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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.52 La Paz mayo 2023  Epub 31-Mayo-2023

https://doi.org/doi.org/10.53287/dhkk8962po82s 

APORTES

Imagen y representación histórica en el pensamiento sociológico Boliviano*

Image and historical representation in Bolivian sociological thought

Claudio G Rossell Arce1 
http://orcid.org/0000-0002-7382-7282

1Universidad Católica Boliviana, La Paz, Bolivia E-mail: crossell@ucb.edu.bo


Resumen:

Se propone una reflexión acerca de cómo la narración histórica y sus diferentes relatos apelan a las estrategias narrativas habituales en la literatura, desde la selección del género que ayuda a comprender el modo en que se relata un hecho, hasta el uso de recursos retóricos y tropos, pasando por el empleo de oraciones narrativas. Se analiza tres textos acerca de sendos momentos en la historia contemporánea de Bolivia para evidenciar cómo los autores echan mano de estas estrategias que, además, ayudan a crear o a fijar imágenes mentales. Se concluye que la narración histórica y el modo en que los hechos son relatados termina por producir no solo imágenes (o imaginarios) compartidos, sino también modos de actuar en consecuencia.

Palabras clave: interpretación histórica; representación histórica; imagen visual; oraciones narrativas en la historia; formas simbólicas; retórica; historia de Bolivia; sociología de la imagen

Abstract:

A reflection is proposed on how historical narration and its various accounts appeal to the usual narrative strategies in literature, from the selection of genre that helps understand how a fact is narrated, to the use of rhetorical resources and tropes, through the use of narrative sentences. Three texts about different moments in Bolivia’s contemporary history are analyzed to show how the authors make use of these strategies, which also help create or fix mental images. It is concluded that historical narration and the way events are recounted ultimately produce not only shared images (or imaginaries) but also ways of acting accordingly.

Keywords: Historical interpretation; historical representation; visual image; narrative sentences in history; symbolic forms; rhetoric; Bolivian history; Sociology of the image

Introducción

La historia es representación. La representación exige el uso de signos y símbolos. Muchos de estos símbolos no son necesariamente lingüísticos. Los signos paralingüísticos a menudo son imágenes icónicas, pero no únicamente. Los signos y símbolos conforman imágenes mentales, es decir, constructos que posibilitan la comprensión de la realidad, sea ésta inmediata o mediada por relatos y narraciones, en este caso, históricas.

Podemos decir que el conjunto de imágenes mentales es lo que la sociología de la cultura llama “mundos simbólicos”, en los que la gente no solo piensa, sino sobre todo vive. Esto quiere decir que aquellas imágenes mentales que conforman el mundo simbólico de los individuos determinan el modo en que éstos se comportan en el “mundo real” (si tal cosa existe, pero ese debate no es parte de la presente reflexión).

Se intentará, en primer lugar, explicar qué es la representación y cómo funciona. Luego se vinculará esta noción de representación con la concepción simbólica (o semiótica) de la cultura, entendida “como la organización social del sentido, como pautas de significados históricamente transmitidos encarnados en formas simbólicas, en virtud de las cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias” (Giménez, 2005, p. 22).

A partir de este marco, se abordará el modo como la historia es narrada, apelando a estrategias lingüísticas como las “oraciones narrativas” y la selección de estrategias que apelan a esquemas narrativos típicos de la literatura, a fin de hacer comprensibles los eventos que se relatan. Las formas simbólicas y los textos culturales, en tanto representación, son los elementos de los que se sirve el historiador para traer el pasado al presente e interpretarlo.

Finalmente, se propondrá una mirada a la “sociología de la imagen” como estrategia de revisión crítica de los procesos semióticos que posibilitan las narraciones históricas a fin de dar cuenta de los efectos que pueden causar en la sociedad.

Como evidencia de las estrategias de representación presentes en el relato histórico, se propone el análisis de tres textos sobre sendos momentos de la historia contemporánea boliviana: las jornadas de la Revolución Nacional en abril de 1952 y las semanas posteriores, de organización del nuevo gobierno, relatadas por Carlos Antonio Carrasco (2006) en primera persona como parte de sus memorias como activo militante del MNR; el recuento, también en primera persona, del golpe de Estado de 1964, que ofrece René Zavaleta (1967) como preámbulo a una explicación sociológica de la caída del gobierno de Víctor Paz Estenssoro y el fin de la Revolución Nacional; finalmente, un relato de corte sociológico ofrecido por Hugo José Suárez (2003) sobre la semana del 10 al 17 de octubre de 2003 cuando una revuelta popular culminó con la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la República.

Representación y formas simbólicas

El mundo es representación. Nada de lo que existe en él puede ser significado, comprendido y transmitido si no es a través del lenguaje (o de los lenguajes: lingüístico, icónico o visual, auditivo...). Explica S. Hall (1997) que

…representación es una parte esencial del proceso mediante el cual se produce el sentido y se intercambia entre los miembros de una cultura. Pero implica el uso del lenguaje, de los signos y las imágenes que están por, o representan cosas. Pero éste no es, de lejos, un proceso directo o simple (p. 2).

Hall amplía su idea del proceso de la representación al señalar que hay dos procesos o sistemas de representación: el primero es aquel “mediante el cual toda suerte de objetos, gente y eventos se correlacionan con un conjunto de conceptos o representaciones mentales que llevamos en nuestras cabezas. Sin ellas no podríamos de ningún modo interpretar el mundo” (1997, p. 4). Este conjunto está conformado por los ya nombrados conceptos, pero también por las imágenes mentales que están por, o representan, ese mundo en el que los individuos habitan.

El segundo sistema es el lenguaje: “Nuestro mapa conceptual compartido debe ser traducido a un lenguaje común, de tal modo que podemos correlacionar nuestros conceptos e ideas con ciertas palabras escritas, sonidos dichos, o imágenes visuales” (Hall, 1997, p. 5) El lenguaje está compuesto por signos, es decir, por palabras, imágenes o sonidos que están dotados de significado; el conjunto de signos que representan conceptos y las relaciones que se establecen entre estos “constituye lo que llamamos sistemas de sentido de nuestra cultura” (p. 5). Así, dice Hall, ni el objeto, persona o cosa, o la palabra que lo nombra es el sentido en sí mismo, y aunque son los individuos quienes fijan de tal manera el sentido, hasta hacerlo parecer natural e inevitable, éste “es construido y fijado por un código, que establece una correlación entre nuestro sistema conceptual y nuestro sistema de lenguaje” (p. 7).

Anterior a Hall, C. Geertz señaló la existencia de “formas simbólicas” al explicar desde su concepción simbólica de la cultura que ésta tendría que entenderse como el conjunto de hechos simbólicos presentes en la sociedad, cuyos significados son “históricamente transmitidos y encarnados en formas simbólicas, en virtud de las cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias” (Geertz, cit. en Giménez, 2005, p. 22). Tales formas simbólicas son las formas sensibles de la materialización de las representaciones sociales, y pueden ser

…expresiones, artefactos, acciones, acontecimientos y alguna cualidad o relación (...) todo puede servir como soporte simbólico de significados culturales: no sólo la cadena fónica o la escritura, sino también los modos de comportamiento, las prácticas sociales, los usos y costumbres, el vestido, la alimentación, la vivienda, los objetos y artefactos, la organización del espacio y del tiempo en ciclos festivos, etc. (Giménez, 2005, p. 23).

Se refiere el antropólogo, por una parte, al hecho de que los procesos de significación provienen no únicamente del lenguaje (aunque luego se manifiesten a través de él) sino de todo aquello que pueda portar algún significado; actitudes y comportamientos pueden ser en este sentido también símbolos que representan, cual indicios, elementos de cultura o historia. Por otra parte, al hecho de que esos significados son históricamente transmitidos, muy a menudo a través de procesos de socialización. Son, pues, el marco de referencia que emplea el individuo para dar sentido a su experiencia existencia y social.

El efecto de las formas simbólicas en la vida de los individuos fue estudiado por T. Parsons, quien comprendió que éstos modelan el mundo a partir de ideas recibidas y que estas ideas afectan el modo en que se comportan y toman decisiones en el mundo real, es decir, que “la gente no sólo construye un mundo simbólico, sino que vive realmente en él” (Kuper, 2001, p. 35). Estas ideas recibidas son las que dan forma a la sociedad o al menos a los grupos que la conforman y relativizan la autonomía de los individuos para crear mundos personales, divergentes unos de otros, ya que

…aunque se expresen según nuevos códigos, los discursos sobre la cultura no son inventados libremente: hacen referencia a tradiciones intelectuales particulares que han persistido durante generaciones (...) imponiendo concepciones de la naturaleza humana y de la historia, así como provocando toda una serie de debates recurrentes (p. 28).

La idea es recogida por J.C. Abric, quien niega la existencia de una realidad objetiva a priori, pues toda realidad es representada, “es decir, apropiada por el grupo, reconstruida en su sistema cognitivo, integrada en su sistema de valores, dependiendo de su historia y del contexto ideológico que lo envuelve. Y esta realidad apropiada y estructurada constituye para el individuo y el grupo la realidad misma” (Giménez, 2005, p. 32), confirmando de esta manera que, en tanto representaciones de la realidad, los signos terminan por reemplazarla en el contexto de la vida social.

Como ejemplo de lo señalado, se identifica dos formas simbólicas presentes en los relatos históricos que se ha nombrado en la introducción. La primera de ellas adopta la forma de oraciones narrativas, que articulan un conjunto de sucesos ocurridos en el tiempo histórico y los explican con la comprensión del presente del autor.

Es el caso de Carrasco (2006), que al explicar el momento de inicio de lo que luego sería conocido como Revolución Nacional, señala que “lo que debía operarse el 9 de abril, como un simple golpe de estado incruento, en favor del general Antonio Seleme Vargas, ministro de gobierno de la junta militar imperante, por una serie de circunstancias imprevistas, derivó en un cruento enfrentamiento entre las fuerzas populares y fracciones del ejército” (p. 46). Da mayor énfasis a su relato agregando que “los implicados en la acción directa, inicialmente planificada, conjugaron el verbo ‘traicionar’ en todas las personas gramaticales” (p. 46).

Aunque a lo largo de su relato sobre la primera gestión de gobierno del MNR Carrasco (2006) se esfuerza por demostrar la naturaleza liberal del proceso iniciado en abril de 1952, sintetiza el conjunto de transformaciones al reconocer que

Todas las grandes medidas anunciadas por el flamante gobierno del MNR, podían interpretarse como aspiraciones programáticas vecinas a los planteamientos marxistas en otras latitudes: nacionalizaciones, reforma agraria, bajo el lema «la tierra para quien la trabaja», el voto universal, la reforma educativa, la destrucción del ejército oligarca y otras (p. 57).

Al caracterizar el estilo de liderazgo de Víctor Paz Estenssoro, también logra sintetizar en una oración narrativa las razones de algunas decisiones del Presidente:

Asegurado el control de la maquinaria gubernamental, Paz se preocupó de consolidar su indisputada jefatura en el Partido (...) promovió (al estilo del PRI mexicano) el modelo de partido dominante: presente en los sindicatos, en las universidades, en los barrios, en las áreas rurales y hasta en el ejército, la policía y las milicias populares (pp. 50-51).

Similar estrategia adopta Zavaleta (1967), cuando resume el origen del golpe de Estado ocurrido el 4 de noviembre de 1964: “el plan del golpe militar (...) era, en principio, más simple, totalmente más simple, desde luego, que las complejas interpretaciones que hacía el Gobierno” (p. 579). Igualmente, al caracterizar al MNR que todavía estaba en el poder, recuerda que “Estaba el partido, no acostumbrado a ser vencido (...) estaba también la cierta y segura fuerza de los carabineros, comprometidos con la Revolución desde 1952 que, después, pagaron tal compromiso con su disolución” (p. 580).

Finalmente, Zavaleta (1967) resume de modo dramático el resultado de la confusa asonada iniciada probablemente, antes del 3 de noviembre de 1964, cuando ocurren los sucesos que se relatan: “la caída del MINR es resultado de un plan aleve, metódico en el espacio, largo en el tiempo, en el que actuaron todos los factores de la política latinoamericana, y es también consecuencia de algunos defectos estructurales de la propia Revolución Boliviana” (p. 581).

Por último, Suárez (2003) también condensa en oraciones narrativas lo sucedido entre el sábado 11 y el viernes 17 de octubre de 2003, señalando en principio que “los acontecimientos de la semana del 10 al 18 de octubre que dieron como resultado la caída del Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, son el resultado de un largo proceso de movilizaciones sociales y transformaciones socio-políticas” (p. 15) y, más adelante, que “la ‘identidad pueblo’ empieza a constituirse a partir del final del sábado, pero llega a su máxima expresión el lunes o martes. Desde el martes hasta el viernes, vemos cómo ésta actúa, y es ella la que logra tumbar al Presidente” (p. 21). La segunda de las formas simbólicas más recurrida en los textos que aquí se analizan es aquella que caracteriza a personas y grupos asociando algunos rasgos de personalidad (y hasta físicos) con diversas concepciones de la naturaleza humana y de la historia, lo cual da tesitura al relato a través de sus personajes.

Así, Carrasco (2006) se refiere a algunos personajes ligados al primer gobierno del MNR (1952-1956) dando cuenta de sus características: A José Fellmann Velarde, primer responsable de la SPIC (Subsecretaría de Prensa, Informaciones y Cultura), lo describe como “el Joseph Goebels del equipo gubernamental, como que en efecto, de modesta estatura, macrocéfalo y fanático de temperamento, tenía cercana afinidad física y anímica con el portavoz del Tercer Reich” (p. 50).

De Ernesto Ayala Mercado, recuerda que “los ratos que estaba sobrio (que no eran muy frecuentes) elaboraba estrofas y frases estereotipadas que luego eran repetidas en coro de cotorras por muchos delegados entusiastas, pero ignaros” (p. 54). Tampoco ahorra adjetivos cuando caracteriza a los presidentes de facto que controlaban los gobiernos de varios paises latinoamericanos, calificando al grupo como “una constelación de tiranuelos guardianes del orden establecido para disfrute de sus respectivas oligarquías locales, aliadas naturales de las transnacionales norteamericanas como la United Fruit Co. y otras, con sólida presencia en la región latinoamericana” (p. 56).

Zavaleta (1967) a su vez explica que, en determinado momento de la jornada del 3 de noviembre de 1964, fue inútil “persuadir a nadie, luego de que Fellman consiguió sacarlo fuera del Estado Mayor, de que el general Ovando estaba libre; inútil todo porque, en verdad, allá sólo se creía lo que se había juramentado creer” (p. 580). Asimismo, retrata a Víctor Paz en el momento en que acepta su derrota política al amanecer el 4 de noviembre de aquel año recordando que “parecía resuelto, poderoso todavía, lúcido y seco, cuando bajó. ‘El país -dijo aún- llorará lágrimas de sangre’” (p. 581).

En Suárez (2006), quien condensa el momento de crisis terminal de un modo de hacer política hasta entonces conocido como “democracia pactada” es Gonzalo Sánchez de Lozada, “como un personaje capaz de evocar imaginarios negativos distintos a la vez (el empresario minero millonario, el político poderoso, el ‘vende patria’ responsable de la capitalización, y finalmente el asesino)” (p. 17). En contraste, al refereirse a la población movilizada recuerda que “sólo cuando esta identidad ciudadana de protesta estuvo lo suficientemente conformada atravesando los distintos sectores sociales, es que el pueblo tuvo la potencialidad de funcionar como cuerpo” (p. 19).

La historia es representación

Cuando en el siglo XIX historiadores y filósofos prestaban su atención a la idea de “progreso”, se hizo evidente que las expresiones históricas que tematizan el tiempo solo podían hacerse comprensibles mediante figuras retóricas como la metonimia o la sinécdoque; hizo falta recurrir a significados relacionados con el espacio o la naturaleza, es decir que “el modo de hablar sobre la historia, especialmente sobre el tiempo histórico, extrajo inicialmente su terminología de la naturaleza de las personas y de su entorno” (Koselleck, 2012, p. 97). Era necesario, pues, acudir a las imágenes ya existentes en la mente de los destinatarios de los relatos históricos para asegurar no solo que estos fuesen comprensibles, sino fundamentalmente que tuviesen el sentido que el historiador deseaba imprimirle.

Comprender, y eventualmente explicar, sucesos que tuvieron lugar en un tiempo anterior, pasado, es un trabajo de representación que demanda desestructurar los acontecimientos originalmente codificados en un modo tropológico (es decir, que emplean figuras retóricas como las arriba mencionadas y otras más), para recodificarlos según otros modos tropológicos significativos para la audiencia contemporánea. Así, cuando el historiador “se enfrenta al proceso de estudio de un conjunto dado de acontecimientos, comienza a percibir la posible forma narrativa que tales acontecimientos pueden adoptar. En su relato acerca de cómo ese conjunto de acontecimientos adquirió la forma que percibe como inherente, el historiador trama su narración como un relato de un tipo particular” (White, 2003, p.116).

A su vez, el lector de tal relato va descubriendo, en el modo en que se organizan los acontecimientos y en los énfasis que el autor pone, los elementos que finalmente le permiten identificar qué tipo narrativo (novela, tragedia, comedia, sátira u otro) está siendo empleado y se vuelve plenamente comprensible a pesar de que versa sobre asuntos no solo lejanos en el tiempo, sino además extraños en su forma y su significación original. Así, cuando el relato le es significativo, o siquiera familiar,

…el lector no sólo ha seguido exitosamente el relato, sino que ha captado su esencia, lo ha comprendido. La extrañeza original, el misterio, el exotismo de los acontecimientos, desaparece, y éstos toman un aspecto familiar, no en cuanto a sus detalles, pero sí en sus funciones como elementos del tipo familiar de configuración. Se vuelven comprensibles al ser subsumidos bajo las categorías de la estructura de trama en la cual son codificados como un relato de un tipo particular (p. 117).

La historia no es simple descripción o narración, sino comprensión de los acontecimientos, la misma que muy a menudo solo puede ocurrir a la luz de la distancia temporal y la sucesión de consecuencias que aquellos hubiesen provocado. De esta manera, la narración histórica “consistiría en un proceso de decodificación y recodificación en el que una percepción es clarificada al ser presentada en un modo figurativo diferente de aquel en el que fue codificada por la convención, la autoridad o la costumbre. Y la fuerza explicativa de la narración entonces dependería del contraste entre la codificación original y la posterior” (p. 133).

Entonces, el estudio de la historia, y su representación, en tanto disciplina que no ha construido un sistema terminológico formal que permita describir y nombrar sus objetos, requiere del discurso figurativo y sus modos de representación: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía, para dar forma a los datos que son estudiados. Este discurso figurativo basa, pues, sus condiciones de posibilidad en el uso de imágenes (mentales, pero también icónicas, como se puede observar en innumerables estudios) que conectan los significados establecidos por el historiador con los de su audiencia.

Imagen tropológica o figurativa es, entonces, la que usa Carrasco (2006) cuando recuerda el momento en que Víctor Paz desahucia la opción socialista para la Revolución Nacional:

Con didáctica de antiguo profesor universitario, dijo al auditorio obrero: “hay grupos que plantean la urgencia de la dictadura del proletariado. Ese es un planteamiento iluso, fuera de la realidad y que no conduciría sino a un descalabro del pueblo de Bolivia... Bolivia es un país chico, de economía dependiente, que tiene que colocar en el extranjero sus exportaciones y que depende de éste en sus importaciones más vitales como son los alimentos. ¿Cuánto tiempo duraría ese gobierno, en medio de gobiernos que no tienen ninguna simpatía por la dictadura del proletariado?” (p. 55).

Más adelante, dando cuenta del final del primer gobierno de Paz Estenssoro, Carrasco afirma que el mandatario se había “graduado de exitoso estadista a sus 48 años” y que cedía la candidatura presidencial “para dar paso a una saludable alternancia. Quería gozar de su vida privada, con Chichina, su joven esposa” (p. 55).

Los tropos son útiles para caracterizar incluso momentos históricos a partir de una sola imagen, como la que ofrece Zavaleta (1967) cuando recuerda que Víctor Paz tuvo que asumir su derrota “en la media luz del dormitorio limpio y pobre como Bolivia misma” (p. 581).

Lo mismo sucede en el recuento de Suárez (2003), que identifica cómo el “agotamiento de una forma de la política y la economía (...) se expresa, en su manera más contundente, en la movilización de octubre” (p. 15) y que en el momento de la movilización, “extrañamente y sin ninguna instrucción previa o coordinación general (al viejo estilo de los comités centrales de partidos comunistas), la acción social fluía como si todo hubiera estado fríamente calculado y bajo la dirección de un jefe de orquesta” (p. 19).

Las imágenes y sus efectos

Como ya se ha sugerido antes, el hecho de que la narración y el relato histórico echen mano de formas convencionales como los tropos retóricos para representar, o los géneros literarios para hacer comprensible el relato, o las imágenes mentales en tanto símbolos propios de lenguajes comunes cumple la función, además de describir, interpretar y/o explicar sucesos ocurridos en algún momento del pasado, y en el camino de cumplir tales propósitos, de reelaborar la significación de esos sucesos a partir de su recodificación en las formas contemporáneas del historiador y su público. Se trata, pues, de lo que Jodelet (1984) identifica como anclaje, que opera cuando se logra introducir lo nuevo dentro de esquemas previamente conocidos.

Esta reelaboración implica necesariamente apelar al uso de imágenes, que son los significados atribuidos a los sucesos históricos y su contexto (entendidos, si se quiere, como significantes en sí mismos), ya sea como imágenes mentales, que ayudan a objetivar conceptos abstractos y las relaciones entre ellos, a través de presentar de modo figurativo lo abstracto, o como imágenes icónicas, que en tanto representación visual son a la vez evidencia de los objetos culturales, ora de la época de la que se da cuenta en la narración, ora de otra época en la que éstos adquieren nuevos significados; asimismo, se apela a componentes de los textos culturales, entendidos como “un conjunto limitado de signos o símbolos relacionados entre sí en virtud de que todos sus significados contribuyen a producir los mismos efectos o tienden a desempeñar las mismas funciones” (Giménez, 2005, p. 28).

Si se toma los relatos históricos como textos culturales, que cumplen la función de representar los sucesos del pasado, es posible señalar que este proceso causa efecto no solo en la comprensión del tiempo histórico, sino también del contemporáneo, en una suerte de naturalización de los signos y sus significados. De ahí que Silvia Rivera (2018) proponga una “sociología de la imagen”, donde “resulta notoria la ausencia de la lingüística estructural y la renuncia a su uso como herramienta para la comprensión de la imagen”, debido a que “el estructuralismo no es capaz de dar cuenta de las dimensiones históricas y políticas de las prácticas de representación, ni considerar a fondo el tema del colonialismo como estructura social diferenciante y a la vez inhibidora de un discurso propio” (p. 26).

La propuesta de Rivera pone su foco de atención en todas las prácticas de representación, siendo su objeto principal todo lo que pertenezca al mundo visual “desde la publicidad, la fotografía de prensa, el archivo de imágenes, el arte pictórico, el dibujo y el textil, amén de otras representaciones más colectivas como la estructura el espacio urbano y las huellas históricas que se hacen visibles en él”; el propósito es, dice la autora, “una desfamiliarización, una toma de distancia con lo archiconocido, con la inmediatez de la rutina y el hábito” (pp. 21-22).

La preocupación por la imagen visual está dada porque así como “la visualización alude a una forma de memoria que condensa otros sentidos”, todo proceso de descolonización (que solo puede realizarse en la práctica, sostiene la autora) pasa necesariamente por “la descolonización de la mirada [que] consistiría en liberar la visualización de las ataduras de lenguaje, y en reactualizar la memoria de la experiencia como un todo indisoluble, en el que se funden los sentidos corporales y mentales” (Rivera, 2018, pp. 22-23). Se trata, pues, de poner en cuestión el conjunto de imágenes, devenido en texto cultural, para comprender qué idea de sociedad se está construyendo a través de mediaciones que prescinden de lo estrictamente lingüístico, y, por tanto, pueden eludir la indagación puramente estructuralista, pero que tienen mejores condiciones de anclaje en los imaginarios de personas y grupos, y, por tanto, tienen mayor efecto en el mundo simbólico y las prácticas que devienen de él.

Baste por ahora con mostrar como ejemplo de lo señalado el ejercicio de sociología de la imagen realizado por Rivera sobre uno de los muchos textos culturales que sirven para su estudio: el Álbum de la Revolución, de 1954, donde el todavía naciente régimen del Nacionalismo Revolucionario construye un imaginario en el que varones blancos y católicos son los guías del progreso de la nación, no solo representando al resto de la población como inferior a éstos, sino además invisibilizando a indígenas y mujeres casi por completo. Casi, porque, al ser imposible ocultar su presencia en la vida cotidiana, son representados en el Álbum de un modo que produce un discurso de miserabilismo que permite afianzar la hegemonía del partido del Nacionalismo Revolucionario.

Sostiene Rivera al respecto, que “el discurso “miserabilista” -que objetiviza a indios y mujeres como víctimas sufridas, sometidas a la explotación y tributarios de una identidad y protagonismos ajenos- logra sumirlos en el anonimato colectivo de su condición de colonizados, privándoles de una posición de sujetos de la historia” (p. 151); se produce así la construcción de una imagen elitista de la nación boliviana en la que indios y mujeres aparecen como convidados ornamentales, de condición subalterna y poseedores de “una ciudadanía de segunda clase en el escenario de la democracia populista del partido nacionalista” (p. 151).

Conclusiones

No se ha pretendido aquí realizar una crítica al método historiográfico, pero sí a las estrategias de representación que emplea y, en última instancia, a los efectos que tal representación produce en los individuos y los grupos. En tanto conjunto de relatos que dan cuenta de sucesos pasados, pero reactualizados para tener significado en un contexto temporal diferente al de su ocurrencia, la narración histórica puede tener dimensiones éticas, morales y políticas.

Para construir esas dimensiones, los relatos históricos echan mano (como en esta misma frase) de tropos que posibilitan la formación de textos culturales significativos al conectar las imágenes retóricas del autor con las imágenes mentales de la audiencia. Este proceso implica casi siempre o una reconfiguración de los significados de las imágenes ya presentes en el imaginario, o su afianzamiento. El producto es una versión simbólica de la realidad en la que, ya se ha visto, terminan viviendo los individuos, es decir, actuando en función de tales símbolos como si fuesen la realidad misma.

La historia, pues, al describir e interpretar el devenir de los sucesos termina por establecer los parámetros que marcan los actos de las personas en un mundo hecho de símbolos dotados de historicidad y, por tanto, de un pathos que exige una forma de pensamiento y su acción consecuente.

Referencias

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Hall, Stuart (1997). The work of representation. En Stuart Hall (ed.), Representation: Cultural Representations and Signifying Practices (pp. 13-74). London: Sage Publications. (versión .pdf del manuscrito de la traducción al español. Disponible en https://scholar.google.com/ ). [ Links ]

Jodelet, Denise (1984). La representación social: fenómenos concepto y teoría. En Serge Moscovici (comp). Psicología Social II, pensamiento y vida social. Barcelona: Paidós. [ Links ]

Koselleck, Reinhardt (2012). Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social. Madrid: Editorial Trotta. [ Links ]

Kuper, Adam (2001). Cultura. La versión de los antropólogos. Barcelona: Paidós. [ Links ]

Rivera, Silvia (2018). Sociología de la imagen. Miradas ch’ixi desde la historia andina. La Paz: Plural Editores / Piedra Rota. [ Links ]

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White, Hayden (2003). El texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Paidós / Universidad Autónoma de Barcelona. [ Links ]

Zavaleta, René (1967). “Testimonio. Insurgencia y derrocamiento de la Revolución Boliviana”. Obra Completa. Tomo I: Ensayos 1957-1974 (pp. 579596). La Paz: Plural Editores. [ Links ]

*Declaro no tener ningún conflicto de interés que haya influido en mi artículo.

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