SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.16 número33Guachalla, Luis Fernando 1999 La democracia puesta a prueba índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.16 n.33 La Paz jun. 2013

 

SECCIÓN V: RESEÑAS Y COMENTARIOS

 

Rozitchner, León

2003

Freud y el problema del Poder. Buenos Aires: Lozada. 251 pp. ISBN: 950-03-8739-7

 

 

Jorge Viaña6

 

 


 

 

El texto de Rozitchner explora fundamentalmente la relación de la constitución de la subjetividad en el capitalismo y los múltiples aspectos de la interiorización de las formas de la autoridad y el poder. Todo el motor de su trabajo es pensar la lucha revolucionaria para que sea eficaz y no ingenua. El aporte más interesante es el análisis del tránsito y relación entre la constitución de la subjetividad individual y la colectiva. El argentino rescata un Freud que postula la psicología como un conocimiento de tipo histórico y crítico y lo combina con una reflexión filosófica, basado en Marx y Kant.

El énfasis de este texto está en mostrar la estrategia de Rozitchner para entender por qué y cómo es que se constituye una subjetividad tanto de los individuos como de las colectividades, la cual debe ser adecuada a la dominación. Pero además, cómo es que incluso, diríamos -fundamentalmente- opera en quienes aparentemente se han “liberado” de la dominación más que otros, los “revolucionarios”. Insistiendo que la constitución de la subjetividad es absolutamente incomprensible si no se prolonga hasta alcanzar el campo colectivo de las determinaciones históricas, el autor describe con profundidad cómo es que “el sujeto mismo en tanto yo, es el lugar de la represión: que yo soy para mí mismo el represor”.

La constitución universal de la subjetividad de todo ser humano (sea “revolucionario” o no cuando sea adulto), con más o menos matices y relativismos, se constituye en la primera infancia de una forma muy parecida en esta época de modernidad del capital y el Estado nación, que pasamos a describir: el niño, en su ser niño, es un ser disminuido frente al poder real del padre.

¿Qué hace el niño? “Hacerse como el padre represor”. El procedimiento típico es lo que Freud llama “regresión a una forma anterior de relación con el mundo exterior”. Esto es, básicamente, una de las formas de identificación más regresivas del ser humano que Freud denomina “regresión oral”, aquella en la que el niño “incluye al objeto dentro de sí” y este aparece formando parte de la interioridad de él mismo, “fantaseando” dentro de su propia subjetividad donde queda inscrita esta circunstancia. El sujeto actualiza una forma pretérita que en un momento pasado de su infancia fue solo una “forma imaginaria” y complementaria de su relación con la realidad y el mundo exterior, pero esta vez esta “fantasía” fundará su relación con el poder para toda su vida.

Esto habilita a que el niño en la subjetividad se identifique y se iguale con el padre represor. Subjetivamente tiende a hacer lo mismo que siente y percibe que el padre quiere hacer, ejercer poder, sanción, castigo y, eventualmente, matarlo, ejercer represión y violencia. Este proceso actualiza también el nivel imaginario en el cual se asienta la fantasía vigente, entonces simbólicamente “le da muerte” al padre. Este desenlace que es el momento constituyente de nuestra subjetividad funda también la huella por la que se empieza a interiorizar en el humano moderno la sumisión y el servilismo frente a los poderes del mundo.

Existe un segundo momento en este proceso. Si bien el niño odia al padre rival y amenazador también lo ama. Por eso el padre “matado” simbólicamente mediante esta identificación y regresión vuelve a darle vida. Esto abre una duplicidad constitutiva de nuestra relación con el poder. Por un lado lo que tendemos a odiar y tratar de “matar” también tratamos de revivir, porque así es como se fundó esta huella desgarradora con el poder que nos constituye en tanto cuasi-sujetos, entes del poder. Seguido a este momento, esta “ley del padre” aparece como lógica y norte de su conciencia, pero quedará excluido de ella el contenido preciso -el enfrentamiento- del cual fue resultado, quedará sepultado en el inconsciente.

El padre queda imperando ahora pero como ley, como pura razón sin el contenido sensible, afectivo e imaginario que llevó a este duelo y que desencadenó en la regresión de identificación que “mata” al padre en la subjetividad del niño. La ley absoluta que descansa así sobre la angustia de muerte organizará la lógica de la conciencia y el tránsito de todo deseo que quiera prolongarse hasta la realidad. La “ley del padre” aparecerá como regulador de mi conciencia pero de la propia conciencia desaparecerá aquello que llevó a constituirse como conciencia misma. El drama fundamental que produce esta nueva forma de mi ser consciente ignora la ley que la regula, pues para ella su origen está ausente, permanecerá sepultado. Estará presente en el sentir de todos nosotros, pero el origen del sentir será inconsciente para mi conciencia y por lo tanto ni siquiera sabré de qué se trata cuando siento lo que siento y deseo. Es la perplejidad más profunda respecto al poder y a desear (libertad, revolución, etcétera), que además no tiene salida consiente. Esta “salida en falso” constituye la primera matriz de la dominación que se reactualiza y se pule a lo largo de la vida.

La rebeldía que llevó a un enfrentamiento “a muerte” trajo culpa, y fue por la culpa que trajo consigo el arrepentimiento, la que llevó a instaurar para siempre el poder del padre “muerto” en nosotros mismos. Peor aún, la agresión que intentó abrir camino a nuestro deseo (libertad, igualdad, revolución, etcétera) y nos llevó al enfrentamiento que ahora por culpa dirigimos contra nosotros mismos. Esta culpa es la que el sistema exterior aprovecha para que nos mantengamos obedientes y utiliza para dominar fundamentalmente nuestra propia fuerza. El sistema no utiliza sólo el poder de su fuerza, sino, y sobre todo, el poder de los dominados. El sistema utiliza en su provecho esta salida infantil para apoyar sobre ella el poder de sus instituciones. Busquemos hasta qué punto las instituciones del poder encuentran su afirmación y su inserción en la subjetividad comenzante del niño que es reactualizada y gatillada en la adultez en todo momento de relación con los poderes de cualquier tipo.

Las formas objetivas de dominación encontrarán así su ratificación subjetiva, asiento fundamental del poder, como si la esencia misma del hombre solicitara, desde dentro de sí mismo, el ejercicio de la dominación. En términos de Zavaleta, podríamos llamarla la inserción cómplice del dominado que hace que él se haga cargo de la permanencia de su persecución. Sean estos personajes “importantes” del poder político, académico, etcétera, o uno cualquiera de la calle, en todos opera. En los más poderosos a veces con más fuerza, por lo explicado; en una palabra, se enajenan más vigorosamente.


Frank Arbelo. El mundo al revés. Tinta china y color digital, 2013.

 

NOTAS

6 Investigador y docente universitario. Correo electrónico: vianauzieda@gmail.com. La Paz-Bolivia.

 

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons