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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.15 n.31 La Paz jul. 2012

 

Los nuevos contornos de la izquierda boliviana

 

The new contours of the bolivian left

 María Teresa Zegada C.1


T’inkazos, número 31, 2012, pp. 121-135, ISSN 1990-7451

  Fecha de recepción: abril de 2012

Fecha de aprobación: mayo de 2012

Versión final: junio de 2012


El artículo parte del debate actual sobre la izquierda en América Latina. Realiza un recorrido histórico sobre la construcción de la izquierda en Bolivia tanto en sus principales discursos ideológicos como en las organizaciones políticas que las sostuvieron, y caracteriza el presente proceso político enmarcado en una novedosa definición de izquierda boliviana. 

Palabras clave: ideología política / izquierda / partidos políticos / indigenismo / socialismo comunitario / nacionalismo / análisis de discurso / movimiento al socialismo 

This article departs from the current debate on the left in Latin America. It conducts a historical panorama of the construction of the left in Bolivia both in its principal ideological discourses and in the political organizations that sustained it, and characterises the current political process framed in an innovative description of the Bolivian left 

Keywords: political ideology / left / political parties / indigenism / communitarian socialism /nationalism / discourse analysis / movement to socialism


Durante la década de los noventa, pero particularmente a principios del presente siglo, en distintos países de América Latina comienzan a articularse exitosamente alternativas políticas que cuestionan al orden neoliberal en el marco del denominado posneoliberalismo2, una enunciación discursiva con contornos todavía poco definidos, y con diversos matices y connotaciones de acuerdo a los diferentes contextos.  

Más allá de las características que asume cada uno de estos discursos y sus respectivas objetivaciones políticas, se pueden identificar algunos factores comunes a los distintos países donde este nuevo discurso llega al poder: el acceso al gobierno apoyados por el voto popular y en los marcos de la democracia representativa; discursos antineoliberales y que cuestionan el orden político vigente; la realización de profundas reformas constitucionales mediante la convocatoria a Asambleas Constituyentes para sellar los cambios políticos, como en los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia y; por último, la presencia de liderazgos carismáticos que surgen desde “fuera” del tradicional sistema político partidario portadores de rasgos fuertemente caudillistas. En todo caso, este giro a la izquierda resulta todavía ambiguo en términos de orientaciones y resultados, no obstante adquiere una gran capacidad de interpelación discursivo/simbólica en sus respectivas sociedades, que se traduce en un sostenido respaldo electoral y legitimidad política. 

Si bien esta sobrecarga ideológico discursiva explica la llegada y permanencia de dichos liderazgos en el poder político, al mismo tiempo se convierte en un factor de vulnerabilidad por el contraste con el conjunto de necesidades irresueltas y expectativas generadas que pueden convertirse en una amenaza a los proyectos emancipadores. A propósito Saint-Upéry afirma: 

…la paradoja del ‘giro a la izquierda’ sudamericano es que coincide con un cambio de época lleno de nuevos peligros y nuevos desafíos que no requiere una evolución del radicalismo al moderantismo, sino de la abstracción fraudulenta de los discursos radicales a la necesidad de enfrentar concretamente los problemas radicales (Saint Upéry: 2008).

Otro de los aspectos críticos en esta suerte de (re)constitución o rearticulación de la izquierda latinoamericana ha sido, como señala Emir Sader (2009), la falta de un pensamiento estratégico o teorizaciones posibles que acompañen dichos procesos. En otras palabras, la ausencia de una razón teórica que acompañe a la razón práctica de manera crítica y objetiva, tanto en lo que se refiere a la acumulación histórica de la acción política como al diseño de un horizonte de posibilidades sostenible en el tiempo.  

En el pasado, la izquierda definió un horizonte claro anclado en la retórica del socialismo y bajo los parámetros del marxismo-leninismo, y asumió básicamente dos estrategias políticas para acceder al poder: la lucha armada como vía directa e innegociable para la toma del poder, o bien, la persistente construcción de organizaciones políticas como los partidos de masas -en la vieja lógica de la escuela de cuadros- para incidir tanto en las organizaciones y sindicatos de la sociedad civil mediante la táctica del “entrismo” político, como en el escenario político nacional mediante candidaturas propias o en alianzas para participar en elecciones y, en su caso, acceder al poder. En el actual contexo de fines del siglo XX y principios del XXI, aparecen nuevas estrategias y formatos de organización y acción política que no provienen del mundo convencional de la política sino de los márgenes, del mundo profano, como diría Bourdieu, del seno de la sociedad civil, que irrumpen en el campo político. Es el caso de la acción política efectiva de movimientos sociales, la demanda social organizada que trasciende el mero corporativismo para asumir un cariz político cuestionando al Estado, generando la protesta espontanea de pobladores urbanos que engrosa estos movimientos, y la presencia de nuevas identidades de corte étnico cultural en el campo político. 

No obstante, es preciso partir de un mínimo acuerdo conceptual respecto al significado de la “izquierda” en el siglo XXI, pues sin duda, aquellos elementos constitutivos de la o las izquierdas vigentes hace tres o cuatro décadas (60 o 70) como la lucha de clases, la incuestionable vanguardia proletaria, los parámetros organizativos y estratégicos heredados del socialismo soviético, la identificación del imperialismo norteamericano como único enemigo común, o la guerra de guerrillas como método, se relativizan por las nuevas condiciones del contexto internacional marcadas por nuevos procesos como la caída del muro de Berlín, la globalización, el cuestionamiento a los Estados-nación, la emergencia de nuevas expresiones políticas con componentes étnico culturales, medio ambientales, de género, así como la dilución de la polaridad ideológica izquierda - derecha como eje de configuración de las fuerzas políticas.  

En todo caso, un criterio general de diferenciación política que deviene de las consideraciones previas, podría caracterizar a la nueva izquierda como una alternativa contra hegemónica basada en principios que cuestionan el orden económico neoliberal, propenden hacia una redistribución más justa de la riqueza y el fin de los privilegios de las elites, una mayor participación social en las decisiones, y la incorporación de la diversidad étnico cultural en las distintas dimensiones de la vida social, económica y política. De ahí que se pueden establecer matices entre la izquierda chilena y la venezolana, o la izquierda del Partido de los Trabajadores de Lula en Brasil y la connotación izquierdista que adquiere el gobierno de Correa en Ecuador o la denominada izquierda indigenista o nacionalista que adquiere el gobierno de Evo Morales en Bolivia.  

Arditi propone una definición de izquierda asentada tanto en criterios conceptuales como prácticos. En el primer caso “busca cambiar el status quo, impulsa la igualdad y la solidaridad” pero añade que el significado de los conceptos debe ser verificado a través de un desacuerdo, particularmente importante pues permite desligar el término izquierda del contenido de un proyecto y/o representación del cambio determinados, y más bien hace que el sentido de estos términos sea un efecto contingente de polémicas entre actores políticos. El segundo conjunto de criterios, se centra en la praxis de las agrupaciones de izquierda y se refiere a que “la identidad de estas agrupaciones se va modificando de acuerdo con los aciertos y fracasos de sus proyectos, los distintos adversarios con los que deben enfrentarse y las representaciones que se hacen de sí mismas” (Arditi, 2009).  

Por otra parte, si en determinado momento se creyó que la democracia era el complemento perfecto del neoliberalismo -pensada inclusive por algunos autores como el fin de la historia-, experiencias como las recientes y particularmente la boliviana, conducen a replantear la noción de democracia en sus diversos formatos, manifestaciones, connotaciones y clivajes. El actual proceso boliviano, que emerge justamente de la democracia electoral, remueve sus estructuras orientándolas a su profundización y ampliación, y hacia una aún difícil convivencia entre la democracia representativa y otros formatos de ejercicio político preexistentes aunque no objetivados institucionalmente, como la democracia participativa o comunitaria, cuestionando la concepción unívoca de la democracia representativa.

En todo caso estamos ante la definición no de una izquierda sino de varias izquierdas con connotaciones plurales y diversas pero con horizontes comunes de transformación. 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA IZQUIERDA EN BOLIVIA: MEMORIA HISTÓRICA 

La emergencia de la izquierda en Bolivia puede ubicarse en las primeras décadas del siglo XX con la organización de los sindicatos obreros y la construcción de un discurso ligado a la conquista de derechos y a la transformación social, bajo los influjos de la Revolución Rusa de 1917, la Revolución Mexicana de 1910 y las corrientes intelectuales anarquistas de la época. De ahí en más, se pueden identificar al menos cuatro fases por las que ha atravesado el proceso de acumulación histórica de la izquierda. 

La primera fase abarca las primeras décadas del siglo XX hasta la revolución del 52 cuando bajo influencia del anarquismo y el socialismo se iniciaron las primeras organizaciones sindicales urbanas, obreras así como estudiantiles, y la generación de ideas contestatarias y alternativas al régimen oligárquico liberal. Por otra parte, aunque sin un horizonte político claro, persistían las rebeliones indígenas en defensa de las comunidades frente a las pretensiones primero coloniales y luego del Estado Republicano de desestructurarlas. Dichas luchas aunque fueron aisladas, y en su caso instrumentalizadas por las élites en el poder, constituyen el germen de resistencia y construcción del discurso indigenista posterior. 

Más adelante, las consecuencias políticas internas de la guerra del Chaco (1932-1935) entre otros factores, provocaron el desarrollo de la conciencia nacional junto a los discursos nacionalistas que tendieron a generalizarse, así como la fundación de los primeros partidos políticos marxistas en Bolivia como el Partido Obrero Revolucionario (POR) de tendencia trotskista y el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) inspirado en la línea del partido comunista soviético, que posicionaron al proletariado como la vanguardia de la revolución, encarnado en este caso en los trabajadores mineros del estaño, en un momento en que este era un sector estratégico de la economía capitalista boliviana. 

En ese mismo periodo se fundó el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), partido de tendencia nacionalista de izquierda que protagonizó la revolución de 1952. Estos partidos posicionan, con distintos énfasis, tanto el discurso revolucionario socialista, como la cuestión nacional y el antiimperialismo en base a la contradicción nación-anti nación, esta última representada por la oligarquía minero-feudal. 

Tanto el PIR (que en 1950 adoptó la denominación de Partido Comunista de Bolivia) como el POR establecían claramente sus fronteras ideológicas restringidas al marxismo leninismo, y menospreciaron el potencial revolucionario de campesinos e indígenas, en tanto que el MNR rompió con ese hermetismo y articuló el discurso nacionalista a una amplia alianza de clases convocando a todos los sectores populares contra la oligarquía, logrando de esta manera convertirse en el conductor del hecho revolucionario más importante del siglo XX en Bolivia: la Revolución Nacional de 1952. 

La segunda fase se inaugura precisamente con este acontecimiento revolucionario y está demarcado por la hegemonía del proyecto nacionalista revolucionario que dura aproximadamente treinta años3. Pocos años después de la revolución, y en un contexto de profunda crisis económica y social, el gobierno del MNR propicia un temprano acuerdo con el imperialismo norteamericano aceptando sus condiciones para encarar la crisis a cambio de ayuda económica, provocando la ruptura con los sectores obreros e izquierdistas del gobierno. En realidad, durante estas tres décadas, el “nacionalismo revolucionario” como proyecto hegemónico se desplaza pendularmente entre los polos “nación” y “revolución” (Antezana, 1983), en otras palabras, entre el polo conservador y el polo progresista. 

La izquierda permanece articulada a la Central Obrera Boliviana (fundada justamente en 1952). La COB agrupa al conjunto de sindicatos obreros y urbanos del país, y es vanguardizada por la clase obrera minera con un discurso radical basado en un documento que se constituyó en su razón teórica: la Tesis de Pulacayo publicada y difundida en el Congreso Minero de 1946, basada en principios socialistas y revolucionarios de raigambre marxista. Si bien en un primer momento la COB firmó un pacto de co-gobierno con el MNR -que Zavaleta caracterizó como “germen de poder dual” (1979)- luego, ante las políticas antipopulares asumidas por el régimen, rompió dicho acuerdo y ejerció una de las oposiciones más drásticas a ese y a los subsiguientes gobiernos de turno, mediante un amplio repertorio de movilizaciones que no solamente cuestionaron las políticas públicas y ministros de Estado, sino también logró la destitución de presidentes de la república. 

Coincidieron con esta fase del nacionalismo revolucionario, las irrupciones guerrilleras primero del Che Guevara en Ñancahuazú en 1967, y luego la guerrilla de Teoponte en 1970, cuyos resultados no fueron exitosos y no lograron afectar las estructuras de poder ni las posibilidades emancipatorias de otros sectores sociales y políticos bolivianos. 

Durante la década de los setenta también se fundaron nuevos partidos de izquierda como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Socialista (PS), cuyos derroteros fueron distintos; en el caso del MIR, terminó subsumido en la lógica del poder junto a los partidos neoliberales, en tanto que el PS quedó restringido al discurso testimonial y al margen del proceso de decisiones. Por último, comenzó a generarse un pensamiento intelectual indígena anticolonialista. Dicho discurso se materializó políticamente en la fundación de partidos de corte indigenista como el Movimiento Revolucionario Tupac Katari (MRTK) en sus distintas vertientes, y otros partidos indios en el occidente de Bolivia, que se presentaron en las distintas contiendas electorales de fines de los setenta, con escasos resultados electorales y acotados a sus ámbitos de influencia inmediata, pero cuyos principios y cosmovisiones son recogidos, en gran medida, veinte años más tarde. 

Un momento crucial en este recorrido es el de la articulación de partidos políticos y organizaciones sociales de diverso origen con la democracia representativa a fines de los setenta y principios de los ochenta, pues constituyeron un bloque en la lucha contra las dictaduras al que se suma inéditamente el movimiento campesino constituyendo, de acuerdo a Zavaleta (1983), el eje de multitud obrero-campesino4. 

Esta fase permite comprender el papel protagónico que históricamente ha jugado el núcleo sindical obrero, y los antecedentes del movimiento campesino e indígena en el campo político. Si bien la actuación de los partidos marxistas de izquierda, como hemos visto, ha sido episódica y hasta cierto punto marginal por su escasa capacidad de influencia en la toma de decisiones, los movimientos sociales constituidos en torno a la Central Obrera Boliviana, fueron los sujetos protagónicos de la izquierda a lo largo de la historia política, lo cual explica en cierto modo también el protagonismo de lo social en el actual proceso.

La tercera fase que puede considerarse embrionaria del actual proceso, se ubica en la etapa del neoliberalismo. Esta se caracteriza por un profundo reflujo de los sectores sindicales obreros, particularmente de la COB como consecuencia de la arremetida del modelo neoliberal, mediante medidas como la relocalización de trabajadores mineros -despido masivo- y la libre contratación establecida por el gobierno de Paz Estenssoro en 1986. 

Sin embargo, otros actores y discursos comienzan a emerger y posicionarse también desde la esfera social; es el caso del discurso indianista mediante la organización y acción colectiva de los pueblos indígenas. Un hito insoslayable en este proceso de (re)articulación fue la “Marcha por el Territorio la Dignidad y la Vida” de 1990, que se inició en el oriente y se dirigió hacia la sede de gobierno, La Paz, con una demanda de reconocimiento de los derechos colectivos de estos pueblos, reivindicaciones ligadas a la tierra y al territorio, la autodeterminación y la defensa de las culturas ancestrales.  

Estas demandas se materializan en la articulación y organización de las centrales de pueblos indígenas, por ejemplo en la Central Indígena de los Pueblos del Oriente Boliviano (CIDOB) de carácter inter étnico en el oriente, y juntas impulsan la demanda de una Asamblea Constituyente para transformar el Estado boliviano. 

En occidente el movimiento katarista se expresó en distintas vertientes, una de ellas aglutina al conjunto de ayllus y markas5 del altiplano conformando el Consejo Nacional de Ayllus y Markas Qollasuyo (CONAMAQ)6, cuyo discurso principal apunta a la reconstitución de sus territorios ancestrales devastados por la colonización y recupera símbolos y héroes indígenas históricos como Tupac Katari, Bartolina Sisa o Zárate Willca.  

Otra vertiente, en cambio, con una visión más pragmática, terminó pactando con el Estado neoliberal, y subordinada a sus políticas multiculturales; es el caso paradigmático de Víctor Hugo Cárdenas (un destacado intelectual aymara fundador del partido katarista) que aceptó participar como candidato a la vicepresidencia de la república, y gobernó junto a Gonzalo Sánchez de Lozada entre 1993 y 1997. 

Por último, la fracción más radical del katarismo, junto a un grupo de intelectuales de clase media conformaron el Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) del cual participó el actual vicepresidente del Estado, Álvaro García Linera, el dirigente indígena Felipe Quispe “el Mallku” y otros, con el discurso de autogobierno indígena y de descolonización propiciando acciones políticas violentas a principios de los noventa, lo cual provocó el apresamiento de sus principales dirigentes y, con ello, la dilución de dicho movimiento. 

Durante la década de los noventa aparece una nueva opción electoral que surge como brazo político de las organizaciones sociales campesinas e indígenas7, denominada Asamblea para la Soberanía de los Pueblos, que luego se convertiría en el Movimiento al Socialismo (MAS-IPSP), que logró primero victorias electorales en los municipios del trópico de Cochabamba, y luego, en 1997, consiguió cuatro diputaciones a nivel nacional, entre ellas la del propio líder cocalero Evo Morales Ayma. 

Como podemos constatar, en esta fase de construcción de la izquierda juega también un rol protagónico la sociedad en sus distintas expresiones -particularmente indígenas y campesinas- enarbolando un discurso político de cambio y cuestionamiento al orden establecido y generando movilizaciones sociales; mientras los partidos autodenominados de izquierda como el Movimiento Bolivia Libre (MBL), el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) y otros, optaron por participar en acuerdos con los partidos dominantes y formaron parte de coaliciones de gobierno junto a ellos, por supuesto con una escasa capacidad de influir en las decisiones. 

La cuarta y última fase tiene sus orígenes en el año 2000 y se desarrolla en dos escenarios paralelos: la acción colectiva y el escenario electoral. 

A partir del año 2000 se produce un conjunto de movilizaciones que constituyen un ciclo de protestas que demarca el principio del fin del modelo político anterior. Este proceso se inicia con la denominada “guerra del agua” en Cochabamba que concluye exitosamente con la expulsión de una empresa transnacional de servicio de agua potable, seguida por un amplio repertorio de movilizaciones en distintos lugares del país en rechazo a las políticas y mandatarios de turno. El caso más crítico fue la expulsión de Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003. 

Rosario Ostria. Guardián de la naturaleza. Acrílico sobre tela, 2001. 

Así, en el marco de estas movilizaciones se va construyendo una agenda de los movimientos sociales basada fundamentalmente en la demanda de nacionalización de los hidrocarburos y la realización de una Asamblea Constituyente que permita una “refundación” del Estado boliviano.  

La acción colectiva de los movimientos sociales8 se configura a partir de un complejo y flexible modelo de alianzas sociales y políticas que logra éxito en base al proceso de acumulación histórica previa. Tapia (2009a) puntualiza que se trata de un proceso cuya característica es la acumulación “desde los no lugares de la política”, es decir, desde aquellos espacios de la vida social ajenos al Estado y a la dinámica del sistema político partidario habitual, mediante la conformación de una red de nodos sociales urbanos y rurales que incursionan en el campo político articulados en un discurso común que promovía el cambio. 

Paralelamente, en el escenario electoral también se perciben importantes desplazamientos concurrentes con la dinámica sociopolítica analizada. En las elecciones nacionales de 2002, Evo Morales se presenta como candidato a la presidencia con un discurso abiertamente contra hegemónico y logra un segundo lugar (con el 20,9%) muy cerca del primero. En esa misma contienda, se presenta otra expresión indígena aymara liderada por Felipe Quispe (el Mallku) quien obtiene alrededor del 6% de los votos, ambos alcanzan cerca del 27% de la preferencia electoral. Más adelante, en 2005, el MAS lograría el 54,3% de los votos a nivel nacional y una amplia mayoría parlamentaria, marcando un hito en la historia electoral boliviana. 

Por las características anotadas, el MAS no es un partido conformado en los cánones tradicionales de ejercicio político; deviene de la conjunción del sindicato y el partido y puede ser caracterizado como un movimiento político(Melucci, 1999) que progresivamente va ampliando su base social e interpelando a otros sectores de la sociedad como los pobres de las zonas urbanas, gremialistas, pequeños empresarios y clases medias que se suman de manera entusiasta al denominado “proceso de cambio” en que juega un papel absolutamente gravitante la figura de Evo Morales, pues genera fuertes procesos de autoidentificación étnica y social.  

Para las elecciones de 2005, el MAS realiza una serie de alianzas preelectorales con núcleos corporativos de la sociedad civil e incorpora a algunos de sus representantes como candidatos en distintos lugares del país (Tapia, 2009b). El éxito electoral de Evo Morales se basa en la habilidad por recoger aquellos elementos ideológicos centrales de la coyuntura como el rechazo al modelo neoliberal, el cuestionamiento a los partidos políticos y sus prácticas corruptas así como la opción por los indígenas, los pobres y excluídos del país. 

PLURALISMO IDEOLÓGICO Y DIVERSIDAD SOCIAL EN LA NUEVA IZQUIERDA 

La sociedad boliviana se caracteriza por su diversidad estructural, en la que se sobreponen no solo culturas y cosmovisiones, sino también temporalidades y estructuras societales distintas. Esta característica fue definida en su momento por Zavaleta como sociedad abigarrada9 y, más tarde, por otros investigadores como Tapia (2002) o García Linera (2008) como multisocietal y muticivilizatoria; y que también puede adecuarse a la noción, trabajada por Chatergee (2008) de nación en tiempo heterogéneo. 

De ahí que los discursos que interpelan esa diversidad y la articulan con un proyecto político común, contienen una naturaleza diversa que es representada por distintas visiones y paradigmas. El MAS constituye una expresión de esta combinación de factores por lo que ha sido caracterizado como una “izquierda indigenista” o “nacionalismo indigenista” (Stefanoni, 2006), o un “etnonacionalismo de corte indígena”, porque habría canjeado la lucha de clases por el choque de civilizaciones” (Archondo, 2005). Lo cierto es que el MAS contiene en su andamiaje discursivo al menos tres tendencias que conviven críticamente: el indianismo, el socialismo y el nacionalismo. 

En términos discursivos y simbólicos existe un predominio del discurso indianista, como señala reiteradamente García Linera en sus alocuciones; el núcleo duro del proyecto es el indianismo. 

La corriente indianista radical tiene más bien un proyecto de indianización total de las estructuras del poder político, con lo que, según sus líderes, los que deberían negociar sus modos de inclusión en el Estado son los mestizos en calidad de minorías…

Y añade: 

…a diferencia de lo que sucedía en décadas anteriores, en las que la existencia de un vigoroso movimiento obrero estaba acompañada de una primaria pero extendida cultura marxista, hoy el vigoroso movimiento social y político indígena no tiene como contraparte una amplia producción intelectual marxista (García Linera, 2005).

Y su influencia es, según él, mínima. Así, el concepto de clase social es matizado y sustituido por el concepto de etnia que conduce a otro tipo de contradicciones en este caso, étnicas o civilizatorias. Una mirada radicalmente crítica a este viraje sostiene que “el marxismo clásico de cuño libertario, humanista e individualista, ha sido reemplazado por oscuras invocaciones a la etnia, la tierra y el colectivismo, y la inspiración crítica y analítica del llamado socialismo científico ha sido sustituida por el fárrago postmodernista” (Mansilla, 2005). Otros autores destacan positivamente esta característica, es el caso de Esteban Ticona que sostiene que el mérito del gobierno de Evo Morales es iniciar la senda descolonizadora, más que de izquierda, porque de esa manera ha resquebrajado las estructuras mentales coloniales de la racionalidad modernidad. 

Empero, si bien el indianismo resulta ser uno de los ejes discursivos predominantes, no se puede decir lo mismo de la presencia de los indígenas en este nuevo bloque social, ni de su capacidad de influencia en la definición de políticas y leyes estatales. De hecho, en términos de composición del nuevo bloque social, García Linera señala que se trata de una conflagración de organizaciones caracterizada por la ausencia de un sector hegemónico, retoma el concepto de multitud (acuñado por Toni Negri) como una “asociación de asociaciones de varias clases e identidades sociales sin una hegemonía única en su interior”, en la que más bien conviven con sus propias identidades y reivindicaciones. 

En el discurso de los líderes del MAS, también está presente el horizonte marcado por el socialismo del siglo XXI: “Aquí en Bolivia estamos trabajando y apostando por una vía democrática al socialismo. Es posible (...) porque el socialismo es en el fondo una democracia radical. No se tiene que llegar necesariamente mediante la fuerza”10. También se señala: “La revolución tiene que irradiarse, respetando las particularidades culturales de cada pueblo. La única manera de aislar al capitalismo es irradiando, expandiendo, apoyando todo proceso de lucha revolucionaria”11. 

Esta veta discursiva tiene un anclaje que trasciende las fronteras nacionales, de ahí deviene su connotación antiimperialista; en la misma entrevisa García Linera abogó “porque los pueblos del mundo aprovechen la decadencia del imperio de Norteamérica” para reproducir los modelos socialistas. “El movimiento popular planetario (tiene que) reproducirse, solidarizarse y ser una cadena de apoyos mutuos que resista los embates cada vez más agresivos del imperialismo”12 

Evo Morales también proclamó el “socialismo comunitario”, en el momento de la promulgación de la nueva CPE, en febrero de 2009 cuando, levantando un ejemplar de la nueva Constitución en las manos ante 200.000 personas, concluyó: “ahora pueden matarme”. 

Así, la irrupción del nuevo topo13 en Bolivia viene de la mano del indigenismo y del socialismo. Según García Linera (2008), el indianismo sería el núcleo discursivo y organizativo de la nueva izquierda en Bolivia, que se combina con el marxismo, por lo que define el proyecto como “indianista de izquierda”. García Linera sostiene que se habría producido una reconciliación entre el marxismo y el indianismo, en que el sujeto indígena-originario se convertiría en la nueva vanguardia del proceso. 

En todo caso, una recomendación válida para valorar este proceso es introducida por Saint-Upéry, quien advierte sobre la necesidad de estar conscientes de la sobreideologización discursiva que suele contaminar la lectura de estos procesos, pues constata que la radicalidad está fundamentalmente en el plano discursivo, tanto del gobierno como de la oposición, y que no tienen necesariamente su correlato en políticas concretas (2009), que es de hecho lo que acontece en el país, ya que la gestión gubernamental contiene una serie de contradicciones. 

A las dos vertientes anteriores se suma en el MAS el discurso nacionalista que dio lugar justamente a las políticas de nacionalización de sectores estratégicos de la economía, y a un conjunto de medidas gubernamentales de corte nacional-popular convirtiéndolo en el articulador de la gestión pública, bajo las invocaciones al desarrollo nacional e integración. El nacionalismo tiende al (re)posicionamiento del Estado como actor protagónico de la economía, a la generación de políticas extractivistas e industrializadoras para generar desarrollo nacional y está acompañado de una orientación marcadamente social y redistributiva en los recursos públicos. En una entrevista, el vicepresidente señalaba: “Tenemos que hacer todo el esfuerzo, porque de eso depende nuestro futuro, y así romper con 500 años de ser productores de materias primas y pasar a ser un país industrializado, que significa contar con más ingresos y capacidad productiva, lo que se traducirá en escuelas hospitales y mejores salarios” (La Razón, 20.10.2010), al mismo tiempo que anunciaba que la inversión pública prácticamente se duplicaría entre 2010 y 2011.  

En definitiva, esta convivencia de visiones y paradigmas resulta sumamente compleja y no está exenta de contradicciones, no solo en la aplicación de políticas sino por su trasfondo epistemológico, pues responden a matrices de pensamiento distintas y, a veces, contradictorias. De ahí deviene una insalvable contradicción dentro del propio proyecto del MAS entre una visión socialista (y en su caso nacionalista), de raigambre modernista occidental impulsada por ciertos intelectuales y dirigentes de partidos de izquierda nacional, versus una cosmovisión descolonizadora que interpela a las anteriores en sus sustratos más profundos. En otras palabras se presenta una contradicción entre el socialismo estatista versus el comunitarismo descolonizador, cuyo epítome es el “socialismo comunitario”14. 

Uno de los puntos más débiles del actual proyecto izquierdista del gobierno es la ausencia, o si se quiere indefinición de un proyecto político histórico que trascienda la ambigüedad coyuntural del enunciado “proceso de cambio” y el rechazo al modelo neoliberal y oligárquico; como señala uno de sus altos dirigentes, lo que falta en el MAS es un amplio debate sobre el proyecto político y el plan de gobierno, un debate entre el MAS y las organizaciones que lo acompañan, que ahora priorizan la deuda histórica relacionada con los beneficios del acceso al poder15. 

TRES FASES, MÚLTIPLES DESAFÍOS PARA LA NUEVA IZQUIEDA 

Para terminar, es preciso diferenciar tres momentos políticos que caracterizan la gestión del actual gobierno e implican, a la vez, desplazamientos discursivos. El primero, entre 2005 y 2009, caracterizado por la polarización y la disputa por el poder entre el bloque gubernamental y las organizaciones sociales afines versus la oposición político partidaria y sus anclajes societales en los grupos de poder cívico/regional particularmente del oriente -que no han sido estructuralmente afectados por el gobierno-, cuya confrontación alcanzó su momento crítico a mediados de 2008 con enfrentamientos directos y la realización del referéndum revocatorio. En esta fase, el episodio más importante fue la aprobación de la nueva Constitución Política y fueron protagonistas las organizaciones sociales aglutinadas en el Pacto de Unidad que no solo elaboraron la propuesta de nueva Constitución recogida por el MAS y negociada en el seno de la Asamblea y el Parlamento, sino también se constituyeron en sus principales vigilantes. Aquí los discursos se dirimian entre quienes apoyaban el proceso de cambio y la transformación del Estado -el polo asociado a la izquierda-, y quienes defendían el viejo modelo neoliberal y encarnaban el discurso de la derecha conservadora que se resistía a renunciar a sus privilegios. 

El segundo momento (2009 en adelante) se inicia con la erosión de los sectores opositores y la consolidación del poder del partido gobernante, a partir de dos acontecimientos: la aprobación de la nueva Constitución Política en enero de 2009 y la reelección de Evo Morales en diciembre del mismo año, que es inversamente proporcional al debilitamiento de la dirigencia cívico/prefectural y de la oposición político partidaria. Así la polarización tiende a diluirse en este escenario y aparecen operadores discursivos orientados a profundizar el proceso de cambio, a avanzar en sus siguientes fases. 

Sin embargo, una serie de tensiones internas y externas marcarán el derrotero de una tercera fase política que se inicia en diciembre de 2009 con la ruptura de su principal aliado, el Movimiento Sin Miedo, que pasa a ejercer una oposición crítica al gobierno y logra arrebatarle importantes nichos de votación en las elecciones subnacionales de abril de 2010. A ello hay que sumar tensiones generadas por dirigentes o autoridades que cuestionan la conducción gubernamental, provocando su paso a la disidencia. 

Las fisuras también se producen en relación con varias organizaciones sociales, por una parte por el incumplimiento de acuerdos políticos, como es el caso de los pueblos indígenas que no sienten reflejadas sus demandas de mayor participación en el ámbito decisional, y ven vulnerados sus derechos a partir de una serie de políticas “desarrollistas” promovidas por el gobierno -como por ejemplo, la apertura de la carretera por el TIPNIS o la exploración de pozos hidrocarburíferos en zonas de preservación-; por otra, por la ausencia de respuestas a las expectativas y reivindicaciones corporativas de los diferentes sectores sociales que inician una escalada de conflictos sociales demandando incrementos salariales y beneficios sociales para sus representados. Esta corporativización de la demanda, que estuvo presente desde el inicio de la gestión, va tomando más fuerza y cuestionando la adhesión al proyecto masista. 

Así, un factor que complejiza la gestión de la “nueva izquierda en el poder” es la difícil relación entre el gobierno y las organizaciones sociales, que pasa por dos tipos de dispositivos: por un lado el apoyo y la agregación político-ideológica detrás del discurso del “proceso de cambio” ante la amenaza conservadora, y, por otro, la relación clientelar y prebendal que deviene del interés de las organizaciones por participar de los beneficios del poder con el justificativo de “ahora nos toca”, y la exigencia de cargos, cuotas de poder y políticas particulares que favorezcan a los distintos sectores.

De ahí que la construcción discursiva “gobierno de los movimientos sociales” resulta poco sustentada aunque tiene una capacidad interpelatoria muy eficaz. En realidad, la relación del gobierno con las organizaciones se basa en una suerte de pacto o acuerdo fáctico para la defensa del proceso de cambios -operador ambiguo en su contenido, como señalamos anteriormente- y se plasma en la participación en espacios de poder a través de algunos de sus dirigentes -invitados por el presidente de manera personal- y del beneficio de políticas públicas, a cambio de apoyo y sustento político; pero, su participación efectiva en los escenarios de decisión no es orgánica ni decisiva, salvo en el caso de los cocaleros y colonizadores que en ocasiones logran influir de manera directa en el presidente (Zegada et al., 2008). 

En todo caso, el MAS representa efectivamente una alternativa de izquierda porque instala un nuevo universo simbólico en el imaginario boliviano, basado en el cambio, la inclusión étnico-cultural, la igualdad social, la lucha contra la pobreza, la nacionalización de los recursos naturales, la defensa del medio ambiente y la madre tierra, el horizonte del socialismo comunitario, entre otros; no exento, como vimos, de contradicciones y ambigüedades. 

Cabe puntualizar que junto con la “izquierda” encarnada en el gobierno de Evo Morales, conviven otras expresiones como el Movimiento Sin Miedo, partido ex aliado del MAS, que ahora ejerce una oposición crítica a la administración política gubernamental así como intentos de articulación de alternativas políticas dirigidas por líderes disidentes del MAS que en algunos casos fueron fundadores de esta organización como Filemón Escóbar, Román Loayza, Lino Villca, u otros como Félix Patzi, Alejandro Almaraz o Alex Contreras. Por otra parte, están las organizaciones sociales que ejercen una posición crítica al gobierno desde la izquierda como son la Coordinadora del Agua de Cochabamba, el CONAMAQ, la CIDOB o eventualmente la propia Central Obrera Boliviana.  

Ahora bien, ¿cuáles son los elementos novedos de la nueva izquierda boliviana? No se trata, sin duda, de nuevos liderazgos, porque como todos sabemos gran parte de los fundadores no solamente del MAS sino también del MSM provienen de experiencias políticas previas ligadas a partidos de izquierda, o de su trayectoria militante en el sindicalismo de izquierda, aunque también acompañan este proceso nuevos líderes que por primera vez ocupan espacios parlamentarios o cargos jerárquicos en el Estado. Sin embargo, la novedad de la “nueva” izquierda proviene del conjunto de nuevas articulaciones discursivas e ideológicas que interpelan a la sociedad de manera renovada y eficaz. Por una parte, la reinvención de paradigmas ideológicos que trascienden el marxismo ortodoxo y el nacionalismo e involucran de manera privilegiada el discurso indianista y descolonizador. Por otra parte, la interpelación a un bloque social amplio y también diverso constituido por obreros trabajadores, gremialistas, campesinos, pobladores urbanos, y de manera particular a las naciones y pueblos indígenas y originarios. Por último la izquierda actual es resultado de un largo proceso de acumulación política y repertorios de movilización anclados en la memoria colectiva y en la construcción de la masa plebeya o multitud como forma privilegiada de participación política, aunque en esta coyuntura de manera inédita se fusiona exitosamente con la práctica electoral, uniendo dos universos separados pero estratégicamente complementarios que dan lugar al gobierno del MAS. Sin embargo, y justamente por estas características, su derrotero y sostenibilidad en el tiempo resultan inciertos. 

Más allá de esta coyuntura, en que el MAS representa la opción de la izquierda en el poder, estamos ante la presencia de varias izquierdas que se van visibilizando en la medida en que ejercen su autonomía discursiva respecto del poder, y despliegan pautas de identificación particulares asumiendo el conjunto de problemas y necesidades no resueltas que devienen de la gestión pública y de la compleja sociedad boliviana.  


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1  Socióloga, con Maestría en Ciencias Políticas. Profesora e investigadora de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) y de la Universidad Católica Boliviana (UCB). Coordinadora de área del Centro Cuarto Intermedio (CCI). Correo electrónico: zegada_m@yahoo.com. Cochabamba-Bolivia.

2 Emir Sader precisa: “El término posneoliberalismo es descriptivo y designa procesos nuevos, que son una reacción a las profundas transformaciones represivas introducidas por el neoliberalismo, pero todavía no han definido un formato permanente; es lo que se ve en Venezuela, Bolivia y Ecuador. No caracteriza una etapa histórica específica, diferente del capitalismo y del socialismo, sino una nueva configuración de las relaciones de poder entre las clases sociales, que promueve la formación de un nuevo bloque social dirigente de procesos históricos sui generis, en condiciones mucho más favorables a las fuerzas populares, cuyo destino será decidido por una dinámica concreta de construcción de Estados posneoliberales” (2009).

3 Luis H. Antezana explicita que el nacionalismo revolucionario opera como ideologüema durante el periodo mencionado, ideologüema que comparte la izquierda y el nacionalismo en sus dos extremos; el nacionalismo revolucionario es como una herradura que contiene distintas expresiones, desde la derecha a la izquierda, siempre moviéndose en el imaginario de la nación y bajo la referencia del Estado-nación (1983).

4 El movimiento campesino (distinto a las luchas indígenas en defensa de las comunidades) se había gestado bajo el lema “la tierra es para el que la trabaja” y fue el principal promotor, junto al Estado, de la reforma agraria, es decir de la redistribución individual de la tierra, y se mantuvo hasta fines de los setenta subordinado a los gobiernos de turno, en una suerte de pacto clientelar incluso con los gobiernos militares de derecha. Su proceso de autonomización respecto del Estado recién se produce en la década de los setenta y se consagra con la fundación de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos en 1979, bajo el auspicio de la Central Obrera.

5  Unidades territoriales básicas de las comunidades indígenas de occidente.

6 De acuerdo con Simón Yampara, el katarismo en una de sus corrientes “ha optado por los pueblos originarios y, orgánicamente además de la CSUTCB, están en el CONAMAQ”. Entrevista realizada por Muruchi Poma, 02-06-2010 y publicada en Tani Tani, boletín electrónico No. 356, Año 4 de 9 de junio de 2010.

7 Las organizaciones que conforman este instrumento son la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), la Coordinadora de Pueblos Étnicos de Santa Cruz (CPESC), la Central Indígena de Pueblos del Oriente Boliviano (CIDOB) y la Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia Bartolina Sisa (FNMCB-BS).

8 Partimos de la idea de que una acción colectiva se convierte en movimiento social cuando incursiona en el campo político, tiene la capacidad de interpelar a otros actores políticos, trasciende las reivindicaciones particularistas y cuestiona el orden vigente, de manera que se inscriben en un campo de conflicto estructural y de disputa hegemónica. Por ello, un movimiento social no puede mantenerse como tal más allá de las coyunturas críticas.

9 De acuerdo con Zavaleta, el concepto de sociedad abigarrada se caracteriza por la no unificación de la sociedad, es decir el escaso o distinto grado de compenetración entre sus elementos en torno al Estado, la falta de unidad nacional y consistencia interna de la clase dominante, la existencia de planos de determinación diacrónicos, o sea la convivencia de distintos contextos epocales en forma simultánea. (op. cit)

10 Discurso de Álvaro García Linera en su posesión por segunda vez como vicepresidente del Estado, en La

   Razón, 3.3.2010.

11 En: www.jornadanet.com (8.2.2010).

12 En: www.jornadanet.com (8.2. 2010).

13 Expresión recogida por Emir Sader a partir del viejo topo, con el que Marx explicaba los procesos de construcción subterránea de las condiciones de posibilidad de un momento de ruptura o revelación de las contradicciones sociales (Sader, 2009).

14 Estas contradicciones en el discurso indigenista decolonizador y marxismo estatizante, son destacadas por Torrez (2008) y Patzi (2010).

15 En: Zegada et al. (2011).

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