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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.10 n.22 La Paz  2007

 

Cynthia Vargas, Ana Karin Arias y Jesús Edgley

2003

 

La profesión es todo. La profesión es nada. Los jóvenes benianos con relación al valor del mercado de su profesión e inserción laboral.

La Paz: PIEB.

 

Gustavo Rodríguez Ostria 1


En la última década las universidades han empezado a reparar en los vínculos que deben mediar entre sus graduados/as y el mercado de trabajo. Hasta entonces se suponía que la oferta profesional, diseñada por académicos ilustrados, se impondría a una demanda siempre creciente. Las beneméritas instituciones no tenían porqué preocuparse por el destino de sus productos, que por escasos y apreciados encontrarían fácil colocación. En los años noventa del siglo XX estas convicciones cayeron por su propio peso. Las universidades se masificaron y el volumen de graduados/as creció a una tasa mayor que la demanda. Por otra parte, la globalización y la revolución tecnológica cambiaron las reglas del juego creando nuevas relaciones y jerarquías laborales.

Para responder al reto, las universidades readecuaron sus estructuras organizacionales e incorporaron al mercado como una variable fundamental a la hora de reformar su currículo. Concientes de las profundas y vertiginosas mutaciones en el mundo del trabajo, asumieron que no debían formar para el empleo sino para la empleabilidad. El o la estudiante estaría dotado/a de conocimientos, habilidades y destrezas flexibles, sensibles al mercado y capaces de adaptarse a un entorno cambiante y diversificado, propio de la sociedad del conocimiento.

En algunos casos incorporaron en sus órganos de gobierno a representantes de los sectores productivos, para fortalecer los vínculos universidad-empresa y mejorar la pertinencia de su oferta. El vocacionalismo se impuso, y las universidades comenzaron a centrarse más en atender las demandas del mercado. En Europa, por ejemplo, con la Declaración de Bolonia (1999), creció el diseño del currículo por competencias. La demanda organiza ahora la oferta académica.

En Bolivia esta agenda caló muy poco. Las universidades siguen sin preocuparse por el destino de sus graduados/as. Las públicas, burocratizadas y con mecanismos lentos y conflictivos para la toma de decisiones, hicieron muy poco para aggionar su oferta. Otro tanto ocurrió en las instituciones privadas; con el agravante que en muchas oportunidades las nuevas carreras que ellas ofrecen, no son sino rótulos que no expresan siempre nuevas opciones disciplinarias.

El país gasta cada vez más recursos en Educación Superior (unos 200 millones de dólares anuales), pero los resultados de la inversión son cuestionables, incluso sin asumir que el rol de las universidades es solamente formar profesionales. Como sociedad conocemos muy poco de la interacción entre quienes estudian y quienes requieren sus servicios. Aunque nunca el ajuste entre demanda y oferta profesional es perfecto, pues existen siempre rezagos en la información y en la formación universitaria que por su naturaleza trabaja para un mercado futuro y cambiante. En Bolivia la situación es mucho más grave. Estamos frente a un profundo desencuentro entre oferta y demanda profesional. En el 2005, el Viceministerio de Educación Superior cofinanció un estudio realizado por Fundapro y la Universidad Privada Boliviana (UPB), que lo confirma totalmente: carreras saturadas, desempleo profesional, predilección por el “doctorismo” y escasa atención por las profesiones técnicas o las carreras intermedias, consideradas de menor prestigio social. Estamos frente a una situación de quiebre del empleo formal y de una devaluación del título universitario, que obliga a sus poseedores a continuar huyendo hacia delante, tratando de reparar la situación adquiriendo más y más títulos y certificados por intermedio del postgrado. Situación que en muchas oportunidades conduce a nuevos desengaños.

De allí que rescato la importancia de estudios como La profesión es todo. La profesión es nada. Aunque el trabajo analiza una realidad regional, donde, por su pequeñez y dominio del sector público, no podría esperarse que funcione un mercado laboral extendido y complejo, deja importantes enseñanzas y abre senderos para futuras investigaciones. 

Edgar Arandia. Mono plural (2007). Acrílico sobre tela

El estudio rompe ¾y esa es su mayor contribución¾ con uno de los supuestos del funcionamiento del mercado laboral: su homogeneidad, su neutralidad y el poder de la meritocracia en la obtención de un puesto de trabajo. Por el contrario, la inserción profesional se realiza en un espacio segmentado y diferenciado, donde prima el capital simbólico intelectual del/a postulante y las marcas étnicas y de género que lo/a acompañan. Los y las estudiantes ingresan al mercado cargando saberes y aptitudes desiguales, que han alcanzado en su entorno familiar y social. En una sociedad colonial como la nuestra, el apellido y las redes familiares, ¾sostiene el equipo investigador¾ cuentan tanto o más que el desempeño estudiantil o la capacidad. Situación que nos aleja de una sociedad democrática en la que el mérito no tiene color de piel o sexo. En otros términos, el título es una condición pero no una garantía. Vale más contar con buenos padrinos familiares y pertenecer a redes políticas, que con un buen currículo. De ahí ¾pone en relieve el estudio¾ la juventud beniana está obligada a participar de estas redes, lo que abre las puertas al clientelaje y contribuye a consolidar la desigualdad.

La reputación de la universidad que otorga el diploma profesional, es también un factor de inserción laboral, aunque aquí se advierten las desigualdades sociales y de información. El espacio acotado donde se realiza el estudio, compuesto de una universidad pública y otras dos privadas muy pequeñas, impide constatar hasta qué punto la procedencia y nombradía institucional es un factor desequilibrante en el acceso laboral. Futuros estudios deberían desentrañar ésta interrogante, aunque no debe olvidarse que una universidad privada también “vende” redes sociales e información mediante sus profesores y autoridades, que no están disponibles para todos/as.

Concuerdo con el equipo investigador que las oportunidades de acceso a las universidades se han ampliado en el Beni, señal de una democratización social, pero incompleta. Como en el resto de Bolivia, el o la bachiller, atraído/a por imágenes del prestigio de las antiguas profesiones o la hábil publicidad sobre las nuevas ofertas (sic), toman sus decisiones a ciegas y se agolpan en las mismas carreras Contaduría Pública, Derecho, Administración, ya con escasas oportunidades laborales. Nadie les advierte de los riesgos. Las instituciones autónomas, porque sus recursos económicos no dependen del éxito de sus graduados/as; y las privadas, porque su éxito económico depende de atraer más y más estudiantes, a como de lugar. La juventud beniana, señala el estudio, vive así su futuro profesional con incertidumbre y frustración.

Frente a la crisis una opción es el autoempleo. El estudio, lamentablemente, no profundiza en su análisis y cuantificación. Se limita a señalar que su escasa difusión es atribuible a la insuficiencia de recursos del graduado/a para instalarse por su cuenta. No deja de ser una razón valedera, pero hay otra, que el estudio no consigna, y que no es menos influyente: las universidades forman para solicitar empleo, y no para generarlo, incluido el propio.

Una segunda ausencia, explicable por el contexto regional de análisis, pero ineludible para futuros estudios en otras realidades departamentales, es la omisión del impacto del postgrado en la inserción laboral: ¿contribuye a generar mejores oportunidades laborales? Aunque, claro, en el modelo de apellidos y redes que definen la inserción laboral en el Beni, poco debiera influir.

El estudio en cuestión se realizó en 2004, antes que pudieran advertirse los cambios en el reclutamiento del personal del Estado por parte de la administración del presidente Evo Morales. Aunque éstos no han llegado hasta el Beni, dominado por los partidos tradicionales, puede formularse una interrogante: ¿qué nuevas redes sociales y capital simbólico son necesarios para insertarse ahora en el aparato gubernamental? Ojalá nuevas y sugerentes investigaciones, como la que reseñamos, nos ayuden a responderla.


Notas de pié de Página

1   Alejandro F. Mercado es Director del Instituto de Investigaciones Socio-Económicas (IISEC) de la Universidad Católica Boliviana.

1   Ingeniero químico con una maestría en medioambiente. Docente e investigador  de la Universdad Técnica de Oruro. Trabaja

     como consultor ambiental.

1   Investigador y docente de la Universidad Amazónica de Pando.          

2   Sigla que refiere a las unidades políticas del departamento Pando, Bolivia; Región Madre de Dios, Perú y Estado de Acre, Brasil.          

3   Carta Brasileia Epitaciolandia, cita del libro reseñado.            

1   Economista, magíster en Ciencias Sociales, magíster en Historia Andina. Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y

      Sociología (UMSS), 1992-1995. Viceministro de Educación Superior, 2003-2005.    

Edgar Arandia. La función del pajpaku (2007). Acrílico sobre tela


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