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Punto Cero

versão impressa ISSN 1815-0276versão On-line ISSN 2224-8838

Punto Cero v.11 n.13 Cochabamba  2006

 

“Volveré para regar el campo”1

El movimiento de los migrantes transnacionales bolivianos y su participación en procesos de transformación productiva en la región de origen.

Estudio de caso: Familias migrantes transnacionales y producción de durazno en la Tercera Sección de la provincia Esteban Arze del departamento de Cochabamba, Bolivia

Leonardo de la Torre Ávila

Boliviano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social y Sociología. Ex becario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO, Becas CLACSO/CROP 2004). Investigador adjunto del Centro de Estudios Superiores (CESU) de la Universidad Mayor de San Simón. Catedrático de la Universidad Católica Boliviana. Premio Nacional y Premio Latinoamericano de FELAFACS para la Investigación en Comunicación Social, nivel Licenciatura. Hace cuatro años se dedica a la investigación en migración transnacional boliviana.

impermeableamarillo@gmail.com


Resumen

Este artículo resume los informes de dos investigaciones realizadas con los siguientes objetivos centrales: describir el fenómeno migratorio transnacional boliviano desde la perspectiva del surgimiento de un movimiento social y, luego, explicar su influencia en procesos productivos no tradicionales que en los últimos quince años vienen cooperando en la reducción de la pobreza y el mejoramiento de la calidad de vida en la Tercera Sección de la provincia Estaban Arze del Departamento de Cochabamba, Bolivia.

El durazno protagoniza esa actividad productiva no tradicional; es así que fue con familias participantes en redes sociales de migración transnacional, por un lado,  y con familias productoras de durazno, por el otro, con quienes desplegamos la fase empírica de nuestra estrategia metodológica, principalmente estructurada en técnicas cualitativas. Esas familias despliegan sus ciclos y sus estructuras en el entramado de espacios sociales transnacionales (ESTs), en cuya explotación la dimensión total del mundo-vida parecería emanciparse de la noción de país como recipiente geográfico estanco. Esta particular permanencia de comunidades de sentimiento parecería sostenerse en prácticas sociales y productivas que, para su éxito, dependen –como señala Levitt- de sólidas adscripciones en los distintos polos del valle transnacional.

Palabras clave: movilidad social, transmigración, desarrollo, prácticas comunicacionales

Resumo

Este artigo resume os informes de duas pesquisas realizadas com os seguintes objetivos centrais: descrever o fenômeno migratório transnacional boliviano desde a perspectiva do surgimento de um movimento social e, logo, explicar sua influência nos processos produtivos nao tradicionais que nos últimos quince anos vêm cooperando na reduçao da pobreza e o melhoramento da calidade de vida na Terceira Seçao da Provincia Esteban Arze do Departamento de Cochabamba, Bolívia.

O péssego protagoniza essa atividade produtiva nao tradicional; é assím que foi com famílias participantes em redes sociais de migraçao transnacional, por um lado, e com famílias produtoras de péssego, por outro, com quem espalhamos a fase empírica da nossa estrategia metodológica, principalmente estruturada em técnicas cualitativas. Essas famílias abrem seus ciclos e suas estruturas no entramado de espaços sociais transnacionais (ESTs), em cuja exploraçao a dimenssao total do mundo-vida parece emanciparse da noçao de pais como recipiente geográfico estanco. Esta particular permanência de comunidades de sentimento parecería se-sustentar nas práticas sociais y produtivas que, para seu sucesso, dependem –como afirma Levitt- de sólidas adscriçoes nos distintos pólos do vale transnacional.

Palavras chave: movilidade social, transmigraçao, desenvolvimento, práticas comunicacionais

Abstract

This article summarizes the reports of two research studies conducted focusing on the following main objectives: to describe the transnational migration phenomenon of Bolivia from the perspective of the emergence of a social movement and, subsequently, to explain its influence on non-traditional production processes that over the past fifteen years have contributed to reduce poverty and improve the quality of life in the Third Section of the Esteban Arze Province in the Department of Cochabamba, Bolivia.

Peach production plays the leading role in the non-traditional activities mentioned. The empirical phase of the methodological strategy applied in the research, mainly structured in qualitative techniques, thus unfolded with families participating in transnational migration social networks, on the one hand, and with peach producing families, on the other hand. These families set out their cycles and structures in the context of transnational social spaces (TSS) and, in using this space, the total scope of the life-world seems to cut free from the notion of country understood as a sealed geographic recipient. This particular continuity of a “community of sentiment” seems to sustain itself on social and production practices which, for their own success, depend –as Levitt points out- on solid adscriptions across the different poles of the transnational valley.

Key words: social mobility, transmigration, development, communicational practices.


1. Introducción

Dos de cada diez bolivianos no están en Bolivia. La División de Población de las Naciones Unidas y la Organización Mundial para las Migraciones (OIM) indican que, de los 175 millones de migrantes transnacionales que habían en el mundo durante el año 2004, aproximadamente un millón y medio eran bolivianos (cf. HINOJOSA, 2004; SAGÁRNAGA, 2004)2. Hinojosa nos recuerda que 217 de los 314 municipios del país son expulsores de población.

Frente a la imagen de la migración como exilio económico, en Bolivia empieza a hacerse frecuente la presentación de optimistas lecturas sobre el impacto de las remesas que reciben los familiares de nuestros migrantes. Según un estudio encargado por el Fondo Multilateral de Inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo (FOMIN-BID) a Bendixen y Asociados y presentado en octubre de 2005, el 55% de las remesas familiares bolivianas se destina a inversiones que van desde la educación hasta la compra de propiedades, pasando por ahorros e inversión directa en negocios. Bolivia se convertiría así en uno de uno de los países de América Latina con los porcentajes más altos de inversión de remesas migrantes. ¿De cuánto estamos hablando? De muchísimo dinero para la economía boliviana. La fuente citada revela que el 11% de la población adulta boliviana recibe (a un promedio de US$ 165, ocho veces al año) el total anual estimado de US$ 860 millones, una cantidad equivalente al 38% del total de las exportaciones en 2004, según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE).

El presente artículo demuestra que esa inversión y otras modalidades de participación hacen presentes en sus comunidades de origen (en este caso ubicadas en el Valle Alto del Departamento de Cochabamba) a los aparentemente ausentes migrantes transnacionales. Aún más, estas páginas pretenden analizar al impacto de la inversión productiva migrante como elemento de análisis que nos permita considerar a los migrantes transnacionales bolivianos como un movimiento social en ciernes. Como describiremos a continuación, y pese a su supuesta juventud, este colectivo viene gestando sus demandas hace muchos años. En la región escogida para nuestro estudio, el movimiento social de los migrantes habría influido de manera decisiva en el impulso de notorias transformaciones productivas que podríamos entender como teledirigidas, puesto que para ser ejecutadas no es necesario abandonar los circuitos de continuo desplazamiento en espacios sociales transnacionales la migración laboral.

Para llegar a las familias migrantes aplicamos las técnicas de acercamiento por relaciones y redes de confianza, logrando conversaciones de una riqueza que excedió nuestras expectativas. Respecto a las familias productoras -éstas sí empadronadas, asociadas y organizadas en zonas de riego, de acuerdo a los datos de un registro que pudimos actualizar con un alto nivel de confianza- sí fue posible la aplicación de técnicas cuantitativas de muestreo estratificado proporcional. Es así que de un total de 334 huertas de durazno registradas en la región, terminamos entrevistando en profundidad a 26 familias. Junto a las mencionadas entrevistas y a una detallada observación participante en la región, sostuvimos otros encuentros con migrantes bolivianos de colectividades diversas y expertos en el tema, elevando el número total de entrevista a 49, sostenidas en más de 40 visitas a la zona que pudimos realizar entre 2002 y 2005.

2. El movimiento social de los migrantes bolivianos

“Creo que hemos nacido para migrar”, nos dijo don Diógenes Escobar cuando le preguntamos cómo había surgido en él el deseo de vivir fuera del país. “Casi es una obligación para nosotros”, agregó Primitivo Sánchez, hablándonos del primero de sus muchos viajes. Por lo general, las respuestas que recogimos en la región de nuestro estudio para la pregunta sobre las múltiples motivaciones de la aventura migrante oscilaron entre la necesidad de lograr mejores condiciones laborales, vinculada al deber, y la intención de encontrar realización personal, vinculada a la esperanza.

El desplazamiento poblacional -cara demográfica de la búsqueda y el viaje- puede estudiarse, probablemente, en todas las culturas. También en las alturas y en los valles interandinos la migración ha sido un fenómeno social, cultural y económico invariablemente presente a lo largo de la historia. Es precisamente en los registros históricos y antropológicos donde puede encontrarse la huella de la tradición andina de migrar, práctica en la que se puede identificar la génesis de un auténtico movimiento social de la actualidad, en tanto colectivo movilizado en función a fines precisos.

Las culturas ancestrales del altiplano, que tiempo después se unificarían en el espacio aymara y luego se anexarían al incario, contaban con migrantes regulares que tenían la misión de viajar a las tierras bajas para traer alimentos que no se producían en las alturas. “Conocidos con el nombre de mitimaqkuna, [...] eran el lazo vital que unía la economía interregional y multiecológica, tan crucial para las poblaciones nucleares altiplánicas” (KLEIN, 1997: 33). Los mitimaqkuna o mimitames funcionaban como colonos que recibían de los ayllus3 carne de llama, papa, quinua y productos de lana; y, a cambio, entregaban pescado y sal, si es que venían de las regiones costeras, o maíz, coca y fruta, si venían de los valles o las regiones subtropicales. De este modo, la migración ya integraban la lógica de subsistencia de las primeras culturas organizadas de las que se tiene noticia en nuestra historia precolombina de acuerdo a un sistema que Murra describió como “un archipiélago de pisos ecológicos”. Según esta noción, a través de desplazamientos migratorios ordenados, aquella costumbre de viajar, que acabamos de señalar como vigente en la idiosincrasia andina, no significaba únicamente cambio, sino también permanencia.

No es casual que nuestras entrevistas con migrantes, familiares y paisanos de migrantes en el Valle Alto cochabambino hayan ilustrado que, como los inmemoriales mitimaes, los nuevos colonos bolivianos parecían extender la dinámica doble de sus idas y venidas hacia un nuevo escenario, el de un archipiélago de pisos ecológicos transnacionales. Sus comunidades, sustituidas en términos de residencia, por Washington D.C., Madrid, Buenos Aires y otras ciudades, cumplen la función que para aquellos viajeros ejercían las cabeceras étnicas cercanas al lago sagrado. Siguiendo los principios de comportamiento que Murra llamó “economía moral”, los desplazamientos en función a un centro permanente continúan (cf. 1975)4. En el perfil de esta manera boliviana de decir adiós, continúa también, según demostraremos con datos relativos a una provincia específica, la necesidad del retorno multifacético, entre cuyos tantos epifenómenos se encuentra el de la inversión productiva en la comunidad de origen.

Ahora bien, ¿por qué sería posible creer que esos rasgos permanecen como la génesis de un movimiento social en ciernes? Para Alain Touraine, al menos en la primera época de su producción intelectual, un movimiento social es un grupo que puede describirse a través de tres características básicas: identidad (reconocimiento de los rasgos que dan personalidad al grupo), oposición (reconocimiento de los rasgos de un enemigo) y totalidad (intención de imposición de un proyecto social) (cf. 1987). Los migrantes bolivianos y, en particular, los migrantes del área escogida para esta investigación, sí cumplen plenamente con el primero de los requisitos de Touraine, pues se identifican entre sí de acuerdo a la intención de su búsqueda laboral y el desamparo con el que enfrentan las peripecias que ella ha implicado históricamente.

El segundo de los requisitos, el de la identificación de un enemigo, se cumple, o al menos se esboza, en el insistente antagonismo con que los migrantes se refieren al país que los acoge y las autoridades de la patria abandonada como principales culpables de su decisión forzada de abandonar Bolivia. En otro nivel de enfrentamiento, también son enemigos declarados de cualquier migrante moderno los intelectuales y políticos de la derecha extrema, quienes usualmente se oponen a la llegada de inmigrantes. Finalmente, el tercer requisito de Touraine, referido a la necesidad de un proyecto de propuesta social, tampoco ha sido difícil de encontrar en los relatos de los migrantes entrevistados. Frecuentemente, estos actores apelan al futuro detallando planes diversos en su factura y su nivel de abstracción o realidad. Muchos no dejan de proponer qué es lo que se podría hacer para volver al país y vivir en él plenamente; mientras otros prefieren deliberar sobre las causas mismas de los problemas estructurales bolivianos. La sistematización no es, por supuesto, una característica común en esas disertaciones; aunque, recordando un aporte significativo de Rossana Reguillo, la carencia de institucionalización no implica el fracaso o la desaparición de un grupo mientras éste sea cohesionado, solidario, y, en cierta medida, autónomo (cf. 2002).

Al no ser propuestos por un grupo institucionalizado, los proyectos sociales de los migrantes transnacionales bolivianos no se delinean en las victorias que este colectivo logre ante las instituciones. En el caso boliviano apenas pueden mencionarse al respecto las continuas promulgaciones legales a través de las cuales bolivianas y bolivianos logran extensiones de permisos de movilidad y residencia en el Mercosur, los EE.UU. y Europa, o, recientemente, la exitosa demanda del sector que consiguió instaurar los derechos ciudadanos de identidad y voto desde el extranjero, así como catapultar al debate público la noción de la libre circulación humana, como acción facultada por un derecho a migrar (cf. DECLARACIÓN DE LA PAZ, 2004).

Donde sí puede observarse el impacto de los proyectos migrantes bolivianos, tal cual demostraremos a continuación, es en su participación en las economías familiares y en las realidades socioculturales y productivas de las regiones expulsoras. Sobre la base de esos impactos se legitima el funcionamiento de la red intrincada que suponen los nuevos procesos migratorios. Así se sostienen a los proyectos de vida de los grupos transmigrantes, en demandas modestamente dirigidas al objetivo de garantizar dignas condiciones de vida para los propios. Ahí se encuentran los rasgos proyectivos de un movimiento social en potencia, que –volviendo a recordar a Reguillo- tiene condición de marginal, y por lo tanto, se hace importante, para las diversas esferas de poder, sólo cuando se hace peligroso o, mejor aún, cuando se hace productivo.

3. Los migrantes y su influencia productiva

Genevieve Cortés propuso la noción de ruralidad de la ausencia como “una realidad socio-espacial en relación con procesos a la vez demográficos y económicos” (2004: 167). Si bien es cierto que en muchos municipios rurales bolivianos la migración es responsable de la partida de gran parte de la población (migración como “enemiga” de la ruralidad); la realidad observada -explica Cortés- es más compleja y a veces contradictoria. La ausencia no significa necesariamente no estar presente. En el caso de la región de nuestro estudio, esa inversión migrante a través de la cual se podría intuir que muchas familias se van para permanecer se observa principalmente en la compra de tierras, la construcción de grandes casas y una serie de emprendimientos productivos entre los que sobresale el cultivo de durazno.

En la Tercera Sección de la Provincia Esteban Arze, situada en el Valle Alto cochabambino La tierra, como el más significativo de los bienes de explotación para la familia rural, ha sido el objetivo inicial que muchas de las familias entrevistadas recuerdan haberle atribuido a su primera aventura migrante. “Yo gracias a la Argentina me he comprado la mayoría de estas tierras” (Emiliano Moya, 02/08/05). Con palabras casi similares nos lo contó la esposa del productor Sebastián Miranda: “Nosotros no teníamos ni un poco de tierra, con nuestro trabajo [allá] nos hemos hecho todo. El Sebastián trabajaba doble turno, esa plata ahorrábamos y comprábamos tierra. Así hacemos nosotros” (Juana Miranda, 01/07/05). Éstos y otros campesinos mayores que pudimos entrevistar declararon que el objetivo de tener, liberar de deudas o ampliar la tierra propia fue el primero de los eslabones en una cadena organizada de acciones que terminaría con el arribo (o retorno, en el caso de las familias propietarias de grandes extensiones) a una actividad productiva más o menos autosuficiente.

La casa es el siguiente blanco de las inversiones de una de nuestras familias migrantes. Caminando por las calles de Arbieto, Tiataco, Villa Mercedes, Santa Rosa y otras poblaciones de la región es muy difícil no advertir las casas de hormigón armado y paredes de colores brillantes que contrastan con el adobe de las viejas construcciones. A los costados del camino, a veces expuestas y a veces escondidas en callecitas adyacentes, están las grandes construcciones como elefantes dormidos. El cuadro se completa, en la mayoría de los casos, con una pequeña construcción satélite, de más antigüedad y menor calidad, que por general puede verse al fondo o en una esquina del lote. En esa casita pequeña generalmente vive una familia campesina contratada en calidad de guardiana e, incluso, el padre o la esposa y algunos de los hijos del migrante, cuidando la propiedad para que durante unos breves días al año pueda aprovecharla su dueño. Sólo en contados barrios de la ciudad de Cochabamba podrían encontrarse casas tan imponentes como las de este municipio de extracción campesina.

“Yo sé lo que usted piensa al ver estas casas”, nos dijo don Diógenes Escóbar, “seguro se está preguntando ¿Y éstos cómo han hecho?” (02/08/5). Todos los habitantes de la región están informados, por supuesto, sobre quién es el propietario de cada vivienda y de dónde es que han llegado los fondos para construirla. También está informado al respecto el poder municipal. Según nos comentó uno de sus personeros, el pequeño municipio cuenta ahora con más de 70 casas de dos o tres pisos. “Son lindas y están bien construidas, estilo europeo” (Informante Anónimo, 04/08/05). De acuerdo a sus cálculos, la alcaldía del pueblo no dependería de los recursos provenientes del Estado si empezará a cobrar impuestos a esas grandes casas.

En la base de esta posibilidad se encuentran el esfuerzo de las familias migrantes y la fijación comunitaria por lograr la casa antes de invertir en nada más, salvo la diaria manutención alimentaria. “Si soy hijo de una familia pobre, mando pues para que mi madre tenga una casa digna; si fui a trabajar para mi propia familia, la casa también es lo primero” (Ana María Guarachi, 30/03/05). Uno de los migrantes más experimentados nos explicó que la tierra y la casa anteceden a otras inversiones por los resabios del miedo a la pobreza del trabajador rural boliviano. Todos esos bienes son frutos de esfuerzo y, salvo algunas excepciones, los negocios suelen llegar luego. “¿Y qué haces si el negocio te sale mal, pierdes los 20 mil dólares que te trajiste?” (Informante Anónimo, 02/02/05).

Para finalizar la descripción de las inversiones en la zona, nos corresponde, mencionar al cultivo del durazno. El verdadero viraje hacia su producción de cara al mercado en buenas condiciones de rentabilidad ocurrió hace no más de 15 años. Para algunas familias la oportunidad para esa producción estuvo ligada a créditos blandos de organizaciones de fomento; pero una opción comunitaria terminó por impulsar la gran mayoría de estos emprendimientos productivos. Nos referimos al apoyo del capital migrante, principalmente logrado en el trabajo de la construcción por origianarios de la región residentes en Argentina, España y, en mayor grado, en los Estados Unidos de Norteamérica, entre 1990 y la fecha, sin que el fenómeno muestre señales de detenerse.

“Ése ya es dinero que han traído de afuera” (Marcelino Becerra, 08/02/05); “Sí, pero para eso ya estaban los americanos5 pues” (Casiano Amurrio, 02/08/05); “Ya la plata la traen de afuera” (Abraham Soto, 09/08705); “Sí, Korimayu, Arbieto, toda esa franja [principalmente] es con la ayuda de la migración” (Abdón Linares, 29/07/05); “De sus inversiones habrán puesto un poquito para el durazno” (Elías Mamani, 03/03/05). Como se ve, siguiendo a Cortés e Hinojosa, la migración transnacional parecería estar generando condiciones básicas para la intensificación de ciertas actividades productivas llevadas a cabo por familias partícipes de la llamada nueva ruralidad boliviana (cf. 2004; 2004).

En el período señalado, la región se ha convertido en la segunda en producción de durazno en Cochabamba y en una de las más importantes del país. Según Isrrael Alconz Canqui, el Municipio de Arbieto contaba con 140.5 hectáreas de durazno en la gestión 2003. De acuerdo a nuestro trabajo de actualización de esa información con productores y especialistas, la zona cuenta hoy con entre 160 y 170 hectáreas productoras del fruto, con una cantidad total de plantas estimada entre 90 y 100 mil.

Durante los tres primeros años posteriores a su cultivo a gran escala, el durazno no da ganancia alguna. Este período de inversión es el que no permitiría acceder a préstamos institucionales que exigen intereses desde el inicio. Según la totalidad de los productores entrevistados, súbitamente las familias migrantes se presentaron como capitalistas habilitadoras para una inversión inicial sin retorno que empezaba a rendir buenos dividendos a partir del cuarto año. “Trae plata y hacer trabajar” fue una de las frases más repetidas en nuestros registros.

Según el cuerpo técnico de la Asociación de Productores Agropecuarios del Valle Alto (ASPAVAL), hay dos maneras de evidenciar ese sistema: o la persona trajo el capital de largos períodos migratorios; o la familia envía los fondos al productor, sin cambiar su residencia más o menos estable en el extranjero. Ahí están los americanos, el grupo inversor más visible del momento, que suele adoptar estrategias mixtas entre las señaladas: envía dinero para la producción en sus tierras familiares o trae un capital de arranque para comprar tierra y empezar la producción intensiva. En la región se observa el levantamiento de huertas que antes –duarante los últimos 50 años de la agricultura tradicional- hubieran sido impensables.

Cuentan los responsables de ASPAVAL que unos cuantos de sus beneficiarios reciben ayuda mensual de parte de sus familiares durante los meses de mayor gasto en el ciclo productivo. Estas huertas teledirigidas se mueven gracias a ese capital mediante comunicaciones semanales de informes precisos. Uno de los productores más grandes de la zona nos comentó que se hace migrante cuando su huerta lo necesita, aprovechando papeles de residente que logró hace años en los EEUU. Viaja durante la poda y procura no tardar más de tres meses antes de volver. Allá sacrifica sus condiciones de calidad de vida pero puede llegar a traer hasta ocho mil dólares, para seguir produciendo. “Voy llamando a mi gente para preguntar por las plantas y cuando ya empieza a salir la flor, tomo un avión y yo estoy aquí de inmediato” (Informante Anónimo, 09/10/04).

Sin la necesidad de cavar pozos propios, la inversión para una huerta de aproximadamente 1.000 plantas puede tomar, por lo menos, entre cuatro y cinco mil dólares, tomando en cuenta compra de plantines, removido de suelos, cavado de huecos, politubos y material de riego, pesticidas y mano de obra, etc.. Ahora bien, quienes no se encuentran en áreas de riego deben hacer la inversión en un pozo. Al gasto del pozo debe adicionarse, por lo general, el tendido de cables para traer energía eléctrica (entre 500 y 1.500 dólares de acuerdo a la distancia por cubrir), además de las tarifas mensuales por este servicio. Un pozo profundo puede costar ocho mil dólares o más. En clonclusión, el montaje de la huerta modelo que describimos podría superar los 12.500 dólares americanos; siempre y cuando no se tenga que comprar la tierra, vendida en zonas de riego a razón seis mil dólares o más por arrobada (3.622 m2). (Ana María Guarachi, 30/03/05).

Luego de los años de inversión, como pudimos comprobarlo con las familias productoras más experimentadas, el huerto se mueve con el capital que generan sus propias ventas. “Creo que si yo pidiera, me seguirían mandando; pero ya me han ayudado bastante”, dice don Emiliano Moya al describir la independencia económica que le ha permitido ejercer el durazno (02/08/05). “Después al menos uno [de los miembros del sistema familiar] tiene que quedarse”, completó doña Ema Fernández, antes de agregar otra de las frases más frecuentes de nuestro registro: “Tú sabes que la mirada del dueño engorda al ganado” (03/03/05).

Para terminar este apartado podríamos declarar que el futuro de la producción de durazno en la región es prometedor. De acuerdo a los técnicos de ASPAVAL, los productores de la zona deberán buscar cosechas más anticipadas o retrasadas para no competir con la producción chilena o de otras regiones del país en los meses de abundacia. La esperanza de las familias de la región apunta a una participación mucho más real en el mercado de Santa Cruz, La Paz y otras ciudades bolivianas, a través de un sistema agrupado y directo de acopio que permita llenar camiones en la propia huerta para evitar los consabidos gastos de intermediación. Sin embargo, otros expertos aseguran que esas proyecciones serán irreales mientras no se cuente con pozos adecuados para aumentar verdaderamente el volumen de producción total y alcanzar altos estánderes de calidad. Incluyendo en esta lucha el cuidado de economía sostenible respecto al riesgo de salinización de los suelos (que ya es una realidad en municipios vecinos), la Tercera Sección de la provincia podría acercarse a uno de sus más grandes sueños: la exportación.

3.1 El fenómeno y la generación de fuentes de trabajo

El boom de la construcción de grandes casas, la necesidad de personal para su cuidado y la creciente producción de durazno han ocasionado un crecimiento considerable de la demanda de mano de obra en la Tercera Sección de la provincia Esteban Arze. “Generamos fuentes de trabajo, el Gobierno no”, dice el migrante Claudio Castellón, haciendo referencia a uno de los efectos colaterales más importantes del fenómeno en la región. Ninguno de los días en que visitamos Arbieto y las otras poblaciones del municipio a lo largo de ésta y una anterior investigación pudimos dejar de ver albañiles trabajando en más de una construcción, además de pequeñas cuadrillas de peones (entre tres y diez en cada una de las 334 que registramos en la región) contratados durante los meses de mayor necesidad.

Si es que no vienen acompañados de sus propias unidades familiares, muchos de los peones contratados bajo la modalidad de jornal (a un sueldo aproximado de tres dólares y medio por día) despliegan el mismo sistema de trabajo a lo largo de pisos ecológicos practicado por sus patrones; pero el marco de la modesta migración interna. Otras tantas de las familas que describimos no reciben sueldo alguno, sino que participan en una especie de sociedad sobre los dividendos de la producción agrícola que custodian. Por lo general, el trato con estas familias también incluye el cuidado de la casa de la familia migrante transnacional. Pese a estas condiciones que podrían ser interpretadas como cercanas a la explotación, hasta el momento no hemos podido encontrar ninguna declaración de malestar en los trabajadores mencionados, quienes por lo general llegaron a ese puesto de trabajo escapando de la indigencia. Algunos de ellos reciben chocolates, ropa, y pequeñas cantidades de dinero como regalos frecuentes de sus patrones, con quienes pueden entablar relaciones de compadrazgo.

Cuenta don Emiliano Moya que uno de los objetivos de los visionarios del durazno (muchos de los cuales sumaron esfuerzos en la creación de ASPAVAL) era precisamente el de evitar la migración de esas familias hacia las zonas productoras de hoja de coca, del trópico cochabambino. Concebido como tal o no, en cierto sentido ese objetivo se ha cumplido. Ahora bien, según declaran algunos pobladores de la región, el siguiente fenómeno a observar es el desplazamiento de estos migrantes empobrecidos hacia los nuevos destinos de la migración rural-transnacional, entre los que sobresalen España y otros países europeos.

3.2 Migración transnacional, know how y remesas sociales

Según la autora norteamericana Peggy Levitt, la migración transforma a las poblaciones de donde son originarios los migrantes mediante los efectos de remesas económicas y sociales. Ampliamente comentadas, las remesas económicas no necesitan ser tan desglosadas como las remesas sociales, entendidas como “[...] las estructuras normativas (ideas, valores y creencias), los sistemas de prácticas y el capital social que fluyen de las familias residentes en la sociedad anfitriona hacia su sociedad de origen” (LEVITT, 2001:54).

Don Emiliano Moya asegura, por ejemplo, que el hecho de haber trabajado como capataz en construcciones argentinas le permitió encarar mejor su condición de responsable de ASPAVAL, cuando llegó del país vecino para convertirse en productor de duraznos con 50 años de edad. Por su parte, Abdón Sejas manifiesta que le hubiera sido muy difícil construir su propia casa y otras obras para su huerta si no hubiese aprendido tanto como técnico metalúrgico durante sus años en el exterior. Don Román Belmonte trabajó desde niño en los viñedos de Mendoza, Argentina, y desde entonces aseguró que, una vez reinstalado en su pueblo de origen, también apostaría por la producción vitivinícola, aplicando el know how, (el saber cómo) asimilado como empleado. Su huerta cuenta ahora con seis mil parras y el ejemplo empieza a ser considerado seriamente por sus vecinos en la localidad de Korymayu. Aún más concreta parecería ser la influencia de saberes relativos a las técnicas y el equipamiento para el riego recogidos por nuestros migrantes en el pasado reciente, u observados y aplicados durante sus continuas idas y venidas. “Sí, ayer fui a ayudar a una señora en su terreno y había un sistema de riego con un aparato que nunca he visto. Me dijo que su esposo lo trajo del extranjero” (Maximiliano Luna, 09/08/05).

Los valores y las creencias, como restantes componentes de la noción de estructuras normativas propuesta por Levitt, merecen un debate más profundo. Comentando en este breve artículo únicamente lo relacionado a su influencia en las actividades productivas, podríamos mencionar lo que uno de nuestros entrevistados llamó las “formas de pensar que aprendimos trabajando allᔠ(Primitivo Sánchez, 04/08/05). Los migrantes y productores respondieron a nuestras preguntas sobre el tema aceptando que el proceder “al estilo ejecutivo y directo” de la actividad empresarial norteamericana, por ejemplo, es una noción que los trabajadores practican en la conducción de sus huertas y construcciones.

Ante la influencia de lógicas nuevas, nuestra investigación antepone la evidencia sobre la continuidad de lógicas antiguas. Es decir, si bien es cierto que pueden observarse nuevas nociones en áreas específicas de la actividad de los migrantes, la estructura de sus principales prácticas cotidianas parecería seguir siendo una función de principios estructurantes de inmemorable data cultural. Las prácticas a través de las cuales se viven los pormenores de la migración, que Peggy Levitt llamaría path-dependent y que nosotros podríamos entender como dependientes de un camino ya recorrido, llevan la marca de los principios que las condicionan, amén de que en un futuro debate describamos su compleja conjunción entre las ya mencionadas nociones de American o Andean dream (DE LA TORRE, por publicar).

En cuanto al capital social como “[...] la suma de recursos actuales o potenciales correspondientes a un individuo o grupo en virtud de que éstos posean una red duradera de relaciones de conocimiento y reconocimiento mutuos, más o menos institucionalizados” (BOURDIEU 1990: 52), las remesas sociales observadas destacan en la agilidad de nuestros migrantes para poner en práctica su cohesión comunitaria al servicio de objetivos comunes. Los migrantes de la región también despliegan prácticas herederas de un sólido capital social sorteando más de una barrera nacional. Los residentes mamana­queños en los EEUU, por ejemplo, entablaron comunicación con los residentes mamanaqueños en la Argentina y entre ambas colecti­vidades de solidaridad extendida reunieron los fondos para la ampliación de la escuela de su pueblo, que espera en el valle como eje inamovible de sus acciones.

4. Conclusiones preli­minares: migración, producción y calidad de vida

Qué lejos estoy de mi ansiedad

mi río, mi flor, mi cielo llorando estarán.

Pero he de volver, no llores mi amor.

Nadie le pondrá murallas a nuestra verdad.

Nunca el mal duró cien años

ni hubo pueblo que resista.

Ya la pagarán, no llores prenda,

pronto volveré.

Nilo Soruco, “La caraqueña” 6

 

“Estábamos para levantar el mundo”, nos respondió don Diógenes Escobar cuando le preguntamos sobre el estado de ánimo que llevaban él y su hermano al iniciar la aventura migrante. Para levantar el mundo, dice... quizá empezaron por levantar su propia región.

Nuestra investigación, a grandes rasgos dedicada a aportar en la discusión sobre migración, pobreza y calidad de vida en una región específica del área rural cochabambina, concluye acercán­dose, en buena medida, a su hipótesis inicial, ya que la evidencia aportada a lo largo del documento nos permite declarar que: “A partir de 1990, el fenómeno migratorio y la génesis de un movimiento social transnacional viene permitiendo la continuidad de procesos productivos, principal­mente relativos a una actividad agrícola no tradicionales en la región de origen. Estos procesos productivos cooperan en un cambio positivo de la calidad de vida para la mayoría las familias de la zona, inscritas de manera directa o indirecta en el flujo de redes migrantes transnacionales”. Sin duda alguna, hacen falta más investigaciones para profundizar en el debate principal sobre el alcance de las posibles definiciones para la noción de calidad de vida; por el momento, nuestro trabajo se ha centrado en función de lo que las mismas familias que integran su unidad de análisis entienden por ése y otros conceptos.

Por el momento, conviene señalar que migrantes de la región encuentran modalidades de participar en su tierra de origen y una de ellas es la de “regar el campo” para que produzca bien y quizá también para que se mantenga fresco para el ansiado momento del retorno, más o menos definitivo. Entre los efectos de este fenómeno, así como del boom acelerado de construcción y demanda de cuidado para casas y huertas, tal vez el más significativo sea el de generación de nuevas fuentes de trabajo para familias empobrecidas de regiones cercanas y lejanas; aunque no debe dejar de advertirse que también para ellos el proyecto de vida relacionado a la migración transnacional empieza a hacerse posible.

Siguiendo el hilo de una discusión que la autora Olga González propuso para el caso colombiano, debemos asegurar que la “óptica utilitarista” de las remesas soslaya muchas “preguntas incómodas” sobre la realidad de las familias migrantes transnacionales (cf. 2005). Creemos firmemente en la necesidad de este debate y no dejaremos de abordarlo; sin embargo, podemos mencionar que nuestra investigación intentó integrar el análisis del impacto de las remesas y su inversión en la vida familiar y comunitaria de una región particular. Desde este punto de vista pretendemos adscribirnos al pedido de González y otros investigadores latinoamericanos que exigen información sobre la calidad de vida real de las familias migrantes dentro y fuera del país, sus procesos de movilidad social, el equilibrio en sus roles de género y generacionales, etc.

Son muchas las investigaciones necesarias. Entre ellas podemos mencionar al conocimiento de la re-configuración de las redes migrantes en términos concretos, relacionados a los cambios en las modalidades de uso del espacio y el tiempo; y, sobre todo, a la re-configuración de las redes migrantes en términos cualitativos. Hablamos de lógicas y estrategias (económicas, sociales, culturales, etc.) que podrían describir mejor a la cultura de la movilidad, como un fenómeno estructural y a-coyuntural inherente al desarrollo de nuestra vida nacional, hace años también desplegada en la Bolivia exterior (HINOJOSA , 2004; DE LA TORRE, 2004).

A través de este tipo de lecturas puede pretenderse para el fenómeno un conocimiento desdramatizado que describa a la migración ya no como un situación excepcional y circunstancial en la vida de algunas personas, sino como una forma de existencia a la que millones de personas aferran día a día sus proyectos biográficos en el nuevo orden mundial (cf. PRIES, 1999). Los nuevos migrantes no despliegan sus prácticas en un solo lugar, sino en un espacio plurilocal y transnacional. Al brindar la atención necesaria hacia las condiciones generales que legitiman el discurso migratorio en las regiones de procedencia de los viajeros –siendo entre ellas la de la transformación productiva una de las más trascendentes–, pretendemos colaborar para el surgimiento de una visión longitudinal y teórica apenas naciente en la sociología boliviana.En cuanto a nuestro interés particular, aspiramos sinceramente a que este estudio permita que otras investigaciones académicas sobre la migración y su impacto en el desarrollo local puedan ser luego encaradas con más recursos de conocimiento sobre las características que hacen entorno a la decisión y la práctica de migrar.

Notas

1. La segunda parte este artículo ha sido trabajada en base al documento del mismo título presentado por el autor en calidad de informe de investigación ante CLACSO en septiembre de 2005. La primera parte de este artículo se ha construido sobre informes que el autor realizó independientemente de financiamiento alguno.

2.  Luego de que el tratamiento del tema haya sido tradicionalmente reservado en la esfera gubernamental, un sorpresivo informe del Servicio Nacional de Migración de finales de agosto de 2004 elevó la cifra oficial de bolivianos fuera de Bolivia a 1.366.821

3.  Clanes de parentesco y proximidad en cuya reciprocidad aún se apoya la subsistencia material y se equilibra la distribución de poder y autoridad en los andes rurales

4.  Según Xavier Albó, citado por Martha Giorgis, el campesino quechua y aymará sigue aplicando en cierta manera el esquema de ocupación del espacio descrito, ya que son frecuentes sus viajes periódicos hacia regiones de yungas y valles, donde no es extraño que mantenga parcelas en forma complementaria (cfr. 2004). Como veremos a lo largo de este artículo, esas prácticas guardan semejanzas claras con la vivencia de los procesos migratorios internos (hacia el trópico y las tierras bajas bolivianas) y externos. De hecho, el reciente estudio de Martha Giorgis sobre la celebración de una fiesta religiosa de la colectividad boliviana en Córdoba, Argentina, demuestra que los migrantes definen como entradas y salidas sus frecuentes desplazamientos entre ambos países (cf. 2004). El espacio social parecería integrarse uniendo los polos transnacionales de nichos laborales y comunidades de sentimiento capaces de ser descritos por la jerga del histórico trabajo de la explotación minera.

5.  En la región se ha convenido en llamar americanos o arlingtons a los integrantes de familias vinculadas directamente a la migración transnacional. Frente a estos pobladores, el imaginario local distingue claramente a los jalisco, mexicanos o simplemente latinos, originarios de zonas empobrecidas o habitantes de la región que viven el fenómeno indirectamente, ya sea como productores tradicionales o como contratados por familias del primer grupo (cf. DE LA TORRE, 2004).

6.  La cueca del tarijeño Nilo Soruco lleva el nombre de “La caraqueña” porque fue compuesta en Caracas, Venezuela, durante el exilio político. Más allá de su letra militante, “La caraqueña” terminó convirtiéndose en un himno para los bolivianos radicados en el extranjero.

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