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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.11 n.25 La Paz nov. 2008

 

Céline Geffroy,

Carmen Soto

Gonzalo Siles

2008

 

La invención de la comunidad. Migración de retorno y economía solidaria en Huancarani.

La Paz: PIEB.

 

Jorge Komadina Rimassa


Hay libros que buscan tercamente su camino hasta encontrarlo. Este es uno de ellos. Aunque La invención de la comunidad fue escrito en 2001, en el marco de una convocatoria del PIEB para jóvenes investigadores, recién tuvo la fortuna de ser publicado en 2008. Esta precisión cronológica parece importante porque podría pensarse -a primera vista-  que los objetos  analizados en el libro han dejado de ser actuales y relevantes; sin embargo, y a pesar del ímpetu y la velocidad de algunos procesos sociales contemporáneos (pensamos en la migración, por ejemplo), tanto los instrumentos analíticos empleados como los resultados empíricos y argumentativos de la investigación no sólo conservan su actualidad, sino que anticipan a su modo problemáticas sociales hoy plenamente visibles. Este es el caso del destino y uso de las remesas generadas por los migrantes en beneficio de proyectos productivos o la discusión actual en torno a una economía plural concebida como una amalgama de elementos de la economía mercantil con lógicas distributivas y comunitarias.

Tres son los objetos privilegiados por los investigadores: la migración de retorno, la “economía de solidaridad” y la pobreza. En primer lugar, la historia de Huancarani (una comunidad campesina situada a 26 kilómetros de la ciudad de Cochabamba) durante el siglo XX puede narrarse como una sucesión de flujos migratorios que se iniciaron en la Guerra del Chaco y que tuvieron sus momentos más intensos en la masiva migración hacia las minas después de la reforma agraria y en la forzada diáspora de los mineros a mediados de los 80.  El proceso migratorio del campo hacia las minas transformó las prácticas productivas agrícolas, profundizó la parcelación de los terrenos, modificó las prácticas tradicionales de acceso a la tierra así como las pautas ancestrales de organización. No obstante, los autores de esta investigación nos recuerdan que el proceso migratorio tiene un movimiento en espiral. Así, en los 70, se produjeron las primeras migraciones de retorno desde las minas; en 1985, el Decreto Supremo 21060 provocó una segunda ola de retorno; finalmente, a fines de los 90, la población de Huancarani se incrementó con la llegada de familias “forasteras” venidas de las alturas de Sipe-Sipe y del departamento de La Paz. 

La migración es estudiada como una versátil respuesta frente a una situación de escasez y que implica adoptar nuevas prácticas con el fin de facilitar la reproducción del grupo. En ese marco, la “partida” y el “retorno” conforman dos estrategias complementarias que permiten al migrante reintegrarse en las actividades agrícolas y “nunca romper su relación con la tierra”. Pero la migración de retorno no está exenta de significados ambivalentes. Por una parte, ella favorece una dinámica de movilidad social que se expresa a primera vista en la disponibilidad de dinero de los migrantes; sin embargo, por otra parte, el proceso genera grandes diferencias de estatus social y económico entre comunarios. Así, el libro describe cómo la llegada de los “mineros” a Huancarani trastocó la forma de vida de las familias “lugareñas” porque introdujo nuevas pautas de consumo y prestigio, sobre todo entre las nuevas generaciones. La redistribución de recursos mercantiles generados por los migrantes fortalece el capital social y facilita la construcción de una “identidad comunal local ampliada”.  A pesar de la intensidad de los flujos migratorios, las familias que no migraron continuaron con el cultivo de la tierra, aunque las condiciones de trabajo se tornaron cada día más difíciles por la escasez de mano de obra y de capital. El estudio describe minuciosamente las iniciativas de estos pobladores para vencer la adversidad, recurriendo a prácticas de reciprocidad que se creían perdidas en el tiempo. Para sobrevivir, la comunidad debe re-inventarse permanentemente.

La segunda problemática implicada en el estudio es la experiencia de trabajo comunal en Huncarani (llamada la pirwa) y que pretende ser pensada desde el horizonte de la “economía de solidaridad”, una idea cuyo origen se remonta a los trabajos de Marcel Mauss, Karl Polanyi y Mark Granovetter, pero que ha sido recreada por un grupo de sociólogos y economistas franceses contemporáneos como Jean-Luc Laville, Alain Liepitz y Serge Latouche, entre otros. Si el discurso de la economía de mercado presenta una visión abstracta de los procesos económicos, basada en los fríos mecanismos reguladores del mercado, la economía solidaria supone el “enraizamiento” de los hechos económicos en las relaciones sociales, históricamente determinadas. Esta diferencia no es sólo epistemológica, sino también práctica porque se vincula con los fines del proceso económico: la finalidad de la economía solidaria no es la ganancia individual sino el beneficio colectivo. Se asume pues que las prácticas y los valores comunitarios constituyen en sí mismos un capital social, simbólico y económico que ofrece una alternativa no sólo a la crisis económica, sino también a “la ausencia de porvenir, de sentido y certidumbre, que caracteriza a la economía de la ganancia y del individualismo”. Las evidencias logradas muestran cómo el trabajo comunitario produce una suerte de “valor agregado” que se materializa en el fortalecimiento del lazo social. 

La “economía solidaria” aparece como una fórmula imprecisa, pero los investigadores nos explican que en realidad se trata de una modalidad híbrida que combina tres tipos de acción económica: el mercado, la redistribución y la reciprocidad. Siguiendo algunas claves sugeridas por Pierre Bourdieu, el libro muestra la manera en que se articulan estas lógicas a través de la “convertibilidad de distintas formas de capital”: la redistribución transforma el dinero en capital simbólico (prestigio) y en capital social (redes sociales) dentro de un sistema de reciprocidad. Aunque los recursos invertidos en el trabajo comunal provienen de personas solidarias y grupos de apoyo que viven en Europa, ellos contribuyen al fortalecimiento del capital social comunitario. La condición de este proceso es la existencia de una identidad colectiva; es decir, debe contar con el “reconocimiento público de su valor social y económico” que genera confianza y certidumbre. Según los autores, el trabajo comunal no sólo genera recursos económicos, también colma un “vacío emocional” porque  “provee amigos, suple a la ausencia de pareja o familiares y permite desahogar tensiones”.

Las raíces de la economía solidaria remiten pues a los lazos de reciprocidad vigentes en Huancarani. La reciprocidad es definida como una modalidad no-mercantil de intercambio de bienes, servicios y símbolos que se realiza en el seno de un sistema de relaciones personales y que favorecen la cohesión del grupo social. El trabajo describe el complejo funcionamiento de algunas modalidades de intercambio recíproco: la mink’a, el ayni, pero también el trueque. Las formas no mercantiles de intercambio son esenciales para las personas solas -los ch’ullas- o con poca familia porque los insertan en redes de relaciones sociales.

En tercer lugar, la investigación pretende problematizar y complementar la definición tradicional de pobreza (basada -como se sabe- en la noción de carencia material)  introduciendo para ello una “dimensión simbólica”. En el caso de Huancarani, el “pobre” carece ciertamente de recursos, pero también es una persona sola que carece de prestigio social. Los investigadores han empleado técnicas para facilitar la auto-estratificación de la población en función de criterios de pobreza/riqueza; los resultados han permitido construir tres categorías de personas solas/pobres: el wajcha -huérfano-, el wajcha migrante (personas sin relaciones de parentesco en su nuevo lugar de residencia) y el ch’ulla o persona que no tiene pareja como las viudas, gente abandonada o soltera. Se trata de “seres incompletos”, en suma, a pesar que algunos disponen de  tierras y de animales.

La noción de “comunidad inventada” (un eco del famoso libro de Eric Hobsbawm sobre las tradiciones inventadas) quiere poner una distancia crítica respecto a los usos “esencialistas” de la categoría “comunidad” y pretende enfatizar la creación y recreación, en una atmósfera contemporánea, de prácticas solidarias y sentidos comunitarios rescatados de la tradición. En suma, una estrategia económica solidaria sólo puede funcionar si el sentido colectivo de pertenencia, el “nosotros”, es construido y reconstruido permanentemente.


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