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Punto Cero

versão impressa ISSN 1815-0276versão On-line ISSN 2224-8838

Punto Cero v.09 n.09 Cochabamba jun. 2004

 

ARTICULO

PERIODISMO Y DEMOCRACIA:

CONTUBERNIO ADÚLTERO DONDE LA CORNUDA SE LLAMA SOCIEDAD

Santiago Espinoza Antezana

santymeg@yahoo.com

Estudiante de quinto semestre de comunicación U.C.B. Covhabamba


El origen de la reflexión

El presente ensayo, si acaso puede llamarse así, es más bien el resultado de innumerables noches de insomnio que sólo pueden ser acompañadas por tres cosas: la televisión por cable, la lectura de un libro o la reflexión sobre la vida. Nos cortaron el cable hace una semana; entre la cama y el estante existen extensos cinco pasos, por tanto, en rigor a la lógica de eliminación, sólo quedaba la prudente reflexión.

El origen de las especies

Ahora bien, toca referirnos a la prosapia de ambas especies en cuestión: la democracia y el periodismo. Con respecto a la primera, la teoría “vedoblediana” afirma que “ésta nació en Grecia, procreada por un filósofo libertino de nombre Escroto y por una señora de honor distraído llamada Vaginia, vecinos de la región de Uretra, cerca de la cordillera de Falopio y del Peloponeso, y que su padrino fue un fauno travesti conocido como Penélope1”.

Por otra parte, no se pudo encontrar en los semanales escritos del maestro Vedoble referencia alguna acerca del origen del periodismo. Sin embargo, basados en su inconfundible lógica, deducimos que el periodismo nació pocos años después de Miss Demo en el imponente Monte de Venus; fue hijo único del joven e ingenuo matemático Epidídimo y de la complaciente y bella señora -aunque a la larga perniciosa– Doña Próstata. También se tienen datos suficientes para creer en la posibilidad de que el verdadero padre de Periodismo fue el libertino Escroto, que en uno de sus varios peregrinajes por el Monte de Venus, tuvo un intenso idilio con Doña Próstata. O sea, que además de adúltera, la relación periodismo-democarcia pecaría de incestuosa; pero es sólo una hipótesis.

La relación

Como bien se sabe, aunque en su nacimiento y aún ahora, la democracia debería tener como principio fundamental la participación equitativa de todo el pueblo, esto no ocurre en la práctica. La democracia en la que vivimos no es ese ideal griego. La democracia, como la conocemos, es una democracia de pocos que, si bien permite periódicamente la participación del pueblo, a la larga el bienestar y la prosperidad de ésta siempre va a parar a manos de grupos elitarios hegemónicos, en lo que podríamos venir a llamar una “democracia oligárquica”(vaya contradicción).

Los miembros de esta democracia oligárquica –sean políticos, empresarios o cosas peores-, desde el momento que tienen acceso a ella, se dan a la tarea de apropiarse de todos los bienes -materiales y espirituales- que, en honor a la justicia, tendrían que estar distribuidos entre todos los miembros de la colectividad. Y esto, como no podía ser de otra manera, ha derivado inevitablemente en la explotación por parte de los que detentan dichos bienes sobre los que los desposeen o los poseen en menor cuantía.

Entonces, es a raíz de este injusto y deprimente panorama que surgió el periodismo. Como bien apunta Silvio Waisbord, uno de los aportes centrales del periodismo para con la democracia es la publicación de información sobre los comunes desmanes políticos y económicos de los grupos de poder.2

Y como ejemplo representativo podríamos recordar la Revolución Francesa, cuyo logro principal –eliminación de la monarquía para la instauración de una democracia– fue, en gran medida, fruto de un insólito y gran despliegue mediático para la información y concientización del pueblo sobre sus necesidades y derechos, que desembocó en el derrocamiento de la monarquía francesa y el triunfo del pueblo en las calles.

No obstante, y para desgracia del pueblo, poco duró el matrimonio entre la sociedad y el periodismo, pues este último pronto cedió a los guiños seductores de Miss Demo que, para ese entonces, ya se había entregado en cuerpo y alma a los oligarcas.

De ahí en adelante, el periodismo ha sido el compañero y cómplice fiel de la astuta democracia, y la sociedad ha terminado por ser doblemente engañada. Primero, por su, supuestamente, mejor amiga, la democracia y segundo, por su, aparentemente, leal cónyuge, el periodismo. Perfidia señores, no tiene otro nombre. Pero, ¿por qué el engaño? Como en todo adulterio, los dos inmorales personajes encontraron el uno en el otro un alto grado de funcionalidad.

Lolo Echeverría lo explica así:

“En tiempos de estadistas, a los periodistas se los rodea de halagos y adulos, se les hace partícipes de los problemas insolubles de Gobierno; se convierten rápidamente en celebridades. Incluso, se los “contrata” para la tarea de relacionadores públicos, cuyos fines son cultivar la buena imagen de la persona o institución que representan y ocultar lo negativo de la misma, desnaturalizando así los objetivos del periodista”3.

En otras palabras, mientras la pseudo democracia es sobradamente legitimada por el periodista –ahora relacionador público-, el periodismo encuentra en la “democracia” más que suficientes garantías para vivir prósperamente. Claro, siempre a costa de la maltrecha sociedad. Por consiguiente, tanto Miss Demo como Don Peirodismo, trabajan para mantener el statu quo que a ambos les beneficia; mientras Doña Sociedad, vieja, fea y fustigada, sigue lavando platos, cocinando, planchando, o peor, recogiendo basura o pidiendo limosna.

Corrupción, la enfermedad crónica

Son muchos los rasgos inherentes a esta impúdica relación, y numerarlos resultaría ser una tarea ardua y auto-flagelante. Empero, entre todas esas características propias de la relación periodismo-democarcia, hay una en especial que nos interesa. Se trata de una “enfermedad crónica” de la que sufre la relación, podríamos decir, y cuyas consecuencias son particularmente nocivas para la sociedad. Esta aguda anomalía –venérea- que al principio era genéticamente exclusiva de la democracia, pero que al emparejarse ésta con el periodismo le contagió a éste, no es otra que la corrupción (Latrocinium procaius).

Ante este corrompido contexto, emergen dos interrogantes: ¿cómo puede el periodismo cumplir su papel fiscalizador si entre sus filas hay gente corrupta?, ¿no sería hipocresía si los corruptos están detrás de otros corruptos? Complicadas interrogantes, seguro, cuyas respuestas deberían ser rastreadas, sobre todo, por los periodistas.

Algunas señales alentadoras

Pero no todo es tan malo. Así como en Europa tuvieron su Revolución Francesa, aquí en América tenemos ejemplos esperanzadores, que nos alientan a pensar en un periodismo “casado” con la sociedad, a fin de lograr la rehabilitación de la mal llamada democracia.

Casos como el de Watergate en EEUU, en el que dos periodistas lograron desenmascarar las mañosas estrategias del sistema de inteligencia republicano, que derivó al final en la renuncia del presidente Richard Nixon. O algo más cercano: el Impeachment en Brasil, donde el mismo sistema mediático que había promovido la elección de Fernando Collor de Melho como Presidente, al darse cuenta del corrupto que tenían en palacio, ayudaron al derrocamiento del mismo, motivando al pueblo brasileño a pedir su renuncia que finalmente se dio.

Y, aunque en Bolivia no tenemos experiencias tan escandalosas y con consecuencias tan contundentes como en los dos anteriores casos, han habido verdaderos ejemplos, dignos de elogio, de periodismo ético. El caso concreto del desafuero parlamentario y consecuente proceso judicial contra Roberto Landívar, ex presidente del quebrado banco Bidesa, por la “supuesta” estafa de más de 60 millones de dólares de las arcas del banco mencionado y del propio erario público; caso descubierto, investigado y difundido por la Red PAT de televisión.

Hacia una verdadera democracia

Tal como se ha visto en el punto anterior, el periodismo puede llegar a constituirse en un factor clave para el perfeccionamiento de la democracia.

En concreto, es el periodismo de investigación y no el tradicional el que ha descubierto y deberá seguir descubriendo las recurrentes argucias del poder. Para esto, el periodista tendrá que tener siempre en cuenta a quién le debe lealtad.Y en democracia sólo puede serle fiel a la sociedad –sean lectores, televidentes, redioescuchas y demás- y no así al poder estatal, político, empresarial, mediático, o gremial periodístico.

Asi mismo, los medios de comunicación y sus periodistas deben emprender o continuar –según el caso- la lucha contra la censura o autocensura en su trabajo, pues de esta lucha depende, en definitiva, la autenticidad de la verdad. Sin embargo, el combate constante por obtener plena libertad de prensa y sus garantías, no sólo debe ser menester de periodistas o, en el mejor de los casos, empresarios mediáticos, sino de la sociedad en su conjunto. Una sociedad bien informada estará más próxima a una sociedad democrática.

Así, y sólo así, el periodismo y la democracia podrán curarse del terrible mal que los aqueja y que aqueja aún más a la sociedad: la corrupción.

Final de telenovela

Después de todo, tal vez nuestra intrincada historia de romances, lujuria, cuernos y desengaños tenga un final feliz, como toda historia de amor que se precie. Me imagino algo así: Doña Demo (ya no Miss) cargada en brazos por Don Pueblo (que para fines literarios adquirió género masculino) por el pasillo de un Hotel de nombre Libertad. Y Don Periodismo, en el altar de la iglesia de Villa Perseverancia, contrayendo nupcias con una bella y lozana moza con la que algunas veces ya tuvo efímeros y furtivos encuentros: la Verdad.

FIN

¡Ah! y ojalá ahora pueda dormir.

NOTAS

1. Vedoble, Una dama de oscuro origen y sospechosa conducta en Los Tiempos, N°11741, p. A14

2. Silvio Waisbord, Por qué la democracia necesita del periodismo de investigación en www.cem.itesm.mx

3. Lolo Echeverría, Prensa, corrupción y poder en www.comunica.org/chasqui

4. Idem

5. Idem

6. Idem

7. Idem

BIBLIOGRAFÍA

1.- ACSELRAD, Henry y otros; 1995 Los medios, nuevas plazas para la democracia. Lima, Editorial Calandria        [ Links ]

2.- ALBARRÁN, Gerardo; 2002, Información y democracia. www.saladeprensa.org        [ Links ]

3.- ECHEVERRÍA, Lolo; 2002, Prensa, corrupción y poder. www.comunica.org/chasqui        [ Links ]

4.- VEDOBLE; 2002, Una dama de oscuro origen y sospechosa conducta. En Los Tiempos, N° 11741, p. A14        [ Links ]

5.- WAISBORD, Silvio; 2002, Por qué la democracia necesita del periodismo de investigación. www.cem.itesm.mx        [ Links ]

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