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Revista Latinoamericana de Desarrollo Económico

versión impresa ISSN 2074-4706versión On-line ISSN 2309-9038

rlde  n.4 La Paz abr. 2005

 

ARTÍCULOS DE DEBATE

 

Elementos de economía en San Agustín y Santo Tomás de Aquino

 

 

Alejandro F. Mercado*

 

 


 

La Iglesia Católica desde sus inicios ha jugado un papel preponderante en el mundo, el mismo que se ha visto fortalecido con el pontificado del Papa Juan Pablo II. En momentos en que parecía que la revolución del "high tech" llevaría a los hombres, en especial a los jóvenes, a dejar la espiritualidad en un segundo plano, la visión que ha transmitido el sucesor de Pedro ha dado un nuevo vigor a la misión de la Iglesia. En ese marco, si bien la Iglesia ha asumido un mayor rol protagónico en la sociedad, ha asumido también el desafío de dar ciertas señales para la conducción de la misma. Hablar de conducir la sociedad nos lleva, en última instancia, al plano de la economía, y es también en este ámbito que la Iglesia debe afrontar el reto.

 

Lecturas distintas

Mucho se ha especulado sobre la posición que estaría adoptando la Iglesia Católica respecto a las distintas corrientes del pensamiento económico y político. Liberales y antiliberales siempre hicieron sus propias interpretaciones de los documentos de la Iglesia, tratando de llevar el agua a su molino. Desde la encíclica Rerum Novarum (1891) del Papa León XIII, los pontífices han denunciado la injusticia de las condiciones sociales y económicas y han propuesto alternativas, intentado detener la pobreza y el sufrimiento de millones de personas que viven en las partes más olvidadas del planeta; asimismo, la defensa de los derechos humanos ha sido la guía de estas declaraciones.

Como no podía ser de otra manera, las declaraciones de la Iglesia Católica han sido objeto de variadas interpretaciones. Así, por ejemplo, la Encíclica Populorum Progressio, de 1967, presentada por Pablo VI, fue leída por los antiliberales como una condena al capitalismo, mientras que los liberales la entendieron como una reflexión que no condenaba al capitalismo sino a sus excesos; de la misma forma, la Encíclica Sollicitudo Rei Sociales, publicada veinte años después, generó los lamentos de los liberales porque, según su lectura, se hacía una crítica muy severa a los excesos del capitalismo, mientras que los antiliberales veían en ella un duro ataque al colectivismo. La Encíclica Centesimuis Annus, de Juan Pablo II, hecha conocer en 1991, gustó a los liberales en tanto que leían en ella el acercamiento de la Iglesia a la visión liberal, la condena al socialismo y un rechazo a la búsqueda de una tercera vía; los antiliberales, por su parte, consideraron que esta Encíclica era la continuación de la visión de 1987.

La verdad es que liberales y antiliberales no supieron leer el pensamiento de la Iglesia Católica, el mismo que siempre estuvo más allá de sus lecturas políticas. Una probable explicación de esta visión adelantada por parte de la Iglesia es que ésta tiene la ventaja de analizar la realidad sin ser afectada por los cambios coyunturales. En ese marco, el tratamiento de los temas económicos requiere revisar sus fundamentos filosóficos y ello nos conduce a indagar sobre el pensamiento de San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino.

 

San Agustín de Hipona

Aunque San Agustín fue el filósofo más importante después de la muerte de Aristóteles y antes de la aparición de Santo Tomás de Aquino, y, sin lugar a dudas, el primer filósofo cristiano. Sin embargo, probablemente se sepa más sobre el milagro que originó su conversión al cristianismo que sobre su legado filosófico, que influiría en gran parte del pensamiento posterior a su muerte. No se lea esto como que después de la muerte de Aristóteles la filosofía quedó en completo letargo, pues los cínicos, los estoicos, los escépticos y otras escuelas menores mantuvieron cierto impulso en la especulación filosófica. Sin embargo, hasta San Agustín, tales reflexiones giraron en torno a lo que podríamos denominar la tradición helénica; por otra parte, la asimetría a favor de la vida de San Agustín en detrimento de sus aportes filosóficos probablemente se deba a que él mismo buscó ello en sus Confesiones -un libro dedicado a presentar su difícil búsqueda de la virtud y de la verdad- para dejarnos un profundo texto de fe.

En su búsqueda de conciliar las ideas de Plotino con el cristianismo de San Pablo, San Agustín logró tender puentes entre el cristianismo y la tradición filosófica griega, los mismos que serían fortalecidos después por Santo Tomás de Aquino en su exégesis de las teorías de Aristóteles. San Agustín ejerció profunda influencia sobre varios pensadores de la era medieval, el más importante de los cuales fue, probablemente, San Anselmo, fundador en el siglo XI del escolasticismo, pensamiento que habría de regir durante toda la Edad Media. A través de su obra La ciudad de Dios, San Agustín formuló una filosofía teológica de la historia. En la colosal fundamentación que hace sobre su visión del tiempo colocó las bases para la teoría de Kant, que más de mil doscientos años después habría de constituirse como el parte aguas de la filosofía, y dio los elementos que habrían de ser utilizados por René Descartes en su famoso Discurso del método (Strathern, 2000).

Entrando en la temática económica, destaquemos que la problemática sobre la propiedad ha sido el factor que ha dividido y continúa abriendo la brecha entre liberales y antiliberales. La forma de propiedad: individual, estatal, comunitaria o colectiva, se constituye en la base filosófica de cualquier interpretación de la realidad económica. La teoría económica convencional, cuyo desarrollo cierra una especie de círculo que se inicia con la Economía Clásica y se retroalimenta en la actual Nueva Macroeconomía Clásica, tiene como fundamento filosófico la propiedad individual, entendida ésta en el sentido de Locke, como parte de los derechos naturales, donde cada uno tiene el derecho a su propio esfuerzo. Por contrapartida, las escuelas del pensamiento económico que veían a la propiedad como un mecanismo de opresión no lograron construir una teoría económica sólida.

San Agustín no discurre sobre la forma cómo se producen los bienes, ni siquiera la forma de su distribución. Su tratamiento está en un plano distinto, de carácter ético, por lo que la posesión y uso de los bienes materiales es de segunda importancia respecto a las acciones morales; en ese marco, no existe un rechazo a la posesión de bienes, siempre y cuando los mismos resulten de una adquisición legítima y se haga un correcto uso de ellos. Más aún, la posesión de los bienes al parecer no es el centro del problema sino el excesivo deseo de ellos. La posesión de los bienes no es mala por si misma, si se tiene el cuidado de no quedar amarrado a ellos, y siempre y cuando se haga un uso apropiado y con objetivos justos. Las palabras de Nuestro Señor en Mateo 6: 31-33 nos muestran la base sobre la que descansa esta lectura: "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas".

En el plano conceptual, San Agustín establece dos elementos que se constituirían en los pilares de la futura construcción del pensamiento económico. Por una parte, descubre que las cosas tenían un valor distinto en correspondencia con quien hacía uso de ellas y, por otra, que el precio de las cosas variaba con la necesidad, siendo ésta quien regulaba el valor. Como se puede ver, San Agustín abría el camino por el que transitaría el pensamiento económico hasta la actual conceptualización del valor.

 

Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino fue el filósofo más importante de la Edad Media y el representante más destacado de la Escuela Escolástica. Junto a San Agustín no solamente construyeron las bases de la filosofía cristiana, en tanto teólogos, sino que estructuraron el pensamiento filosófico que, como destacamos líneas arriba, habría de establecer las bases para el gran salto en la reflexión filosófica de Immanuel Kant. En la línea trazada por San Agustín y Juan Escoto Erígena, Santo Tomás de Aquino estableció el vínculo entre la tradición filosófica griega y el cristianismo, considerando que es posible alcanzar la verdad a través del camino de la filosofía o el camino de la revelación, y que ambos caminos, antes de ser antagónicos, eran complementarios.

Los casi mil años que transcurrieron entre la caída del Imperio Romano de Occidente, que ocurre muy poco después de la muerte de San Agustín, y la caída de Constantinopla, la denominada Edad Media, fue uno de los periodos más oscuros de la humanidad, asediada por los bárbaros que intentaban destruir toda la civilización edificada hasta ese momento. Si la civilización se salvó de perecer fue gracias a la solidez que había alcanzado la Iglesia Católica y el desarrollo económico de las ciudades, que habrían de transitar hacia el comercio. De manera específica, el pensamiento de la Iglesia Católica, reflejado en la Escuela Escolástica, al plantear y defender la armonía entre razón y revelación, permitió preservar el pensamiento clásico y crear ciertas normas morales que establecieron las instituciones para la futura construcción de la denominada sociedad moderna.

No existe, como es de esperar, un trabajo de Santo Tomás de Aquino referido de manera específica a la temática económica. Sin embargo, recorriendo la Summa Theologiae, que lamentablemente dejó inconclusa, es posible encontrar los principios básicos de su pensamiento que hacen a la economía. Así, retomando lo discutido en la sección anterior, tenemos que Santo Tomás tampoco rechaza la propiedad privada. Por el contrario, parecería que la aprueba, en tanto que la misma permitiría un mejor cuidado de los bienes frente a la alternativa de que sean de propiedad común. La propiedad privada serviría de mecanismo de ordenación de la sociedad, porque establecería responsabilidades y, en cierta medida, promovería la paz, considerando que la falta de claridad en la posesión de los bienes generalmente termina en conflicto. Lo anotado hasta aquí demuestra la capacidad de Santo Tomás de Aquino para adecuar su pensamiento al futuro; empero, más allá de ser una visión adelantada para su tiempo, nos proporciona un mecanismo de justicia moral al destacar que el uso de los bienes debe estar al servicio del bien común (Dougherty, 2003). Este precepto moral, que la Iglesia Católica ha mantenido, le ha permitido reflejar de manera adecuada la lucha de los más desposeídos frente a la concentración del poder político y económico.

El crecimiento de las ciudades, los aumentos en la productividad de la producción artesanal y de la agricultura y los inicios de la actividad comercial, cambiaron las relaciones de creación de valor, así como las formas de apropiación de la renta, generando nuevos desafíos sobre la forma de integrar una realidad cambiante con la lectura que había logrado vincular la tradición helénica con la doctrina cristiana. Dos fueron los principales temas de controversia: la justicia en el intercambio y el tema de la usura.

San Agustín decía: "Aquel cómico, al examinarse a sí mismo o al observar a los demás, creyó que era un sentimiento común a todo el mundo el querer comprar barato y vender caro. Pero puesto que, ciertamente, esto es un vicio, cada cual puede alcanzar la virtud de la justicia que le permita resistir y vencer al mismo" (cit. en Rima, 1995). Esta lectura ética se traducirá posteriormente, con la Escuela Escolástica, en la Ley de la Justicia Conmutativa, donde la compensación debía establecerse en correspondencia con el goce que proporcionan los bienes. Probablemente éste sea uno de los ejemplos más destacables del adelanto del pensamiento de Santo Tomás respecto al pensamiento económico. El goce de los bienes, criterio que debía regular el intercambio, se convirtió, con la teoría de la utilidad desarrollada por Jevons, Menger y Walras en el siglo XIX, en la revolución más importante de la teoría económica desde que la misma fuera sistematizada por la Escuela Clásica.

En lo referente al tema de la usura, ciertamente que el avance del intercambio y la acumulación chocaban con los preceptos de la propia concepción helenística. El pensamiento escolástico resolvió el problema separando el valor del objeto y el valor de su uso (de ahí la denominación de "usura") Sin embargo, ello no fue comprendido en su verdadera dimensión y generó un embrollo notable que alcanzó su máxima expresión en la errónea separación entre valor de uso y valor de cambio, y sentó las bases para una también errónea concepción historicista del desarrollo social. El valor de uso no era otra cosa que la visión adelantada de la teoría de la utilidad, que sería desarrollada cuatro siglos después (Ekelund y Hébert, 2003).

 

Reflexiones finales

Intentar interpretar el pensamiento de San Agustín de Hipona y de Santo Tomás de Aquino sobre la temática económica con base en sus fundamentos filosóficos, tiene la ventaja de ver su doctrina con ojos frescos y encontrarnos, sorprendidos, frente a una actualidad que va más allá de lo que podríamos esperar.

Aunque el desarrollo aislado de las transacciones no permitía contar con la madurez empírica para comprender el funcionamiento del mercado y no era posible identificar los precios como un resultado antes que una norma, la conexión que hizo San Agustín entre necesidad y precio fue, sin lugar a dudas, una apertura anticipada del camino que habría de seguir el pensamiento económico hasta la actual teoría del valor. De la misma forma, las ideas de Santo Tomás de Aquino establecieron las bases para llevar la reflexión de los escolásticos hacia la comprensión de una necesidad agregada que, después de varios siglos, coagularía en el descubrimiento del mecanismo de autorregulación que tiene la economía.

 

Notas

* Director del Instituto de Investigaciones Socio-Económicas de la Universidad Católica Boliviana.

 

REFERENCIAS

Dougherty, W. H. 2003. Catholicism and the Economy: Augustine and Aquinas on Property Ownership. Markets & Morality Vol. 6 Num. 2. Acton Institute for the Study of Religion and Liberty. Michigan, United States.

Ekelund, R. B. y R. F. Hébert. 2003. Historia de la teoría económica y de su método. Madrid: McGraw Hill.

Rima, I. H. 1995. "Desarrollo del análisis económico" Madrid: Ediciones Irwin. Rima cita "De Summa Theologica" (1269-1290) de Santo Tomás (tr. de Fraile Teófilo Urdanoz), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1956, quien a su vez cita a San Agustín.

Strathern, P. 2000. San Agustín. Madrid: Siglo XXI.

 

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