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Tinkazos

On-line version ISSN 1990-7451

Tinkazos vol.16 no.34 La Paz Feb. 2013

 

 “Campesinización” urbana y del poder 

The "ruralisation" of urban areas and power

 Roger Cortéz[1]

 


Hacer plata sin plata’. El desborde de los comerciantes populares en Bolivia; Migrantes, paisanos y comerciantes. Prácticas sociales y económicas en la Zona Franca de Cobija (1998-2011) y Chulumani flor de clavel. Transformaciones urbanas y rurales, 1998-2012, son tres textos publicados en una serie de cinco, resultado de las investigaciones desarrolladas por equipos que respondieron en 2012  a la convocatoria del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) para estudiar la “Reconfiguración económica y social en la articulación urbano - rural de Bolivia: 1998-2010”.

En el primer caso, el equipo conformado por los investigadores Carmen Medeiros, Antonio Rodriguez-Carmona, Giovana Ferrufino y coordinado por Nico Tassi, centra su atención en los “comerciantes populares” bolivianos, como parte de un “desborde económico” continental, a su vez parte de una “globalización desde abajo” que se desarrolla vigorosa, aunque invisible para la miopía de expertos atrapados en rígidos y estériles esquemas que oponen antagónicamente producción vs comercio. La investigación Migrantes, paisanos y comerciantes, desarrollada por el equipo compuesto por Cesar José Aguilar, Laurimar Ventura, Ignacio Arauz y Carol Carlo como coordinadora, se ensambla armónicamente con la anterior, ya que estudia los orígenes y la evolución de “comerciantes populares”, en este caso, los principales importadores de la Zona Franca de Cobija, Pando. Mientras que Alison Spedding, junto a Gumercindo Flores y Nelson Aguilar, estudia en Chulumani, Yungas, el desplazamiento de una “élite decadente” por otra “emergente” estructurada alrededor de la producción y comercialización de coca.

Cada uno de estos trabajos contiene una riqueza de datos e interpretaciones que con certeza ocuparán un lugar destacadísimo en el debate político y académico de la realidad boliviana, y si aquí he osado considerarlos a todos en un solo y escueto comentario es debido a que los tres permiten seguir el rastro de los campesinos bolivianos contemporáneos, sujeto social colectivo cuya presencia caracteriza este período histórico y su relación con la urbanización y el ensanchamiento de clases medias urbanas en Bolivia.

En Chulumani: flor de clavel, el protagonismo campesino es directo, explícito e inequívoco, pero es posible que algunos lectores de Hacer plata sin plata puedan no percibirlo inmediatamente, porque en este libro se hace referencia a las raíces indígenas -más que campesinas- de los “dos millones de comerciantes populares” (Tassi et al., 2013: 6) que existirían en el país,  y los importadores de Migrantes, paisanos y comerciantes son también caracterizados y estudiados desde el ángulo cultural, indígena[2]. Sin embargo, según veo, los tres trabajos nos proporcionan elementos sustantivos para verificar que lo campesino constituye una dimensión propia y distinta, diferenciada y, en determinadas áreas, contrapuesta a lo indígena[3]. 

Tales contradicciones tienen diversas causas que se encuentran en su conjunto alejadas de la atención de los investigadores coordinados por Carlo y Tassi, no así en el de Spedding, que aborda varios, no tanto conflictos de identidades, sino registro de mutaciones y diferenciaciones internas de los campesinos productores de coca estudiados en Chulumani flor de clavel.

Las migraciones son el punto de intersección en las tres investigaciones, aunque son el foco central de atención solamente en el estudio de caso de los importadores de Pando. Pero, ya se trate de los comerciantes que llegan a Guangzhou en la China, los que se fueron de Chulumani a La Paz y otras ciudades, los que ahora vuelven a su tierra natal, o los que se mueven en circuitos tan amplios como aparentemente caóticos, todos despliegan esa movilidad territorial que se ha convertido en sello distintivo de los campesinos bolivianos.

Sea que estos flujos masivos busquen asentarse en nuevas áreas, como ha ocurrido con la gran marcha al Oriente y la ocupación de las principales capitales de departamento, o que sean continuamente cambiantes, obedeciendo a las palpitaciones de múltiples e insospechados mercados (Tassi et al., 2013: 96), no queda duda que definen una diferencia decisiva con la estabilidad propia de las comunidades indígenas de tierras bajas (y algunas de las más alejadas de tierras altas), ancladas en su territorio.

Tampoco queda duda que los campesinos migrantes y, muchas veces, colonizadores, llevan consigo las costumbres de las comunidades donde nacieron y que ese bagaje cultural genera estrategias comunes, como la reproducción y extensión de redes que les permiten competir con capitalistas especializados en el centro mismo del capitalismo, preservando y recreando las prácticas que permitirían “hacer plata sin plata” o competir entre partes que pueden, sin embargo, realizar tareas comunes (como importar a medias un contenedor de mercancías).

El punto, sin embargo, es observar y corroborar que la relación con los mercados, incluyendo en primer lugar el mercado laboral, no es indiferente ni banal: afecta y moldea la personalidad y la identidad de sujetos individuales y colectivos. Algunos de los que ocupan, en un principio, posiciones laterales, semi-invisibles o intersticiales, como se prefiere llamarlas en Hacer plata sin plata, se mueven, además de geográficamente, socialmente.

Tal es la fuente del millón de bolivianas y bolivianos que habrían dejado de ser pobres durante la última década, para engrosar las nuevas clases medias, como dicen los informes oficiales, o, “más bien, sectores vulnerables”, como carraspean, con tímido ánimo de corregir, los funcionarios del Banco Mundial[4].

Pero, más allá de cómo se prefiera llamarlas, tiene que recordarse que en 1950 había 2 millones de personas que radicaban en el área rural y 700 mil en el área urbana; ahora la relación se muestra casi invertida (cerca de 7 millones en las ciudades). Es bastante obvio que una proporción aplastante del crecimiento de las ciudades proviene de las zonas rurales y de matriz campesina, con lo que podemos estar seguros que ocurre lo mismo con las clases medias, incluidos sus estratos “vulnerables”.

Está abierta la discusión sobre cómo y en qué medida los más exitosos comerciantes aymaras (y, desde luego, los quechuas[5]) están o no desplazando a la burguesía comercial “tradicional”[6] y de qué manera constituyen nuevas élites, tal como se analiza en detalle en Chulumani flor de clavel y Migrantes, paisanos y comerciantes o su autonomía cual se plantea en Hacer plata sin plata. Pero, en contraste con la percepción del abismo que separaría a campesinos de las clases medias urbanas, los datos que recogemos a cada paso nos están señalando que la permeabilidad entre ambas no hace más que incrementarse. La distancia entre estos comerciantes (que pertenecen a una segunda o tercera generación de migrantes campesinos) y quienes componen la mayoría de las clases medias no es mayor que la que separa a las decenas de miles de bailarines de la entrada del Gran Poder de los cientos de miles que se aglomeran para observarlos y celebrarlos.

Y si se toma en cuenta esta circulación entre clases y los hábitos laborales y de ocupación espacial de nuestros campesinos, entenderemos que la contraposición absoluta entre urbano y rural es una referencia teórica permanentemente contradicha por la movilización de los campesinos y sus descendientes.

No obvio la enorme complejidad que caracteriza a la movilidad social de los campesinos bolivianos y las numerosas fracturas y derivaciones que presenta[7]; me limito a llamar la atención sobre el hecho de que el devenir de esta “gran marcha campesina” es un pilar decisivo de la historia del último medio siglo y que la mayor parte de la clase media urbana  se origina en ella y se expande gracia a ella. Las clases, en tanto sujetos colectivos y fuerzas sociales, son agregados ideológicos, políticos y económicos, harto diferentes de las estratificaciones determinadas exclusivamente por los ingresos familiares o las especializaciones ocupacionales.

La reforma estatal enunciada en la CPE y el Gobierno instalado en el país representa una alianza entre campesinos y esa clase media, presidida, ahora, por los estratos económicos más exitosos de ambas y los dirigentes políticos más intrépidos y experimentados que se reclutan también de las dos.


BIBLIOGRAFÍA

Carlo Durán, Carol (coord.); Aguilar Jordán, Cesar José; Ventura Ecuari, Laurimar; Arauz Ruiz, Ignacio Silvestre 2013 Migrantes, paisanos y comerciantes. Prácticas sociales y económicas en la Zona Franca de Cobija (1998-2011). La Paz: PIEB.        [ Links ]

Dreidemie, Patricia 2009 “Cartografía etnolingüística de migrantes quechua-bolivianos en Buenos Aires: identidad, liminaridad y sincretismo en el habla”. En: Revista Temas de Patrimonio Cultural Nro. 24. Buenos Aires: Ministerio de Cultura.        [ Links ]

LAPOP 2012 Cultura política de la democracia en Bolivia 2012. Cochabamba: CESAP.        [ Links ]

Spedding, Alison (coord.); Flores Quispe, Gumercindo; Aguilar López, Nelson 2013 Chulumani flor de clavel.Transformaciones urbanas y rurales, 1998-2012. La Paz: PIEB.         [ Links ]

Tassi, Nico (coord.); Medeiros, Carmen; Rodríguez-Carmona, Antonio y Ferrufino, Giovana 2013 ‘Hacer plata sin plata’. El desborde de los comerciantes populares en Bolivia. La Paz: PIEB.         [ Links ]

 

             Daniela Rico. Demonios mentales. Dibujo digital, 2013.

 

[1]   Investigador y docente universitario. Correo electrónico: hebdocom@gmail.com. La Paz-Bolivia.

[2]   Los antecedentes campesinos de por lo menos un importante grupo de los comerciantes populares aymaras son mencionados por el equipo de Tassi (ídem: 73).

[3]   La noción de que ambas categorías estarían fusionadas es promovida políticamente desde el Estado; lo “indígena-originario-campesino” descrito en el 2º artículo de la Constitución, sacraliza a dicha trinidad como sujeto histórico del cambio, omitiendo que la “campesinización” de quechuas y aymaras —y no solo de ellos— no es originaria, ni ancestral, ni pre colonial. Dicho proceso es tan reciente como la reforma agraria de 1953 y, ciertamente, ha marcado con huellas decisivas la identidad y el carácter de quienes lo han experimentado, sin aniquilar su identidad cultural, pero haciéndola distinta a la que solemos definir como indígena. 

[4]   Lo que amenaza con no corregirse, o demorar demasiado en hacerlo, son los platos rotos que ha dejado el último censo nacional, por no haber tomado en cuenta los flujos y reflujos de millares y millares de campesinos que viven en ciudades (grandes, medianas y pequeñas) la mitad, o más, de su tiempo y que, atentos a las decisiones y convocatorias de las autoridades de sus comunidades natales, pueden “residir” en ellas, al menos según la información recogida en las boletas. La flexibilidad de residencia y ocupaciones tiene también su propio espacio en la dimensión de la identidad como lo ha mostrado el brusco descenso de población “indígena” (sin olvidar, por favor, que la encuesta LAPOP realizada también en 2012 detectó un 72% de auto- identificación indígena, que en su enorme mayoría también se identificaba como mestizo). Ver: LAPOP, 2012: 341-242.

[5]   Poco mencionados en los trabajos, que no han investigado las regiones sur y oriental del país, con sus ramificaciones a la Argentina. Ver: Dreidemie (2009).

[6]   En las páginas 72 a 77 de Hacer plata… se desarrolla una propuesta para entender la forma en que el comercio popular capta los grandes excedentes que provienen de la bonanza de precios de las materias primas y se proporcionan cifras útiles para ponderar la importancia relativa de este sector frente a los “tradicionales”. 

[7]   Ni tampoco olvido al numeroso, pero minoritario contingente de la clase media “tradicional”, que parece de mayor magnitud gracias a su influencia en los medios de difusión, el Estado y la política, y que a diferencia de la clase media urbana mayoritaria, niega cualquier vínculo directo con lo indígena

 

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