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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.17 n.35 La Paz  2014

 

DIÁLOGO ACADÉMICO

 

La construcción de la nación boliviana en
 el proceso de globalización sudamericana
1

 

Building the Bolivian nation in the South American
 globalization process

 

 

Gustavo Fernández Saavedra, Gonzalo Chávez Álvarez,
María Teresa Zegada Claure, Alejandro Carvajal Guzmán2

Fecha de recepción: mayo de 2014
Fecha de aprobación: mayo de 2014
Versión final: junio de 2014

 

 


En este artículo se analiza la inserción de Bolivia en el contexto global, a partir de las características geográficas, económicas y socioculturales de cada Estado y de los juegos de poder intrínsecos a las relaciones internacionales. Los autores muestran que la globalización impacta de manera significativa en la construcción identitaria de la sociedad boliviana, particularmente en los sectores directamente vinculados con el mercado global. 

Palabras clave: globalización / Estado Nación / relaciones internacionales / flujos comerciales / redes sociales / soyeros / comerciantes populares  


This article analyses Bolivia’s involvement in the global context, based on the geographical, economic and sociocultural characteristics of each state and the power-plays intrinsic to international relations. The authors show that globalization has a significant impact on identity construction in Bolivian society, particularly in those sectors who have direct links to the global market.

Key words: globalization / nation-state / international relations / trade flows / social networks / soya producers / informal-sector traders


 

 

INTRODUCCIÓN

Una cadena de mutaciones en el sistema económico y político global y regional han modificado sustantivamente la naturaleza de la inserción boliviana en el proceso de globalización. Entre las transformaciones cabe destacar la revolución tecnológica, el cambio del eje de poder del Atlántico al Pacífico, la convergencia entre las economías de los países en desarrollo y los de la OECD (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico), la lenta recuperación de las economías de los países avanzados de occidente y la emergencia de Brasil como potencia regional indiscutida. Cambios que coinciden, de diversas maneras, con las transformaciones en la estructura política, productiva y demográfica del país. Además de ser un auténtico cambio de época.
En el siglo XXI, la nación boliviana y el mundo son radicalmente distintos de lo que fueron en el siglo XX. Para Bolivia, a diferencia de todo su pasado colonial y republicano, Sudamérica es, al mismo tiempo, el vector de influencia y el escenario de su proyección económica, política y geopolítica.
Por otra parte, se ha producido un profundo cambio en el eje económico de Bolivia. En 1980, el occidente, Oruro, Potosí y La Paz, exportaban el 70% del total nacional en minería y productos no tradicionales; el restante 30% provenía de lo que hoy conocemos como la “media luna”. Para el año 2011, esa relación se ha invertido. En efecto, en 2011 los hidrocarburos representaron el 44,9% de las exportaciones totales del país, frente al 26,7% de minerales, 24,6% de manufacturas y 3,71% de agricultura y ganadería. Así, se ha producido una reversión en la composición poblacional. Potosí y Santa Cruz son los dos extremos del flujo migratorio: uno cae y el otro sube. La gente se movió de los centros mineros de los andes a las zonas agrícolas de las tierras bajas.
Por último, los cambios operados en la sociedad boliviana desde el año 2000, así como el paso de un Estado Republicano a un Estado Plurinacional, dibujan un nuevo escenario interno, signado por continuidades y rupturas tanto en el ámbito social y político como en los imaginarios culturales, influidos en gran medida por su vinculación con el mundo globalizado.
La investigación “La construcción de la nación boliviana en el proceso de globalización sudamericana” identificó la naturaleza y profundidad de esos cambios, tanto externos como internos, y sus consecuencias -amenazas y oportunidades- para la nación boliviana. Estuvo dirigida, en consecuencia, a identificar las opciones de inserción internacional de Bolivia y los escenarios de su acción externa en la próxima década. Para ello, entre otras cosas, estudió la relación dialéctica entre el interés nacional -condicionado, en gran medida, por el emplazamiento geográfico y la dotación de recursos naturales y humanos del país- y la orientación e intereses políticos de los gobiernos nacionales. Por cierto, se examinaron, con particular detenimiento, los flujos comerciales y las redes sociales que resultan de la vinculación con el Pacífico y con la cuenca del Plata -los dos ejes principales de la articulación internacional de Bolivia- y el despegue de sectores económicos promovidos por su vinculación directa con el mundo globalizado, como exportadores y como importadores.


1. Contexto internacional y globalización

El marco de referencia conceptual que está por detrás del análisis se inspira en la teoría realista y neorrealista de las relaciones internacionales. En esta perspectiva teórica el actor principal de los hechos internacionales, aunque no el único, es el Estado y este es racional por definición. Para el realismo estructural, los Estados buscan implementar sus intereses definidos en términos de poder.
Dentro de la escuela neorrealista, se presentan dos aproximaciones teóricas: los realistas ofensivos afirman que los Estados persiguen objetivos de poder concreto (Mearsheimer, 2011) y los neorrealistas defensivos sostienen que los Estados buscan intereses en términos de seguridad. (Waltz, 1979). Por lo tanto, el equilibro internacional y la construcción de instituciones que lo sostiene responde a un balance de poder entre las naciones (Ver Donnelly, 2009; Goldstein y Pevehouse, 2012; Dunne y Schmidt, 2012).
Ya que el poder es un indicador importante del análisis cabe definirlo en sus múltiples acepciones. Nye parte de una definición básica: “El poder es la capacidad de hacer cosas y afectar a los demás para conseguir los resultados que queremos”. Pero poder es un concepto relacional que vincula actores, en este caso naciones; por lo tanto, para una mejor comprensión, se requiere la especificación tanto del “alcance del poder” como del “dominio del poder” de un Estado en relación a otro. Además, el poder tiene una dimensión cualitativa y cuantitativa, por ello medible. En este último caso, Nye habla del poder duro apoyado en recursos económicos, militares o poblacionales. Pero también existe el poder suave basado en la seducción, atracción y persuasión utilizando principios, cultura, valores o modos de vida que promueve el Estado dominante.

1.1. Evolución de la globalización y declive de la hegemonía de Estados Unidos

En tan solo diez años transcurrieron la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), eventos mundiales que transformaron el sistema internacional del siglo XX y la distribución del poder. La primera guerra terminó con el Tratado de Versalles que obligó a Alemania a ceder territorio, pagar reparaciones de guerra y limitar su armamento. Y bajo la iniciativa del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, se creó la Liga de las Naciones Unidas. Esta iniciativa fracasó debido a que Estados Unidos optó por una política aislacionista, el poder de Inglaterra estaba en declive y la Unión Soviética estaba concentrada en su propia revolución. En términos económicos prevaleció el proteccionismo y el nacionalismo financiero.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, el sistema internacional se organizó a imagen y semejanza de los vencedores. Estados Unidos y la Unión Soviética surgieron como dos grandes super potencias. Europa fue dividida entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Tratado de Varsovia. Alemania fue desmembrada en una parte occidental controlada por Estados Unidos y otra oriental bajo la administración de la Unión Soviética. El muro de Berlín simbolizó esta división del continente europeo.
En 1944, en Bretton Woods, se crearon dos organizaciones internacionales: el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). El BM promovería el desarrollo económico y social. El FMI fue concebido como una institución que ayudaría en la reconstrucción del sistema de pagos internacional del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Dicho sistema internacional persistió por varias décadas pero entró en crisis en los años setenta y se transformó en los años ochenta. La historia económica cambió de sentido y bajo la influencia de gobiernos conservadores en Inglaterra y los Estados Unidos, el sistema económico mundial se encaminó hacia una mayor integración comercial y financiera impulsado por ideas neoliberales que apostaban más al mercado que a la acción del Estado.
El sistema de Bretton Woods comenzó a desmontarse con una crisis monetaria que terminó con la substitución del patrón oro por el patrón dólar. En agosto de 1971, Estados Unidos rompió el vínculo y devaluó el dólar, poniendo fin a la era de tipos de cambio fijos pero ajustables (Frieden, 2006). Los gobiernos limitaron su intervención en los mercados y las transacciones económicas internacionales fueron liberalizadas. La migración fue menos libre que en el pasado pero llegó a más países. En suma, en los años noventa, el capitalismo tomó carácter mundial.
En la primera década del siglo XXI, a raíz de la profunda crisis de 2008, el sistema económico internacional volvió a transformarse. El Estado asumió nuevamente protagonismo de la economía, gestionando políticas macroeconómicas, promoviendo políticas industriales, controlando el comercio exterior y los flujos de capitales o ampliando diversos servicios sociales. El capitalismo contemporáneo operó más como Estado benefactor que obedeciendo las reglas del mercado. En este contexto, el sistema económico se diversificó y el crecimiento de regiones y países creó un mundo multipolar.
El sistema político internacional también se transformó. En un primer periodo (1945-1991), la Guerra Fría dominó las relaciones internacionales en un marco de tensión política, económica y militar entre las dos potencias (EEUU y URSS). En esta disputa bipolar los demás países tuvieron que alinearse a alguno de estos polos de poder, aunque también se impulsaron bloques que buscaban una tercera vía, como el Movimiento de Países No Alineados (Kissinger, 1994).


       Gustavo Lara. Sin título. Tinta, 1985.

La Guerra Fría provocó y perpetuó la división de Europa, y en particular de Alemania, y facilitó la reconstrucción económica de Alemania, Italia y Japón. En otras regiones del mundo avanzó el proceso de descolonización y la liberación nacional. Uno de los rasgos más importantes de este periodo fue la competencia nuclear entre las dos potencias.
El colapso económico y político de la Unión Soviética condujeron a una fuerte erosión del poder de esta potencia. Aunque las raíces de los problemas económicos soviéticos se remontan al menos al surgimiento del sistema estalinista, a finales de 1920, la competencia militar con los Estados Unidos obligó a los soviéticos a dedicar una mayor proporción de su riqueza a la defensa, descuidando su aparato productivo que terminó colapsando a inicios de los años noventa (Kennedy, 1989).
La era de la descolonización (1945-1975) representó una ventana de oportunidad no aprovechada para la Unión Soviética y un periodo contestatario para los Estados Unidos y sus aliados. Aunque se implementaron varias experiencias socialistas en el mundo, estas tuvieron elevados grados de independencia frente a la disputa de soviéticos y estadounidenses, hechos que también le restaron energía al modelo político internacional de la Guerra Fría. En 1990, cayó el Muro de Berlín, a finales de 1991 la Unión Soviética se dividió en varias repúblicas y llegó el fin de la Guerra Fría.
A finales de la década de 2000, el orden internacional comenzó a cambiar. Dos eventos contemporáneos simbolizan las transformaciones en curso. El ataque a las Torres Gemelas en el año 2001 y el derrumbe de Wall Street en el año 2008.
El proceso de globalización contemporáneo tiene componentes económicos, político-estratégicos y culturales, con dinámicas y tiempos diferentes que se sobreponen y condicionan.
En este contexto, el sistema internacional evoluciona en múltiples dimensiones desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El poder internacional depende tanto del contexto histórico como del económico y de la distribución de poder en un determinado periodo del tiempo. Para Nye (2012), el sistema internacional se asemeja a un complejo tablero de ajedrez de múltiples dimensiones. El tablero del poder estratégico-militar ha evolucionado de un mundo bipolar -URSS vs EEUU entre 1950 y 1980- a un sistema unipolar bajo la hegemonía norteamericana a partir de los años noventa. En la actualidad, Estados Unidos aún mantiene una hegemonía y poder militar fuertes, aunque en un proceso de deterioro y cuestionamiento por parte de otros Estados.
En el tablero de ajedrez que representa los cambios económicos y tecnológicos, el unipolarismo ha evolucionado hacia una fragmentación del poder económico. En el siglo XXI, el sistema económico internacional es multipolar: Europa, Japón y las economías emergentes conocidas con el acrónimo de BRICCS (Brasil, Rusia, India, China, Corea del Sur y Sudáfrica) son los actores más importantes. Parag Khanna (2008) también sustenta la idea del multipolarismo económico, pero enfatiza que las potencias intermedias tienen un protagonismo más activo y que nos encaminamos a un sistema donde predominará el Segundo Mundo de las economías emergentes.
La transición a ese nuevo tablero registra dos características importantes: i) mayor presencia cuantitativa y cualitativa de las economías emergentes en el comercio mundial y aumento de sus empresas en el escenario internacional; ii) el surgimiento de un sistema monetario internacional que se encamina a un régimen de monedas múltiples.
Según el Banco Mundial (2011), las economías emergentes, en el año 2012, representaron más del 46% de los flujos de comercio en el mundo, en 1995 solo participaban con el 30%. Empresas cuya sede se encuentra en mercados emergentes representan casi un tercio de las fusiones y adquisiciones en el mundo. Además, los países emergentes y en vías de desarrollo tienen ahora tres cuartas partes de las reservas internacionales oficiales de divisas. Así, el nuevo orden en construcción requerirá reglas financieras, monetarias y cambiarias acordes.
Es en este contexto de unipolarismo estratégico-militar y multidimensionalidad económica en el que se plantea el tema de la recomposición del sistema internacional, cuyos ejes de debate son: la pérdida del poder hegemónico de los Estados Unidos, y la ascensión de las economías emergentes, en especial la de China, que se vislumbra como un poder mundial. En la dimensión de la región latinoamericana, el rol de Brasil es otro elemento clave de la transición en el orden mundial.
El declive de la hegemonía norteamericana es abordado desde varias perspectivas (Borda, 2013). Están aquellos que sostienen que la erosión del poder es irreversible y otros que sostienen que la pérdida de influencia mundial es coyuntural, y que en el mediano plazo recuperará su fuerza. También existe una corriente intermedia que sostiene que se desarrollará un orden internacional compartido por varias naciones, sin la prevalencia de ninguna potencia.
Uno de los elementos centrales de los cambios en curso es la energía. Según Yergin (2011) existen las siguientes tendencias: cambios en la oferta y demanda de energía y, por lo tanto, reacomodos en el mapa de seguridad; surgimiento de nuevos productos y actores en el campo de la energía y a nivel global; y, finalmente, el daño al medio ambiente de la nueva matriz energética, sobre todo el shale gas y oilsand.
Los ajustes en la geografía del poder, las recomposiciones estratégico-militares, los cambios económicos y las transformaciones energéticas en el mundo tienen consecuencias directas en América Latina. La pérdida relativa de influencia de Estados Unidos en la región y la emergencia del Brasil como centro de poder tanto en el plano regional como global. Brasil genera más del 43% del producto de la región, convirtiéndose en una potencia energética, especialmente en biodiesel y gas natural, y tiene un tercio de la población del continente.

 

2. Geografía y poder, condicionantes de la política exterior

El enfoque del trabajo destinado a reflexionar el país examina la historia de la formación de la nación boliviana en el contexto sudamericano, desde la perspectiva de Fernand Braudel. Se detiene en la observación de lo que el autor llama la “historia geográfica” y la “historia social”, antes que centrar el análisis en los acontecimientos de la coyuntura, la “espuma de la historia”. Braudel apunta que “una parte esencial del carácter de las naciones depende de las limitaciones o de las ventajas de su situación geográfica” (Braudel, 1983).
Otro punto de referencia está en la noción de que la política exterior de una nación es consecuencia de la suma del interés nacional permanente -determinado en gran medida por su emplazamiento geográfico, su población, su historia y su dotación de recursos- y del interés político de la coyuntura, que expresa la posición de los gobiernos y sus alianzas internas y externas. Por cierto, no olvida el dictum de Morgenthau (2006), quien subraya que “la política internacional, como toda política, es la lucha por el poder” y que la política exterior “siempre implica el control de las acciones de otros a través de la influencia sobre sus voluntades”.
Por eso, se subraya que “Bolivia es un país mediterráneo, en el centro de Sudamérica”, como dato esencial de análisis. Con una masa territorial importante -la quinta del subcontinente- Bolivia es el único país que forma parte de las tres grandes cuencas regionales, la del Pacífico y los Andes, la del Amazonas y la del Plata.
En ese territorio habita una población pequeña para su dimensión. Ese es el segundo dato. Las cifras que menciona Joseph Barclay (1975) muestran que el país tenía un millón de habitantes en la fundación de la República. Esta población, dispersa, no logró ocupar apropiadamente un inmenso territorio, en aquel momento en el orden de dos millones de kilómetros cuadrados, con las consecuencias geopolíticas correspondientes. El año 2012, el Censo registró 10.027.254 habitantes, con una densidad actual en el rango de nueve personas por kilómetro cuadrado, una de las más bajas del continente. Ese es el tamaño del mercado interno y el marco real de proyección de la economía doméstica. Por cierto, se recuerda que, a diferencia de los países costeros, Bolivia no recibió flujos significativos de migración externa, factor que se proyecta por cierto en la formación de la identidad nacional.
La dotación de recursos naturales es el tercer elemento que debe tenerse en cuenta en el repaso de los datos estructurales de la nación boliviana. El macizo andino -Potosí, Oruro, La Paz- es el depositario de los recursos mineros -plata, estaño, zinc, oro- todavía inexplorados en más del 70%, en opinión de los expertos. Dichos recursos concentraron, condensaron y aglutinaron el desarrollo del país durante el siglo XX y lo identificaron internacionalmente hasta ahora. En las tierras bajas del este y los valles del sur, del lado de la Cuenca del Plata, se encuentran los yacimientos de petróleo y gas natural y se abre el horizonte agropecuario de la soya y la ganadería. En los departamentos de la Cuenca del Amazonas -Cochabamba, Beni, Pando-, donde hace años floreció la economía del caucho y la castaña, esperan su momento con los recursos hídricos y su biodiversidad expresada en uno de los espacios más importantes del planeta.
Una referencia ineludible a la proyección geopolítica del país, recurriendo a la opinión de cuatro autores, es que Bolivia es un país que tiene el “raro privilegio de pertenecer a los tres sistemas internacionales, del Pacífico, el primero, del Plata, el segundo, y del Amazonas, el tercero” (Méndez, 1972); que “es el nexo unificador de los países del Pacífico” y que “facilita las comunicaciones del Perú con el Plata y de Chile con Argentina” (Badía, 1997); que “es la zona nodal de América Latina” y “zona de contactos y de presiones de fuera para dentro” (Teixeira Soares, 1975) y que es el “área geopolítica de soldadura, caracterizada por su notorio carácter ambivalente, amazónico-platense” (de Couto e Silva, 1981).
Bolivia es un país de múltiples identidades geográficas, de varias proyecciones geopolíticas, con un extenso territorio y una población pequeña y dispersa, que fue -y es- sometido, en consecuencia, a la presión constante de la codicia de sus vecinos, interesados tanto en sus recursos como en el control de un espacio geopolítico de valor excepcional.

2.1. Los ciclos políticos

La historia boliviana es parte inseparable de la historia latinoamericana. No se puede entender ni explicar si no se la relaciona con las tendencias y acontecimientos regionales. Ese rasgo es cada vez más acentuado, en la medida en que crece la interdependencia económica y política regional.
La oposición entre proteccionismo y apertura, entre nacionalismo e internacionalismo, es la contradicción principal de la política latinoamericana desde la Colonia, desde el punto de vista económico. De un lado, los productores que abastecen el mercado local. Del otro, los exportadores de materias primas, mineras o agrícolas. Los primeros reclaman protección frente a la competencia externa y son partidarios de un gobierno fuerte, que controle el mercado y rescate y defienda los valores nacionales. Los segundos, defienden el libre comercio -para aprovechar las ventajas comparativas que resultan de la dotación de recursos naturales en el continente- y subrayan la necesidad de respetar las leyes de mercado, con un Estado subsidiario.
En esa lógica, luego de la fase de fundación de los Estados nacionales, los ciclos políticos bolivianos y sudamericanos pueden agruparse en diferentes fases. La fase fundacional -que se extendió desde las guerras de la Independencia hasta la consolidación de los Estados nacionales sudamericanos, en las últimas décadas del siglo XIX- marcó en todos los países de la región (con la excepción notable de Brasil, entonces imperio) un periodo oscuro de guerras civiles y conflictos fronterizos armados. Anarquía y caos que abrieron la brecha de ingreso entre los países sudamericanos y Estados Unidos, la cual no se ha podido cerrar todavía, como lo hacen notar Adam Przeworski y Carolina Curvale (Fukuyama, 2008). El eje en torno al cual se movía el sistema internacional era Inglaterra, aunque Estados Unidos comenzó a dar señales de su propia visión hegemónica con la doctrina Monroe. Esta fase es conocida en Bolivia como la época de los caudillos bárbaros y concluyó con la Guerra del Pacífico. Si se excluyen las gestiones de Santa Cruz y Ballivián, 17 presidentes gobernaron el país, a un promedio de dos años por ejercicio.
El ciclo liberal sudamericano se movió paralelo a la era que Hobswaum (1998) bautiza como la del Imperio, basado en una nueva división territorial del mundo entre las grandes potencias, con Inglaterra, reina de los mares, en el rol de superpotencia, cuna y garantía del pensamiento liberal, cuyos principios podían imponerse por la fuerza si los argumentos no eran suficientes. Los países de la región mantuvieron independencia formal, aunque su condición subordinada y secundaria en el sistema económico y político internacional era perfectamente conocida. Es en esta época que hinca raíz la división internacional del trabajo, entre potencias productoras de manufacturas y países exportadores de materias primas. Son los años de la primera globalización. El tiempo en que fluyó un intenso comercio internacional de bienes y servicios y se creó una red mundial de transacciones financieras, sistemas de comunicación y transporte, bases navales y militares, y flujos migratorios.
En ese contexto, se instaló el ciclo liberal en Sudamérica, con una simetría notable en el caso de los países andinos (Pike, 1977) y ciertamente paralelo a los procesos que se pusieron en marcha en Argentina, Brasil, Uruguay, Chile (Romero, 2001; Lanús, 2001). En Bolivia -como en Ecuador, Perú y Colombia- tomó cuerpo el sistema de convivencia y articulación entre el capitalismo exportador (minero o agrícola) y el feudalismo rural. Como ocurrió en los otros países de la región, los caudillos letrados, íntimamente ligados a los grupos mineros, ocuparon el lugar de los caudillos bárbaros y colocaron los cimientos constitucionales de la democracia censitaria, con “independencia y equilibrio de poderes”, que reservaba el acceso al poder para la oligarquía minera y latifundista. Tanto el Estado como los propietarios vivían del trabajo y los impuestos que generaban los indígenas, mayoría abrumadora y segregada de esa república.
Destacaron en este periodo: i) la reorganización del sistema económico mundial, bajo el comando de Estados Unidos y el establecimiento del estado del bienestar y la seguridad social, en los países industrializados de occidente para corregir los vicios del capitalismo clásico; ii) la confrontación global entre los campos capitalista y socialista y el comienzo de la Guerra Fría; iii) el proceso de descolonización, la emergencia del Tercer Mundo y la organización del Movimiento de Países no Alineados; iv) la afiliación de América Latina bajo el cono de sombra del poder norteamericano.
Es en ese escenario que se gestó el ciclo nacionalista en América Latina, recogiendo ideas del socialismo y del nacionalismo europeo -el protagonismo de las clases trabajadoras y los sectores populares, el rol dominante del Estado, la industrialización, la protección a la producción nacional, la sustitución de importaciones y el papel protagónico del caudillo, etcétera-, colocándolas en el escenario y circunstancias latinoamericanas, en una propuesta de profunda reforma del sistema social y político regional. Así nacieron el trabalhismo brasilero, el peronismo argentino, el aprismo peruano, el adequismo venezolano, como movimientos revolucionarios, anti oligárquicos y radicalmente antiimperialistas.
La Guerra del Chaco fue la partera del ciclo nacionalista en Bolivia, con el Socialismo de Estado del general David Toro y del coronel Germán Bush primero y la Revolución Nacional de 1952, después. Lo que comenzó como un movimiento cívico-militar clásico se transformó en un levantamiento popular de amplia base social -clases medias, artesanos, obreros urbanos y mineros, campesinos- que cambió el país. Durante esos gobiernos: se aprobó una nueva Constitución; se dictó un nuevo Código de Trabajo; se nacionalizaron el petróleo y las minas, creando Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos y la Corporación Minera de Bolivia; se decretó la Reforma Agraria; se reconoció el Voto Universal; y, se reorganizaron las Fuerzas Armadas.
Los planteamientos de las organizaciones de trabajadores mineros, aliadas a las masas populares urbanas en la Central Obrera Boliviana -transformar la sociedad, instalar el control social de los medios de producción, redistribuir la riqueza y el poder- se contrapusieron a la visión y los intereses del núcleo original del MNR, compuesto de clases medias, artesanos y campesinos, que privilegiaba “reformas estructurales impuestas desde arriba, antes que una revolución motorizada desde abajo” (Malloy, 1971), en las que el objetivo central era el desarrollo y la independencia económica.
El neoliberalismo y el neonacionalismo son dos fenómenos más recientes. Se requiere más tiempo para ganar perspectiva, pero se pueden anotar sus características esenciales. Las circunstancias son diferentes, los actores distintos, pero la lógica de alineamiento es la misma. De un lado, los defensores del desarrollo hacia dentro. Del otro, los abanderados de la modernización y el crecimiento hacia fuera.
Esa etapa nacionalista concluyó después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Era el fin de la historia, el triunfo definitivo de la economía abierta de mercado y la democracia representativa, en las interpretaciones de la época. Las negociaciones de la Ronda Uruguay sentaron las bases del nuevo orden económico internacional, con la creación de la Organización Mundial de Comercio y la aprobación de nuevos códigos de conducta, la inclusión de inversiones y servicios y la constitución de un mecanismo compulsorio de resolución de controversias. De la mano del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, se avanzó en la región en los planes de ajuste estructural: aplicación de un régimen de disciplina fiscal inevitable y necesario; contracción del gasto público en política social; descentralización de los servicios de educación y salud; y, sobre todo, la privatización de las empresas públicas. La democracia representativa, basada en elecciones transparentes y universales, la independencia y equilibrio de poderes se convirtió en la base de la legitimidad política. Por cierto, la libertad democrática contrastó de manera absoluta con la represión y autoritarismo de las dictaduras militares.
En Bolivia, la crisis del estaño en los ochenta, que diera lugar a la frase “Bolivia se nos muere” de Paz Estenssoro, señaló el fin del ciclo nacionalista. Toda la región se ajustó a este ritmo. Salinas de Gortari en México, Gaviria en Colombia, Fujimori en Perú, Menem en Argentina, Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia, fueron sus representantes más notables. Semejantes en la línea básica, diferentes en las modalidades de aplicación interna del modelo.
Más adelante -contemporánea a la crisis financiera de 2008 en los países industrializados de occidente- la emergencia de China, la resistencia interna a la concentración de la riqueza, el aumento de la desigualdad y el crecimiento de la pobreza (que en la conciencia colectiva se asoció al Consenso de Washington), la corrupción y la decadencia de los partidos políticos, fueron los detonantes de una gigantesca movilización popular que trajo consigo un profundo cambio de tendencia política, a lo largo y ancho del continente. Lula en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay, Kirchner en Argentina, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, son las manifestaciones de esta mutación, en algo que, desde la perspectiva del tiempo puede verse como la victoria póstuma de la tesis de cambio político en el espacio político, que propugnó Allende sobre la línea de la lucha armada que encabezó el Che Guevara.
De esa manera, la democracia se convirtió en agente del cambio profundo, de la reivindicación de la política social como eje de la política económica. Los datos que delimitan el perfil singular de este nuevo ciclo político son: el énfasis en la lucha contra la pobreza por medio de las transferencias directas (posibles ahora gracias a una coyuntura excepcional de los precios internacionales de materias primas); el papel dominante del Estado en la conducción económica; la recuperación de los activos de las empresas privatizadas; el rechazo a los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos (el ALCA) y la constitución de UNASUR (Unión de Naciones Sudamericanas).

2.2. La Bolivia andina: siglos XIX y XX

“El proceso de consolidación del Estado nacional boliviano giró básicamente en torno a la producción minera, sobre todo la del estaño”, frase de León Bieber (2004) que define una época.
En la Colonia y los primeros años de la República primero fue la plata. Cuando su producción cayó irremediablemente, a fines del siglo XIX, el estaño ocupó su lugar por casi cien años, hasta que le tocó desplomarse en la crisis de los años ochenta del siglo XX. Durante todo ese tiempo, no solo fue el soporte esencial del comercio exterior -“la participación del estaño en el total del comercio exterior boliviano aumentó desde menos del 40% entre 1900-1909 a aproximadamente 60% en la década 1910-1919, para alcanzar el 72% durante los dos decenios siguientes” (Bieber, 2004), condicionando el comportamiento de todos los otros sectores de la economía boliviana y de los actores políticos sociales. Todo giraba en torno al metal del diablo: la agricultura (que abastecía a las minas); el sistema de transporte ferroviario; y, desde luego, la política en la que los gobernantes de la época fueron los propietarios de las grandes compañías mineras o sus abogados. Por cierto, definía también la naturaleza de la inserción externa del país, en el rol de productor de una materia prima que tomó la condición de estratégica durante la Segunda Guerra Mundial. Como recuerda Bieber, “aproximadamente un 64,5% de las inversiones realizadas en la minería boliviana provenían de capitales foráneos”, particularmente norteamericanos.
El latifundio rural fue el complemento indispensable de esa estructura; afirmaba la alianza entre el capitalismo minero y el feudalismo rural; ocupaba la mayor parte de la mano de obra: “las dos terceras partes de la población, concentradas en un 90% en el altiplano, valles y yungas, vivían principalmente de la agricultura” -de subsistencia, podría agregarse- (Mitre, 1981). Era un país rural, de analfabetos, con los peores índices de desarrollo humano del continente, características que se mantuvieron hasta que llegó el siglo XXI. Su capital estuvo firmemente asentado en la ciudad y el departamento de La Paz. El régimen de las grandes haciendas reemplazó a las comunidades indígenas, luego del decreto de desvinculación de Melgarejo y a partir de ese momento quedó instalado en el debate “el problema del indio”.
En la confluencia de esos factores se construyó la Bolivia andina. Como ya se ha dicho antes, la Nacionalización de las Minas y la Reforma Agraria pusieron punto final a ese régimen económico.


Gustavo Lara. Niñas. Témpera, 1985.

 

La política exterior de la Bolivia andina se estructuró en torno a cuatro grandes temas: el sistema sudamericano de equilibrio de poder; la defensa del territorio; la reintegración marítima; y la dependencia de Estados Unidos. Ella no puede comprenderse apropiadamente si no se la vincula con el sistema regional de equilibrio de poder.
La defensa del territorio en las guerras del Pacífico, del Acre y del Chaco, y las consecuencias de esos conflictos concentraron la atención y las energías de la república durante más de sesenta años. Las secuelas fueron catastróficas: pérdida de más de un millón de kilómetros cuadrados; pérdida de recursos naturales gigantescos (cobre, salitre, caucho); pérdida de soberanía marítima, y enclaustramiento geográfico y económico. Por esa razón, el eje de la política exterior fue recuperar la condición de potencia del Pacífico para romper el grillete de la mediterraneidad impuesta por las armas y tratar de reconstruir la base productiva nacional tensionada al extremo en tres conflictos bélicos. La investigación describe también las características de las complejas relaciones económicas y políticas con los Estados Unidos, a lo largo de este periodo.

2.3. Bolivia del Plata: siglo XXI

El paso al siglo XXI no fue un simple cambio de página en el almanaque. Marcó un auténtico cambio de época en el mundo, en Sudamérica y en Bolivia. El traspaso del centro de poder económico y político global, del Atlántico al Pacífico, que puso fin a quinientos años de hegemonía euroatlántica; la emergencia de China, India, Brasil y la declinación relativa de Estados Unidos y Europa -expresión de un largo proceso de acumulación histórica, acelerada por la invasión norteamericana de Afganistán e Iraq, de la gran crisis financiera del 2009- demuestran la magnitud de las mutaciones que se han producido desde el año 2000. Por cierto, como es bien conocido, la urbanización e industrialización de China se reflejó en un incremento sustantivo de la demanda mundial de materias primas que, a su vez, fue el sustento de más de una década de crecimiento sostenido de Sudamérica.
Las tendencias de transformación estructural que se habían acumulado en Bolivia desde la Guerra del Chaco y la apertura de la frontera oriental, tomaron un nuevo impulso, alentadas por la gigantesca expansión brasileña.
Nuevos datos forman parte del escenario: la conclusión de las prolongadas negociaciones que se sostuvieron con esa potencia vecina para la exportación de gas natural mediante el tendido del gasoducto Santa Cruz-San Pablo; la multiplicación de las reservas y las exportaciones de energía a ese mercado y al de la Argentina; el crecimiento sostenido de la superficie cultivada y de las colocaciones externas del complejo soyero. Todo ello desencadenó en una extraordinaria reconfiguración de la estructura productiva y del comercio exterior boliviano.
El resultado es la constitución de un nuevo polo de desarrollo económico, social y político en el territorio que se proyecta en la Cuenca del Plata -Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija-, el cual es complementario y competitivo con el núcleo tradicional de la región andina. La población de esa región duplicó su participación, pasando del 13,7% al 33,3% del total nacional, entre 1950 y 2012. La aglomeración urbana de Santa Cruz es la más grande y dinámica del país.
Nuestro trabajo hasta este punto concluye con la concreción del “segundo destino” que avizorara Julio Méndez en el ya lejano año 1872. Una nueva Bolivia, urbana, dinámica, se proyecta en la Cuenca del Plata y se suma a la nación que se construyó con tantas dificultades. Aquella que recostada en la Cordillera de los Andes mira al Pacífico.

 

3. Identidad, nación y globalización: estudios de caso

Con el fin de abordar de manera más concreta el impacto de la globalización en el reacomodo de la sociedad boliviana y en las formas en que se articulan Estado, mercado y sociedad civil, hemos optado por profundizar el análisis de dos sujetos sociales que, por su desempeño económico, se encuentran fuertemente ligados a la globalización, los cuales se insertan en dos momentos distintos en la cadena productiva-mercantil, y a partir de dos lugares sociológicos también diferentes: por una parte, los productores de oleaginosas de la agroindustria cruceña, que han experimentado un importante despegue en las últimas décadas desde la esfera de la producción y exportación, en un contexto sociocultural fuertemente marcado por la tradición histórica regionalista; y por otra, los comerciantes paceños que se vinculan con la globalización a partir de la importación y el comercio “informal” o “popular”, cuyo capital cultural más importante está constituido por las redes sociales y de parentesco e intersubjetividad trasladadas a las urbes desde sus comunidades especialmente de origen aymara.

3.1. Santa Cruz: productores soyeros en un mundo globalizado  

Los orígenes de la burguesía moderna cruceña, se ubican en la década de los años sesenta, sustentados en la inversión agroindustrial, los grandes contingentes migratorios de occidente a oriente, y, particularmente, el impulso de la Revolución del 52 mediante el proyecto estatal de la “marcha hacia el Oriente”, con el fin de integrar los territorios del país y diversificar la producción.
En la actualidad, de acuerdo a autores como Seleme, Peña y Prado (2007), las élites productivas cruceñas están compuestas básicamente por tres sectores que lideran la creación de riqueza: la actividad agropecuaria y agroindustrial; la industria manufacturera; el comercio, las finanzas, seguros y servicios a las empresas. La elite económica cruceña no es homogénea, está compuesta por una diversidad de sectores (Prado, 2007), y desde sus orígenes, la mayoría de estos grupos empresariales ha surgido muy ligada a la exportación, por tanto, con una mirada fuertemente orientada hacia afuera (Soruco, 2008).
Uno de los sectores más destacados es el empresariado de oleaginosas en Santa Cruz. Su crecimiento se produjo a partir de finales de los ochenta y principios de los noventa, ligado al mercado internacional, por tanto, sujeto a las oscilaciones de precios y la demanda externa. No obstante, el empresariado soyero es económicamente heterogéneo, tanto por el tamaño de la superficie cultivada como por los volúmenes de producción; los pequeños productores no llegan a 50 hectáreas y conviven con aquellos que superan las 1.000. La heterogeneidad está también marcada por el origen de los inversores, una mayoría de bolivianos, cruceños y de distintos departamentos del país, y en segundo lugar brasileros, seguidos de menonitas, argentinos y japoneses. Las colonias de menonitas o japoneses se instalaron en esta región hace más de medio siglo.
Este rápido ingreso en el mundo globalizado ha significado también cambios profundos en la dimensión social y cultural de dichos sectores económicos, de hecho afecta directamente los procesos de construcción de identidad removiendo sus estructuras iniciales. Así, la identidad se convierte en un concepto no solo multidimensional, sino también dinámico, resultado del ensamble de varios elementos: la construcción de la memoria histórica, imaginarios y sentimientos de pertenencia, la relación con “el o los otros”, y la interacción con el contexto sociopolítico; por último, juegan un papel determinante las relaciones con el Estado como factor de construcción de sentido social.
Las identidades se recrean permanentemente, y en esa dinámica cohabitan, conviven, se yuxtaponen o, en su caso, se entremezclan con otras; esa dinámica ha sido acentuada con la globalización. Veamos. En el caso de Santa Cruz, la narrativa histórica regional se basa en el mito fundacional respecto a que quienes poblaron la región originalmente provenían de la zona Este del continente, y no así de la zona andina, lo cual marca desde su percepción, la diferencia con occidente. Dicha narrativa, por otra parte, ha estado fuertemente marcada por un sentimiento de exclusión estatal, por ello los imaginarios regionalistas estuvieron signados por el rechazo al centralismo y la larga lucha por la autonomía.
La construcción del “otro” -excluyendo al Estado- es por un lado el camba (pobre) el indígena oriental que era considerado ‘salvaje’ y simple mano de obra para los emprendimientos empresariales, y por otro, el colla, el migrante del interior. Sin embargo, como afirma Jordán (s/f), “el otro” se fue redefiniendo en función a los intereses de los sectores dominantes; con el tiempo, el cruceñismo ha ido integrando al camba, a los sectores sociales populares locales, e inclusive a migrantes de otros lugares del país y del exterior, abriéndoles las puertas.
Así, las externalidades son ahora integradas a la cruceñidad, como es el caso de los collas o los empresarios brasileros que invierten en Santa Cruz. Con la frase “el cruceño nace donde quiere” se refuerza esta mentalidad de acoger al otro, de integrarlo en la medida en que este se identifica con “el modelo cruceño”.
A este nivel, resulta pertinente diferenciar, como sugieren Prado y Argirakis3, entre elite y clase social pues ambos componentes conducen a razonamientos y comportamientos distintos. Se podía lanzar la tesis de que se ha transitado desde una asimilación inicial de la identidad cruceña con la elite, con componentes fuertemente culturales e incluso raciales, hacia una progresiva adscripción de la identidad cruceña con los intereses de clase, en que predomina la lógica del capital y del mercado, una ‘nueva’ burguesía dominante que asume posiciones pragmáticas ante coyunturas políticas cambiantes. El caso del empresariado soyero es una muestra de estos virajes identitarios pues el sector se ha nutrido fuertemente con la presencia de migrantes que han llegado a posiciones de liderazgo, es el caso  del presidente de la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (ANAPO), Demetrio Pérez, de origen potosino, pieza clave para la relación con el actual gobierno.
Por otra parte, la vinculación con la globalización ha producido otro tipo de tensiones, por ejemplo, entre el mundo moderno (global) y la sociedad tradicional (estamental). Waldman denomina a esta compleja yuxtaposición la “feudernidad” (2011), aunque en Santa Cruz ya existía una fuerte predisposición hacia el mundo exterior tanto en la producción y exportación como en los códigos de consumo
De acuerdo al análisis, la identidad cruceñista ha sido afectada por estos cambios, disolviendo con mayor rapidez los códigos binarios originales -o invisibilizándolos- debido al predominio de objetivos económico productivos ligados al desarrollo y modernización de la región. Sin embargo, no queda claro si este es un proceso de integración social y transformación cultural profunda de la identidad tradicional cruceña, o, más bien, se trata de una estrategia coyuntural y pragmática como respuesta defensiva a la actual coyuntura económica y política. Al parecer, tanto la perspectiva de desarrollo como las prioridades están centradas primero en la región y luego en el país que constituye el hinterland para el intercambio económico. A ello se suma una relación con el Estado que expresa demandas irresueltas que se arrastran desde la década de los ochenta, con más o menos tensiones. Probablemente los momentos más críticos se sitúan en las confrontaciones del año 2008 y los de mayor proximidad en 2013, cuando se decide sellar un acuerdo económico de intereses mutuos.

3.2. El comercio popular paceño: un salto  a la globalización

En la historia colonial y republicana, existían grupos de comerciantes “populares” y proveedores de servicios que no ingresaron al circuito formal del capital. En el caso del comercio paceño, la actividad comenzó con los tambos coloniales que durante la República y luego, en pleno siglo XX, se intensificó con las migraciones campo-ciudad, generando un enclave urbano de comerciantes aymaras durante la década de los sesenta, poblando la actual zona de San Francisco, donde se instala un mercado urbano consolidado con códigos étnicos.
Años más tarde, estos mercados se expandieron de manera inusitada por la influencia del contacto con la globalización, en especial de la China, convirtiéndose en un mundo empresarial popular de gran tamaño, provisto de ágiles intercambios económicos con los proveedores, y mediados por complejas redes de parentesco trasladadas de las comunidades, que han facilitado el montaje de los negocios.
Es interesante observar el desarrollo del sector a través de distintas generaciones. En la mayoría de los casos, los abuelos son de procedencia aymara, mantienen el idioma, tradiciones y vínculos más fuertes con sus comunidades, así como un importante capital social que ha logrado montar el eje de reproducción económica en las urbes. Los hijos que han ido asumiendo el negocio, han expandido sus fronteras y han modernizado su funcionamiento, precisamente impulsados por la globalización, en relación directa con mercados vecinos como los puertos chilenos, y con el intercambio con países como China. Ellos no solo establecen contactos directos con proveedores, sino que además acuden a fabricantes para promover sus propios productos y sus propias marcas. En relación con las terceras generaciones, jóvenes que ahora están liderando el comercio importador, su objetivo está puesto en ampliar el mercado a otros rubros y destinos, vender no solo en otras ciudades del país sino en otros países de América Latina, y consolidar y extender sus negocios siguiendo los cánones de consumo del mundo moderno (Disney, Nike, entre otros que tienen una demanda instalada). Del mismo modo, esta última generación tiene los ojos puestos en el exterior para la formación de sus hijos, mediante su profesionalización, especialización y el aprendizaje de idiomas extranjeros.
Ahora bien, la economía del comercio popular está acompañada por una serie de estructuras y prácticas locales que incorporan códigos étnicos trasladados de las comunidades, la persistencia de un capital social y económico basado en lazos de parentesco y prácticas comunitarias como el préstamo o pasanaku, el apoyo mutuo, el ayni y otros provenientes de sus lugares de origen, que constituyen un poderoso potencial para su actividad comercial en los mercados modernos y una puerta de ingreso al mundo empresarial para nuevos empresarios. La vigencia de estos códigos culturales convive con la “hipermodernización” del mundo global con el cual están en permanente contacto.
Un tema importante a destacar es la virtual e incluso “deseada” ausencia del Estado en la reproducción económica de estos sectores. Los comerciantes populares sienten que el Estado no ha aportado a su desarrollo y más bien la institucionalidad es vista como una amenaza a la ampliación de su economía.
La relación entre dos mundos: el comunitario conformado por las prácticas ancestrales,  rituales, fiestas religiosas en las que se hace ostentación de sus ganancias, los hábitos culturales y lazos comunitarios se entremezcla con el mundo hipermoderno globalizado, produciendo en este caso -a diferencia del caso anterior en que se produce una complementación más fluida por la existencia de una predisposición previa a la modernidad en el imaginario cruceño-, una complementación o articulación donde uno se beneficia del otro. Existe por ahora una combinación de códigos que aun no ha definido su derrotero.

3.3. Plurinacionalidad en tiempos de nacionalismo

La historia inmediata boliviana parece revelarnos la “incompletud” del proceso de construcción nacional. En el actual momento histórico en Bolivia, el Estado ha retomado la iniciativa de sellar o continuar con el desafío de construir el Estado Nación, con base en nuevos códigos discursivos, y en el marco de un Estado Plurinacional. Para ello se ha dado a la tarea de recuperar varios dispositivos de la Revolución del 52 como la ‘nacionalización’, la ‘revolución’ agraria o la interpelación con acciones de unificación nacional como el Dakar, el acceso al mar o el lanzamiento del satélite “Bolivia tiene su estrella”, junto a la construcción de un universo simbólico anclado en la persistencia de los pueblos indígena originario campesinos, mediante la emulación de héroes como Túpac Katari, Bartolina Sisa, Zárate Willca entre otros. En general, estos “artefactos culturales”, se cohesionan para reforzar la voluntad unificadora de la nación.
Ante estas ambivalencias, entre lo universal y lo particular, el discurso del Vicepresidente, en agosto de 2013, estuvo dirigido a “clarificar” el concepto de nación y plurinacionalidad, para resolver las contradicciones internas; García Linera aclara que todos los nacidos en el territorio del Estado Plurinacional tienen la nacionalidad boliviana, la única diferencia es que algunos poseen una identidad nacional compuesta, es decir que unos son bolivianos, y otros son bolivianos e indígenas.
Como se puede ver, en relación con la construcción identitaria, la sociedad ha transcurrido por sus propios derroteros, marcada por la impronta de sus relaciones económicas en el ámbito mercantil, lo cual no niega en absoluto la presencia del Estado como la entidad que genera las condiciones para el desarrollo de dichos sectores, por ello los últimos acuerdos entre el empresariado cruceño y el gobierno cuyo epítome es “todo empresario necesita ser oficialista” para la reproducción de su capital.
De hecho, la construcción de nación desde las intersubjetividades sociales, con componentes regionales en un caso, y étnicos en el otro, se ha visto fuertemente impactada por la globalización en sus distintos aspectos generando nuevas conexiones o reforzando las existentes entre lo tradicional y lo moderno, entre las matrices comunitarias y el mercado externo. Ello debido a que su vinculación con la globalización se produce a partir de una base histórica particular previa, desde los “lugares sociales” previamente construidos desde los cuales se articula con el mundo. En el caso de Santa Cruz, desde una ideología tradicional regionalista construida por sus elites, y muy propensa al mercado; en tanto que en el caso de los importadores paceños, anclado en las prácticas culturales y rituales trasladadas desde sus comunidades que se reinventan dinámicamente reforzando la tensión dialéctica entre el universalismo y particularismos culturales o identitarios, como las dos caras del mismo fenómeno: lo global y lo local, pero cuya tendencia parece dirigirse a la dilución identitaria.
Asimismo, hemos podido verificar el efecto hacia adentro que provoca la apertura al mundo globalizado, afectando los viejos códigos binarios de identidad y relación con el otro, pues esta relación económica tiende a mitigar o diluir las fronteras en la relación con el ‘otro’ históricamente constituidas que, para los cruceños, era el colla o el andino; mientras que para los aymaras rurales andinos era el citadino, el blanco o “el kara”. La globalización ha minimizado estos códigos binarios históricos, a raíz de la penetración del mercado generando nuevas contradicciones y tensiones.

 

A manera de conclusiones

En la década inicial del siglo XXI se revelan los cambios explicados a lo largo de la investigación. En la primera parte se demuestra la dinámica de las transformaciones externas y las múltiples maneras en que se inserta Bolivia en el mundo globalizado. A nivel interno, el rasgo central es la conformación de un nuevo polo demográfico, económico, político, social y cultural en el inmenso territorio nacional que forma parte de la Cuenca del Plata, en un arco que cubre las tierras bajas de oriente y, por otra parte, los valles del sur. El núcleo de ese polo es el departamento de Santa Cruz. Ese polo -gasífero, agrícola, ganadero- se complementa, se entrecruza y compite con el polo andino histórico, minero y comercial. Entre ambos estructuran el perfil de un nuevo país que diversifica su estructura productiva, amplía la ocupación efectiva de su territorio y se proyecta hacia el Atlántico y el Pacífico.
Hacia el siglo XXI, el mercado global marca el ritmo de la economía dominante y ha penetrado en los mundos y submundos de vida de sectores sociales históricamente invisibilizados y subalternizados, adquiriendo nuevos sentidos. Amplios sectores económicos, sintonizan con el capital internacional, actualizan sus intereses y potencian sus actividades económicas a partir de una nueva vinculación con la globalización y, entre otros, potencian los ejes de desarrollo de la Cuenca del Plata con la Cuenca del Pacífico y con la naciente Cuenca Amazónica.
Este proceso no es casual, es producto de las olas largas de la historia. Es un dato que añade complejidad a la formación de las políticas públicas nacionales, que pueden intensificar la confrontación y el conflicto, o crear las bases de una complementación y ensamblaje gradual de los dos polos mencionados.

 

Notas

1 El presente artículo es un resumen de la investigación “La construcción de la nación boliviana en el proceso de globalización sudamericana” realizada durante once meses en el marco de la convocatoria del PIEB: “La nación boliviana en tiempos del Estado Plurinacional”, de 2013-2014.

2 Gustavo Fernández Saavedra, coordinador de la investigación, abogado y ex canciller de Bolivia, actualmente es consultor en Relaciones Internacionales a nivel político y académico (gustavo37fernandez@gmail.com). Gonzalo Chávez Álvarez, investigador, economista, tiene estudios doctorales en la Universidad de Manchester (Inglaterra), actualmente es Director de Maestrías para el Desarrollo de la Universidad Católica Boliviana (gchavez@mpd.ucb.edu.bo). María Teresa Zegada Claure, investigadora, socióloga con Maestría en Ciencias Políticas (CESU-UMSS), doctorante en Procesos Sociales y Políticos en América Latina, Chile, actualmente es docente universitaria (zegada_m@yahoo.com). Alejandro Carvajal Guzmán, asistente de investigación, filósofo, actualmente es coordinador del área de formación de FOCAPACI en la ciudad de El Alto (ccibolivia@yahoo.com). La Paz, Bolivia.

 

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