INTRODUCCIÓN
A comienzos del siglo XX, en el inicio del periodo liberal, surgieron por primera vez discusiones sobre asuntos relacionados con la salud pública en Bolivia Zulawski, 2007;Mendizábal Lozano, 2002. En este contexto, uno de los aspectos principales abordados se centraba en el control de la propagación de enfermedades contagiosas y epidémicas. Estos debates estaban enmarcados en un escenario más amplio en el que se discutía la integración del indio al proyecto civilizatorio Rivera Cusicanqui, 2010a.
Desde una perspectiva social darwinista espenceriana y evolucionista, el liberalismo boliviano, cuyo proyecto se cimentó en las nociones de progreso y modernización, sostenía la creencia de que el Estado debía ser el garante de la “evolución de la sociedad” Martínez, 2021;Demelas, 1981. La elite liberal gobernante consideraba la evolución como un principio universal que conducía “bien común de la humanidad mediante ‘el perfeccionamiento de su naturaleza’” (Martínez, 2021, p. 125). Por ende, aspiraban fervientemente a que Bolivia alcanzara la modernidad que ya experimentaban las naciones europeas. En ese contexto, emprender el camino hacia el progreso se volvía de vital importancia.
Tras la Guerra Federal y la rebelión liderada por Zárate Willka, la perspectiva colonial sobre el indio se reavivó, asociándolo con nociones de salvajismo y barbarie debido a la violencia ejercida por su ejército (masacres de Ayo Ayo y Mohoza)1. Los liberales, interesados en reestructurar la élite boliviana para perpetuar su gobierno, aprovecharon las acciones de Zárate Willka y su ejército, recurriendo al rumor de la “guerra de razas”, es decir, el miedo interiorizado por la élite criolla-mestiza a perder sus privilegios frente a los indios peligrosos Irurozqui, 1994;Martínez, 2021 2. De esta manera, la élite gobernante proyectó la cuestión indígena como un problema que debía resolverse a la brevedad posible, planteando una pregunta que, aunque no era nueva, adquiría un nuevo contexto: ¿Qué hacer con el indio?
Los discursos en torno al indio presentaban contradicciones evidentes: por un lado, se le concebía como la “esperanza del desarrollo nacional”, mientras que, por otro, “como la causa de sus desastres” (Irurozqui, 1994, p. 141). Esta contradicción fue el resultado de los debates entre diferentes facciones de la élite, quienes buscaban demostrar sus capacidades para “neutralizar la peligrosidad india y tornarla útil a los imperativos de la perpetuación del grupo” (p. 141)3. En general, el indio era percibido como un individuo peligroso que debía ser controlado o instruido para adaptarlo a la visión y objetivos de los liberales4.
De esa manera, el gobierno liberal impulsó “un proyecto de sociedad destinado a ‘regenerar la nación’” a través del concepto de “Estado docente”, el cual implicaba la reorganización del sistema educativo (Martínez, 2021, p. 30). Este tipo de Estado no buscaba proporcionar una educación igualitaria a la población indígena, sino, más bien, controlarla mediante la instrucción; “regenerarla” para beneficio de las élites criollas. En el contexto boliviano, el término “regenerar” hacía referencia a la creencia de que algunos cuerpos, como el del indio, se encontraban en un estado de “degeneración” (enfermos); por lo tanto, era necesario “regenerarlos” (curarlos)5. Se pretendía “regenerar” al indio para que cumpliera ciertas funciones laborales, para las que supuestamente estaba hecho (soldado, minero y labrador); pero, aun así, no se lo consideraba como un igual a las élites.
A principios del siglo XX, y esto se mantendrá hasta bien entrado el siglo, Bolivia, su geografía y su orden social, era concebida como un organismo vivo con su propia salud y patologías. Por un lado, se vinculaba la salud del país con las nociones de progreso y modernización, junto a los cuerpos aptos. Por otro, existían patologías sociales, geográficas y corporales que atentaban contra la salud. Esta concepción se reflejaba en el uso frecuente de términos como “regenerar”, “enfermo”, “males”, “degenerado”, “salud”, muchos de los cuales provenían del léxico médico y la ciencia médica, términos que continuaron siendo empleados a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Esto plantea interrogantes sobre la postura de los médicos frente a la cuestión indígena y las representaciones que elaboraron del indígena6. Todo esto se da en un contexto donde el debate sobre cómo tratar a esta población va más allá de los gobiernos liberales y se extiende hasta la Revolución de 1952.
Dado que la investigadora Ann Zulawski (2007) aborda la primera cuestión, nosotros, en el marco de nuestra tesis doctoral, considerada por Silvia Rivera Cusicanqui como una “primera aproximación general a la relación entre colonialismo y enfermedad, enfocada particularmente en los discursos sobre el indio”7, pretendemos examinar las diversas representaciones sobre el indio construidas y difundidas en el discurso médico boliviano durante la primera mitad del siglo XX8. Producto del trabajo de campo de nuestra investigación, planteamos la hipótesis de que, durante la época estudiada, los médicos construyeron y difundieron diversas representaciones al relacionar a los indígenas con enfermedades específicas en su discurso médico. Son representaciones que, entendemos, tenían raíces previas, pero que fueron reconfiguradas a inicios del siglo XX9.
Hasta el momento, hemos identificado dos perspectivas que orientan las representaciones: por un lado, aquellas que patologizan al indio; por otro, aquellas otras que resaltan su tipo biológico, lo glorifican. Observamos que el discurso médico de la primera mitad del siglo XX revela un orden social y una imagen de sociedad, desde diversas concepciones de enfermedad que ponen en peligro al progreso y están representadas por el indígena en cuanto agente que reproduce la enfermedad, pero al mismo tiempo, se refleja un anhelo de nación que se sustenta en el factor geográfico en relación con la esencialidad del cuerpo indio ancestral capaz de resistir a la enfermedad10.
En este artículo, nos proponemos alcanzar dos propósitos fundamentales. En primer lugar, exponer avances preliminares de la tesis doctoral en curso. El segundo lugar, tarea necesaria para comprender la trayectoria del material empírico que estamos trabajando, presentamos al lector y a la lectora una cartografía del escrito médico en Bolivia, basada en el trabajo del reconocido médico historiador boliviano, el Dr. Rolando Costa Ardúz, con quien hemos tenido el grato intercambio de información en el desarrollo de nuestro estudio.
En un primer apartado, a modo de contexto, se busca exponer de manera concisa la trayectoria inestable de la salud pública boliviana en el periodo de interés, haciendo hincapié en enfermedades prevalentes y desafíos del sistema de salud. Además, se destaca la falta de formalidad institucional, el interés de los médicos en la cuestión indígena y la institucionalización del rol médico a través de las Sociedades médico-científicas y revistas. Luego, procedemos a presentar el escrito médico boliviano, que consiste en el material empírico recopilado, sistematizado y analizado (proceso que continúa). En este segundo apartado, se exponen algunas dificultades que enfrentamos durante la recopilación y revisión de éste, debido a la desatención que ha recibido esta documentación y, lo más importante, la trayectoria del escrito médico. Finalmente, nos centramos en las representaciones del indio que los médicos construyeron y difundieron con relación al factor geográfico y enfermedades específicas.
LA INESTABLE SALUD PÚBLICA DE BOLIVIA EN EL SIGLO XX
Según la investigadora estadounidense Ann Zulawski (2007), y coinciden con esta visión los médicos Balcázar (1956) y Mendizábal Lozano (2002), durante la primera mitad del siglo XX, Bolivia enfrentó una serie de enfermedades prevalentes que variaban según la región del país. En las zonas tropicales y templadas, la malaria y la fiebre amarilla eran comunes, mientras que en las zonas de baja altitud prevalecían la anquilostomiasis y el pian. En las zonas altas, la tos ferina, el tifus y la fiebre tifoidea representaban una amenaza para la salud. La tuberculosis, la viruela y las enfermedades venéreas eran endémicas en todo el país, y también se observaban problemas de salud asociados con la falta de agua potable y la desnutrición (Zulawski, 2007).
El sistema de salud enfrentaba desafíos debido a una geografía desafiante11, respecto a una distribución desigual de servicios médicos y a una grave escasez de instalaciones médicas en áreas urbanas y rurales. Bolivia, país pobre incluso en comparación con los estándares latinoamericanos, señala Zulawski (2007), carecía de financiamiento adecuado para abordar estas cuestiones de salud pública. Las enfermedades tuvieron un impacto significativo en la población y la economía. La sífilis en etapas avanzadas y la psicosis palúdica llevaron a un número considerable de pacientes al hospital psiquiátrico nacional. Además, los abortos ilegales fallidos y los abortos involuntarios representaron las principales causas de muerte materna (Zulawski, 2007). En este contexto, debido a que la atención médica era limitada en áreas rurales, los “curanderos” y “charlatanes” ejercían su autoridad médica, algunos siguiendo la tradición occidental y otros la medicina indígena Balcázar, 1956;Zulawski, 2007 12.
Desde la fundación de la República, la salud pública en Bolivia se vio marcada por la inestabilidad y la falta de formalidad institucional. Por ejemplo, las leyes y las instituciones públicas encargadas experimentaron constantes cambios y, en muchas ocasiones, quedaron sin responsables que las dirijan Costa Ardúz, 1992;Mendizábal Lozano, 2002. Por ejemplo, la creación de la Dirección General de Sanidad Pública en 1906, que reemplazó a los Tribunales médicos, aunque fue un acontecimiento significativo para estructurar el sistema de salud en Bolivia, enfrentó dificultades y conflictos en su implementación inicial que la llevaron a ser promulgada hasta tres veces Costa Ardúz, 1992; Mendizábal Lozano, 2002 13.
La inestabilidad en la salud pública boliviana también se debió al predominio de conflictos regionales entre los médicos. Estas disputas surgían principalmente entre médicos de Sucre y La Paz, las ciudades que albergaban los principales centros médicos y sociedades médico-científicas del país. Los ejemplos al respecto son diversos; algunos implicaban la desacreditación del conocimiento médico-científico sobre ciertas enfermedades, como se evidencia en el debate entre Jaime Mendoza y Morales Villazón sobre la sífilis. Otros conflictos estaban relacionados con la elección de autoridades sanitarias y otros cargos vinculados a la salud, a menudo influenciados por consideraciones políticas y regionales, en lugar de criterios puramente técnicos o profesionales Mendizábal Lozano, 2002.
Estas rivalidades entre facciones médicas y regionales tuvieron un impacto negativo en la continuidad y eficacia de las políticas de salud implementadas Balcázar, 1956;Mendizábal Lozano, 2002. Sin embargo, desde la perspectiva de Balcázar, el año 1900 marcó una clara frontera entre el siglo XIX, en el que se establecieron “las bases sólidas de una Medicina que tuvo tanto de europea y americana, de americana y altoperuana”, y el siglo venidero, el XX, caracterizado por una medicina
con caracteres nítidamente bolivianos que proyectan a distancia las imágenes, las ideas y los procedimientos, los prestigios de muchas y brillantes mentalidades. Si hasta ayer se hizo ciencia de imitación, en el correr del nuevo siglo se hará ciencia de adaptación y de no escasa originalidad, que nos abrirá los mejores horizontes (Balcázar, 1956, pp. 401-402).
Mendizábal Lozano (2002) está de acuerdo con Balcázar; según él, a fines del siglo XIX, la medicina boliviana comenzó a despegar y a tomar forma. Para ambos profesionales, este periodo fue fundamental para el progreso de la medicina en el país, a pesar de la falta de apoyo y protección por parte del gobierno hacia el cuerpo médico. Esta carencia se manifestaba en la ausencia de congresos nacionales, la precariedad de los hospitales y la falta de legislación sobre salubridad pública, situaciones que indicaban graves deficiencias en el sistema de salud boliviano. Estos obstáculos dificultaban el avance de la medicina en el país y privaban a la población del acceso a una atención médica adecuada y de calidad14.
En la primera mitad del siglo XX, señala Zulawski (2007), los médicos también participaron del debate relacionado a la “cuestión indígena”. Al formar parte de la élite y considerarse poseedores de un mayor entendimiento de “los males sociales y por consiguiente los medios más apropiados no solo para prevenir las enfermedades físicas, sino también para mejorar las costumbres y poner un freno a la corrupción” Abecia, 1882, abordaron este tema desde sus perspectivas profesionales, humanitarias y corporativas (Zulawski, 2000). Los médicos, al igual que otros intelectuales, se veían como la “conciencia del país” Martínez, 2021, por lo que asumieron roles adicionales como escritores y políticos, interviniendo como expertos en temas diversos, desde el debate sobre abortos ilegales hasta la comprensión de la psicología de las comunidades indígenas (Zulawski, 2007).
A pesar de la inestabilidad y precariedad del sistema de salud boliviano, los médicos, junto al mundo “intelectual” (Romero, 2017)15, demostraron un marcado interés en su sociedad, especialmente cuando se inició el proceso de “institucionalización del rol médico” a finales del siglo XIX Mendizábal Lozano, 2002, periodo en el que surgieron sociedades médico-científicas en Bolivia, integradas por médicos comprometidos en impulsar la vida intelectual y científica en el campo médico del país. Estas agrupaciones se esforzaron por generar publicaciones a través de revistas. Dos ejemplos notables son la Sociedad Médica La Paz, fundada en 1898, que estableció la Revista Médica, y el Instituto Médico Sucre, fundado en 1896. El instituto médico Sucre es considerado la sociedad médica más antigua de Bolivia. De hecho, su creación fue una respuesta a la crítica situación en la que se encontraba la enseñanza de las ciencias médicas y la falta de apoyo gubernamental (Mendizábal Lozano, 2002, p. 109)16.
EL ESCRITO MÉDICO EN BOLIVIA
Como lo hace notar el Dr. Rolando Costa Ardúz en la introducción de su obra “El escrito médico en Bolivia: 1825-2008” (2016), recopilar y revisar documentación médica en Bolivia, específicamente libros y revistas de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, es un proceso complejo17. En primer lugar, estamos de acuerdo con el autor en que es evidente la falta de referencias debidamente organizadas, lo cual se ve agravado por la dispersión de los materiales en diversas bibliotecas públicas (sobre todo, en las ciudades de Sucre y La Paz). De hecho, algunos de estos textos se encuentran en bibliotecas privadas de médicos, como en el caso de Dr. Costa Ardúz. A ello se suma que la mayoría de estos documentos no cuentan con el registro del depósito legal, obligación vigente desde 1909, ni tampoco con el ISBN. Esta carencia de registros oficiales dificulta aún más la identificación y localización precisa de los materiales18.
En el caso de las bibliotecas públicas, el escrito médico boliviano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX no está catalogado, se encuentra en condiciones que aceleran su deterioro, y, en muchos casos, el personal encargado desconoce de su existencia, además de que las políticas de revisión limitan la labor del investigador. En el caso de las bibliotecas privadas, hemos identificado algunos médicos que poseen o solían poseer ejemplares del escrito médico boliviano: el Dr. Javier Luna Orosco, quien donó gran parte de su biblioteca al Museo del Hospital de Clínicas de la ciudad de La Paz, y el mencionado Dr. Rolando Costa Ardúz19.
Si bien las razones señaladas han dificultado la recopilación de libros y revistas médicas del periodo de interés, gracias a la colaboración del Dr. Luna Orosco, el Dr. Costa Ardúz y de la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Andrés, hemos logrado acceder a revistas y algunos escritos monográficos. Asimismo, para dar cuenta del amplio campo bibliográfico en el que nos estábamos adentrando, resultaron de suma importancia las obras El Escrito Médico en Bolivia 1825-2008 (Costa Ardúz, 2016), un inventario bibliográfico y hemerográfico de publicaciones relacionadas con los médicos y la medicina en Bolivia, distribuido en cinco tomos20, y el artículo “Escrito Médico en Bolivia” (Costa Ardúz, 2009).
Basándonos en los textos señalados y en el trabajo realizado en repositorios, el cuadro 1 muestra la cantidad de textos médicos publicados desde el siglo XIX hasta el periodo de nuestro interés, así como los médicos más representativos y temas tratados en cada período21.
Al referirnos al “escrito médico”, hacemos alusión al material vinculado a la “salud y, por tanto, su alcance comprende, además de la medicina, ramas afines como odontología, bioquímica, farmacia, nutrición, dietética, tecnología médica y enfermería, así como los escritos realizados por médicos, abarcando distintos campos del conocimiento” (Costa Ardúz, 2016, p. 15). En otras palabras, el “escrito médico” es toda producción escrita por médicos que va desde artículos médico-científicos hasta la poesía y la novela23.
Según la investigación del Dr. Costa Ardúz (2016), en un período de 127 años, desde 1825 hasta 1952, se publicaron un total de 1.376 textos médicos, una cifra que supera por uno el total indicado en el cuadro 1. Esto nos lleva a indicar que, durante el análisis de estos datos, hemos identificado varias inconsistencias en relación con los números de publicaciones. No obstante, consideramos que estas discrepancias no son significativas. Reconocemos los desafíos que Costa Ardúz enfrentó al recopilar estos datos y, por lo tanto, consideramos sus cifras como fiables. Aunque será necesario llevar a cabo una revisión y corrección en el futuro para ajustar las cifras exactas de las publicaciones, confiamos en la integridad y exhaustividad del trabajo del Dr. Costa Ardúz.
El autor realizó una búsqueda meticulosa de textos médicos. Una vez identificados, procedió a verificar y examinar físicamente cada unidad, analizando su contenido y catalogándolos con precisión. Además, determinó su ubicación precisa en diversos repositorios nacionales, bibliotecas públicas y privadas (Costa Ardúz, 2016, p. 18). No obstante, pese a la rigurosidad, Costa Ardúz (2016) reconoce que, aunque pudo registrar y recopilar en su mayoría “fuentes primarias”, hubo algunas referencias a las que no pudo acceder.
EL ESCRITO MÉDICO BOLIVIANO DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
Según Costa Ardúz (2016), a diferencia del XIX, en el siglo XX parte del escrito médico es de “fácil acceso y permite una mejor sistematización” (2016, p. 34). Particularmente, en esta etapa, la escritura de los médicos se diversifica, lo que significa que no se limitan únicamente al ámbito médico-científico, sino que también se aventuran en nuevos campos: poesía, novela, historia, biografías, entre otros. Vamos por partes24.
En cuanto a la poesía, destacan varios médicos. Jaime Mendoza publicó “Poemas” en 1916, “Oruro”, en 1926, y “Voces de antaño”, en 1938. Otro médico que incursionó en la poesía fue Arturo Pinto Escalier, con su poema “El alba de oro”, en 1926. Respecto a la novela, Jaime Mendoza se destaca como el máximo exponente, siendo, según Costa Ardúz (2016), el primero en publicar obras de este género. En palabras de Costa Ardúz, “Su obra literaria tiene la particularidad de expresar la concepción geográfica como preocupación fundamental en su pensamiento” (2016, p. 36). Entre sus obras se encuentran “En las tierras del Potosí”, publicada en 1911, “Páginas bárbaras”, en 1914, “Los héroes anónimos” en 1928, “Los malos pensamientos” en 1916, “Memorias de un estudiante” en 1918, y “El lago enigmático”, en 1936. Otros médicos también se destacaron en el género de la novela. Eduardo Wilde, médico boliviano argentino, publicó “Aguas abajo” en 1911. Antonio Hartmann publicó “La gran tumba de los monarcas aimaras” en 1937. Luis Landa Lyon publicó “Mariano Choque Huanca” en 1940, novela post Guerra del Chaco.
En cuanto a los textos relacionados con la historia de la medicina en Bolivia, el médico y exvicepresidente de la República, Valentín Abecia Ayllón, publicó una serie artículos en los primeros números de la Revista del Instituto Médico Sucre con el título “Algunos datos sobre la medicina y su ejercicio en Bolivia” (1905). Juan Manuel Balcázar publicó “La Cruz Roja Boliviana” en 1919, abordando la temática de la institución en el país e Historia de la Medicina en Bolivia, en 1956. José María Alvarado publicó “La psiquiatría en Bolivia” en 1943. Ernesto Navarre, publicó “Monografía histórica de la Facultad de Ciencias Biológicas” en 1945. Asimismo, Aniceto Solares publicó “Notas para la historia de la oftalmología en Bolivia” en 1950, brindando una perspectiva histórica sobre el desarrollo de la oftalmología en el país.
Respecto a los aportes de los médicos a la historia nacional de Bolivia, nuevamente se destaca el médico Valentín Abecia Ayllón, cuyos trabajos “historiográficos se hallan dispersos en folletos o incorporados en revistas” (Costa Ardúz, 2016, p. 42). Otro médico destacado es Belisario Díaz Romero, quien escribió sobre el país en obras como “Tiahuanacu. Estudio de Prehistoria Americana”, en 1906, y “Ensayo de Prehistoria Americana. Tiahuanacu y la América Primitiva”, en 1920. Adolfo Mier, por su parte, se enfocó en escribir sobre Oruro, su ciudad natal. Jenaro Siles contribuyó con “Carta abierta a Don Alcides Arguedas”, en 1935. Por supuesto, no podía faltar Jaime Mendoza autor de obras como “La Universidad de Charcas y la idea revolucionaria” en 1924, “La creación de una nacionalidad. Estudio histórico”, en 1926, La tragedia del Chaco” en 1933, y “El Chaco en los albores de la conquista”, en 1937.
En el ámbito de las biografías, los médicos dedicaron sus escritos a homenajear a otros médicos destacados, como a personalidades nacionales. El médico Ernesto Ruck escribe sobre Manuel Cuellar, en 1902, mientras que Luis Subieta Sagárnaga escribió sobre José María Santivañez en 1915. Néstor Morales Villazón publicó “Pasteur y su obra”, en 1919, y José María Alvarado escribió “Belisario Díaz Romero. Un filósofo olvidado”, en 1969. En cuanto a las biografías de personalidades nacionales, una vez más aparecen dos médicos destacados: Valentín Abecia Ayllón, con su obra “Rasgos biográficos de José Joaquín de Lemoine y su esposa Doña María Teresa Bustos Salamanca de Lemoine”, en 1908, y Jaime Mendoza con “Figuras del pasado: Gregorio Pacheco”, en 1924. También se destaca la obra de Luis Landa Lyon, “Psicopatología de Melgarejo”, en 1925.
En el campo de la Geografía Médica, terreno fértil y de interés para nosotros, “donde asienta el pensamiento médico más original” (Costa Ardúz, 2016, p. 46), destaca Jaime Mendoza, quien aborda el factor geográfico y establece vínculos con la salud de sus habitantes, analizando, por ejemplo, la resistencia de ciertas enfermedades. Para Costa Ardúz, el material producido en este campo de estudio “configura una verdadera expresión de la medicina boliviana (p. 46). Mendoza escribió ensayos sobre geografía médica en artículos de la revista del Instituto Médico “Sucre” y en “Apuntes de un Médico”, en 193625. En palabras de Costa Ardúz, el pensamiento de Mendoza “marca una época y a partir de su influencia se desarrollan numerosos trabajos” (p. 48)26.
Belisario Díaz Romero, médico que hemos destacado, es otro de los pioneros en explorar el campo de la Geografía Médica. Como miembro de la Sociedad Geográfica de La Paz, realizó importantes contribuciones a este campo de estudio a través de sus publicaciones en la Revista de la Sociedad Geográfica de La Paz (Costa Ardúz, 2016, p. 46)27. Otro médico, Casto Orihuela, escribió su tesis con el título “Contribuciones a la geografía médica de Bolivia”, en 1919.
Se suman a estos trabajos, Elías Sagárnaga con su texto “Recuerdos de la Campaña del Acre, de 1930. Mis notas de viaje”. Néstor Morales Villazón publica en la “Revista de Bac-teriología e Higiene”, de la cual es fundador, y también de manera individual: “La tuberculosis experimental en las grandes alturas” (1913), “La fiebre tifoidea en Bolivia” (1917), “Estudio de la mancha sacra mongólica en La Paz” (1917) y “La Blastomicosis en La Paz” (1917). Félix Veintemillas continuó con la tarea de Morales Villazón a través de la publicación de “Suplementos de Bacteriología”, en la década de 1930. Ernesto Navarre también contribuyó con “La tuberculosis en La Paz”, en 1925. Héctor Aliaga Suárez abordó la temática de la “Blastomicosis boliviana. Acopio a la patología tropical”, en 1936. Aurelio Melean escribió sobre “La sanidad boliviana en la campaña del Chaco”, en 1938, mientras que Luis Landa Lyon publicó “Geografía epidemiológica del departamento de La Paz”, en 1941. Por su parte, Juan Manuel Balcázar publicó “Epidemiología boliviana. La realidad sanitaria en Bolivia”, en 1946 (Costa Ardúz, 2016).
En cuanto a los textos de estudio28, resaltan Néstor Morales Villazón y Juan Manuel Balcázar en el campo pediátrico. El primero publicó “Al pie de la cuna”, en 1917, y el segundo “Protección y crianza del niño-El libro consejero de la madre”, en 1937. En la especialidad urológica y nefrológica, Néstor Orihuela Montero se destaca con su obra “Abajo la sífilis” (1948). En el campo de la psiquiatría, José Antonio Hartmann sobresale con “Manuales recordatorios de Medicina. Tomo VII. Bosquejo anatomo funcional del sistema nervioso” (1936) y “Compendio de Psiquiatría” (1949). En materia quirúrgica, Abelardo Ibáñez Benavente aporta con tres escritos: “Estado actual de la cirugía vascular” (1925), “Cirugía reparadora de las lesiones de los nervios periféricos” (1936) y “Cirugía reparadora de las lesiones de las articulaciones” (1939). Por último, la medicina legal se ve nutrida con escritos de Enrique Condarco, “El charlatanismo médico” (1936) y Jaime Mendoza, “Lecciones de medicina legal” (1945)29.
En este periodo, los médicos que participaron activamente de la política boliviana fueron: Valentín Abecia, quien ocupó la vicepresidencia de Bolivia. Arturo Molina Campero fue Ministro de Gobierno y Fomento entre 1915 y 1916. Claudio Sanjinés Tellería fue Ministro de instrucción pública y agricultura en 1918. Aurelio Melean, fue Ministro de Guerra en 1927. Aniceto Solares fue Ministro de Instrucción Pública en 1927. Adolfo Flores fue Ministro de Fomento y Comunicaciones entre 1923 y 1924. Enrique Hertzog fue Ministro de Gobierno en 1932. Juan Manuel Balcázar fue Ministro de Salubridad entre 1948 y 1949.
En el ámbito de la educación médica, destacan las obras de Luis Landa Lyon, “Hacia la universidad nueva”, en 1932 y “Mi labor como director de la escuela de medicina y cirugía”, en 1945. En el campo de la sexología, Luis Felipe Piérola Machicado contribuyó con su obra “Educación sexual”, en 1937. En cuanto a los ensayos y apuntes filosóficos, Enrique Condarco se destacó con obras como “Ante las murallas de Jericó”, en 1927, “Lampos-pensamientos en prosa”, en 1938, y “Saetas”, en 1942. Alberto Baldivieso aportó al campo de las enfermedades altoperuanas con su obra “Enfermedades Altoperuanas”, en 1929. En el ámbito del ensayo científico, Belisario Díaz Romero contribuyó con “Páginas dispersas”, en 1910, y “Ecclesia versus Scientia”, en 1921.
PUBLICACIONES PERIÓDICAS A FINES DEL SIGLO XIX Y PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
En este apartado, nos concentraremos en examinar lo que Costa Ardúz (2009) denomina como “publicaciones médicas periódicas”, material que estamos revisando de manera prioritaria. Estas publicaciones se caracterizan por tener un “contenido informativo o de opinión normalmente heterogéneo que se imprime bajo un mismo título y en serie continua con numeración correlativa y fecha de publicación y que parece con periodicidad regular determinada con propósito de duración indefinida” (Costa Ardúz, 2009, p. 238). Asimismo, están vinculadas a sociedades científicas30, y “destacan las nominaciones de revistas, boletines, anales, gacetas, archivos, cuadernos, actas y nombres propios” (Costa Ardúz, 2009, p. 239).
En lo que respecta a su estructura, aunque las revistas médicas periódicas profesan enfocarse exclusivamente en temas relacionados con la ciencia y la profesión médica, también son espacios desde los cuales se busca generar cierta cohesión corporativa entre ellos. No faltan los artículos en los que se expresan quejas hacia el gobierno u otros médicos, semblanzas a médicos destacados, propuestas de reglamentos, críticas a la sociedad. En suma, en las revistas se encuentra una multiplicidad de contenidos que revela que el quehacer médico-científico estaba relacionado con una amplia gama de ámbitos.
Costa Ardúz ha identificado alrededor de 80 publicaciones médicas periódicas entre 1867 y 1954. Algunas de estas publicaciones solo cuentan con un número, como es el caso de “La Unión Médica”, de 1876. Dentro del periodo que nos interesa, destacan ciertas publicaciones periódicas que han tenido una larga existencia y han sido relevantes debido a los médicos que han contribuido en ellas y a sus fundadores. Entre estas publicaciones periódicas están la Revista Médica de La Paz31, la Revista del Instituto Médico Sucre y la Revista de Bacteriología e HigieneCosta Ardúz, 2009,2016.
El cuadro 2 ofrece un listado de las publicaciones periódicas médicas identificadas en los textos de Costa Ardúz entre los años 1867 y 195432.
Revista | Siglo | Periodo de Publicación (desde) | Periodo de Publicación (hasta) | Número de Entregas | Ciudad de Publicación |
---|---|---|---|---|---|
El Monitor Médico | 19 | 1867 | 5 | Sucre | |
El Monitor Médico | 19 | 1875 | 1876 | 5 | Santa Cruz |
La Unión Médica | 19 | 1876 | 1 | Sucre | |
Revista Médica | 19 | 1881 | 1883 | 16 | La Paz |
Boletín de la Junta Directiva de Higiene y Sanidad | 19 | 1887 | 1 | La Paz | |
La Unión Médica | 19 | 1887 | 1888 | 15 | La Paz |
Revista Médica | 19 | 1889 | 1914 | 106 | La Paz |
Boletín de Estadística Municipal de la ciudad de La Paz de Ayacucho | 19 | 1892 | 1901 | 15 | La Paz |
Revista del Instituto Médico Sucre* | 20 | 1905 | 1954 | 93 | Sucre |
Revista del Centro de Estudios Médicos | 20 | 1906 | 1908 | 13 | Sucre |
Revista de Medicina Cirugía y Farmacia | 20 | 1911 | 1915 | 29 | Sucre |
Revista de Bacteriología e Higiene | 20 | 1912 | 1924 | 65 | La Paz |
Boletín Meteorológico | 20 | 1915 | 1 | Sucre | |
Observaciones Meteorológicas | 20 | 1915 | 1 | Sucre | |
Boletín Odontológico | 20 | 1916 | 1 | La Paz | |
Revista de la Asociación de Estudios Médicos | 20 | 1917 | 3 | La Paz | |
Glóbulo Rojo | 20 | 1917 | 1 | Sucre | |
Revista Médica Bolivia | 20 | 1922 | 1 | La Paz | |
Revista de Medicina y Cirugía | 20 | 1922 | 1931 | 22 | La Paz |
Boletín de Estadística Municipal | 20 | 1925 | 1930 | 10 | Potosí |
Boletín de la Dirección General de Sanidad Pública | 20 | 1929 | 1935 | 8 | La Paz |
Por la raza | 20 | 1930 | 6 | Cochabamba | |
Boletín del Primer Congreso Médico Boliviano | 20 | 1930 | 2 | Sucre | |
Revista de Información Clínica | 20 | 1932 | 1 | Sucre | |
Suplemento del Instituto de Bacteriología | 20 | 1933 | 1947 | 13 | La Paz |
Archivos de Oftalmología | 20 | 1936 | 1937 | 2 | La Paz |
Revista de la Sanidad Militar | 20 | 1936 | 1950 | 25 | La Paz |
Boletín del Ministerio de Trabajo, Previsión Social y Salubridad | 20 | 1937 | 1941 | 6 | La Paz |
Páginas médicas | 20 | 1937 | 1947 | 6 | Potosí |
Boletín del Ministerio de Higiene y Salubridad | 20 | 1938 | 1939 | 2 | La Paz |
El Hospital | 20 | 1938 | 1947 | 18 | La Paz |
Manicomio Nacional Pacheco | 20 | 1939 | 1941 | 3 | Sucre |
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Revista de Medicina y Cirugía | 20 | 1953 | 1 | La Paz |
* Esta revista continúa publicando números
** Esta revista continúa publicando números
*** Costa Arduz (2009) señala el año 1953 como el último. Sin embargo, revisando repositorios digitales bolivianos, nos dimos cuenta de que el número 8 se publicó en 1955.
Fuente: Elaboración propia basada en las obras de Costa Ardúz (2009 , 2016).
REPRESENTACIONES DEL INDIO: MÉDICOS A TONO CON LA ÉPOCA
En 1909, Alcides Arguedas publicó el ensayo titulado Pueblo enfermo, cuya tesis central denuncia que las “clases” y “razas” indígenas y mestizas son un obstáculo para el progreso y la modernización de Bolivia. Enfáticamente, afirma que el territorio indomable y la calidad de su población son un impedimento para la civilización: “todo es primitivo, agreste y salvaje” (Arguedas, 1936, p. 25). Su preocupación gira en torno a la coexistencia de las tradiciones heredadas de los conquistadores junto con lo indígena ancestral. Desde su perspectiva, la estabilidad y armonía necesarias para el progreso se ven alteradas por una población étnicamente diversa y hasta antagónica (Arguedas, 1936).
Particularmente, cuando Arguedas se refiere a la “raza indígena”, nos da a entender que, producto de “tristezas, de suplicios, de amarguras eternamente renovadas”, desafortunadamente ha enfermado/degenerado (1936, p. 52). A su época, para el intelectual, el indio era un cuerpo venido a menos debido al maltrato y explotación que experimentó desde lo que Rivera Cusicanqui denomina como el “desquiciamiento del mundo indígena” en 1532 (2010b, p. 72). Tanto ha sido el dolor y la angustia que la “raza indígena” ha acumulado a lo largo de los siglos que la inevitable enfermedad ha llegado hasta ella, y, como el enfermo desarrolla síntomas, también lo ha hecho el indio.
El abuso del alcohol y su abandono a prácticas antihigiénicas son los síntomas que Arguedas identifica como propios de la enfermedad que aqueja a esta “raza”, los cuales, impiden que se adhiera al proyecto civilizatorio boliviano (1936, p. 53). Imbuido de las teorías positivistas, darwinistas y evolucionistas, a tono con la época, para Arguedas, la “raza indígena”, en una especie de estado depresivo resultado de las experiencias traumáticas que ha sufrido, está enferma, y, en consecuencia, progresivamente se fue degenerando33, lo que la ha llevado a adquirir prácticas que atentan contra la salud biológica y la salud moral, ambas necesarias para el progreso y la modernización.
Sin embargo, pese a que la “raza indígena” está “abatida, gastada física y moralmente” (Arguedas, 1936, p. 51-53), esta condición no siempre fue así. El autor reconoce la virtuosidad del indio ancestral, cuya fortaleza se remonta a tiempos anteriores a la colonia. Por ejemplo, Arguedas destaca que “el indio cuando no tiene que [sic] comer puede pasar días enteros con algunos puñados de coca y maíz tostado” (1936, p. 38), o que, “solo usa ojotas cuando el terreno es muy pedregoso, y nunca se queja de su aspereza, porque la costra que cubre la planta de sus pies es dura como casco de caballo” (1936, p. 38). Haga frío o calor, “su cuerpo casi no es sensible a las variaciones atmosféricas” (Arguedas, 1936, p. 38). Cuando se refiere a la mujer indígena y su rol reproductor, el autor entiende que ellas están “forjadas para concebir fruto sólido y fuerte” (Arguedas, 1936, p. 39). Contrariamente al discurso que condena a la “raza indígena”, el intelectual glorifica al indio ancestral, resaltando la virtuosidad de su cuerpo cuando, a momentos, éste muestra ese vigor que ha perdido (Irurozqui, 1994).
Esta forma de entender la alteridad no estaba restringida al discurso sociológico de Arguedas: reconocidos médicos de la época, de igual manera, a la vez que condenaban los hábitos y costumbres del indio, resaltaban su fortaleza física. En el artículo “La tuberculosis en Bolivia” (1929), Jaime Mendoza profundiza su tesis de 1901, y realiza un análisis detallado de la incidencia de la tuberculosis en Bolivia, enfocándose en diferentes regiones y altitudes del país. El médico destaca la falta de estadísticas específicas sobre la enfermedad, pero ofrece observaciones detalladas basadas en su experiencia y conocimiento. Según Mendoza, a diferencia de la sífilis, que considera una enfermedad endémica y alarmante, la tuberculosis no parece afectar a la población indígena boliviana de la misma manera.
Por nuestra parte, en este asunto de la tuberculosis en el indio, ya hemos emitido nuestra opinión en diversos escritos (…) Para nosotros, dicho se está que el indio disfruta más bien de una gran resistencia ante esa enfermedad (…) ¿Será por cuestión de raza, porque constitucionalmente está dotado de ciertas características orgánicas que le defienden por sí mismas, sin la intervención de su inteligencia y su voluntad? (…) ¿O será simplemente por el influjo natural del ambiente y por la manera de vivir en el indio dentro de aquél? ¿O será, acaso, por que el gérmen bacilífero está atenuado en la zona geográfica en que habita el indio? O todavía, ¿será por el mismo hecho de que el indio ya tuvo ancestralmente, ab origine, la infección tuberculosa que le valió por una vacuna preventiva confiriéndole una relativa inmunidad? [sic] (Mendoza, 1929, p. 5-6).
Mendoza (1929) sugiere que el indígena boliviano parece mostrar una resistencia pasiva a la tuberculosis, incluso en entornos donde la enfermedad se propaga en otros lugares del mundo. Argumenta que, en el altiplano, la altitud y la luz solar en Bolivia podrían estar relacionadas con esta resistencia, y sostiene que la luz tiene un papel fundamental en la salud de las poblaciones; incluso sugiere la construcción de sanatorios antituberculosos en áreas específicas con calidad de luz adecuada.
Tal es el convencimiento del médico respecto a las bondades de la “altiplanicie” que, en otro texto, no duda en afirmar que el indio “se defiende bien”, refiriéndose a la respuesta de sus defensas orgánicas frente a la tuberculosis (Mendoza, 1936, p. 6). El “tipo biológico” del indio, “merced al influjo del medio y a factores ancestrales derivados del mismo” (Mendoza, 1936, p. 7), no sería propicio para el desarrollo de la tuberculosis.
Por su parte, Néstor Morales Villazón (1916), a pesar de algunas discrepancias con Mendoza respecto a otras enfermedades, argumenta que las condiciones de vida de los indígenas en el altiplano andino, caracterizadas por la amplitud de espacio, la exposición al aire libre y la actividad física constante, contribuyeron a su resistencia a la tuberculosis. Además, señala que la aglomeración, un factor importante en la propagación de la enfermedad, no era común en el altiplano debido a la dispersión de las viviendas. En línea con Mendoza, entiende que la exposición constante a la luz solar y la altitud de la región, que obligaba a los indígenas a respirar un aire menos denso, fortalecían sus pulmones y su sistema respiratorio, lo que, según Morales Villazón, los hacía menos susceptibles a la tuberculosis. La resistencia orgánica del indio se evidencia en
...su robustez, su resistencia a los mas duros trabajos y su increible sobriedad. El indígena para trabajar doce horas, casi sin tomar descanso, no necesita otro alimento que un poco de charque o chalona (carne desecada de vaca y cordero respectivamente) un poco de maiz cocido o tostado y doscientos o trescientos gramos de hojas de coca, que mastica constantemente. Con una ración nutritiva de tan poco valor, el natural del país realiza los mayores esfuerzos, sin que su organismo sufra el menor quebranto (Morales Villazón, 1916, p. 866).
En suma, el médico paceño, sugiere que los indígenas del altiplano andino gozaban de una resistencia natural a la tuberculosis debido a su estilo de vida, dieta, exposición al sol y adaptación orgánica. Sin embargo, la llegada de los españoles, junto con cambios en las condiciones de vida y la inmigración, alteró este equilibrio, llevando a un aumento en los casos de tuberculosis en la región.
En el otro extremo, en su libro Tratado sobre las rickettsiasis y las fiebres exantemáticas: El tifus altiplánico (1944), el médico Félix Veintemillas (1994) proporciona una perspectiva diferente al representar al indígena como el portador del tifus. Desde la década de 1930, Veintemillas explora la enfermedad del tifus, responsabilizando al indio por su transmisión, debido a que, al ser “sirviente habitual que viene a las ciudades, el pongo semi-esclavizado, el proveedor de los mercados, el albañil, el cargador de bultos, el hombre de todos los trabajos inferiores, y, con la misma indumentaria y costumbres de su casa en la hacienda”, se pone en contacto con “el blanco que lo requiere”. Entonces, “nada más fácil que infestar a su alrededor de los piojos que lo acompañan” (p. 318). Para Veintemillas, el indio “carga” la enfermedad del tifus, exponiendo al “blanco escrupuloso de la limpieza” a la inminente infección (1944, p. 318). El indígena es “un agente humano infestado” cuyo modo de vida facilita la “reproducción perpetua […] de los pedículides” (p. 317).
En consonancia con Arguedas, los médicos aludidos parecen mostrarnos que en la primera mitad del siglo XX el discurso médico boliviano resaltaba, a momentos, el “tipo biológico” del indio, su resistencia a factores climáticos adversos y ciertas enfermedades, pero también le atribuía la responsabilidad por el atraso del país debido a que sus costumbres y hábitos reproducían enfermedades y, en consecuencia, atentaban contra la salud de Bolivia, es decir, contra la población civilizada apta para el progreso.
Estas representaciones están orientadas por dos perspectivas: una médico-natural y una médico-cultural Zulawski, 2007. En la primera relación enfermedad e indígena, se construye una representación de un “otro” nutrido de una fortaleza biológica ancestral próxima a la naturaleza apta para resistir los embates producidos por ciertas enfermedades de las que, en muchos casos, el blanco es víctima34. En la segunda, subyacen tonos racistas, se representa al “otro indígena enfermo” frente a un “nosotros blancos sanos”, cuya cultura debe ser suprimida por la “salud” de la nación. Ambas formas de vincular enfermedad con lo indígena, manifiestas en el discurso médico boliviano de la primera mitad del siglo XX, nos muestran que los médicos construyeron y difundieron representaciones del indígena, las cuales, claramente, no son “constructos unívocos y reproductores de representaciones estereotípicas y discriminatorias, sobre las cuales se legitima el proyecto civilizatorio nacional” (Mora Nawrath y Payàs, Puigarnau, 2021, p. 316); en realidad, son diversas, complejas y están en tensión “conforme a las posiciones de los locutores, la identificación de los destinatarios, los argumentos puestos en escena y la finalidad que estos persiguen” (p. 316).
Estas representaciones están vinculadas con distintas enfermedades infecciosas -respiratorias, venéreas, mentales, entre otras- que hemos identificado en el discurso médico, enfermedades que el historiador de la medicina y médico Juan Manuel Balcázar (1956) confirma cuando analiza el caso indígena en su texto Historia de la Medicina en Bolivia, destacándose cuatro: fiebre tifoidea, tifus, tuberculosis y sífilis. Habitualmente, aunque no de manera exclusiva, estas “entidades morbosas” que azotaron Bolivia durante el siglo XIX hasta gran parte del siglo XX fueron encarnadas en el cuerpo indígena por los médicos de la época. La construcción en y la difusión desde el discurso médico de estas representaciones fueron posibles por el despegue de la vida intelectual científica médica en Bolivia a finales del siglo XIX e inicios del XX, momento en el que, como mencionamos antes, se conformaron sociedades científicas que fomentaron la producción de textos médicos (Balcázar, 1956)35.
Entendemos que, en la perspectiva médico-cultural, en la que se patologiza al indio como el agente causal de ciertas enfermedades, el descubrimiento de la bacteriología fue importante. Es decir, la concepción de la “enfermedad post-laboratorio”, que se estableció a finales del siglo XIX Cunningham, 1991, tuvo una incidencia significativa en que los médicos bolivianos de la primera mitad del siglo XX pudieran vincular de manera particular ciertas enfermedades con el cuerpo indígena. Esta concepción nos dice que las enfermedades infecciosas son causadas por un “agente específico” y no por los síntomas36. Suponemos que esta concepción fue empleada estratégicamente para responsabilizar a la cultura y costumbres para culpar al indio de ser el “agente causal” de ciertas enfermedades infecciosas y su propagación. De ese modo, para los médicos bolivianos del periodo señalado, la enfermedad se tornó en equivalente de primitivo, salvaje, ignorante, suciedad, mientras que salud fue equiparada a modernidad, progreso, civilización, higiene. Una suerte de uso metafórico de la enfermedad Sontag, 2003 37.
Respecto a la segunda perspectiva que orienta otras representaciones, es relevante referirnos al caso peruano, donde se puede identificar un discurso similar al de Mendoza y Morales Villazón entre los médicos desde las primeras décadas del siglo XX. Estos médicos se esforzaron en demostrar que el hombre andino había desarrollado mecanismos fisiológicos para aclimatarse a la altura. Los médicos Monge y Hurtado iniciaron una expedición para “analizar los efectos de la altura sobre el organismo humano y estudiar la pérdida de aclimatación a la altura” (Cueto, 1989, p. 157). Las conclusiones de su expedición destacaron “el rendimiento excepcional -especialmente físico- en la altura del indígena nativo, adaptado por siglos a su ambiente natural” (p. 157). A raíz de estas observaciones, Monge postuló la existencia de una “Biología Andina” y consideró al hombre andino como una “variedad climatofisiológica de raza humana (…) la raza de mayor rendimiento físico del mundo” (p. 160). El hombre andino desarrolló cualidades especiales en la altura; según Cueto, llegó a ser considerado una especie de “superhombre” (p. 160).
La visión biomédica del hombre andino propuesta por Carlos Monge fue un elemento importante en el desarrollo de la investigación médica peruana en la primera mitad del siglo XX Murillo, 2017. Específicamente, el descubrimiento de la “enfermedad de los Andes”, reconfiguró la aproximación desde la medicina a las poblaciones indígenas como objeto de estudio como “una raza con enormes capacidades y potencialidades” (p. 281).
El determinismo climático propuesto por Monge mostró continuidad con el pensamiento de Hipólito Unanue, este último mencionado en revistas médicas bolivianas, cuya propuesta señala que la vida y la enfermedad del hombre andino están determinadas por lo climático, siendo el resultado de su medio Murillo, 2017. De hecho, Hipólito Unanue entendía que los médicos peruanos debían tener la capacidad de investigar y desarrollar su propia ciencia médica, adaptándola a las necesidades y realidades del país (Murillo, 2017). Esta perspectiva se convirtió en el corazón conceptual de la escuela médica peruana.
La propuesta de Monge, vinculada al pensamiento clásico de Unanue, otorga una identidad distintiva al colectivo médico peruano, al promover la capacidad de investigar y desarrollar su propia ciencia médica, adaptándola a las necesidades y realidades del Perú. Este enfoque también se hace eco en el contexto boliviano, especialmente en lo relacionado con la geografía médica, donde se enfatizan el clima y la topografía de Bolivia y su impacto en la población. Esto nos lleva a comprender que esta segunda representación del indio, en el caso boliviano, tiene que ver con el anhelo de nación que era promovido también desde el discurso médico.
CONCLUSIONES
En la actualidad, se ha escrito poco sobre el quehacer médico-científico del periodo y el discurso médico boliviano en general, y cómo este último ha incluido en la construcción de representaciones que vinculan al indio con la enfermedad, las cuales, como hemos visto, “escapan a la dualidad clásica nosotros/otros en tanto totalidades internamente homogéneas” (Mora Nawrath y Payàs, Puigarnau, 2021, p. 317).
Entendemos que el estudio del discurso médico boliviano es esencial para entender la configuración histórica de la medicina y la ciencia en Bolivia, así como su conexión con la región y las sociedades que la habitan. Aunque esta historia particular aún no ha sido trazada, su realización es de suma importancia. No solo porque heredamos estos discursos, sino porque también nos permiten comprender cómo se ha desarrollado la ciencia médica en Bolivia y su relación con grupos históricamente postergados.
Diversos estudios sobre el discurso médico han demostrado que su abordaje contribuye a identificar categorías y concepciones estigmatizadoras que este construye y difunde como si fueran reflejos de la realidad social. Por ejemplo, en el siglo XIX español, el discurso médico contribuyó a moldear la construcción del concepto de mujer, y esta construcción continúa siendo reproducida en el presente, normalizada y adoptada como “sentido común” (Sánchez, 2003, p. 48). Por ello, desentrañar este campo es crucial para obtener una visión completa de la evolución de la práctica médica en el territorio boliviano y su impacto social.
La revisión, la sistematización y el análisis del escrito médico boliviano, que abarca desde revistas de carácter médico-científico hasta libros con enfoque sociológico y filosófico, es todavía un proceso en curso en el marco de la tesis doctoral. En este artículo, no hemos profundizado en otras representaciones que se entrecruzan, como aquella relacionada a la enfermedad de la sífilis. Sin embargo, nuestra intención fue dar un primer paso para que los lectores y las lectoras sepan que se está trabajando este tema desde una perspectiva interdisciplinar en la que convergen, la sociología, la historia, la antropología, la medicina y demás. Aún hay trabajo por hacer, pero el entusiasmo y las ganas no faltan.