado de la producción de alimentos, precipita el estado estacionario. Es evidente que el modelo económico de Malthus no incorpora la relevancia de la introducción de mejoras técnicas en la agricultura; aunque asume al salario de sobrevivencia como la principal alternativa reguladora de la brecha existente entre el comportamiento demográfico y la producción de alimentos (Malthus, 1998).

David Ricardo (1994) -desde una perspectiva deductiva que privilegia la abstracción y la contrastación lógica de algunos supuestos y sus implicaciones- planteó que el crecimiento económico sería estimulado con el incremento del capital y la introducción del progreso técnico en la producción y, especialmente, en las tierras de limitada fertilidad; el factor del avance tecnológico termina por condicionar el excedente de producción y la tasa de beneficio del capital, en la medida en que los salarios se mantengan a niveles de subsistencia. Como consecuencia de una tasa de beneficios que se reduce al incrementarse el producto, la falta de incentivos para invertir también es reconocida por Ricardo como una de las condicionantes que llegan a friccionar el crecimiento económico. En tanto que el estado estacionario se gestaría con la aparición de rendimientos decrecientes a partir de la utilización intensiva de capital y mano de obra en una extensión fija de tierra que cada vez mostrará más una calidad y fertilidad inferior; más incluso, el crecimiento demográfico estimulado por el crecimiento económico, a decir de Ricardo, precipita la caída de la tasa de beneficio aunque los salarios reales se mantengan constantes; al emplearse mayor cantidad de trabajo por unidad de producto, la acumulación de capital es detenida.

Paradójicamente, para el economista inglés el estancamiento de la economía deriva del mismo crecimiento económico. En suma, al aumentar la renta de la clase terrateniente, tras expandir su producción, tienden a disminuir los beneficios; pero esta tendencia también puede presentarse al aumentar la tasa de salarios como consecuencia del crecimiento de la población y de la demanda de alimentos. Estos rendimientos marginales decrecientes que frenan el crecimiento económico serían contrarrestados con la introducción del progreso técnico y con un comercio exterior que propicie la especialización en la producción.

Para John Stuart Mill (1806-1873), el crecimiento económico es impulsado por el excedente neto (compuesto por beneficios, rentas y alzas en los salarios reales). A partir de la ley de Say, Mill (1985) argumenta que el incremento de la producción está en función de la acumulación de capital y de su inversión derivada del ahorro. En su modelo del crecimiento económico, retomando varios de los argumentos de David Ricardo, Mill relacionó los rendimientos decrecientes, el crecimiento demográfico, el progreso técnico y la acumulación de capital; solo que, a diferencia de varios pensadores clásicos, no consideró que el estado estacionario fuese un hecho económico negativo, pues tras lograrse el progreso económico y la riqueza de la sociedad, se abrían cauces para emprender reformas sociales que materialicen la igualdad económica.

Aunque es posible ubicar a la teoría crítica marxista en la senda de las teorías económicas de las crisis, resulta sugerente desentrañar algunos de sus supuestos en torno al crecimiento económico, reconociendo que se trata de una crítica a la economía política clásica. Karl Marx (1818-1883) fue capaz, sobre la base del pensamiento dialéctico, de estructurar una teoría del cambio social al reflexionar sobre el desarrollo de la historia humana, y una teoría crítica respecto al comportamiento del modo de producción capitalista, reconociendo en ella las contradicciones del capitalismo y el carácter inherente de las crisis. Si la fuente de la riqueza y del valor es la fuerza de trabajo y, especialmente, el trabajo excedente no remunerado por el capitalista (plusvalía) en la fase de producción, la acumulación de capital está en función del incremento de la plusvalía (intereses, renta y utilidades netas, o la diferencia entre el ingreso neto y el pago de salarios), derivada de la reducción de los salarios reales y la introducción de progresos técnicos que ahorran mano de obra en la producción; en este proceso desempeñan un papel destacado la tasa de ganancia -que responde a la tasa de explotación y a la composición orgánica del capital, que tiende a ser creciente tras adoptarse el progreso técnico para ahorrar trabajo-, además del llamado ejército industrial de reserva, al regular los salarios a la alza o a la baja según el nivel de desocupación y la demanda de fuerza de trabajo. La crisis podría evitarse con el aumento de la tasa de rendimiento del capital, o al menos con su tendencia a mantenerse constante.

Detallando el modelo del crecimiento económico propuesto por Marx, tenemos que el sistema económico se divide entre un sector que produce bienes de capital y materias primas, y otro que produce bienes de consumo; ambos pueden alcanzar un equilibrio en su capital constante a partir de la composición orgánica de capital, la tasa de explotación (distribución del ingreso entre los salarios de la fuerza de trabajo y la plusvalía apropiada por el propietario) y de la tasa de acumulación (propensión al ahorro mostrada por el capitalista). En suma, la tasa de crecimiento tiende a aumentar si se incrementa el ingreso proveniente de la propiedad de los medios de producción, o bien, si se incrementa la tasa de explotación (para rastrear este modelo del crecimiento, véase Marx, 2008).

Joseph Alois Schumpeter (1883-1950), al esbozar su teoría de los ciclos económicos y reconocer el carácter fluctuante e inestable del capitalismo, asume que el crecimiento económico es impulsado a través de las innovaciones introducidas en la producción por un empresario innovador que adopta una actitud de riesgo en aras de propiciar con ellas acumulación de capital. Para el economista austriaco, el proceso económico atraviesa por una fase cíclica de crisis y recesión, y de ella sólo se saldrá al motivarse una fase de expansión estimulada por el papel crucial de la ciencia y la tecnología en la producción. Si estos cambios técnicos se tornan positivos, aumentarán los beneficios de la empresa que introdujo dichas innovaciones, situación que será imitada por otras empresas competidoras, que le disputarán la posesión de esos beneficios al incrementarse la inversión en el proceso de producción, de tal forma que, al generalizarse las innovaciones, se estimula el crecimiento de la economía. Pero esta introducción y generalización de las innovaciones muestran un límite al frenarse las inversiones y precipitarse de nueva cuenta una fase de contracción de la actividad económica que sólo será trascendida con la incorporación de nuevas innovaciones que orientarán el proceso económico hacia una fase de recuperación. En todo ello resulta importante, a decir de Schumpeter, un entorno institucional y social que brinde mínimas condiciones para la introducción de las innovaciones, así como un mercado financiero sólido que canalice recursos al empresario innovador que arriesga (Schumpeter, 1997). Como el progreso técnico explica las transformaciones y fases de prosperidad del capitalismo, el pensador austriaco argumentó que la innovación consiste en un proceso de destrucción creadora que trastoca radicalmente la estructura económica desde dentro, al destruir incesantemente lo antiguo y crear elementos nuevos (Schumpeter, 1963:121).

Cabe destacar que la economía política clásica asumió la concepción del orden natural para las sociedades humanas y la fortaleció con una perspectiva evolucionista que -a diferencia del pensamiento escolástico europeo regido por la preservación del statu quo- privilegió el cambio social en detrimento del estancamiento prevaleciente en el modo de producción feudal; de ahí que los pensadores clásicos se orientaran a estudiar sistemáticamente los factores y causas que inciden en el crecimiento económico y en la riqueza de las naciones, considerando en sus modelos económicos la transición inevitable de la historia económica de un estado de progreso al estado estacionario.

Incluso hasta en la estructura conceptual de la teoría crítica marxista, la economía política clásica arraigó en sus modelos económicos el principio de la necesidad; el cual remite a las dimensiones ontológicas, sociales y políticas del proceso económico. Sin embargo, con la génesis y predominio de la teoría económica neoclásica derivada de la revolución marginalista y del modelo del equilibrio económico general, este principio de la necesidad es suplantado por el de maximización de los beneficios y del placer. Más aun, si la acumulación de capital y el progreso económico fueron el principal interés teórico y normativo de los pensadores clásicos desde finales del siglo XVIII hasta el último tercio del siglo XIX, los economistas neoclásicos -hacia finales del siglo XIX y principios del XX- orientaron sus reflexiones teóricas al análisis del proceso económico en condiciones estáticas, así como a la asignación de recursos, el intercambio y la fijación de los precios.

Con la crisis financiera de 1929 y la Gran Depresión que le siguió durante la década de los treinta del siglo XX, fue cuestionado y agotado el modelo del equilibrio económico general sustentado en un sistema en interconexión, movido por el supuesto de la competencia perfecta y que propugnó la maximización simultanea de los beneficios entre los individuos que concurren en el proceso económico. La principal crítica provino del economista británico John Maynard Keynes (1883-1946).

Keynes, además de privilegiar la incidencia de la demanda, identificó dos factores que inciden en el crecimiento económico: por una parte, las inversiones estimulan el crecimiento y, a su vez, las decisiones empresariales en torno a ellas son motivadas por el llamado animal spirit y las expectativas del inversionista; y por otra, el ahorro y las posibilidades que abre a nuevas inversiones. Ello sin dejar de lado la incidencia de factores como el crecimiento demográfico, la distribución del ingreso y los avances tecnológicos. Para el británico, a diferencia de los economistas clásicos, el equilibrio entre el ahorro y la inversión real (eficiencia marginal del capital) no es tan sencillo, pues influyen multitud de factores como las tasas de interés y los rendimientos futuros esperados. Además, la política económica -especialmente la política fiscal, o la estrategia de impuestos y gasto público que puede incidir en el empleo, los precios y el ingreso- es considerada como un instrumento para contrarrestar los efectos de las fluctuaciones y las tendencias cíclicas del proceso económico y, en buena medida, revertir la insuficiencia de demanda, la subproducción y el desempleo. En el fondo de estos argumentos subyacía la idea de que el mecanismo de mercado y la iniciativa privada, por sí mismos, no garantizan el pleno empleo y el equilibrio económico, sino que se precisa de inyecciones de inversión pública en el flujo de la renta en el contexto de una amplia planificación de la política fiscal y de impuestos progresivos.

A partir de las incursiones de Keynes en torno al debate relativo al crecimiento económico, los economistas que dominaron la construcción teórica en la segunda posguerra enfatizaron en las fluctuaciones económicas de corto plazo, y sólo a partir de la década de los cincuenta la reflexión sobre el crecimiento económico se convierte en un eje central de la teoría económica y de los objetivos de política económica, esbozándose así propiamente teorías del crecimiento económico.

 

5. Las teorías modernas y contemporáneas del crecimiento económico

Los últimos años de la década de los treinta del siglo XX y, particularmente, las consecuencias económicas derivadas del fin de la Segunda Gran Guerra a partir de 1945, abrieron amplios cauces para la reflexión sistemática en torno al crecimiento económico. Mientras el pensamiento económico clásico prefiguraba un futuro nada halagüeño para las economías avanzadas que encabezaban la expansión del capitalismo, las teorías y modelos del crecimiento económico esbozados desde 1940 corroboraron, a partir de la nueva realidad económica, que ese escenario negativo o de estado estacionario no se consumó; al tiempo que esos sistemas teóricos se caracterizaron por un mayor grado de modelización y formalización matemática, así como por el más amplio número de variables cuantitativas y cualitativas, y un mayor trabajo empírico a raíz de las ricas aportaciones de las técnicas estadísticas y de la econometría. De tal manera que se pretende perfeccionar y actualizar los supuestos y contribuciones provenientes del pensamiento económico clásico, y abordar el nuevo orden económico internacional entonces emergente.

5.1. Los modelos Harrod-Dormar: la ampliación y dinamización de la macroeconomía keynesiana y la imposibilidad del equilibrio económico con pleno empleo

En un primer momento, los modelos de Roy F. Harrod (1900-1978) y Evsey D. Domar (1914-1997) se orientaron -tras asumir una función de producción donde no es posible sustituir los factores del capital y el trabajo en la producción (función de producción con coeficientes fijos), así como una "propensión marginal a ahorrar" fija y delimitada exógenamente- a ampliar y dinamizar la teoría keynesiana del crecimiento, reconociendo que es posible la presencia en el tiempo de dificultades -escasez de mano de obra, según Harrod (1939), y escasez de inversión, según Domar (1946)- que obstaculizan el logro de un crecimiento equilibrado con pleno empleo; ambos modelos privilegian delinear las condiciones a cumplir en una economía de mercado para crear el volumen de demanda agregada que contribuya a alcanzar dicho objetivo.

A grandes rasgos, el llamado modelo Harrod-Domar explica que el crecimiento de la producción está en función de la demanda. Bajo estas condiciones, y al ser improbable el crecimiento económico con pleno empleo y estabilidad, se abría un amplio margen para la crisis, el desempleo y el desequilibrio en el sistema económico. Si una economía subdesarrollada tiende al desempleo estructural, estos autores sugieren una política económica que procure igualar la tasa de crecimiento de la renta nacional o tasa de crecimiento natural o efectiva (a través del control de la natalidad y el crecimiento demográfico, para afectar la oferta de fuerza de trabajo, y la reducción de la productividad del factor trabajo) con la tasa de crecimiento garantizada (mediante políticas fiscales, políticas monetarias y reformas para la apertura financiera que tiendan a estimular y aumentar el ahorro; políticas de tasas de interés en el mercado financiero, y la reducción de la ratio capital-producto por la vía de técnicas de producción intensivas en trabajo).

Ambos modelos privilegiaron generar e introducir una macroeconomía dinámica para estudiarlos factores y fuerzas -principalmente las expectativas y los incentivos para invertir-que condicionan y producen incrementos en las principales variables de la demanda. Además, rechazaron los supuestos de la teoría económica neoclásica, incorporando el criterio de la inestabilidad en sus modelos y considerando como un factor exógeno el progreso técnico; así llegan a una conclusión parecida que les hace creer en la recurrencia de la depresión a largo plazo capaz de provocar y generalizar el desempleo masivo (Harrod) y la infrautilización de los recursos y la capacidad productiva (Domar); ello tal vez por la influencia del contexto histórico que vivían en aquellos años signados por la crisis económica y la guerra, extendida hasta 1945.

5.2. El modelo Solow-Swan: el retorno del equilibrio neoclásico y la relevancia de la acumulación de conocimiento ajeno a la intervención de los agentes económicos

Con la finalidad de atender el tema del desequilibrio considerado en los modelos Harrod-Domar y reivindicando los supuestos de la teoría económica neoclásica, Robert Merton Solow (n. 1924) y Trevor W. Swan (1918-1989) esbozan -enfatizando en la función del capital en su relación con el producto- modelos del crecimiento económico alternativos a la teoría económica keynesiana y a los mismos modelos de Harrod y Domar. Solow (1956 y 1957) y Swan (1956) incorporan en sus modelos la incidencia que ejerce el incremento de la población, así como el papel del residuo tecnológico en el crecimiento, sin dejar de lado un comportamiento equilibrado y sin distorsiones, de tal modo que sus supuestos se orientan a explicar el proceso de acumulación de conocimiento -en tanto factor exógeno y al alcance de todos los países. Solow y Swan posicionan como una de las dimensiones principales de su modelo la acumulación del capital físico, teniendo como variable exógena más relevante al capital humano (cualificaciones y educación) en tanto motor capaz de crear nuevo conocimiento que impulse una eficiencia del capital y, por ende, un crecimiento económico.

Más aun, lo que intentaron demostrar estos economistas a través de su modelo de oferta es que -en condiciones de un mercado con competencia perfecta, con una verificación de la ley de Say por hipótesis, una simetría o proporción fija entre el ahorro y la inversión, y considerando una función de producción con rendimientos constantes a escala y decrecientes para cada uno de los factores de la producción- el crecimiento puede presentarse en condiciones de estabilidad y, a su vez, garantizar el pleno empleo; para ello dejaron de lado la función de producción de coeficientes fijos, propia de los modelos de Harrod y Domar, e introdujeron una función de producción neoclásica que permitiese la sustitución entre el capital y el factor trabajo, en aras de tornar variable la relación capital-producto para posicionar a la economía o hacerla converger hacia un equilibrio de largo plazo o a un estado estacionario. Pretendieron demostrar también que una economía nacional puede crecer al mismo ritmo que la tasa de crecimiento del factor trabajo, y que este crecimiento será estable y sostenido si se presenta un equilibrio entre la oferta y la demanda agregadas. Si el equilibrio estable y sostenido (estado estacionario) supone un nulo crecimiento del ingreso per cápita, para estos autores resulta relevante la incorporación del cambio tecnológico -que presenta una tendencia creciente-(Solow, 1957), en tanto factor exógeno -sea en el sistema económico o en el modelo teórico-, que es útil para explicar las tasas de crecimiento positivas del producto y del ingreso per cápita que se presentan a largo plazo, puesto que adoptando una función de producción neoclásica el crecimiento económico no es explicado a cabalidad por el incremento de los factores de la producción; de ahí el nombre de modelos de crecimiento exógeno.

En el contexto del pleno auge del patrón de acumulación taylorista/fordista/keynesiano signado por la producción en serie y a gran escala, la proliferación de grandes corporaciones empresariales y la acumulación de capital físico, Solow consideró que el cambio tecnológico (o el residuo en la contabilidad del producto que no es atribuido a la acumulación de factores) facilita que la formación de capital siga mostrando una tendencia ascendente. En este modelo, el nivel del ingreso per cápita está en función de la tasa de ahorro que delinea el stock de capital, así como de la función de producción relacionada con el avance tecnológico; más aun, en condiciones de estado estacionario (crecimiento de las variables a una tasa constante o a cero), la tasa de crecimiento de la producción agregada deriva de la tasa de crecimiento de la población y de la tasa de progreso técnico, en tanto que la tasa de crecimiento de la producción per cápita es independiente de la tasa de ahorro o de la inversión, y está en función únicamente de un cambio tecnológico exógeno que no es gestado por la intervención de los agentes económicos (Solow, 1956).

En este modelo, el crecimiento económico no depende de la tasa de inversión, pues se admite que todo ahorro se trasmuta automáticamente en inversión, quedando sin efecto la insuficiencia de demanda manejada por los modelos Harrod-Domar; más bien, la acumulación está en función del capital, el cambio tecnológico y el capital humano exógenos. Mientras que los modelos Harrod-Domar le otorgan un papel relevante al ahorro -un factor de la oferta, por cierto- en la determinación de la tasa de crecimiento económico, Solow argumenta que la tasa de ahorro es independiente y sus efectos sólo serán temporales, pues la propensión a ahorrar incide en el stock de capital, más no en la acumulación de capital ni en la tasa de crecimiento a largo plazo.

Para Solow, si la tasa de crecimiento del stock de capital y del producto fuera igual a la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo, se garantizaría el pleno empleo; sin embargo, como el producto crecía a la misma tasa que el factor trabajo, el producto per cápita (equivalente al producto dividido entre la fuerza laboral) no tiende a incrementarse. Respecto a las asimetrías de crecimiento entre los países, la convergencia económica (convergencia absoluta) se presentaría a partir de rendimientos marginales decrecientes del capital o a partir del estado estacionario, pues entre una economía nacional atrasada y otra avanzada, aquella con un bajo stock de capital per cápita inicial y con una menor relación capital-trabajo sería capaz -al modificarse, adaptarse y homogeneizarse su estructura productiva- de incrementar rápidamente la productividad marginal del capital, aumentar los rendimientos, incentivar la inversión y, por tanto, impulsar un mayor crecimiento económico, hasta alcanzar ambos países un mismo nivel de equilibrio de largo plazo.

Considerados todos estos supuestos y sobre todo la idea de que no se presentaría la inestabilidad ni un crecimiento con desempleo involuntario, el aparato de Estado y las políticas económicas tienen escaso margen de intervención para incidir de manera duradera en el crecimiento de las economías; de esta forma, las decisiones públicas en materia de incremento de la tasa de ahorro tendrán efectos positivos transitorios o a corto plazo en la tasa de crecimiento de la economía ("paradoja neoclásica"), pero no sobre las tendencias del ingreso per cápita, pues en ello sólo incidirán favorablemente y de manera duradera aquellas políticas económicas, tecnológicas y educativas que atiendan al cambio tecnológico; además, se considera importante emprender políticas de planificación familiar para reducir la natalidad, puesto que si la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo se dispara, el producto per cápita será menor.

5.3. Las teorías y modelos postkeynesianos del crecimiento: entre el equilibrio dinámico y la incertidumbre del capitalismo

Los modelos postkeynesianos del crecimiento surgen hacia finales de la década de los cincuenta como un esfuerzo por difundir, ampliar, complementar y actualizar la obra de John Maynard Keynes -especialmente su teoría de la demanda agregada- y como una reacción a la distorsión y a la inadecuada interpretación de sus principales tesis de teoría macroeconómica. En su conjunto, los teóricos que sustentan estos modelos de crecimiento -a diferencia de los economistas neoclásicos- parten de la idea de que el sistema económico capitalista es inestable y tiende al desequilibrio, como consecuencia de la distancia y hasta contradicción suscitadas entre los incentivos privados y las necesidades sociales, que derivan en inconsistencias en la demanda efectiva.

Para corregir esta inestabilidad, el Estado adopta políticas económicas proactivas y asume un papel protagónico mediante el gasto público e imponiendo límites a las grandes corporaciones y a los agentes de los mercados financieros; de ahí que argumenten que el equilibrio del mercado no se logra por sí sólo ni existe competencia perfecta. Reconocen la relevancia de la acumulación de capital en el proceso económico, puesto que incide favorablemente en la inversión -motivada por las expectativas empresariales de lograr mayores beneficios a futuro e incorporar mayor capital- y en el nivel de empleo. Además, argumentan que las instituciones son capaces de incidir en las decisiones tomadas por los agentes económicos que se enfrentan a la incertidumbre. Con relación a estos modelos, cabe mencionar que sobresalen diversas aportaciones.

5.3.1. Nicholas Kaldor: la distribución de la renta y la estrategia de industrialización como pilar del crecimiento económico

Nicholas Kaldor muestra un mayor interés por la distribución de la renta partiendo del papel del ahorro y tratando de adaptar las tesis de Keynes al análisis de esta problemática (Kaldor, 1955/1956). Reconoce también que el crecimiento equilibrado con pleno empleo es posible, aunque mantiene constante la relación capital-producto e incorpora la distribución funcional del ingreso. Considera que la renta o el ingreso nacional se distribuye entre dos modalidades de agentes económicos: los capitalistas, que logran beneficios, y los trabajadores, que solo son asalariados. Si bien ambos ahorran, cada uno, en última instancia, posee una cierta propensión a ahorrar; de ahí que la tasa de ahorro en una economía nacional está en función de la distribución del ingreso entre beneficios y salarios, tomando en cuenta que los capitalistas muestran -respecto a los trabajadores- una mayor propensión a ahorrar pues los asalariados gastan su ingreso en bienes de consumo.

En este modelo se trata de demostrar una condición de crecimiento con pleno empleo, en la cual el desequilibrio se suprime alterando la participación de los beneficios del capitalista en el ingreso; participación que a su vez depende únicamente de los animal spirits o de las decisiones empresariales, esto es, de la inversión como proporción del ingreso. Esta condición de equilibrio dinámico supone que la inversión es igual al ahorro a través del tiempo. Además, la tasa de crecimiento esperada o deseada (que expresa las expectativas de los inversionistas) se ajusta a la tasa de crecimiento natural mediante las modificaciones en la participación de los beneficios en el producto, sin que ello suponga una tendencia a la igualdad entre ambas tasas, sino más bien una desincronización que genera los ciclos económicos como expresión de la caída de la inversión.

Como la economía alcanza el supuesto del pleno empleo y la ratio inversión-producto es independiente de la propensión a ahorrar y de la participación de los beneficios o del salario real, para Kaldor la distribución del ingreso entre capitalistas y trabajadores está en función de la inversión o de las variaciones de la demanda; si la inversión aumenta -y de su mano, también la demanda-, se incrementan los precios y, por tanto, los márgenes de ganancias de las empresas, pero al aumentarlos precios, el consumo real disminuye.

Así, se postula que si los precios o los márgenes de beneficio de las empresas son flexibles, la economía tenderá a la estabilidad con pleno empleo: pero ello -el equilibrio o la estabilidad— sólo se alcanzará bajo la condición de que la propensión a ahorrar de los capitalistas sea mayor que la mostrada por los trabajadores (ello garantiza la relación positiva entre inversión y beneficios), y se medirá a través de un coeficiente de sensibilidad de la distribución del ingreso al indicar las modificaciones en la participación de los beneficios (iguales a la inversión y al consumo de los empresarios) en el ingreso, frente a las alteraciones en la inversión como porcentaje del producto. Con este modelo se refuerza la tesis keynesiana de que los beneficios de los capitalistas están en función de su gasto en inversión; más aun, se trata de demostrar que el equilibrio con pleno empleo supone que el capital crece a la tasa natural, y si es constante la relación capital-producto, entonces la tasa de ganancia dependerá de la tasa de crecimiento y de la propensión a ahorrar.

Para Kaldor, la tendencia al crecimiento con pleno empleo depende de que se cumplan cuatro restricciones: 1) la distribución de ingreso no se alterará de tal manera que el salario real sea menor que el salario mínimo; 2) la tasa de ganancia no puede ser menor que la tasa de compensación del riesgo, o lo que es lo mismo, de aquel nivel que ofrece el mínimo beneficio que los empresarios necesitan para decidir invertir su capital; 3) los beneficios de las empresas no pueden estar por debajo del grado de monopolio o de competencia imperfecta; y 4) la relación capital-producto no puede depender de la tasa de ganancia y de la participación de los beneficios en el producto. Al no satisfacerse la primera restricción, la demanda tiende a caer tras mantenerse el nivel de los salarios por debajo de los salarios de subsistencia; en tanto que el incumplimiento de la segunda y tercera condición, induciría el estancamiento económico. Agrandes rasgos, las modificaciones en la distribución del ingreso que se inclina del lado de los capitalistas en detrimento de los asalariados provocan un incremento del ahorro, de tal modo que la acumulación de capital crece; así, mientras la relación capital-producto sea constante, la función de producción muestre coeficientes fijos y la tasa de ahorro sea endógena y esté en función de los cambios en la distribución del ingreso, el crecimiento con pleno empleo será posible.

Más aun, el mismo Kaldor y James Mirrlees (1962) postulan que el crecimiento económico se fundamenta en el progreso técnico, expresado en la producción de nuevo equipo y maquinaria a partir de una mayor inversión, reconociendo también su obsolescencia, la depreciación física (destrucción total de una parte del stock de capital), la inversión bruta fija en capital por unidad de tiempo y las condiciones de riesgo e incertidumbre que priman en las decisiones de inversión y en el comportamiento del empresariado. El modelo supone una economía cerrada, con progreso técnico exógeno y un incremento de la población constante, también fijado exógenamente; en tanto que, de los modelos keynesianos del crecimiento económico, retoman el supuesto del ahorro pasivo y que la inversión está en función de las decisiones de los empresarios y es independiente a la tasa de ahorro. Más aun, se perfila la idea de que el ingreso y los beneficios propician el ahorro necesario para alcanzar cierto nivel de inversión, que a su vez es inducido por el incremento de la producción en el marco de una economía que es capaz de gestar un crecimiento continuo con pleno empleo; de ahí que las decisiones relativas a la inversión son acordes al número de trabajadores disponibles y al monto de inversión por cada asalariado.

Otro supuesto importante del modelo consiste en postular que para lograr la maximización de los beneficios, el empresariado buscará las formas de expandir el tamaño de sus empresas, manteniendo un exceso de capacidad productiva, con la finalidad de aumentar su participación en los mercados o incursionar en otros nuevos. En suma, la productividad del factor trabajo y del sistema económico en su conjunto no aumenta por la reducción del número de trabajadores que usan el equipo y la maquinaria disponibles en la empresa, sino por la inversión de nuevo capital y la creación de nuevo equipo y maquinaria que incorporan progreso técnico; al aumentar la inversión per cápita, la productividad por trabajador en el equipo recién creado se incrementará, pero a una velocidad cada vez menor. Para ambos autores, el equilibrio se alcanza al igualarse la tasa del crecimiento del producto per cápita con la tasa de crecimiento de la productividad de la maquinaria y equipo recién creados, al tiempo que las dos tasas equivalen a la tasa de crecimiento de la inversión fija por trabajador y a la tasa de crecimiento de los salarios.

Tal como se expuso en parágrafos anteriores, Kaldor (1963) también estipuló una serie de hechos estilizados, o lo que generalmente se conoce como leyes del crecimiento económico de Kaldor, que remiten a las experiencias y fases de crecimiento económico por las cuales atravesaron distintos países industrializados hasta ese momento, señalando especialmente las diferencias en las tasas de crecimiento. Estos enunciados enfatizan los impactos positivos del incremento de la producción manufacturera en la economía nacional al arrastrar -mediante su efecto multiplicador- favorablemente a los otros sectores económicos e incrementar la productividad del conjunto de las actividades económicas.

Más aun, Kaldor (1963) identifica varios factores que pueden contribuir al crecimiento de las economías nacionales, entre los cuales destacan el incremento sostenido y a largo plazo de la renta o el ingreso per cápita; el incremento del capital físico por trabajador ocupado; una tasa de retorno del capital que tienda a ser constante; el aprovechamiento de las ventajas comparativas y del equilibrio dinámico; la acumulación de capital físico y el progreso técnico exógeno aunado a la especialización del trabajo y la incursión en novedosos métodos de producción. Para Kaldor, las restricciones en la demanda pueden frenar el crecimiento económico o explicar las diferencias en las tasas de crecimiento de dos unidades económicas comparadas (regiones o países), aunque exista un flujo en el movimiento de los factores de la producción.

En esta teoría sobresale la estrategia de la industrialización para impulsar crecimiento económico sobre la base de la especialización en la producción, de tal modo que la demanda de manufacturas y las economías de escala en la industria condicionarán la velocidad de esa expansión económica. De ahí que el sector público tiene como principal desafío proveer infraestructura de manera eficiente y abundante, al tiempo que enfrenta la insuficiencia de recursos presupuestales a través de una reforma tributaria. Además, Kaldor y Mirrlees (1962) sugieren políticas económicas para incentivar el cambio tecnológico en el sistema económico a través de mayores inversiones en la formación de científicos y en la investigación; ello también amerita la formación de gerentes empresariales que acepten y estimulen dicho cambio tecnológico en las empresas. Por si fuera poco, Kaldor (1958), reconociendo el papel favorable del sector público en la promoción de la estabilidad y el crecimiento económico, señala la relevancia de la política monetaria en la estabilización -en el corto plazo- de las tasas de interés, en aras de controlar la especulación en los mercados financieros; en tanto que la política fiscal, a largo plazo, puede detener la caída de la inversión y el advenimiento de la recesión a través del alza de la tasa de ganancia motivada por el estímulo de la demanda (reducción de las tasas impositivas).

5.3.2. Joan Robinson: la acumulación de capital como proceso contradictorio y regido por la incertidumbre

Partiendo de sustanciosas y fuertes críticas a la teoría del capital esbozada por los economistas neoclásicos -particularmente la manera en que se mide el factor de producción de capital y su posicionamiento en la función de producción agregada-, Joan Violet Robinson (1903-1983), respecto al crecimiento económico, canaliza su atención a la relevancia de la tecnología, las condiciones que inciden en el comportamiento de las empresas, la concentración empresarial y la inflación. Respecto de la teoría económica neoclásica, Robinson señala sus inconsistencias metodológicas y empíricas, el escaso realismo de sus supuestos, y su inadecuación a la vida económica de aquel entonces. Para la economista británica, la fuente de la acumulación de capital y del crecimiento económico es el ya mencionado animal spirit del empresariado (Robinson, 1969). Más aun, Robinson argumenta que la demanda crea condiciones de desempleo o de inflación, pues al ser insuficiente, aumentará el número de desempleados, y si la demanda agregada se presenta de manera abundante, la inflación se mantendrá a bajos niveles; de allí su inspiración keynesiana.

Para Robinson, el crecimiento económico puede ser detonado por el progreso técnico, la mayor investigación y el incremento de la calidad de la educación; la competitividad de la economía; los salarios -que si se alteran pueden generar inflación, pero a su vez pueden inducir la demanda en el conjunto de la economía-; las expectativas -derivadas del aprendizaje pasado- en torno al stock de capital inicial; el financiamiento de la inversión, que puede -al disponerse o no- estimular o inhibir la mejora del proceso productivo en la industria en aras de aumentar su competitividad; y una política económica que privilegie la inversión para incrementar el empleo. Esta autora parte de que la inversión es independiente del ahorro y retoma también el supuesto keynesiano del animal spirit, atribuyéndole potencial para expandir el conocimiento científico y su trasmutación en progreso técnico, al tiempo que genera optimismo en la clase empresarial y estimula la inversión, al crearse nuevas empresas y emprenderse nuevos negocios. Robinson reconoce que el crecimiento económico supone una trayectoria histórica que no precisamente es armoniosa y en equilibrio, pues la acumulación de capital se despliega en condiciones de desequilibrio, incertidumbre y contradicción.

En este modelo del crecimiento económico se otorga mayor relevancia a la inversión por encima del ahorro, e incluso se identifican tres factores que inciden en el incremento de la inversión, tales como el principio de la eficiencia marginal del capital, que remite a los factores que intervienen en las decisiones empresariales en materia de inversiones; los mecanismos financieros que habilitan o constriñen los procesos decisorios y el principio del acelerador, que implica las relaciones circulares entre la inversión y la demanda agregada. En suma, la acumulación de capital es impulsada por la rentabilidad esperada y la disponibilidad de financiamiento interno (Robinson, 1969), cuya expansión es resultado de la acelerada industrialización y del mismo crecimiento de las economías nacionales (Robinson, 1956).

5.3.3. Luigi Pasinetti y Michal Kalecki: entre el crecimiento con equilibrio y el ciclo económico

Michal Kalecki (1899-1970), además de plantear un modelo del crecimiento económico para una economía centralmente planificada, esboza -reconociendo el fenómeno de la concentración de empresas y la competencia imperfecta- un modelo del crecimiento para una economía capitalista sustentado en el papel central de la inversión en su relación con el conjunto del ciclo económico y no con el efecto multiplicador. De esta forma, para Kalecki el crecimiento económico necesita de la introducción de nuevo capital a partir del despliegue de nuevas inversiones que pueden modificar el ciclo económico, en una lógica de círculo virtuoso que favorece las expectativas de crecimiento. Considera también que, en el largo plazo, el aumento de la población incrementa las posibilidades de producción, pero a condición de que el crecimiento de la masa de trabajadores precipitaría la caída de los salarios y de los precios, de tal modo que la demanda efectiva no se perfilaría al alza. Más aun, como la tasa de interés disminuye con la abundancia de crédito bancario, la inversión es estimulada, con lo que se crea el empleo necesario para atender ese crecimiento demográfico.

Para este economista, en la contabilidad del crecimiento económico o del Producto Interno Bruto, las ganancias de los capitalistas -asumiendo que los asalariados no ahorran y que prevalece una subutilización de la capacidad productiva- están condicionadas por sus gastos en inversión y su gasto en consumo (Kalecki, 1956); de tal forma que los capitalistas ganan lo que gastan y los trabajadores gastan lo que ganan (Kalecki, 1942). En este modelo se reconoce una relación directa entre las ganancias y los salarios; de ahí que se presente un vínculo favorable entre estos últimos y el crecimiento económico, pues al incrementarse los salarios, la demanda efectiva también tiende al alza y la producción es impulsada. Pese al aumento de los costos salariales de las empresas, la demanda aumenta tanto que las ganancias de las organizaciones productivas no se resienten e, incluso, tenderían a incrementarse a un ritmo que favorece la tasa de crecimiento económico; se trata de la llamada "paradoja de los costos". Lo anterior significa que el aumento de la inversión supone un incremento de las ganancias de los capitalistas y, a partir de esto último (la distribución de la renta inclinada hacia el lado de los beneficios), la tasa de ahorro crece (Kalecki, 1942).

En materia de distribución del ingreso, en esta teoría la balanza la inclina el conflicto social protagonizado por las clases, de tal manera que las prácticas de monopolio condicionan la distribución al estipularse precios mediante el margen de ganancia (mark up).

Luigi L. Pasinetti (n. 1930) cultiva -e incluso complementa y enriquece- varios de los intereses teóricos anteriores en torno al crecimiento económico y que fueron introducidos y reivindicados por los economistas postkeynesianos; sin embargo, hace la distinción de dos modalidades de distribución del ingreso -la cual está en función de la tasa natural de crecimiento, de la propensión a ahorrar y de la ratio capital-producto-: aquella suscitada entre beneficios y salarios, y la gestada entre el empresariado y los trabajadores, argumentando que si un agente económico ahorra, es posible que reciba intereses por ese ahorro, de tal modo que si los capitalistas y trabajadores ahorran, ambos percibirán ganancias y participarán de los beneficios totales, de tal modo que Pasinetti no supone que la propensión a ahorrar entre los asalariados es igual a cero, como en el modelo de Kaldor. Señala también que la distribución del ingreso condiciona la propensión a ahorrar de la economía, y prevalece cierto mecanismo de ajuste que puede garantizar el crecimiento con pleno empleo (Pasinetti, 1962 y 1974).

Pasinetti argumenta que, de acuerdo a ciertos principios institucionales, el salario se distribuye entre los empleados de acuerdo al trabajo que aportan en la producción, mientras que las ganancias se lo hace en proporción al capital de que disponen los agentes económicos; de ahí que en el largo plazo, los beneficios se distribuyen en proporción a la cantidad ahorrada (Pasinetti, 1962: 272-273). El equilibrio de la economía depende de dos restricciones: que la propensión a ahorrar de los asalariados no sea mayor a la ratio capital-producto y que en el caso de los capitalistas lo sea mayor, siempre y cuando se emprendan las inversiones de pleno empleo y los precios relacionados con los salarios sean flexibles.

Si no se presenta una tasa de crecimiento natural -siendo fija la relación capital-producto-, es necesario que la inversión respecto al producto se modifique y, a su vez, altere la tasa de ahorro; y como la propensión a ahorrar más relevante es la mostrada por los capitalistas, del modelo de Pasinetti se desprenden directrices de política económica que apuntan a aumentar la participación de los ingresos del empresariado en el producto a través de la creación de un entorno particular. Más incluso, Pasinetti argumenta que es posible la gestación de un crecimiento económico con pleno empleo, en la medida en que la tasa de crecimiento garantizada se ajuste a la tasa de crecimiento natural mediante las variaciones en la distribución del ingreso entre el empresariado y los asalariados. En suma, la tasa de ganancia de la economía está en función de la tasa de crecimiento natural y de la propensión a ahorrar de los capitalistas, y no depende de la tecnología ni de la propensión a ahorrar de los asalariados.

Por su parte, el modelo de Paul A. Samuelson (1915-2009) -al intentar otorgar validez a la función de producción neoclásica mediante una sustituta en la cual el capital es la única mercancía (Samuelson, 1962)- se orienta a estudiar el comportamiento del capital y su relación con el trabajo y la tecnología. Desde una perspectiva neoclásica y en abierto debate con Pasinetti, conjuntamente con Franco Modigliani (1919-2003), Samuelson plantea el llamado "Teorema dual", en el cual los trabajadores muestran dos propensiones a ahorrar: una referida a su ingreso salarial y otra relativa a su ingreso por la vía de los beneficios; sin embargo, plantean que si el stock de capital per cápita de los asalariados es mayor a cero, ello no es condición necesaria para propiciar un crecimiento económico estable y con pleno empleo (Samuelson y Modigliani, 1966a y b).

5.4. El modelo del crecimiento endógeno y el conocimiento como factor acumulable que propicia una expansión económica indefinida

Reconociendo el lento crecimiento de las economías europeas y estadounidense, y la amplia expansión de Japón y el sudeste asiático, partiendo también de la incursión de la economía mundial en la llamada sociedad del conocimiento resultado de la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación que privilegia usos intensivos de conocimiento cuyo cambio es dinámico, y tras el desierto teórico experimentado durante la década de los setenta en torno a las temáticas del crecimiento económico, se gesta a plenitud en la década de los ochenta la teoría del crecimiento endógeno -que tiene sus antecedentes en los esfuerzos teóricos iniciales de Marvin Frankel (1962) y Kenneth Arrow (1962). Con ello se llenan los vacíos dejados por el incumplimiento de las predicciones de la teoría económica neoclásica y de los modelos de crecimiento exógeno -cuyos argumentos plantean que el crecimiento del producto per cápita es motivado por un cambio tecnológico exógeno-, y articula su modelo bajo el argumento de que el progreso técnico, el conocimiento, los procesos de investigación y desarrollo, y el capital humano no son factores exógenos, sino elementos que tienden a mejorar la situación de las empresas y contribuyen al crecimiento de la economía en condiciones de competencia imperfecta y con retornos crecientes a escala. Esto es, se reconoce que la inversión en investigación científica es capaz de detonar un cambio tecnológico endógeno -derivado de decisiones conscientes y explícitas de gasto e inversión en investigación tecnológica-, de tal manera que las empresas que realizan investigación son favorecidas con un poder de mercado y condiciones de monopolio al descubrir, inventar o patentar un nuevo bien o servicio, o al mejorar las cualidades de aquéllos que ya se comercializan.

Esta teoría -tomando distancia de la función de producción neoclásica y del supuesto de los rendimientos marginales decrecientes para los factores acumulables- reconoció que ni los niveles de ingreso de los países ni sus tasas de crecimiento del producto ni el ingreso per cápita tendían a una convergencia, sino a una divergencia que favorecía a las economías desarrolladas (Rebelo, 1991); además, pretende esbozar explicaciones endógenas (internas y propias del sistema en cuestión) respecto a las posibilidades del crecimiento económico, así como esbozar análisis del crecimiento a largo plazo y no a corto plazo, como en otros modelos anteriores.

De los modelos del crecimiento esbozados por Marvin Frankel y Kenneth J. Arrow (n. 1921), las teorías del crecimiento endógeno retoman varios argumentos, a saber: la economía no llega a un estado estacionario, sino que es posible que continúe creciendo, siempre y cuando se parta de un acercamiento entre la función de producción neoclásica y la función de producción de coeficientes fijos procedente de los enfoques keynesianos, al tiempo que postula una función de producción agregada que internaliza los impactos de las empresas (de manera directa, el aumento del stock de capital; de forma indirecta, las mejoras en la organización de la producción y en la calidad del factor trabajo, etc.) (Frankel, 1962); además, se retoma la idea de que el conocimiento y el cambio tecnológico se construyen mediante un proceso de aprendizaje -en tanto fuente de los rendimientos crecientes- y de despliegue de la experiencia (learning by doing) en el proceso de crecimiento económico a partir de la generación de externalidades positivas derivadas de ese aprendizaje colectivo en las empresas; de ahí que el progreso técnico sea inherente a la función de producción (Arrow, 1962).

Paul M. Romer -desde una perspectiva shumpeteriana- argumenta que el crecimiento económico de largo plazo está en función de la acumulación de un bien de capital intangible, como el conocimiento -gestado a partir de la investigación en tecnología-, la cual es emprendida por agentes económicos maximizadores de beneficios (Romer, 1986). Se reconoce que la productividad del conocimiento tiende a crecer ilimitadamente y a mostrar rendimientos crecientes a escala; más aún, la producción se incrementa al no tener límites la acumulación de conocimiento y al generarse externalidades con su difusión en un contexto de equilibrio competitivo, pero sin posibilidades de alcanzar el pleno empleo (supuesto neoclásico que también es abandonado por esta teoría al retirar el factor trabajo de la función de producción).

Romer plantea también que el ingreso per cápita -a diferencia de los anteriores modelos neoclásicos- puede crecer ilimitadamente a medida que se incrementa la tasa de crecimiento del producto y del stock de capital, tanto físico como humano. Además, para este autor, si el cambio tecnológico condiciona el crecimiento económico, la tecnología deriva de las decisiones de ahorro e inversión que intencionalmente adoptan los agentes maximizadores al responder a los incentivos del mercado (pago por patentes) y al buscar la rentabilidad (relacionada con los derechos de propiedad intelectual que otorgan un monopolio temporal) mediante un bien público parcialmente excluible -a través de la apropiación monopólica temporal que brindan las patentes- y sin rivalidad, como lo es el conocimiento tecnológico (Romer, 1990). Para este enfoque, el crecimiento económico está en función del incremento del stock de conocimiento o del cambio tecnológico, el cual -a su vez- depende del volumen de capital humano dedicado a la investigación tecnológica; más aun, la tasa de crecimiento del producto se beneficia del tamaño de los mercados y de la expansión que puedan experimentar a través del comercio. En suma, Romer sostiene que el crecimiento de las economías deriva de la profundización de la división del trabajo alcanzada mediante la introducción del progreso técnico.

Por su parte, Philippe Mario Aghion (n. 1956) y Peter W. Howitt (n. 1946) -inspirados también en las ideas de Schumpeter- argumentan en su modelo que el crecimiento económico es resultado del progreso técnico que deriva de la competencia entre las empresas que crean, a través de la investigación, innovaciones para generar patentes y producir bienes de capital que incrementan la productividad y sustituyen a los antiguos (destrucción creadora), de tal forma que el progreso técnico torna obsoletos los productos, procesos, conocimientos y mercados, al tiempo que genera pérdidas y ganancias (Aghion y Howitt, 1992). En tanto que Gene Michael Grossman (p. 1955) y Elhanan Helpman (n. 1946) señalan también las relaciones entre las innovaciones y el crecimiento, argumentando que el conocimiento se acumula en el tiempo dentro del proceso de investigación y se aprovecha por otros agentes sin representar coste alguno tras difundirse de manera gratuita y emprenderse labores de imitación -especialmente entre los países del Sur, que innovan poco (Grossman y Helpman, 1991).

Además, estas teorías del crecimiento endógeno -bajo el supuesto de rendimientos constantes o de rendimientos no decrecientes para el factor capital- incorporan en sus modelos la posibilidad de lograr un equilibrio dinámico del sistema económico, con tasas de crecimiento positivas y sostenidas que no derivan del crecimiento continuo y exógeno de la productividad global o de alguna otra variable, sino que dicho incremento del producto per cápita es un fenómeno endógeno al propio comportamiento de la economía (Barro and Sala-i-Martin, 2004; Romer, 1986, 1987 y 1990; Lucas, 1988; Barro, 1991; Rebelo, 1991). Se considera también que si la tasa de ahorro y la inversión aumentan exógenamente a través de las políticas fiscales, ello incide en la tasa de crecimiento a corto plazo y en la tasa de crecimiento del estado estacionario

Además, estos economistas argumentan que la economía crece a una tasa constante que es independiente del stock de capital, de ahí que la tasa de crecimiento y el nivel del ingreso nacional no se relacionen ni tiendan a converger en este modelo, tal como ocurre en los modelos neoclásicos del crecimiento económico. También se considera que las recesiones temporales perpetúan sus efectos, pues si por alguna causa exógena la acumulación de capital se contrae, no volverá a crecer a la misma velocidad tras superarse la recesión.

Para los exponentes de este modelo, la convergencia en los niveles de crecimiento económico precisa de inversión en la formación y acumulación de capital humano, recursos financieros, un régimen de incentivos, información oportuna y un sólido andamiaje institucional. Especialmente, el capital humano puede impulsar la eficiencia o productividad y el crecimiento de la economía de dos maneras: el aprendizaje del trabajador emprendido al interior de la empresa a través de su entrenamiento y sus mayores niveles de formación educativa; y la irradiación, a nivel del conjunto de la sociedad y de las empresas, de la educación y las innovaciones tecnológicas. Son las externalidades positivas -mediante la incorporación del capital humano o del conocimiento en tanto factor de la producción acumulable- las que posibilitan las convergencias que apuntalan el crecimiento de la economía en el largo plazo, aumentan la productividad marginal y revalorizan al capital físico (Romer, 1986,1987y 1990; Lucas, 1988 y 1990; Barro, 1991). El conocimiento, al ser un bien público con coste cero, puede acumularse y es capaz de generar un knowledge spillover o externalidades tecnológicas que permiten a las empresas aprender y mejorar en su productividad (Romer, 1986 y 1990). Es necesario que el impulso a la creación de nuevo conocimiento marche a la par del aumento de la inversión destinada a la producción, y acompañarse ello de un logro de la eficiencia en las empresas a través de la capacitación laboral, hasta acumular experiencia (learning by doing) en materia de productividad (Barro and Sala-i-Martin, 2004).

El cambio tecnológico, para los exponentes de esta teoría, precisa de amplias inversiones en educación con miras a la formación de capital humano, así como en investigación tecnológica. En la perspectiva de Robert Emerson Lucas, Jr. (n. 1937), los modelos neoclásicos del crecimiento económico son reformulados al incorporar la incidencia del capital humano o de las habilidades del trabajador (Lucas, 1988). Esta teoría económica del capital humano se fundamenta en el tiempo dedicado por los individuos a su formación y adquisición de habilidades en aras de mejorarla eficiencia y productividad de los trabajadores futuros.

Mientras en los modelos de Harrod-Domar y de Robert Solow tiene relevancia el nivel de ahorro y el progreso técnico es exógeno y no es un factor de la producción, en las teorías del crecimiento endógeno se asume que la acumulación del conocimiento incentiva el crecimiento económico al generarse procesos de aprendizaje y al aplicarse el conocimiento al proceso productivo y a la generación de nuevo conocimiento dentro de las empresas. Además, estos economistas contemporáneos argumentan que mientras mayor sea la acumulación de conocimiento, más posibilidades existen de detonar y profundizar el cambio tecnológico, así como de incrementar el ingreso de manera acelerada, siempre y cuando se cuente con un amplio stock de capital, una abundante población formada y capacitada, y un entorno económico adecuado para la acumulación de conocimiento. En suma, en estos modelos, el crecimiento del producto per cápita se determina endógenamente o dentro de una economía nacional.

El capital humano no tiende a disminuir conforme la economía se expande, pues las externalidades que genera la difusión e irradiación del conocimiento y del cambio tecnológico contribuyen a contrarrestar los rendimientos marginales decrecientes en el camino que sigue la acumulación del capital físico. Además, el conocimiento tecnológico incide sobre el conjunto de los insumos y compensa la reducción de los rendimientos marginales de factores como el capital físico y el capital humano, incentivándose así un crecimiento del producto per cápita sostenido en el largo plazo.

Respecto a la intervención del Estado en el proceso económico y, específicamente, en lo que tiene que ver con la política económica, las teorías del crecimiento endógeno señalan que las políticas fiscales que estimulan el ahorro, la inversión y el cambio tecnológico -a diferencia de los anteriores modelos neoclásicos- inciden en la tasa de crecimiento a largo plazo. Además de atender la inversión en capital físico y en investigación y cambio tecnológico, para sus teóricos resulta preciso encaminar el conjunto de las políticas públicas a incentivar -en aras de reducir las brechas tecnológicas entre los países- la formación y acumulación de capital humano (Romer, 1993 y 1994) atendiendo ámbitos como la salubridad, la alimentación y nutrición, y la educación y capacitación laboral; de tal forma que esas medidas resulten rentables para las empresas privadas. Como la tasa de crecimiento no es óptima, los esfuerzos, tanto públicos como privados, en materia de inversión y cambio tecnológico ameritan contrarrestar la incertidumbre mediante el impulso de entramados institucionales sólidos -capaces de hacer válidos los derechos de propiedad, de suprimir las distorsiones y de hacer prevalecer el orden y regulen los mercados financieros- y la procuración de la estabilidad macroeconómica, empleando estrategias para el control y abatimiento de la inflación y la volatilidad en los tipos de cambio de las divisas.

Más aun, en este modelo el gasto público -financiado con un impuesto sobre la renta- se asume como una externalidad que genera el aparato de Estado para favorecer a la iniciativa privada; de ahí que los bienes públicos sean considerados como un insumo a la producción y se perfile una relación positiva entre la intervención del sector público y el crecimiento económico (Barro, 1990). Sin embargo, si el sector público sobrepasa los límites óptimos o si se presenta una retracción total de sus funciones esenciales, se gestan consecuencias negativas sobre la tasa de crecimiento del capital; además, el mismo Robert J. Barro (n. 1944) considera que los impuestos muy elevados afectan negativamente a la proporción del ingreso orientado al ahorro, en tanto que las elevadas tasas tributarias incentivan el incremento de la producción, al expandir la productividad marginal del capital, situación que aumenta la tasa de crecimiento económico.

Es posible que el progreso técnico, al ser endógeno, sea modelado por la política económica; esta influencia puede extenderse a la tasa de crecimiento de largo plazo, al fomentar estructuras jurídicas y políticas que faciliten la innovación tecnológica ylas posibilidades de adaptación de tecnologías ajenas. De ahí que las teorías del crecimiento endógeno consideren que a través de las políticas públicas se logre estimular el aumento del ahorro -interno y externo- y la inversión (pues a mayor ahorro, mayor inversión; a mayor inversión, un más alto stock de capital que, a su vez, incrementa la producción); propiciar el equilibrio fiscal y la estabilidad macroeconómica y sociopolítica; expandir los mercados financieros; promover el cambio tecnológico y la investigación para crear innovaciones en materia de productos y procesos (formación de recursos humanos, apertura de instituciones que fomenten la investigación tecnológica, creación de mecanismos para el financiamiento del cambio tecnológico); adoptar políticas de competencia y emprenderla apertura comercial para ampliarla extensión del mercado, aprovechar los retornos crecientes a escala y acceder a insumos con alto componente tecnológico (transferencia tecnológica); perfilar instituciones sólidas como los derechos de propiedad, las patentes, la propiedad intelectual y las regulaciones financieras, en aras de reducir la incertidumbre; y adoptar políticas sociales en materia de educación, salud, seguridad social y alimentación, con la finalidad de que el stock de activos en formación, educación y capacitación incremente la productividad del factor trabajo.

Estas intervenciones del sector público en el proceso económico tienen sentido en aras de contrarrestar la competencia imperfecta y la emergencia de externalidades tecnológicas; de ahí que se sugiera que dichas intervenciones corrijan los ritmos de creación de nuevas tecnologías hasta conducirlas a lo que se considera socialmente óptimo, contrarresten el carácter discrecional de las decisiones monopólicas y profundicen la difusión de las externalidades propias del cambio tecnológico.

Respecto a la convergencia y/o divergencia internacional en materia de tasas de crecimiento del ingreso per cápita en el largo plazo, estas teorías reconocen que la diferencia inicial entre el Norte y el Sur puede perpetuarse, y que ello sólo sería revertido si las economías subdesarrolladas asimilan las externalidades tecnológicas gestadas en el Norte y potencian al máximo los esfuerzos de imitación que propicia la transferencia tecnológica y la inserción de sus economías nacionales en el comercio internacional, a partir del fortalecimiento de las capacidades tecnológicas internas.

En suma, la teoría del crecimiento endógeno, más que ser una novedosa y genuina construcción teórica contemporánea, retoma muchos de los planteamientos expuestos en la economía política clásica y en obras de autores como Nicholas Kaldor; los actualiza y los potencia al otorgarles un mayor nivel de formalización econométrica. Además, estos modelos no reconocen la importancia de fenómenos como la demanda -pues se privilegia la oferta en la determinación del stock de capital y de la tasa de crecimiento del producto-, el desempleo -el supuesto con orientación neoclásica del pleno empleo se alcanza con los salarios flexibles- (esta última observación es expuesta en Dutt, 2003) y la presencia de fluctuaciones y desequilibrios en el sistema económico, es decir, el ciclo económico carece de relevancia.

5.5. Las teorías evolucionistas del crecimiento económico y la preeminencia de la demanda

Justo para atender varias de las limitaciones e insuficiencias teóricas de los modelos neoclásicos del crecimiento endógeno, se gesta el enfoque evolucionista, que incorpora también la relevancia del cambio tecnológico en la productividad y el crecimiento económico, pero a diferencia de los primeros, enfatiza la importancia de la demanda en este proceso, así como la función que desempeña el contexto institucional en la creación y difusión de conocimientos tecnológicos. Reconoce también que las decisiones económicas son tomadas con base en una racionalidad limitada y en condiciones de incertidumbre, y que predomina una brecha tecnológica entre el Norte y el Sur, dada por un cambio tecnológico que condiciona la competitividad internacional, la cual -a su vez- incide mediante la demanda efectiva en la tasa de crecimiento de las economías.

En estos modelos evolucionistas desempeña un papel importante el equilibrio de la cuenta corriente de la balanza de pagos, de tal modo que la adecuada tasa de crecimiento de largo plazo sea compatible con aquél (McCombie y Thirlwall, 1994). Como la demanda condiciona el crecimiento, entonces es necesario que éste sea impulsado por las exportaciones en tanto elemento importante de la demanda agregada y mecanismo para financiar las importaciones -sobre todo de bienes de capital dotados de alta tecnología- que el proceso de crecimiento precisa y que hacen más productiva a la economía nacional (Thirlwall, 2002). Si existen problemáticas relacionadas con la balanza de pagos, las naciones se enfrentan a la necesidad de restringir su crecimiento económico; de ahí que éste sea condicionado por la demanda y no por la oferta. Ello lleva a que Anthony Thirlwall sugiera políticas económicas que reviertan la restricción que ejerce la balanza de pagos sobre la demanda, procurando que las exportaciones sean atractivas y reduciendo la incidencia de las importaciones a través de una industrialización que goce de medidas proteccionistas; propone también la necesidad de impulsar el ingreso masivo de flujos de capital provenientes del exterior, especialmente en la forma de inversión extranjera directa. En suma, de lo que se trata con esta intervención del sector público es de lograr una tasa de crecimiento que sea consistente con el equilibrio de la balanza de pagos a través de cambios en la estructura productiva.

Por su parte, Bart Verspagen (n. 1966) argumenta que el cambio tecnológico incide sobre el crecimiento económico de forma directa, a través del incremento del acervo de conocimientos asimilados por las empresas, y de forma indirecta al incrementarse las exportaciones (Verspagen, 1993). Además, toma en cuenta la competitividad desigual que existe entre el Norte y el Sur -situación que frena la demanda y obstaculiza el crecimiento-, así como la brecha tecnológica internacional, la cual, si es mínima, favorece a las economías subdesarrolladas al emprender procesos de imitación a partir de la transferencia tecnológica; para ello es necesario contar con amplias capacidades internas de aprendizaje y con un entramado institucional que faciliten la adopción, adaptación y mejoramiento de los conocimientos importados. Tienen un papel relevante en este modelo las capacidades institucionales y tecnológicas internas al momento de hablar de una posible convergencia entre el Norte y el Sur; fenómeno que en última instancia se gestaría a partir de impulsar procesos de innovación autónomos en las naciones subdesarrolladas.

Estos enfoques evolucionistas reconocen también la divergencia internacional en materia de ingresos a partir del rezago tecnológico de las economías del sur del mundo; de ahí que las posibilidades de convergencia estén en función de que los países se encuentren dotados de capacidades tecnológicas e institucionales propias y que sus procesos de innovación alcancen cierta autonomía y sean autosostenidos.

En suma, estas teorías evolucionistas del crecimiento abogan por el impulso de políticas en materia de ciencia y tecnología, pero a la vez reconocen -a diferencia de las teorías del crecimiento endógeno- la relevancia de los entramados institucionales que inciden en los procesos de aprendizaje relacionados con el cambio tecnológico.

 

6. El crecimiento económico estudiado desde el sur del mundo: el pensamiento latinoamericano ante la teoría económica convencional

El pensamiento económico y social latinoamericano, históricamente, no se posicionó en el centro de los debates académicos internacionales, sino que su lugar es -por así llamarlo- el de la periferia epistémica. Sin embargo, entre 1948 y 1970 destacó -por su intensa creatividad- la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), guiada en aquel entonces por las ideas del economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986). Bajo estas influencias nace el estructuralismo latinoamericano, con la finalidad de brindar explicaciones alternativas respecto a las condiciones de subdesarrollo experimentadas en la región, así como de proponer estrategias de política para superar el atraso.

A través del sistema centro/periferia se desentraña la lógica desigual, polarizada y contradictoria de una economía mundial en la cual las naciones desarrolladas y subdesarrolladas se encuentran estrechamente vinculadas; esta contribución teórica se opone a la teoría ricardiana del comercio internacional, que privilegió las ventajas comparativas estáticas. La irradiación o difusión lenta e irregular del progreso técnico conduce a que sus frutos sean retenidos y concentrados en las economías centrales, que cuentan con una estructura productiva diversificada y homogénea, en tanto que la periferia profundiza su dualismo y heterogeneidad estructural en el contexto del modelo primario/exportador que tendió -durante la primera mitad del siglo XX- a desarticular el mercado interno y especializó a las economías en la comercialización de materias primas y alimentos básicos, así como en la importación de bienes manufacturados.

Este diferencial entre los precios de las materias primas exportadas y el precio de las manufacturas importadas, resultado del patrón de especialización adoptado, generó un deterioro de los términos de intercambio y una transferencia de la productividad que creció en aquellos sectores económicos más dinámicos, lo cual explica el bajo crecimiento del ingreso per cápita; situación que se agravó en América Latina con la depresión de la década de los treinta y con la Segunda Gran Guerra. El comercio internacional generó una disparidad dinámica de la demanda que afectó negativamente la estabilidad del crecimiento económico, pues al aumentar los ingresos de la población en el centro, no se incrementó en términos proporcionales la demanda de materias primas provenientes de la periferia, mientras que al aumentar los ingresos en las economías subdesarrolladas, creció la demanda de bienes manufacturados provenientes de las naciones industrializadas (Prebisch, 1963 y 1982). Ese desequilibrio externo, el deterioro de los términos de intercambio y la caída de precios y salarios en la fase recesiva del ciclo económico, solo serían revertidos mediante el impulso de una industrialización para la sustitución de importaciones y la transformación de la estructura productiva. Como la demanda crece lentamente y la productividad aumenta en el sector primario, entonces el desempleo se precipita en este contexto recesivo, y sólo la expansión industrial lograría absorber esa mano de obra desempleada.

La industrialización dirigida por el Estado (se trataba de políticas sectoriales y verticales), mediante el aumento de la productividad yla retención de los frutos del progreso técnico, sería la base del crecimiento económico y se impulsaría, desde este enfoque, con medidas como el crédito subsidiado, la construcción de infraestructura básica, el proteccionismo comercial y una política cambiaria favorable; medidas capaces de estimular la demanda. Dos cambios en la estructura productiva se esperaban con esta estrategia: el aumento de la participación del sector industrial en el Producto Interno Bruto, y la diversificación de las exportaciones y la reducción de las importaciones industriales. Sin embargo, los objetivos de esta estrategia no se materializaron en la región -pues con la industrialización de bienes de consumo se perpetuó la heterogeneidad estructural y el desequilibrio externo, aumentó la importación de maquinaria y de bienes de capital, y apareció el subempleo estructural y la marginalidad urbana- y pronto se gestaron críticas a esta teoría, como las expuestas desde las teorías de la dependencia (Dos Santos, 1984; Enríquez Pérez, 2010).

A grandes rasgos, el primer modelo de crecimiento económico propuesto por la CEPAL durante aquellas décadas partió de promover políticas sectoriales para expandir las actividades industriales cuya productividad del capital no estuviese distante de la mostrada en los países desarrollados, complementándose ello con la protección arancelaria; además de estimular la producción de bienes de capital y fomentar exportaciones para revertir el desequilibrio externo, situación que ameritaba emprender esfuerzos de integración regional, como el proclamado mercado común latinoamericano.

Es de destacar que entre los aportes de la CEPAL sobresale la idea de que la desigualdad social se torna en un obstáculo más al crecimiento económico; de ahí que para la década de los setenta el organismo enlazó temáticas como la industrialización, el crecimiento de las economías y la distribución del ingreso, y criticó el estilo de crecimiento concentrador del ingreso, entonces predominante. Con la crisis de la deuda detonada durante la década de los ochenta, la CEPAL recomendó la renegociación de la deuda externa para atraer de nueva cuenta la inversión, así como la adopción de políticas de ajuste que posibilitaran el crecimiento económico (CEPAL, 1984 y 1986). El crecimiento incluyente pregonado desde los años setenta es retomado en la década de los noventa por el organismo y, aunado a la apertura comercial, se relacionó la productividad, la competitividad auténtica -sobre la base del progreso técnico; la inserción activa de la región en los mercados internacionales a través de la agregación intensiva de conocimiento y tecnología a las exportaciones de materias primas y manufacturas; y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población- y el crecimiento autosostenido dirigido hacia la equidad distributiva (CEPAL, 1990 y 1992); ello sin dejar de lado la estabilidad macroeconómica y la procuración de finanzas públicas sanas.

Para el siglo XXI, la CEPAL estudia las posibilidades de crecimiento económico y desarrollo que abre la globalización y la actual revolución tecnológica, sin dejar de reconocer sus condicionamientos y, especialmente, los desafíos que impone a las economías latinoamericanas el flujo irrestricto de capitales de corto plazo (CEPAL, 2002); al tiempo que se continúa reconociendo que la desigualdad representa un freno al crecimiento económico y a la transformación productiva, y expone a serios riesgos la sustentabilidad ambiental y la estabilidad social (CEPAL, 2010).

A partir de estos enfoques esbozados durante las últimas dos décadas, se desprende que la intervención del sector público en el impulso del crecimiento económico parte de la adopción de incentivos macroeconómicos y de políticas horizontales mesoeconómicas (innovación institucional) y microeconómicas que contrarresten la aparición de mercados oligopólicos que controlan bienes y servicios movidos por rendimientos crecientes, al tiempo que corrijan las imperfecciones en los mercados de tecnología y capital humano tras generar sistemas nacionales de innovación; todo ello con el fin de impulsar una transformación productiva y lograr la competitividad auténtica (CEPAL, 1990 y 2002).

En suma, para la CEPAL, el crecimiento económico en América Latina está en función de la generación e introducción continuas del progreso técnico, necesarias para insertarse de manera favorable en la economía mundial; ello sobre la base de políticas que incentiven la innovación, amplíen el mercado interno en tanto contexto adecuado para el aprendizaje tecnológico y propicien la equidad distributiva.

Para la CEPAL, desde la introducción de su sistema centro/periferia, se estudian las tendencias a la divergencia en los niveles de ingreso per cápita, argumentando que en la economía mundial se presenta una diferenciación estructural (economías diversificadas y homogéneas en los centros y economías diversificadas y heterogéneas en la periferia) que acentúa dicha asimetrías; de ahí que sólo la industrialización y la introducción de progreso técnico sentarían las bases de una convergencia en el producto por habitante entre las naciones latinoamericanas y las desarrolladas. En las últimas dos décadas, la CEPAL no respaldó la idea de que la apertura económica irrestricta y a ultranza garantizaría la convergencia, sino que reconoció potencial para reducir la divergencia de producto por habitante en el incremento de la tasa de crecimiento real del ingreso per cápita, lo cual supone un incremento del producto y de la inversión.

Pese a la amplia originalidad que caracteriza al pensamiento de la CEPAL desde sus orígenes, subyace en su estructura teórica una tendencia a arraigarse en la teoría económica neoclásica, no sin posicionar ciertas posturas críticas ante ella. Desde sus orígenes, la CEPAL incorporó en su sistema teórico la relevancia del progreso técnico para explicarla convergencia o divergencia en la economía mundial. En realidad, en el pensamiento económico y social latinoamericano, lo que se presentó en las últimas seis décadas respecto al tratamiento del tema del crecimiento económico fue, por una parte, un acoplamiento y una asimilación acrítica y mecánica de las directrices conceptuales y los supuestos de la ortodoxia keynesiana o de la teoría económica neoclásica; en no pocos casos también se refutaron estas teorías con la finalidad de adherirse a la otra perspectiva desde la cual partían quienes analizaban las estructuras económicas y sociales de la región.

 

7. Variaciones críticas en torno a la construcción de las teorías del crecimiento: una mirada epistemológica desde el sur del mundo

Después de realizar el anterior estado del conocimiento relativo a las teorías y modelos del crecimiento económico, cabe reflexionar sobre los principales alcances y limitaciones de estas construcciones teóricas, sin perder de vista su utilidad para las naciones subdesarrolladas y para las ciencias sociales latinoamericanas.

Tras la muerte de John Maynard Keynes, las teorías modernas del crecimiento económico abrieron la posibilidad para que el economista se erigiera como científico -encargado de analizar las maneras en que funciona el mundo económico- y como ingeniero -encargado de solucionar problemas específicos- (Mankiw, 2007), creándose así una bifurcación entre ambas facetas de la profesión de economista, cuando, en el fondo, tienden a complementarse.

Cabe destacar que el estudio sobre el crecimiento económico remite a la brecha -cada vez más ensanchada, por cierto- entre países desarrollados y subdesarrollados, abriendo el debate -tal como lo introdujeron los economistas clásicos- en torno a los orígenes de la riqueza de las naciones. Sin embargo, las teorías y modelos del crecimiento, cuando menos hasta antes de la década de los ochenta, se divorcian y toman distancia de los estudios sobre el desarrollo, pese a la correspondencia y complementariedad empírica existente entre ambos objetos de estudio. Aunque durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, en amplias parcelas del proceso de planeación y de la academia, el desarrollo fue sinónimo de crecimiento económico, al incorporarse otras dimensiones de la realidad a los estudios sobre el desarrollo, las teorías del crecimiento no fueron capaces de dar cuenta e incluir en sus modelizaciones esas otras facetas, especialmente relacionadas con los pilares que no son los económico/ materiales del desarrollo.

Lo anterior marcha a la par del hecho de que las teorías del crecimiento dejaron de lado el cambio, al privilegiar la economía del equilibrio; situación ampliamente relacionada con la transición, a finales del siglo XIX, de la economía política clásica a la economics. Desde los economistas clásicos hasta Karl Marx, se reconoció -sobre la base de la teoría del valor- la relevancia del cambio social y económico, así como la necesidad de concebir al mercado como una entidad arraigada en instituciones y con plena relación con la esfera política; sin embargo, la expansión de la teoría económica neoclásica esbozó un modelo del equilibrio económico general que postuló un proceso económico en armonía y sin contradicciones, movido por una racionalidad ilimitada; supuestos estos que sustentaron a las teorías del crecimiento desde sus orígenes.

Las teorías del crecimiento alcanzan un alto grado de formalización matemática a través de sus modelos. Sin embargo, y sin afán de desconocerla relevancia del pensamiento matemático y la representación de la realidad a través de sus instrumentos y lenguaje, es posible observar un uso y abuso de las matemáticas pese a la necesidad de hacer abstracciones de la realidad; además -tal como lo referimos en parágrafos anteriores al citar la metodología propuesta por Milton Friedman-, no importa que los supuestos sustentados matemáticamente no sean apegados a la realidad ni que la contradigan o se distancien del mundo fenoménico, sino que tengan capacidad de predicción.

Es de mencionar que los supuestos y hechos estilizados que sustentan a los modelos del crecimiento económico representan un grillete que encasilla la realidad en unos cuantos conceptos y categorías, y -al no cumplirse o satisfacerse plenamente- termina por desdibujar la explicación que pretende esbozar sobre los hechos económicos, pues los procesos y el mundo fenoménico no funcionan de una manera lineal, donde a + b = y, o mejor aun, k = skα - (n + δ)k, en un contexto de economía cerrada, sin intervención del Gobierno y con fenómenos que ocurren sin considerar las decisiones deliberadas de los agentes económicos, sino que se caracterizan por relaciones sistémicas e interactuantes arraigadas en una totalidad contradictoria en constante transformación y expuesta a la volatilidad y la incertidumbre, capaz de abrir amplios márgenes de ceguera, ambigüedad e imprecisión en los conceptos. Este uso y abuso de la matemática, además de constreñir la explicación de las realidades estudiadas y dar por hechas o implícitas las relaciones sociales, se vincula con una forma de trabajo académico de los economistas que consiste en asumir que ello ofrece un estatus de excelencia, prestigio y aceptación en una comunidad científica.

Más aun, las teorías del crecimiento no logran fusionar del todo los argumentos y datos cuantitativos y los métodos econométricos formales con los argumentos y la interpretación cualitativa, ni tampoco se recurre a la investigación interdisciplinaria para estudiar la esencia del crecimiento económico.

Por todo lo anterior, se corre el riesgo de que las teorías y modelos del crecimiento económico caigan en un excesivo reduccionismo y se distancien de la realidad estudiada e, incluso, escapen de ella al privilegiarse lo técnico/instrumental sobre la esencia y el contenido, la validez sobre la verdad y el planteamiento de conclusiones fijadas de antemano.

Más allá de aquellas posturas epistemológicas que argumentan el carácter universal de alguna teoría económica, es de mencionar que en las teorías y modelos del crecimiento predomina -tras provenir, en su mayoría, del mundo anglosajón- fuertes dosis de etnocentrismo que no siempre permite apreciarlas condiciones, circunstancias y problemáticas de las economías subdesarrolladas. De tal modo que estas teorías y modelos dejan de lado los estilos de vida sui géneris (usos y costumbres, creencias, instituciones, valoraciones, ritos, ceremonias, estructuras de parentesco, los diferentes regímenes de propiedad) prevalecientes en las naciones subdesarrolladas, y que son fundamentales en su praxis económica; de ahí que tiendan a invisibilizar realidades y constreñir la imaginación creadora en la investigación del proceso económico. Solo por mencionar un ejemplo, existen estilos alternativos de desarrollo que no consideran importante el incremento en la producción de bienes materiales más allá de las condiciones que les permitan satisfacer sus necesidades básicas y reproducir su vida.

Aunado a lo anterior, resulta necesario estudiar empíricamente el sentido y relevancia de las instituciones formales e informales -al menos de aquéllas que se despliegan en el marco de las relaciones capitalistas de producción-, especialmente en las naciones subdesarrolladas, para ponderar las contribuciones y obstáculos que imponen al crecimiento económico. Ello afinaría los acercamientos y las teorizaciones en torno a la naturaleza de las causas de las divergencias en las tasas de crecimiento económico entre los países; las cuales, por cierto, aún no son explicadas del todo en las teorías del crecimiento económico hegemónicas.

Es de mencionar también que, pese a que desde la década de los setenta del siglo XX se habla de la necesidad de emprender un "destronamiento del PIB", prevalece aún cierta obsesión por un índice cuantitativo simple que termina por eclipsar -a pesar de la introducción de indicadores como el producto per cápita o el Índice de Desarrollo Humano- la naturaleza de la desigualdad en la distribución del ingreso.

 

8. Consideraciones finales sobre la investigación

Es de destacar que el presente texto es una invitación a la investigación interdisciplinaria, de tal forma que los estudios relativos al crecimiento económico no sean exclusivos ni monopolio de las ciencias económicas, pues consideramos que disciplinas como la lógica, la sociología, la antropología, la historia, la ciencia política, entre otras, pueden contribuir a ampliar la mirada en torno al proceso económico y, en especial, en torno al comportamiento de las estructuras económicas del sur del mundo y las posibilidades de expansión de su ingreso o riqueza. A ello puede contribuir esta sucinta y didáctica introducción a las teorías del crecimiento desde la perspectiva de la economía política y la sociología económica.

Es de mencionar también que, a lo largo de este recorrido, consideramos que la importancia del crecimiento económico como fenómeno y objeto de estudio para el resto de las ciencias sociales radica en que contribuye a: entenderla expansión de las economías como parte relevante del sentido del proceso económico en las sociedades capitalistas; posibilitar la comprensión de la naturaleza del ciclo económico y las fluctuaciones del capitalismo desde una de sus fases más características; estudiar, desde una óptica cuantitativa, las dimensiones económico/materiales de la sociedad; comprender las formas en que se construye el conocimiento científico en la economía; posibilitar la interpretación del sentido de la toma de decisiones que adoptan los agentes en el proceso económico; reconocer las funciones del aparato de Estado en torno al proceso económico y las posibles políticas económicas para encauzarlo; entender una de las múltiples aristas que posee la dialéctica desarrollo/ subdesarrollo; y asimilar el poder epistémico y político que entraña el crecimiento económico en su faceta ideológica, que tiende a atraer y seducir a amplios públicos en tanto sinónimo de bonanza y progreso de las sociedades.

Pese al distanciamiento que emprendieron -desde la década de los cincuenta y sesenta-los teóricos del crecimiento económico respecto a los estudios sobre el desarrollo, resulta preciso plantear la urgencia de su reconciliación desde una perspectiva interdisciplinaria que no se limite al análisis de las dimensiones económico/materiales y cuantitativas.

Finalmente, tras esbozar este breve estado del conocimiento en torno a las teorías del crecimiento económico y sus aristas epistemológicas, cabe plantear varias interrogantes: ¿cómo engarzar el crecimiento económico con otros objetos de estudio relacionados con la dialéctica desarrollo/subdesarrollo?, ¿cómo acercarlos estudios cuantitativos del crecimiento económico con los discursos cualitativos que ayuden a desentrañar su naturaleza y causas?, ¿cuáles son los caminos a seguir para lograr el diálogo interdisciplinario en torno a este objeto de estudio?, ¿cómo teorizar desde América Latina un fenómeno como el crecimiento económico? Éstas y otras preguntas contarán con posibles respuestas siempre y cuando las distintas disciplinas y teorías de las ciencias sociales se muestren abiertas a un fructífero debate e intercambio que reivindique y reposicione el pensamiento utópico y la construcción de proyectos alternativos de nación, urgentes ante un escenario de estancamiento estabilizador que predomina en economías nacionales como la mexicana, expuestas -por cierto- a una economía global regida por la incertidumbre, la volatilidad y la crisis sistémica del capitalismo.

 

Notas

* El autor es sociólogo con un Posgrado en Historia del Pensamiento Económico y un Doctorado en Economía del Desarrollo; Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México y seleccionado como Investigador Junior por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Su último libro se titula Las estrategias de desarrollo y los avatares de la planeación nacional: un estudio sociohistórico para la reconstrucción de un paradigma perdido en las políticas públicas mexicanas.
Contacto: isaacep@unam.mx

 

Fecha de recepción: 19 de febrero de 2016.

Fecha de aceptación: 27 de abril de 2016.

Manejado por la A.B.C.E.

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Anexo

 

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