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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.13  supl.1 La Paz dic. 2010

 

DEMOCRACIA EN TIEMPOS DE CAMBIO

 

Etnicidad, clase y cambio en el sistema de partidos boliviano1

 

Ethnicity, class and change in the Bolivian political party system

 

 

Rachel M. Gisselquist2

 

 

T’inkazos 18, 2005, pp.141-165, ISSN 1990-7451

Fecha de recepción: febrero de 2005
Fecha de aceptación: marzo de 2005

* Artículo publicado en T’inkazos 18, de mayo de 2005.

 

 


En el marco de una investigación sobre cleavages sociales y partidos políticos en países en proceso de democratización, la autora se detiene en el caso de Bolivia. El éxito de los “partidos indígenas” podría ser par-te de un proceso de “etnificación” del sistema de partidos, señala, donde los actores se definen cada vez más en términos étnicos y no tanto como miembros de clases o de grupos sociales.

Palabras clave: Partidos políticos / partidos indígenas / sistema político / etnificación / democracia / estabilidad política / gobernabilidad


As part of her research on social cleavages and political parties in countries undergoing a democratization process, the author of this article looks at the case of Bolivia. The article argues that the success of the “indigenous parties” could be part of a process of “ethnification” of the political party system, where actors are increasingly defining themselves in ethnic terms rather than as members of social classes or groups.

Key words: Political parties / indigenous parties / political system / ethnification / democracy / political stability / governance


 

 

La manera en que los cleavages3 (diferenciaciones) sociales se expresan y presentan en el sistema de partidos puede tener importantes resultados  políticos. Investigaciones recientes en el campo de las ciencias políticas y la economía, por ejemplo, señalan que particularmente los sistemas de partidos étnicos pueden tener implicaciones en un amplio espectro que va desde las políticas económicas y el crecimiento hasta la gobernabilidad o la estabilidad democrática y la conflictividad interna de un Estado4. Comprender la relación y articulación entre diferenciaciones sociales y partidos políticos —cómo se desarrolla, cómo cambia y qué significa en términos de las políticas— es por tanto de crucial importancia no sólo para quienes intentan explicar y predecir los resultados políticos, sino para todos aquellos empeñados en mejorarlos. Este trabajo se centra en el cambio del sistema de partidos a través de un análisis del caso boliviano.

En Bolivia, durante la década de 1970, el movimiento katarista, encabezado por un grupo de intelectuales básicamente aymaras, propuso la teoría de los “dos ojos” como una nueva manera de entender la sociedad boliviana. Ésta debía ser considerada, aducían, no solo en términos de la lucha de clases —tal como los izquierdistas venían haciéndolo desde hacía mucho tiempo— sino también en términos de la opresión de las naciones indígenas. Desde entonces, han surgido movimientos sociales y partidos políticos de carácter étnico, muchos de ellos descendientes directos del movimiento katarista, y han adquirido una prominencia creciente en la escena política boliviana. Un partido indígena, el Movimiento al Socialismo (MAS), alcanzó el segundo lugar en las elecciones generales del año 2002, y tanto los movimientos sociales como los partidos indígenas desempeñaron un papel crucial en la organización de las protestas populares que terminarían por forzar la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003. Asimismo, una creciente consciencia de los asuntos étnicos ha dado lugar a claros cambios institucionales, incluida la revisión de la Constitución Política del Estado en 1994, que declara a Bolivia como una nación “multiétnica y pluricultural”.

La pregunta de partida del presente trabajo es cuándo y por qué razón se da en el sistema nacional de partidos este desplazamiento hacia el énfasis en la identificación étnica. Para abordar esta problemática, me he basado en un considerable corpus de textos académicos de investigadores bolivianos e internacionales dedicados al surgimiento de partidos y líderes indígenas en la política boliviana (véase, por ejemplo, Albó, 2002; Calla Ortega, 2003; García Linera, 2002; García et al., 2001; Hurtado, 1986; Patzi Paco, 1999; Rivera, 2003; Ticona, Rojas y Albó, 1995; Van Cott, 2000; Yashar, 1998). Dicho corpus se podría dividir, a grandes rasgos, en dos líneas de trabajo. La primera, que se alimenta principalmente de investigaciones del campo de las ciencias políticas, se centra en la formación y el ascenso de los movimientos sociales y partidos indígenas desde mediados de los años noventa, y especialmente a partir del año 2000, resaltando el papel de la descentralización municipal y otras reformas institucionales, así como el efecto del contexto internacional y las influencias regionales vinculadas a movilizaciones indígenas en otros lugares de Latinoamérica. La segunda, de naturaleza más sociológica y antropológica, examina la emergencia de los movimientos sociales indígenas desde finales del decenio de 1960, y sugiere que el nacimiento y el auge de los partidos indígenas es el resultado natural del desarrollo de dichos movimientos.

Aunque ambas líneas de trabajo nos dan luces sobre el desarrollo y el ascenso de los partidos indígenas, considero que ninguna de las dos responde directamente o proporciona una respuesta completa a la pregunta planteada. Por un lado, las investigaciones que resaltan los cambios institucionales e internacionales de los años noventa no explican completamente el desplazamiento del énfasis que se dio en la política en Bolivia hacia la identificación étnica, pues ese desplazamiento empezó a fines de la década de 1980 —y no en los años noventa, es decir, antes de estos cambios institucionales e internacionales, tal como lo demuestro en las páginas que siguen. Por otro lado, las investigaciones sociológicas y antropológicas en torno a los movimientos sociales indígenas, si bien ponen de relieve la emergencia de los mismos en el ámbito nacional en los años setenta y ochenta, tampoco explican plenamente el fenómeno, ya que presuponen una relación directa entre identidades sociales e identificación partidaria, lo que daría pie a la dudosa predicción de que la evolución hacia la identificación indígena en la política partidista se habría iniciado a finales de los años setenta, cuando el movimiento indígena estaba floreciendo. Aunque varios estudios demuestran que las diferenciaciones sociales no se traducen natural y directamente en diferenciaciones partidarias6, buena parte de estas investigaciones simplemente soslayan el análisis de la problemática de tal relación.

En este trabajo intento retomar la investigación en el punto en el que ha quedado. En el marco de un proyecto de investigación sobre diferenciaciones sociales y partidos políticos en varios países en proceso de democratización, abordo en este artículo el caso de Bolivia para mostrar cómo se podrían medir los cambios de énfasis de la clase a la etnicidad en los sistemas de partidos, y, al mismo tiempo, esbozar una hipótesis de trabajo para explicar los cambios en el sistema de partidos.

Una de las diferencias fundamentales entre este proyecto de investigación y otros estudios sobre diferenciaciones sociales y partidos es que éste aborda la etnicidad desde un marco de referencia explícitamente “constructivista”7, un enfoque que resalta la flexibilidad de las fronteras étnicas en determinadas circunstancias. Este trabajo empieza con algunas consideraciones sobre dicho marco teórico y su relevancia para el estudio de las diferenciaciones sociales y los partidos políticos. Siempre dentro de ese marco, se presenta un panorama sobre las diferenciaciones sociales de Bolivia centrado en las divisiones étnicas de este país. A continuación, se desarrolla un nuevo método para medir los cambios en la visibilidad política de la identidad étnica con respecto a la identidad de clase en el sistema de partidos nacional, y se examinan las tendencias generales. Por último, se presenta una hipótesis de trabajo para explicar los cambios observados tratando al mismo tiempo de validar esta hipótesis en Bolivia.

Las recientes investigaciones sobre diferenciaciones sociales y partidos políticos se han focalizado en el carácter causal de la manipulación de las diferenciaciones sociales por parte de las élites después de transiciones autoritarias (Torcal y Mainwaring, 2000; Chhibber y Torcal, 1997). A pesar de su énfasis en la acción de las élites, dichos trabajos señalan también la importancia de los aspectos estructurales e institucionales, pero ofrecen pocas pautas en cuanto al porqué y al cómo. Torcal y Mainwaring, por ejemplo, señalan que “El lado de la demanda, es decir, los mecanismos a través de los cuales los intereses societales determinan, desde abajo, la configuración de los sistemas de partidos, es importante, pero un análisis de las diferenciaciones sociales desde una perspectiva sociológica no explica de manera satisfactoria los sistemas de partidos latinoamericanos. Además, deberíamos dirigir nuestra atención a las formas en las que la política y la influencia política configuran los sistemas de partidos desde arriba” (2003: 84).

En mi trabajo sostengo que si no se incorpora el “lado de la demanda” —concretamente, la estructura de las diferenciaciones  sociales— la cadena causal queda incompleta8. De acuerdo a mi hipótesis, durante los periodos de transición de régimen, cuando los partidos tradicionales están desprestigiados, las élites disponen de oportunidades para “re-construir” a su conveniencia los factores preponderantes de las diferenciaciones sociales en el sistema de partidos, pero que, al mismo tiempo, tales oportunidades son limitadas. Planteo que los dos elementos clave que constriñen su ámbito de acción son los mensajes y las bases sociales de los partidos tradicionales y la estructura de los grupos sociales movilizados existentes, especialmente la manera en que se entrecruzan y se superponen o traslapan. Así, a diferencia del trabajo enmarcado en la tradición pluralista, que sugiere que los sistemas en los que las diferenciaciones se traslapan (es decir que se refuerzan mutuamente, por ejemplo, los sistemas étnicos estratificados) son completamente estáticos en el tiempo, mi hipótesis postula que dicha superposición más bien brindaría a los líderes políticos actuales y futuros el espacio político para transitar entre distintas dimensiones de diferenciación social, por ejemplo, pasar de un discurso de clase a uno étnico.

En términos más específicos, el argumento respecto a Bolivia es que la creciente visibilidad de la etnicidad podría explicarse, en primer lugar, por el desprestigio de los partidos de la izquierda tradicional y de sus políticas durante la década de 1980; en segundo lugar, por el traslapamiento entre los grupos representados por estos partidos (los campesinos y la clase obrera) y la población “indígena” y, finalmente, por los objetivos y las ideologías de los nuevos líderes que surgieron en dicho periodo. Los dos primeros factores mencionados crearon el espacio propicio para la actuación de las élites, en tanto que el último ayuda a explicar el carácter específico de los partidos que emergieron.

 

DIFERENCIACIONES SOCIALES Y PARTIDOS POLÍTICOS DESDE UN ENFOQUE CONSTRUCTIVISTA

Los estudiosos de las ciencias sociales suelen referirse a los grupos étnicos como si se tratara de categorías evidentes en sí mismas, primigenias e inmutables, que se pueden aprehender directamente a partir de rasgos físicos, de la genealogía, de la lengua, etcétera. Sin embargo, los estudios sobre política étnica a lo largo de los últimos treinta años muestran que los grupos étnicos no son estáticos, sino que, más bien, se “construyen” permanentemente. Las fronteras étnicas pueden variar, los grupos pueden agregarse o desagregarse, y los mismos individuos pueden autoidentificarse o ser identificados por otros de diferentes maneras, dependiendo del contexto en el que interactúan9. Un ejemplo simple es la categoría estadounidense de “asiático-americano”, que combina varias categorías étnicas10: “chino-americano”, “japonés-americano”, “vietnamita-americano”, etcétera. Y un individuo que en un determinado contexto podría identificarse en términos étnicos como “japonés-americano”, en otros podría identificarse como “nisei” (“japonés-americano” de segunda generación), como “asiático-americano” o simplemente como “americano”.

Si bien existe consenso sobre el hecho de que los grupos étnicos son de alguna manera construidos, apenas se ha empezado a indagar lo que esto significa para el estudio de las diferenciaciones sociales y los partidos políticos, así como para otros resultados políticos. Esto es claramente perceptible en la literatura, pues una manera habitual de estudiar la relación entre diferenciaciones sociales y partidos políticos consiste en definir los grupos sociales sobre la base de diversas magnitudes socioeconómicas y luego analizar si estas magnitudes explican adecuadamente el apoyo a determinados partidos u otros resultados políticos (Torcal y Mainwaring, 2003; Chhibber y Torcal, 1997; véase también Cho, 1999; Arvizu, 1994 y Lawson y Gisselquist, 2004). En este tipo de análisis, el investigador acepta como “hechos objetivos” las respuestas a preguntas de la hoja censal o datos de encuestas para definir la adscripción respecto a varios grupos de identidad social. Las diferenciaciones sociales más visibles para el sistema de partidos son entonces aquellos definidos por las variables estadísticamente significativas en las regresiones y que explican la mayor variación en el número de militantes de un partido, en los resultados electorales o en el comportamiento político.

Los hallazgos del análisis constructivista en el campo de la política étnica ponen de manifiesto numerosos problemas en el enfoque descrito. El primero se deriva de su confianza acrítica en la exactitud de los datos “oficiales”, que podrían reflejar agendas oficiales más que realidades sociales. Los proyectos de investigación que se proponen enumerar y medir los grupos sociales, especialmente los grupos étnicos, están altamente politizados. Como Nobles (2000) y Cohn (1987) han señalado, los censos, más que capturar las diferenciaciones sociales que “existen” en la sociedad, denominan, crean y sancionan oficialmente aquellas diferenciaciones sociales en los que el Estado (o la institución censal) están interesados (véase también Grieshaber, 1985; Lavaud y Lestage, 2002). Esto es cierto incluso para diferenciaciones como la raza, que a primera vista podrían parecer evidentes. Tal como ilustra el estudio de Nobles sobre los censos de Estados Unidos y el Brasil, que al estar condicionados por debates e intereses políticos, no solo definen “blanco” y “negro” de distinta manera, sino que, además, la definición de estos términos dentro de cada país varía de un periodo a otro. Por ejemplo, en algunos censos se requiere que los individuos se clasifiquen como “blancos” solo si no tienen antepasados “negros”, mientras que en otros censos se establece que un individuo es “blanco” si al menos tres de sus abuelos son “blancos”. Por tanto, un estudio del comportamiento electoral o la adscripción partidaria de “grupos raciales” basado en ese tipo de datos captaría quizá el comportamiento de los grupos con aceptación oficial, pero apenas permitiría formarse una idea muy pobre sobre el comportamiento de los grupos raciales socialmente visibles.

Una cuestión relacionada es el hecho de que, por razones políticas, ciertas categorías socialmente relevantes quedan excluidas del censo. Por ejemplo, desde 1951 hasta la fecha, el censo de la India no incluye información sobre castas (salvo para la categoría de “Scheduled Caste”11), pero los estudios sobre el sistema político hindú sugieren que la casta ha sido un factor visible en la política de ese país. Otro ejemplo es el censo belga, que desde 1947 ha dejado de recoger datos sobre la lengua, pese a que la división lingüística es sumamente visible. Si se tomara directa y literalmente los datos de los censos belgas o hindúes para analizar la relación entre los grupos sociales —tal como están cuantificados en el censo— y la afiliación partidaria, se habría omitido variables clave, lo que inevitablemente sesgaría los resultados. Un segundo conjunto de problemas señalados por el trabajo constructivista sobre la política étnica tiene que ver con el concepto de “repertorios de identidad” (Laitin, 1992; Lustick, 2002; Waters, 1990), es decir la constatación de que los individuos pueden identificarse o ser identificados con uno o varios grupos de identidad social (o diferenciaciones sociales) sobre la base de su ascendencia, el color de la piel, prácticas culturales, lengua, nivel de ingreso, ocupación, educación, género, preferencia sexual, etcétera. Cuál de estas identificaciones resultará predominante depende a menudo del contexto institucional o social (véase, por ejemplo, Posner, 1998; Mozaffar, Scarritt y Galaich, 2003 y Brubaker, 2004). Dicho de otro modo, es incorrecto suponer que un individuo que podría autoidentificarse como “indígena” en razón de su origen familiar, sus rasgos físicos o su lengua materna vaya a tomar esa opción necesariamente. Aunque “indígena” esté en el repertorio de identidad de esta persona, dicha identidad no anulará12 necesariamente a las demás. Por ejemplo, un estudio de Nash (1993) sobre los mineros bolivianos muestra que muchos individuos que podrían identificarse como “indígenas” en realidad se identificaban y estaban organizados como “mineros”. El trabajo mencionado sugiere que su identidad ocupacional o de clase neutraliza a la opción étnica y a todas las demás. En otras palabras, es problemático identificar a individuos como miembros de grupos sociales basándose en diversas características socioeconómicas, culturales o físicas y atribuir valor causal a su supuesta pertenencia a estos grupos.

Los dos problemas mencionados apuntan a la necesidad de un mayor esfuerzo de análisis e identificación de las diferenciaciones sociales en los trabajos que estudien la interrelación de éstos últimos con los partidos políticos. Así, en vez de centrarnos en si tal o cual indicador socioeconómico predice e identifica adecuadamente la adscripción partidaria y el comportamiento electoral, el presente trabajo adopta un enfoque alternativo para abordar el estudio de las diferenciaciones sociales y los partidos, centrándose más bien en cómo los partidos definen a los grupos sociales y cómo intentan ganárselos. El otro lado de la cuestión, es decir cómo se autodefinen estos grupos y de qué manera y por qué responden a tales intentos ya sea con su voto o afiliándose a determinados partidos, es materia para trabajos futuros.

 

LAS DIFERENCIACIONES SOCIALES EN BOLIVIA

Este documento se centra en dos tipos de diferenciaciones, las de base étnica y las de clase. Hacemos hincapié específicamente en las diferenciaciones étnicas desde una perspectiva constructivista. Apoyándome en ella, defino grupo étnico como aquel que se identifica según una categoría de adscripción generalmente heredada al nacer (lengua, etnia, raza, religión y cultura). Esta definición está tomada de Chandra (2004) y es también coherente con definiciones de la literatura clásica como Horowitz (1985) y Laitin (1986).

Puesto que casi todo el trabajo sobre la “política étnica” en Bolivia se focaliza exclusivamente en la política “indígena”, resulta conveniente aclarar aquí por qué mi definición es diferente. La importancia de entender la participación indígena en Bolivia es obvia porque el sometimiento y la exclusión de las comunidades indígenas han sido inherentes al Estado boliviano. Empleo una definición más amplia de etnicidad por tres razones. En primer lugar, como quedará ilustrado más abajo, en Bolivia existen muchas otras diferenciaciones étnicas aparte de la diferenciación indígena - no indígena. En segundo lugar, la literatura ofrece diversas hipótesis sobre el comportamiento de los grupos étnicos en general. Si desde un inicio excluyéramos del estudio a las poblaciones no indígenas, correríamos el riesgo de atribuir erróneamente significancia a la identificación indígena, cuando en realidad es la identificación étnica la que suele desempeñar un papel clave. La tercera razón tiene que ver con la definición de lo indígena, aunque no es inherente a la misma, pues muchas de nuestras teorías sobre las poblaciones indígenas dan por sentado que se trata de pequeñas minorías, como en el Brasil, Canadá o Estados Unidos. Evidentemente, no es el caso en Bolivia, por lo que la aplicación de las teorías al uso sobre las minorías indígenas resulta cuando menos problemática. El hecho de que la mayoría de la población boliviana sea indígena parecería indicar que los modelos generales de política étnica son mucho más relevantes que las teorías de la política de las minorías indígenas.

Habiendo dicho esto, una de las divisiones étnicas más visibles en Bolivia es indudablemente aquella entre indígenas y blancos (o “europeizados”, “criollo-mestizos” o “q’aras”). Según el Censo de 2001, el 62,05% de la población boliviana se autoidentifica como indígena, mientras que la mayor parte del resto lo hace como “no indígena”.

Aunque el censo no las cuantifique, hay otras divisiones étnico-raciales más desagregadas, basadas en el grado de mestizaje racial y cultural, que son asimismo sumamente visibles. Por ejemplo, se suele hacer una distinción en términos de “indígenas”, “mestizos” y “blancos”13. Otros distinguen entre “indígenas”, “cholos”, “mestizos” y “blancos”; aunque “cholo” y “mestizo” son términos que designan a los de raza y cultura híbridas (véase también Barragán 1992a, Barragán 1992b, Bouysse-Cassagne y Saignes, 1992 y MUSEF, 1996). En lo que respecta a las prácticas culturales, los “cholos” estarían más cerca de los “indígenas”, en tanto que los “mestizos” estarían más “occidentalizados” (véase Sanjinés, 2004). “Cholo/a”, que en ocasiones puede tener una connotación peyorativa, también se usa, más específicamente, para referirse a los indígenas que viven en las áreas urbanas, especialmente a las mujeres que llevan la vestimenta tradicional o a las vendedoras de los mercados (véase Paredes Candia, 1992). Asimismo, el grado de asimilación en la cultura occidental define categorizaciones aun más refinadas de uso informal en algunas áreas, como por ejemplo “chota” o “birlocha” (Guaygua, Riveros y Quisbert, 2003; véase también Rivera, 1996 y Archondo, 2003).

De igual manera, la categoría “indígena” admite mayores niveles de desagregación. Una división clave es aquella entre “indígenas de tierras altas” e “indígenas de tierras bajas”. Los indígenas de tierras altas constituyen la mayoría de la población indígena de Bolivia, e incluyen a los dos principales grupos etnolingüísticos, el quechua (30,71%) y el aymara (25,23%)14. Los indígenas de las tierras bajas representan aproximadamente el 6,9% de la población indígena del país y conforman un conjunto mucho más diverso (Rosengren, 2002: 25).  Según el Censo boliviano de 2001, los grupos más numerosos de los indígenas de tierras bajas son los guaraníes (izoceño, ava, simba) —que representan cerca del 1,6% de la población indígena— y los chiquitanos (besiros, napecas, paunacas, moncocas) —un 2,2%—, seguidos por los moxeños (trinitarios, javerianos, loretanos, ignacianos) —0,9%—15. La voz que más se ha hecho escuchar en el actual sistema político boliviano es la de los aymaras, aunque algunas organizaciones indígenas de tierras bajas, como la Confederación de Indígenas del Oriente Boliviano (CIDOB), también se han mostrado muy activas. Pese a que organizaciones indígenas de las tierras altas, como la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), declaran luchar en favor de todos los pueblos indígenas de Bolivia, algunos observadores consideran que sus objetivos responden más a los intereses de las comunidades de las tierras altas (Ströbele-Gregor, 1994; Hahn, 1996). En términos generales, por tanto, incluso si muchos estudios consideran a los “indígenas” como un solo grupo unificado, hasta un ligero esbozo de la diversidad de la población indígena pone de manifiesto que la amplia categoría de “indígenas” está compuesta por una gran variedad de grupos, y que identificarlos a efectos políticos como “indígenas” (en vez de como “indígenas de tierras altas”, “quechuas”, “guaraníes”, etcétera) es, al menos hasta cierto punto, una opción política, y no necesariamente el reflejo de las identidades sociales en el ámbito político.

Otras divisiones étnicas visibles se pueden describir también en términos regionales, como por ejemplo, aquella entre los collas del Altiplano y los cambas de las tierras bajas. De hecho, especialmente en los últimos años, la identidad étnico-regional expresada por la “nación camba” se manifiesta cada vez más abiertamente, llegando inclusive a llamamientos secesionistas (véase Forero, 2004; Sandoval, 2001; International Crisis Group, 2004 y Talavera, 2003)16. Por último, las divisiones entre residentes de distintas ciudades o de distintos departamentos forman otra línea de diferenciación étnica-regional (entre paceños de La Paz, cruceños de Santa Cruz, cochabambinos de Cochabamba, etcétera). La visibilidad de las divisiones étnico-regionales se evidencia en las varias proclamas de autonomía regional.

De manera similar, es posible detectar numerosas diferenciaciones  económicas —entre ricos y pobres—, así como entre clases, grupos ocupacionales, sectores, etcétera. Este trabajo se centra en las diferenciaciones de clase, definidas aquí en el sentido marxista, en términos de la relación respecto de los medios de producción. Adopto esta definición por considerarla como la más cercana a la que emplean los partidos de izquierda, muchos de los cuales se declaran explícitamente seguidores de la ideología marxista-leninista. Sin embargo, puesto que la terminología de clase también se usa para aludir a las diferencias de ingreso de manera más general, yo también uso esta distinción, especialmente cuando no hay datos disponibles para una definición más estricta de clase.

La superposición entre clase y etnicidad (en términos de indígenas frente a blancos) en Bolivia es patente tanto en las estadísticas como en la percepción popular. En lo que se refiere a la percepción popular, el hecho de que los vocablos “indígena” y “campesino” se usen indistintamente es muy sugerente. En cuanto a las estadísticas, existe una clara correlación entre estatus indígena y niveles de educación, ingreso y empleo. Por ejemplo, las siguientes tablas subrayan las diferencias en tipos de empleo para los grupos clasificados como indígenas y no indígenas en el censo del año 2001.

 Finalmente, aunque las diferencias de clase entre indígenas y no indígenas son particularmente pronunciadas, también se puede detectar diferencias de clase dentro de la categoría indígena, entre distintos grupos indígenas. Como Hahn explica, los quechuas y los aymaras han sido tradicionalmente “‘campesinado’ en el sentido de que son minifundistas que practican una agricultura de subsistencia” mientras que los indígenas no andinos “han sido mayormente artesanos, cazadores y recolectores” (1996: 97). Adicionalmente, las comunidades quechuas del valle cochabambino han estado históricamente más integradas a la economía minera que las comunidades aymaras del Altiplano (Albó, 1994).

 

MEDICIÓN DE LA VISIBILIDAD DE IDENTIDADES ESPECÍFICAS

En esencia, éste es un estudio sobre identidades políticas. Los especialistas de la política étnica han propuesto diversas formas para cuantificar la visibilidad de las identidades y las mutaciones en las mismas (véase Abdelal, Herrera, Johnston y McDermott, 2003; Laitin, 1998). El método que utilizo aquí consiste en focalizarse en un contexto, el sistema nacional de partidos, midiendo las identidades políticas visibles a través del discurso político, concretamente, las plataformas nacionales y los mensajes de los partidos políticos17. Defino una identidad como visible para un partido si el partido convoca su plataforma sobre la base de esa identidad central. Me concentro aquí en los partidos que tienen a la etnicidad y la clase como aspectos centrales de sus plataformas, es decir, en los “partidos de movilización étnica” y los “partidos de movilización de clase”. Un partido de movilización étnica se presenta a los electores como paladín de los intereses de uno o varios grupos étnicos y esa representación pasa a ser la piedra angular de su estrategia de movilización18. Un partido de movilización de clase se presenta a los electores como el defensor de los intereses de una clase o de un conjunto de clases, lo que implica la exclusión de otras, haciendo de tal representación el elemento fundamental de su estrategia de movilización. Para mi clasificación de los partidos recurrí, en primer lugar, a diversas fuentes secundarias clave sobre los partidos en general, así como a investigaciones históricas (Rolón Anaya, 1999; Lora, 1987; Gamarra y Malloy, 1995). Luego pude complementar esta información con datos de estudios de carácter secundario sobre partidos específicos, documentos de partido, entrevistas, escritos de sus dirigentes, registros de debates preelectorales y artículos de prensa.

Un claro ejemplo de partido de movilización étnica en Bolivia es el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), que convoca abierta y explícitamente a los indígenas, como se desprende directamente de su denominación. Como ejemplo de partido de movilización de clase tenemos al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Aunque el MIR tiene una indudable tendencia hacia las políticas de centro-izquierda, se lo clasifica aquí como “de movilización de clase” en atención a su plataforma explícita.

En general, mis clasificaciones son coherentes con otros trabajos. La excepción fundamental, importante porque explica en gran parte el incremento del voto de movilización étnica a partir de 1989, es Conciencia de Patria (CONDEPA). Aunque muchos especialistas objetan la clasificación de CONDEPA como un “partido étnico” porque no encaja bien en la categoría de partido indígena y porque su líder, Carlos Palenque, no era indígena, yo clasifico a CONDEPA como un partido de movilización étnica debido a su atractivo para los indígenas y los “cholos”. Como señala Rivera, Palenque describía a su partido como “la expresión de una ‘nueva Bolivia de indios y cholos’” (1993: sección 3.5, en Albó, 1994: 64). Casi todos los trabajos coinciden en destacar su imagen “populista”, lo que también es esencial (Alenda, 2002; Archondo, 1991; Lazar, 2002; Paz Ballivián, 2000; San Martín, 1991; Saravia y Sandoval, 1991).

También conviene resaltar que las clasificaciones utilizadas aquí no son mutuamente excluyentes; un partido puede lanzar una plataforma basada, por ejemplo, en la etnicidad y la clase como dimensiones más visibles, es decir, ser un partido de movilización étnica y de clase, que se presenta ante el electorado como defensor de los intereses de un grupo étnico y los de una clase. Un ejemplo importante de partido que convoca a los votantes desde una plataforma étnica y de clase es el Movimiento al Socialismo (MAS), que en su mensaje apela fundamentalmente a “los indígenas”, a “los pobres” y a la clase trabajadora.

De la misma manera, un partido podría decidir que ni la etnicidad ni la clase tengan visibilidad en su plataforma. Por ejemplo, podría interesarse exclusivamente en asuntos ambientales, de género, de política exterior o de “buen gobierno”, o incluso intentar atraer el favor electoral únicamente con la personalidad y la reputación de su líder. Por último, un partido cuya plataforma se basa en la etnicidad o en la clase, puede además añadir otros elementos. CONDEPA, sin ir más lejos, manejaba un discurso de género para dirigirse al electorado, especialmente al segmento de las cholas en El Alto (Alenda, 2002; Lazar, 2002).

La variable dependiente (VD) que se pretende explicar en este trabajo es la variación en la visibilidad política de la etnicidad y la clase en el sistema de partidos boliviano. Operacionalizo esta VD examinando los resultados obtenidos en las elecciones generales por los diferentes tipos de partidos que he clasificado, para estimar el porcentaje del voto que ha ido a parar a los partidos con un discurso de base étnica en relación con aquellos que se presentan en términos de clase19. La siguiente gráfica presenta de manera sintética los resultados de este análisis:

Obviamente se trata de mediciones toscas. Especialmente en el caso de los partidos que basan su convocatoria en la cuestión étnica y también la de clase, es imposible saber cuál de ambos aspectos de su mensaje obtuvo mayor eco entre los votantes. Tampoco reflejan necesariamente la “sinceridad” o los “intereses no explícitos” de los partidos. Sin embargo, ilustran a grandes rasgos la variación en las identidades políticas visibles en el nivel de los partidos nacionales en Bolivia a lo largo del tiempo. El planteamiento es sencillo: aunque la política no se reduce únicamente a lo que dicen los líderes de los partidos, lo que éstos dicen y cómo identifican explícitamente a sus electores objetivo no carece de importancia. Buena parte de la información que reciben los votantes acerca de los partidos les llega a través de sus plataformas y declaraciones explícitas, por lo que el examen sistemático de tales declaraciones proporciona datos valiosos. Considero que sería conveniente complementar esos datos sobre el discurso de los partidos con un análisis más “profundo”, pero independientemente de esto, el método mencionado proporciona, al menos, datos comparativos claros en el horizonte temporal, que pueden ser utilizados para estudiar cambios generales y que pueden ser evaluados por otros investigadores.

 

TENDENCIAS EN BOLIVIA

La primera y la más importante de las tendencias ilustradas por estos datos es que la etnicidad se ha hecho cada vez más visible en el sistema de partidos desde la transición democrática en 1982, y especialmente desde 1985. Se puede percibir esta tendencia en la gráfica comparando los resultados electorales de los partidos con banderas de clase y aquellos con banderas étnicas. Los datos sugieren que entre 1980 y 1993, el factor de clase perdió visibilidad política en general, mientras que la etnicidad se hizo más visible. Pese a que últimamente la atención se ha centrado en la presencia de los partidos indígenas en las elecciones del año 2002, estos datos nos recuerdan que las reivindicaciones étnicas también tuvieron bastante éxito en 1989, 1993 y 1997. Por tanto, más que reflejar un incremento súbito en la visibilidad de la identificación étnica, los resultados de las elecciones del año 2002 parecen vinculados a una tendencia de mayor alcance temporal hacia una creciente visibilidad de la etnicidad, que habría empezado en 1989 o antes.

En segundo lugar, los datos sugieren que si bien el apoyo a los partidos étnicos se incrementó entre 1993 y 1997, así como entre este año y el 2002, sería engañoso interpretar estas tendencias como evidencia inequívoca de un incremento sostenido de la movilización partidista de los “indígenas” per se. Mientras que los mensajes dirigidos principalmente a los “indígenas” fueron los más exitosos en 2002, los mensajes populistas dirigidos particularmente a los votantes “cholos” fueron especialmente exitosos desde 1989 hasta 1997. Además, aunque esto no hubiera sido un elemento explícito del mensaje partidista, los dirigentes y los militantes de los partidos vencedores en el 2002 eran fundamentalmente indígenas de las tierras altas. Aparte de convocar a los indígenas en general, el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) plantea reivindicaciones explícitamente pro aymaras.

Este cambio de grupos étnicos meta entre 1997 y 2002 se explica principalmente porque el apoyo de CONDEPA cayó del 17,20% al 0,40%, y por el surgimiento del MAS con un apoyo masivo en 2002. Una explicación específica de la desaparición de CONDEPA es la inesperada muerte de su carismático líder Carlos Palenque, víctima de un ataque cardiaco en 1997, poco antes de las elecciones generales. Con Remedios Loza a la cabeza, el partido obtuvo una votación extraordinaria, pero, tras las elecciones, CONDEPA no fue capaz de hallar un sucesor adecuado para su difunto caudillo, de modo que las perspectivas de esta organización política se desvanecieron vertiginosamente (véase Alenda, 2002). Lo que resulta hasta cierto punto incomprensible es el hecho de que, pese al éxito electoral obtenido por CONDEPA gracias a su discurso pro “cholo” y pro indígena, no surgiera ningún otro partido étnico de base indígena y urbana que pudiera ocupar el espacio político que quedaba vacío. El MAS y el MIP, los partidos étnicos que adquirieran tanta importancia en 2002, adoptaron un discurso étnico diferente: el del MAS hace hincapié en los beneficios económicos para las comunidades indígenas y rurales, en tanto que el énfasis del MIP está en los derechos sociales y económicos de los indígenas y en la nación aymara.

Por último, estos datos muestran que, a pesar de la creciente visibilidad política del factor étnico en el ámbito nacional, el factor de clase continúa siendo visible. Aunque el discurso étnico ha encontrado respuesta en aproximadamente el 19% del electorado desde 1989, existe alguna evidencia de un resurgimiento del voto izquierdista: en 2002, un mensaje de clase encontró resonancia en alrededor del 38% de los votantes. Más de la mitad de esta votación (20,94% del total) se puede atribuir exclusivamente al MAS, que plantea reivindicaciones étnicas y de clase. Por tanto, a diferencia de elecciones anteriores, en las del año 2002 encontramos que el mensaje de clase que mejor llegó al electorado fue el propugnado por un nuevo tipo de “izquierdistas indígenas” —es decir, izquierdistas que fusionaron explícitamente un mensaje de clase con otro étnico.

 

EXPLICANDO ESTAS TENDENCIAS

He señalado que estas tendencias no son ni el resultado obvio y “natural” del desarrollo histórico de los movimientos sociales indígenas, ni el resultado de cambios institucionales e internacionales.

Más bien, aparecen como consecuencia de la “oportunidad” para el cambio creada por la crisis del sistema de partidos, por las restricciones de la estructura social y por la acción de las élites políticas que operan en el marco de dichas restricciones estructurales para manipular estas diferenciaciones sociales y su relación con los partidos. Apoyándome en los trabajos de Torcal y Mainwaring (2003) y Chhibber y Torcal (1997), propongo la hipótesis de que en los periodos de transición, cuando los partidos tradicionales están desprestigiados, las élites disponen de oportunidades restringidas para re-construir a su conveniencia los factores visibles de diferenciación social en el sistema de partidos. Estas oportunidades están constreñidas concretamente por los mensajes y las bases sociales de los partidos tradicionales, así como por la manera en que los grupos sociales potencialmente visibles se superponen y se intersectan entre sí. Estos dos últimos factores crean el espacio propicio para la acción de las élites. En consecuencia, son las ideologías y los objetivos de las élites los que explican el carácter específico de los partidos emergentes. En esta sección examino la hipótesis mencionada a la luz del caso boliviano.

En términos generales, la secuencia de eventos de la historia boliviana reciente que detallo a continuación sugiere que el desprestigio y el debilitamiento de los partidos izquierdistas tradicionales y el desplazamiento de todo el sistema de partidos hacia la derecha en términos de política económica desde mediados de los años ochenta dejó huérfanos de toda representación explícita en el sistema de partidos a muchos de los que hasta entonces habían estado representados al menos nominalmente por los partidos de la izquierda tradicional y por los partidos nacionalistas populistas —o sea, la clase obrera, los campesinos y los pobres—. De la misma manera, los migrantes recién llegados a las zonas urbanas quedaron sin voz.

Tanto los “obreros” o “desposeídos” como los “indígenas” y/o “cholos”, toda esta masa carente de representación, era potencialmente sensible a discursos étnicos o de clase. El desprestigio de los programas de izquierda debido a los recientes acontecimientos nacionales e internacionales (por ejemplo, la caída del muro de Berlín) confería mayor credibilidad a las reivindicaciones étnicas. A medida que CONDEPA y los movimientos sociales indígenas ganaban fuerza, los partidos tradicionales empezaron a tomar en cuenta a los indígenas y a otros grupos, implementando, a mediados del decenio de 1990, varias reformas institucionales en la línea de las demandas de estos grupos, lo que mejoró las perspectivas electorales de los partidos de base regional. Para las elecciones del año 2002 surgieron dos partidos étnicos que representaban a los indígenas, ambos encabezados por líderes indígenas de las tierras altas, procedentes del ámbito sindical, y que se dirigían a los indígenas, a los pobres y a la clase obrera. El más grande de éstos, el MAS, que empezó como partido de nivel municipal, se benefició directamente de las reformas institucionales mencionadas (véase Van Cott, 2003).

En suma, el mecanismo general descrito se aplica al caso boliviano. Pero hay otros factores específicos del caso que también son importantes: en primer lugar, la crisis económica de los años ochenta, que desprestigió las políticas económicas de izquierda. En segundo lugar tenemos la migración interna, provocada en gran medida por la crisis económica, que dio lugar a la aparición de nuevos grupos sociales que no estaban adecuadamente representados por los partidos tradicionales. Y en tercer lugar, las reformas institucionales concretas emprendidas por el gobierno boliviano en los años noventa, que tuvieron un efecto directo en la “segunda fase” de los partidos de movilización étnica después de CONDEPA.

Este trabajo se centra en el periodo inaugurado con la transición democrática boliviana en 1982, pero el sistema multipartidista data de una época muy anterior en la historia del país. Bolivia nació como república independiente en 1825, y prácticamente desde el final de la Guerra del Pacífico, en 1880, empezó a desarrollar un sistema multipartidista (Klein, 1969; Hofmeister y Bamberger, 1993). Durante casi un siglo, dicho sistema estuvo dominado por el Partido Conservador y el Partido Liberal. Bajo la oligarquía liberal, los indígenas eran considerados como una raza inferior y por tanto se los excluía de toda participación política. El acontecimiento clave que cambió este sistema fue la Guerra del Chaco librada contra el Paraguay entre 1932 y 1935. El contacto estrecho entre soldados indígenas y mestizo-criollos durante la contienda dio lugar a un sentimiento embrionario de identidad nacional. Tras la desmovilización, una nueva generación de militares irrumpió en la política con el bagaje de un nuevo espíritu populista y compromiso con la idea de profundizar el mestizaje y la incorporación de la población indígena al proyecto nacional. No debemos interpretar esas metas de acuerdo a los parámetros actuales; el objetivo era “blanquear” a la población india a través de la mezcla de razas y el mestizaje, pero aun así, no cabe duda de que en general propiciaron una participación política más amplia (Sanjinés, 2004). Al mismo tiempo, la derrota que sufrió el país contribuyó al declive de la oligarquía liberal y de los partidos tradicionales. Durante este mismo periodo surgieron numerosos partidos populistas e izquierdistas. Los cuatro principales eran el Partido Obrero Revolucionario (POR), de tendencia trotskista; el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), marxista, y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y la Falange Socialista Boliviana (FSB), que eran partidos nacionalistas.

El MNR se convirtió en una poderosa fuerza de oposición. Construyó su base a partir de asociaciones de ex combatientes, organizaciones sindicales de campesinos quechuas del valle alto de Cochabamba y la clase media mestizo-criolla. Asimismo, se ganó el apoyo de los sindicatos mineros y estableció vínculos especiales con la poderosa Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB). Desde un punto de vista étnico, la base del apoyo indígena del MNR estaba en las tierras altas y era más fuerte entre los quechuas que entre los aymaras. Estos últimos no formaban parte importante del sistema de sindicatos campesinos y estaban menos integrados en la economía de mercado. Adicionalmente, al estar menos hispanizados y con un menor grado de mestizaje que los quechuas, los aymaras no encajaban bien en el proyecto de mestizaje del MNR (Sanjinés, 2004: 20).

Predicando una ideología populista de “nacionalismo revolucionario”, y con el apoyo de los sindicatos obreros y campesinos, además de los ex combatientes de la Guerra del Chaco, el MNR liderizó la Revolución Nacional boliviana en abril de 1952. La revolución tuvo consecuencias de largo alcance, entre las que destacan el establecimiento del sufragio universal, la nacionalización de las minas, la reforma agraria y la reforma educativa (véase Dunkerley, 2003 [1987], Grindle y Domingo, 2003). La por entonces recién fundada Central Obrera Boliviana (COB), trabajaba directamente con el gobierno del MNR. Sin embargo, en 1964, un golpe de Estado llevó a los militares al poder, dando inicio a un periodo de dictaduras militares que se mantuvo casi ininterrumpidamente hasta 1982. Durante la presidencia del general René Barrientos (1964-1969), el régimen consolidó su poder en parte a través del Pacto Militar-Campesino (PMC) e, igual que en el periodo del MNR, su gobierno mantuvo una relación más sólida con los campesinos quechuas de Cochabamba. No obstante, tras la muerte de Barrientos, y especialmente durante las dictaduras de los generales Hugo Banzer (1971-1978) y Luis García Meza (1980-1981), y su brutal represión de las comunidades campesinas/indígenas, se disolvió el pacto militar-campesino. Precisamente durante este periodo, señala  Albó (1994), los aymaras de La Paz y Oruro pasaron a ser más activos políticamente, llegando a desplazar a los quechuas, que habían sido cooptados y luego defraudados por la disolución del PMC (véase Sanjinés, 2004). En este mismo periodo surgió el movimiento katarista y asistimos a la formación del Movimiento Revolucionario Tupaj Katari (MRTK) y del MRTKL, así como del indianista Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA). No obstante, ninguno de estos partidos llegaría a obtener más del 2,1% de la votación en las elecciones generales. Aparecieron también varios otros partidos de izquierda, entre ellos el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Socialista (PS) en 1971. Y en 1979 entró en escena Acción Democrática Nacionalista (ADN), partido de derecha fundado por el general Banzer.

La Unidad Democrática y Popular (UDP), un heterogéneo frente de izquierda, ganó las elecciones de 1980 con un 38% de los votos, pero el golpe militar encabezado por García Meza interrumpió en julio de ese mismo año la democracia e impidió que la UDP formara gobierno. Sin embargo, como consecuencia de la huelga general de septiembre de 1982, los militares se vieron forzados a abandonar el poder y a convocar al Congreso de 1980, dejando en manos de este cuerpo la elección del nuevo presidente. Este hecho, que marca la transición del país a la democracia, llevó a la presidencia a Hernán Siles Zuazo, el líder de la UDP, en octubre de 1982. El Gobierno de la UDP estaba conformado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), el Partido Comunista de Bolivia (PCB) y el Partido Demócrata Cristiano (PDC), aunque al final todos estos partidos se fueron retirando de la coalición, dejando sólo al MNRI (véase Laserna, 1985).

A pesar de las grandes expectativas que despertó el flamante gobierno democrático, la UDP tuvo que enfrentar desde un inicio sus desacuerdos internos y una implacable oposición legislativa por parte del MNR y la ADN. En lo que concierne a su programa económico, la UDP apostó por consolidar el modelo nacionalista revolucionario de 1952, en un marco de economía mixta y gradualismo económico (véase Mesa Gisbert, 2003: 739-40). Entre el acoso de la oposición política y los permanentes conflictos internos de la coalición gubernamental, este programa fracasó estrepitosamente, por lo que los años del gobierno de la UDP quedarán en la memoria colectiva asociados al peor proceso de hiperinflación en la historia de Bolivia —si la tasa de inflación era de 123% en 1982, este índice se disparó hasta llegar a un 8.757% en 1985 (INE y Banco Central, en Mesa Gisbert, 2003: 740)—. La crisis desprestigió totalmente a la UDP y su política económica, pero además tuvo el efecto de profundizar las divisiones internas del Gobierno.

Este fracaso determinó una notoria derechización del país, como lo reflejan los resultados de las elecciones de 1985 (véase Toranzo, 1989; Estellano, 1994). La ADN, que había adoptado una postura marcadamente neoliberal, obtuvo la primera mayoría (32,8% de los votos), seguida de cerca por el MNR, con el 30,40% —resultado que llevó a la presidencia al líder de este último partido, Víctor Paz Estenssoro—. El MIR y el MNRI obtuvieron apenas el 10,2% y el 5,5% de la votación, respectivamente, es decir, menos de la mitad del total alcanzado por la UDP en 1982. El desprestigio del programa de izquierda era tan completo que fueron Paz Estenssoro y el MNR —precisamente los mismos que habían construido el Estado boliviano de 1952— los encargados de desmantelarlo a través de un programa de estabilización económica y reformas de corte neoliberal.

La derechización del país significaba que los intereses de muchos de los antaño representados por los partidos nacionalistas populistas y de izquierda tradicionales21 —es decir, la clase obrera, los campesinos y los pobres— habían quedado subsumidos en el proyecto de estabilización económica22. Al mismo tiempo, los efectos de la situación económica y de las medidas de austeridad económica decretadas por el Gobierno empezaban a hacerse sentir entre los pobres y la clase obrera —o sea, especialmente entre la población no blanca—. Para colmo de males, la abrupta caída del precio del estaño en el mercado internacional, combinada con la privatización de las minas, determinó el despido de millares de mineros. El cierre de las minas y la miseria en las áreas rurales empujaron a miles de desposeídos a emigrar a las ciudades, sobre todo a las zonas que circundan la ciudad de La Paz, capital administrativa del país. Entre 1976 y 2001, la población de El Alto, ciudad que surgió como satélite de La Paz, se multiplicó por un factor de seis23. Estos migrantes, que ya no eran campesinos ni mineros, tampoco encajaban en los mecanismos tradicionales de canalización de intereses a través de sindicatos o partidos. Con una incidencia de la pobreza cercana al 70% a nivel nacional24, la prioridad de los partidos principales era la estabilización macroeconómica.

Así, a lo largo de este periodo empiezan a aparecer en la escena política nacional cada vez más reivindicaciones étnicas que exigían cambios económicos y medidas para aliviar los efectos del programa de austeridad, así como una mayor equidad política y reconocimiento cultural. En los años ochenta, por ejemplo, asistimos al surgimiento de las organizaciones indígenas en las tierras bajas del oriente boliviano, mientras que en 1991, la Confederación Indígena del Oriente, Chaco y Amazonía de Bolivia (CIDOB) encabezó la Marcha por el Territorio y la Dignidad, que llevó hasta la sede del gobierno —y por primera vez— las demandas de los pueblos indígenas de esas regiones. En lo que respecta a los partidos, el acontecimiento clave fue la aparición de CONDEPA, partido que desde su fundación en 1988 apuntaba precisamente al sector del que hablábamos más arriba, es decir, sobre todo a los “indígenas urbanos” y a los migrantes “cholos” de El Alto, así como a los indígenas en general. En 1989, Remedios Loza, principal dirigente de ese partido, pasó a ser la primera mujer “de pollera” en el Parlamento boliviano.

La votación obtenida por los partidos con reivindicaciones étnicas saltó de menos del 4% en 1985 al 13,90% en las elecciones de 1989. También aumentó el apoyo a los partidos de izquierda, pero no llegó al nivel de 1980. Aunque los resultados electorales no reflejen este fenómeno, los dirigentes de los partidos tradicionales empiezan a hablar sobre asuntos étnicos, lo que indica la creciente visibilidad política de la identidad étnica. Por ejemplo, el candidato Jaime Paz Zamora (MIR) ofreció instituir el uso de la wiphala como símbolo nacional alternativo, aunque como presidente nunca cumplió su promesa (Albó, 1994: 65).

En las elecciones de 1993, la visibilidad de la etnicidad quedó claramente reflejada en la decisión del MNR de escoger al MRTKL como aliado electoral. La alianza MNR-MRTKL ganó esas elecciones con el 35,60% de los votos. Los partidos étnicos obtuvieron el 14,30% del voto, sin tomar en cuenta el apoyo al MRTKL, pues los votos del MNR y del MRTKL no se contabilizaron por separado.

El mensaje del MRTKL se dirigía explícitamente a los indígenas. Se ha prestado no poca atención al hecho de que Víctor Hugo Cárdenas fuera el primer vicepresidente indígena de Bolivia. En su discurso de investidura, Cárdenas, ataviado con un traje indígena, hizo hincapié en los asuntos indígenas y habló en quechua, aymara y guaraní. Su mensaje tenía asimismo un claro componente de clase. Aunque el MNR no usó un lenguaje de izquierda, la coalición se dirigió explícitamente a los pobres, a la población rural/campesinos y a los trabajadores25. El programa de gobierno del MNR en 1993, el Plan de Todos, destacaba una serie de programas sociales orientados a mitigar los efectos de las políticas neoliberales sobre dichos grupos.

El Plan de Todos esbozaba además varias reformas institucionales cardinales. Una de las más significativas tenía que ver con la participación popular y la descentralización administrativa, que llevaron a la promulgación de la Ley de Participación Popular en abril de 1994, que a su vez dio lugar a las primeras elecciones municipales en 1995, facilitando así la emergencia de partidos étnicos de base regional (véase Ayo Saucedo, 2004). Como Van Cott (2003) señala, “En las primeras elecciones municipales a nivel nacional en 1995, los candidatos que se autoidentificaban como campesinos o indígenas obtuvieron el 28,6% de las concejalías municipales, y llegaron a constituir mayoría en 73 de los 311 municipios. ...El partido indígena denominado Asamblea de la Soberanía de los Pueblos (ASP) se formó en 1995 y en estas elecciones se hizo con una plataforma que luego usaría para expandir su representación a nivel nacional” (op. cit.: 756). La ASP era un antecesor del MAS de Evo Morales, que obtuvo el segundo lugar en las elecciones del año 2002 con un 20,94% de la votación. Otro ingrediente fundamental del éxito del MAS en 2002 fue su capacidad —como partido cuya base electoral estaba en las regiones productoras de coca— para capitalizar el rechazo a la política estadounidense de erradicación de la coca y el sentimiento antiimperialista reinante en la región. Estas cuestiones, al menos tanto como los derechos indígenas, han jugado un papel crucial en el mensaje de Morales a lo largo de su trayectoria como líder sindicalista cocalero.

A diferencia del MAS, el otro partido étnico clave en las elecciones del 2002, el MIP, que obtuvo el 6,10% de los votos, adoptó un mensaje más radical, claramente en la línea del nacionalismo aymara e indígena, acorde con los antecedentes de su líder, Felipe Quispe, en la lucha indianista.

 

HIPÓTESIS ALTERNATIVAS

Como ya se dijo más arriba, la literatura ofrece diversas hipótesis para explicar la cuestión principal del presente proyecto de investigación y el caso boliviano en particular. Esta sección examina los argumentos en torno a dos amplios factores sobre los que la literatura de la ciencia política vuelve una y otra vez: instituciones y modernización.

Líneas más arriba se hacía alusión a la contribución de las reformas institucionales especialmente a la “segunda ola” de partidos de movilización étnica en las elecciones de 2002. Los argumentos de tipo institucional se apoyan en un vasto corpus de investigaciones sobre la manera en que los cambios institucionales crean nuevos incentivos electorales y/o propician la participación de los grupos étnicos (por ejemplo, véase Horowitz, 1991; Reilly y Reynolds, 1999; Lardeyret, 1993; Horowitz, 1985; Cox, 1997 y Lijphart, 1977). Con respecto a Bolivia tenemos, por ejemplo, un argumento institucional desarrollado por Van Cott (2003); la autora postula “los cambios institucionales que abrieron el sistema” como uno de los cinco factores que explican la emergencia y el éxito de los partidos indígenas en las elecciones bolivianas de 2002. Este argumento subraya los efectos de la descentralización municipal y la creación de las circunscripciones electorales uninominales en 1994-95 (op. cit.: 755).

El análisis que se hace aquí no cuestiona este argumento con respecto a las elecciones de 2002. En efecto, como Van Cott sostiene, dichos cambios parecen haber sido particularmente significativos para explicar el éxito electoral del MAS. Sin embargo, las reformas institucionales de 1994 y 1995 no pueden explicar el aumento de la visibilidad de la etnicidad en Bolivia, que como he mostrado, se manifestó con anterioridad. Parecería, más bien, que las mencionadas reformas institucionales se habrían implementado en parte para responder a las demandas cada vez más apremiantes de grupos étnicos politizados. Más aun, la hipótesis institucional no explica por qué fue la participación étnica la que creció como resultado de esos cambios, en vez de la participación de otro tipo de grupos concentrados regionalmente, como los sindicatos locales. Por tanto, un área especialmente interesante para investigaciones futuras es la de explorar con mayor profundidad cómo y por qué se decidió llevar a cabo precisamente esas reformas, quiénes eran los actores relevantes y cuáles eran sus posiciones respecto a las reformas, etcétera.

Otro corpus de investigación fundamental que alude directamente a la cuestión central de este trabajo viene de la teoría de modernización (por ejemplo, Lipset, 1960; Lerner, 1958; Deutsch, 1971; Parsons, 1964; Pye, 1966)26. De acuerdo a la teoría de modernización, el proceso de modernización conlleva un cambio de la identificación basada en grupos de estatus tradicionales a la identificación de clase dentro de una economía moderna. Los cambios individuales de una identificación étnica a una identificación de clase deberían reflejarse en la política nacional y, naturalmente, en el sistema de partidos (Lipset, 1960)27.

La emergencia de partidos étnicos a la que asistimos actualmente en Bolivia —y de hecho, en toda América Latina— supone un cuestionamiento evidente para esta hipótesis. Lo que la realidad regional nos muestra es justamente el proceso contrario respecto de lo que la teoría de modernización habría predicho: en el largo plazo, y a medida que la economía boliviana ha crecido, las identidades étnicas han cobrado mayor —no menor— visibilidad en la política partidista. En el ámbito individual, entre los emigrados a los centros urbanos encontramos asimismo poco asidero para dicha hipótesis. La teoría de modernización predice que los individuos con un mayor grado de integración en la economía moderna deberían identificarse más en términos de clase que en términos étnicos. Por un lado, los mineros quechuas y aymaras desarrollaron efectivamente una conciencia de clase (Nash, 1993). Por otro lado, los que migraron a las ciudades en los decenios de 1980 y 1990 (algunos provenientes de estos centros mineros) han desarrollado una identidad política alternativa de carácter étnico —en unos casos “indígena” y en otros “chola”—. Tales datos no muestran una evolución inequívoca desde una identificación étnica hacia otra de clase.

Otra predicción contrastable que se desprende de la teoría de modernización es que las regiones con mayor riqueza supuestamente deberían apoyar preferentemente a los partidos de clase, en tanto que las regiones más pobres deberían inclinarse por los partidos étnicos. Parecería que los datos del caso tampoco corroboran este postulado. Por ejemplo, la base de apoyo de los partidos étnicos kataristas se asienta en el departamento de La Paz (Romero Ballivián, 1998: 203-227), pero el índice de desarrollo humano de La Paz está entre los tres más elevados del país (PNUD, 2004: 27)28.

En suma, las predicciones que ofrece la teoría de modernización no son válidas para el caso de Bolivia. Pero esto no significa que debamos descartar completamente la modernización como factor causal. En efecto, existe cierto respaldo para una hipótesis alternativa que podríamos denominar “efecto de reacción adversa de la modernización”. Esta hipótesis, desarrollada principalmente por Melson y Wolpe (1970), postula que la modernización constituye una amenaza para los valores tradicionales de la sociedad, por lo que suscita una reacción por parte de los sectores tradicionalistas interesados en mantener su influencia y su forma de vida. Supuestamente, dicha reacción debería ser particularmente intensa en los segmentos más expuestos al contacto con otros grupos —por ejemplo, en el caso de los migrantes urbanos (véase, además, Varshney 2002)—. Al parecer, esta hipótesis encontraría algún sustento en el hecho de que la base de apoyo de CONDEPA son los migrantes urbanos de El Alto, mientras que el núcleo de los partidos kataristas está formado por intelectuales aymaras urbanos. Adicionalmente, en el caso del MIP, Felipe Quispe ostenta la dignidad tradicional de “El Mallku” y la plataforma del partido hace hincapié en las prácticas culturales tradicionales, entre otros temas. Por otro lado, las dirigencias de CONDEPA y del MAS no encajan en la predicción de que los “tradicionalistas” deberían encabezar y dominar el proceso de etnificación.

 

CONCLUSIÓN

En el presente trabajo planteo que la adopción de un enfoque constructivista frente a los grupos étnicos puede ayudarnos a entender mejor la relación entre diferenciaciones sociales y partidos políticos. Trabajando dentro de este marco, he propuesto un método simple para medir la visibilidad política de grupos de identidad étnica y de clase en la política partidista, y, al mismo tiempo, ilustro la aplicación de dicho método con datos de las elecciones generales bolivianas entre 1980 y 2002. Uno de los principales hallazgos del enfoque constructivista es que los individuos tienen múltiples identidades susceptibles de movilización. Sobre esa base, postulo que para entender los cambios en los grupos sociales visibles en un sistema de partidos es necesario entender mejor la estructura subyacente de los grupos étnicos y de otro tipo, así como la manera en que se intersectan y se superponen entre sí. Propongo que durante los periodos de transición, este factor, juntamente con las bases sociales de los partidos tradicionales y las acciones de las élites políticas, explica cómo cambian las bases sociales de los sistemas de partidos. Examino la verosimilitud de estas hipótesis a la luz del caso boliviano, así como de diversos factores alternativos clave señalados en la literatura.

Son numerosas las implicaciones que se desprenden de este análisis. Una de ellas es que el éxito de los “partidos indígenas” podría ser parte de un proceso más general de “etnificación” del sistema de partidos. Dicho de otro modo: no es que los individuos estén participando más como “indígenas”, sino que, en el escenario político nacional, se definen cada vez más en términos étnicos y no tanto como miembros de clases o de otros grupos sociales. Puesto que en Bolivia existe una cantidad de diferenciaciones étnicas que ninguno de los partidos actuales reivindica (por ejemplo, indígena de tierras bajas, camba, indígena urbano), sería razonable predecir la futura aparición de partidos que hablen por esos sectores ignorados. Dado que últimamente cualquier cuestión regional en el país tiene un carácter potencialmente separatista, la posibilidad de la formación de partidos organizados en torno a aspectos étnico-regionales resulta especialmente preocupante.

 

Notas

1 Artículo originalmente escrito en inglés, fue traducido por Hugo Montes.

2 Rachel Gisselquist es politóloga norteamericana. Actualmente trabaja en el London School of Economics and Political Science (LSE), UK. Correo        electrónico: rachel.gisselquist@gmail.com. Nota de la autora: Quisiera expresar mi agradecimiento a Rossana Barragán, Robert Bates, Kanchan Chandra, Chappell Lawson, Ramiro Molina Rivero, Roger Petersen, Shanti Salas, Donna Lee Van Cott y Adam Ziegfeld por sus comentarios y sugerencias sobre este proyecto y sobre versiones anteriores de este trabajo. La investigación que estoy realizando cuenta con el apoyo de un Dissertation Improvement Grant otorgado por la National Science Foundation (SES-0419737) y una beca del National Security Education Program. También ha contado con el apoyo de fondos de investigación de verano del Center for International Studies del MIT.

3 El término hace referencia a puntos de quiebre en la estructura social. En el presente artículo,  cleavages ha sido traducido como “diferenciaciones”, en función al contexto y sentido que tiene la palabra en el documento. Esta traducción ha sido autorizada por la autora (Nota del traductor).

4 obre política económica, véase Alesina, Baqir y Easterly (1999); Easterly y Levine (1997). Sobre gobernabilidad y clientelismo, véase Chandra (2004), Fearon (1999), Wantchekon (2003) y Young (1976). Sobre estabilidad democrática y conflicto, véase, por ejemplo, Bates (1999), Dahl (1971), Horowitz (1985), Lijphart (1977), Rabushka y Shepsle (1972); véase también Birnir (2004).

5 Tomo el término “identificación” de Calla Ortega (2003 [1993]), quien a su vez lo toma de Bell (1975).

6 Este es uno de los temas fundamentales de la obra clásica de Lipset y Rokkan (1967) sobre cleavages sociales y partidos.

7 El trabajo constructivista en torno a la política étnica postula que las identidades étnicas son “construidas”, no “primigenias”. Chandra (2001) presenta un resumen de la literatura constructivista sobre política étnica; véase también Bates (de próxima aparición). Bates y otros académicos usan el término “instrumentalista” para referirse a los trabajos que enfatizan el papel de las élites en la construcción de identidades y/o a los trabajos que sugieren que los individuos adoptan y cambian sus identidades étnicas sobre la base de cálculos instrumentales. Por mi parte, considero estos trabajos como una rama del constructivismo. Como ejemplos del trabajo constructivista, véase Banton (1983), Barth (1969), Bates (1974), Comaroff y Comaroff (1969), Fearon y Laitin (1996), Hardin (1995), Hechter (1975), Levi y Hechter (1985). Como ejemplos del punto de vista contrario, el primordialismo, véase Geertz (1973) y Van Evera (2001).

8 Esta hipótesis también se apoya en la literatura sociológica institucionalista (véase Lipset y Rokkan, 1967).

9 Por ejemplo, véase la nota 5.

10 Utilizo los términos “grupo” y “categoría” indistintamente. El término “grupo étnico” es de uso común en el campo de la política étnica. El término “categoría” está tomado de Chandra y Boulet (2003) y Posner (de próxima aparición). Chandra y Boulet pro-ponen un nuevo vocabulario para la discusión sobre grupos étnicos, trazando una diferencia entre “categorías” y los “atributos” que definen la adscripción a aquéllas.

11 Oficialmente se designa así a determinados grupos sociales marginados por el sistema de castas en la India (como los llamados “intocables” o parias). La Constitución de la India establece medidas para proteger los derechos y promover los intereses de estos ciudadanos (Nota del traductor).

12 Podría hacerlo, pero en ese caso se necesitaría aún otro argumento para explicar por qué la identidad étnica (o un tipo determinado de identidad étnica, como la “indígena” más que la lingüística) tiene mayor peso que otros tipos de identidad.

13 También existen pequeñas minorías de afrobolivianos y bolivianos de origen asiático que no encajan en estas categorías.

14 Censo de 2001, basado en la autoidentificación.

15 Según autoidentificación, INE, 2003: 81.

16 La identidad étnica “camba” es un interesante caso de identidad étnica de construcción bastante reciente. Algunos académicos se oponen a que se lo designe como grupo étnico precisamente por esta razón. Se la ha asociado con una concepción racista de su identidad como blanca y no indígena, concepción ejemplificada por las declaraciones de la representante boliviana en el concurso de Miss Universo, la cruceña Gabriela Oviedo, quien en 2004 dijo a los jueces del evento que no todos los bolivianos son “pobres, de baja estatura e indios”, y que en el oriente “somos altos, blancos y hablamos inglés” (Forero, 2004).

17 Sin duda este método presenta inconvenientes, como cualquier otro. Si bien este enfoque nos habla de política de los partidos nacionales, no nos habla sobre los movimientos sociales activos en el ámbito nacional, a no ser que éstos estén reflejados en el sistema de partidos. Acerca de movimientos sociales y partidos políticos, véase Van Cott (2003 de próxima aparición). También pasa por alto las convocatorias étnicas que se lanzan en el ámbito local y no en el ámbito nacional.

18 Esta definición ha sido tomada de Chandra (2004). Véase, asimismo, Chandra y Metz (2002).

19 Nótese que el total combinado de estos valores puede ser superior a la unidad porque los votos obtenidos por los partidos con convocatoria étnica y de clase están contabilizados tanto en los totales de clase como en los de etnia.

20 Los datos electorales son de Opiniones y Análisis (1998), Corte Nacional Electoral (n.d.) y Centellas (n.d.)

21 No quiero decir que estos partidos fueran los representantes ideales de dichos grupos, sino simplemente que al menos pretendían ser los canales para la representación de sus intereses.

22 El programa de estabilización económica tuvo éxito en términos del control de la inflación. Ésta cayó de 8.767% en 1985 a 16% en 1989 (INE y Banco Central en Mesa Gisbert, 2003: 746).

23 De 95.455 en 1976 a 647.350 en 2001, de acuerdo al Censo de 2001 (en Mesa Gisbert, 2003: 752).

24 Basado en el Censo de 1992 (tomado de Ministerio de Desarrollo Humano, 1993, Tabla 1.7).

25 Véase la codificación para las elecciones de 1993 en Chandra et al. Dataset on Ethnic Political Parties.

26 Para un sumario y crítica de la teoría de modernización, véase Huntington (1971). El lector podría disentir aduciendo que la teoría de modernización está enormemente desacreditada por investigaciones recientes (en particular, véase Przeworski. et al, 2000). Pienso que continua siendo importante tratar esta hipótesis de manera frontal, pues en el análisis transnacional, una de las explicaciones más frecuentes de por qué la etnicidad es políticamente visible en algunos países, y la clase —o algún otro factor— en otros, enfatiza, ya sea de manera explícita o implícita, el efecto de la modernización. Si se pregunta a varios observadores por qué hay más guerras tribales y partidos étnicos en el África subsahariana que en Europa occidental o Latinoamérica, responderán trazando la diferencia entre sociedades “subdesarrolladas” o “primitivas”, en las cuales los individuos tienen vínculos étnicos tribales, de clan, ancestrales o de algún otro tipo, de carácter primigenio y fijos, y las sociedades “modernas”, en las que los individuos tienen interacciones más fluidas en el contexto del mercado.

27 Más específicamente, Lipset (1960) postula que deberíamos poder determinar las bases de apoyo de los partidos a partir de características demográficas sociales: los obreros y los trabajadores rurales deberían apoyar a los partidos de izquierda; los propietarios de grandes industrias y explotaciones agrícolas, los empresarios y todos aquellos fuertemente vinculados con instituciones tradicionales como la Iglesia deberían apoyar a los partidos de derecha y las clases medias deberían apoyar a los partidos demócratas y de centro.

28 Las posiciones relativas de los departamentos pueden haber cambiado a lo largo del tiempo, naturalmente, pero La Paz nunca ha sido el departamento más pobre.

 

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