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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.13  supl.1 La Paz dic. 2010

 

RETOS DE LA ECONOMÍA

 

El capital social y sus efectos socioeconómicos y políticos

 

Social capital and its socio-economic and political effects

 

 

Rolando Sánchez Serrano1

 

T’inkazos 15, 2003, pp.181-199, ISSN 1990-7451

Fecha de recepción: junio de 2003
Fecha de aceptación: agosto de 2003

* Artículo publicado en T’inkazos 15, de octubre de 2003.

 

 


Los factores culturales y sociales inciden en el desarrollo y facilitan o dificultan la generación de riqueza. El autor hace un recorrido por la literatura sobre el tema, y muestra cómo, particularmente en América Latina, el capital social aparece como una de las claves para introducir en la lucha contra la pobreza, valores como la reciprocidad, la solidaridad y la cooperación, propios de las comunidades andinas.

Palabras clave: Capital social / movilidad social / desarrollo social / pobreza / solidaridad / exclusión / mundialización


Cultural and social factors influence development and facilitate or hamper the generation of wealth. This article reviews the literature on the subject and shows how, particularly in Latin America, social capital emerges as one of the key factors if the values of Andean communities - such as reciprocity, solidarity and cooperation – are to be included in the fight against poverty. 

Key words: Social capital / social mobility / social development / poverty / solidarity / exclusion / globalization


 

 

Frente a la miseria y la pobreza que hoy agobian
a vastos sectores de la población de la
región —América Latina—,
urge alentar y dar paso a iniciativas basadas en el ‘capital social’
.

Bernardo Kliksberg

El proceso socioeconómico, político y cultural se orienta indefectiblemente hacia la globalización, y uno de los pilares que lo sustenta es el avance de la ciencia, la tecnología y la comunicación, cada vez más complejo y acelerado. Hoy, las posibilidades del desarrollo en los diferentes campos se basan, más que nunca, en la innovación, asimilación y aplicación del conocimiento, el cual abre el horizonte a nuevas opciones de futuro y, probablemente, al mejoramiento de las condiciones de existencia en el mundo. La sociedad del conocimiento parece ser la especificidad del nuevo milenio que ha comenzado con acontecimientos fatales como el atentado y destrucción del World Trade Center (21 de septiembre de 2001), la Guerra de Irak que continúa, y proyectos esperanzadores como el compromiso mundial de acabar con la pobreza suscrito en Monterrey, México3; indicios de que los países y los miembros de las sociedades necesitan hoy más que antes aunar esfuerzos y saberes para superar los problemas de atraso y exclusión socioeconómica y política y alcanzar una situación de bienestar social digna con un trabajo mancomunado entre los “ciudadanos” del mundo.

Y es dentro de este gran desafío que la idea del capital social aparece como una de las claves para imaginar nuevas alternativas de desarrollo e introducir en la discusión de la lucha contra la pobreza y el desarrollo, una visión humana, solidaria y ética, pues para superar la inequidad y la exclusión, que particularmente caracterizan a las sociedades y economías latinoamericanas, se requiere de un enfoque integral. Los valores socioculturales, la ética, la asociatividad y la conciencia cívica podrían impulsar proyectos de autodesarrollo con participación comunitaria en las actividades económicas y políticas para reducir la distancia entre negocios y sociedad, entre la esfera pública y privada y entre el mercado y la política, poniendo los valores humanos de solidaridad y cooperación por encima de los intereses monetarios, y el beneficio colectivo antes que el individual (Moreno, 2003).

No obstante, el proceso de mundialización irrefrenable trae consigo pérdidas y oportunidades. El definir la posición estratégica en diferentes campos según la dinámica global depende de la capacidad que tenga una determinada sociedad, comunidad y persona. Esta nueva sociedad mundial exige nuevos comportamientos de los profesionales, políticos, dirigentes y miembros de cada sociedad, especialmente de las menos desarrolladas. En consecuencia, frente al reto de inserción a la economía global es importante identificar obstáculos y potencialidades de cada sociedad para encontrar vías adecuadas de desarrollo que se sustenten en la misma capacidad de la gente: en los actores del desarrollo. Y, justamente, la constitución de actores de desarrollo depende de la capacidad organizativa y de acción de una sociedad, en la medida en que existan condiciones favorables para ello como la posibilidad de movilizar el capital social en beneficio de la colectividad.

Ahora bien, el debate sobre el desarrollo ha ganado nuevamente importancia en la última década del siglo XX, pero por su tránsito desde una perspectiva preponderantemente económica hacia una visión más social y política, pues ya no se lo piensa tanto como un proceso “doloroso” del mercado sino como una tarea “agradable”, donde los actores sociales y políticos desempeñan un papel fundamental en la construcción de un bienestar social que concentra su atención fundamentalmente en el ser humano. Así, los análisis económicos y políticos sobre el desarrollo se han orientado en dos sentidos: uno que persigue el crecimiento económico como algo medular frente a los demás procesos y, muchas veces, como un fin en sí mismo: y otro que busca una expansión de libertades económicas y políticas para el desarrollo de las capacidades de las personas, como plantea Amartya Sen (2000; 1996). El desarrollo pensado como una expansión de oportunidades de realización de potencialidades humanas significa poner al hombre como el fin fundamental y la economía como medio para lograr la realización personal y colectiva, parte de un compromiso social entre los habitantes. Esto quiere decir que el asunto del desarrollo obedece significativamente a elementos sociales, culturales y políticos porque, finalmente, son las personas las que producen el desarrollo de una determinada sociedad. Y es aquí donde se manifiestan las relaciones interpersonales y las redes sociales para promover o entorpecer los “proyectos” de desarrollo socioeconómico y político, para apoyar o resistir su concreción.  En otros términos, el capital social4 tiene una influencia notable sobre la economía y la política (Putnam, 1994; Fukuyama, 1996; Harrison, 1985; Huntington y Harrison, 2001; Kliksberg, 1999; 2000, entre otros) aunque su generalización como idea se popularizó recién a fines de los años ochenta en estudios y foros vinculados al desarrollo de las sociedades y la lucha contra la pobreza.

En los años noventa, los estudios sobre temas del desarrollo se orientaron principalmente hacia los aspectos sociales, políticos y culturales, aunque esta visión no es totalmente nueva; desde hace mucho tiempo, filósofos y científicos abordaron dichos ámbitos5. El problema del desarrollo ha sido casi siempre una incomodidad para los analistas sociales. Las distintas perspectivas de explicación no llevaron a resultados óptimos, lo cual obligó a los estudiosos a perfilar nuevos enfoques centrados, principalmente, en la dimensión social y cultural. Las actuales interpretaciones de la persistencia e incremento de la pobreza resaltan, precisamente, los problemas de exclusión social e inequidad en la distribución de los recursos y oportunidades de empleo. Sin negar los efectos perversos del ajuste estructural y el proceso de globalización, se sostiene que los valores y actitudes culturales facilitan o dificultan el progreso económico, social y político (Harrison, 1985; Huntington y Harrison, 2001; Peyrefitte, 1996)6.

Así, los factores sociales y culturales han llamado nuevamente la atención de los analistas quienes señalan su incidencia sobre el desarrollo porque los valores y las redes sociales facilitan o dificultan la generación de riqueza y la gobernabilidad política. Al respecto, Enrique V. Iglesias (2000) plantea que el capital social crea un clima de confianza y conciencia cívica en la sociedad e incrementa el desempeño económico y político al permitir, a su vez, alcanzar un desarrollo económico sostenido y una democracia más estable. Existe un acuerdo en torno a que los valores y actitudes culturales son factores importantes para el desarrollo socioeconómico y político, pero son olvidados en el análisis (Kliksberg y Tomassini, 2000)7.

En todo caso, la lucha contra la pobreza es un objetivo compartido por la mayoría de los países del mundo porque se entiende que la vida es mejor que la muerte, la salud mejor que la enfermedad, la libertad mejor que la esclavitud, la prosperidad mejor que la miseria, la educación mejor que la ignorancia y la justicia mejor que la injusticia (Huntington y Harrison, 2001). Entonces, pensar el asunto del desarrollo y la gestión pública desde una perspectiva sociocultural, que concentre su atención en las relaciones, los valores y las normas sociales comprendidas en el capital social, puede aportar nuevos elementos para su comprensión y para generar nuevas posibilidades de acción.

 

EL RODEO CONCEPTUAL

La noción de capital social ya ha recorrido un buen trecho en discusión teórica e investigación empírica desde el trabajo pionero de  Robert Putnam (1994) acerca de la importancia de las redes sociales y el compromiso cívico en el desempeño político y la construcción de la democracia8. Este autor explicó el desempeño de los gobiernos democráticos y la gestión pública a partir de un estudio de los valores y las actitudes cívicas que manifiestan los habitantes en cada territorialidad, y entendió que los factores socioculturales influyen fundamentalmente en la medida en que posibilitan la constitución de “ciudadanos comprometidos” con el interés colectivo. Putnam entiende que el capital social constituye una red social de confianza, reciprocidad y cooperación que se forja a partir de relaciones interpersonales y grupales, y que brinda un beneficio mutuo a los contribuyentes del tejido social. Sostiene que las relaciones de confianza y cooperación cívica que se producen en asociaciones y grupos de individuos crean condiciones favorables para el desarrollo económico y el desempeño de las instituciones democráticas.

La idea de capital social también tuvo una contribución importante desde la perspectiva del “nuevo institucionalismo”, con herramientas de la teoría de juegos y de los modelos de elección racional y el argumento de que las instituciones influyen notablemente sobre el desempeño económico ya que constituyen un marco legal confiable para las transacciones socioeconómicas y también políticas (North, 1993; Goodin, s.f.). Douglass North postula que las pautas institucionales  —como conjuntos de normas y valores— facilitan la configuración de relaciones estables de confianza y cooperación en la producción de bienes públicos y en la conformación de actores sociales comprometidos con el orden jurídicamente fundado.

Otro de los fundadores de la visión de capital social fue James Coleman (1990), para quien el concepto implica la integración de los individuos a una red social de contactos interpersonales que se establecen principalmente en torno a la producción de bienes públicos en beneficio de todos. De acuerdo con Coleman, el capital social se expresa en el ámbito familiar como en el colectivo porque depende del grado de integración social en una determinada sociedad, lo cual comprende relaciones y expectativas de reciprocidad y confianza entre los habitantes que fundan un conjunto de recursos socioestructurales que lubrican el desenvolvimiento socioeconómico y político. Por ello: “A diferencia de otras formas de capital, el capital social se define por la estructura de las relaciones entre individuos” (Coleman, 1990: 302). Lin (2001) vincula en el análisis la acción y estructura (micro y macro estructura) y señala que las personas efectúan sus acciones dentro de una estructura de relaciones sociales verticales y horizontales de acuerdo con la ubicación que tienen9, lo cual ocasiona una distribución o configuración diferenciada de capital social en los distintos sectores sociales; más denso en sectores menos heterogéneos. Asimismo, Newton (1997) argumenta que el capital social surge a partir de la intersubjetividad entre la gente que privilegia determinadas actitudes y valores de confianza, reciprocidad, solidaridad y cooperación mutua.

Casi en el mismo sentido, Francis Fukuyama (2001) sostiene que el capital social10 es un conjunto de normas y valores, generado informal y formalmente, compartido por los miembros de un grupo social, que crea condiciones propicias para la cooperación entre ellos. La gente tiende a confiar en su prójimo, y esto permite que la sociedad funcione con mayor eficacia dentro de un ambiente social de confianza mutua que incluye virtudes como la honestidad, el cumplimiento de compromisos asumidos libremente, la disponibilidad de colaboración y el interés por los demás. Para Fukuyama (1996) el capital social constituye una forma utilitaria de ponderar la preeminencia del factor cultural en el proceso de desarrollo socioeconómico. Argumenta, sin embargo, que no todas las culturas promueven el crecimiento económico. Por ejemplo, considera que en América Latina existe poca reserva o stock de capital social en comparación con otras regiones ya que no se ha podido impulsar una cultura de emprendimiento y desarrollo debido al realismo mágico que predomina entre los latinoamericanos. Se sostiene que todas las sociedades tienen alguna acumulación de capital social pero que el radio de confianza es diferente11 porque no siempre se da el mismo grado de confianza dentro y fuera del grupo. Las sociedades que han tenido la facilidad de ampliar la confianza interna de los grupos hacia el entorno social han gozado de más oportunidades de desarrollo. Es más, las sociedades de alto nivel de confianza han alcanzado mayor desarrollo en comparación con las naciones de baja confianza que se quedaron rezagadas —si es que no estancadas— en desarrollo socioeconómico y político. Las sociedades que no tropezaron con muchos obstáculos socioculturales en la conformación de asociaciones y en la solución de los problemas de interés colectivo se encaminaron hacia la prosperidad, ya que, como señala Fukuyama: “La mayor eficiencia económica no ha sido lograda, en la mayor parte de los casos, por los individuos racionales y egoístas, sino, por el contrario, por grupos de individuos que, a causa de una comunidad moral preexistente, son capaces de trabajar juntos en forma eficaz” (1996: 41). Fukuyama concibe el capital social como valores propios de ciertas naciones o regiones geográficas que permiten que prevalezca un clima de confianza, lo cual explicaría su progreso. Los valores socioculturales y comportamientos compartidos por los miembros de una sociedad conforman el progreso humano porque el grado de desarrollo socioeconómico y político de una nación está condicionado significativamente por elementos culturales de confianza y cooperación o, en su caso, por actitudes de suspicacia e indiferencia (Huntington y Harrison, 2001). En esta perspectiva, además de los factores económicos, el “subdesarrollo” y la pobreza se relacionan también con una determinada situación de mentalidad colectiva configurada en el tiempo respecto a los hechos socioeconómicos y políticos, y en la que los individuos comparten ciertas creencias y mitos que obstruyen la realización de proyectos comunes (Harrison, 1985). En esta misma visión, Peyrefitte (1996) considera que los procesos de modernidad son efecto, precisamente, del cambio de actitudes y mentalidades que hacen posible el emprendimiento innovador de acciones sociales, económicas y políticas porque —sostiene— la cultura cruza todas las dimensiones del capital social y constituye un aspecto inmaterial, un tercer factor importante para el desarrollo, aparte de los otros dos elementos: capital y trabajo.

Nan Lin, desde una perspectiva estructuralista, entiende el capital social como un activo colectivo que surge de las relaciones sociales, que puede ser promovido o restringido en la medida en que existan valores de asociatividad. Es un activo social en virtud a las conexiones entre los actores sociales y se produce con el acceso de éstos a los recursos de la red de la que son miembros. En consecuencia, el capital social no es un bien individual sino un recurso que emerge desde lo colectivo mediante vínculos directos o indirectos entre personas y entre grupos, y en el que circulan flujos de información que reducen los costos de transacción. Las redes sociales de confianza y reciprocidad otorgan a sus participantes credenciales sociales.

Hay diferencias entre el capital cultural y el capital social. El primero se relaciona, principalmente, con el perfil cultural de un conglomerado humano: incremento de capacidades y habilidades académicas y culturales; mientras que el segundo toca fundamentalmente los valores que promueven la asociatividad, la conciencia cívica, el consenso moral y ético que, en conjunto, generan un clima de confianza para que los miembros de una determinada sociedad muestren la disponibilidad de trabajar juntos por el logro de objetivos comunes. Los comportamientos sociales asentados en valores de confianza, solidaridad, reciprocidad y cooperación permiten superar las hendiduras del mercado a través de acciones colectivas (Durston, 2000). Asimismo, Bernardo Kliksberg (2002) destaca los valores de confianza interpersonal, capacidad de asociatividad y conciencia cívica como componentes claves del concepto de capital social, y critica fuertemente el hecho de que estos valores fundamentales hayan sido dejados de lado en la formulación de estrategias para suscitar el desarrollo y la lucha contra el hambre y la marginalidad. Según Kliksberg: “...movilizar el capital social y la cultura como agentes activos del desarrollo económico y social no constituye por sí sola una propuesta utópica; es viable y da resultados efectivos” (Kliksberg, 1999: 97).

Porter (2001) considera, por su parte, que las actitudes, valores y creencias juegan un papel importante en el progreso de la humanidad pues se interponen entre las actividades económicas y políticas. De acuerdo con este autor, la prosperidad humana depende mucho de las actitudes de los individuos y las organizaciones, es decir de las formas de pensar y actuar. Hoy, más que nunca, las redes sociales de confianza y cooperación mutua son importantes para suscitar la competitividad productiva frente a una economía que se basa ante todo en el intercambio y la circulación de la información que caracterizan a la sociedad del conocimiento. Según Tomassini (2000), los valores culturales condicionan el estilo de desarrollo económico, político y social porque son una suerte de mapas que suministran la orientación de las acciones de las personas, las cuales pueden ser solidarias o no. De la misma forma, Prats (2002) destaca el aspecto ético del desarrollo en relación con el capital social y señala que la ética depende de los valores que comparte la gente. La ética aparece como una exigencia de supervivencia humana (Dowbor, 1999) a partir de la confianza en el prójimo porque: “Somos inconcebibles sin vivir en sociedad y la vida social es imposible sin valoraciones y normas éticas” (Prats, 2002: 298). En esta perspectiva, el Premio Nobel de Economía, Amartya Sen (2002), subraya los componentes éticos que orientan las acciones de la gente dentro de una relación estrecha entre la ética y el desarrollo12. Según Amartya Sen, los valores éticos que comparten los empresarios y profesionales de una determinada sociedad constituyen también recursos productivos; así, si dichos valores se orientan en favor de la inversión, la honestidad, el progreso tecnológico y la inclusión social, serán verdaderos activos para el desarrollo; en cambio, cuando se sobrepone la ganancia rápida y fácil, la corrupción y la falta de escrúpulos en las acciones interpersonales, el resultado es la obstaculización y estancamiento del desarrollo.

En cualquier caso, el concepto de capital social supone una red de relaciones interpersonales e intergrupales que se forma dentro de una determinada sociedad sobre la base de valores socioculturales de confianza, de reciprocidad, de cooperación, de solidaridad y de honestidad que permiten resolver, con menos dificultades, los problemas de interés colectivo. De ese modo, la red interviene positiva o negativamente en la generación de riqueza y la producción de bienes públicos, esto siguiendo principalmente la teorización de autores como Putnam, Coleman, Fukuyama, Huntington, Harrison, Peyrefitte, Kliksberg, entre otros.

 

Las redes sociales

Uno de los componentes principales del capital social es la red de relaciones sociales que sustenta la cohesión social entre los individuos en los diferentes niveles y sectores sociales. La conformación de redes sociales se da a partir de contactos interpersonales y de retribuciones mutuas que generan una interacción fundamentada en expectativas sociales recíprocas. Cuando hay reciprocidad intersubjetiva de comunicación13, la gente espera que la confianza brindada no sea aprovechada por el “interlocutor” sino más bien correspondida y, por tanto, el intercambio continúa al mismo tiempo que se fortalecen las normas de reciprocidad generalizada. En la acepción de Putnam (1994), las redes de compromiso cívico, como las asociaciones, las organizaciones vecinales, las cooperativas, los clubes deportivos y los partidos de masas basadas en una interacción horizontal son más densas, lo cual permite que las personas cooperen en mayor grado con los proyectos de beneficio común. En relación a la reciprocidad interpersonal, este autor agrega:

Las normas de reciprocidad generalizada y las redes de compromiso cívico estimulan la confianza social y la cooperación porque reducen los motivos para desertar y la incertidumbre, y proporcionan modelos para cooperar en el futuro. La confianza en sí, además de atributo personal, es una nueva propiedad del sistema social. Las personas son capaces de confiar (que no es lo mismo que ser crédulas) en las normas y redes sociales dentro de las cuales están insertas sus acciones (Putnam, 1994: 225).

El capital social se reproduce cotidianamente a partir de las intersubjetividades e interacciones que se dan entre las personas y grupos que configuran las redes sociales. Adam Smith ya intuía que el aspecto subjetivo era un componente fundamental de la economía, y señalaba: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla” (Smith, 1997: 49). Es decir, los valores morales afectan significativamente los procesos productivos. La sociedad del conocimiento y los flujos de información que requiere hallan en las redes su principal soporte, puesto que conectan los ámbitos de lo local, lo nacional y lo global (Borja y Castells, 1998; Sakaiya, 1994), lo cual también puede entenderse como una suerte de capital social que permite el establecimiento de contactos, la circulación de información y la transferencia de recursos económicos y tecnológicos. Entonces, la reproducción de las redes sociales es fundamental para que el capital social se extienda e incremente (Coleman, 1990). Las sociedades se desarrollan o se estancan según el tipo de redes sociales que existen porque aunque compartan un espacio geográfico y recursos naturales más o menos parecidos, el nivel de desarrollo de cada una es diferente (Peyrefitte, 1996).

 

Relaciones horizontales y verticales

Como se ha dicho, el capital social comprende una complejidad de relaciones interpersonales que pueden ser de carácter horizontal y/o vertical, entre “iguales” y “desiguales”, respectivamente. Regularmente las relaciones horizontales son de índole familiar y dan lugar, por ejemplo, a la constitución de empresas familiares o grupos étnicos fuertes basados en vínculos de parentesco. Según Putnam (1994), el compromiso cívico forjado dentro del grupo puede extenderse hacia la sociedad y penetrar de esta forma las hendiduras sociales. En esta visión, las redes horizontales posibilitan el éxito institucional. Las relaciones verticales, en cambio, surgen cuando las personas o grupos no tienen el mismo nivel socioeconómico y cultural; de ahí que exista poca transparencia en los intercambios de información y una “cooperación” asimétrica que da lugar a una actitud de sospecha mutua entre los miembros de la comunidad. En consecuencia, las normas sociales de reciprocidad se producen jerárquicamente en tanto que existen actitudes de dominación por parte de los que están “arriba”, y una inquietud de rebelión por aquellos que están “abajo”.

Así, cuando hay una mayor homogeneidad en el grupo o en la sociedad se establecen relaciones más horizontales y, por el contrario, cuando existe una mayor heterogeneidad, las relaciones se tornan más verticales. De esta concepción se puede inferir que hasta en el compadrazgo se manifiestan ciertos rasgos de relaciones verticales en la medida en que algunos de los individuos tienen mayor poder económico o más prestigio social, y se presentan relaciones horizontales en tanto que los compadres mantienen un mismo nivel social (Albó y Mamani, 1976).

 

Vínculos sociales internos y externos

Las normas de reciprocidad socioeconómica y las redes de compromiso cívico se establecen de manera distinta dentro y fuera de cada grupo social. Los lazos son más estrechos y fuertes dentro del grupo y más flojos hacia el exterior de tal forma que la confianza sólida que se forja internamente puede convertirse en una susceptibilidad en relación a otros grupos. Esto quiere decir que el capital social tiene externalidades positivas o negativas que dependen del tipo de cohesión desarrollado en función a ciertos objetivos comunes que definen el sentido de la agrupación humana. El radio de la externalidad social es positivo cuando el conjunto de personas promueve la cooperación y confianza fuera de la identidad grupal, y es negativo cuando se estimula la intolerancia, la violencia e, incluso, el odio hacia los que no forman parte de la colectividad articulada (Fukuyama, 2001; Woolcock, 1998). Los vínculos comunitarios que unen a un grupo pueden provocar que sus miembros sean reacios a otros grupos como efecto del aislamiento del ambiente social que les rodea. En este sentido, el capital social también puede medirse por su “ausencia” ya que las disfunciones sociales como la criminalidad, las rupturas familiares, la drogadicción, los juicios inacabables, la evasión de impuestos y otros similares reflejan la dramática ausencia de capital social en una sociedad (Fukuyama, 2001).

Por tanto, el capital social no siempre tiene efectos positivos para la sociedad porque también puede ser utilizado para quebrar la producción de bienes económicos y para destruir el orden social y las instituciones políticas, según la dinámica social, los valores y los fines que persiguen los diferentes actores (Putnam y Goss, 2002). En consecuencia, las formas de manifestación del capital social son buenas, en unos casos, para la creación de riqueza y la consolidación de la democracia, y destructivas en otras situaciones (Fukuyama, 2001). Vale decir que el capital social no conduce automáticamente al mejoramiento de las condiciones de bienestar social y a la gobernabilidad democrática puesto que existen diferentes tipos y dimensiones de capital social14.

 

Capital social y desempeño económico y  político

Estudios abordados en términos de capital social, desde Tanzania a Italia, mostraron que el desarrollo económico se da bajo ciertas circunstancias socioculturales concretas15. Asimismo, los trabajos realizados en Estados Unidos encontraron que las redes sociales formales e informales posibilitan la reducción del crimen. Se señala que la calidad de la administración pública varía conforme al stock de capital social con que cuenta una sociedad; vale decir que el éxito de la gestión pública depende del compromiso cívico que muestra la gente en relación a los problemas de la comunidad política. Otra investigación aborda las implicaciones del capital social en las naciones postindustriales avanzadas como Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Suecia, Australia y Japón16, y evidencia que hay un cierto declive de capital social en esos países (Putnam, 2002a). Inoguchi (2002) sostiene que en Japón hay un paulatino crecimiento de los grados de compromiso cívico y responsabilidad política, lo cual se expresa en organizaciones no gubernamentales y grupos de vecinos que se orientan hacia formas occidentales de capital social. Por su parte, Wuthnow (2002) plantea que la nueva estructura del civismo americano tiene rasgos oligárquicos porque es una ordenación social dominada por profesionales, donde la confianza social ha declinado como efecto de la pérdida de la diversidad de conexiones, aunque la confianza en las instituciones se mantiene relativamente estable. Saegert y otros (2001) abordan el tema del capital social en las comunidades pobres y sostienen que éstas sobrevivieron gracias a las redes informales que sirven de soporte organizacional de los planes y programas de lucha contra la pobreza, en los cuales la confianza y cooperación entre los residentes locales (agrupaciones religiosas, pequeños negocios, grupo de voluntarios) ayudaron a las familias pobres a mejorar sus niveles de vida y lograr metas colectivas.

Ahora bien, en el caso de América Latina el problema es más grave y dramático ya que existe muchas restricciones para enfrentar la pobreza y emprender un desarrollo menos excluyente pero más sostenido. Hay un enorme déficit en valores de capital social en los países de la región reflejado en la desconfianza de las relaciones sociales, el bajo nivel ético en el desenvolvimiento de las actividades económicas y políticas, la corrupción en el manejo de recursos públicos, la poca solidaridad en la consecución de propósitos comunes, el pobre espíritu cívico en relación a la cosa pública, el clientelismo y la cultura rentista, la ausencia de asociatividad y la escasez de redes sociales, lo cual explica la inmoral distribución de la riqueza e ingresos, en algunos casos incluso superior a la inequidad existente en África, continente más pobre que América Latina. La familia, como célula fundamental de la sociedad, tiene también en la región un marcado debilitamiento de las redes sociales, efecto de la fragilidad de la agrupación familiar, especialmente en los sectores empobrecidos. Esta situación profundiza la crisis de capital humano y de capital social, ocasionando, a su vez, el drama social que se expresa en el incremento de hogares informales: madres solteras, madres adolescentes, hijos extramatrimoniales, niños de la calle, violencia doméstica, deserción escolar y aumento de la criminalidad en los barrios, villas y favelas de las ciudades.

En América Latina, el asunto de la corrupción en el manejo de los recursos y bienes públicos también responde al debilitamiento del compromiso social con los intereses de la comunidad política, en particular por parte de los actores políticos. En cambio, en países como Noruega, uno de los líderes mundiales en transparencia, la corrupción es casi inexistente pese a que las normas anticorrupción son mínimas. Esto obedece principalmente a los valores sociales predominantes que favorecen la transparencia, presentes también en Holanda y Canadá con altos niveles de equidad en la distribución del ingreso y de oportunidades para los diferentes sectores sociales. En todos estos países predomina la actitud de rechazo a las grandes desigualdades; es decir, el éxito socioeconómico y político que alcanzaron se funda en el capital social con que cuentan:

…los valores éticos dominantes en una sociedad, su capacidad de asociatividad, el grado de confianza entre sus miembros y la conciencia cívica. Cuanto más capital social, más crecimiento económico sostenible, menos crimen, mejor salud pública, mejor gobernabilidad democrática (Kliksberg, 2003).

Otros factores culturales negativos para el desarrollo tienen que ver con la herencia cultural de la conquista y de la colonización que han configurado la cultura de la sociedad iberoamericana, una cultura del subdesarrollo y del realismo mágico. Pero también hay que considerar el planteamiento de Stiglitz (2002) sobre la necesidad de impulsar los grandes acuerdos para la defensa de la identidad y de los valores culturales de tradición comunitaria por los peligros que enfrenta la democracia ante la amenaza de las nuevas dictaduras de las finanzas internacionales —en reemplazo de las antiguas dictaduras de elites nacionales—, como el Fondo Monetario Internacional  y su afán por imponer políticas financieras que atropellan la soberanía de los países que tienen graves desajustes macroeconómicos y necesitan acceder a los mercados internacionales de capitales y, en consecuencia, son condenados a adoptar políticas económicas desvinculadas de los contextos nacionales.

En América Latina existen estudios que muestran la relevancia del capital social en el desarrollo y la creación de beneficios mutuos por diversas vías. La experiencia de Villa El Salvador (Lima-Perú)17 reveló la importancia del capital social en la construcción de un proyecto de vida en un lugar casi inhóspito. A pesar de que este espacio geográfico carecía de recursos materiales se apostó por la experiencia milenaria de la vida comunitaria con la que contaban las personas que migraron desde la sierra andina. Las familias pobres que se asentaron en un espacio desértico lograron construir un ambiente socioeconómico aceptable mediante la confianza y solidaridad creada entre los pobladores, como parte de un encuentro social para concretar los objetivos colectivos a partir de una acción comunitaria. Se levantó una ciudad casi de la nada con el esfuerzo colectivo, la reciprocidad de atenciones y la solidaridad humana; vale decir que se empleó el capital social acumulado durante mucho tiempo en las poblaciones rurales de la sierra peruana (Zapata, 1996). La población migrante, aunque carecía de recursos económicos y riqueza material, disponía de una experiencia histórica milenaria de acumulación de capital social, producida por la cooperación intersubjetiva, el trabajo comunitario, la reciprocidad y la solidaridad humana, factores constitutivos de la cultura comunitaria y participativa de las poblaciones andinas.

Otra experiencia es el caso de las Ferias de Consumo Familiar en Venezuela, iniciadas en 1983, donde las familias de estratos bajos y medios obtenían productos a precios menores (Salas, 1991). Estas ferias permitieron reducir en un 40 por ciento los precios de venta de mercaderías (frutas y hortalizas) al público, y en un 15 por ciento los precios de los víveres. Las ferias fueron establecidas por organizaciones sociales pertenecientes a la Central Cooperativa del Estado Lara, que comprendía a 18 asociaciones de productores agrícolas. Las actividades en estas ferias se basaban en la cooperación mutua y la participación solidaria. Los mecanismos de articulación social implicaron reuniones por grupo para evaluar y planificar, y la toma de decisiones por consenso se fundamentaba en información compartida, disciplina, vigilancia colectiva y rotación de responsabilidades.

Dicho en otros términos, el paradigma de capital social sostiene que la pobreza es consecuencia de la negación de bienes y servicios físicos y de bienes socioemocionales, porque los pobres no son sólo el resultado del limitado acceso a bienes y servicios materiales, sino, también, del acceso al respeto, al aprecio y a la participación que constituyen la esencia de los bienes socioemocionales.

Por otra parte, Cardozo (2003) introduce a la cuestión del desarrollo sostenible la noción de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) destinada a contribuir al bienestar de toda la población mediante el financiamiento de actividades culturales, deportivas, educativas, de salud, etcétera, así como a través de programas dirigidos a grupos vulnerables. Se trata de que la empresa coadyuve a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos como una forma de retribuir a la sociedad que posibilita el desarrollo de la actividad empresarial. En términos de capital social significa alentar una verdadera solidaridad entre los miembros de una determinada sociedad: de los que tienen en favor de los que carecen de medios para lograr ciertas realizaciones.

En cuanto a los efectos políticos del capital social, figura la experiencia del presupuesto municipal participativo de Porto Alegre (Brasil) que, en 1989, se convirtió en un referente importante a nivel internacional, pues las autoridades municipales posibilitaron la participación de la población en la determinación de las prioridades y la asignación de recursos, lo que abrió un proceso de control social efectivo sobre la gestión pública (Navarro, 1998). La ciudad de Porto Alegre con 1.300.000 habitantes tenía muchas necesidades sociales y el acceso a los servicios básicos era muy dificultoso, pero el nuevo alcalde, electo en 1989, invitó a la población a cogestionar la inversión del presupuesto municipal, permitiendo la participación masiva en grupos de trabajo, reuniones intermedias y otras formas de discusión de los problemas comunes. Se desató toda una “fiebre participativa” en la sociedad, hecho que posibilitó una mejor calidad de la administración pública y, por consiguiente, de la calidad de vida de los ciudadanos. Así, los analistas sostienen que este proceso se sustentó en el capital social existente porque recuperó el papel relevante de las asociaciones de la comunidad y amplió la deliberación y la participación política. De ese modo, se generó un clima de confianza entre los actores políticos y sociales. Zander Navarro concluye:

De acuerdo con los resultados locales, lo que pareciera ser más importante para despertar un gran interés por el PP  —presupuesto participativo— es la función que cumplen las acciones y las estrategias del Estado, dado que la evidencia empírica ha demostrado que una combinación de sólidas instituciones públicas y asociaciones organizadas constituye una herramienta poderosa para el desarrollo (Navarro, 1998: 56).

En los tres casos anteriores, las estrategias se basan en la movilización de formas de capital social mediante el rescate de prácticas comunitarias de solidaridad y cooperación mutua acumuladas a lo largo del tiempo histórico. En este sentido, hablar de capital social en la región de América Latina y en Bolivia significa efectuar una contextualización sociohistórica, porque la industrialización, la urbanización y los cambios sociodemográficos, económicos y políticos afectan al capital social, incrementándolo o disminuyéndolo. Se trata de recuperar la conciencia cívica, la ética y los valores predominantes en la cultura de una sociedad para formular políticas públicas adecuadas a los diferentes contextos sociohistóricos, con el objetivo de lograr una estrategia de desarrollo autosostenido, participativo y equitativo que logre la inclusión de sectores sociales excluidos por mucho tiempo; porque el capital social fortalece al mismo tiempo las redes de la sociedad civil, creando más posibilidades para que se desarrolle una administración transparente y eficiente en la gestión pública y la lucha contra la pobreza. Es más, el capital social es la clave para fortalecer y profundizar la democracia porque ayuda a consolidar las instituciones y promover el desarrollo con equidad e inclusión social.

Ahora bien, las poblaciones andinas desarrollaron, durante siglos, valores de solidaridad y cooperación mutua para enfrentar la inclemencia del medio ambiente y la opresión de la sociedad señorial; o mejor, acumularon capital social en esa lucha permanente por la sobrevivencia y la reivindicación sociopolítica (Murra, 1975; Alberti y Mayer, 1974; Temple, 1986; 1989; Albó, 1985; Albó y otros, 1989, entre otros). En las sociedades andinas ha persistido una lógica de organización socioeconómica y política basada en la dialéctica de oposición complementaria manifiesta en la dualidad sexual, familiar, comunitaria y tal vez cósmica18. La reciprocidad andina parte de esa lógica de complementariedad, y se expresa en el intercambio de bienes y servicios entre familias y grupos, forma institucionalizada de cooperación recíproca que se efectúa según un complejo sistema de dones y contradones que supone la mutua obligación moral de retribuir lo recibido de manera equitativa (Montes, 1996). Esas prácticas de cooperación recíproca se han mantenido en las poblaciones del altiplano así como en los barrios populares de las ciudades, con bastante influencia migratoria aymara, como en el caso de la urbe alteña (Albó, 1983; 1982). La cooperación recíproca ha permitido a los migrantes adaptarse y adecuarse con menos dificultades al nuevo escenario de acogida (Guaygua y otros, 2000; Antezana, 1993). Dicho en otros términos, en las poblaciones aymaras y los barrios populares urbanos de La Paz y El Alto existen elementos socioculturales que pueden considerarse como capital social, aspectos que han posibilitado, de algún modo, resolver los problemas de falta de empleo y de carencia de servicios básicos.

No obstante, el Informe de Desarrollo Humano del año 1998 estima que en Bolivia el capital social es escaso. Se indica que Bolivia posee ciertas características que han contribuido a la formación de una cultura híbrida entre los legados del autoritarismo y de las culturas vernáculas. Sin embargo, con la aplicación de la Ley de Participación Popular se ha observado, implícitamente, que los habitantes de las secciones municipales plantearon alternativas de solución en referencia a sus propias percepciones, necesidades y demandadas sentidas, de tal manera que el poco capital social existente ha sido fundamental para programar tareas de desarrollo socioeconómico. En esta perspectiva, el Informe de Desarrollo Humano del año 2000 toma como un factor principal a las redes sociales en la lucha contra la pobreza, pues considera que las relaciones familiares y de amistad generan vínculos de solidaridad y cooperación, posibilitando que las personas tengan acceso a ciertas oportunidades de realización. El Informe de Desarrollo Humano del año 2002 (PNUD, 2002: 212)19 establece un Índice de Capital Social, consistente en: “i) la presencia de ciertas normas de reciprocidad e involucramiento cívico, ii) los niveles de confianza interpersonal prevalecientes en la sociedad y iii) la participación en organizaciones sociales ‘horizontales’, y fundamentadas en relaciones ‘cara a cara’ (juntas escolares, grupos barriales y religiosos, etcétera)”.

En esta perspectiva, en las comunidades del altiplano paceño y los barrios populares urbanos de El Alto existen determinadas redes sociales que posibilitan la cooperación entre familias y grupos (Guaygua, 2000; Antezana, 1993;  Carter y Mamani, 1989; Albó y Mamani, 1976)20. Las acciones recíprocas se actualizan en encuentros socioculturales entre los distintos actores sociales (Albó, 1977)21. De ahí que las distintas festividades religiosas se constituyan en privilegiados espacios de reproducción de prácticas socioculturales. Igualmente, los migrantes utilizan sus vínculos sociales, redes sociales, para lograr determinadas ventajas. En concreto, se observa que la familia, el compadrazgo y las organizaciones vecinales y comunales son instituciones sociales con fuerte componente de capital social que cumplen un papel significativo en la reproducción de las condiciones socioeconómicas y políticas, y permiten resolver los problemas de carácter colectivo, por ejemplo el logro de la atención de las demandas sociales por parte de las autoridades públicas, la construcción de infraestructura de servicios públicos, la movilización conjunta ante los desastres naturales, entre otros resultados positivos.

En este sentido, es posible promover desde las instancias de decisión política un desarrollo humano basado en las capacidades y potencialidades de los actores locales que recupere y fortalezca imaginativamente los valores recurrentes de la comunidad andina: reciprocidad, honestidad, laboriosidad, solidaridad y cooperación que corren el riesgo de perder importancia en la práctica cotidiana de los vecinos y comunarios debido a los cambios sociales y las reformas políticas aplicadas en los últimos quince años, y a la prevalencia de intereses particulares y grupales. Y esta revalorización de las prácticas de solidaridad y acción conjunta que aún persisten en las comunidades rurales del altiplano y las zonas populares urbanas en la solución de los problemas de interés común, puede efectuarse con mejores resultados dentro de los municipios en tanto los actores políticos y sociales logren una sinergia en la planificación y concreción de los proyectos de desarrollo local. La clave para luchar exitosamente contra la pobreza, la inequidad y la injusticia social puede estar en la misma gente que sufre las calamidades de las carencias económicas y la exclusión sociopolítica, como se ve  en algunos municipios donde los habitantes —en tanto autoridades o ciudadanos— han visto la necesidad de establecer ciertos acuerdos de política municipal, valiéndose precisamente de las experiencias del pasado como el entendimiento intersubjetivo y la acción conjunta. Es decir, la gente, antes que pelear y dividirse, ha empezado a dialogar y a concretar los proyectos de desarrollo municipal, aunque, por cierto, no todos los municipios han recorrido por el camino del compromiso social con la suerte de todos.

 

Notas

1 El presente artículo se basa en información de la investigación “El desarrollo pensado desde los municipios: capital social y despliegue de potencialidades locales”, realizada entre 2002 y 2003, con el auspicio del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB). El estudio fue dirigido por Rolando Sánchez, y formaron parte del equipo de investigadores: Rogelio Churata, Valeria Chavez y Ángel Vargas.

2 Rolando Sánchez Serrano es sociólogo y docente de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz.  Correo electrónico: rsanchezse@megalink.com

3 La Declaración del Milenio de las Naciones Unidades, aprobada por la mayoría de los presidentes de países del mundo, como nunca antes en la historia, comprometió a las naciones desarrolladas y en desarrollo a erradicar la pobreza, promover el desarrollo sostenible, la paz mundial y la democracia, hasta el año 2015. El encuentro de jefes de Estado se denominó Consenso de Monterrey de 2002, por la ciudad mexicana en la que se llevó a cabo.

4 El Banco Mundial (1997) distingue cuatro formas de capital: 1) el natural, compuesto por recursos naturales, 2) bienes producidos (infraestructura, capital financiero, comercial, etcétera); 3) el capital humano, conformado por grados de nutrición, educación y salud de la población; y 4) el capital social, que se considera como un descubrimiento reciente de las ciencias del desarrollo.

5 Como señalan Robert Putnam y Kristin Goss (2002), desde Aristóteles a Tocqueville, los teóricos de la sociedad enfatizaron lo social, lo cultural y lo político en la comprensión de la sociedad. De la misma forma, en las dos últimas décadas el interés por esos temas ha revivido debido a que las dificultades de las recientes democracias requieren de un tratamiento que comprenda perspectivas sociales y culturales.

6 En esta perspectiva, ya Alexis Tocqueville. en La democracia en América, sostuvo que el éxito del sistema político de Estados Unidos obedecía a que la cultura era afín a la democracia. De igual forma, Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, explicó que el capitalismo surgió como efecto de un espíritu, de un ethos favorable a él, forjado en un ambiente religioso del protestantismo ascético. En los años cincuenta, Edward Banfield, en Las bases morales de una sociedad atrasada, planteó que una sociedad pobre tiene sus propias bases morales; es decir, que la pobreza tiene raíces culturales.

7 Sin embargo, los economistas se sienten incómodos cuando tratan con aspectos culturales porque ven dificultades en la definición y cuantificación de dichos aspectos que no son siempre fáciles de medir. En tanto, los antropólogos adoptan una posición acorde con el relativismo cultural que domina la disciplina y rechazan la evaluación de valores y prácticas socioculturales de una sociedad conforme con los patrones culturales de otra.

8 Antes de Putnam, otros estudios abordaron la dimensión sociocultural, como Edward Banfield en The Moral Basis of Backward Society (1958), o d Lawrence Harrison en Undervelopment is a State of Mind: The Latin American Case (El subdesarrollo está en la mente: el caso de América Latina, 1985). A principios de los años sesenta, Gabriel Almond y Sidney Verba, en The Civic Culture (La cultura cívica, 1963), subrayaron la importancia de los valores culturales en la generación de una cultura cívica más participativa en las nacientes democracias. Del mismo modo, la Encuesta Mundial de Valores mostró la importancia de la cultura en el desempeño económico y político.

9 Las relaciones horizontales y verticales obedecen, en buena parte, a la estructura homogénea o heterogénea que presenta la estructura social.

10 Fukuyama indica que el término de capital social fue acuñado por primera vez por Lyda Judson Hanifan, en 1916,  para describir los “centros comunitarios” de las escuelas rurales. La reflexión sobre los valores del capital social se remonta a los principios de libertad en el mercado con equilibrio social y del Estado social de derecho, la solidaridad, la subsidiaridad y la justicia, elementos que también fueron propuestos en 1946 por Alfred Müller-Armack como la base para reconstruir su país, devastado por la Segunda Guerra Mundial, clave del llamado “milagro alemán”; igualmente impulsó el resurgimiento de las economías del norte de Europa, y contribuyó al éxito económico de varios países asiáticos. Se podrían identificar elementos característicos de la Economía Social de Mercado y del capital social en las exitosas estrategias de crecimiento económico que lograron los llamados “Tigres del Asia” e Israel en las décadas de los años cincuenta y sesenta. Al respecto, véase a Alain Peyrefitte (1997).

11 Fukuyama (2001) entiende por “radio de confianza” el tipo de relaciones y actitudes dentro y hacia el exterior del grupo, porque las normas de cooperación y reciprocidad pueden funcionar con cierto éxito dentro de pequeños grupos, pero sus miembros  no expresan necesariamente esa misma confianza respecto a otros.

12 En la literatura nacional sobre capital social, el trabajo de Gray (2000:7-23) expone brevemente la actual discusión del tema desde tres aspectos: el debate conceptual sobre diferentes enfoques, la dilucidación del tema a partir de los análisis empíricos que se han hecho, y las problemáticas que implica el concepto dentro de los recientes estudios como los niveles de abstracción, las posibilidades de agregación y manipulación del capital social. En Bolivia existen pocos trabajos sobre el tema del capital social; se puede decir que es un asunto de reciente consideración. Puede verse a Jiovanny Samanamud y otros (2003) que abordan la dinámica de las redes sociales dentro de la precariedad laboral, donde las relaciones familiares y de amistades permiten sobrellevar las carencias económicas, y serían utilizadas, además, como control social para el cumplimiento de las deudas con las entidades de microfinanzas a través de la modalidad de las garantías mutuas. Álvaro García (2000) tiene una posición crítica acerca de la noción del capital social, y sostiene que ha servido para la exacción económica de la solidaridad andina aprovechada por las instituciones de microcrédito. Germán Guaygua y su equipo (2000) muestran, por otra parte, que las relaciones de parentesco consanguíneo y simbólico son estrategias para conseguir trabajo y otras ventajas socioeconómicas. María E. Burgos  (2002: 45-60) aborda las redes sociales desde su conceptualización y aplicación investigativa, y hace un recuento de los aportes teóricos sobre el tema. Finalmente, el asunto de las redes y relaciones sociales en las poblaciones altiplánicas y barrios populares urbanos fue considerado en varios trabajos publicados por el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA).

13 Es oportuno señalar, al respecto, que Habermas ha desarrollado ampliamente el problema de la acción comunicativa fundada en la argumentación racional intersubjetiva. Véase Jürgen Habermas, 1999, T. II.

14 Putnam y Goss (2002) plantean pares contrapuestos de capital social, como capital social formal (legal) e informal (moral); capital social denso y débil; capital social interno (para la membresía) y externo (para los que no son del grupo); y capital social para la ruptura y para la unidad, lo cual no quiere decir que los grupos divergentes sean necesariamente malos, de hecho, muchos grupos son de divergencia y convergencia.

15 Las referencias que indica Putnam (2002) acerca del capital social y su relación con el ámbito económico y político, son: Anita Blanchard y Tom Horan, 1998; Marjorie K. McIntosch, 1999; Deepa Narayan y Lana Pritchett, 1999; John Hellivell y Robert Putnam, 1995; R.J. Sampson y W.B. Groves, 1989; Lisa F. Berkman, 1995, entre otras.

16 El texto editado por Putnam (2002) reúne varios estudios de capital social en los países industrializados y de democracia avanzada. En el caso de Gran Bretaña, Meter A. Hall explora los roles del gobierno y la distribución del capital social, y señala que el capital social no ha declinado significativamente en las últimas décadas como efecto de la revolución educativa, la transformación de la estructura social y las formas de acción gubernamental conectadas a niveles de compromiso político. Por su parte, Robert Wuthnow expone los problemas de la situación de los privilegiados y los marginados en los Estados Unidos al puntualizar que en las dos últimas décadas el capital social ha disminuido entre los grupos marginados, lo que obedece a que la gente necesita otro orden, otros recursos, sugiriendo que se debe dar un mejor trabajo tanto a los privilegiados como a los marginados. Asimismo, Jea-Pierre Worms estudia los viejos y nuevos vínculos sociales en Francia. Por su parte, Takashi Inoguchi expone la expansión de las bases del capital social en Japón y su valorización positiva.

17 Se sabe que en 1971 varios centenares de personas pobres invadieron tierras públicas en las afueras de la ciudad de Lima (Perú). Esta acción provocó, en un principio, el rechazo del gobierno; sin embargo, terminó por entregar un vasto arenal ubicado a 19 km. de Lima. Fueron casi 50.000 pobres provenientes de la sierra peruana que fundaron la llamada Villa El Salvador (VES), actualmente con una población de 300.000 habitantes (Zapata, 1996).

18 Por ejemplo, la relación complementaria entre el alax  pacha (cielo-espacio cósmico) y el mank’a pacha (subsuelo), a través del aca pacha (la superficie terrestre y el tiempo presente). Véase el trabajo de Fernando Untoja y Ana Mamani, 2000.

19 Este Índice de Capital Social comprende tres dimensiones: 1) el involucramiento de las personas en la vida asociativa como las organizaciones comunales y barriales; 2) el involucramiento cívico de la gente en su comunidad/barrio, para resolver problemas colectivos; y 3) la confianza que el individuo tiene en los demás (PNUD, 2002). En ese sentido, con objeto de explorar las características del capital social boliviano, se tomó en cuenta información recolectada en una encuesta de cobertura nacional.

20 La institucionalidad del compadrazgo, por ejemplo, importa una red social fuerte que cohesiona a las personas más allá de los vínculos consanguíneos, donde las relaciones entre compadres, padrinos y ahijados permiten producir un capital social que puede moverse —usarse— en beneficio mutuo.

21 Con el fin de producir una red más amplia de reciprocidad, las personas asisten —dentro de lo posible— a todas las fiestas sociales y religiosas: matrimonios, prestes, techado de casas, etc., en los que muestran su generosidad con los demás para entablar nuevas amistades y compadrazgos.

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