1 Introducción y planteamiento
Actualmente, el Estado Plurinacional de Bolivia se ha convertido en uno de los países con mayor incidencia de incendios forestales en el mundo. Durante los años 2019 y 2020, ocurrieron importantes incendios de gran magnitud, localizados casi por completo en la Chiquitanía, departamento de Santa Cruz (IPCC, 2019). Esta situación se ha visto potenciada por el contexto político actual del país y por las condiciones climáticas de sequías acentuadas, ocasionando una mayor intensidad y magnitud en los incendios forestales durante los últimos años (Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz, 2020).
En la zona, históricamente y desde el siglo XVII al menos, se practicaba la ganadería extensiva de ramoneo en el monte. Actualmente, el mayor problema radica en el cambio del uso de suelo donde poco a poco se están transformando los ecosistemas nativos hacia pastizales con especies de gramíneas exóticas, destinados a la ganadería semi-intensiva a gran escala o bien a cultivos comerciales introducidos. Las principales presiones resultantes de este cambio en el uso de suelo son la combinación de deforestación y desmonte acompañados de incendios, para su posterior ocupación destinada a la actividad ganadera (Villaseñor, 2012).
Esta problemática ocasiona importantes pérdidas e impactos ambientales, siendo el suelo uno de los componentes más afectados al verse alteradas sus propiedades físicas, químicas y biológicas, y por ende el equilibrio edáfico, que es la base del ecosistema. En función a la gravedad del impacto, esta alteración puede desencadenar cambios inmediatos y posteriores en el estado natural de un suelo y la regeneración de cobertura vegetal para su recuperación (Gongalves y Vieira, 2013).
En este sentido y por lo expuesto anteriormente, el objetivo general de esta investigación es evaluar el impacto de los incendios forestales en la variación del estado natural de suelos afectados en la Chiquitanía proponiendo índices como herramienta para su evaluación.
2 Bases teóricas
Los incendios forestales ocasionan tanto impactos directos como indirectos en el estado del suelo, que varían según la temperatura que llega a alcanzar el mismo. A bajas temperaturas (<200°C) se dan cambios principalmente biológicos, a temperaturas medias (>200°C) comienzan a cambiar las propiedades químicas, mientras que a temperaturas altas (>350°C) suelen ocurrir cambios químicos y físicos más profundos (Santín y Doerr, 2016; DeBano, 1990).
Entre los impactos directos, destacan aquellos sobre la materia orgánica. Se ha visto que en incendios de intensidades bajas la fertilidad puede verse incrementada inicialmente, debido al aporte de materia orgánica semipirolizada (que ha sufrido degradación térmica en ausencia de oxígeno) y nutrientes contenidos en las cenizas liberados en formas inorgánicas. Sin embargo, también se ha observado que este efecto es efímero, es decir, que no persiste a largo plazo y sobre todo no ocurre en áreas afectadas por incendios de alta severidad (Mataix-Solera y Guerrero, 2007). En cambio, en incendios de intensidades altas, Fernández (1997) ha estudiado el efecto inmediato en la materia orgánica, viéndose ésta disminuida notablemente en su contenido total o parcial, dependiendo de la temperatura y duración del fuego.
Sobre los impactos indirectos, el suelo puede sufrir cambios complejos como producto del nuevo escenario con ausencia de cobertura vegetal, materia incinerada y aumento en la cobertura de cenizas (Mataix-Solera y Guerrero, 2007). Sobre ésta última, Rosero (2013) destaca la acumulación de cenizas en superficie como uno de los factores que más altera las propiedades químicas del suelo, en especial el pH. Esto debido a que, las cenizas están compuestas principalmente por bases como el calcio, magnesio y potasio, que al acumularse en el suelo provocan un efecto alcalinizante. Asimismo, las cenizas contienen hidróxidos y carbonatos que al reaccionar por hidrólisis con el agua del suelo aumentan el pH.
Este parámetro es muy importante para condicionar la disponibilidad de nutrientes, siendo el pH óptimo para cultivos 6,5 a 6,8, pero se estima que en incendios de alta intensidad estos valores pueden aumentar hasta en 4 o 5 unidades (Gongalves y Vieira, 2013). Un pH igual o superior a 7 en suelos puede afectar la disponibilidad de nutrientes como el calcio, magnesio, potasio, sodio y fósforo (Osorio, 2012).
Estos y otros cambios edáficos pueden medirse utilizando diversos indicadores directos e indirectos, que permiten llegar a construir índices integrados que representan una condición simplificada de la realidad (modelo), que sea potencialmente aplicable en diferentes esferas del conocimiento (Schuschny y Soto, 2009; Prieto-Méndez et al., 2013), además de brindar información sobre cambios o tendencias en estas variables (Bautista-Cruz et al., 2004).
De acuerdo con García et al. (2012) los indicadores edáficos pueden ser de tipo físico, químico y/o biológico, siempre y cuando cumplan con las funciones de detectar puntos críticos, monitorear cambios a lo largo del tiempo y predecir posibles impactos en el recurso. Asimismo, Masera et al. (1999) indican las condiciones que deben cumplir los indicadores, como ser fáciles de medir y entender, reflejar adecuadamente el aspecto a medir, ser sensibles a cambios e integrar diferentes procesos a la vez. Asimismo, la integración de un conjunto crítico de indicadores permite aproximarse a la construcción de modelos interpretativos de realidades naturales complejas y con valor predictivo sobre las mismas.
Con relación a estas condiciones, se escogieron las siguientes variables indicadoras para llevar a cabo la construcción del índice (modelo): pH, conductividad eléctrica, nitrógeno total, fósforo disponible, potasio disponible, carbono orgánico y velocidad de infiltración. Éstos se consideraron indicadores básicos necesarios para reflejar el estado general del suelo (valor interpretativo) y de los posibles cambios ocasionados por los incendios forestales (valor predictivo).
El estado que se pretendió evaluar y al que se hace referencia en la investigación, se denominó como "estado natural". En el campo de la edafología, el término de estado natural se aproxima bastante al término de salud del suelo que, según Brady y Weil (2017) se define como un estado de autorregulación, estabilidad, resiliencia y ausencia de estrés en el suelo considerado como un ecosistema en sí mismo. La salud del suelo considera a los organismos vivos que aloja y a la interacción entre éstos y las propiedades físico-químicas del ambiente.
A partir de estos conceptos, consideramos el estado natural del suelo como el conjunto de factores y características que indican un estado poco o nada perturbado del suelo como ecosistema, próximo al original, incluyendo tanto aspectos funcionales como estructurales.
Finalmente, los suelos que se han estudiado corresponden a las unidades de vegetación de mayor extensión y representación en la Chiquitanía, el Bosque Subhúmedo Semideciduo Pluviestacional, conocido como "Bosque Chiquitano" y el Bosque Bajo Pluviestacional Esclerófilo, denominado "Chaparral del Cerrado".
El Chaparral del Cerrado es un tipo de vegetación que crece en suelos pedregosos poco profundos o arcillo- limosos profundos con problemas de toxicidad por altos contenidos en hierro y aluminio, de baja fertilidad en ambos casos, por lo que no alcanza alturas mayores a 4-10 m. Por su parte, el Bosque Chiquitano crece sobre suelos bien drenados, con retención de humedad y mayor nivel de fertilidad y profundidad, por lo que presenta enraizamiento extensivo y alturas de 15-20 m en el dosel (BOLFOR, 1996; Navarro y Maldonado, 2002; Navarro y Ferreira, 2007).
Guamán y Valverde (1982) realizaron un estudio y levantamiento detallado de datos de suelos de toda la provincia de Ñuflo de Chávez en el municipio de Concepción hace 40 años. Entre estos datos se incluyen medidas físicas y químicas, así como observaciones de campo directas. De acuerdo con ese estudio, en las zonas con Bosque Chiquitano predominan los suelos de tipo Luvisol, desarrollados y bastante profundos, con texturas medianas y estructura débil. Las propiedades físicas son desfavorables, incluyendo una tendencia hacia la alta infiltración y baja retención de humedad. Por su parte, los suelos en zonas de Chaparral del Cerrado son de tipo Ferralsol y/o Leptosol Ferrálico, que se caracterizan por ser superficiales o muy poco profundos, o afectados por niveles de laterita en el subsuelo, o con frecuentes afloramientos rocosos.
3 Metodología
3.1 Obtención de datos de campo
Esta investigación se llevó a cabo en el municipio de Concepción, dentro del departamento de Santa Cruz en Bolivia (ver Figura 1).
Para la obtención de datos de campo, primero se seleccionaron puntos de muestreo por conveniencia, es decir, según la disponibilidad de casos de interés a los que se tuvo acceso (Hernández-Sampieri et al., 2014). Para ello, se ajustaron en campo siete zonas homogéneas representativas del paisaje de la ecorregión a lo largo de un trayecto de aproximadamente 35 km al sur del centro urbano de Concepción (ver Figura 2). Los ecosistemas representativos fueron tres puntos de Chaparral del Cerrado (P1, P4, P6), tres de Bosque Chiquitano (P2, P3, P5), además de una estancia ganadera privada (P7).
En cada punto se delimitó una parcela de forma cuadrada con una superficie promedio de 100 m2 (10 x 10 m) en función a la uniformidad del terreno en términos de vegetación, topografía y características observables. En ellas se midieron directamente parámetros de campo: textura, pH, conductividad eléctrica y velocidad de infiltración.
La textura se evaluó a través de técnicas directas de tacto, basadas en sensaciones y características de la "cinta" húmeda de suelo (USDA, 1999; FAO, 2008; FAO, 2009). Para medir el pH y conductividad eléctrica se empleó un electrodo multiparamétrico en una solución de relación 1:3.
Finalmente, para la velocidad de infiltración se siguió la metodología de ensayo de infiltración del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) (1999) empleando un anillo PVC simple de 6 pulgadas de diámetro; éste se clavó en el suelo, se colocó una pulgada de agua dentro y se registró el tiempo que tardó en ingresar al suelo. Este proceso se repitió dos veces, la primera para alcanzar la capacidad de campo y la segunda para medir la velocidad de infiltración.
Por último, se extrajo una muestra de suelo compuesta en cada parcela, formada por cuatro submuestras de 0-25 cm de espesor, cada una orientada a cada esquina. Éstas se homogeneizaron completamente, se etiquetaron y guardaron en bolsas plásticas dentro de una conservadora para su posterior traslado a la ciudad de Cochabamba.
3.2 Obtención de datos de laboratorio
Los parámetros por medir en laboratorio se eligieron en base a su importancia para generar cambios en el estado natural del suelo dentro del ecosistema (USDA, 1999; FAO, 2008; FAO, 2009), incluyendo los mismos parámetros medidos in-situ para corroborar la confiabilidad de los datos. Éstos fueron: textura, pH, conductividad eléctrica, contenido de materia orgánica, concentración de nitrógeno total, fósforo y potasio disponibles. Todos los protocolos de análisis se extrajeron de Pansu y Gautheyrou (2006).
La clase textural se midió empleando el método del hidrómetro de Bouyoucos, el pH por potenciometría en solución 1:5, la conductividad por conductimetría en solución 1:5, la materia orgánica por método Walkley- Black, el nitrógeno por el método Kjeldahl, el fósforo por el método Olsen en pH 8.5 y el potasio por el método Bray- K.
3.3 Diseño del índice de evaluación de estado natural
Debido a las importantes diferencias ecológicas entre las dos unidades de vegetación del estudio, se realizaron dos versiones del mismo índice; una para suelos de Chaparrales del Cerrado y otro para suelos de Bosques Chiquitanos.
La metodología consistió en la elección de indicadores edáficos clave y su respectiva estandarización utilizando una escala adimensional con puntajes y rangos establecidos según la proximidad a valores de referencia de la literatura.
Los indicadores seleccionados para este índice fueron: pH, conductividad eléctrica, nitrógeno total, fósforo disponible, potasio disponible, carbono orgánico y velocidad de infiltración, es decir, todos los considerados en el estudio con excepción de la textura, ya que no es un factor que cambie significativamente con facilidad y se necesitan periodos de tiempo muy largos para percibir cambios importantes (García et al., 2012).
Los indicadores mencionados son susceptibles a cambiar después de un incendio e influyen de diferentes maneras en la funcionalidad y estructura del suelo. El carbono orgánico está directamente relacionado con la fertilidad y estabilidad estructural, el pH condiciona la disponibilidad de nutrientes, incluyendo los macronutrientes primarios (nitrógeno, fósforo, potasio) esenciales para el crecimiento vegetal, la velocidad de infiltración se relaciona a la estructura y grado de porosidad del suelo, y finalmente la conductividad eléctrica se relaciona con las sales y limitaciones para el crecimiento vegetal. (Cantú et al., 2007; García et al., 2012; Rojas et al., 2017).
Para cada indicador se construyó una escala de puntuación del 1 al 6 según su cercanía o lejanía al estado natural, siendo 6 el puntaje máximo. Cada puntaje correspondió a una serie de rangos desde valores mínimos a máximos con relación a valores de referencia. Éstos se determinaron a partir de valores determinados en suelos poco perturbados estudiados en Concepción por Guamán y Valverde (1982), cuando la Chiquitanía tenía un grado de conservación mucho más próximo al natural que actualmente. Dentro de este trabajo, se seleccionaron unidades que sean análogas a los puntos de muestreo de nuestra investigación, en cuanto a ubicación, vegetación predominante y otras características ambientales.
Posteriormente, entre los datos de análisis químicos provenientes de las unidades clasificadas como análogas, se hallaron los valores mínimos, máximos y promedio para cada indicador. El valor promedio se estableció como la referencia y se estandarizó con un puntaje de 6, los valores máximos y mínimos se estandarizaron con un puntaje de 1 y finalmente se rellenaron los rangos intermedios entre estos tres límites. De esta manera se construyó una escala para cada indicador, como se observa en la Tabla 1.
Los datos de estado natural para todos los indicadores estuvieron basados en los autores mencionados, con excepción de la velocidad de infiltración. Debido a datos incompletos para este parámetro, se realizó una modificación en la metodología; se promediaron todos los valores medidos en campo y se consideró ese valor como el referente. En base a ese punto intermedio se asignaron máximos y mínimos según las mismas mediciones registradas y se estandarizaron los rangos.
Por último, a diferencia de los demás indicadores químicos, la velocidad de infiltración es un indicador físico estrechamente relacionado con la clase textural, parámetro que no cambia significativamente entre las dos unidades de vegetación. Dado que, de los siete puntos de estudio cinco presentaron textura "areno francosa" y dos "franco arenosa", se consideró adecuado elaborar y utilizar la misma escala para ambas versiones del índice, es decir, una sola tanto para Bosques como para Chaparrales del Cerrado.
Las escalas descritas anteriormente sirven para comparar los valores reales medidos en cada indicador de los suelos y asignar los puntajes que correspondan en cada uno. En la sección de Anexos se hallan las escalas destinadas a los suelos de Chaparral del Cerrado en el Anexo 1 y para suelos de Bosque en el Anexo 2.
Una vez se cuente con el puntaje (P) correspondiente en los siete indicadores, se debe calcular un promedio simple de los siete puntajes, que será el valor del Índice de Estado Natural.
El valor de este resultado se debe comparar con la siguiente tabla (ver Tabla 2) para obtener la clasificación del estado natural del suelo. Dicha clasificación es el resultado final.
4 Resultados y discusión
A continuación, se muestran los resultados más relevantes en cada etapa de la investigación.
4.1 Comparación de resultados de campo
Las principales diferencias en los análisis de campo se vieron reflejadas en la velocidad de infiltración en cada tipo de unidad de vegetación. Esto se atribuyó tanto a las diferencias intrínsecas entre los suelos respectivos como a efectos ocasionados por los incendios.
Este parámetro no se midió en los primeros dos puntos debido a factores de tiempo en campo, sin embargo, en general registraron valores mayores a 130 cm/h en los suelos de Bosque y menores a 50 cm/h en los suelos de Chaparral del Cerrado (ver Figura 3). Esto se debió principalmente a la diferencia en la estructura del suelo entre ambas unidades de vegetación y posiblemente a alteraciones ocasionadas por los incendios. A pesar de que la clase textural aislada fue casi igual en ambas, las diferencias en la estructura se reflejaron en una mayor compactación, dureza de agregados y pedregosidad en los suelos de Chaparrales, lo que dificultaron la infiltración del agua.
Por otro lado, la velocidad suele disminuir después de un incendio debido a la acumulación de compuestos hidrófobos presentes en las cenizas (Camargo-García et al., 2011; Gongalves y Vieira, 2013; Mataix-Solera y Guerrero, 2007; Rosero, 2013). Sin embargo, también puede incrementar debido a cambios en la estructura ocasionados por la combustión de materia orgánica y raíces (Úbeda y Sala, 1996), así como cambios en la porosidad por aumentos en la fracción de arena en temperaturas de quema de 200 a 300 °C (Úbeda, 2001; Gongalves y Vieira, 2013).
4.2 Comparación de resultados de laboratorio
Las principales diferencias en los análisis de campo se vieron reflejadas en la riqueza de nutrientes y el contenido de materia orgánica, que fue más alta en los suelos de Bosque (ver Figura 4). Nuevamente esto se atribuyó tanto a las diferencias intrínsecas entre los suelos respectivos (diferente acumulación de materia orgánica y humificación) como a las diferencias adaptativas entre ambos tipos de vegetación respecto a los incendios.
Todos los valores máximos de N, P, K y materia orgánica se hallaron en suelos de Bosque (P2, P3, P5), mientras que los valores mínimos se hallaron en suelos de Chaparral del Cerrado (P1, P4, P6). Esta diferencia intrínseca es conocida y se ha estudiado con anterioridad.
Guamán y Valverde (1982), indican que las propiedades químicas en ambos tipos de suelos son muy desfavorables, con contenidos muy bajos de macronutrientes y materia orgánica, pero que, en comparación, los suelos de Chaparral del Cerrado suelen ser más pobres y poco desarrollados. Asimismo, Lopes y Guimaraes (2016) describen los suelos ácidos del Cerrado con muy baja disponibilidad de N, P, K, Ca, Mg, Zn, B y Cu, y un contenido medio de materia orgánica, que oscila alrededor de una media del 2.2%.
Por otra parte, se observaron diferencias adaptativas en los suelos de ambos tipos de vegetación respecto a los incendios, estando los suelos de Chaparral del Cerrado mejor adaptados. Al comparar suelos con y sin presencia de quemas dentro de cada unidad de vegetación se observaron cambios de tendencia en los resultados. Para el grupo de Chaparrales, se observa un incremento en los nutrientes y la materia orgánica en los puntos con quemas con relación al punto más conservado (P6). Al contrario, para el grupo de bosques, se ve una disminución en nutrientes y materia orgánica en los puntos que han sido perturbados con relación al bosque más conservado (P3).
En este sentido, se interpreta que la fertilidad natural de los suelos en Chaparrales del Cerrado es baja, pero puede verse ligeramente incrementada después de un incendio. En cambio, la fertilidad natural en suelos de Bosque es ligeramente mayor, pero puede verse disminuida después de un incendio.
Tabla 3. Resultados del índice de estado natural para los puntos de muestreo
Punto de muestreo | Unidad de vegetación | Antigüedad estimada de la última quema | Valor IEN | Clasificación del estado natural |
---|---|---|---|---|
1 | Chaparral del Cerrado | 1-3 años | 2,5 | Perturbado |
2 | Bosque | Desconocida | 3,1 | Intermedio |
3 | Bosque | ≥ 5 años | 3,1 | Intermedio |
4 | Chaparral del Cerrado | 3 meses | 1,9 | Muy perturbado |
5 | Bosque | 2 años | 3,1 | Intermedio |
6 | Chaparral del Cerrado | Desconocida | 2,4 | Perturbado |
7 | Pastizal ganadero | ≤ 5 años | 3,3 | Intermedio |
4.3 Resultados de la aplicación del índice
Los resultados que se obtuvieron al aplicar el índice de evaluación de estado natural en cada punto del estudio se resumen a continuación en la Tabla 3.
El estado natural de los puntos 2, 3, 5 y 7 se clasificó como "intermedio" al haber obtenido puntuaciones más altas y corresponden todos a áreas de Bosques, con diferentes tipos y grados de degradación. De éstos, el punto que obtuvo mayor puntuación fue el pastizal ganadero del punto 7, mismo que, se evaluó como Bosque ya que, a pesar de estar altamente transformado en el momento de la toma de datos de campo, originalmente era idéntico al bosque remanente actual que no dista más de 100 m. Esto se constató por observaciones anteriores en campo que indican que la transformación ha sido reciente (aproximadamente 5 años) y aún parece conservar características edáficas relativamente favorables, además del uso de fertilizantes para aumentar la producción de los pastos plantados.
Por su parte, los puntos 1 y 6 presentaron un estado natural "perturbado" y corresponden ambos a suelos de Chaparrales del Cerrado moderadamente conservados, con resultados casi iguales. Por último, el estado natural del punto 4 se clasificó con la categoría de "muy perturbado", al haber obtenido el resultado más bajo de todos. Cabe recordar que, este punto sufrió las quemas más recientes en el estudio, con una antigüedad de tres meses.
De forma general, en el caso de los suelos de Chaparral del Cerrado, los indicadores con menor puntaje en todos los suelos son el potasio y fósforo disponible debido a que se encuentran en cantidades de hasta cinco veces mayores que la referencia. Esto se interpretaría como un aumento relativo de la fertilidad en los suelos naturalmente pobres del Cerrado después de los incendios, y explicaría porqué de forma tradicional el fuego ha sido un elemento clave de manejo en el Cerrado, para optimizar la productividad de forraje tierno y palatable por el rebrote de la vegetación post-incendio.
5 Discusión
Respecto a estos nutrientes, Rosero (2013) indica que después de un incendio el fósforo puede aumentar hasta diez veces su valor inicial y el potasio hasta cuatro veces. Sin embargo, el tiempo que persiste este cambio es diferente; en el caso del potasio se revierte rápidamente, pero para el fósforo puede mantener el 40% del aumento hasta dos años después.
De igual manera, Mogollón et al. (2017) atribuyen el incremento de fósforo, potasio, calcio y magnesio a subproductos de la destrucción térmica de moléculas de feldespato. Además, mencionan que el potasio no es volátil, por lo que en lugar de perderse en la combustión puede acumularse en forma de cenizas sobre la superficie del suelo; sin embargo, éstas pueden ser rápidamente arrastradas por viento o lixiviación.
Asimismo, Úbeda (2001) determinó que el aumento de fósforo y potasio depende de la temperatura que alcance el suelo, ya que se da dentro del rango de 550 a 700 °C. El potasio aumenta debido al aporte de cenizas de vegetación quemada, mientras que el fósforo proviene de procesos de mineralización de fósforo orgánico a temperaturas mayores de 460 °C.
En cambio, en los suelos de Bosque, los indicadores con menor puntaje en la mayoría de los suelos fueron nuevamente el potasio disponible, que se encontró en cantidades mucho más altas que la referencia, y la velocidad de infiltración, que fue muy alta en el punto 5 y muy baja en el punto 7 que, como se indicó anteriormente, es posible que éste último se deba principalmente a la compactación del suelo por pisoteo de animales.
Respecto a la infiltración en suelos quemados, la literatura indica que generalmente suele disminuir después de un incendio debido a la acumulación de compuestos hidrófobos presentes en las cenizas (Camargo-García et al., 2011; Gongalves y Vieira, 2013; Mataix-Solera y Guerrero, 2007; Rosero, 2013).
Sin embargo, también se ha estudiado el incremento relacionado a cambios en la estructura ocasionados por la combustión de materia orgánica y raíces (Úbeda y Sala, 1996), así como cambios en la porosidad por aumentos en la fracción de arena en temperaturas de quema de 200 a 300 °C (Úbeda, 2001; Gongalves y Vieira, 2013). Es posible que estos dos últimos estén relacionados a la alta tasa de infiltración en el punto 5, que sufrió quemas intensas en el año 2020 y tiene un bajo contenido de materia orgánica en relación con los demás puntos.
Al analizar las clases finales obtenidas, se pueden realizar dos grandes conclusiones: a) los suelos de Bosque se encuentran más próximos a su estado natural que los de Chaparral del Cerrado y b) los incendios alteran el estado natural, sobre todo a corto plazo, considerando la evaluación del punto con quema más reciente.
Respecto a la primera, la explicación más probable se basaría en que, históricamente los Bosques se han quemado menos que los Chaparrales. Éstos últimos están muy bien adaptados al fuego, lo necesitan para preservar la dinámica del hábitat y por ende tradicionalmente ha sido la estrategia de la población para optimizar su aprovechamiento forrajero (Osorio, 2019). La vegetación de los Chaparrales es útil para la alimentación de ganado por ramoneo, es decir, que se alimentan de las hojas, ramas y brotes tiernos por lo que, desde la introducción de las misiones jesuitas, las quemas controladas han permitido sabanizar estos ecosistemas para renovar nutrientes y obtener los brotes de interés (Gobierno Municipal de Concepción, 2000).
En cambio, el aprovechamiento en los Bosques es principalmente de extracción forestal (Gobierno Municipal de Concepción, 2000; Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz, 2020) y por ende no sólo es inconveniente quemarlos en lugar de dejar que se desarrollen, sino que tienen una capacidad menor de recuperarse frente al fuego, más aún cuando las perturbaciones son frecuentes (Osorio, 2019).
A pesar de quemarse más, los Chaparrales del Cerrado son más resistentes al fuego y pueden recuperarse con mayor facilidad (RIREB, 2021; Osorio, 2019). Estudios recientes de (Mostacedo et al., 2022) indican que este tipo de ecosistema suele sufrir los incendios más intensos, pero tiene la tasa de mortalidad de árboles más baja y de regeneración por rebrote más alta después de la quema.
Por el contrario, los Bosques suelen sufrir incendios superficiales poco intensos pero la tasa de mortalidad, a pesar de ser baja (< 11%), es mayor que en los Chaparrales y la tasa de regeneración es menor (Mostacedo et al., 2022). Es decir que, en comparación, los Bosques son menos resilientes frente a los incendios que los Chaparrales del Cerrado.
6 Conclusiones
Se diseñó un índice de evaluación del estado natural de suelos de acuerdo con la proximidad al estado de referencia, estimado según factores físicos y químicos medidos hace 40 años. Es extrapolable a tipos de vegetación homólogos.
Su aplicación evidenció una relación inversamente proporcional entre la cercanía al estado natural y el tiempo transcurrido desde la última quema.
Asimismo, se mostró que, los suelos de Bosque están más próximos al estado natural que el de los Chaparrales del Cerrado. El motivo radica en el tipo de aprovechamiento; forestal sin quemas en Bosques, y ganadero con quemas anuales en Chaparrales.
En todos los suelos de Bosque los parámetros más perturbados con relación a la referencia fueron el contenido mayor de potasio y la velocidad de infiltración alterada. En los suelos de Chaparral del Cerrado fueron los contenidos de potasio y fósforo disponibles, más altos que la referencia.
Estas alteraciones se deben a cambios en la estructura edáfica, aporte de nutrientes en las cenizas y la destrucción térmica de compuestos más complejos en el suelo.