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Tinkazos

versión On-line ISSN 1990-7451

Tinkazos v.10 n.22 La Paz  2007

 

SECCIÓN IV

CULTURA

Edgar Arandia en diez estaciones

  Manuel Vargas 1

 

1. Entre la historia y los números

Edgar Arandia, paceño y cholo declarado, nació el año 1950. Soy menor que él con dos años, lo que quiere decir que lo conocí cuando yo tenía 23 y él 25 años. Fue en una sala de exposiciones de El Prado, que obviamente ya no existe. Sí, era el año 1975, y él exponía en esa sala; me acuerdo porque entonces yo acababa de publicar mi primer libro, Cuentos del Achachila humilde y sencillo librito, como diría Neftalí Morón de los Robles, ese poeta loco de Montes Claros. Se lo mostré, orgulloso, y él me dijo unas palabras de aliento, ya no las recuerdo, pero me hizo sentir bien, y ahí nomás nos volvimos amigos. Seguramente después nos fuimos a tomar unos tragos.

No puedo decir que le seguí los pasos desde entonces, pues íbamos uno al lado del otro, y yo no era ni periodista ni crítico de arte. Sin embargo, me pongo a ver entre mis papeles, y constato que, en el lapso de treinta y dos años, he escrito sobre él en tres oportunidades, comentando algunas de sus exposiciones, o por la simple razón de decir algo a propósito de este hombre gozador del lenguaje, de la comida, de las mujeres, de los colores. Un breve texto por cada diez años, digamos. Aquí va el cuarto, que muy bien puede valer como un resumen ampliado para la próxima década.

Gracias a estos viejos recortes de periódico, me entero que el 9 de mayo de 1988, Edgar Arandia había inaugurado una exposición, una muestra titulada “Obra sobre papel”, compuesta por 75 grabados realizados en distintas técnicas. Uno de esos cuadros se llamaba “Razón, no me abandones”. Eran los tiempos de la democracia y sin embargo había que seguir apelando a la cordura para que la locura no nos cause tantos estragos. En ese texto, publicado en el periódico Presencia el 12 de mayo del mismo año, quien esto escribe decía que para visitar al artista había que dirigirse a la zona norte de la ciudad de La Paz, más allá de la plaza Murillo, siguiendo por el parque Riosinho… El cuento continúa de esta manera:

Ahora es el momento de dirigirse hacia el cerro de El Calvario, al mundo de los brujos, por la calle Manzaneda y por parecidos recovecos, hasta encontrar la avenida Segundo Crucero, y pararse ante las gradas de la Casa de Piedra… Entonces le será dado a Ud. ver una mínima claraboya, un patio morado tal vez con luces de Lezama Lima, tal vez con sonrisas de René Bascopé Aspiazu, y si tiene coraje bajará unas gradas cuidando de no romperse la crisma en el depósito de trastos (una gorra olvidada, un marco de veinte bolivianos, vidrios rotos y camisetas agujereadas).

Aquí tienen, señores: una cama en desorden con rollos de cartulinas como patas, libros por montones, polvo, un caballete, plumas de verdad y plumas de papel, varios pares de zapatos, el Enano Godínez y muchas manos: manos como raíces, como árboles, manos en los pies y en el estómago: alas y monstruos…2.

Parece que, en este año 2007, Edgar Arandia sigue siendo el mismo, aparte de que ha cambiado de casa, sólo a unas tres cuadras más abajo. Es una casa construida por él y la podemos ver como el resumen de la ciudad de La Paz con todos sus climas, sus gradas, sus vientos y luces que nos recuerdan que si queremos soportar estas alturas, no vale la molicie sino el constante movimiento.

2. Sentados en uno de los pisos de su nueva casa. Los primeros tiempos

Ya hemos llegado, y con la ayuda de unos “hediondos” (cualquier cigarrillo) y alguna música de su vieja grabadora, vamos a tratar de hacer un repaso a las pasiones de toda su vida, desde los tiempos de la poesía y la ternura del color de Marc Chagal, hasta los sueños de los chamanes que dominan a la lluvia y el granizo.

Lo vemos primero como estudiante del colegio nocturno Ayacucho, como dirigente de la Federación de Estudiantes de Secundaria y, al mismo tiempo, para ganarse la vida, trabajando de obrero en una imprenta. De yapa ya era casado, comenzó a pintar y nació su primera hija. Por todo ello, y sobre todo por la niña, nos dice, “viví una etapa muy dulce de mi pintura: estaba muy influido por Chagal, la pintura fantástica, el realismo mágico”.

Realizó su primera exposición a los 18 años en el Museo Nacional de Arte. La directora del Museo era doña Teresa Gisbert; cuando vio sus pinturas, y tal vez la expresión de orgullo del pintor en ciernes, le dijo muy seria:

- Yo no creo en los niños prodigio.

Y  él le respondió:

- Yo tampoco.

Al año siguiente realizó otra exposición, empleando la técnica del óleo sobre cartulina. Trabajaba en condiciones muy precarias, ya que no tenía plata para comprarse bastidores y otros materiales mejores. Aparte de la magia de Marc Chagal, se sentía influido por maestros como Luis Zilvetti; le fascinaban, asimismo, unas pinturas del siglo XVII del “Maestro de Caquiaviri”.

Pero ese mundo inicial fue cortado abruptamente por la irrupción de la dictadura del entonces coronel Hugo Banzer Suárez (1971).

3. La “época negra” o la pintura de emergencia

Dentro de su familia, y en su entorno, siempre hubo preocupaciones políticas. Su padre también fue político, aunque como militante de la derecha. Además, eran los tiempos en que la rebeldía y la revolución estaban en el aire, después de los acontecimientos de los años sesenta en todo el mundo, que culminaron, en Bolivia, con la guerrilla del Che Guevara de 1967. En 1970 advino el gobierno progresista de Juan José Torres y surgió la Asamblea del Pueblo; y en agosto de 1971, el golpe auspiciado por los sectores de la derecha boliviana. Para Edgar fue un corte traumático, porque además fueron a buscarlo a su casa, lo detuvieron y fue a parar a la cárcel. Su pequeña biblioteca, en esos tiempos de no más de doscientos ejemplares, fue destruida y quemada en el patio del conventillo donde vivía. Pero a cambio, en la Dirección de Orden Político (DOP), donde estuvo detenido seis meses, tenía un compañero de presidio, Ronald Grebe, quien le fue pasando toda la literatura del boom latinoamericano, que a éste le traían su familia y sus amigos. Edgar y Ronald son un ejemplo de muchísimos otros jóvenes de esa época que asocian a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa con la cárcel.

Cuando salió libre, pero a un mundo de miedo y de incertidumbre, empezó a hacer lo que él llama una “pintura de emergencia”. Por eso, la especialidad en la que más se encontró y pudo manejar con buena mano, fue el dibujo, porque se lo podía realizar rápido, explica, y era capaz de terminar un cuadro en una tarde.

En esa época, la segunda ya en el camino del pintor, se había conformado un grupo de artistas, el llamado “Círculo 70”, entre los que se encontraban el fino acuarelista Julio César Téllez, y otros de tendencia costumbrista.

“Yo era muy joven”, recuerda en otra entrevista, “tenía 19 años cuando me incorporé al Círculo 70 y lo hice con Silvia Peñaloza, Benedicto Ayza, Erasmo Zarzuela, Gíldaro Antezana, Ricardo Pérez Alcalá y, bueno, otra gente que después desapareció del panorama. Nos incorporamos el 71, en plena dictadura, y la discusión ideológica era intensa”3.

Al ver que muchos de los del grupo tenían un simple interés gremial, y que no les interesaba la política, Edgar y compañía se desprendieron del Círculo, o fueron echados. Se sentían más cercanos a los artistas de una generación anterior, cuyo paradigma eran los pintores del grupo Anteo, entre los que estaban Wálter Solón Romero, Miguel Alandia Pantoja y Lorgio Vaca. Con estas inclinaciones, realizaron por su cuenta sus exposiciones. Recuerda que una vez, cuando estaba como alcalde de la dictadura Armando Escobar Uría, lo censuraron y retiraron dos de sus dibujos, y también censuraron a Gíldaro Antezana.

Había una eclosión tremenda de la pintura entonces, pero la pintura que estaba de moda era de tambos, puertas, naturalezas muertas con zapallos, es decir una acuarela frívola absolutamente, como si en Bolivia no se matara una mosca. Entonces, con Benedicto Aiza comenzamos a hacer exposiciones cada vez más provocativas. Una de ellas fue en el Salón Municipal Guzmán de Rojas, y a ella vino Carlos Urquizo, sí, que luego fue mi amigo. En ese entonces era oficial mayor de cultura, y vino con un gendarme a decirme que retirara un cuadro que era ofensivo para las Fuerzas Armadas, y que si no lo hacía me iban a meter a la cárcel, porque además yo ya tenía mis antecedentes.

Edgar Arandia. El loquito de Munaypata (2000). Acrílico sobre tela

Entonces lo tuve que bajar, y le puse un cartelito que decía frágil, como si fuera un objeto de cristal, pero lo seguí exponiendo provocativamente, lo bajé y lo dejé en un rincón pero visible. Se molestaron mucho y vinieron a amenazar: tuve nomás que darle la vuelta, no había más remedio4.

A esa segunda época de su pintura Edgar la llama “época negra” porque utilizaba especialmente el color negro en sus dibujos. Era un tiempo en que la represión no solamente llegaba a las artes plásticas sino a otras artes. Había estado preso con los hermanos Junaro, músicos, y también recuerda a un grabador orureño, Ibáñez Acebedo, el “Oso hormiguero”, que terminó casándose con una religiosa de las que venían a la cárcel a  regalarles biblias. Acebedo “se convirtió al cristianismo”, salió de la cárcel y se fue a los Estados Unidos, donde se quedó para siempre.

Edgar nos recuerda que en Bolivia siempre ha habido diferentes tendencias en la pintura y las demás artes. En esa época algunos artistas hacían concesiones al nuevo mercado que se había abierto en la dictadura banzerista, porque había bastante circulante, “el precio de la libra fina de estaño era alto, los árabes prestaban los petrodólares sin mayores problemas”. De ahí que se generó un pequeño mercado de arte, cierto sector de la burguesía ilustrada “quería comprar cosas para decorar sus casas”. Había muchos pintores abstractos, costumbristas que se dedicaron a esa tendencia para ganar dinero.

Arandia insiste en que sus etapas como pintor fueron bien marcadas, ya que, como artista, uno es sensible a todo lo que ocurre en su entorno social e individual. La realidad le conmueve y le compromete. Su etapa de magia y de ternura, el color rosa, los verdes pálidos se había interrumpido abruptamente y conoció a otros artistas con una pintura muy desgarrada, expresionista. En esa etapa también le influyeron pintores como el mejicano Cuevas o el irlandés Francis Bacon.

Este hombre de anécdotas recuerda que, en plena dictadura, el periodista René López Murillo le comentó en una entrevista:

- ¿Pero por qué ataca tanto a las Fuerzas Armadas? Es como si para usted no sirvieran para nada.

- No, un momento, eso es falso. Yo adoro las bandas militares. Lo más importante en unas fuerzas armadas, para comunicarse con el pueblo, son las bandas militares.

Se mató de risa y le dijo que él también estaba de acuerdo.

4. La utopía del amor

Llegan otros vientos por la historia, cae la Unión Soviética, cae el Muro de Berlín y, en muchos otros lugares del mundo, las utopías sociales empiezan a quebrarse. Llega también la democracia, los ideales de la utopía eran eso: ideales. La realidad era muy dura y el artista se aferró, en su pintura, al amor de la pareja. El ser humano no puede deshacerse de las utopías, más bien cambia unas por otras, y esta vez se aferró a la utopía del amor. Al pintar todo lo relativo a la pareja la ternura, el dolor, los hijos, la separación, le permitió no perder sus sueños y, de una manera más humana y madura, volver a sus utopías políticas. Como complemento a la riqueza de esa etapa salió además su primer libro de poemas: Chuquiago blues, publicado “a pulso” en la Carrera de Artes, el cual surge precisamente de una exposición que realizó con el tema del amor.

De la misma manera surgió el segundo poemario, visual desde el título: El paisaje en los ojos de la iguana. Como intuyendo sus eternas preocupaciones, dice en uno de sus versos: Dentro de nosotros hay un pasado, íntimo, profundo, desconocido. De tanto pensar en el presente y en el futuro, lo hemos olvidado5. Libros felices, pues del primero se tradujeron algunos poemas al inglés y andan circulando por los Estados Unidos. El segundo mereció el Premio de Poesía Humberto Vasquez Machicado, del municipio de Santa Cruz. Además, tiene un poemario inédito.

¿Un pintor que escribe poesía? Para Edgar Arandia, la relación de la pintura con la poesía es total en su vida. Es otra faceta que en realidad es la misma. Se identifica con los pintores chinos, pues éstos son a la vez poetas: mientras pintan escriben un poema al lado, conformando un cuadro único. Éstas son sus palabras:

Yo siempre pienso que un artista, sea escritor, escultor, pintor, es ante todo un poeta. Me refiero a la actitud de la poiesis en términos de la creatividad de la que hablaban los griegos. La creatividad constante es un ejercicio que asumo cotidianamente, siempre estoy haciendo trabajar mi cabeza en proyectos porque a veces me canso muy rápidamente de una cosa y tengo que pensar en otra. Es muy fácil tener estilo, es un truco, sólo tener una impronta, que uno puede reconocer de un artista. Lo más difícil es ser proteico, ser capaz de destruir un estilo y empezar de nuevo6.

De ese tiempo, ¿o de otro también?, dije que se podía encontrar al artista a través del lenguaje de sus gestos de arlequín, en sus desesperadas aventuras en busca de la mujer, esa ilusión que desaparece en la cordura, y en el que ama también sin esperanza el color y la música, los animales humanizados más simpáticos que los hombres de la zoociedad. Cielo azul y cerros como iguanas, y la noche, los subsuelos del amor, una mujer, dos mujeres… Y poco a poco, este creador de mundos a su medida se verá rodeado de monstruos, más queridos y dulces que las personas bien peinadas, aquellas que saben cuándo y dónde sacarse el sombrero, cuándo sonreír y cuándo rascarse…

Entonces, esos fragmentos llamados cuadros tela, madera, papel, estuco se unirán en el gran mural de la desesperanza: espejo deformado, corregido y aumentado de la creación de Dios y el diablo. Y la máquina de la fantasía se independizará para dominarnos, o para desaparecer, y eso tampoco importará. Sólo nos quedaremos con un pequeño escozor, una inquietud, una tromba o una luz: lo que los mortales entendemos como ganas de amar y de odiar, de ser libres… nostalgias de eternidad.  

5. “La nueva pasión”

Las etapas se entrecruzan, no se miden por el tiempo cronológico. La de la utopía del amor no fue breve, pues ya estaba antes y se mantiene. Cuestión de intensidades. En los años ochenta, cuando empezaron las luchas sociales de protesta por esa democracia hecha a la medida del neoliberalismo, Edgar ya quería empezar de nuevo. Se puso a pensar en la religiosidad popular, y no sólo eso, decidió formalmente estudiar Antropología en la universidad.

En realidad, desde muy joven le había atraído la antropología; cuando estuvo exiliado en el Ecuador esta vez a causa de las persecuciones de García Meza, inclusive estudió un poco de filosofía. Ahora, al tiempo que asistía a clases, se dedicó a investigar sobre el tema de la religiosidad popular, e hizo una exposición llamada “La nueva pasión”. Ahí mezcló tejidos indígenas buscando una especie de indianización de Cristo. Si la Pasión cristiana era el inicio de la esperanza de la redención, “La nueva pasión” es el lenguaje de una colectividad que quiere ser sujeto de su historia.

No se trata de “conscientizar” con alguna intención explícita, la creación en sí ya es un acto de rebeldía, una rebeldía que se propaga en quienes ven estos cuadros, cruces, objetos, y se convierten en cómplices, sueñan, gozan, comparten un mundo común.

Los sentimientos, las pasiones y las convicciones del artista se plasman en imágenes oníricas, personajes históricos, míticos o religiosos. Una vieja herramienta ya no es para trabajar sino, por ejemplo, para ver a San Juan de Illapa. Edgar utilizó, con justeza y medida, aparte de la tela, materiales no tradicionales como la madera, los tejidos campesinos, fierros viejos, perlas de fantasía o una marraqueta desnutrida.

Esta preocupación le permitió avanzar en las expresiones plásticas partiendo de que “no se ha dicho todo aún, hay un sinfín de mundos, cosmovisiones que en Bolivia todavía están latiendo, están subsumidos, por ejemplo, en la “estética chola”. Empezó ahí también a develar algunos elementos técnicos importantes, como el “color simbólico” que tiene códigos de significación que hacen que se produzca una lectura diferente.

Vuelve a conformarse un grupo, llamado esta vez “Los beneméritos de la utopía”, en base a la gente que conoció en el Círculo 70: Silvia Peñaloza, Diego Morales, Max Aruquipa y Benedicto Aiza. Con ellos se pone a especular sobre la existencia de la “estética chola”. Y esto no como una especulación teórica, pues Edgar, entre otras cosas, baila en la entrada organizada por la festividad del Señor del Gran Poder, y asume esa vida como parte de su existencia.

Asimismo les empezó a inspirar la historia, ya no necesariamente el paisaje ni las anécdotas. En los noventa realizó una exposición sobre el conquistador Lope de Aguirre, sobre Zárate Willka, y el 92, con los Beneméritos, recordando los 500 años de la llegada de los españoles. Después realizaron otra sobre la Guerra del Chaco, leyeron especialmente textos de autores paraguayos para ver, desde el otro lado, esa guerra que dejó muchas cicatrices y fue, de alguna manera, el origen de la Revolución del 52.

Años más tarde aparecieron las calaveras o ñatitas, y los penes o allup’eqes. ¿Otra etapa? De la exposición de las calaveras salió su último libro, esta vez de etnografía: La otra muerte, “un librito para ver y leer”. Trata sobre el culto a las ñatitas, que es un aspecto “que la literatura de este nuevo siglo va a tener que pensarlo seriamente”.

Los allup’eqes (penes) tienen que ver con el sentido del humor aymara, nos explica Edgar. Los aymaras llaman al miembro del hombre jisk’a tataku (pequeño hombrecito), le dotan de autonomía, y en base a eso hacen muchos chistes picarescos. De eso hizo muchos dibujos y un cuadro grande resumiendo esta otra parte de la erótica andina aymara.

Edgar Arandia. La calavera de Arturo Borda (2000). Acrílico sobre madera

6. ¿Otro cambio radical?

Actualmente, con lo que él llama “un cambio radical” en su pintura, está haciendo una incursión al mundo religioso de los indígenas bolivianos, del lado occidental y de las tierras bajas, de la región amazónica.

Siempre hay crisis en la creación artística; para Edgar no es una crisis existencial sino de expresión. “Cuando un trabajador del arte piensa que una etapa ha sido enterrada hay que empezar otra. Ahí se produce una crisis, una crisis creativa, destruyes lo que has hecho para construir otra cosa, pero en base a lo que has construido durante toda tu vida”7.

Siempre se le aparecen en sus pinturas los enanos, el mandrágora que era el espía de Lope de Aguirre, se le aparecen los anus (perros), y ahora está en ese mundo de desentrañar la conexión que hay entre los chamanes, la simbología que ellos han construido durante miles de años y su significados. Es una pintura que tiene que ver mucho con esa forma de la religiosidad, del contacto de los seres humanos con los dioses del universo y de la misma tierra.

Todo tiene un hilo. Una ida y una vuelta. Empezó con el “realismo lírico” de Chagal, después a un expresionismo social; continuó cantando la magia de la vida, de la pareja, y llegó a las expresiones simbólicas indígenas (“La nueva pasión”). Ahora se acerca a un mundo que le atrae terriblemente. Siguiendo lo que empezó con las ñatitas, está ocupado en desentrañar el momento de las hierofanías de la naturaleza  respecto a las divinidades que hay en el mundo.

El hilo sigue. En su primera etapa anuló el negro, durante las dictaduras volvió a aparecer. Con la vuelta de la democracia, los temas del amor, también eliminó el negro. Y ahora vuelve al negro. El negro en la teoría pictórica no es un color, dicen que es la ausencia de color, los músicos lo consideran el silencio. Para él el negro es una hondura, una luz interior, esa luz que trata de desentrañar.

En términos técnicos ha reducido su paleta a cinco colores, nos explica. El negro con todos sus matices, el magenta, el ultramar, el blanco y toda la gama de los ocres y los óxidos. Muchos de esos colores los está preparando él mismo, no quiere usar colores de tubo. Eso le permite estar más cerca de ese momento de éxtasis que necesita para pintar esas nuevas obras.

No se limita en absoluto a ningún material, hace óleo, acuarela, guash, grabado, cerámica, escultura. Según sus palabras, usa “todo lo que raye, corte, manche, pinte”. Ahora, cuando “hay una especie de hipermercado de materiales a veces inservibles, estoy volviendo al origen en los pigmentos, yo me estoy fabricando mis pigmentos, quiero sentir cómo hacían los hombres de la isla de Pariti (en el lago Titicaca) cuando vivían en la época de la cultura tiwanakota. Y como he visto preparar el óxido, en la comunidad chaqueña de Tentayape, para pintarse las caras en el Arete Guasú (fiesta grande del carnaval). Eso estoy sintiendo ahora, cómo es fabricarse sus propios colores”8.

7. Los misterios del arte

Desde sus inicios Edgar Arandia supo que su vida era la creación artística y no serviría para hacer otra cosa. A veces el artista nace y se hace, ¿o sólo se hace, no nace? De lo que está seguro es que, si no hiciera arte, no podría vivir. “Yo pinto por no morir, así como escribo también por la misma razón. Eso le da un enorme sentido a mi vida”. Pero el arte nunca le colma, es una constante búsqueda, se convierte en su expresión cada vez más íntima. Y eso es lo que le tiene que dar a la sociedad, porque tampoco puede estar aislado.

En su última etapa trata de que la pintura se exprese por sí sola. Muy rara vez ha pintado a partir de fotografías, de anécdotas, de ilustraciones, sino de sentimientos muy ligados al éxtasis, para ver que hay otros mundos pero están en éste (¿lo dijo Eluard?). Es un pintor al que le gusta inventar seres nuevos, paisajes nuevos. En cambio, el estilo del hiperrealismo le parece más un virtuosismo, una destreza, y no le atrae mucho. Lo más difícil en el arte es crear mundos que nadie ha visto.

¿Qué nadie ha visto? Una vez en Alemania “una pianista se acercó a una de mis pinturas y se la compró; después me buscó afanosamente, diciendo que ese era su retrato. Cuando la vi a esta señora me sorprendí, realmente era igualita. Nunca en mi vida la había visto, ni ella a mí, ni sabía que yo existía. Nos hicimos muy amigos. Esos son los misterios que tiene el arte”.

¿Vivir del arte o vivir para el arte? En el exilio a veces tuvo que vivir del arte y hacer muchas concesiones para subsistir. En otros casos resolvió sus problemas económicos con una exposición y luego hacía lo que le gustaba: en esos momentos vivía para el arte, no le interesaba vender. “Me di cuenta de que al escoger este camino tenía que arriesgarme a todo, y en absoluto no me arrepiento”.

Un buen mercado para su arte es Alemania, tal vez, dice, por ser la tierra del expresionismo y sienten una especie de espejo por su pintura. También expuso en Holanda, en España, así como en Ecuador, Perú y México. Aparte de que anduvo por muchos países de Centroamérica y otros de América Latina, en circunstancias tan diversas como vendiendo dibujitos, buscando lo que no ha perdido, o en condición de viajero oficial. 

8. No sólo de arte vive el hombre

Otra de sus pasiones es la política. No en vano recuerda que por sus ideas políticas estuvo en la cárcel y el exilio. Pero el año 2006 coronó, según él, todos los sueños que tuvo en ese campo, al ser nombrado Viceministro de Culturas del Gobierno de Evo Morales. “Estando vivo” se hizo realidad la ascensión de un presidente indígena, “y de paso socialista”.  Hace 20 años él soñaba y decía que algún día iba a ocurrir eso y le decían que estaba loco.

Duró un año en el cargo, hizo todo lo que pudo. Según su propia visión, si bien siempre se ha sentido ajeno al mundo de los políticos, considera haber sido parte de la “etapa romántica” del presidente Morales. 

Al no estar comprometido con un partido y no querer “agarrarse” del cargo a como de lugar, vio de cerca a los políticos que son “lobos feroces”, angurrientos de poder. Y por el otro lado, vio asimismo las humillantes prácticas de muchos colegas, de “mucha gente inteligente e importante” que se convertía en tirasacos y lametraseros tratando de conseguir los favores de los políticos.

Sin embargo, agradece a la vida por ciertos momentos emotivos que le fue dado vivir en su trabajo como administrador de la cultura. Como el haber participado en Sucre de lo que también era un sueño: estar junto a los indígenas de todo el territorio nacional desfilando con sus galas “para construir un nuevo Estado”. El Viceministro no pudo quedarse en el estrado oficial y se bajó para desfilar con ellos. “Fue uno de los momentos más hermosos de mi vida, una experiencia extraordinaria”.

Mientras tanto, ¿qué estarían pensando los lobos feroces?

9. La administración de la cultura

Al artista que fue Viceministro, algo le ha quedado como cierto: a los políticos, sean de izquierda o de derecha, el arte y la cultura les interesa muy poco. Siempre quieren instrumentarla, utilizan la cultura como una moneda para el canje de cuotas políticas, por lo que hasta hoy no han permitido al Estado boliviano tener una política cultural. “Cada Gobierno improvisa y por eso tenemos una de las legislaciones de cultura más atrasadas de Sudamérica. Teniendo la enorme riqueza que tiene, Bolivia no ha sido capaz, por causa de sus gobernantes, de aquilatar en su verdadera importancia lo que puede constituir la cultura como un factor de desarrollo humano integral. Los políticos no ven la enorme proyección que tiene la cultura boliviana, porque siempre la han visto sólo como un ornamento o una distracción”9.

Desde los lejanos años del Círculo 70, veía y criticaba la triste realidad de la administración de la cultura, tanto por parte de los gobiernos dictatoriales como democráticos. El haber estado ahora dentro de esa administración, le permite tener una opinión más clara y reconocer “que la burguesía boliviana se ha apoderado de este ámbito, ha preparado a su gente, y va a ser difícil que una nueva generación en la gestión del Estado pueda desplazarlas totalmente. Siguen incrustados en la burocracia estatal que maneja la cultura”.

Ahora él puede hablar con ejemplos. En la pequeña isla de Pariti hay mucha riqueza sobre todo en la cerámica, se la tiene que explotar. Los gestores culturales no entienden que eso tiene que ir directamente en beneficio de la comunidad. Hay gente que dice que el indio no sabe manejar sus cosas, entonces siempre se mete el Estado con gente conservadora y no permite que esto se “horizontalice” y se explote en términos comunitarios. Todo lo que se hace en cultura en Bolivia termina beneficiando solamente al turismo. Falta que haya gente en el aparato del Estado que permita que estos bienes patrimoniales, que tienen dueños ancestrales, herederos simbólicos, sean explotados por ellos mismos. No hay capacidad del Estado y gente que se comprometa con ese proceso.

El artista se sobrepone al político con estas palabras: “A veces a los que gobiernan no les gusta que una persona mantenga su juicio crítico para mejorar las cosas. Eso es un error. Si se pierde el sentido crítico, uno se puede volver cómplice de las malas políticas. Una sociedad justa, equilibrada y no excluyente no se construye con dogmas de cemento. Tiene que haber flexibilidad, creatividad, no se está hablando de hacer zapatos o fabricar carrocerías, se está hablando del destino de grupos humanos muy importantes, y para ello se necesita de una gran sensibilidad y de un juicio crítico constante. Una de las virtudes de un artista libre es precisamente mantener su libertad de pensamiento”.

10. Sobre lobos y lectores feroces. La vida como obra de arte

Tal vez gracias a su paso por la administración de la cultura dentro del Estado, Edgar Arandia ha visto más claro que la vida está en otra parte. Y gracias a ello seamos partícipes de esas misteriosas hierofanías con que nos amenaza. “Soy un hombre que cuando logro una meta inmediatamente emprendo otra, sino me empieza a invadir el tedio. Siempre me estoy haciendo desafíos”.

A este hombre, obstinado e impuntual según su propia autocrítica, le gustan los poetas chinos, ama  la poesía china y japonesa. Sus poetas  favoritos son Jaime Sabines (ah, “Los amorosos”), Theodor Rutkhe, Dylan Thomas, Jaime Saenz. Ahora ha vuelto a leer a Oscar Cerruto y recién le entiende y le fascina; le gustan José Eduardo Guerra y Guillermo Viscarra Fabre, con lo que reconoce que en Bolivia, más allá de los “santificados”, hay extraordinarios poetas. Le gusta la literatura irlandesa, le gusta Joyce, le gusta Auden, le gusta Eliot. Contra los lobos feroces que se acomodan en todo gobierno, atraídos por la dulzura del poder, Edgar se considera un lector feroz, lo que nos da un poder que no es de este mundo, ¿o quién sabe sí?

Y también, acercándonos más a su intimidad, considera que no puede ser un animal solitario. “Necesito tener pareja, funciono mejor. Hay otros colegas que funcionan mejor solos, pero yo no construyo bien en soledad”. Nada le es ajeno en los placeres de la vida, los más sencillos y no tanto, como tomar un buen vino o un whisky Jack Daniels. Bailar, le encanta. Le apasionan los objetos de vidrio, colecciona pluma-fuentes y un sinfín de objetos de arte popular. La comida es otro de los placeres “que hay que vivirlos hasta los sesenta años porque después ya no se puede. Mientras uno tenga salud y pueda, tiene que darle con todo, porque, como dice la morenada, ¿después qué te vas a llevar?”.

Hay tres cosas importantes en esta vida, termina Edgar Arandia. “El arte en el sentido poético de la palabra, hacer todo como si estuvieras haciendo arte. El socialismo comunitario, esta enorme riqueza que tienen las culturas indígenas en Bolivia, que todavía  falta develar. La compañía de las mujeres que es superimportante, y mis hijos, seis lindos hijos a los que les tengo un gran cariño, y también a sus mamás, obviamente”.


Notas al Pie

1   Manuel Vargas es escritor, dirige la revista de cuento Correveidile y la editorial del mismo nombre. Su última novela, Nocturno paceño (2006), está ambientada en los años de la      dictadura banzerista.         

2    Vargas, Manuel. “Una visita a Edgar Arandia”. Periódico Presencia, 12 de mayo de 1988.         [ Links ]

3    Cárceres, Sergio. “Mi arte es político por un problema estético: el mundo es feo”.   Entrevista a Edgar Arandia publicada en el periódico Presencia, el 8 de octubre de 1996.         [ Links ]

4   Ibidem.             

5    Arandia Quiroga, Edgar. El paisaje en los ojos de la iguana. Santa Cruz: Fondo Editorial de la Alcaldía de Santa Cruz, 1999.        [ Links ]

6    Vargas, Manuel. Conversación con Edgar Arandia, 2007.                [ Links ]

7   Ibidem.             

8   Ibidem.             

9   Ibidem.             


 

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