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Revista Perspectivas

versión impresa ISSN 1994-3733

Perspectivas  n.28 Cochabamba  2011

 

Artículo

 

La crisis de EE.UU. y el futuro del dólar

 

U.S. crisis and the future of the dollar

 

 

Osvaldo Walter Gutiérrez Andrade*
oswaguan@ucbcba.edu.bo

 

 


Resumen

Bajo las condiciones generales de una casi segura recesión en EE.UU. una profunda inestabilidad financiera con permanentes caídas bursátiles y la persistente amenaza de ruinas bancarias, asoman en ese país. Como desenlace, se visualizan crisis, no sólo a nivel social o de consumo, sino severos ajustes a nivel monetario. En este escenario, la caída de EE.UU. significaría el fin del patrón dólar, y generaría una mundialización de la crisis en la que ningún Estado capitalista podría sobrevivir, por esa razón, paradójicamente los países desarrollados y no desarrollados deben hacer que esto no ocurra. El dólar ha perdido su reinado mundial, pero ninguna otra divisas se perfila como reemplazante y en las situaciones de crisis es el refugio más apetecido.

Palabras clave: crisis económica, deuda pública, dólar.


Abstract

Under the general terms of an almost certain recession in the U.S., a permanent deep financial instability stock falls and the continuing threat of ruins bank looming menace that country. Consequently, crises are displayed, not only at a social or consumer level, but also severe adjustments at the monetary level. In this scenario, the fall in U.S. mean the end of the dollar standard, and generate a globalization of the crisis in which no capitalist state could survive. For that reason, paradoxically, developed and developing countries should make this not happen. The dollar has lost its global reign, but no other currency is seen as a replacement and in situations of crisis it is the most sought shelter.

Keywords: economic crisis, public debt, dollar.


 

 

1. Antecedentes históricos

La historia del capitalismo nos habla de tres grandes crisis. La primera de ellas, desatada en Viena en 1873, concluyó con el establecimiento de la hegemonía de los Estados Unidos de América como potencia económica a partir de 1896 al desplazar al Reino Unido y cambió cuestiones estructurales claves como la predominancia del petróleo sobre el carbón en la energía y la emergencia del automóvil a expensas del ferrocarril. La segunda fue la de 1929, con inicio en Nueva York, solo frenada por la Segunda Guerra Mundial y de cuyos efectos apenas se mantuvieron al margen China con su persistencia en el patrón plata y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La tercera crisis se la ubica en 2008, con una extensión a 2011 y más. Hace tiempo que Estados Unidos se encuentra en cesación de pagos (‘default’). La deuda pública federal a 2011 es de 14 billones de dólares -un ciento por ciento del PBI; el déficit fiscal del ejercicio 2011 supera el 10% de ese producto, en las cercanías de los dos billones de dólares. El cómputo de la deuda pública no incluye a los estados de la federación y a los municipios -muchos de los cuales, entre ellos el estado de California- han dejado de pagar sus cuentas en dólares para hacerlo en una suerte de moneda local.

 

2. La crisis de EE.UU. de 1929

Remontémonos –por su importancia histórica- a la segunda crisis. En 1928, algunos síntomas hacían prever que la economía estaba en peligro. Los ingresos de la población no habían subido tanto como para que el consumo siguiera creciendo. Los almacenes estaban llenos de mercaderías que no podían ser vendidas y muchas fábricas comenzaron a despedir a sus trabajadores. Sin embargo, en la bolsa seguía la fiesta especulativa. Los precios a que se vendían las acciones no reflejaban la situación económica real de las empresas. Aunque el crecimiento de muchas de ellas se había detenido, sus acciones seguían subiendo porque había una gran demanda de los especuladores. Nadie pudo o quiso darse cuenta de la gravedad de la situación. Cuando en octubre de 1929 la Bolsa de Nueva York quebró, la crisis fue inevitable y se extendió al sistema bancario, al sector industrial, al sector comercio y al agro estadounidenses. Sus consecuencias se sintieron también en todo el mundo y perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial.

2.1. Causas de la crisis de 1929

Las causas de la crisis tienen los siguientes antecedentes: hacia 1925, la economía mundial se hallaba bastante equilibrada, la producción había vuelto al nivel de antes de la Primera Guerra Mundial, la cotización de las materias primas parecía estabilizada y los países que atravesaban un periodo de alta coyuntura eran numerosos. Una serie de equilibrios tradicionales quedaban alterados: la producción y el bienestar progresaban de manera espectacular en unas partes (EE.UU., Japón), mientras que en otras, perdida la prosperidad anterior a la guerra, vivían abrumados por el desempleo y las crisis endémicas; en particular en el Reino Unido. Al propio tiempo, los estadounidenses complicaban de singular manera la posición de los europeos. La deuda internacional no podía pagarse sino con oro o mercancías, y los estadounidenses frenaban sus importaciones de Europa con nuevos y cada vez más elevados derechos de aduana, al tiempo que utilizaban su superioridad para imponer sus exportaciones a Europa.

Desde 1925, las actividades de la Bolsa habían evolucionado tan vertiginosamente como la producción industrial del país. La cotización de las acciones subía regularmente de año en año, y fueron numerosos los estadounidenses que hallaron en la especulación bolsística la fuente de una rápida fortuna: la fiebre de jugar a la Bolsa tentaba a todos los estratos de la población de modo irresistible, tanto rentistas y jubilados como aprendices, que ignoraban todo lo relativo a la industria, a la economía y a la misma Bolsa. Todo el mundo consideraba que la economía del país se encaminaba hacia niveles insospechados, y todos estaban persuadidos de que las “mejores acciones” podían conseguirse con muy poco dinero, pensando que debía aprovecharse de aquella buena suerte antes de que pudiera terminarse.

La continuada demanda hizo subir las acciones a alturas increíbles, y pronto la cotización en Bolsa fue pura especulación, que nada tenía de común con la auténtica solvencia de una sociedad. Mientras sólo se trató, para el ciudadano medio, de invertir sus economías, la especulación siguió dentro de unos límites más o menos razonables, pero transcurrió el tiempo y los estadounidenses empezaron a jugar a la Bolsa con dinero prestado.

En consecuencia, hay múltiples causas para la recesión en 1929, incluyendo las debilidades estructurales y acontecimientos concretos que la convirtieron en una depresión mayor y la propagaron de un país a otro. En relación con la recesión de 1929, los historiadores hacen hincapié en los factores estructurales, como las masivas quiebras bancarias y el crash bursátil. La cuestión más debatida es si se trató de un gran fracaso por parte de los mercados libres, o por parte de los gobiernos al intentar reducir las quiebras bancarias generalizadas, con el pánico resultante y la reducción en el suministro de dinero.

La corriente principal interpretativa de las causas de la gran depresión de 1929, señalan a la especulación sin relación con la producción económica real, la estructura fragmentada de la Banca americana, poco control de las operaciones, excesos del liberalismo y falta de mecanismos intervencionistas del Estado, sumado a las reacciones de pánico masivo son las causas más importantes de la gran depresión.

2.2 Efectos de la crisis de 1929

El jueves 24 de octubre de 1929, se produjo el crash de la bolsa de Wall Street. Más de 13.000.000 de títulos que cotizaban en baja no encontraron compradores y ocasionaron la ruina de miles de inversores, muchos de los cuales, habían comprado las acciones con créditos que ya no podrían pagar.

Esto llevó a que la gente entrara en pánico, y quienes poseían dinero en cuentas bancarias corrieron a retirarlo. Los bancos no eran capaces de hacer frente a tal magnitud de reintegros, y además, como en los Estados Unidos se había tratado de hacer frente al descenso de la demanda con una expansión de crédito a los ciudadanos comunes, se vieron desbordados por deudas incobrables. Ante esto, se negaron a dar nuevos créditos y a refinanciar las deudas existentes, pero sin embargo, aproximadamente 600 bancos americanos quebraron.

En los Estados Unidos, el descenso de consumo hizo que los stocks acumulados crecieran, las inversiones se paralizaran y muchas empresas tuviesen que cerrar sus puertas. La caída de la actividad industrial supuso una desocupación generalizada, de tal manera que se calcula que hacia 1932, existían en los Estados Unidos cerca de 13.000.000 de desocupados. La depresión trajo también penuria en el campo, pues muchos agricultores se arruinaron como consecuencia de la caída de los precios y de los mercados agrícolas. Como solución desesperada para poder pagar sus deudas, gran cantidad de trabajadores agrícolas vendieron sus tierras a precios irrisorios y se fueron a trabajar al oeste. La pobreza no alcanzó solo a campesinos y obreros, sino que se extendió a empleados, profesionales y capitalistas arruinados.

Las conexiones existentes en la economía internacional, pero sobre todo la dependencia que de los Estados Unidos tenía la economía europea, hicieron que la Gran Depresión, se extendiera por todo el mundo. La caída de los precios en América afectó a las industrias de otras partes del mundo que tenían precios superiores a los estadounidenses y que al no poder competir, vieron drásticamente reducidas sus exportaciones. Al mismo tiempo, la disminución de la demanda norteamericana, (y por ende, de sus importaciones), frenó las exportaciones de muchos países, con lo que disminuyó el comercio mundial.

La inexistencia en Estados Unidos, de un sector bancario fuerte de ámbito nacional y la quiebra inicial de algunos bancos hizo que la crisis bancaria se extendiera por todo el país, multiplicando los efectos de la crisis. La Reserva Federal era la única que podía haber evitado una caída en cadena de los bancos, mediante concesión de liquidez de forma masiva a los bancos, pero los gestores de la Reserva Federal, muy al contrario redujeron la oferta monetaria y subieron los tipos de interés, provocando una oleada masiva de quiebras bancarias. Esta reducción de la oferta monetaria también provocó el inicio de un proceso deflacionista y la reducción drástica del consumo y el comienzo de una intensa depresión.

Doce años después del fatídico 24 de octubre de 1929, el gasto federal equivalía al 10% del PIB de los Estados Unidos. De una fuerza laboral de 56 millones de trabajadores, el gobierno federal empleaba a cerca de 1,3 millones, el 2’2% en trabajos civiles y militares regulares y a otros 3,3 millones (5,9%) en programas de emergencia de alivio laboral. Otros 10 millones, que representaban el 17% de la población activa, estaban desempleados. La deuda nacional había crecido a casi 40 mil millones de dólares.

La crisis de 1929, medida en valores contemporáneos, estuvo cerca de u$s 1,0 billón. La crisis de 2008, ha superado largamente esa cifra.

 

3. La crisis de EE.UU. de 2008

Los Estados Unidos, la economía más grande del mundo, entraron en 2008 con una grave crisis crediticia e hipotecaria que afectó a la fuerte burbuja inmobiliaria que venían sufriendo, así como un valor del dólar anormalmente bajo. El estallido de la crisis económica de 2008 puede fijarse oficialmente en agosto de 2007 cuando los Bancos centrales tuvieron que intervenir para proporcionar liquidez al sistema bancario. Tras varios meses de debilidad y pérdida de empleos, el fenómeno colapsó entre 2007 y 2008, causando la quiebra de medio centenar de bancos y entidades financieras. Este colapso arrastró a los valores bursátiles y la capacidad de consumo y ahorro de la población.

En septiembre de 2008, los problemas se agravaron con la bancarrota de diversas entidades financieras relacionadas con el mercado de las hipotecas inmobiliarias, como el banco de inversión Lehman Brothers, las compañías hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac o la aseguradora AIG. El gobierno norteamericano intervino inyectando cientos de miles de millones de dólares para salvar algunas de estas entidades.

La confluencia de otros eventos de particular nocividad para la economía estadounidense (subida de los precios del petróleo, aumento de la inflación, estancamiento del crédito), exageraron el pesimismo global sobre el futuro económico estadounidense.

3.1 Antecedentes de la crisis financiera de 2008

Comenzó con la explosión de la burbuja inmobiliaria estadounidense en 2005 tras un largo período de incesante incremento de los precios de las viviendas. Por aquel entonces, el número de familias que podía pagar una hipoteca había aumentado. Los prestamistas habían empezado a llevar a cabo una práctica llamada crédito “subprime”, que consistía en hacer préstamos a gente que normalmente no podría acceder a una hipoteca para una casa por existir mayor riesgo de impago. Las hipotecas “subprime” comenzaban con un bajo interés los primeros años para luego elevarse drásticamente.

En muchas ocasiones, a los prestatarios no se les explicaban todos los riesgos y se les decía que podrían refinanciar la hipoteca en unos años para mantener las tasas de interés bajas. Los economistas advirtieron de los peligros, pero, en general, nadie en los EE UU quería interrumpir el ambiente de fiesta que rodeaba a la burbuja inmobiliaria. Todo el mundo parecía estar ganando dinero, tanto las empresas de construcción como los agentes inmobiliarios y las compañías de materiales; y los consumidores eran felices: tenían casa propia por primera vez en sus vidas. La industria se encontraba en gran parte al margen del gobierno estadounidense tras décadas de firme desregulación por parte del partido republicano.

Pero en 2005-2006 llegó la hora de pagar. Las tasas de interés de las hipotecas “subprime” se dispararon y muchos de los nuevos propietarios no podían pagarlas o refinanciarlas. La crisis tendría que haberse quedado en los propietarios de viviendas estadounidenses pero, desafortunadamente, tanto los bancos como los prestamistas de estos asuntos habían traspasado la deuda a los inversores. Los activos de la deuda se repartieron y se vendieron a otros inversores y a bancos de todo el mundo en complicados paquetes financieros que poca gente parecía entender del todo. Durante 2007, casi un 1,3 millones de viviendas estadounidenses fueron sujeto de actividades financieras, un 79% más que en 2006. Cundió el pánico: nadie parecía tener ninguna idea de quién era el dueño de estas deudas “inútiles”, extendidas por todo el sistema financiero mundial. De repente, los bancos ya no estaban dispuestos a hacer más préstamos, lo que resultó en una crisis de crédito o credit crunch; es decir, un período en el que hay poca liquidez (dinero en efectivo) en el sistema porque nadie está prestando. Las pérdidas empezaron a acumularse. En julio de 2008, los bancos y las principales instituciones financieras de todo el mundo anunciaron pérdidas de alrededor de 435.000 millones de dólares.

3.2 Causas de la crisis de EE.UU. de 2008

3.2.1. De largo plazo (1980–2008)

Las causas de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos se remontan hasta la administración del presidente Ronald Reagan, quien no sólo siguió la línea tradicional del Partido Republicano en cuanto a reducir el papel del gobierno federal en la economía, sino que procedió de manera muy contradictoria en implementar algunas partes de esa ideología. Antes de la década de los ochenta, la política económica de los otros gobiernos republicanos siempre había sido conservadora en materia fiscal, en el sentido de no gastar más de lo que recaudaba en impuestos. Sin embargo, Reagan bajó los impuestos, sin reducir concomitantemente los gastos del gobierno federal, con el resultado previsible de acumular un gran déficit fiscal.

Estas nuevas acciones –recortar impuestos y aumentar el gasto– se justificaron con el argumento de que el recorte estimularía la inversión privada, misma que expandiría la base gravable lo suficiente como para recaudar tantos impuestos como fueran necesarios para equilibrar así el presupuesto. Sobre esta base, los republicanos empezaron a gastar todo lo que consideraban necesario, a la vez que se jactaban de reducir el papel del gobierno en la economía, mediante la reducción de impuestos. También disminuyeron el papel del gobierno en la economía a través de una nueva política de desregulación de los mercados, sobre lo cual argumentaron que la intervención gubernamental resultaba contraproducente, toda vez que imponía una burocracia ineficiente a los mercados, mismos que podrían autorregularse más eficientemente, incluso el sensible mercado financiero.

El déficit fiscal se corrigió momentáneamente durante la administración demócrata de William Clinton, debido al aumento de los impuestos y al acelerado crecimiento económico que su equipo económico (Robert Rubin, Lawrence Summers y Alan Greenspan) logró fomentar a través de políticas de desregulación de los mercados financieros. Sin embargo, Clinton consolidó una serie de prácticas financieras que se han identificado ahora como causas directas de la actual crisis, por ejemplo, la eliminación de leyes que prohibían la combinación de banca comercial, banca de inversión y la prestación de servicios de seguros; también, la decisión de negar autoridad a la Commodity Futures Trading Commission para regular el mercado de derivados, etcétera.

La siguiente administración republicana, la de George W. Bush, no sólo continuó con la desregulación financiera, sino que, además, regresó a la misma política fiscal de hacer recortes impositivos y realizar gastos irresponsablemente y en exceso. De esta manera, la suma de toda la deuda nacional acumulada hasta el momento en que Bush terminó su segunda administración fue de 10.638.331.208.924.31 dólares (19 de enero de 2009). Esta cifra representó la acumulación de los instrumentos de deuda que todas las administraciones anteriores habían vendido para cubrir sus gastos superavitarios. Medido en términos reales para eliminar el efecto de la inflación, se puede afirmar que esta deuda nacional se mantuvo en un nivel constantemente bajo desde finales de la segunda guerra mundial hasta 1983; o sea, fue justo con la primera administración de Reagan (1981–1989) cuando empezó a dispararse hacia la alta.

Los estadunidenses aprendieron fácilmente los encantos del gasto deficitario, ayudado por las instituciones financieras y el gobierno, que les asignó la tarea de estimular la economía y provocó que se consumiera más de lo que se producía y se pagara a crédito. La deuda familiar aumentó de 680.000.000.000 en 1974 a 14.000.000.000.000 en 2008, duplicándose en los últimos siete años de 2001 a 2008. Esto ha sucedido porque un hogar promedio tiene trece tarjetas de crédito, 40 por ciento de las cuales llevan un balance de deuda de mes con mes (aunque puede que se hayan cancelado muchas de éstas recientemente como consecuencia de la crisis). Por otra parte, los estados y municipios no se quedaron atrás: gastaron en infraestructura, desarrollo urbano y otras operaciones sin un aumento correspondiente de impuestos, financiándose mediante la venta de bonos de gobiernos locales, garantizados por la perspectiva de ingresos futuros. Mientras tanto, pagan los intereses.

Otro problema es que mucho de lo que se consume en Estados Unidos proviene de importaciones. Por ello, su déficit comercial con el resto del mundo se incrementó. En la cuenta de bienes, entre 1980 y 2008, se acumuló un déficit total de 8.074.230.000.000 (según datos del censo aduanal). Si bien 1980 no fue el primer año en que ocurrió esto, el déficit total acumulado entre 1960 y 1979 sumaba apenas a 43.844.000.000. Entonces, se puede afirmar que el déficit comercial se agravó con el cambio en el patrón de gastos en Estados Unidos a partir de los ochenta. Normalmente, estos déficits comerciales no tienen consecuencias graves, porque tienden a autocorregirse con los ajustes que se producen entre los tipos flotantes de cambio. Pero este déficit no empezó a reducirse sino hasta 2007 con la devaluación del dólar, tal vez porque gran parte correspondía a deuda gubernamental, independientemente de la relación entre tipos de cambio.

Hubiera sido imposible aguantar los veintisiete años en que Estados Unidos acumuló déficit en su cuenta comercial, de no haber sido porque el país lo balanceaba con un superávit equivalente en su cuenta de capitales, la cual estaba en estas condiciones gracias a la venta de bonos realizada por el gobierno estadunidense para pagar su déficit presupuestal. Gran parte de estos bonos los compraban países asiáticos como Japón (por 580 mil millones de dólares) y China (por 390 mil millones) (datos de noviembre de 2007). Además, el superávit en la cuenta de capitales tendía a aumentar el déficit en la cuenta de bienes porque mantenía el dólar sobrevaluado; por ello, se abarataban las importaciones y se encarecían las exportaciones, reforzando la propensión del consumidor estadunidense a comprar bienes importados.

Es importante entender que, por irracional y precario que parezca el patrón de consumo de Estados Unidos, cumplía con la función estratégica de fomentar el crecimiento económico en una importante región del mundo, Asia, donde su modelo de desarrollo industrial dependía del acceso ventajoso de sus productos al mercado estadunidense. La política de promoción de exportaciones de estos países se basaba en un arreglo comercial con Estados Unidos, que daba libre acceso a su mercado a los bienes de consumo que producían. En reciprocidad, los países asiáticos daban a Estados Unidos el derecho a exportarles libremente sus bienes intermedios y sus bienes de capital. Otro componente importante de este modelo era su política monetaria, orientada a subvalorar sus monedas frente al dólar, mediante el uso de su ahorro nacional para comprar la deuda en dólares emitida por Estados Unidos.

Esta relación tan peculiar entre Estados Unidos y Asia se mantuvo en equilibrio hasta principios de los ochenta, cuando la pérdida de competitividad de este país frente a Asia en la producción de bienes manufactureros se aceleró. Esto dio lugar a la transferencia de la producción de bienes intermedios y de capital a Asia, en adición a los bienes de consumo cuya producción ya se había reubicado. De allí en adelante, se aceleró la acumulación de déficit comercial de Estados Unidos con Asia y, para compensarlo, la compra de crecientes cantidades de deuda estadunidense por parte de las bancas centrales asiáticas. El resultado de esta situación es una terrible paradoja: por un lado, consumo excesivo en Estados Unidos, financiado mediante endeudamiento y, por el otro, la inhibición del consumo, incluso de productos básicos en los países en desarrollo en Asia, debido a su excesiva tasa de ahorro. Los desequilibrios inherentes en esta situación constituyen la causa última de la crisis de 2008.

Las causas estructurales son que los grandes consorcios se han dedicado en EE.UU. desde comienzos de la administración de Ronald Reagan, a finales de los años 80, al comercio especulativo. A partir de la crisis bursátil experimentada en los Estados Unidos, en 1987, Wall Street, el corazón financiero de ese país, localizado en la ciudad de Nueva York, logró que el Departamento del Tesoro dejara de interferir en los mercados financieros y las bolsas de Nueva York y Chicago establecieron las reglas.

Esto se hizo violando abiertamente el Acta Glass-Steagall, un cuerpo de normas establecido en 1933, que fue pilar de la recuperación económica del país, como respuesta al ambiente de corrupción, manipulación financiera y tráfico de influencias, que provocaron más 5 mil quiebras bancarias en los años siguientes al crack de Wall Street de 1929.

Pero para asegurar el ambiente de la desregulación y despejar el camino a los grandes consorcios financieros, en 1999, el Congreso estadounidense aprobó el Acta Gramm-Leach Bliley, conocida como Acta de modernización de los servicios financieros, que derogó todas las restricciones preexistentes sobre el desempeño de los grandes consorcios financieros.

Bajo las nuevas normas, ratificadas por el Senado estadounidense y aprobadas por el presidente Clinton, los bancos comerciales, las firmas de broker (corredores de bolsa), los inversores institucionales y las compañías de seguros podían invertir libremente en cualquier negocio e integrar completamente sus operaciones financieras. La abolición de la regulación en las actividades financieras, dio origen a una carrera especulativa sin frenos en el sector financiero. El colapso financiero está íntimamente relacionado con el crecimiento incontrolado de operaciones especulativas muy apalancadas. La contienda mundial para apoderarse de las riquezas a través de la manipulación financiera es la fuerza motriz que subyace en esta crisis.

3.2.2. De mediano plazo (2001–2008)

Estados Unidos entró en recesión en 2001, debido al estallido de la burbuja tecnológica relacionada sobre todo con la expansión de las acciones de compañías de Internet. A primera vista, la respuesta de las autoridades a esta recesión fue exitosa, porque el Sistema de Reserva Federal (FED) fue capaz de impulsar una pronta recuperación mediante una serie de reducciones en las tasas de interés; sin embargo, a pesar de que las repetidas rebajas llevaron esta tasa a sólo el 1 por ciento, el desempleo continuó creciendo; de manera que tuvieron que pasar más de dos años antes de que el panorama del empleo empezara a mejorar. Finalmente, cuando se recobró, fue porque se reemplazó la burbuja tecnológica por una inmobiliaria. Ambas burbujas se relacionan con la política de desregulación del mercado financiero y también con la decidida intervención del gobierno federal en la economía, no obstante, la ideología republicana es inherentemente contraria a esto.

Alan Greenspan encabezó la FED durante este periodo prolongado de bajas continuas en la tasa de interés, orientadas a estimular la economía. Él se oponía a las voces de precaución que señalaban los peligros subyacentes en los aumentos desmedidos en los precios de las acciones. Según sus argumentos, las acciones de Internet podrían aumentar sin que esto tuviera relación alguna con la inversión subyacente, porque supuestamente esta tecnología había dado lugar a una nueva economía en que las viejas reglas sobre la valoración de las acciones no se aplicaban –hasta su caída estrepitosa en 2001, cuando se revelaron distorsiones deliberadas en la contabilidad de compañías como Enron.

De nuevo con la burbuja inmobiliaria, el gobierno se cegó ante los precios irracionales de los bienes raíces y de las hipotecas, porque el crecimiento continuo del consumo estadunidense era demasiado importante para la economía mundial como para dejarlo caer.

El abaratamiento del dinero llevó a una expansión del crédito, sobre todo en materia de hipotecas “sub–prime”a personas de bajos recursos. Tradicionalmente, algunas compañías reguladas por el gobierno, como Fannie Mae, Freddie Mac y Ginnie Mae, manejaban estas hipotecas; pero las empresas financieras de Wall Street empezaron a meterse en este negocio. Al no estar sujetas a la regulación gubernamental, no tomaron las precauciones más elementales, como pedir comprobantes de ingresos o exigir depósitos anticipados. Mientras más subió la demanda de casas, más subieron los precios; y su alto valor sirvió de aval a otros tipos de créditos. Las financieras entendieron el riesgo en que estaban incurriendo, por lo que aseguraron estas hipotecas o las revendían en paquetes de deuda que recibieron la calificación de “grado de inversión” de parte de las compañías evaluadoras.

Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, a la FED no le ha resultado tan fácil como la vez pasada reactivar la economía mediante reducciones en la tasa de interés; y cuando la tasa interbancaria había bajado a 0.5 por ciento, se tuvo que buscar otro tipo de estímulo. Además, la crisis de 2008 encontró al consumidor ya sobreendeudado, lo cual resulta especialmente grave porque representa el 72 por ciento de la economía estadunidense.

3.2.3. De corto plazo (2007–2008)

El plan anticrisis de George W. Bush fue ineficiente en su pretensión de revertir dicha recesión, en parte porque empezó tarde. Él no hizo nada hasta los últimos días de diciembre de 2007, a pesar de que se sabía desde marzo que la cantidad de cuentas que no se pagaron en el sector hipotecario había alcanzado su punto más alto en siete años y que el precio de las casas había empezado a caer. Poco después, quebraron tres empresas de bienes raíces (New Century, American Home Mortgage y Homebanc), dos fondos de inversión de Bear Stearns y unas setenta firmas hipotecarias. En respuesta, los demás bancos endurecieron sus condiciones para conceder nuevos préstamos, pero lo único que hizo el gobierno fue reducir la tasa de interés en 0.5 por ciento y empezar a investigar lo que estaban haciendo las firmas de Wall Street con sus hipotecas.

En los primeros ocho meses de 2008, el gobierno actuó pero siempre de manera reactiva, a la saga de los acontecimientos. Cuando los grandes grupos (Washington Mutual, Citigroup, Bear Stearns, Merrill Lynch y Freddie Mac) anunciaron pérdidas de entre 4.400.000 y 972.999.999 de dólares cada uno, el gobierno recortó la tasa de interés en 0.75 por ciento e inyectó cien mil millones de dólares en el mercado financiero. Luego, cuando bajaron repentinamente los precios de las casas y explotó la burbuja hipotecaria, el 6 de septiembre anunció la nacionalización de Fannie Mae y Freddie Mac. Los problemas se agudizaron a partir del 14 de septiembre, cuando el Bank of America compró Merrill Lynch a un precio de castigo y, al día siguiente, Lehman Brothers (el cuarto banco de inversión del mundo) se declaró en quiebra.

Se especula que el gobierno hubiera podido estabilizar la situación de haber rescatado a Lehman Brothers de la quiebra, pero cuando al día siguiente tomó control de la aseguradora AIG mediante la infusión de 85 millones de dólares en dicha compañía, solo logró mayor confusión porque no se entendía la razón por la cual el gobierno había reaccionado de manera diferente en los dos casos.

El 19 de septiembre se anunció un plan de rescate por 700 mil millones de dólares y las bolsas de todo el mundo subieron; pero el Congreso no lo aprobó sino hasta el 3 de octubre, lo cual provocó que cayeran otra vez y no sólo por la demora, sino porque, en el ínterin, el gobierno había demostrado falta de claridad con respecto a lo que quería hacer con el dinero. Al principio, el gobierno había dicho que utilizaría este fondo para comprar deuda tóxica de los bancos, lo que les hubiera gustado a los bancos porque hubiera eliminado la tóxica deuda de sus portafolios. Pero, finalmente, lo que se hizo fue obligar a los nueve mayores bancos que aceptaran que el gobierno comprara 250 mil millones de dólares de sus acciones preferentes, con el objetivo de aumentar su liquidez para que pudieran ayudan a sus deudores a reestructurar pagos y seguir prestando dinero.

Sin embargo, el gobierno no condicionó el antemencionado rescate al cumplimiento de estas metas ni obligó a los demás bancos a participar en ello, de manera que se puede afirmar que la primera parte del plan de rescate no ha tenido éxito en frenar la ola de incumplimientos ni en reactivar el crédito bancario. El problema con estos bandazos es que permitieron que la crisis hipotecaria se convierta en crisis de liquidez e incluso en crisis de confianza, lo que impactó también a los sectores sanos de la economía y se expandió al resto del mundo.

3.3 Efectos de corto plazo de la crisis de 2008

Rápidamente, el impacto de las hipotecas de crisis provocó repercusiones más allá de los Estados Unidos. Los bancos de inversión sufrieron pérdidas en todo el mundo. Las empresas empezaron a negarse a comprar bonos por valor de miles de millones de dólares, a causa de las condiciones del mercado. El Banco Federal de los EE.UU. y el Banco Central Europeo trataron de reforzar los mercados con dinero, inyectando fondos disponibles a los bancos (préstamos en condiciones más favorables). Las tasas de interés también fueron cortadas, en un esfuerzo para alentar a los préstamos. Sin embargo, a corto plazo las ayudas no resolvieron la crisis de liquidez (falta de dinero disponible para los bancos), ya que los bancos seguían desconfiando, por lo que se negaron a otorgar préstamos unos a otros. Los mercados de crédito se volvieron inmóviles pues los bancos fueron reacios a prestarse dinero entre ellos, al no saber cuántos malos préstamos podrían tener sus competidores.

El dólar estadounidense sufrió un proceso constante de depreciación y el déficit comercial que continuó batiendo récords. La ventaja exportadora por un dólar débil fue completamente anulada en el intercambio comercial por el alza de los precios del petróleo, del cual EEUU importa el 50%. Millones de familias comenzaron a perder sus hogares, e instituciones como General Motors, Ford y Chrysler y muchas aerolíneas empezaron a tener serias dificultades. Los índices de confianza del consumidor se situaron en sus más bajos niveles históricos (algunos datan de los años 50), y se produjo un alza del desempleo en Estados Unidos y otros países desarrollados.

3.4 Los efectos de largo plazo de la crisis de EE.UU.

3.4.1. Efecto-declinación de EE.UU.

El enfoque más corriente remarca la regresión económica. Destaca que EE.UU. perdió la superioridad de posguerra, ya no controla el 50% de la industria mundial y no ejerce un reinado monetario. Señala que la inconvertibilidad del dólar (1971) acentúo el deterioro de Estados Unidos frente a Europa o Japón y estima que esa caída se profundizó en las últimas dos décadas de ascenso chino. Resalta la presencia de un generalizado repliegue de la producción norteamericana, que incluye desmoronamientos de la productividad, obsolescencia de la estructura manufacturera y creciente desindustrialización.

En el análisis de este estancamiento se hace hincapié en la pérdida de empleos industriales, la expansión de los servicios y el déficit comercial, que son atribuidos a la masiva importación de bienes anteriormente fabricados en el país. Este desequilibrio externo es explicado por una descontrolada inclinación norteamericana al sobre-consumo, que favorece a las empresas foráneas.

El retroceso del dólar es presentado como otro barómetro del declive. La pérdida de señorazgo de esa divisa es vista como un proceso irreversible. Se supone que concluirá con el reemplazo del billete que reguló durante décadas las transacciones internacionales, por otras monedas (euro, yen, yuan) o por la formación de una canasta de signos sustitutos.

Esta sustitución es también asociada con la transformación de un viejo acreedor mundial en el principal deudor contemporáneo. Estados Unidos es descripto como un agobiado prestatario, que depende del flujo de capitales externos para solventar su deuda pública. Esta atadura –que obliga al país a sostener tasas de interés atractivas para los adquirientes foráneos de bonos del tesoro- es identificada con otras experiencias de declive histórico. Se recuerda que la sofocación deudora determinó en el pasado, el fin de la expansión material y el comienzo de la regresión financiera de todas las potencias declinantes.

Este retroceso es señalado, a su vez, como el principal causante de la segmentación económico-social que soporta Estados Unidos. La fractura que corroe la movilidad ascendente de posguerra ya sepulta al modelo de empleo e ingresos ascendentes, que lo caracterizó anteriormente.

El ritmo de caída de EE.UU. suscita controversias. Algunos autores sostienen que ese desplome supera ampliamente la percepción corriente. Consideran que estuvo enmascarado durante la última década por el derrumbe del contendiente soviético y por los artificios de la globalización financiera. Estiman que una economía depredadora y dependiente de la exacción de recursos de otros países tiende al desplome y repetirá la trayectoria seguida por España durante el siglo XVII. Esa potencia disimulaba su quiebra con el oro sustraído del Nuevo Mundo.

Otras visiones son más cautelosas. Reconocen que Estados Unidos logró posponer su caída, mediante un paréntesis gestado durante el neoliberalismo. El país pudo reorientar los flujos financieros hacia su propio mercado y contó con recursos suficientes para doblegar a la URSS y domesticar al Sur.
Pero este desahogo no alcanzaría y solo demoraría la decadencia que ya padeció anteriormente el imperio británico. Ese antecedente incluyó los mismos giros hacia la intermediación comercial y el refugio en las finanzas. Estados Unidos carga, además, con una orfandad de dominios territoriales, que le impiden repetir la administración de la regresión que logró Inglaterra a principios del siglo XX.

Las teorías que diagnostican el declive norteamericano analizan la economía de esa potencia con los mismos parámetros de cualquier otro país. No registran las peculiaridades de una estructura muy singular. Estos rasgos se forjaron durante la posguerra y se consolidaron en las últimas décadas de mundialización neoliberal.

A diferencia de otros países, Estados Unidos juega un papel primordial en la reproducción del capital global. Resulta indispensable tomar en cuenta este dato, en cualquier evaluación. El simple contraste de índices de productividad, endeudamiento o gravitación monetaria de EE.UU. con sus rivales olvida esta particularidad y se limita a extender la teoría realista de las relaciones internacionales al campo de la economía. Traza un contrapunto en el plano industrial, comercial o financiero entre países desarrollados, suponiendo que compiten en igualdad de condiciones por la dominación mundial.

Con esa mirada se supone que Estados Unidos pierde posiciones frente a sus rivales, desconociendo que esa batalla no se desenvuelve como una confrontación entre pares. Ningún adversario cumple el rol político-militar que juega EE.UU. en la preservación del sistema que defienden todos los concurrentes.

Una mirada exclusivamente centrada en la competencia era válida a fines del siglo XIX, pero no sirve en la actualidad. Se ha consumado una internacionalización de la economía, un salto en la asociación mundial de los capitales y un incremento cualitativo en la gravitación de las empresas transnacionales que modifican el viejo escenario. En el contexto vigente, Estados Unidos ocupa un rol decisivo en la organización de la economía global.

Esa centralidad es muy evidente en el plano financiero y por esta razón los teóricos del declive son más cautelosos en los diagnósticos de este sector. Reconocen la continuada preeminencia de los bancos estadounidenses, que perdura como un factor determinante de la mundialización contemporánea.

Mediante la expansión de esas entidades se forjó inicialmente el mercado del euro-dólar que financió la internacionalización de las empresas norteamericanas y especialmente su asociación con las compañías europeas. Esa plaza se convirtió en el principal antecedente de los depósitos desregulados y las transacciones extraterritoriales, que posteriormente forjaron la mundialización financiera. Los bancos norteamericanos facilitaron un manejo autónomo de la liquidez mundial, que apuntaló el protagonismo de la City londinense.

Esta gravitación de las finanzas norteamericanas quedó confirmada durante las últimas dos décadas por el rol que ha jugado Wall Street (en el circuito bursátil internacional) y la Reserva Federal (en la circulación global del capital). Lo ocurrido en la crisis reciente ha sido muy ilustrativo de este poderío. Toda la política de socorro estatal a los bancos implementada a nivel internacional fue primero definida por los banqueros estadounidenses, luego asumida por el gobierno de ese país y finalmente adoptada por el resto de las potencias.

Esa preeminencia se verifica también en las negociaciones para reorganizar el sistema bancario. Estados Unidos le impuso a Alemania y a Francia la preservación del actual esquema de finanzas liberalizadas, con algún ajuste de las cuentas fiscales. Todo el reordenamiento de las normas bancarias internacionales ha quedado a subordinado, además, al ajuste previo de las entidades norteamericanas.

El control sobre las calificadoras, la supervisión de los fondos, la regulación de los capitales mínimos y las restricciones al apalancamiento que se dispongan en Estados Unidos fijarán la pauta a seguir en todo el planeta. El modelo de la FED sería primero adoptado por el FMI y posteriormente exportado al resto de las naciones.

La FED actuó durante la crisis del 2008-2010 como un Banco Central con influencia mundial y definió la política predominante de bajísimas tasas de interés. Japón volvió a exhibir sometimiento financiero al padrino estadounidense y el ente rector de las finanzas europeas fue incapaz de adoptar medidas significativas.

La gravitación de las finanzas norteamericanas obedece al rol estratégico que continúa cumpliendo ese sector en la internacionalización del movimiento de capitales. Esta circulación no quedó interrumpida por ninguna crisis de las últimas décadas. Al contrario, cada colapso bancario vigorizó la globalización de las finanzas, que impulsan todas las potencias, pero que asegura Estados Unidos. Este rol de garante no se verifica sólo observando la localización del capital. Hay que notar quiénes son los socios y custodios de los flujos financieros desperdigados por todo el planeta.

3.4.2 Efecto sobre la divisa norteamericana y el endeudamiento

El lugar del dólar en este proceso es un tema más controvertido. Es evidente que esa divisa ya no tiene la supremacía indiscutida de los años 50. Pero su inconvertibilidad arrastra más de cuatro décadas y durante ese lapso no se registró el desplome incontenible de un signo carente de respaldo real. Predominaron sucesivos ciclos de ascenso y descenso de esa cotización, junto a la aparición de varias monedas de mayor alcance global. Ninguna de estas divisas se ha perfilado, hasta ahora, como reemplazante del billete norteamericano.

Lo ocurrido en la crisis reciente confirmó este panorama. El dólar se convirtió en el principal refugio monetario frente al desmoronamiento de los bancos. En la emergencia, los acaudalados del mundo optaron por proteger sus ahorros en esa divisa (en llamativo contraste con el euro). La moneda de Europa debió sostenerse con un anclaje, que el Banco Central Europeo sostuvo mediante tasas de interés superiores a las vigentes en Estados Unidos. Esa entidad actuó con muchas vacilaciones para apuntalar un signo creado durante la bonanza y sometido a su primer test de consistencia.

En la distensión financiera que ha sucedido al pico del colapso del 2008-10, el dólar ha vuelto a caer. Esta baja ciertamente refleja la búsqueda de un equilibrio monetario, que exprese las nuevas relaciones de fuerza vigentes entre la primera potencia y el resto del mundo. Estados Unidos intenta mantener cierta primacía, manejando una devaluación que le permita reducir el déficit comercial, sin afectar la afluencia internacional de capitales. Negocia con sus rivales estos dos objetivos contradictorios, mientras que sus competidores intentan aminorar la gravitación del dólar, evitando su completa sustitución por otra moneda.

La tendencia preeminente apunta disminuir la supremacía monetaria norteamericana, sin eliminar su gravitación. El euro no se perfila como reemplazante del dólar, el yen ni siquiera ambiciona disputar ese rol y el yuan no opera todavía libremente en los mercados internacionales. Nadie avala tampoco, un retorno a las áreas monetarias cerradas de entre-guerra.

Por esta razón se discute la formación de distinto tipo de canastas o billetes compartidos (como los Derechos Especiales de Giro), cuya viabilidad dependerá del carácter manejable o descontrolado que asuma la crisis actual. En general, los rivales buscan nuevas formas de asociación y no de confrontación (o reemplazo) de Estados Unidos.

Este interés por preservar la estabilidad del dólar obedece a un propósito comercial: continuar la colocación de productos en el principal mercado del mundo. Mediante la importación masiva de bienes, la economía norteamericana mantuvo aceitado el ritmo de actividad mundial, durante la última década. Todos los exportadores intentan sostener su cuota de ventas en Estados Unidos y esa tarea exige mantener la gravitación del dólar.

En este contexto hay que analizar la conversión de Estados Unidos en un gran deudor. Este lugar puede ser interpretado como un signo de decadencia y subordinación a los rivales ascendentes es otro indicio del papel central que ocupa la primera potencia, en el ciclo mundial de los negocios.

Existen muchas discusiones sobre la magnitud real del endeudamiento externo norteamericano y del costo de su refinanciación externa, a partir de un déficit comercial que saltó del 1,7% (1982-97) al 5-6 % del PBI (2003-10). Las calificadoras han reducido el puntaje de confiabilidad de la deuda y los republicanos impulsan la formación de una comisión con plenos poderes, para monitorear una drástica reducción del pasivo. Estos datos son ilustrativos del debilitamiento interno de la economía norteamericana.

Pero el país mantiene su estratégica importancia como absorbente de las mercancías excedentes. La actitud de China durante la crisis reciente retrató el interés que mantienen las restantes potencias en el sostenimiento de ese mercado. El gigante oriental decidió refinanciar el déficit norteamericano para preservar su corriente de ventas. La posibilidad de sostener este circuito es muy dudosa y no resulta fácil continuar comerciando a puro crédito.

Pero los teóricos de la declinación norteamericana no logran explicar por qué razón, los concurrentes de la primera potencia apuestan al sostenimiento y no a la caída de su rival. A la hora de observar el endeudamiento externo hay que notar no solo la posición contable adversa de Estados Unidos, sino también la función movilizadora que tiene ese desbalance sobre el flujo internacional de capitales y mercancías.

Para capturar las tendencias en curso es necesario reconocer que la economía norteamericana no se equipara con las restantes. Las variables en discusión -cotización del dólar, magnitud del déficit comercial, envergadura del bache presupuestario- deben ser analizadas superando la perspectiva nacional-comparativa. Hay que estudiar esos indicadores desde una dinámica imperial, que sitúa a Estados Unidos en el corazón del capitalismo global.

 

4. La crisis de los EE.UU. de 2011 y el futuro del dólar

Cuando se cumplen 3 años del inicio de la mayor crisis económica internacional desde el final de la segunda guerra mundial, todos los datos muestran que EE.UU. está entrando en una nueva recesión.

Así, su crecimiento económico pasó del 0,5% del primer trimestre del año al 0,3% en el segundo; y todo indica que continuará esta tendencia. Para fines de agosto, los 24 países más desarrollados del mundo, agrupados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), crecieron apenas un 0,2% en el segundo trimestre del año, tras hacerlo un 0,3% en el primero. Según el WES (World Economic Survey, august 2011), la economía estadounidense tuvo una declinación permanente durante el período 1995-2010, la situación se ve agravada el 2011 con la incertidumbre que trae su gran deuda soberana; tanto así que el viernes 5 de agosto la calificadora de riesgos financieros Standard & Poor’s (S&P) rebajó la calificación de la deuda soberana de Estados Unidos, de AAA, la máxima calificación de fiabilidad, a AA+, nota que coloca a los bonos de la deuda gubernamental de la primera economía del mundo, por debajo de los mismos títulos de potencias de segundo orden como Alemania, Francia y el Reino Unido. Se trata de un suceso inédito de las últimas décadas, anteriormente le pasó lo mismo en 1941. EE.UU. es el país más endeudado del planeta, con 14,2 billones de dólares, equivalente al 100% de su PIB.

¿Cuáles son las causas de la deuda nacional y del déficit en EE.UU.? Según P. Krugman (Premio Nobel de Economía 2008) y otros analistas, son, antes que nada, los paquetes de rescate de multi-billones -millones de millones- de dólares que fueron se otorgaron a Wall Street a fin de rescatar a los jugadores financieros (En EE.UU. la reserva federal ha gastado más de 16 billones de dólares para el rescate financiero, más del 100% de la riqueza producida por esa economía en un año. Esto explica por qué la deuda federal ha aumentado de 9,2 billones de dólares en 2007 a 14,2 billones en 2011, un aumento de casi 55%), la constante escalada de los costos de la guerra y el militarismo (la contratación constante de soldados y la interminable producción de armamento), los inmensos regalos tributarios a los acaudalados, la reducción de las tasas de interés al 0% y el vertiginoso aumento de los costos de la atención sanitaria (el costo del sistema privado de servicios de salud en EE.UU. aumenta fuera de control), incrementados sistemáticamente por las compañías aseguradoras y farmacéuticas. Si bien el problema de fondo en el caso de EE.UU. es sistémico: no hubo reinversión en el aparato productivo, en una situación donde la búsqueda de ganancias extraordinarias llevó a la industria financiera a inventar derivados que chocaron con la capacidad limitada de compra de la sociedad. Este proceso pone de relieve el divorcio que existe entre la economía real y el valor de las acciones en la mayoría de las bolsas del mundo.

El problema central es que EE.UU. retrasó artificialmente la recesión durante años, por miedo a sus efectos sociales, utilizando métodos no sostenibles, como son el endeudamiento público y la reducción de los tipos de interés. Así, llegaron a la recesión completamente endeudados, lo que agravaron posteriormente con el rescate de sus bancos y empresas con fondos públicos. Los principales efectos negativos de la crisis recaen sobre: la seguridad social, la salud, educación, vivienda (masivo embargo de casas en EE.UU.), la no reactivación del consumo (producida por la desaparición del crédito para la producción), el medio ambiente, ciencia y energía, el nivel de empleo (desempleo del 10% de la población económicamente activa), la distribución del ingreso (al presente, el 1% de la población más rica concentra cerca de 40% de la riqueza total, mientras que hace 25 años el 12% más rico controlaba el 33%.), la devaluación de la divisa norteamericana en muchos países, etc.

¿Cuál será el futuro del dólar, en medio de esta severa crisis de los Estados Unidos de Norteamérica?. Con la divisa estadounidense en declive y con EEUU con sus finanzas en rojo y al borde de un default (cesación de pagos, que recientemente se evitó, porque el Congreso acordó elevar el nivel de endeudamiento del país), ¿qué se considera que ocurrirá con el dólar estadounidense?.

Por las razones que se exponen a continuación, el dólar estadounidense, va a continuar con altas y bajas, pero seguirá vigente en el panorama económico mundial. Veamos:

-    El dólar es la moneda de cambio y de reserva internacional, y los países de todos los continentes (Europa, Asia, Latinoamérica, Australia y África) la utilizan en sus transacciones comerciales y tienen la mayoría de sus reservas en dólares. Según el Banco Mundial y el FMI, más de un 70% de las reservas mundiales están en dólares, frente a un 25% en euros de la Unión Europea, que también utiliza el dólar. China, la tercera economía mundial, después de EE.UU. y la UE, tiene sus reservas en dólares.
-    Según el Banco Internacional de Pagos, el dólar está involucrado en el 86% de los US$3,2 billones (millones de millones) de transacciones diarias de divisas en el mundo. Casi dos terceras partes de las reservas de los bancos centrales del mundo están denominadas en dólares. El dólar continúa siendo la “moneda favorita de los bancos centrales” y representa un 55% de sus activos y pasivos en moneda extranjera. Según el Banco Mundial y el Departamento de Comercio de EE.UU., un 80% de las transacciones internacionales, un 70% de las importaciones mundiales y la casi totalidad del comercio petrolero se realizan en dólares.
-    Las empresas y los grupos financieros transnacionales que controlan los sistemas financieros especulativos y los sistemas económicos productivos a escala mundial (por encima de los gobiernos) realizan mayoritariamente sus volúmenes de negocios, inversiones y tomas de ganancias en dólares. El sistema financiero especulativo internacional está “dolarizado”, y las bolsas y los mercados internacionales del dinero operan mayoritariamente con la divisa estadounidense. La Bolsa de Nueva York, o NYSE, es el mayor mercado de dinero del mundo y concentra el mayor volumen de operaciones financieras en dólares que realizan empresas trasnacionales cotizantes a escala global.
-    Según el Banco Mundial, los países emergentes y las potencias económicas desarrolladas generan más del 75% del PBI mundial en dólares (el resto se genera en euros y otras monedas). Para los países con una fuerte dependencia de las exportaciones de materias primas como el petróleo, las cifras pueden ser incluso más altas. El dólar también está profundamente arraigado en el comercio mundial. Las empresas reducen sus costos de transacción al usar una divisa común.

En consecuencia, si EE.UU. y el dólar colapsaran, simultáneamente colapsarían el comercio exterior, el sistema financiero y el sistema económico productivo, tanto de los países centrales como de los periféricos y emergentes. En resumen, si se cayeran EE.UU. y el dólar, sería como si una bomba nuclear estallase en la economía capitalista a escala planetaria y nadie podría escapar con vida de la radiación que se desataría por efecto encadenado. Por lo tanto, los más interesados en salvar al dólar y a EE.UU. del colapso, paradójicamente, son Europa y las potencias centrales, además de China y las potencias emergentes, cuyo desarrollo económico depende de EE.UU. y de Europa y del entramado de la economía que tiene al dólar como moneda patrón.

 

Notas

* Doctor en Ciencias Económicas, Magíster en Docencia Universitaria. Especialidad en Metodología de la Investigación en Ciencias Sociales. Diplomado en Educación Superior, Diplomado en Educación para la Familia. Licenciado en Economía Ex Director Departamento de Administración, Economía y Finanzas. Universidad Católica Boliviana. Ex Secretario General del Colegio de Economistas de Cochabamba. Ex Secretario de Organización y Régimen Interno de la Federación de Profesionales de Cochabamba. Distinguido por la Federación de Profesionales de Cochabamba, Categoría: “Al Desarrollo de la Ciencia” (2010). Invitado por el Institute for Economic Research (IFO) – World Economic Survey (WES), University of Munich (Germany), como experto en economía por Bolivia (2010-2011). Docente Universidad Católica Boliviana.

 

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