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Punto Cero

versión impresa ISSN 1815-0276versión On-line ISSN 2224-8838

Punto Cero v.6 n.3 Cochabamba jul. 2001

 

DESAFIOS DE Y PARa la onFLUENCIAS DE LA ULTURA Y EDUCACION

 

Luiz Roberto Alves ECA

Escuela de Comunicación de la Universidad de San Pablo

E-mail: luralve@usp.br

 


I. Deseo ser sincero con ustedes, colegas de los campos de la comuni­cación y de la educación de Bolivia y del Perú, y decir aquí lo que tam­bién digo en mi país: soy crítico severo de los discursos que legitiman ese modelo de globalización socio - económica que se desarrolla sobre nosotros y, de alguna forma, dentro de nosotros.

Pienso que nosotros, educadores y estudiantes, que dedicamos parte de nuestras vidas a proponer participación social, que creemos en la ciudadanía como derecho y deber humano básico, que hemos deseado hacer de nuestras salas de clases, de la plaza pública y de nuestra ciudad lugares de ejercicio de la democracia, necesitamos hoy, delante de los proyectos sutiles e inteligentes de la mundial­ización de la cultura y del mercado, hacer más preguntas y rec­hazar respuestas fáciles y aparentemente obvias.

Cualquier persona ligada a la educación y la cultura y que no estu­viera dispuesta a hacer preguntas exigidas por el momento histórico en que vivimos, en breve podrá sentirse traicionada en el propio fun­damento de la actividad que desarrolla, considerando que no es educativo aceptar la globalización como si fuese una totalidad, cuan do es solamente parte de las relaciones socioeconómicas; ni es un valor cultural asumir desem­pleos y pérdida de identidad cul­tural en nombre de relaciones mercadológicas. No se trata, por tanto, del fenómeno en sí de la globalización, sino de que nues­tra vigilancia se justifique por el modelo discriminador de la civilización técnico - económica.

Claro que no fue la globalización como hecho cultural la que en los últimos 20 años hizo crecer la proporción del abismo entre ricos y pobres en el Tercer Mundo de una proporción de 30 a 1 a una proporción de 60 a 1, sino las acciones concretas de los nuevos modos de producción industrial, mercantil y agrícola, además de la falta de cambios estructurales en los países periféri­cos, que produjeron mayores con­centraciones de capital. Para mí, globalización de informaciones, tecnología expandida y más com­petente, así como mercado en crecimiento, deberían significar el aumento de empleos para mil­lones de jóvenes asiáticos, amer­icanos, europeos y latinoameri­canos.

Lo que se verifica, sin embargo, es que hasta inclusive la juventud más preparada está siendo imposi­bilitada de conseguir empleos dig­nos.En mi país, ese hecho signifi­ca crecimiento de la violencia, que ya es la causa principal de las muertes, por encima de las diversas enfermedades graves. La global­ización que conocemos en el Brasil es la de la violencia. Además , estamos practicando un filicidio, porque el mayor número de muertes en el Brasil reside entre la población de 15 a 28 años. Conviene esclarecer bien: la violencia es estructural en mi país, no coyuntural. Los nuevos procesos de producción son tam­bién estructurales y colaboran para empeorar el cuadro históri­co de la violencia y de la discrim­inación contra los considerados descartables, resultado exclusivo de la desigualdad de derechos. Algunas experiencias educativo-culturales exitosas han probado que solamente una nueva y pro­funda inclusión social afectará la estructura de la violencia.

II. Ciertamente no soy radical, ni apocalíptico. Tal vez ni llegue a la visión dura y fuerte de Eduardo Galeano, historiador uruguayo que en el Congreso Mundial de Comunicación Cristiana, realiza­do en México en octubre del 96, declaró: “Nunca tuvimos un mundo tan desigual en oportunidades y tan igual en la imposición de ideas. En este mundo sin alma, que estamos obligados a aceptar, como si fuese el único posible, ya no hay más pueblos, sino mercados; no hay más ciudadanos sino solamente consumidores; ya no exis­ten más naciones, sino grandes compañías; no tenemos más ciu­dades, sino aglomeraciones; no existen relacionamientos humanos, sino tan sólo competiciones comerciales”. Pero jamás podría aceptar el reciente best-seller escrito por tres hispanoamericanos, que se llama “Manual del Perfecto Idiota Latino-americano”. Según ellos, toda riqueza es creada por la capacidad individual, por la libre-competencia de los mercados etc.. Ni puedo concordar con la posición xenófoba del ex-Ministro de Hacienda del régimen militar brasileño, diputado Roberto Campos, que comentó con esta frase el libro citado: ”Buena parte de nuestro subdesarrollo se explica en términos culturales; al contrario de los anglosajones, que pregonan la racionalidad y la com­petición, nuestros componentes culturales son la cultura ibérica del privilegio, la cultura indígena de la indolencia y la cultura negra de la magia” (Periódico “Folha” de San Pablo de 25/8/96).

¿Por qué no llego a la posición de Galeano? Porque fui educado por las ideas de Paulo Freire e investigué durante 20 años las culturas populares. Allí aprendí que la lógica de los emisores no es la misma que la de los receptores. Toda la obra del educador popular que murió el 2 de mayo de 19987, se basa en el hecho de que nosotros resistimos a ser lo que los otros quieren que seamos; en otras palabras, hacemos lecturas del mundo en base a nuestro baúl cultural activo, que es el mejor mediador entre la emisión del mensaje y la práctica social. Un hombre y una mujer alfabetizados, para Freire, significaban un nuevo dominio sobre la vida, el derecho de nuevas lecturas, la creación de una voz diferenciada con nuevos deberes frente a la ciudadanía colectiva. También el profesor Vilches, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en texto reciente, muestra que la información global es negociada localmente por los destinatarios, cuya decodificación sim­bólica depende de sus bases culturales.

Revisando el discurso de Galeano, es verdad que tenemos menos ciu­dadanos que consumidores, pero en cuanto tengamos aquéllos que exijan el derecho y el deber de ser participantes de la ciudadanía individual y colectiva, la calidad será superior a la cantidad. Tampoco es incorrec­to decir que tenemos más mercados que agrupamientos culturalmente orgánicos, principalmente en mi país, que con su manía de grandeza ya posee uno de los mayores shopping-centers del mundo. Pero, cierta­mente, la lectura que los grupos sociales hacen de la propaganda, pasa por su filtro cultural y eso es lo que vale. El gran problema en que se nos coloca, es saber cómo estamos enfrentando la penetración de la información globalizada en nuestras bases culturales, en la ciu­dad, en el mundo rural, en la familia, en la universidad, en la vecindad, en las corporaciones, frente a la seducción de los discursos propagandís­ticos. ¿Por qué seducción? Miren a su alrededor, hacia nuestros país­es y pregunten: ¿Cuál es la parte globalizada de nuestras sociedades? ¿No estamos teniendo la impresión de que todo está glob­alizado, o que se globalizará mañana? Sin embargo, investigadores de la CEPAL respondieron recientemente, en conferencias realizadas en el Brasil, que solamente 20% de la economía de nuestras sociedades nacionales participa de los procesos globalizados y globalizadores, mientras que el 80% de la riqueza y la gran mayoría de la población vive su cotidianidad, se alimenta, trabaja, estudia y se divierte en el contexto de la economía y de la cultura de bases locales y regionales. Sin embargo en nuestras cabezas estamos teniendo la impresión de que todo está globalizado, por fuerza de información seductora. A eso llamo legitimación desigual e incorrecta, aquello que es parcial está virtualmente convirtiéndose en totalidad. Otra cosa será prepararse para los nuevos avances de la mundialización téc­nico-económica y para eso estamos reflexionando juntos.

¿Y por qué siento horror al discurso de Roberto Campos, simbólo de la posición de las élites en muchos de nuestros países? Porque, según ese pensamiento, si pasamos una línea que separa los hombres y mujeres competentes, modernos, liberales, avanzados y computariza­dos, ¿qué restará? En mi tierra restarán los pobres, muchos negros, pueblos rurales, indígenas. A ellos, la élite sólo puede indicarles el camino de la marginalidad, exclusión y descartabilidad.

III. Queda evidente, pues, que esa forma de globalización trae consi­go formas nuevas de racismo, discriminación, legitimación por el dis­curso engañador y un ritmo de cambio cultural que solamente la virtu­alidad puede asumir, no nuestro cuerpo educado por otra base cultur­al. Y no tenemos el derecho de decir que los millones de trabajadores de la sociedad que está siendo ahora superada, y que tuvo sus bases lanzadas después de la segunda guerra mundial, sean una horda de incompetentes e indolentes. Al contrario: investigaciones prueban que en el Brasil los mayores avances técnicos y de producción de la zona rural ocurren precisamente en los campamentos de quienes luchan por la reforma agraria hace muchos años. En ellos existe el com­ponente amor y lucha por la vida que ninguna tecnología consigue aprehender; del mismo modo, nuestros obreros de fábricas siempre fueron considerados por los técnicos extranjeros como muy compe­tentes en sus funciones. Un técnico alemán nos decía hace algunos años que los obreros de la Volkswagen brasileña hacían a ojo descu­bierto lo que el obrero alemán hacía con aparatos de precisión.

Entonces, la globalización que queremos no es la que está en curso. Además, ésta funciona como un paradigma totalitario, que transforma en ignorantes, imbéciles e incapaces a todos los opositores. Es una nueva y más inteligente forma de colonización y eso tal vez sólo lo percibiremos demasiado tarde.

IV. Sin embargo, nosotros educadores que no negamos el conocimien­to, la competencia de la inteligencia bases iguales, las nuevas ciencias y sobre tecnologías (al contrario, queremos impulsarlas) y el desarrol­lo de las redes de información al servicio de los programas y proyec­tos sociales, estamos desafiados a dar respuestas frente a esas tenden­cias que se mezclan con la globalización, pero que de hecho son pro­ductos y procesos que se legitiman más allá de las nuevas economías de mercado.

Por tanto, deseo contribuir modestamente con la reflexión de ust­edes en este encuentro, sea argumentando en torno de los puntos que considero negativos del proceso internacionalizador y liberal, sea proponiendo actitudes y tal vez caminos para los desafíos culturales y educacionales del tiempo complejo y desafiante en que vivimos.

La mejor caracterización que conozco de la sociedad técnico-global­izada es resumida en tres puntos por el filósofo italiano Antonio Negri. Según él, en primer lugar tenemos que la naturaleza del trabajo se transformó, dejó de ser una materia, un producto, para ser algo inmaterial, un proceso que envuelve mensajes, señales, lenguajes diversos. La red es mayor que los sujetos y el nuevo trabajador es una posición en la red, un lugar y no una individualidad. Las fábric­as no producen excedente; sola­mente el espíritu y sus discursos lo hacen. Por eso, en el internet, cuanto más saca usted (porque usa), más crece la información. De ahí que hemos tenido la impresión de que los productores del saber son los más valoriza­dos, hoy.

Sin embargo, recordemos que son seres autónomos, ocupando un lugar en una gran red. En el caso de la gran red mundial, ya son 60 millones de navegadores, para la población mundial de 5 y medio billones. En segundo lugar, como consecuencia de ese nuevo modo de producción, la escuela, la ciencia y las institu­ciones científicas, el sistema de comunicación e información, las instituciones sociales, todos los que invierten subjetividad en esas "redes", son los actores productivos hoy e incluso todos aquellos que, pagados o no para producir, de hecho repro­ducen subjetividad. Y en tercer lugar, pero no menos impor­tante, el nuevo sistema produc­tivo se presenta global. O sea, como un sistema productivo que se ensancha en las dimensiones del orbe terrestre. Nada es excluido de los tentáculos, como un gran pulpo o una gran araña. La movilidad de la fuerza de traba­jo, la circulación de mercaderías, la omnipresencia de la informa­ción, caracterizan el fenó­meno. La producción se desterritorializó y con ella la estructura biopolítica de la pro­ducción inmaterial se mundializó.

En ese contexto, quien educa y es educado, quien produce cultura, quien la divulga y quien la con­sume, o sea, quien está directa­mente involucrado con el porvenir y el devenir de la sociedad local, nacional y humana; tiene motivos para la vigilancia y la oposición, pero también razones para el ánimo y mucho trabajo. Si no, veamos: en la medida en que aumenta el acceso directo a las fuentes de información, ¿quiénes serán los mediadores del futuro próximo? ¿Habrá lugar para peri­odistas y educadores? El profesor solamente divulgador, desintere­sado de la investigación, continua­mente reciclado para repetir y reproducir, tendrá siempre menos función social. Su mediación será menos necesaria. Al contrario, aquél que tiene interés en investi­gar (que es la naturaleza del edu­car), esto es, superar el nivel de la información para llegar a la inter­textualidad, a los misterios de los diversos sentidos de la palabra, a la crítica profunda de las señales y a la creación de un diálogo que hagan de educando y educador sistematizadores competentes de la materia informativa, ése será útil a la vida social; como diría Brecht, imprescindible. Propongo, por tanto, la inversión de lo que parece ser la lógica de la globalización: el nuevo educador será sumergido más profundamente en la cultura de su gente, porque tendrá necesi­dad de trabajar la gran abundancia de los mensajes y los lenguajes para de hecho educar, esto es, provocar cambios sociales que no permitan a su pueblo hacerse descartable/desechable.

Inmediatamente dentro de esa cuestión, se coloca el hecho de que la virtual interactividad de las redes (como dijo Lorenzo Villes, de Barcelona) mientras que una parte importante de la población de muchos países capitalistas es analfabeta, encuentra enormes dificultades para redactar un texto legal, científico o literario. Paulo Freire me dijo un día, cuando yo lo llevaba a una con­ferencia, que su mayor placer sería oír a un hombre y a una mujer del pueblo iniciando así una frase: "Epistemológicamente hablando..." Ciertamente, el maestro no quería que fuésemos preten­ciosos, o falsos intelectuales, pero para él todos deberíamos tener el derecho de dominar los discursos sociales, no solamente algunos privilegiados. El dominio del discurso y sus códigos es señal de ampliación del poder popular sobre la sociedad. De ahí que debemos tener prisa en exigir plena alfabetización de la población, cambios sustanciales en los programas de la escuela secundaria con privilegio en los lenguajes, humanidades y por la apertura de todos los discur­sos tecnológicos y sus disciplinas. Crear una asociación fuerte entre escuela y cultura. Hacer de cada escuela un centro cultural.

Culturizar la educación, como siem­pre debería haber sido.

En cuanto a los periodistas y el peri­odismo, la cuestión es similar: care­cen de una reorganización de la inteligencia colectiva. Dejar de colo­carse como mediadores privilegia­dos y conceder a las culturas de la sociedad el real papel mediador. De ahí que periodistas -así como edu­cadores- necesitan tener ojos y oídos grandes y boca chica para auscultar la vida, la ciudad, para ir más allá de tramas políticas, de las élites, superar el discurso oficial del poder y descubrir que noticia hoy, es más esclarecimiento que espec­táculo, más investigación que mera repercusión, hacer del reportaje la intervención. Los periódicos necesitan no solamente aprovecharse de la sociedad de alta producción para el consumo y así transformarse en grandes vendedores, sino también, para no convertirse en mera mer­cadería, ser participantes directos de las varias formas de organi­zación social, por los derechos humanos, por la superación de pre­conceptos sociales, por los “forums” de las diversas agrupaciones y corporaciones, por la acción que supere el mero entretenimiento y la diversión fácil.

Hacer de la cultura la mediadora social, significa descubrir y revelar el mayor respeto a los ritmos de los grupos sociales, sus valores, dis­cursos, proyectos. Aquí se dan dos movimientos: en cuanto se busca descubrir y revelar la base cultural, ésta se eleva para comprender las novedades en movimiento. En vez de disfrazar la cultura de mer­cadería o imponer un discurso de engaño y propaganda, lo que con­viene es un efectivo encuentro de culturas en el cual el conocimiento se renueva, en que se crea igualdad de derechos en la búsqueda y en la comprensión del conocimiento, en que los avances científico tecnológicos son penetrados por las culturas en un movimiento respetado y respetuoso; del mismo modo, la creación y divulgación de lo nuevo penetra las culturas todavía tradicionales. Conviene repetir; sola­mente el 20 % de las fuerzas productivas de nuestros países vive la experiencia globalizante. Creo inclusive que esa transición cultural y ese movimiento de profesionales rumbo a la nueva calidad de sus ser­vicios públicos puede ser la base de nuevos comportamientos en la acción social, que tanto se oponen a que los grandes conglomerados de la industria cultural vean frente a sí solamente el lucro, como pueden proponer que las relaciones sociales establezcan la igualdad como fundamento del proceso de globalización. Igualdad de oportu­nidades dentro de la diversidad cultural. El choque exclusivo de merca­do y de imposición tecnológica, sin derechos culturales de absorción, crítica e interpretación, significa la destrucción, alienación y descartabilidad. Ya se observa razonable destrucción de servicios y espacios públicos por las concertaciones desinteresadas de información en la diversidad cultural, lo que puede acabar en preconceptos y racis­mos diversos, contra los pobres; es evidente que el lucro se impone como factor fundamental de decisión en el mundo globalizado y lo económico supera a lo político, cuando debería ser lo contrario, por lo menos rescatando el sentido mayor de la política como vida del ciu­dadano en la polis, esto es, práctica de la ciudadanía.

V . Necesitamos superar desfases y también la hipocresía de lo que llamo el nuevo inútil. Entre los principales programas del gobierno brasileño para la educación está el entrenamiento a distancia de los profesores.

Entre 1995 y 1996 el Ministerio de Educación y Cultura, según el per­iódico  “Folha” de San Pablo del 30 de junio último, p.7, gastó cerca de 70 millones de dólares para equipar a las escuelas públi­cas con televisión, video y antena parabólica. Para este año, se prepara el envío de material para 23 mil escuelas más. Sin embargo, se constató que 79% de las escuelas no usa el material. No se trata solamente de entrenamiento técnico, sino de espíritu, de condición cultural que reacciona a las imposiciones falsamente modernizantes, considerando la precariedad física y espiritual de las escuelas, el salario miserable del profesor, el desestímulo profundo para con la vocación de los actos de enseñar y aprender. La sociedad que se inicia con el dominio del espíritu, no sabe animar el espíritu para construir un gran proyecto educativo. Y maltrata el espíritu no permitiendo que los cuerpos sean sustentados con lo indispensable para que el espíritu funcione.

Considerando que el fundamento de la nueva sociedad es la creación del espíritu, la subjetividad, la información supuestamente democratiza­da, ¿por qué la sociedad civil y los gobiernos no toman la decisión acer­tada de producir indicadores sociales también ligados al espíritu como valores centrales de su trabajo administrativo y político?

Se trata de tener como metas de trabajomenos puentes, viaductos y asfalto de calles y disminuir los índices de mortalidad infantil, niños abandon­ados, analfabetismo, falta de derechos y espacios para la acción cul­tural, gobierno democrático de las escuelas etc. Pienso que precisa­mente esas acciones, objetivas y decisivas, significarían el primer acto de respeto a las culturas que no existen en el espacio, sino en las relaciones sociales y físicas concretas, así como nos proyec­tarían en el universo global donde el conocimiento científico y tec­nológico pretende servir a todos a través de las redes. Ahora, todo ese conocimiento será alienación para muchos, lucro para pocos y basura informativa, si no halla gente dignificada para encontrarlo, analizarlo, cooperar con él y absorberlo. No podemos proyectar nuestros sentidos de ciudadanía hacia el ciberespacio, lugar donde nuestra voz necesita llegar.

Pero el ciberespacio también está entre nosotros. Y nuestras culturas hacen parte de él. De ahí que tenemos que tomar posiciones. Algunos escapan hacia la exclusiva individualidad, otros se quedan a la expecta­tiva. Un grupo razonable, sin embargo, podrá optar por la exigencia de la nueva calidad en ese tiempo en que lo virtual engaña, haciéndose pasar por algo que no tenemos derecho de materializar por obra de la cultura. Me quedo al lado de los que toman en serio la memoria cultur­al colectiva, pero que la saben en movimiento, en un proceso continuo de educación para la acción cultural y, consecuentemente, política. Entre estar al frente del ciberespacio internáutico o leer la literatura vertida en el papel, me quedo con los dos. El paseo en el “shopping center” no evita, y hasta estimula, la participación en otros espacios públicos capaces de estimularme la exigencia del cuerpo y del espíritu. El último “best-seller” de las grandes  librerías que se transformaron en centros exclu­sivos de comercio no me hace olvidar aquella obra que trató de los hechos fundamentales de la vida de mis abuelos y otros ancestrales, pues sin esa gente yo no tendría derecho siquiera al nuevo espacio y al nuevo tiempo. Claro que entre Sidney Shelton y Alcides Arguedas, prefiero el segundo. Prefiero también Cortazar. O, inclusive, al más antiguo Vargas Llosa de "La Guerra del fin del Mundo".

En los años 70 y comienzos de los 80, la redemocratización posi­ble de la América Latina motivó gran empeño de los intelectuales en el estudio de las culturas pop­ulares y su proceso educativo. Los Años 90 presentan casi el total olvido del tema, en nombre de un gran engaño: el discurso sobre el quiebre de todos los patrones de cultura occidentales y sus procesos educativos. ¿De qué se olvidaron esos intelec­tuales? De que todas nuestras culturas populares no se nutren únicamente de esos patrones lla­mados occidentales. Incluyen val­ores más hondos y complejos, que todavía no conocemos bien. Por eso no podemos abordar nuestro trabajo educativo-cultural en nombre de un quiebre de val­ores hegemónicos de la llamada cultura occidental. Al contrario, por la educación y por la cultura, respetadas y respetuosas, nos encontraremos más a gusto en el mundo más complejo, pues más complejas y mundiales son las culturas del sur del planeta, las culturas de nuestros pueblos. No hagamos alienación de aquello que puede ser una franca posibil­idad, una grata oportunidad. Ni transformemos solamente en mercadería aquello que puede ser valor social.

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