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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.16 n.33 La Paz jun. 2013

 

SECCIÓN V: RESEÑAS Y COMENTARIOS

 

Guachalla, Luis Fernando

1999

La democracia puesta a prueba. (La elección presidencial de 1947. Diciembre de 1943-septiembre de 1947) Sin editorial, impresión: Huellas S.R.L. 306 pp. s/ISBN

 

 

Gonzalo Mendieta Romero4

No han aprendido nada, ni
olvidado nada.
(Talleyrand sobre los Borbones
al retorno de su exilio)

 

 


 

 

Luis F. Guachalla fue un diplomático y político, hijo del presidente electo que en 1908 no pudo asumir por su repentina muerte. Antes de aceptar la cancillería de Hertzog, fue candidato a la presidencia. Esas elecciones eran efecto de la muerte de Villarroel y de casi dos décadas de tumultos. Eran tiempos de revancha de liberales contra nacionalistas, a los que los primeros no vacilaban en llamar “fascistas”, aunque así se demostrara más su deseo de abolir a sus potentes enemigos.

Guachalla examina el período que va de la caída de Peñaranda, en 1943, a la instalación del régimen de Hertzog, en 1947. La coalición formada por los previamente contrincantes, se hizo añicos ese año.

El libro trajina la amistad del autor con quienes aquí conocimos a través de inclinadas versiones, por ejemplo las de Céspedes. Estamos en la alforja contraria: Sumner Welles, ex Subsecretario de Estados Unidos (1936-1943) es un “probado amigo”; Spruielle Braden, el Subsecretario de Asuntos Hemisféricos, era un “conocido mío de tiempo atrás”. Guachalla pudo, por sus contactos, sostener el exilio como funcionario del Comité de Intergubernamental de Refugiados en Europa, aunque la presión del Gobierno boliviano contra sus opositores, lo forzó a renunciar.

Guachalla fue embajador de Peñaranda en Estados Unidos. El libro se abre precisamente con su relevo y las gestiones del autor para que el Secretario de Estado Hull recibiera al Agente Confidencial de Villarroel, Enrique Sánchez de Lozada. El nuevo gobierno no sería reconocido por Estados Unidos hasta que diera pruebas de fidelidad.

Guachalla se veía como parte de las democracias contra el fascismo; esa división básica habita el libro. A la vez, Guachalla nos lleva por la historia en que resurgen escenarios como La Razón, el periódico del minero Aramayo. Ortiz Pacheco, el mordaz bardo chuquisaqueño, llevaba las riendas. Allí Guachalla dirigiría sus columnas opositoras -varias transcritas- que denotan el precario clima de libertad al inicio del gobierno de Radepa (Razón de Patria). Los títulos de esas columnas se acomodan a otras épocas de la historia nacional y al reflejo de usar la dupla tiranía/democracia como pivote de la acción política: “El Espíritu de la Democracia”, “Una conciencia contra la Tiranía”, “Renacerá la libertad en el Mundo”.

También lucen protagonistas olvidados, como Julio César Canelas, hermano de Demetrio o Roberto Arce, nieto de Aniceto. Bolivia era aún una comunidad política reducida. Lechín es mencionado escuetamente. El tránsito futuro del poder esbozaba así su ruta. La mención continua a personajes de un mismo círculo da la idea de un encierro político y social que tendría consecuencias. Guachalla goza, pues, de su estirpe. Su padre fue Ministro ante Eduardo VII y eso pesaba, pues “para estas gentes (…) el que mi padre y yo hayamos formado parte del servicio diplomático implica una afirmación de cierta categoría social. Tengo la impresión de que me juzgan su igual.” Como diría Tocqueville, el cambio entre el modo aristocrático y el democrático implica casi el de dos humanidades distintas.

Guachalla luego salió al exilio en Chile y trabó nexos con opositores allí y en Buenos Aires. Esos pormenores y las noticias de La Paz ocupan varias páginas. Los nombres de las agrupaciones políticas: Unión Democrática Boliviana, Frente Democrático Antifascista, develan los clivajes de la discusión política. Las simpatías de los nacionalistas por el fascismo europeo pasaban, sin embargo, a segundo plano, con el resultado de la II Guerra.

Se arriesga un estereotipo con Guachalla si se lo pinta sólo como uno de quienes no vieron lo que nosotros sabemos: que luego el 52 transformó el país. Guachalla era un hombre de buenas artes y mirada larga. Su texto exhibe cualidades de observador. No le era desconocido el potencial de sus adversarios, por ejemplo del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). El autor abogaba por un acercamiento estratégico con ellos y predicaba la insuficiencia de un programa de libertades públicas como único dique contra el nacionalismo5.

Sus intuiciones fueron confirmadas. Villarroel cayó, como quería la oposición, pero el período que le sucedió no reimpuso una hegemonía. Guachalla así lo deja ver, de paso, al enumerar el programa liberal: una “legislación orientada hacia una progresiva nacionalización de las minas” o la “reversión integral del valor de las exportaciones mineras y régimen de divisas encaminado a satisfacer las necesidades del país, evitando la fuga de capitales.” Ese programa expresaba la tendencia del país. Mientras, el régimen de Villarroel expropiaba Última Hora y La Razón, para gratitud opositora admitida por Guachalla. Lo demás es conocido: Chuspipata, colgamientos, etcétera.

Y llega la parte menos sabrosa: las elecciones de 1947 -supuestamente el núcleo del libro- en las que Guachalla terció, acompañado por un chuquisaqueño que, por su intelecto sosegado y los nuevos vientos, en esa campaña se bautizó y jubiló de la política: Guillermo Francovich. Los liberales negociaban una fórmula común que incluyera al Partido de Izquierda Revolucionario (PIR), cabalgando incómodo, sospechando su destino. En el liberalismo latinoamericano al que Guachalla honra, hay un imperativo de imitación del mundo, de enmienda de la tradición local, propensa a la incomodidad con el entorno nacional. El libro alude a fuerzas que recuerdan -si se puede decir- a partidos del futuro, como Acción Democrática Nacionalista (ADN). Así, una Acción Democrática Social, con figuras después influyentes como René Ballivián, quien casi fue vicepresidente de Barrientos.

La historia concluye con las minucias de la política. Guachalla perdió las elecciones contra Hertzog por 279 votos (los datos del libro difieren ligeramente de otras fuentes). Luego, Guachalla fue efímero canciller del fugaz Hertzog.

Al cierre, Guachalla recuerda con cosmopolitismo, que el periódico Le Fígaro en Francia aconsejaba: “Se puede, en rigor, gobernar sin los sindicatos, pero no se puede gobernar contra los sindicatos.” Hertzog era débil y los sindicatos, fuertes. Es inevitable leer a Guachalla con el prisma de lo que pasó después.

El libro se despide advirtiendo el error de presumir que gobernar es conducir al país o zanjar sus dilemas. Siguiendo a Talleyrand, los liberales no habían aprendido nada ni olvidado nada, pese a observadores sensatos, casi ingenuos, como Guachalla. Un ex canciller, Eduardo Diez de Medina, le ponía, en carta al autor, el epitafio a la época: “Veo de nuevo dividida a la nación.” Como para no pasar por alto las divisiones de hoy.

 

NOTAS

4 Abogado, graduado de la Universidad Mayor de San Andrés, con maestría en Leyes de la Universidad de Columbia. Ejerce la profesión libre en La Paz. Correo electrónico: Gmendieta@outlook.com. La Paz-Bolivia.

5 Guachalla escribía: “El cambio fundamental de la situación patria (…) no puede limitarse a enunciados sobre preservación de las libertades públicas, respeto a la ley, imperio de la justicia, etc. (…) Requiérense afirmaciones positivas o de hacer”.

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