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Punto Cero

versão impressa ISSN 1815-0276versão On-line ISSN 2224-8838

Punto Cero v.8 n.6 Cochabamba jan. 2003

 

POR UNA EDUCACIÓN SOCIAL

 

 

Virginia G. Moyano DOCENTE

Universidad Católica Boliviana-Cochabamba

 


Los sucesos acaecidos en nuestra ciudad de Cochabamba, la semana del cuatro al seis de Abril del presente año, quedaran grabados en la memoria de todos y habrán escrito una página más de la historia.

La «tensa calma», como nombrara acertadamente un periodista de la Red ATB (cuyo nombre lamentablemente no puedo acordarme ) reflejaba muy acertadamente el surtido emociones que envolvían el caos citadino.

Esto aún permanece en el ambiente.

Se dice por lo general, que todo se confabula para que las cosas sucedan.

Como espada de Damócles, el pueblo cansado, dio su voz de protesta a la manera que saben. Gritó y desbordó una violencia acumulada por los años de fustración y la gran necesidad de ser escuchados.

Por otra parte, los jóvenes dieron rienda suelta a su rebeldía, y por instantes cambiaron el mundo y encontraron una causa. Las clases más acomodadas pasaron de la indiferencia al miedo con una velocidad asombrosa y el Gobierno mostró una ineptitud difícil de creer.

Las coyunturas políticas pocas veces se dan en la magnitud en que se dieron en Cochabamba esos días.

Confluyeron diversos hechos que fueron bien aprovechados, en función al legítimo reclamo de la ciudadanía. Primaron voces viejas queriendo retornar a la palestra, sembrando la división, el desorden y la locura.

A raíz de esa nefasta semana, la gente quedó golpeada. Una atmósfera de incertidumbre mezclada con la necesidad de un profundo análisis, invade los corazones de todos. Las escuelas   y   las universidades han dado cobertura a las razones que faltaron durante esos días y al punto de vista fresco de nuestros  niños.   Sin embargo, la pregunta está ahí, latente É ¿qué nos pasó?

Un corto análisis.

Pasan ya tres décadas desde aquel célebre discurso del no menos célebre  presidente norteamericano Jhon F. Kennedy. Quien dejara al mundo su famosa frase «No preguntes qué puedes hacer tu nación por ti; pregunta qué puedes hacer tu por tu nación », sentando muy claro con esto, la necesidad de una acción individual en el desarrollo del país.

Durante el   anterior Encuentro  de C o m u n i c a d o r e s Latinoamericano, llevado a cabo aquí en nuestra ciudad, pudimos notar los presentes, el pensamiento unísono acerca de la urgente necesidad de transformar   nuestros conceptos de forma tal que los nuevos, den una mayor impulso al desarrollo. Latinoamérica ha decaído notablemente, esto no es nuevo.

Igualmente, se recalcó la importancia de repensar las políticas de desarrollo, drigiendolas hacia la educación y la participación ciudadana. Particularmente, le agregaría algo más, la transformación de los medios de comunicación en promotores de  la educación.

Las diferentes ponencias que tuve el agrado de escuchar, me han llevado a creer en una Latinoamérica que está lista para dar sus siguientes pasos hacia una mejora social. Al menos ya se están sentado las bases.

El horizonte de la comunicación, se nos abre cual abanico de múltiples utilidades. Las teorías emergen, no desde un plano académico, sino desde las experiencias. Los diagnósticos están dados y muchas de estas teorías, ampliamente comprobadas. Pero, ¿ qué hacemos individualmente por nuestras naciones?

El pensamiento del ciudadano latino está envuelto en el sentimiento y los afectos humanos, «Ése vive todavía en colectivo.» (Martín Barbero, 1999).

Se apasiona, movido por un fuego interno que es difícil de imitar. Creo que es por esta razón que muchas campañas publicitarias extranjeras no han dado resultado, al igual que muchas series televisivas que no han llegado a calar en nosotros. Sin embargo, no podemos negar que vivimos en sociedades paternalistas. No hemos cortado el cordón umblical. Siempre existe una «entidad superior», a quién echarle la culpa de los males y de quién depender. El gobierno; Dios; la Pachamama; la naturaleza. La dependencia social, ha creado cadenas que atan a los ciudadanos a burocracias inútiles. La corrupción y los malos políticos han desfigurado la cara de la democracia. La gente ya no cree en ella, aún cuando el poder está en manos de todos nosotros, porque el ejercicio ciudadano de elegir, de pagar nuestros impuestos, nos da el derecho de escoger lo que consideremos adecuado a nuestros intereses y pedir por ello.

Por eso, es necesario educarnos y educar a nuestro pueblo.

Es muy lamentable saber que mucha de nuestra gente no tiene acceso a la educación. Tampoco a la oportunidad de informarse acerca de la solución a los problemas que aquejan su vida cotidiana, como el alcoholismo, la violencia, la drogadicción, entre muchos otros. Que la cultura moderna sólo se ha quedado en el mero avance tecnológico, por tanto, no sabe cómo hacer valer esos derechos.

La ignorancia nos ha sumido hasta ahora, en el famoso «sueño americano» de donde nacen los extremos sociales. La indiferencia y el conformismo de las clases educadas, en una inercia colectiva «las cosas suceden porque así siempre es, ¿por qué cambiarlas?»

Educar para transformar.

Una de las principales falencias es la educación en todo ámbito.

La formal, la cual si bien está encaminando sus primeros pasos hacia la Reforma, todavía deja muchos cabos sueltos al no contar con una credibilidad asociada a una motivación y preparación de los educadores; y el abandono por parte del Estado de las infraestructuras escolares.

La no formal, prácticamente se ha reducido a la influencia familiar y del entorno social. Parientes, amigos, el dice, el rumor, entre otras muchas caras de la información, dictan las reglas del juego. Mientras tanto el colectivo y su identidad, se van diluyendo en la grave crisis económica que fracciona la familia y hace a los pobres aún más pobres.

Los medios de comunicación, son simples repetidores de las hegemonías culturales de moda. Han sido arrasados por

lo intereses empresariales y mercantiles. La producción nacional que en un tiempo proliferó a través de los canales universitarios, poco a poco ha ido desapareciendo quedando algunos pocos que se han adecuado al «mercado de la audiencia» y sin mucho contenido que ofrecer.

Si bien el Estado no ha sabido cumplir a cabalidad con su parte en la responsabilidad que tiene con la educación, ¿ por qué no comenzar desde los ámbitos privados?. ¿Por qué no transformar los medios de comunicación en propulsores de campañas educativas. De programas que creen espacios de reflexión para el ciudadano común y lo encaminen en el proceso socializador que reconozca su identidad y su valor social, impulsándolo a mejorar su condición de vida?

La comunicación es el vehículo que vincula la tecnología con la educación, al brindarnos la oportunidad de conocer de cerca sus alcances y sus formas. Al enseñarnos a usarla como una herramienta de desarrollo y no de exclusión social. Cuando el qué decir y cómo decirlo se convierten en formas de respeto a las identidades culturales y a sus necesidades. Son innumerable las opciones en este aspecto.

La educación social incentiva el pensamiento colectivo hacia una mayor responsabilidad individual con el entorno. Brinda la oportunidad de una educación encaminada al bienestar social; a la creación de espacios donde la información adecuada sea la fórmula para resolver los problemas sociales que nos han llevado a una especie de oscurantismo. Al decir la fórmula, hago referencia a que, es a través del conocimiento que el individuo puede racionalizar su entorno, no dejarse manipular por utopías de vida tan ajenas a nuestras raíces. Se nos divide cuando no hay información. Cuando el ciudadano no se siente en parte responsable de su ambiente y cree que sólo es responsabilidad del «otro».

Creo importante también crear una conciencia nacional encaminada hacia un pensamiento unificado de desarrollo. Dejar de lado la herencia colonialista que tanto daño nos ha hecho, creando y fomentando nuevos entes de educación social que permitan a nuestros pueblos emerger de la ignorancia.

Entremos todos a formar parte de este proceso. Nuestros pueblos están sedientos de voz, de guías, de pensamientos. Hacen falta líderes que nos muestren el camino de la transformación social. Que den luz a los tantos proyectos que tan sólo están sembrando polvo en las gavetas de las universidades y las oficinas burocráticas de información. Que le devuelvan al pueblo la fe en la democracia y veamos la otra cara de la política. Para lograrlo, todos tenemos que participar. Empezar por el trabajo individual, ¿qué puedo hacer por mi nación? ¿cómo puedo mejorar mi condición de vida?. Somos los afortunados estudiantes y educadores los que tenemos la tarea de sembrar estas inquietudes.

Reflexionemos en la necesidad de tomar de una vez la responsabilidad que nos corresponde. De plantearnos que el colectivo está conformado por todos nosotros y que de nosotros dependen el exigir, el dar y el construir una sociedad unida, valiosa y útil. Es muy fácil observar la vida desde el cómodo palco de nuestras casas, a través de nuestros televisores u otros medios de comunicación. Lo importante aquí es empezar a descubrir aquello que nos une, no lo que nos separa. Encontrar la forma en cómo transformar mi propio entorno en favor de todos, a través de muchas acciones comunitarias que incentiven el desarrollo colectivo. Estas acciones pueden ser desde la creación de cursos participativos  sobre aspectos que se detecten necesarios para mejorar la calidad de vida, o campañas de incentivo y reflexión hacia ciertas actitudes que no deben continuar. «Si yo mejoro es seguro que mi entorno ha mejorado ya o ha de mejorar». Pensemos entonces en la manera de hacerlo y contribuir desde nuestros espacios al desarrollo de nuestros pueblos.

«Si quieres que el mundo cambie, comienza por ti mismo.» (Grafitti citadino)

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