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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.14 n.30 La Paz dic. 2011

 

Molina, Fernando 

2011

Guillermo Francovich. La Paz: Gente Común. Colección Pensadores bolivianos.
ISBN 978-99954-52-69-8

2011

Vicente Pazos Kanki. La Paz: Gente Común. Colección Pensadores bolivianos.
ISBN 978-99954-52-71-1.

 2011

René Zavaleta. I. La etapa nacionalista. La Paz: Gente Común. Colección Pensadores bolivianos.

ISBN 978-99954-52-68-1.

 

Guillermo Francovich

Vicente Pazos Kanki

René Zavaleta. I. Thenationalistphase

 

H.C.F. Mansilla[1]


Los tres volúmenes pertenecen a la nueva serie “Pensadores bolivianos” de la editorial Gente Común. Esta colección intenta presentar, “de una forma accesible y, al mismo tiempo, creativa y original”, las ideas de los principales intelectuales bolivianos. Se trata de libros breves (menos de cien páginas cada uno), que nos introducen a las circunstancias biográficas del pensador respectivo, para luego describir la estructura intelectual del mismo.

El primer volumen está dedicado a Guillermo Francovich, quien ha gozado de una gloria efímera y de un largo olvido. Francovich se consideró a sí mismo como un divulgador de teorías de otros autores y no como el creador de concepciones originales. Era una persona de gran modestia personal; había cifrado su honor en dar a conocer ideas ajenas mediante “síntesis sencillas y atractivas” (pp.23, 73-74), para no abrumar a los posibles lectores. Así es como lo tengo en la memoria, cuando lo traté en Río de Janeiro en 1982-1983. Era un hombre de emociones controladas, refinado y culto, que dejaba traslucir una gran nostalgia por el suelo patrio, que se notaba en la tristeza y melancolía que acompañaban sus preguntas en torno a la situación boliviana. De él se puede decir, como de Augusto Guzmán, que sus hazañas son sus libros (p.23). Francovich presentía que la colectividad boliviana recibía sus obras con un “silencio de tumba” (p.46). Se percibe claramente que Fernando Molina ha escrito este volumen, el mejor de la serie hasta ahora, con mucho cuidado y cariño. Las últimas palabras del libro dicen que Francovich dedicó “su vida a aclarar, mejorar, iluminar. Enfrentó solo, pero entusiasta, las tumultuosas sombras de la ignorancia” (p.74).

Molina considera a Francovich como un notable racionalista y humanista: “el mayor ilustrado boliviano” (p.15). Aquí reside el mayor mérito del libro. En un país de grandes pasiones nacionalistas, indigenistas y socialistas, el racionalismo ha sido desde siempre un fenómeno muy escaso, poco conocido y valorado. Francovich rechazaba la imposición violenta de los ideales y las normas de un grupo sobre los otros; propugnaba la moderación social y la reforma política paulatina. No se adhirió “a las pasiones ideológicas de su tiempo” (p.29). Francovich fue uno de los primeros pensadores en advertir que la política -y no el trabajo constante, silencioso y productivo- representa la pasión boliviana por excelencia, la que se arrastra de generación en generación, produciendo lealtades partidistas de notable significación social. Una de las pulsiones colectivas más profundas y permanentes, asevera Molina, es la “refundación cíclica del Estado” (p.14), a fin de que sirva a los intereses de la fracción política exitosa en cada oportunidad. Y Francovich criticó precisamente las consecuencias de ese revolucionarismo incesante que en la realidad cotidiana y prosaica del país consolida lo que dice criticar: las normas tradicionales de comportamiento, donde la astucia y el oportunismo triunfan sobre la inteligencia creadora.

Francovich se interesó por analizar los mitos y los resentimientos profundos que alberga cada sociedad, de los cuales la envidia es una de las manifestaciones más perdurables y extendidas. Cuando uno observa los resultados prácticos de las revoluciones, como por ejemplo el ascenso de una nueva élite, tan mediocre y tan depredadora como la anterior, se tiene la impresión de que las “sofisticadas teorías anticapitalistas” (p.61) funcionan, en el fondo, como instrumentos para legitimar los efectos de la envidia colectiva. Y entre las leyendas socialmente relevantes se halla, desde la época colonial, una opinión mitológica en torno a los recursos naturales que envenena la política y la mentalidad de la nación. Las ideas de Francovich sobre los recursos naturales han inspirado el libro más conocido de Fernando Molina, por lo cual se puede afirmar que este autor es el continuador de las ideas de Francovich mediante las herramientas contemporáneas de las ciencias sociales.

Vicente Pazos Kanki (1779-1852), a quien está consagrado otro volumen de la colección, representa una figura olvidada y muy curiosa de la historia boliviana. Molina afirma que fue el primer intelectual aymara; había nacido cerca de Sorata y se educó en el Cusco y Chuquisaca. También habría sido el primero de este origen como escritor, internacionalista y diplomático (p. 13). Pero el mismo Pazos Kanki nunca sintió el llamado de la sangre; él se consideró americano, lo que entonces significaba ser ciudadano del mundo (p.29). Las identidades tribales y étnicas le tenían sin cuidado: dejó atrás prontamente su proveniencia campesina y provinciana y vivió largamente en Argentina, Estados Unidos, Gran Bretaña y España. Fue un intelectual, sin duda alguna, pero también un aventurero que amaba el lujo, los placeres y los viajes, con lo que despilfarró su dinero. Pazos Kanki fue una personalidad ambigua, de variadas facetas, y eso lo hace literariamente interesante.

Molina resalta ante todo aquellos rasgos que diferencian a Pazos Kanki de la mayor parte de los intelectuales bolivianos (y latinoamericanos): el compromiso con la libertad política, la tendencia humanista, la confianza en la autonomía de los seres humanos, el derecho a criticar a los poderosos y el propósito de crear una consciencia colectiva de cuño emancipatorio. Abrazó tempranamente la causa del racionalismo en los asuntos públicos y exhibió un marcado talante liberal (pp. 12, 19). El pluralismo ideológico y la tolerancia con respecto a los adversarios constituían las bases de su accionar, y probablemente por ello no pudo fundar una escuela con discípulos ni influir posteriormente sobre la formación de corrientes importantes de opinión pública. “La seguridad dogmática y autoritaria” (p. 38) de sus adversarios y de los intelectuales de siglos venideros impidió la difusión de sus ideas.

El tercer volumen analiza la etapa nacionalista en la notable obra de René Zavaleta Mercado. Molina lo percibe como el pensador más importante de la izquierda boliviana, “por delante de autores de la talla de Carlos Montenegro, Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga o Guillermo Lora” (p.11). Zavaleta fue capaz de revigorizar filosofías tributarias del pensamiento socio-histórico convencional, como el marxismo simplificado por Lenin y el nacionalismo tercermundista. Como asevera el autor, Zavaleta personifica aun hoy “una dimensión especial, más allá de cualquier valoración realista”, pues en medio de un colectivo social “especialmente sensible a lo intuitivo y emocional”, él se ha convertido en el pivote de una “mitología progresista”, que se agota a menudo “en el resonar de su nombre” (pp.12, 22).

Con todo acierto Molina sitúa a Zavaleta en la poderosa corriente antiliberal -nacionalismo y socialismo en numerosas variantes- que hasta hoy determina la consciencia intelectual boliviana y que se ha distinguido por sus rasgos dogmáticos y autoritarios y por su escaso aprecio con respecto a los elementos racionales, críticos y democráticos de la llamada tradición occidental. Molina hace una interesante reconstrucción de esa tendencia con inclinaciones teluristas (“la exaltación del paisaje y del hombre nacionales”), que tiene en Franz Tamayo uno de sus precursores más influyentes (pp.37-40). Era (y es) necesaria una crítica de la “arrogancia de la Ilustración” occidental, como señala Molina, pero Tamayo, Zavaleta y los pensadores de esta línea lo hacen desde una perspectiva antidemocrática, antipluralista y verticalista, es decir desde posiciones que son en el fondo tradicionalistas. Los puntos centrales de la teoría zavaletiana, tanto en su fase nacionalista como en la marxista, son muy similares a los fundamentos de la Teoría de la Dependencia, que se expandió por todo el continente en los mismos años en que Zavaleta empezó a publicar. Bolivia no debía aceptar un papel subordinado en la división internacional del trabajo, sino que tenía que crear su propio modelo autónomo, basado en el desarrollo de una poderosa “industria nacional” bajo la dirección de un Estado fuerte (p. 50). Zavaleta se desilusionó con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), porque el gobierno de este partido y la “nueva burguesía” que nacía con él no estuvieron a la altura de las circunstancias históricas (p.30).

Con argumentos de mucho peso, Fernando Molina considera a Zavaleta como un “profeta y un crítico moral” (p.51), no como un político abocado a realizaciones prácticas. Y también como un representante de un marcado colectivismo para quien las libertades individuales, el Estado de derecho y el pluralismo ideológico eran fenómenos muy secundarios. Lo importante para Zavaleta habría sido en cambio “el derecho del Estado” de disponer sobre todos los recursos materiales y humanos en pro de las grandes metas históricas, que son muy similares en las variantes nacionalista y socialista. La importancia de Zavaleta y la popularidad de su obra residen probablemente en que articuló mediante un lenguaje alambicado y algo confuso -que también coincidía con las tradiciones barrocas del país- las esperanzas muy convencionales de los sectores izquierdistas, y lo hizo preservando la clásica cultura política del autoritarismo y una visión meramente instrumental de la democracia (p. 75). 


[1]  Cientistapolítico y filósofo, autor de algunos libros en los campos de la sociología y la ecología políticas. Correo electrónico: hcf_mansilla@yahoo.com

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