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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.15 n.32 La Paz dic. 2012

 

 

Mamani, Rolando; Molina, Wilder; Chirino, Fabiana; Saaresranta, Tiina

 

2012

 

Vivir bien: Significados y representaciones desde la vida cotidiana. La Paz: UPIEB, 542 pp.

ISBN: 978-99954-57-51-8

 

Luis Carlos Paz Rojas[1]

 

La filosofía englobaba el cúmulo de conocimientos generales e integrales, hasta que la razón empezó a particularizar a cada una de las ciencias, que se autonomizaron y terminaron bajo la premisa que “la realidad objetiva” podía ser explicada partiendo de cualquiera de ellas. Más aún, confirieron la categoría de absolutismo a ciertas verdades indiscutibles y a partir del direccionamiento político liberal de la ciencia, el universalismo cobró vigencia plena y la modernidad se impuso. Este tratamiento permitió el desplazamiento del heartland de la gnosis del oriente al norte y de ahí a toda nueva comunidad humana que se encontraba hacia el sur. Es decir, el conocimiento norte occidentalizado adquirió el vigor necesario que se apropió de su sustancia y la esencializó como única, real e incuestionable, logrando que la humanidad entera reconociera su valía. Un elemento importante que permite su consolidación, es que el conocimiento se desliga del mito y el rito, ingresando al pragmatismo, que sin embargo no puede desligarse del ámbito formal.

Coincidentemente la historia juega un rol importantísimo, porque permite, a partir de 1492, que la ciencia-raciocinio se consagre por sobre parte de la humanidad, que hasta ese momento no había tenido la oportunidad de mostrar su sistema de conocimientos propios. La acción perversa consiste en la apropiación de ese sistema de conocimientos y desarrollarlos como suyos.

Ese afán establece que la forma individual, competitiva y de acumulación egoísta sea la que impere como la acción humana reconocible. Permite que la comunidad se disgregue y que la ciudadanización constituya el eje de categorización humana. Ahí van perdiéndose virtudes de cooperación, solidaridad y colectivismo. Otro elemento fundamental es sin duda la mercantilización de las relaciones sociales y la creación de un “sistema de necesidades” generales. Con ello, la “visión global de la vida” carece de sentido porque cada persona debe ocuparse de “supervivir” y, en ese trajín, el “vivir” empieza a ser desplazado por el “vivir en constante progreso”.

Afortunadamente los pueblos y naciones que sufrieron el proceso colonizador y posteriormente la colonialidad demostraron la fortaleza de sus respectivas culturas y, actualmente, en forma emergente están revalorizando, rescatando y ofreciendo sus conocimientos al mundo globalizado bajo la mística de una cosmovisión que les cohesiona. Y es que a partir de la emergencia de todas esas prácticas, pautas y acciones culturales que se hallaban subyacentes, podemos empezar a manifestarnos en la idea del “vivir bien”.

Y la pregunta -esperamos no retórica- ¿vivir bien... en qué? tiene un trasfondo de nueva creatividad. Porque la respuesta viene dada por las formas de desarrollo que están promoviendo los pueblos indígena-originarios, que están fortaleciendo las viejas instituciones del liberalismo, que están transformando las formas de relacionamiento social y que están en pos de establecer formas comunitarias y más proporcionales de distribución de las riquezas naturales, en amplia armonía con la naturaleza, para que esta no sea devastada (más de lo que ya está). Asimismo se están ofertando tecnologías alternativas y conocimientos científicos en todos los campos.

Así el “vivir bien” es sustancialmente complementario y suplementario con toda la praxis actual, es coadyuvante con los avances técnicos, es concomitante con los procesos investigativos y tiene la virtud de ser ampliamente social y no estar al servicio del “poder”. En síntesis, el “vivir bien” es humanizar la vida y la visión de la vida.

Las investigaciones promovidas por la Universidad para la Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) y publicadas con el título Vivir bien: Significados y representaciones desde la vida cotidiana, tienen la virtud de encontrar la explicación sobre el “vivir bien” en realidades que (pensamos) comparten una interculturalidad asociada a las influencias del proceso de construcción del Estado nación del pasado siglo, cuyas instituciones conviven cuasi en comunión con las formas originarias de pensamiento.

El libro nos invita a transitar en las estructuras de comunidades de diversos puntos geográficos del país: “Jesús de Machaca: El Vivir Bien en clave aymara: identidad, tierra y comunidad” de Rolando Mamani; “San Ignacio de Mojos. Territorios indígenas, la geografía del Vivir Bien” de Wilder Molina; La Guardia: Rastros del Vivir Bien en un municipio con desarrollo urbano y crecimiento económico” de Fabiana Chirino; y “Jaihuayco (zona sur de Cochabamba): Transiciones del Vivir Bien: migraciones y tejidos urbano-rurales” de Tiina Saaresranta.

Las cuatro investigaciones  brindan información relevante y coincidente. Existen colectivos humanos que han demostrado a lo largo de la historia una convicción de “libertad” en el sentido de seguir sus propias pautas conductuales con mayor prevalencia por sobre la forma organizacional estatal o de las otras formas de encarar los asuntos públicos. Claro que al influjo de toda una corriente homogenizadora y controladora que deviene de la manera en como se construyeron los estados latinoamericanos; muchos de los aspectos se encuentran dentro de una visión de jerarquización y/o subalternización implícitos.

El énfasis que se da a la identidad en estas investigaciones resulta clave para comprender por qué muchas de las actividades locales todavía son vistas en el ámbito de la folklorización (aunque el término es foráneo), porque desde la visión occidentalizada que se halla en la estructura mental del área urbana, el contexto rural se asocia con prácticas místicas que supuestamente ya no comulgan con la racionalidad científica.

Vale decir, el problema radica en la manera de entender los contextos formales que encierran a prácticas universales. El localismo encierra al universalismo y le confiere atributos propios; pero ello se da porque el espacio de decisión no está complejizado en el grado cuantitativo. La figura del jaq´i conlleva la responsabilidad de guiar comunitariamente por la senda de un vivir aproximado a los cánones ancestrales. Y ahí se observa que esta estructura se está rompiendo paulatinamente; la población joven muestra que los lazos comunitarios son bastante sensibles y su ruptura obedece a los cantos de sirena de la modernidad y el consumismo que perforan inmisericordemente al sistema interno. Así, la figura del jaq´i reúne condiciones para uso interno y pueden desvalorizarse cuando el contexto urbano reprime esta forma de expresión, con actitudes individualistas, machistas, fascistas, racistas y sexistas.

Sobre el tema del “vivir bien”, una conclusión anticipada es que se tiene trazado un thakhy que solamente será vulnerable en tanto y en cuanto en el tiempo no se diluyan los sentimientos comunes de “libertad”. Corresponde que se asuma el Suma Qamaña en el sentido estricto de relacionamiento ser humano/sociedad/naturaleza y que la coyuntura actual transmita que este valor es viable incluso dentro la “comunidad estatal boliviana”.

Otra es la transición de lo que fueron los pilares del desarrollismo económico/humano/sostenible, desde una visión neoliberal hacia el pluralismo actual. Y esta visión última es la que permite concebir diferentes maneras de medir los índices. La pobreza no solo se refleja en la carencia de bienes y servicios materiales y tangibles, sino en “políticas y actitudes empobrecedoras desde el entorno institucional” (p.279). La pobreza es subjetiva al imaginario colectivo que reproduce como sistema de vida a esta. La autonomía tiene vital importancia, porque de esta manera los pueblos subsumidos a la lógica de la República única, homogénea y de razón última, están emergiendo para brindar a la bolivianidad alternativas posibles y plausibles que podrán cualificar el modo de vida cotidiano.

La tetraléctica como parte de verificar el vivir bien en poblaciones interculturales marginales o de categoría periurbana, bajo el esquema desarrollista, que se contrapone a la posibilidad de recrear el comunitarismo en el área urbana, demuestra que los ejes de explicación de la chakana, nos sirven para encontrar que más allá de las puras relaciones sociales subsumidas en la economía de mercado, aún se puede encontrar el espíritu de una colectividad que se reconoce así misma como multicultural y multisocietal y que en la acción autorreguladora de la sociedad, el colectivo tiene la posibilidad de resolver sus problemas en consenso.

 



[1]   Abogado y antropólogo. Presidente del Centro de Investigaciones y Políticas Sociales CIPS-Oruro. Correo electrónico:

   luiscarlitospaz@hotmail.com. Oruro-Bolivia.

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