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Revista Latinoamericana de Desarrollo Económico

versión impresa ISSN 2074-4706versión On-line ISSN 2309-9038

rlde  n.16 La Paz nov. 2011

 

 

 

La responsabilidad ética del hombre contemporáneo

 

The ethical responsibility of modern man

 

 

Fernando Arce Hochkofler *

* Fernando Arce Hochkofler trabaja a tiempo completo como psicoanalista en la consulta privada. Se graduó en estudios de tercer ciclo en la Universidad Paris VIII y es candidato al Doctorado en la misma universidad. Obtuvo una maestría en Psicología Clínica en la Universidad Católica de Buenos Aires y realizó su análisis didáctico tanto en París como en Buenos Aires. Contacto: ferahoch@hotmail.com

 

 


Resumen

El desarrollo económico, la evolución de la ciencia y la tecnología, la explosión demográfica, la "cultura" informatizada, las libertades democráticas y la corrupción, han provocado una crisis moral sin precedentes, una revolución del concepto que tiene el hombre de sí mismo, de lo masculino y lo femenino, al punto de ver tambalearse su identidad, sus valores y perderse el sentido de orientación de hacia dónde van la cultura y la civilización. Esta crisis nos apostrofa con interrogantes que tienen anverso y reverso: ¿cómo afrontar el presente incierto? ¿De qué cualidades, de qué carácter hay que estar construido para plantarse y tomar buenas decisiones en el mundo inseguro, competitivo y difícil que nos toca vivir? Ya no se trata de pensar proyectos ecológicos o modelos económicos sustentables, menos sistemas ideológicos; sino de descubrir personalidades capaces de lucidez y altura necesarias para asumir con responsabilidad el liderazgo de la humanidad.

Palabras clave: desarrollo económico, información especializada, evolución , hombre, ciencia y tecnología


Abstract

Economic development, the evolution of science and technology, population explosion, "culture" computerized, democratic freedoms and corruption have led to unprecedented moral crisis, a revolution of the concept that man has of himself, male and female, to the point of to see stagger their identity, values and lose the sense of direction of where are going the
culture and civilization. This crisis apostrophes with a question that has front and back: how to deal with this uncertainty? What qualities, what character should be built to stand up and make good decisions in the world insecure, competitive and challenging in which we live? It is no longer thinking about environmental projects and sustainable economic models, less ideological systems; but to discover personalities capable of lucidity and height necessary to assume leadership responsibility of mankind.

Keywords: Economic development, especialist information, science and technology, evolution, man.

Clasificación/Classiffication JEL: L00, Q00, Q10  


 

 

1. Introducción

El desarrollo económico, la evolución de la ciencia y la tecnología, la explosión demográfica, la "cultura" informatizada, las libertades democráticas y la corrupción han provocado una crisis moral sin precedentes, una revolución del concepto que tiene el hombre de sí mismo, de lo masculino y lo femenino, al punto de ver tambalearse su identidad, sus valores y perderse el sentido de orientación de hacia dónde van la cultura y la civilización. Esta crisis nos apostrofa con un interrogante que tiene anverso y reverso: ¿cómo afrontar el presente incierto?, ¿de qué cualidades, de qué carácter hay que estar construido para plantarse y tomar buenas decisiones en el mundo inseguro, competitivo y difícil que nos toca vivir? Ya no se trata de pensar proyectos ecológicos o modelos económicos sustentables, menos sistemas ideológicos; sino de descubrir personalidades capaces de lucidez y altura necesarias para asumir con responsabilidad el liderazgo de la humanidad.

Pareciera que ni el crecimiento económico, ni los avances científicos y tecnológicos, ni las libertades democráticas están facilitando el verdadero desarrollo humano, porque se nos hace difícil devenir sujetos plenamente humanos, consistentemente evolucionados. Y es que, contrariamente a lo esperable, junto al mejoramiento en la calidad de vida que viene con el progreso tecnológico sobrevienen también, en el plano subjetivo, un mayor egoísmo, una mayor pereza de espíritu y una abrumadora sensación de agotamiento y soledad. En el plano objetivo, cada día empeora la precariedad del sujeto por el encarecimiento continuo del costo de vida, la reducción del mercado laboral, el acoso moral de los empleadores, el escaso tiempo para los seres queridos, la competencia excluyente, la inseguridad ciudadana, la corrupción de las instituciones públicas, el crimen organizado, la crisis alimentaria y energética y la destrucción del planeta. Y por más que el espíritu humano lucha por encontrar el camino construyendo esperanzas, amores, alcanzando hazañas e intentando crear obras artísticas que inspiren y movilicen a la humanidad; no hay nada nuevo que sostenga la atención del género humano de manera acuciosa.

Tampoco, en medio de la actual sobrepoblación o entre las camadas de profesionales que se especializan en los países desarrollados, aparecen personalidades lúcidas capaces de inspirarnos por su profunda comprensión de lo humano. Es difícil encontrar seres que cautiven nuestro espíritu y que quisiéramos seguir porque irradian sabiduría, dignidad y nobleza. Y aunque son igualmente escasos los capaces de objetivar problemas y generar movimientos de protesta, éstos aparecen en diversos lugares del orbe, casi sin liderazgo, como manifestaciones de un malestar que provoca la cultura del saber científico y la tecnología informatizada.

En contraste asombroso, de las situaciones extremas donde se sufren pérdidas que no se podrían superar porque el dolor es insoportable; surgen personas capaces de alcanzar las más altas cumbres de sensibilidad y comprensión fraternas. Seres humanos que -despojados de todo- recuperaron lo esencial del saber vivir, alcanzaron otro peldaño evolutivo y tienen la sabiduría y el temple que rezuman del sufrimiento. Es a partir del encuentro con uno de ellos que provoca interrogarse: ¿a qué temperatura se forja el espíritu para devenir humano?
¿Cómo erigir el carácter para afrontar este mundo incierto y peligroso?

Responderse permite seguir evolucionando, tener la libertad de elegir, anticiparse al futuro y educar a los hijos para que estén a la altura de las complejas circunstancias. El intento vale la pena, aunque no se alcance la precisión de una obra maestra que prevalezca sobre la vorágine de la obsolescencia y la apatía del escepticismo. Y si nos inspiran los valientes que inmolan su vida con la convicción de sentirse por un instante, hombres libres; es porque tenemos cierta sensibilidad innata. La de saber que estamos conectados entre todos, con el universo entero, que somos iguales sin anular las diferencias, y que aspiramos a la libertad interior.

 

2. Cultura y civilización del crecimiento económico: competitividad e individualidad

En la economía globalizada, los mercados financieros no son seguros y su perfeccionamiento continuo apenas logra equilibrios volátiles. El desequilibrio genera procesos de expansión-recesión que se retroalimentan a sí mismos, porque no velan por el logro de intereses comunes, sino que sirven para reglar la distribución de recursos escasos, entre unas cuantas necesidades privadas (Soros, 2006). Los intereses comunes se deciden mediante procesos políticos, que por su parte también son susceptibles de corrupción. Luego, el intercambio libre de intereses privados y recursos es regulado -con la mira puesta en sus propios intereses- por los Estados y por los acuerdos internacionales. Las utilidades calculadas han convertido al mundo en un solo mercado escaneado al milímetro y siempre vigilado para aprovechar la menor oportunidad; tanto en cuanto a recursos naturales y producción, como en cuanto a comercialización y consumo. La codicia por el crecimiento económico aprovecha para lucrar las necesidades y los objetos del deseo humano, incluido el afán de diferenciarse del individuo.

Los volúmenes de mercancía son proporcionales al número de intermediarios, y pronto se constituyen oligopolios que controlan los mercados. Estas concentraciones de la producción y la comercialización terminan generando plagio y piratería por sus altos precios, y, como es lógico, los productos falsificados se hacen de consumo obligado en economías pequeñas por sus bajos precios. Si las economías crecen, los consumidores aprenden a ser selectivos con la calidad. Entretanto, cuanto más deseada es la mercancía o más escaso es el recurso, lo que pasa a ser de segunda mano genera un mercado "barato" que burla los controles gubernamentales y aprovecha los vacíos legales de las normativas estatales en función de la oferta y la demanda. Y cuanto más permeables son los sistemas de control, más se contaminan las operaciones comerciales con el fraude, la corrupción y el lavado de dinero. Además, como las variables que determinan las fluctuaciones del mercado son imprevisibles, los operadores de mercados a futuro promueven la especulación que deriva en carestías inflacionarias, migraciones "negociadas", tráfico de mujeres, niños y esclavos, hasta terminar en las paranoias armamentistas.

La cultura humana ha producido la economía de mercado como su mejor logro. ¿Éste es el resultado de diez mil años de civilización? Admitirlo significaría asumir una impotencia. Pero, revisemos los conceptos de cultura y civilización. Cultura viene del latín cúltus, acción de cultivar o practicar algo, es el cultivo de modos de vida, conocimientos, costumbres y creencias que en origen tienen dos objetivos: primero, gobernar las fuerzas de la naturaleza y obtener bienes que permitan satisfacer las necesidades humanas; segundo, regular los intercambios recíprocos entre los hombres, y esto comprende la distribución de los bienes asequibles. Pero como estos dos objetivos están hechos de lenguaje, éste ha subsumido la cultura en su propia estructura, incluidas las manifestaciones éticas y estéticas, al punto de haber adquirido preeminencia sobre la naturaleza. Por ello se dice de un hombre que es culto porque sabe hablar correctamente. Hoy el lenguaje es una suerte de formación geológica en la que se distinguen una superestructura, el juicio, y una infraestructura, el deseo; cuyas manifestaciones se ajustan a las leyes del lenguaje. Claro está que en el hombre hay otras dimensiones que forman su carácter, como el valor, la disciplina, la profundidad y la búsqueda de paz interior; pero es a través del lenguaje que se constituye como sujeto, y es por su palabra que adquiere credibilidad. Luego, es lícito afirmar que la vanguardia de la cultura es el saber decir, y esto es signo de un hombre culto. La recta palabra es el culmen de la sabiduría, y si la cultura avanza en esa dirección, estaría marcando el desarrollo ético de la humanidad al cual no es posible sustraerse.

Establezcamos ahora el propósito de la civilización. Definida por la enciclopedia Encarta como el "estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de su ciencia, artes, ideas y costumbres", equivale a alcanzar el dominio de técnicas y procesos que permiten obtener resultados eficientes, eficaces, seguros y cada vez más refinados. Dichas técnicas y procesos tienden a ser imitados y copiados, de manera que se produce una suerte de duplicación en cascada decadente. Es la estandarización de procedimientos para ahorrar tiempo y esfuerzo, ganando orden, seguridad y limpieza. Un hombre del siglo XIX, si no provenía de una familia adinerada, tenía que trabajar mucho físicamente para sobrevivir y casi no tenía tiempo para estudiar; no disponía de óptimas condiciones higiénicas y su calidad y expectativa de vida eran deplorables. Un hombre del siglo XXI no necesita trabajar haciendo grandes esfuerzos físicos, dispone de una mejor calidad de vida, pero debe esforzarse mucho por alcanzar la mejor calidad de conocimiento especializado, si no quiere quedar fuera de la pirámide competitiva. Es evidente que cuanto más avanza una sociedad, más se norman y se simplifican el trabajo, los procedimientos institucionales y los métodos de resolución de problemas. Podría afirmarse, entonces, que el objetivo principal de la civilización es el saber hacer. Pero, simplificar y perfeccionar técnicas y procesos cuesta dinero y un alto precio en libertad; pues al subir los costos en tecnología, en mano de obra bien calificada, en actualización de los sistemas informáticos y en la logística de manipulación y distribución de materiales y alimentos; se encarece la vida y se genera un nuevo orden social: piramidal, altamente competitivo y basado en el conocimiento especializado. Es en función de éste que cuentan las capacidades y la calidad de educación alcanzada por cada individuo.

En los hechos, el desarrollo tecnológico y los avances de la ciencia están directamente vinculados al poderío militar y económico del Estado que los auspicia. Éste utiliza sus productos para seguir acumulando capital y poder; mientras sus ciudadanos los utilizan para la sobreexplotación de recursos naturales, la sobreproducción de productos desechables, y para detentar los usos y desarrollos tecnológicos que aseguran monopolio y falta de competencia. Lo que debiera ser un efecto colateral de la civilización se convierte en su razón de ser. Se produce ese efecto cuando la especialización se separa de la cultura porque, precisamente, la tecnología simplifica tanto el quehacer humano que reduce la necesidad del lenguaje, ahorra y facilita la comunicación, al punto que privilegia el saber hacer sobre el saber decir.

Pero destaquemos los efectos positivos de la civilización sobre el ser humano: organiza su tiempo con mucha disciplina, hace el esfuerzo físico estrictamente necesario con resultados eficaces; dispone de una sólida estructura mental que funciona con un juicio rápido y contundente; resuelve problemas con precisión; se esfuerza por aprender las habilidades técnicas y el conocimiento necesarios para alcanzar dominio en lo que hace; utiliza habilidades manuales para resolver problemas domésticos con autosuficiencia; aprovecha su tiempo productivamente como adaptabilidad a lo imprevisto, y cumple su palabra cuando la compromete.

Como es lógico, el hombre civilizado debe erogar una alta carga impositiva para pagar los servicios del sistema y el costo de buenas opciones educativas que aseguran un mejor futuro a su descendencia; se aferra a la seguridad y a la comodidad de lo planificado, del trabajo distribuido y especializado, a los servicios que funcionan y a un Estado cuyo poder es tan sólido que protege a sus ciudadanos, al mismo tiempo que los clasifica. La presión de tener que alcanzar estándares mínimos en tiempo, logro y desempeño que se van estableciendo en todos los ámbitos, lo estresa y asusta. Se reducen sus márgenes de libertad y espontaneidad por tener que hacer las cosas de acuerdo a normas y procedimientos establecidos. Entonces se torna rígido, materialista y cómodo. A pesar de los efectos positivos, la especialización acentúa su individualismo, lo aísla, le recorta posibilidades de explorar todas las dimensiones de su potencialidad y le deja un sentimiento de contradicción, frustración y desamparo.

Sinteticemos: la cultura y civilización del saber decir y del saber hacer especializan al hombre, y como las necesidades de consumo son correlativas a las de especialización y pertenencia social, la economía de mercado explota esta necesidad y la de mejorar el estándar de vida.

 

3. Cambios en la subjetividad humana producidos por la cultura informatizada

Durante la época moderna se creyó que las ciencias y el desarrollo tecnológico traerían un considerable progreso para la humanidad. El siglo XX produjo efectivamente un crecimiento económico sin precedentes y fue el siglo de la explosión demográfica, pero también fue el siglo de los mayores genocidios raciales, religiosos y políticos; se derrumbaron los autoritarismos y se desarrollaron los sistemas informáticos. Aun así, al hombre de hoy no lo hace ni mejor ni más libre manejar una computadora o un celular con los últimos avances tecnológicos; tampoco los niños del mañana - por más que se les conciba y geste manipulando su material genético - nacerán con una mente bien formada como la de Sócrates, Hegel o con la genialidad de Miguel Ángel. En contraste con las personas cultas del siglo XIX, los actuales eruditos poseen un saber demasiado especializado que no les alcanza ni para dilucidar sus problemas existenciales. El hombre promedio es escaso conocedor de la cultura clásica, ignora mucho y está atravesado, sin capacidad de réplica, por los discursos de los mass-media, los neocolonialismos intelectuales y la cultura popular.

Precisamente, la cultura actual circula a través del lenguaje informatizado del cine, los medios de comunicación y el internet; con significantes hechos de imágenes, sonidos y palabras interactivos. En el pasado, la cultura clásica se expresaba en el lenguaje refinado, en lo estético y en lo ético, de la escritura manual. Hoy vivimos con un nuevo sistema: la escritura virtual. Este nuevo sistema, - parafraseando a Sócrates 1 , que criticaba la invención de la escritura manual -, produce en las almas de los usuarios el olvido, y les hace despreciar la tradición oral; fiados en la paradójica "ayuda memoria" de los ordenadores, abandonan el cuidado de escribir bien, conservar sus recuerdos, y sin ellos pierden el espíritu. Llegamos a creer que se puede aprender muchas cosas sin maestros y nos tenemos por expertos, sin tener más que la apariencia de una ciencia. Sócrates diría de nosotros que, en el fondo, no somos "más que ignorantes y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida" (Platón, 1996: 658).

La noción de tiempo ha sido subsumida por las velocidades de transmisión de datos y de los juegos interactivos, porque la eficiencia es el parámetro de competitividad. La noción de espacio ha sido subsumida por la virtualidad de la ubicuidad y la simultaneidad, provocando una sobreconfianza en lo que significa estar presente en la relación con el otro. Y la memoria, que está al servicio del análisis y resolución de problemas, es cada vez menos ejercitada, confiados en que cualquier información es de fácil acceso; lo que conduce a no disponer del suficiente bagaje incorporado de información especializada y actualizada. No ejercitar la memoria como antaño y confiarla a los ordenadores desplaza el conocimiento del sujeto al ciberespacio. Un cerebro que ejercita la memoria desde la infancia tiene recuerdos indelebles en la vejez y guarda bien los secretos y valores ligados a la tradición; la escritura virtual podría estar conduciendo a las nuevas generaciones a una progresiva pérdida de la capacidad de valorar la tradición y conservar el espíritu.

Desde otro punto de vista, la cultura global informatizada confronta al sujeto con sus inconsistencias éticas y con sus limitaciones relativas al saber, al mismo tiempo que le ofrece un abanico de opciones para seguir aprendiendo. Como la mayoría de las personas tienen un website que les permite conectarse on line a cientos de ciudadanos en el mundo a través de las redes sociales informáticas (social media), su subjetividad queda expuesta a la mirada del Otro 2 . Esa mirada se convierte en una instancia de criba, un tamiz donde se depuran las formas y los excesos. Luego, no sólo es constitutiva, sino formativa, porque el juicio de los demás (la opinión pública) ubica al sujeto en relación a su nivel de saber hacer y a su saber bien decir. Por eso se vive aprendiendo de los que más saben y de los que mejor dicen. La economía de la comunicación busca eficiencia, ampliando la escritura virtual de voz e imagen, por encima de la escritura manual.

Pero las redes sociales también mediatizan eso que excede al lenguaje, aquello donde las palabras se quedan cortas: el goce, sea que se trate de los más sublimes, sea que se trate de los más perversos. Es lo que la palabra excluye que regresa desbocado. Se goza de lo bello, de lo exquisito, de lo elevado a través de la música, las artes, la fotografía, los deportes y la buena palabra. Pero también se goza de una manera adictiva y se recorren los límites hacia los confines más perversos en las ofertas sexuales por internet.

Un ensayo por conceptualizar los hechos hasta aquí señalados nos llevaría a afirmar que el avance de la civilización transforma la relación del hombre con el saber y con el goce, con lo explícito y lo implícito de la cultura. El saber impone una racionalidad que reprime la impulsividad de la sensibilidad, produce una cierta frialdad como un mecanismo de
autoprotección, como una toma de distancia del otro. El saber impide volverse victima de las circunstancias sin posibilidad de réplica. El saber es poder de elección. Se universaliza a través del saber enciclopedista que se actualiza en el ciberespacio; se sofistica en las continuas nuevas ofertas (por su pronta caducidad) de conocimiento especializado que prometen las universidades para triunfar, y se personaliza a través de la creciente oferta de plataformas de educación interactiva. En el pasado, el ser humano escamoteaba el conocimiento y la educación por miedo a la competencia y a la represión. Hoy la información genérica es de fácil acceso y sólo la especializada requiere habilidades superiores de búsqueda. De cualquier manera, el precio de la información se devalúa rápidamente porque el saber se transparenta y todo lo que el hombre hace y conoce es mirado.

El continuo avance del saber científico y del saber tecnológico ejerce una presión excluyente y es fácil quedar desactualizado. La experiencia sólo tiene valor si es trasmisible por algún sistema lógico que afirme el conocimiento especializado. Por miedo a la rápida exclusión del mercado laboral, unos hacen semblante de saber, otros se asocian en roscas institucionales; igual la exclusión les llega de modo inexorable. Se busca por las redes sociales a los que más saben y se los copia, se optimiza la menor ventaja por ellos alcanzada.

Respecto al saber decir, ese que permite tener claro lo que es correcto y tener el valor para reconocerlo, porque una vez reconocido, es difícil no hacerlo; no se trata de mirar y copiar. Más allá del juicio moral que se distribuye y tamiza en los intercambios personales y más allá de los mensajes de sabiduría que la gente comparte; el juicio ético se aprende con el cambio doloroso de posición subjetiva. Cambiamos de actitud cuando sentimos con angustia los efectos de los propios errores y defectos con los que lastimamos y destruimos lo que amamos, cuando llegamos al límite del abismo donde la muerte aparece como el siguiente paso. Es con dolor que superamos nuestras miserias; el tiempo nos confronta con las consecuencias de nuestros actos insensatos y hay que tener valor para ver y afrontar lo que no se quiere ver, lo que no se quiere saber. Luego, la relación con el deber ético del bien decir puede estar atiborrada de mucho saber que impide saber lo esencial que conduce a la paz interior. A la vez, nuestras miserias quedan expuestas a la mirada del Otro, mucho más rápido de lo que antes ocurría.

La segunda relación que se está modificando es la relación con el goce: gozar con una libertad sin restricciones de lo que a cada quien le apetezca. Por eso los teléfonos inteligentes tienden a integrar todos los dispositivos que son funcionales a una persona (GPS, internet, TV, comunicación a larga distancia como si fuera local, filmación, reproducción de films, edición de imágenes, mediateca personal de libros, revistas, films, música, fotografías y filmaciones personales, juegos electrónicos, etc.). Esto plantea un uso práctico (resolución de necesidades contingentes) y un uso adictivo (dedicación excesiva de tiempos en búsqueda de lo que procura placer y goce) hasta llegar a lo que causa asco y dolor. En ambos casos, el ser humano goza de una posición de omnipotencia, sin mayor esfuerzo que las habilidades digitales y sin la disciplina ligada a la administración del tiempo. Es el vínculo con lo que se sustrae al lenguaje, con lo que se mal-dice entre engaños y eufemismos, con eso que separa a las personas, porque si hay algo implícito al goce es la destrucción del otro: pura pasión autodestructiva. Cuando se traspasa la frontera que resguarda los principios del respeto humano, se empieza mostrando la intimidad y se llega a mostrar lo más abyecto de la misma, hasta comercializar sus formas más extremas.

En esta misma línea, lo masculino y lo femenino han sido subvertidos: ¿qué es ser una mujer?, ¿qué es ser un hombre? Buscar en la propia sexualidad, experimentar y no definirse es el sino de este extravío. Si una pareja no sabe ser o no sabe hacer gozar, es pronto despedida y sustituida por otra. Y en estas decisiones, las mujeres tienen la prerrogativa de la última palabra cuando manejan el deseo. No hay tiempo para conocerse, enamorar, esperar que el otro madure y decidir. Las parejas se arman por internet o en sets televisivos, los candidatos(as) desfilan como en un casting de cine. La sexualidad ya no está restringida por la cultura a la pareja heterosexual y monogámica para fundar familia. El matrimonio todavía es un ideal, pero es mirado con desconfianza por su realización compleja y llena de desencuentros. Por eso no cesan de proliferar los fracasos y se multiplican las vidas solitarias, las familias monoparentales y las reconstituidas. Los roles de poder tienden a pasar a las mujeres, la división del trabajo es más equitativa, pero queda poco tiempo para hacer pareja y familia, en un periodo en el que tener hijos y educarlos es más complejo que en el pasado.

Y es que el siglo XX, con sus radicales destapes de las imposiciones culturales de la época victoriana y de los modelos autoritarios, ha eclipsado la figura paterna como referente de autoridad. Imponer autoridad apelando sólo al recurso del estatuto paterno o a las jerarquías gerontocráticas ("soy viejo y sé más que tú") o funcionales, como el título de "gerente"; es una práctica que se va perdiendo y va siendo desestimada por la escala social en orden descendente. Quien quiera imponer límites debe tener carácter, demostrar congruencia entre su discurso y sus acciones, y tener la autoridad que otorgan el saber hacer y el saber decir. Más aun, es necesario hacer intervenir como testigo y juez a una tercera instancia: el consenso social. Por eso los habilosos en las prácticas de manipulación para recuperar, controlar y ejercer poder se multiplican en cantidades inversamente proporcionales a la falta de verdaderos líderes. Para colmo, las leyes civiles luchan contra la tendencia de la gente a burlar al lenguaje; tendencia que opone el saber sobre el goce que sabe burlar la ley, al saber hacer especializado.

Concluyamos: el concepto de libertad se ha ampliado hasta convertirse en un concepto negativo: el de poder saber, el de poder gozar y el de querer decidir sin restricciones. El único límite viene impuesto por el mismo saber especializado, en tanto no deja saber lo esencial. El exceso de información nos abruma, confunde y despreocupa, al punto de confiar la memoria de cuanto quisiéramos recordar a las memorias USB, que manejamos como una extensión del cuerpo. Éste es el mayor cambio en la subjetividad humana, y ya no es posible sustraerse a la manía de acumular fotos, música, mensajes, archivos, datos e información que jamás se alcanza a disfrutar toda.

 

4. Un revolucionario periodo histórico que nos marca: la fuerza de la juventud

El siglo XX, que acabó con imperialismos, colonialismos, tiranías y con el paternalismo autoritario, nos dejó el legado histórico de la democracia como un límite de la conciencia que considera ilegítimo e inadmisible oprimir personas y apoderarse de recursos en nombre de cualquier infamia de carácter cultural, lingüístico, racial o religioso. Hoy se la exige como un principio universal de convivencia humana porque, más allá de la imprevisibilidad de las emociones del electorado, el derecho a expresarse libremente de cualquier ciudadano no sólo es prerrogativa del que detenta la palabra, sino del que tiene la fuerza y la convicción de estar luchando por un derecho inalienable. Los jóvenes son los más sensibles a este logro evolutivo.

La democracia tradicional impuesta por los intereses que gobiernan al mundo comienza a gestionarse a través de las redes sociales, por ciudadanos creativos que formulan propuestas que alcanzan rápido consenso. Estamos migrando del modelo democrático indirecto en el que los representantes elegidos tomaban decisiones "políticas", a un modelo en el que los ciudadanos participan y rápidamente saben lo que ocurre y lo que quiere la mayoría, por la social media. En ese nuevo modelo, ya no sólo se trata de conseguir votación y luego gobernar en base a componendas; sino de escuchar las propuestas y aportaciones de los ciudadanos que disponen de información y no toleran las gestiones gubernamentales que velan por intereses particulares, en desmedro del interés común. Los logros positivos de una democracia que producía expansión económica y estímulo intelectual y educativo como requisito para asegurar la competitividad, ya no son creíbles. Todos los estamentos quieren ser escuchados y participar en la toma de decisiones gubernamentales; por eso, las protestas sociales del siglo XXI, además de exigir transparencia y participación en la gestión pública, exigen igualdad de oportunidades y de obligaciones.

Los regímenes disfrazados de democracia -en las sociedades de Oriente y Occidente- tienden a desacreditarse en efecto dominó, pues la opinión pública sabe que si existe supeditación de poderes (legislativo y judicial), control de la oposición, del electorado y de los medios de comunicación; es signo inequívoco de corrupción administrativa, judicial, tributaria y comercial.

En los últimos sesenta años, el desarrollo de las ciencias y la tecnología han alcanzado un progreso sin precedentes, con los viajes espaciales, las comunicaciones, la sofisticación en la captura y transmisión de imágenes, los avances de la medicina y el poder de las nuevas armas de guerra. Este saber tecnológico especializado es también fruto de las cruentas confrontaciones mundiales que minaron el espíritu humano y neutralizaron complejos de superioridad cultural, racial y económica. Este saber y el que surge del sufrimiento acerca de lo que está mal, lo que es injusto y destructivo, desarrollaron una creciente conciencia crítica en los jóvenes norteamericanos, que surgió como oleada de protesta a partir de los años 60. Ese grupo humano todavía sufre el mayor impacto psicológico de concurrir a una guerra tras otra, además de haber sido partícipe de una brutal historia de exclusión racial.

En esos años 3 se inició una gran ola de revolución cultural, que se extendió a los estudiantes de otros países de Occidente, atravesó el orbe y de ella hemos participado y sido testigos durante más de una centuria. Esta fuerza juvenil se renueva hoy en muchos países islámicos y en otros que no consiguen entrar al primer mundo. Este oleaje de contestación y revueltas terminó con el neo-imperialismo, el dogmatismo religioso, el apartheid, el muro de Berlín, las dictaduras militares, la dominación norte-sur, y aun pugna por derrumbar algunas tiranías fundamentalistas, de carácter religioso-étnico, y con las democracias clasistas. Vivimos una profunda renovación de la cultura y convergemos hacia una sociedad más laica, igualitaria y respetuosa de los derechos humanos. Sin embargo, también vemos impasibles la desaparición de varios elementos de la naturaleza, de valores humanos, del cambio climático, que amenaza la supervivencia de la especie, y una explosión demográfica sin precedentes.

Desde esa época, la gente joven no ha dejado de embriagarse con la cultura popular que emergió en una explosión de creatividad, especialmente durante la década de los 80. En esta centuria se destruyeron tabúes, se dejó de idealizar la realidad y se experimentaron variadas formas de vivir el amor que dejaron profundas cicatrices y la actual crisis de valores. Aún somos ciegos a estas heridas, como a los traumas padecidos en cada cambio violento de régimen. Hay un resurgimiento de lo religioso que recupera su lugar y la racionalidad le gana terreno a la sensibilidad emocional. Las ideas de Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y Freud, que dieron origen a todo este movimiento, se han olvidado tras un periodo de apogeo dogmático en el que ni siquiera se las acabó de comprender.

Una radiografía de las nuevas generaciones pondría en evidencia la profunda división que sufre su espíritu por las agresiones sufridas durante este convulsionado periodo histórico. Esta fractura nos lleva a la frialdad afectiva, el miedo a confiar en el otro, a separar el sexo de los sentimientos y a ser muy sensibles a la mirada del Otro. Vivimos una época en la que se venden y compran imágenes, en la que vale más parecer antes que ser, la estética corporal antes que la ética del saber ser; no importa si por dentro van las procesiones de las depresiones ansiosas sin resolución. Los jóvenes actuales no logran separar su intimidad subjetiva de su imagen externa y enfrentan mal sus problemas al querer resolverlos con el inmediatismo de pulsar teclas y tomar psicofármacos. Les resulta difícil renunciar al confort, y como no toleran la exclusión, pronto abrazan la certeza absoluta de que sin dinero no se puede hacer nada. Entonces proyectan ambiciones económicas desmedidas que fracasan por falta de realismo, lo que los conduce a frustrarse y a plantear demandas intransigentes. Como la realización se asocia al consumo en los clichés publicitarios, se aferran a su prestigio social.

Estos mismos jóvenes nos muestran el concepto negativo de libertad: rechazo a toda forma de restricción. Y como tienen otra noción de tiempo y espacio, exigen participación en las decisiones políticas, respeto a sus derechos y un manejo abierto del bien común. Al disminuir su capacidad analítica, se desinhiben y se hacen tan prácticos, que viven un mundo de ficción a la espera de un héroe que los libere de sus miedos.

Respecto al trabajo como lugar forzoso de crecimiento, los patrones quieren a su servicio jóvenes que ofrezcan las nuevas fuerzas productivas: talento, saber, creatividad y actitud; es decir, la mejor formación, la última información, el máximo estrés productivo y emprendimiento. Se acabó el tiempo en que casi todos los recién graduados tenían un
empleo; hoy queda la precariedad laboral y social para los que no forman parte de la élite de jóvenes talentosos y bien formados que las empresas se disputan (por representar valor agregado y ahorro en capacitación). Pero su vida útil oscila entre los 25 y 40 años de edad, por la sobreoferta de mano de obra y porque los puestos de trabajo requieren de empleados que reduzcan costos, automaticen procesos, optimicen el lucro y aseguren la supervivencia de las empresas.

En el plano subjetivo, el trabajo da sentido a la existencia de las personas en tanto les integra a la esfera pública, les permite ascenso social, les otorga un sentimiento de utilidad y de pertenencia institucional que cuenta en la escala social, y les obliga a desarrollar habilidades de supervivencia y continuidad laboral. Como vincula al individuo con un colectivo grupal y social, el trabajo les introduce en la dimensión política, porque aprenden a moverse políticamente respecto a los niveles de poder, y porque se espera el reconocimiento establecido por la justicia democrática acorde al desempeño, antigüedad, grado de especialización, puntualidad y comportamiento ético, igualdad de derechos, renta de vejez y situación familiar. Pero estas expectativas de justicia democrática son burladas o cambiadas a capricho por los que detentan el poder y/o por los que son dueños del capital. Es un terreno propicio para que proliferen los jefes que se aprovechan de las necesidades que satisface el trabajo y ejercen acoso laboral hasta producir un sufrimiento cercano al martirio psicológico. Este entorno laboral ha vuelto muy perspicaces a los jóvenes.

Entonces, ¿qué fuerza representan las nuevas generaciones? La última centuria nos deja una lección, la de haber creído que el Otro es el que sabe, y no autorizarse a uno mismo a saber. Mientras uno no sabe puede des-responsabilizarse de tomar posición, y el resultado puede ser un cinismo práctico desde el que se proclama: todo vale. Esta divisa afirmaba a los jóvenes en su relación con la historia, pero en estos últimos años está girando en dirección opuesta: los jóvenes se informan, saben, ya no son manipulables y quieren tener igualdad de oportunidades; quieren ser responsables de su destino.

 

5. La cultura globalizada centrada en el saber científico: división del hombre

El cogito, ergo sum cartesiano inauguró la modernidad y también condujo a la más aberrante infatuación: identificar el ser del hombre con el yo pensante. Cuando la Ilustración alcanzó su apogeo, se puso de moda decir las cosas respaldándose en la autoridad de la ciencia. Invocar esta autoridad significaba otorgar veracidad y modernidad a lo enunciado. Esto simplemente es elevar la ciencia al estatuto de garante de la verdad, igual que se hace con la religión, con la Biblia o con la voz del pueblo. Para Descartes, Dios era el garante de la verdad, pero no significa que la verdad esté necesariamente del lado de quien en su nombre saquea, tortura y asesina; simplemente significa que el saber consciente es no es sustentable per se. Por eso desde la antigüedad se respaldaba el saber en un Otro que sabía más: "magister dixit", el maestro ocupaba ese lugar del garante de la verdad. En el psiquismo infantil, son los padres los que saben y basados en su autoridad el niño les confiere credibilidad y certidumbre, independientemente de que lo que digan sea o no verdad. Luego, saber es sólo creer en la garantía de un Otro, del que dependemos emocionalmente y al que le suponemos un saber con autoridad. Hoy, la garantía de la verdad, en el discurso mediático de los mass-media, son los hechos y el saber científico. Lo que demuestra que atribuimos credibilidad absoluta sólo a lo fáctico, a la realidad constatable por la mirada de todos. Hoy podemos ver y rever una imagen, ampliarla, minimizarla, ponerla en tres dimensiones, en cámara lenta y en tiempo acelerado, hasta descubrir lo que no es visible a simple vista, descubrir relaciones y reformular problemas.

El Otro garante de la verdad es dependiente de la tecnología de alta resolución y versatilidad en la manipulación de la imagen. Si bien se reconfigura la capacidad de percepción humana, puede también inducir a creer lo que se quiere ver; es decir que es un Otro manipulable hasta la impostura. Con éste, la publicidad y los medios de comunicación se autorizan a "formar" la opinión pública, mezclando medias verdades con mentiras y con la propia censura de los que comunican. Pero estar idiotizados no significa que seamos idiotas, no podemos ocultar la impotencia indefinidamente, la estupidez se delata en el sensacionalismo cotidiano del discurso mediático: no por hablar de las inquietudes más íntimas sin ninguna vergüenza se logra construir criterios éticos auténticos. El fondo sigue siendo una feroz ignorancia sobre el goce.

El paradigma de la modernidad del iluminismo condujo a la creencia de que el modelo de civilización de Europa occidental era el mejor y otorgaba el derecho a colonizar a otros pueblos. Hablar en nombre de "la verdad" es peligroso, porque se presta a creer que uno ocupa el lugar del Amo que sabe, y que invocar a ese Otro garante de la verdad del propio discurso otorga el derecho a someter, a gozar descaradamente de los que no saben, apropiarse de sus recursos y de su libertad. Con esta infatuación se llegó a la discriminación, al desprecio, al esclavismo, a los genocidios étnico-religiosos y a la expoliación de recursos y personas.

En este siglo, el cogito ergo sum cartesiano se ha invertido: "Existo y puedo acceder al saber disponible, pero no tengo ni tiempo ni medios para pensar". Por eso, para no pocos, basta con ser pragmático, individualista, competitivo y utilitarista. La cultura informatizada y centrada en el saber científico da testimonio de la pasión por la ignorancia del hombre en la misma especialización del saber. De tanto estudiar no se sabe lo esencial y de tanto especializarse se deviene inútil para resolver problemas simples y cotidianos. El mejor ejemplo son las ciencias del hombre que -en su afán de pasar por científicas- sólo avanzan en dirección a modelos transdisciplinarios comprensibles sólo por los especialistas que pugnan por romper el cerco de su especialidad. El conocimiento especializado se cree autosuficiente y no sirve para pensar ni la complejidad ni la totalidad. Como no es posible descubrir analíticamente, la sabiduría se ha desplazado a la ficción, entonces se piensa a través del cine y de la literatura fantástica; a pesar de que la cultura, con la presión de la velocidad competitiva, invalida ese saber con el contramensaje: "Los héroes son la ficción, tú aprovecha la mínima oportunidad que tengas" Es decir, como tal vez devengas héroe si procedes según tus sueños y el amor que te hace soñar, no te enamores, no sueñes, utiliza, coge lo que puedas, pues no tienes tiempo, somos muchos y hay poco.

Si Kant nos mostró que el hombre prefiere no pensar para no ser responsable, Freud nos reveló que somos neuróticos porque reprimimos la verdad, no queremos saber lo que duele y que preferimos seguir durmiendo el sueño de la conciencia sin dejar de repetir el mismo fracaso. Pura pasión autodestructiva. Por tanto, no basta pensar, es necesario dejar que hable el Otro que nos habita y del que el yo es apenas un inquilino, que cree pensar cuando en realidad es laxo, desubicado y desorientado. Dejar hablar al inconsciente es la manera menos cruenta de encarar los miedos que nos rinden cobardes, dependientes y egoístas. Entretanto, tiranizamos al prójimo con nuestras manías. Éste es el mayor descubrimiento de la era científica: el inconsciente, y la prueba de su existencia es la repetición de nuestros sinsentidos. Desde Freud sabemos que el hombre olvida el saber que sabe y por eso evita pensar, porque el saber está ligado a la culpa, pues querer saber es siempre un querer saber sobre el deseo y el goce sexuales; es forzar la ignorancia que impone el deseo para gozar de modo destructivo. No obstante, ese saber emerge cruel cuando estamos odio-enamorados bajo transferencia: en las relaciones de pareja, cuando hacemos y decimos estupideces, y en esas relaciones subjetivas en las que gobiernan las pasiones.

Esta relación trastornada del sujeto con el Otro del saber y la verdad acentúa la debilidad mental que nos golpea a todos por igual y hace de la impostura neurótica, moneda corriente. Las ciencias humanas no están progresando y desdeñan los aportes clásicos de sus fundadores como conocimientos superados; mientras los aprendices repiten lo que dicen los gurús de cada disciplina, de acuerdo a la investidura de poder y saber con el que estén revestidos. Es decir que los seguidores juegan al cuento de asentir y admirar serviles el traje invisible del emperador engañado que camina desnudo. No hay una voz inocente que grite su desnudez, porque la misma cultura avanza también en dirección a saber más sobre el goce, y en esa carrera destruye la inocencia. Antes se escondía el saber para preservar la inocencia y para someter a los inocentes; hoy se entrega un saber sobre el goce para preservar de la ingenuidad y de la vulnerabilidad, destruyendo la inocencia.

Entretanto, la naturaleza humana continúa siendo el territorio menos conocido por la ciencia, y los sistemas educativos son el espejo de este desconocimiento. No terminan de actualizarse, no saben equilibrar memoria y razonamiento, dejan frustración y desconfianza; mientras los problemas psicológicos de maestros y alumnos desbordan los programas educativos. Paradójicamente, las mayorías sin educación de calidad son la que más saben de la vida, luchan para no ser instrumentalizadas y subsisten guiados con la sabiduría popular.

 

6. Los hombres que nos enseñan el saber esencial

En medio de tanta confusión, en los lugares menos esperados, donde reina la más abyecta precariedad, como las cárceles, los suburbios, las familias destrozadas por la desgracia y entre algunas personas adictas que tocaron fondo luego de destruir sus vidas y las de sus allegados; encontramos personas que nos impresionan y hacen mella en nuestro espíritu. Esos seres nos sorprenden por su lucidez, por su profunda sensibilidad y comprensión humanas. Han aprendido en situaciones-límite, con dolor, que lo más importante es el amor a la familia y la lealtad a uno mismo y a las personas que comparten el mismo destino. Su interioridad está abierta y deja manar un manantial de sabiduría y libertad de espíritu (aunque estén privadas de otras formas de libertad). Estos extraordinarios hombres tienen la capacidad de saberse situar, conocen su lugar en el mundo, y al estar bien ubicados, nos ubican. Pueden callar o decir una palabra justa y oportuna en cada circunstancia, porque saben lo que es más importante y esencial en esta vida. No hablan desde el lugar común del yo que pontifica saberes, tampoco desde la espontaneidad infantil, ni desde la fe en puros ideales. Lo hacen desde un lugar muy personal, desde su propia realidad dolorosa que aceptan, y avanzan para crecer a partir de ella y llegar hasta donde les sea posible, según su historia previa.

Se aceptan como son y nos aceptan. En su compañía, algo profundo se pone en su lugar, devenimos mejores, nos dan la talla de nuestra estatura humana. Sin decir mucho, nos enseñan a amar y a mirar lo esencial, nos redimen de una caída en picada hacia la muerte sin esperanza. Un encuentro con ellos nos marca para siempre. Todos los buscamos a tientas, especialmente cuando nos extraviamos y necesitamos rescatarnos a nosotros mismos. Ellos evocan en nosotros cosas que habíamos olvidado y las recuperamos para volver a ser fieles a eso íntimo que siempre fuimos. Son los "analistas salvajes" que nos escuchan y saben responder lo justo. Es más que el bálsamo de un encuentro casual con un niño tierno y sensible o con una persona pobre y sencilla de grandes valores, que reconfortan por ser transparentes y confiables.

¿Qué clase de saber nos enseñan? Lo poco que dicen estas personas perdura en el tiempo, no pierde vigencia ni actualidad y se convierte en un referente de vida para el que los encuentra y escucha. Es algo del orden arcaico que da sentido, ordena, limita y proyecta hacia adelante. El conocimiento especializado puede parecer sinónimo de vanguardismo, pero hay eventos que revelan el impase de saber mucho, sin saber nada esencial. Son sucesos en los que la noción de tiempo se asocia a la muerte; por ejemplo, si cometo un acto criminal me angustio en soledad, mis afectos y emociones se enredan, y en un segundo se me destruye el concepto de tiempo, miles de años me atraviesan el cuerpo y todo deviene viejo y vacío. Contrariamente, si en un acto de amor y heroísmo entrego la vida en un instante, le doy sentido a mi existencia, fecundo la vida de otros y perduro en el tiempo. Por extensión, cada vez que destruyo a un ser, pierdo tiempo y me acarreo soledad y frialdad; mientras que, si vivo entregado al prójimo, mantengo el frescor de un espíritu siempre juvenil y doy calor a las personas y espacios donde habito.

Luego, hay un saber ligado al tiempo y a nuestros actos. Emerge cuando éstos nos han llevado a la destrucción y al dolor; entonces valoramos lo esencial, cuando ya casi no queda tiempo ni oportunidad de recuperar lo amado. Si ser fiel a uno mismo es lo que perdura a pesar del tiempo, quizá sólo amando aquello que da su razón de ser a nuestra existencia convirtamos el tiempo en una vigencia eterna.

 

7. Tiempo de concluir

Por ahora el mundo es una aldea global en la que se mira y se muestra todo. La racionalidad que imponen la cultura del saber decir y la civilización del saber hacer enseña al hombre a permanecer indolente frente a la muerte y la exclusión; frío y mezquino frente a la miseria ajena. Al fin y al cabo, cuanto más certidumbre creemos tener en los propios juicios, menos esperanza abrigamos en la vida y en el prójimo.

La competencia lastima y daña el espíritu, pervierte los valores de la solidaridad y el respeto, y orilla a un cinismo utilitarista con el que se manipula y se compra seguridad, autoestima y reconocimiento fatuos. Y como no se quiere saber de este extravío, aunque se vea proyectado en el espejo de las pantallas digitales, no se mira; sólo se ve un espectáculo repetitivo que pierde cada vez más interés y gana en superficialidad y aburrimiento. Se puede ver todo, sin realmente mirar nada. La cultura del saber especializado no deja ni pensar ni recordar; permite hacer semblante de saber, de creer que se comprende y de creer que se decide, cuando en realidad apenas somos testigo de decisiones forzadas por el goce que no advertimos. Evidentemente es mejor hacerse el ciego frente a aquel saber marrullero que se reparte como preservativos que devalúan el encuentro con el prójimo.

En el "paraíso" multimedia de la información vive la serpiente del deseo humano y no cesa de tentarnos una y otra vez a probar el fruto prohibido del árbol de la ciencia del Bien y del Mal, para ser como dioses. Ingenua pretensión que ya Nietzsche y Freud demolieron mientras abrían paso al coraje para vivir, al espíritu dionisíaco, al saber inconsciente, a la apología del acto fallido, a la inocencia del borrico que consiste en no saber lo que es la inocencia, a ese esconder su ingenio detrás de sus largas orejas.

 

Artículo recibido en: mayo de 2011

Manejado por: ABCE

Aceptado en: septiembre de 2011

Referencias

1.      Garaudy, R. (1972). L'alterative. Paris: Robert Laffont.        [ Links ]

2.      Lacan, J. (1966). Escritos. vol. 2, México: Siglo XXI, p. 614        [ Links ]

3.      Levinas, E. ( 1974). Humanismo del otro hombre. México: Siglo XXI.        [ Links ]

4.      Platón (1996) Fedro o del amor. En Diálogos. México : Ed. Porrúa, 24ª ed., p. 657-660        [ Links ]

5.      Soros, George. (2006). Tiempos inciertos. Barcelona: Random House Mondadori S.A.        [ Links ]

1 Cfr. Platón (1996: 657-660), donde Platón relata sobre el dios egipcio Teut que inventó la escritura, además de los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, el ajedrez y los dados

2 Utilizo el Otro en el sentido de E. Levinas, como la alteridad social que me apremia con su deseo, me cuestiona, me vacía de mí mismo y no cesa de vaciarme al descubrirme recursos siempre nuevos. (Levinas, 1974: 48-67). Y también en el sentido que le da J. Lacan, como el lugar del significante, lugar desde donde soy hablado, desde donde deseo con el deseo de ese Otro que me constituye porque es ahí - en el campo simbólico - que un sujeto deviene una identidad para un otro (Lacan, 1966: 614)

3 Roger Garaudy en 1972 interpretaba los acontecimientos del mayo francés del 68 como parte de la revolución constructiva que debían emprender los jóvenes (que en ese entonces representaban la mitad de la población mundial, porque después de la guerra ascendió de dos a seis mil millones de habitantes) hacia un socialismo de autogestión que definía, en palabras de Marx, como el libre florecimiento de cada uno, como condición del libre florecimiento de todos (Garaudy, 1972). Lacan simplemente los consideró un síntoma del discurso del amo.

 

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