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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.11 n.23-24 La Paz mar. 2008

 

En la ciudad del Gran Mariscal

 

Homero Carvalho Oliva1

 

La vida cambió en Sucre con la instalación de la Asamblea Constituyente. Homero Carvalho, escritor y testigo del proceso, nos propone un recorrido por la ciudad, sus calles, plazas y boliches que acogieron a asesores, operadores políticos, consultores y gringos tercermundistas. Sucre, señala el autor, volvió a ser la capital de las mesas redondas, de los foros, de los seminarios y de las polémicas al calor de un “karapecho” y un vaso de cerveza.


El 6 de agosto de 2006, la ciudad de los cuatro nombres recibió con alegría y esperanza a la Bolivia pluricultural. La ciudad que fue fundada en 1538 con el castizo nombre de Villa de La Plata de la Nueva Toledo, por la cercanía con las minas de plata de Potosí y Porco, que luego fue llamada Charcas por un antiguo señorío aymara, Chuquisaca por ser el nombre de la región y luego del departamento y, posteriormente Sucre,  por Ley del 12 de julio de 1839, se congregó en la Plaza 25 de Mayo para saludar a los representantes de los pueblos indígenas que típicamente ataviados desfilaron junto a la Fuerzas Armadas de la nación.

Me imagino que un acontecimiento así no se veía en la Capital Constitucional de la República desde la entrada de Simón Bolívar en 1825, le dije a un amigo, y éste me respondió que también era posible compararlo con la entrada del primer circo en 1839, cuando los ciudadanos que todavía no se acostumbraban a ser llamados sucrenses, vieron azorados a un elefante caminando lentamente por las angostas calles de su ciudad.

Este pintoresco desfile que precedió a la instalación de la Asamblea Constituyente luego de un intenso periodo de luchas iniciado en 1990 con la “Marcha indígena por el territorio y la dignidad”, culminó como entrada de la fiesta democrática que suponíamos habría de prolongarse en el escenario central del portentoso edificio conocido como el “Teatro Gran Mariscal de Ayacucho” en homenaje a don Antonio José de Sucre, sede de la Asamblea Constituyente.

Con el transcurso de los acontecimientos y las actuaciones de los asambleístas, el “teatro” sería el blanco de las crueles bromas acerca de su destino y de la puesta en escena que se vivió en su interior.

La ilustre ciudad

Mariano Baptista Gumucio, grande lector y autor de eruditas selecciones y recopilaciones, presentó en 2006 un minucioso trabajo de investigación titulado La ciudad de los cuatro nombres2 en el que reúne testimonios, artículos, breves ensayos y prosas de autores extranjeros y nacionales sobre esta ciudad, desde el siglo XVI hasta la fecha. De ese volumen trascribimos algunos fragmentos para solaz del lector:

La noble y leal Villa de Plata, población de españoles en los Charcas, asentada en Chuquisaca, es muy mentada en los reinos del Perú y en muchas partes del mundo por los grandes tesoros que de ella han ido a España (Pedro Cieza de León, 1553).

La ciudad es sede de la Audiencia o Corte Suprema de Justicia, cuya jurisdicción se extiende más allá de todo el alto Perú. Hay cinco jueces, incluyendo el Justicia Mayor…Estos jueces son llamados Ministros del Rey, todos vienen de España y son personajes pomposos (Vicente Pazos Kanki, 1819).

Existe en Chuquisaca una muy buena sociedad integrada por magistrados, profesores, empleados, civiles y militares, el alto clero, el comercio y fuertes propietarios. Durante el período de sesiones del Congreso, encuéntrase allí los diputados de todos los departamentos. De donde resulta que esta ciudad encierra una gran cantidad de gente culta y que se puede vivir en ella de la manera más agradable posible (Alcide D’Orbigny).

El nombre de “Ilustre ciudad” pertenece a un libro de Gustavo Navarro, Tristán Marof, uno de los grandes escritores chuquisaqueños, famoso por su crítica a quienes en su “fogosa imaginación creían descender de la alta nobleza hispana. De ahí el orgullo y la soberbia que ha distinguido a la gente de Sucre” (Baptista, 2006).

Acerca de su pasado culto, José Eduardo Guerra, en La ciudad de los cuatro nombres, cita al polígrafo cruceño, Gabriel René Moreno, considerado el príncipe de las letras bolivianas, quien escribió que “en Chuquisaca se disertaba en pro y en contra de palabra y por escrito todos los días, se argüía se reargüía de grado por fuerza entre sustentantes y replicantes  a lo largo de corredores, dentro del aula, en torno a la cátedra solemne, ante las mesas examinadoras y desde los bancos semi parlamentarios de la Academia Carolina. Disputar y disputar. Donde quiera que se juntaran dos o tres estudiantes, se armaba al punto la controversia por activa y pasiva en todas las formas de la argumentación escolástica”.  Si nos atenemos  a esta descripción podemos concluir que no fue casual que las voces de la independencia cobraran fuerza en esta ciudad.

La Plaza y la “Santa de los casos imposibles”

La plaza 25 de Mayo es el centro de encuentro de la ciudad de Sucre. En ella se da cita todo el mundo: los jóvenes, empleados públicos y jubilados. A partir de las seis de la tarde se convierte en un hervidero de estudiantes que se cruzan miradas, se lanzan piropos y juegan sensualmente entre ellos. En la plaza uno se puede hacer lustrar los zapatos, comprar periódicos y tomar helados en los kioscos de sus cuatro esquinas.

Desde la llegada de los asambleístas y políticos también se ha convertido en el espacio para entrevistarlos, especialmente la esquina frente a la Alcaldía Municipal. Como en toda ciudad pequeña, la plaza de Sucre es un personaje más. Los sucrenses hablan de ella como si estuvieran yendo a ver a un amigo muy querido. Si nos sentamos en sus bancos de madera y aguzamos los oídos podemos escuchar a la ciudad contarnos su historia.

Como todos los parques y plazas de la ciudad está muy bien cuidada y rodeada de jardines. Un paseo recomendable, aparte de los museos entre los que se destaca el de Tejidos, es el del parque Bolívar, a unos pasos del teatro Gran Mariscal.

Sucre debe ser la única ciudad que posee poemas en las esquinas de sus calles, impresos en primorosas cerámicas esmaltadas que el habitante y el visitante pueden leer como si estuvieran descansando en un  recodo del camino. Amén de sus templos, sus balcones, sus campanarios y sus techos de tejas coloniales que pueden ser apreciados desde distintos puntos altos de la ciudad pero que aconsejo fervientemente se lo haga desde la Recoleta.

Nunca está demás recordar la Casa de la Libertad en plena plaza, la Prefectura y la Catedral. Bajando por la calle Arenales llegamos a la plazoleta Libertad y al Palacio de Justicia. Las calles de los alrededores de este recinto  están llenas de oficinas y bufetes de abogados. El humor ácido de los sucrenses ha bautizado a estas calles como “Bahía de cochinos”, y si uno sube por la Ravelo se encuentra con algo digno del realismo mágico. Casi escondida se abre una puerta que da a una pequeña capilla en la que cientos de veladoras se ofrendan a la imagen de Santa Rita, la santa de los casos imposibles; su altar está siempre lleno de papelitos con las súplicas de los devotos para que interceda por ellos ante el Tribunal de Justicia.

Frente a la capilla de Guadalupe se encuentra la calle Nicolás Ortiz Pacheco, un patricio chuquisaqueño y prestigioso poeta, célebre por su ironía. Nunca una calle fue bautizada con tal acierto pues en ella se encuentran algunos de los más concurridos cafés, bares y restaurantes que rápidamente fueron invadidos por los constituyentes, sus asesores, consultores y otra gente peor como el que esto escribe.

Entre agosto y diciembre de 2006, estos lugares no eran muy frecuentados por los asambleístas, salvo por algunos que estaban acostumbrados a  ellos en ciudades como La Paz, Cochabamba o Santa Cruz. Los que sí asistían a diario como si fueran  a marcar tarjeta, eran los asesores y consultores. Creo que entre todos sumábamos cerca de mil mujeres y hombres.

La vida cambió en Sucre con la instalación de la Asamblea Constituyente. Llegaron 255 constituyentes, y con ellos asesores, operadores políticos, consultores de varias organizaciones no gubernamentales y organismos de cooperación internacional, así como gringos tercermundistas que venían a observar el proceso constituyente que habría de refundar Bolivia, interpelando al “Estado colonial y neoliberal y reivindicando la memoria de los pueblos indígenas”.

Yo llegué como parte de este sector privilegiado y muy pronto nos fuimos conociendo entre todos. Nos ubicaron en el último piso del teatro Gran Mariscal y desde allí, en unas incómodas y frías graderías, compartíamos el espacio con los representantes de los movimientos sociales y algún que otro turista despistado. Al efecto puedo afirmar que fui de los que miraron de palco el proceso constituyente.

Entre los consultores se repetían muchos de los prejuicios políticos de los constituyentes, uno de estos prejuicios obligaba a los que pertenecían a “oenegés” de tendencia izquierdista a evitar mezclarse con los “otros”, cumpliendo un instructivo que ordenaba a los militantes que “no se debía confraternizar con el enemigo”.  Del lado de la derecha de la Asamblea la orden no fue necesaria, era explícita, así que nadie se metía con nadie. Así pasaron varios meses, insultos y chicotazos de por medio, en los que unos y otros fueron y fuimos aprendiendo a conocernos, y si no a querernos, por lo menos a respetarnos.

La composición étnica y social de los 255 constituyentes es tan variada como la nación misma. La asamblea es el fiel reflejo de la pluralidad cultural del país y eso se pudo evidenciar en la forma como fueron tomando la ciudad. Aquellos que pertenecen a clases sociales acomodadas se alojaron en los hoteles de mayor costo, cercanos a la plaza y con todas las comodidades; los de clase media prefirieron buscar hostales; los campesinos e indígenas lo hicieron en alojamientos, y hubo quienes prefirieron alquilar casas con varios dormitorios y trasladarse a vivir a ellas en grupos para disminuir sus gastos y de esa manera ahorrar.

Estas diferencias también se notaron en la alimentación. Los restaurantes cercanos a la plaza muy pronto tuvieron sus parroquianos bien vestidos y mejor comidos, al igual que las pensiones de los barrios y el propio mercado tuvieron los suyos. Una paella de quinua en el restaurante más caro, un picante de cola en una quinta o un sándwich de chorizo en el puesto de “La siete lunares” despertaba los mismos deseos entre los constituyentes salvando sus ingresos económicos y sus hábitos culturales. Mención aparte y de honor merecen los picantes que han hecho de Sucre el lugar de estas delicias habiendo de variados colores y sabores.

La presencia de los nuevos huéspedes fue asimilada velozmente por la ciudad y en menos de un mes de su llegada los precios del taxi, de las gaseosas y de las comidas en los boliches del centro sufrieron notables incrementos. Una amiga vegetariana me hizo notar que las ensaladas fueron las que mayor y repentina subida registraron porque ese era el menú de asesores y consultores que se precian de cuidar su salud.

Los parroquianos de la Nicolás Ortiz y la disputa ideológica

Los boliches de la Nicolás Ortiz, unos más que otros, se convirtieron en el lugar de encuentro tanto de los asambleístas “clasemedieros” como de la gente que pululaba alrededor de ellos. Después de pasar por los meses más conflictivos, entre agosto de 2006 y enero de 2007, donde la tensión se podía cortar con tijera en los recintos de la Asamblea, seguían las agresiones físicas y verbales en una catarsis social que parecía que nunca iba  acabar: se cayó Román Loayza, se recuperó y tuvo que venir el “Abrazo de la paz”, las huelgas de hambre y movilizaciones por los dos tercios y la posterior aprobación del polémico artículo 70 del Reglamento para que las ánimos se calmen y se puedan acordar las Comisiones y éstas iniciar su trabajo.

Pasaron los foros territoriales en los nueve departamentos y en los meses de mayo, junio y julio Sucre vivió días agitados. Las audiencias públicas congregaron en la ciudad a dirigentes políticos, a dirigentes de organizaciones sociales, públicas y privadas, a expertos en todos los temas que hacen a la vida pública de la nación y el Estado, y a pintorescos personajes que venían buscando notoriedad o descargar sus traumas y frustraciones.

Las aulas del colegio Junín, otrora convento y luego establecimiento educativo, convertido por un artificio burocrático en sede de las 21 comisiones, recibía a sancho, pedro y martín. Desde tempranas horas hasta la madrugada los asambleístas acogían a gente que les hablaba de la importancia del agua en la navegación, de la simbología del escudo, de la necesidad de cambiar el nombre Bolivia por el de Kollasuyo, de tierra y territorio, de justicia comunitaria, de interculturalidad, de…

Los expertos no se dejaron esperar y las oenegés y la cooperación internacional trajeron a reconocidos profesionales, a ex presidentes, a intelectuales y a otra gente mejor o peor según quiera verse. La discusión de la que hablaba René Moreno volvió a ser la protagonista de las charlas y Sucre volvió a ser no solamente la capital constitucional de la República sino la capital política, la capital donde se hablaba y se respiraba política. Por algunos meses el “mito de la Culta Charcas” cobró vigencia y se hizo realidad cotidiana.

Sucre volvió a ser la capital de las mesas redondas, de los foros, de los seminarios, de los talleres y de las polémicas al calor de un “karapecho” y un vaso de cerveza. Los boliches de la calle Nicolás Ortiz se convirtieron en la extensión obligada de las discusiones iniciadas orgánica e institucionalmente. Hasta allí llegaban los constituyentes de distintas organizaciones rodeados de sus asesores y consultores para seguir discutiendo lo que no había quedado muy claro. En ocasiones las discusiones se diluían entre copas y terminaban en las discotecas.

En muchos casos se trataba de diálogos de sordos y en otros los supuestos concilios, consensos y acuerdos de la noche eran rotos al día siguiente por las frías y lejanas instrucciones del partido o la agrupación política. Había que empezar de nuevo.

En los corrillos de la Casa Argandoña, sede de las Bancadas y las Brigadas, del Colegio Junín, sede de las comisiones, del propio Teatro Gran Mariscal y de los cafés, si uno está atento, también es posible escuchar historias de amores “interpolíticos”, que incluso han llegado al matrimonio pero solamente de parejas de partidos de la misma tendencia ideológica. Dicen que aquellas parejas que pertenecen a distintos partidos prefieren mantenerse en la clandestinidad, a salvo del escarnio de sus agrupaciones políticas.

Durante los meses de mayo, junio y julio daba gusto ver a los asambleístas y a  sus operadores trabajando, en movimiento, si hasta parecía que pese a todo una nueva Constitución Política era posible. Que pese a las profundas diferencias ideológicas el consenso era posible.

Fueron meses de intensa actividad en los que los constituyentes parecieron reivindicarse de las afrentas del público que los había cuestionado como “flojos” y  “mankagastos”.

Tampoco fue gratuito que la prolongación de las discusiones se hicieran en la calle Nicolás Ortiz, ya les advertí que el hombre fue todo un personaje de la bohemia chuquisaqueña, hábil polemista que disputaba intelectualmente con sus amigos y adversarios políticos y literarios. La Nicolás Ortiz tendrá para mí un recuerdo imperecedero porque soy un animal de los cafés, porque en ellos disfruto de las buenas y malas compañías.

En cierta ocasión me encontraba junto a Luiz Salomao, brasileño, ex constituyente del PT del presidente Lula, y en el mismo día pudimos conversar con dos ex presidentes: almorzamos con Eduardo Rodríguez Veltzé y cenamos con Carlos Mesa Gisbert, acontecimientos que lo hicieron exclamar asombrado que eso era algo imposible en otro país, “sólo en Bolivia” me dijo sonriéndome cómplice y yo le respondí: “sólo en Sucre, compañero”.

La Nicolás Ortiz no solamente es la calle de los boliches y de las más bellas y melancólicas gringas por metro cuadrado; es la calle de las botica con botellitas de colores, la  calle del “ají de trigo”, de las papas rellenas y de la cerveza sureña.  En estos cafés nacieron amores, se consolidaron amistades, se inauguraron broncas, en fin, se hizo política en el sentido nostálgico de la definición.

“Otras voces, otros ámbitos”

Pero en Sucre no solamente se hablaba de la nueva  Constitución Política del Estado, del necesario pacto social o de los nuevos paradigmas, también se hablaba de poesía, de cine, de fútbol y de música. Paralelamente a las discusiones organizadas o improvisadas sobre los informes de las comisiones discurría la bohemia chuquisaqueña.

Esta ciudad tiene una tradición bohemia afincada en sus grandes intelectuales, tradición que proviene de las aulas de la docta Universidad Mayor, Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca o la Academia Carolina, bohemia que fue enriquecida durante la república por un sin número de artistas, intelectuales, escritores y poetas.

No vamos a nombrar  a los que se fueron, vamos a nombrar a los que están, entre ellos a don Luis Ríos Quiroga fundador de la Academia de la Mala Lengua, institución dedicada a celebrar a la palabra como instrumento de la imaginación, un extraordinario conversador y quien alguna vez que lo confundieron con un poeta citó a Carlos Medinaceli y aclaró: “No soy poeta, soy un hombre honesto”. A la entrañable poeta y cantautora Matilde Cazasola, a Rodolfo Mier y a otros muchos otros que hacen de Sucre un lugar lindo para vivir.

Dentro de esta bohemia se destacan varios grupos culturales y algunos personajes como Félix Arciénega, que posee el único periódico mural con un espacio propio en una plaza principal desde el cual fustiga a medio mundo.

Entre las instituciones que acompañan la movida cultural están la Fundación La Plata, el Archivo y Biblioteca Nacional y el Comité del Bicentenario que celebrará con bombos y platillos el Primer Grito Libertario de América el año 2009. El Comité ha publicado libros y cumplido una serie de actividades artísticas y culturales entre las que destacan un encuentro de narradores que trajo por Sucre a gente de varios países y un encuentro de poetas de Bolivia que juntó a lo más granado de la poesía boliviana en lecturas que se hicieron en el patio de la Casa de la Libertad. Con los poetas nos alejamos del centro y tomamos por asalto los boliches de la periferia, aquellos donde sirven suculentas “sullkas”, fritangas y fricasés.

En julio de 2007 se realizó el Encuentro de Gestores Culturales que definió políticas nacionales. Y en agosto el Segundo Encuentro de Arte y Patrimonio. En todo este panorama festivo y de gran intercambio cultural hay que lamentar la desaparición del Festival Internacional de Cultura que ya se había convertido en una referencia nacional.

Sucre es una hermosa y amable ciudad. Su gente es sencilla y generosa. No recuerdo haberme encontrado a ninguno de esos individuos arrogantes que se jactan de ser “sangre azul”. Eso se lo dejo a los mitos chuquisaqueños que como fantasmas aparecen y desaparecen.

En este artículo quise hablar de Sucre en tercera persona y terminé haciéndolo desde mi experiencia; es imposible no hacerlo cuando se está hablando de lo que se ha vivido.

La Asamblea Constituyente, con buenas o malas razones, ya forma parte del imaginario colectivo de la ciudad. La señora de la tienda de la esquina, el taxista, el tribuno, el jurisconsulto, el lustrabotas de la plaza, los niños guías del Cementerio y la señora que espía a sus vecinos detrás del visillo ya tiene otro tema para hablar, y nosotros, que no tenemos una lengua muy buena, también tenemos mucha tela que cortar.

Mucho se ha dicho de Sucre y los chuquisaqueños a raíz del tema de la capitalidad, todos nos equivocamos pensando que este pueblo amable era abúlico y que no tendría capacidad de movilización. Que en Sucre nunca pasaba nada, que la gente era apática, indiferente. Durante un mes Sucre demostró porqué fue la sede del Primer Grito Libertario de América, que un 25 de mayo de 1809 sacudió el continente.

No importa lo que se diga de Sucre, según Tristán Marof como una “ciudad vieja y rancia en su costumbres no se intimida con los críticas ni le produce escozor lo que digan de ella. Es mas vieja que Buenos Aires y Montevideo y cuando estas eran apenas unas aldeas ya Chuquisaca estaba orlada de privilegios y preeminencias, con sus oidores y su gente de pro”.

Lástima que, como dijo un asambleísta, jefe de un partido político, en una de las tantas entrevistas que le hicieron, a estas alturas del partido nos vengamos a dar cuenta que la Asamblea Constituyente está en otra parte y que en Sucre únicamente está el teatro.


 NOTAS

1      Escritor boliviano, autor de libros de cuentos, ha obtenido varios premios dentro y fuera del país. Sus cuentos figuran en antologías nacionales e internacionales y han sido traducidos a varios idiomas.

2      Baptista, Mariano. La ciudad de los cuatro nombres.  Sucre: Biblioteca del Bicentenario. 2006        [ Links ]

 

 

 

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