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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.52 La Paz mayo 2023  Epub 31-Mayo-2023

https://doi.org/doi.org/10.53287/qozn6373fb39s 

APORTES

Delirium tesis. Etnografía del primer acercamiento a la investigación social*

Delirium thesis. Ethnography of the first approach to social research

Julio César Mita Machaca1 
http://orcid.org/0009-0003-6564-5280

1Carrera de Sociología, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia E-mail: cesarmita@live.com


Resumen:

El presente ensayo es un relato de cómo hice mi tesis de licenciatura en la Carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés. A modo de crónica y teoría social, exploro las fases por las que pasó mi tesis, desde el inicio hasta su final. Por último, examino las implicancias y limitaciones de la técnica de la observación participante, a partir de la propuesta de cuerpo participante, desde la teorización e inmersión del cuerpo cognoscente del investigador. Para ello, me enfoco en los efectos que esto produce a nivel subjetivo, en la relación del investigador con los sujetos de investigación y de manera posterior a la culminación de la tesis.

Palabras clave: Investigación social; investigación cualitativa; tesis; metodología; sociología; estibadores-aparapitas; etnografía.

Abstract:

This essay is an account of how I did my Sociology undergraduate thesis at the Universidad Mayor de San Andrés. As a chronicle and social theory, I explore the phases my thesis went through, from the beginning to the end. Finally, I examine the implications and limitations of the participant observation technique based on the proposal of the participating body from the theorization and immersion of the researcher’s cognitive body, and the effects that this produces at the subjective level, in the relationship with the subjects. research and after completion of the thesis.

Keywords: Social research; qualitative research; thesis; methodology; sociology; dockworkers-aparapitas; ethnography.

Introducción

La metodología describe, en retrospectiva, el camino de estudio que ya se ha recorrido. (Arnold Y., 2013). Una tesis sirve ante todo para aprender a coordinar las ideas (…). No es tan importante el tema (…) como la experiencia que comporta (Eco, 2000, p. 24, p. 38).

Como un instinto de supervivencia este ensayo es un intento de sentir en un tiempo, con todos los sentidos del cuerpo; la textura, el dolor, el sufrimiento, la alegría, el regocijo, la grandeza y la miseria en la infatigable tarea de hacer un primer intento de investigación en el campo de la ciencia social. Este ensayo también es una deuda, y un saldo de cuentas, para pensar con el cuerpo, con la distancia transcurrida, cómo hice mi tesis de licenciatura, y mi situación con los sujetos de investigación. Y a partir de esta relación poner en el banquillo de los investigados al investigador mismo, para desde allí volver a pensar en otros tópicos metodológicos y subjetivos.

Después de hacer mi tesis en la Carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), no pude escribir más, porque las condiciones en que había escrito mi tesis habían cambiado. Me pasó lo que les sucede a muchos, qué por más que se quiera escribir -investigar- por la falta de recursos económicos, y/o promotores, y por las responsabilidades familiares, uno se ve obligado a tomar trabajos que se presenten. Por eso la escritura en momentos cruciales de la vida, es, en realidad, más un intento de supervivencia etérea que material.

Mucha de la experiencia como un cúmulo de la historia de las tesis ha quedado sin ser revisada. El Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre” (IDIS) de la UMSA, desde 2018, ha realizado un ciclo de exposiciones de cómo hicieron sus tesis algunas y algunos cientistas sociales. Estas exposiciones son un buen ejemplo para continuar lo que la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui inició en sus clases de seminarios, dirigido al desarrollo de la tesis de licenciatura Sociología, cuando ella invitaba a extesistas para oír el testimonio de cómo hicieron sus tesis. Si vale la comparación, ver el taller desde su intimidad y de dónde salió aquel producto empastado y público. En esta línea, propongo en este ensayo lo que Rosana Guber menciona:

Así, una investigación termina siendo un volumen central donde se exponen las tesis, las teorías y los datos procedentes del campo que las sustentan; si hay tiempo, material e interés, es posible encarar otra publicación, pero esta vez en tono intimista, confesional, heroico, narrando las memorias y experiencias en tierras extrañas (…) Y como, de acuerdo con los estándares de la “ciencia internacional”, al antropólogo se lo evalúa no por estas reflexiones -a las que muchos aún consideran versiones noveladas de perfil narcisista- sino por su etnografía, ello da más motivos para que los antropólogos olvidemos o releguemos el análisis de aquel momento fundante y distintivo de nuestra práctica profesional a un irrelevante y oscuro segundo plano. (…) De hecho, se niega el rastro de marchas y contramarchas que recorre cualquier proceso de conocimiento. La deshistorización de la persona del investigador, (…) el ocultamiento de cómo la sociedad y la cultura que el investigador lleva consigo se orientan y desorientan en ese proceso son entonces evidentes (Guber, 2005, pp. 13-14).

El presente ensayo tiene dos divisiones, tanto en forma y contenido. La primera trata de relatar, a modo de crónica, cómo hice mi tesis. La segunda problematiza, ya desde un ámbito más teórico, el aspecto metodológico o la estrategia metodológica.

El génesis de la tesis 2008-2012

Seminario de Fuentes: “El perfil de investigación”

El año 2008, comencé hacer mi tesis de licenciatura con el perfil de tesis, en la materia de Seminario de Fuentes -que es en el cuarto año un requisito del plan de estudios-.

Como muchos estudiantes, no contaba con un tema a investigar. La docente que elegí fue Silvia Rivera Cusicanqui. Ella, entre las primeras tareas que nos dio, nos invitó a escudriñar nuestra propia genealogía, nuestra biografía, para encontrar posibles temas.

Mi primer intento fue hacer una investigación sobre Radio San Gabriel, ya que mi padre había trabajado durante años en esa institución. Junto a él, logramos reunirnos con el director, quien nos dijo que, por ser una institución (cerrada y/o privada), no se podía recibir a personas externas; según sus palabras, “no se podía ingresar un hueso extraño -que no sea parte del cuerpo-”. Insistimos indicando que yo no quería estar allí para perjudicar las tareas de los demás; pero fue vano el intento. Me sentí defraudado y me lamenté, porque ya había hecho una revisión bibliográfica, que en ese momento la traducía como una pérdida de tiempo y esfuerzo1.

Pasado ese fallido intento, me puse a buscar otro tema. Esa vez acudí a mí mismo. Producto de ello, me llamó la atención la feria de mi barrio, ya que es la entraña misma de Villa Dolores. Hasta allí, tenía mi posible delimitación espacial. Ahora, se trataba de delimitar y pensar en mis sujetos de investigación. Aún me encontraba en la nebulosa; pensé en estudiar a distintos actores, desde los dirigentes zonales, las y los comerciantes, o hacer una historia de la zona o de la feria. La delimitación de mis sujetos de investigación se presentó de una manera casual, que fue gracias a la amplitud de pensamiento que nos había trasmitido Silvia. Así, pude fijarme en actores sociales que se considerarían poco relevantes. Lo que recuerdo y me llamó la atención fueron sus overoles verdes, los coches azules, verlos reunirse en la avenida Panorámica y otras circunstancias entrelazadas a mi vida personal2.

Le comenté a Silvia en las clases sobre entrevistas personalizadas que pensaba hacer en mi perfil de investigación sobre los cargadores, q’ipiris, aparapitas (cocheros). A ella le pareció un buen tema; pero pronto se dio cuenta, pese a tener el lugar y mis sujetos de investigación, de que aún no tenía el tema específico sobre el que trabajaría. Entonces sugirió hacer descripciones generales de ellos. Antes de meterme de lleno y tratar de relacionarme con los cocheros, recordé consciente o inconscientemente que en otra materia había leído algo sobre los aparapitas (estibadores) y provenía de un relato literario. Comenté a un amigo sobre mi tema, él me dijo que tenía una fotocopia de “El aparapita de La Paz”, del escritor paceño Jaime Saenz. A la vez que hice mis primeros acercamientos con los cocheros, también había leído este ensayo literario, lo que me ayudó a comprender que, si bien parecía que los cocheros eran los aparapitas, había muchas diferencias, por lo que había que sumergirse en el terreno de los cocheros.

La revisión bibliográfica3 y el trabajo de campo exploratorio, extrañamente, no me llevaron a ahondar en los cocheros, sino a comprender la estructura de los circuitos comerciales de la feria. Aquello parecía mucho más interesante, en el sentido de que los cocheros eran solo eran una pieza en las articulaciones de la feria; quizá de esta manera buscaba la grandeza de mi investigación en la tarea de abarcar algo que se consideraría mucho más grande y complejo, o que sonara mucho más académico (Becker, 2011). Sin embargo, empecé a sentir que cualquier intento de abordar con seriedad la actuación del minitransporte había sido silencioso, silenciado, estereotipado; quedaba tal vez soterrados por aquel eclipsante movimiento de ese cuerpo comercial llamado feria; pero fundamentalmente había sido producto de un detritus social en una bastarda herencia histórica del aparapita (Mita, 2019). Esto último fue intuitivo, vago, y secundario; pero se conectaba con el análisis que pude hacer del cambio que habían experimentado los cocheros en relación a los estibadores, y la concepción de q’ipirapitas y/o aparapitas, por lo que tuve que esperar a que madure esta idea.

Sobre la forma de registrar el trabajo de campo, reconozco que no utilicé a cabalidad mi diario, como indican algunos manuales (Spedding, 2006). Las anotaciones por ese periodo fueron esporádicas y aprendí en el camino dónde registrar los momentos de interacción densa con los sujetos de investigación. Es así que, a mediados de 2008, comencé a escribir las primeras anotaciones después del primer acercamiento con la directiva, cuando, se hizo una especie de grupo focal y/o entrevista colectiva para que los participantes narren cómo fue la historia de la organización. Yo no sabía cómo registrar esta reunión, así que fui anotando lo que pude en mi diario de campo y luego lo amplié en casa. De la misma manera, en mi diario de campo solía escribir las observaciones sobre la feria, los precios de los productos, los días de auge, las actividades del grupo, como los campeonatos, y algunas charlas o entrevistas.

Seminario de Tesis: 2009-2010, “La defensa del borrador”

Al siguiente año, el 2009, cursé Seminario de Tesis, que corresponde al quinto año de la carrera. A lo largo de la materia, desarrollé la propuesta del perfil de tesis que había aprobado en el Seminario de Fuentes. Esa vez, por razones personales, no pude darle continuidad al trabajo realizado en 2008. Sin embargo, el año 2009, pude ir estableciendo ciertos lugares estratégicos de investigación4 que había podido percibir en 2008. En el Sindicato de MinTransporte 11 de Julio de Villa Dolores, había lugares donde se viabilizaba el ingreso a su comunidad institucional, y esto pasaba por ir asumiendo sus marcos de sentido, su lógica. Entendí que debía presentarme ante su colectividad, pero previamente tenía que presentarme a la directiva (la dirigencia). Antes de comprenderlo, tuve que deambular por mucho tiempo por las calles de la feria de Villa Dolores, sin obtener grandes avances para entablar una relación fluida con los cocheros (sin embargo, pude hacer más observaciones de la feria e ir entendiendo su dinámica). Cuando traté de acercarme a los cocheros para interacciones cara a cara, la mayoría de las veces me sentí atravesado por el miedo e hice presente la falta de habilidad para poder hablar con ellos; los veía muy apurados en su trabajo, caminando de prisa con su coche, descargando productos de los camiones; además, a su alrededor había muchas personas: vendedoras, dueñas de las mercancías, camioneros, taxistas… Cuando los encontraba quietos, era porque se encontraban descansando, echados en sus coches. En esos momentos, tampoco me acercaba a ellos, porque me parecía impertinente y desconsiderado molestarlos después de haber estado trabajando y sudando tanto. Para poder salvar y flanquear -en parte- este estancamiento, en un principio tomé la estrategia de la amistad que tenía mi padre con algunos cocheros, como el caso de Carlos Yujra, quien era un cochero que vendía junto a su esposa hace muchos años a dos cuadras de la casa de mi padre. Así también, sucedió con el caso de Faustino Rojas y Eduardo Condori, quienes eran otros conocidos de mi padre (esto, por la antigua tiendita que tenían mis padres en la zona). Fue así que Carlos y Faustino fueron mis primeros informantes o informantes clave, si se quiere. Mas, aunque me habían dado las pautas principales para entrar al cosmos social de su organización, tampoco podía entablar una relación fluida con ellos; las entrevistas se limitaban a redundancias de temas generales, como la exaltación de su antigüedad. Esto nos llevaba inevitablemente a sus propias alabanzas por ser fundadores de la organización -no los podía comprender aún-. Me ofuscaba el círculo vicioso al que nos llevaba todo eso; pese a esto, Faustino y Carlos me dieron las columnas para construir parte de la historia del sindicato y me dieron algo mucho más importante: las pautas principales para poder acercarme a otros minitransportistas. Este acercamiento pasaba por hacerlo de una manera formal: debía entregar una carta de solicitud para exponer en una asamblea, frente a toda la base, lo que quería hacer y pedirles que me puedan colaborar y, en la medida de lo posible, aceptarme y tenerme confianza5; esto también significaba presentarles mi reconocimiento y respeto6. Gracias a establecer esta relación con la directiva y con la base, en 2009 (aunque aún sentía que no había logrado entablar una verdadera relación de confianza), pude participar en el acontecimiento de la denominada “Marcha del Carretonazo”. Caminando gran parte del trayecto con César, este acontecimiento significó tener una muestra viva e inigualable para comprender los mecanismos de funcionamiento de la organización y su relacionamiento con otros actores, asimismo aspectos subyacentes y ontológicos que constituyen al minitransporte a lo largo de su historia (Mita, 2019).

Por el año 2010 a 2012, fui itinerante en cuanto al trabajo de campo. Esto puede traducirse como el alejamiento de los sujetos de investigación. Sin embargo, el año 2010, pude presentar y defender el borrador de la tesis profundizando y reflexionando sobre algunos temas como la marcha del Carretonazo y la gesta de una federación, entre otros. En cuanto al año 2011, mi participación en el grupo de activismo el “Colectivx” pienso que me sirvió para tomarlo como inspiración teórica y de rebeldía, y así pensar en otras entradas metodológicas y en la reflexión del cuerpo como técnica de investigación.

En ese periodo, tuve la tentación de defender la tesis final con lo que tenía; pero sentía que no hubiera estado completa, si no hubiera profundizado en el trabajo de los cocheros tal cual ellos lo hacían día tras día, y solo había una forma de hacerlo7, o así yo lo entendía. Para llegar a decidirme y dar el paso final, tuve que perder el miedo e ir en contra de mi nicho social, según el cual entendía el trabajo de cargador como un trabajo del pobre, del campesino, del paria que vive de… y en… la miseria. Siendo sincero, también así lo había pensado y sentido. Tal vez me quise aventurar en esa empresa, para conseguir un rédito en vez de que eso signifiqué un compromiso con la forma sacrificada del trabajo de los cocheros. Quizá lo hacía más por ir a contracorriente de los que pululaban sobre los transportistas manuales (aparapitas). O simplemente solo con el fin de registrar todo el conocimiento posible sobre ellos, hasta sus límites.

El reencuentro con la tesis, y la defensa final

Volver al sindicato

El año 2013, volví a hacer trabajo de campo. Fueron distintas las causas: por una parte, sentía que el lapso de estar lejos de mis sujetos de investigación había causado un desacomodo en mi tesis; además, acepté que mi tesis no sería una tesis completa si no describía a detalle el proceso de trabajo de los cocheros. También comprendí que yo había cambiado o había incorporado otras perspectivas, incluso, respecto de mi mirada hacia la vida. Lo anterior posibilitó que vaya madurando ciertas preguntas:

¿Por qué no podrían mis inquietudes teóricas y personales trascender el tipo de investigación que podría hacer? ¿Y hasta dónde estaba dispuesto a arriesgar? Así, pues, en el mes de abril de ese mismo año, volví a acercarme al sindicato:

Este diario lo comienzo en abril. Establecer de nuevo el contacto fue complicado. Cuando me acerqué al directorio me indicaron que tenía que actualizar mi permiso, para ver la documentación del sindicato. En fecha 24 de abril tuve que exponer y renovar mi permiso frente a toda la base. Tuve que ser de alguna manera increpado por el retraso de la investigación, don Sinka, Vitaliano y José me indicaron que debería haber terminado. También un don me indico que no podía ir con las manos vacías. Yo me disculpé y tuve que comprar un “t’eje” paquete de cocaquina para disculparme. Al final todo salió bien (Diario de campo, 2013).

En un inicio, la estrategia principal fue asistir a asambleas del sindicato, ése era un buen lugar para registrar la información (a veces estas asambleas las grababa en mi mp3), así también en ese espacio no me sentía excluido, como sucedía cuando caminaba por la feria. Pasadas las asambleas, me iba a casa a escribir; primero registraba todo lo que recordaba, luego escuchaba la grabación que había hecho y escribía lo que no había recordado. De esta manera, fui fortaleciendo lo que había podido observar en mis anteriores acercamientos.

Aprovechando que asistí a las reuniones del directorio, quise ponerme otro reto. Pretendí abarcar y extender la investigación a más casos (afiliados) para que mi recolección de datos tenga los menos sesgos posibles. No me conformaba con hacer unas cuantas entrevistas y disfrazarlas de estudios de caso, bajo la selección de bola de nieve. Mi intención o aspiración en aquel momento fue obtener datos de una manera más “científica”, abarcar a más personas del sindicato, sin que medie mi afinidad o edad, género, clase, etnia u otro tipo. La estrategia fue aprovechar que tenía el permiso para ver la documentación del sindicato. Así, pude revisar todo el kardex; de allí, conseguiría la información básica -edad, lugar de nacimiento, hijos, hijas, etc.- para construir mis casos (y regularidades estadísticas) a partir de la variedad de informantes.

Volver a asistir a las reuniones del directorio no fue sencillo, estuve por un tiempo como un invitado foráneo, lo que significaba estar en las reuniones sin opinar ni decir nada. Con esta actitud pasiva, no podía hacer nada -claro que tampoco podía tomar notas frente a ellos-, solo me sentaba en un rincón de la oficina y escuchaba. Lo peor era que los del directorio se cohibían cuando me veían llegar, y sus conversaciones, que eran fluidas hasta entonces, perdían dinamismo. Entendí que debería hacer algo para remediar aquello. Me di cuenta de que el directorio necesitaba transcripciones de citaciones, convocatorias, invitaciones, solicitudes, lo que yo podía hacer; así que me ofrecí para esas tareas. De esa manera, en cierta medida, pude atravesar esa barrera que había entre el sindicato -el directorio- y yo. También pude ver que cualquier visitante que llegaba al directorio llegaba con algún refresco o coca; eran gestos de reciprocidad y reconocimientos. A algunas reuniones, llegué con mi refresco de cola -pero prefería llevar coca-; así, casi espontáneamente, se abrió un espacio y las conversaciones del directorio se volvieron cada vez más fluidas, con mi presencia de por medio. Pasado el tiempo y después de ganarme cierta confianza del directorio, fui revisando las carpetas (el kardex) de cada afiliado8. Grande fue mi sorpresa que las carpetas de cada afiliado que se encontraba en la oficina eran carpetas antiguas, con información incompleta, anacronismos, en resumen, un caos para mí. Muchos afiliados, casi el 40%, no contaba con ninguna documentación en el sindicato, había un gran sesgo, pese a que cada año el directorio de turno le pedía al nuevo afiliado que presente su fólder con una fotocopia simple de la cédula de identidad del afiliado y la esposa, certificados de nacimientos de los hijos e hijas, croquis del domicilio, etc. De esta manera, se complicó la idea de una supuesta fácil recolección de datos9.

Primero, trabajar como estibador; luego, el permiso, el coche y el overol

Mas allá de la carga teórica y/o la influencia al participar del Colectivx, el impulso final ocurrió con una idea de los mismos transportistas manuales. Sucedió cuando junto a Edwin, Gumercindo y Roger en el cuarto del cerrajero Santos -quizás viendo mi motivación de saber cómo trabajaban ellos-, tomando unos tragos, me dijeron: ¿por qué no trabajas estibando?, sabiendo que para esto no necesitaría permiso de la base y era una forma de inducción para ingresar al mundo del transporte manual. Por julio de ese año salí a estibar por primera vez, descargando mercancías junto a Edwin, el nuevo secretario general electo para la gestión de julio de 2013 a julio de 2014.

Gracias a las posteriores formas de acercamiento, cada vez más intensas, y debido a que me fui ganando la confianza y amistad del directorio de turno, lo que fue posible por los trabajos voluntarios que hacía y por mi regular asistencia a reuniones -muchas veces después de la oficina terminábamos con una resaca al día siguiente-, di el último salto, otra vez por sugerencia de Edwin y Roger. Ellos me dijeron que solicite permiso (el primero) para trabajar como cochero.

El permiso era un requisito que no podía obviar, no se podía entrar a ese territorio a trabajar con coche, sin no ser observado ni estar bajo control y presión de la organización -es doxa en la organización decir la frase: no trabajamos gratis aquí- (Mita, 2019). Mediante nota del 31 de julio de 2013, formalicé mi pedido al directorio y esto se llevó a consideración de la asamblea. Aproximadamente por el mes de agosto la base aprobó el permiso con distintas recomendaciones10. Sin embargo, para poder trabajar como cochero necesitaba del overol y de un coche, con lo que yo no contaba. Eso lo obtuve recién cuando logré entablar gran amistad con Roger; en una charla en la que estábamos con otros cocheros y con tragos de por medio, me vendió su overol nuevo y me dijo que me prestaría su coche, ya que tenía dos.

La primera vez que salí a trabajar como cochero fue un proceso planificado, que a la vez estuvo encarnado de sentimientos, tal como lo expresa este pequeño fragmento de mi diario:

TITULO: PRIMER DIA DE COCHERO. DIA: martes 15 de octubre de 2013, Horas: 04 AM a 07:30 AM. LUGAR: Feria de Villa Dolores. Casi no pude dormir, desperté traspirado, tuve sueños confusos (me siento en ese hoyo negro cuando pienso en ella, cuánto tiempo puedo vivir así) pero no relacionados con el objetivo que me tracé desde principios de año, es decir, trabajar como cochero. A las 03:40 sonó el despertador -del celular, siento que no tengo la fuerza para levantarme, pero tengo que hacerlo, no puedo abandonar esta oportunidad y este proyecto elaborado con tanto tiempo, cariño y desencantos. Antes de levantarme diseño qué debo hacer (lo he repasado y pensado tantas veces en mi cabeza, al final estoy seguro que me dejaré llevar por la corriente de la vida, y los diseños se irán al diablo o solo serán pequeñas señales11-” (Diario de campo, martes 15 de octubre de 2013, cursivas nuestras).

Hasta que pude trabajar como cochero y, sin haberlo notado, mi permiso había expirado. Lo noté por rumores de los mismos cocheros, quienes decían que solo podía trabajar por dos meses -así lo había solicitado en mi nota-. Aunque tenía el apoyo del secretario general, era necesario renovar el permiso para tener la venia de la base, lo que hice posteriormente. Desde entonces, pude trabajar con más tranquilidad.

Trabajé como cochero hasta principios de los meses del año siguiente (2014). Aprendí con la ayuda de la colectividad una serie de estrategias individuales, para poder lidiar con la carga. La forma de registro de esta información tuvo como principal soporte mi cuaderno de campo12, así como escritura directa en mi ordenador en una carpeta digital que creé llamada “Transcripciones cuaderno de campo”. Pude saber que poniendo en práctica una técnica de investigación de cuerpo participante, en ciertos momentos, el investigador puede jugarse el todo por el todo; es decir, al igual que en otras prácticas sociales -pienso en deportes como el boxeo y el fútbol-, uno no puede echarse para atrás, porque ya está inmerso en las llamas de la acción. En mi caso, no podía decirle a la señora que dejaría a la mitad el trabajo que me había pedido, porque sentía que ya no era posible, tenía que completar el traslado pase lo que pase. Muchas veces quise dejar las cargas a mitad del camino, al fin y al cabo, no estaba ahí para ponerme en riesgo y sufrir más de la cuenta. En ocasiones, veía la cantidad y el peso de la carga que la señora me pedía que traslade, disimulaba y me iba, diciendo que otra señora me había llamado antes, o que estaba mal y no podía alzar cargas pesadas -esto último era cierto, a veces me lastimaba la cintura al cargar bultos de papa o zanahoria que se encuentran entre las cargas más pesadas de la feria-.

Hasta el año 2014, me hice a la idea de que estaba allí solo para hacer una investigación y no para sufrir algún daño físico; mis recursos para vivir materialmente no dependían de trabajar como cochero, a diferencia de los afiliados de la organización. Pero en mi vida se presentaron otros acontecimientos, como la llegada de mi hija. Bajo esa nueva circunstancia, tenía que aprovechar lo que estaba en mis manos para conseguir recursos económicos. Entonces empecé a trabajar, ya a la par de los cocheros, pero con dos objetivos: captar recursos y a la vez acabar de una vez con la tesis.

Después de 2015, mi registro ya no lo hice con rigurosidad, es decir, hacía pocas anotaciones en mi diario de campo; pero estaba ahí, ganándome la vida como cochero y ya no podía rechazar las cargas pesadas. Para mí, una carga pesada, sin bien continuaba siendo un peligro porque podía ocasionar que me lastime, también significaba más recursos, podía “matonear/sacrificar” mi cuerpo, para en cortos tiempo ganar más, como lo hacían muchos cocheros jóvenes (Mita, 2019). En este nuevo escenario, en una ocasión, sufrí un accidente al subir una carga de papa por la tabla a un camión, desde una altura de un metro: me caí desde la tabla -cuando ya llegaba a la carrocería- junto con mi carga y me lesioné la cintura hasta el muslo. En un principio no sentí mucho dolor, pero después no podía caminar. Por esa razón, no salí a trabajar por un tiempo. Pero al igual que les sucede a muchos cocheros -quienes, por un accidente, se quedan sin recursos por no salir a trabajar- me vi obligado a trabajar, aún lastimado. Supongo que eso agravó mi lesión que, hasta el día de hoy, me acarrea molestias.

Como se observa, de 2008 a 2010 pude realizar un trabajo aceptable para realizar la investigación y traducirla a una tesis para su aprobación. Sabía de la estructura de la organización y de su funcionamiento en un campo formal y público. Pero faltaba algo, algo a lo que yo le estaba rehuyendo de alguna manera. De 2011 a 2012, sufrí el alejamiento de los sujetos de investigación, pero ése fue un periodo intermedio de reflexión teórica y personal. En 2013 y 2014, me acerqué a mis sujetos de investigación desde una nueva perspectiva y recuperando lo ya sabido de la organización. La característica central de mi trabajo de investigación en 2013 fue el cuerpo, desde un aspecto teórico y desde un punto de vista metodológico, lo que llegó a cerrar los dos periodos más intensos de la investigación (2008-2010 y 2013-2014). Por una parte, el estudio del funcionamiento de la organización (2008-2010); por otra, el aspecto de la producción (2013-2014).

Para pasar del periodo 2008-2010 al periodo 2013-2014, tuvo que haber un grado superior de confianza con los sujetos de investigación. Para llegar a ese grado, fue el trabajo de campo que hice en 2013, pues la estrategia de trabajar como cochero me abrió las puertas a espacios matrices del minitransporte. El trabajar como cochero llevó a mis sujetos de investigación a identificarse conmigo, porque su sufrimiento en la esfera de la producción antes jamás publicitada comenzó a ser compartido a una persona, a alguien que estaba por fuera de su grupo social. El trabajo de campo y su sistematización, así como las posteriores versiones de la tesis en su redacción y corrección concluyeron a finales del año 201613, y la defensa se realizó a principios de 2017.

El cuerpo como recurso metodológico y epistémico

Una de las grandes experiencias sobre el cuerpo desde la sociología se la aprecia en Loic Waquant (2006), en el libro Entre las cuerdas, cuadernos de un aprendiz de boxeador. Este escrito me sirvió y acompañó entrañablemente como fuente de inspiración y por el compromiso que el autor asume con los sujetos de investigación. Posteriormente me sentí identificado con el autor al sentir el dolor, el esfuerzo, la disciplina y la preparación14 que uno debe tener al tratar de hacer lo que hacen los sujetos de investigación. Al igual que los sujetos de estudio de Waquant, comprendí que era necesario y vital ponerse en las llamas de la acción social para interpretar, desde el cuerpo, aquel cosmos social que hace único a cada segmento social. Esta tarea se la puede interpretar como un viaje sin retorno, aunque no se tome conciencia de ello.

En este apartado, no pretendo hacer una revisión exhaustiva y rigurosa sobre lo que se ha escrito en torno al cuerpo en tanto su teorización y sus implicancias en la sociedad y en especial en la ciencia social actual. Tampoco pretendo identificar los puntos de intersección que hay en la teorización de una antropología del cuerpo y una sociología del cuerpo y otras disciplinas. Mi pretensión es algo más sencilla, ya que solo quiero reflexionar sobre las limitantes teóricas que tiene las técnicas de investigación, específicamente la observación participante desde la interpelación del cuerpo del investigador expuesto al fuego vivo en el trabajo de campo.

La observación participante o cuerpo participante

Tradicionalmente, la observación participante es el instrumento principal del trabajo de campo etnográfico en un tipo de investigación cualitativa. ¿Y por qué llega a ser la técnica central de la etnografía? Porque la observación participante es como el catalizador en la profundidad del trabajo de campo, ya que requiere ser prolongada con un alto nivel de involucramiento; esto quiere decir sumergirse en los marcos de sentido de los sujetos de investigación, para tratar de mirar, oír y escuchar como ellos. Entre las limitaciones y críticas que se han hecho, encontramos lo que se conoció como la autoridad etnográfica y la falta de reflexividad en la atención y registro de qué se decide ver y qué no, maniatado por los centrismos del investigador. Más allá de los manuales que sirven como guías para aplicar de buena manera esta técnica, quisiera, desde mi experiencia, hacer algunas críticas puntuales sobre los contenidos de la observación participante, en su aplicabilidad en el trabajo de campo.

La observación participante como una forma de involucramiento capta y registra un mundo posible que se extiende ante el investigador; sin embargo, esta técnica parecería, desde lo formal y los manuales, no retratar lo que realmente sucede con todo el cuerpo del investigador en el trabajo de campo. La observación participante sería un enunciado inicial para mostrar la intención del investigador de adentrarse en carne viva en un cosmos social, o, si se quiere, habría una diferencia entre una técnica de observación participante y una técnica de cuerpo participante.

El observador participante desde un enunciado inicial es el observador oculocéntrico, reduciendo las posibilidades del cuerpo del investigador a una sola sensorialidad -observación- como garantía de objetividad y frivolidad naturalista (Guber, 2011). En tal situación, quizá solo estemos frente a la formalidad de cómo llamar a cierta técnica que, en los hechos, es decir, en el trabajo de campo -ya transcurrido- queda irreconocible. Se sabe que en el trabajo de campo el cuerpo es un vínculo sensorial cognitivo que no solo observa, sino que también puede tocar, oler, escuchar, gustar y sentir la multiplicidad de emociones corporales con el fin de aprehender algo que es único en ciertos espacios sociales y físicos, y lo que esto puede producir en él mismo. Entonces estaríamos hablando, en la práctica del trabajo de campo, ya no solo de un formalismo y de manual al llamar a una técnica como observación participante, sino de un cuerpo participante o de ese cuerpo perceptivo15.

Como señala Silvia Citro (2009), la expresión “observación participante” encierra una tensión entre observación (distancia) y participación (cercanía) que se corresponde con el dualismo cartesiano, hegemónico en el pensamiento científico occidental, a saber: mente (momento reflexivo) y cuerpo (inmersión experiencial), que se correlaciona a su vez con otros pares de opuestos como razón/emoción, intelecto/afecto, etc. Y la etnografía tradicional, ligada al paradigma racionalista, intentaba minimizar “las interferencias subjetivas a partir de la escisión entre las dimensiones personales e históricas del investigador, por un lado, y las intelectuales y metodológicas, por otro. Las primeras tendían a ser anuladas o invisibilizadas a través de distintas operaciones textuales dentro del discurso académico (…) (cit en Puglisi, 2019, pp. 22-23).

Los registros que hacemos desde la ciencia social son predominantemente escritos y la escritura es el medio por el cual mostramos nuestros resultados (de ese cuerpo que participa en la acción social). Pero de lo que se trata -con todas las limitaciones que tiene el texto escrito- es de darle o transmitir esa vida que experimentamos con los sujetos de investigación en sus posibles dimensiones. Es lo que se expuso más arriba en cuanto a buscar estrategias narrativas; al igual que lo dijo Truman Capote (1980), el escritor debería valerse de todos los recursos, tanto de la música, como de la pintura, etc., para sacar lo mejor de su arte. La observación participante sería el inicio de una intención, una formalidad que se pone en el proyecto de investigación para decir qué se pretende hacer y no así la manera en que se estará en cuerpo vivo con los sujetos de investigación.

Si bien todo acto comienza con una intención o un deseo, cuando se pone la puesta en práctica en el trabajo de campo, saltan aspectos que antes no habían sido tomados en cuenta. En primer lugar, se aprecia mucho valor y hasta una preparación mental y física para ingresar participativamente en el núcleo del cosmos social de los agentes. Los primeros acercamientos son torpes, vergonzosos, ingenuos, inocentes, crédulos, y podrían en su mayoría no arrojar resultados satisfactorios y más de una decepción y frustración. Una de las características desde un cuerpo participante es la irremediable testarudez de seguir intentándolo para formar parte de ese cosmos social; se hace de todo, desde estrategias de participar en actos festivos públicos, hasta la intimidad de la camaradería hablando de asuntos personales para apoyarse mutuamente. La diferencia entre observación participante y cuerpo participante es el nivel de naturalización de los marcos de sentido en el afán del registro de la información. En un inicio, el observador participante puede acudir a cualquier forma de registro para captar los datos más fidedignamente, aunque esto signifique echar por la borda su ética16. Pero a diferencia del observador participante, el cuerpo participante, al asimilar los marcos de sentido del sujeto investigado, ya sea por su prolongada estadía o por su grado de involucramiento, llega a una apatía en el registro de la información. Esto es un peligro para la investigación, pero es una señal de que sus objetivos y su ser representado en su cuerpo han sido afectados (un ejemplo que ilustra esto es un relato de Jorge Luis Borges, de 1969, utilizado por los antropólogos, “El etnógrafo”).

Después de los primeros acercamientos, hasta sumergirse en ese colectivo vivo, es posible sentir el riesgo constante del peligro y la aventura, sentir que, en cada acto del cuerpo participante, hay un punto de no retorno, sentirse en algunos momentos como una herida abierta con los nervios expuestos del ser del cuerpo que participa. El sacrificio del cuerpo en el minitransporte es una interpretación social del silencio y la resignación, pero también la reivindicación del honor, la fortaleza y la rebeldía. Solo se puede asimilar este registro en una inmersión de su suelo corporal (Puglisi, 2019) mediatizado por el dolor del cuerpo, inscrito en un modo distinto, como su marca indeleble. El investigador debe hacer un esfuerzo adicional, para llevar la experiencia al papel escrito, como testimonio de lo que vivió entre los sujetos cognoscentes, o ser el etnógrafo del cuento de Borges.

Como un intento de cuerpo participante, no olvido las madrugadas de humedad fría, y el gélido aire que penetra en el cuerpo al hacer el esfuerzo de levantar las cargas que, por su peso, parecen estar clavadas al suelo; en noches de lluvia cuando la carga esta mojada y se resbala de las manos y se ve llamear el aliento; el dolor que encarna este esfuerzo, y que contradictoriamente por momentos ya no es posible sentir partes del cuerpo que de a poco se vuelven acalambradas y entumecidas. Esas reflexiones las hacía cuando, agarrado de mi coche, decía que quedaba muy poco de la imagen del cargador que nos dibujaba Saenz (2008), un cargador insustancial que estaba fuera de su lucha diaria con la carga.

¿Por qué sigo con ellos?

Yo no me explicaba el por qué, después de tanto tiempo, continuaba con los cocheros. Me hacían jirones los intricados pensamientos que me recorrían. Pensé mucho en una sociología de la imagen como fuente de inspiración para transmutarla a una sociología de los sentidos o del cuerpo, o una metodología de los sentidos o una metodología del cuerpo comprometido.

¿Es, éste un objetivo y un pacto el que me lleva a estar unido a los cocheros? ¿Transgredir la palabra ciencia y llenarla de sangre, miedo y absurdo para poder retratar fragmentos de realidad? ¿La sublevación ante un orden mundial imperante mediante una micropolítica del cuerpo, desde la esfera académica y la rebeldía ante los métodos sin alma?

En 2019, cuando escribí el primer intento de este ensayo, había narrado lo siguiente:

En la actualidad, es decir, en 2019, aún me encuentro de alguna manera arraigado en el mundo de los minitransportistas de Villa Dolores. No hace mucho me nombraron como su asesor jurídico -cargo que suena por demás pomposo-, esto para colaborar en trámites personales y a la organización. Muchas veces por una u otra razón quise alejarme, decir “adiós, ya, termino mi tarea con ustedes, la razón por la que estaba con ustedes”. Me dije que todo esto está sujeto a hacer algo por los cocheros, dejar algo a los cocheros y después irme. Pensé que terminaría con dejar un documento escrito sobre ellos, pero eso ya lo había hecho cuando entregué mi tesis al directorio en 2017, esto debería dar fin a nuestro acuerdo. Contrariamente volvía una y otra vez, no conseguía la manera de desvincularme de ellos. Ahora, soy asesor jurídico de la organización, creo, más que por convicción y compromiso, es por no poder encontrar trabajo, o con la excusa de que debo hacer algo grande para ellos con el conocimiento acumulado y luego irme de allí. Quizá, solo sea, que se me pegaron algunos de sus marcos de sentido, como el hacer o dejar algo por la organización, que es la única forma de decir un buen adiós. A veces, siento gran nostalgia cuando me ausento por mucho tiempo de las reuniones del directorio, o cuando no voy a sus asambleas, o sus fiestas, o no comparto algunas bebidas con uno u otro amigo del sindicato. Porque ahí el recibimiento siempre es confortante, restaurador; así también, siempre produce un estado de descalabro, confusión, trastorno y alejamiento, porque al fin de cuentas no soy un cochero, pero estoy unido a ellos.

El investigador identificado con los sujetos de investigación: ¿soy un impostor, un infiltrado? ¿quién soy?

Decía Rosana Guber (2005) que el investigador que se compromete con sus sujetos de investigación o cree poder haberse comprometido puede tener la tentación de sentirse completamente parte de ese cosmos social, es decir, ser uno más de ellos. Pero esto nunca puede llegar a ser: hay diferencias de pertenencia social, de objetivos de los sujetos de investigación y objetivos del investigador, etc.

El escritor español Javier Cercas (2018), en el El impostor, habla de la figura del autor como aquel sujeto que pacta de por vida con los efectos de lo que ha sido el centro de su interés. Para esto menciona dos ejemplos: uno que es consumido y otro que puede escapar de su escritura en buena manera. La figura de Truman Capote sería el escritor consumido, llevado al alcoholismo y el abandono, por adentrarse en el mundo de dos asesinos y no hacer nada para cambiar el destino que los espera en la silla eléctrica, porque solo de esta forma podía alcanzar la plenitud del impacto de su novela. El otro es Charles Dickens, que tiene la capacidad de cambiar los personajes de su novela para no perjudicar a una persona. En este sentido, he pensado mucho en esto; tal parece que, cuando logramos adentrarnos en la piel del otro, por una parte, es como hacer un pacto con algo que te seguirá por el resto de tus días, o bien es una fuerza que consume o bien tienes la capacidad de salir airoso. Cuando se hace el intento de escribir en carne viva, ya sea desde el campo de la literatura o la ciencia social, el escritor creará un pacto con el sujeto del que se narra y esto producirá probablemente crisis y duda de identidad, porque la identidad del escritor queda trastocada/trastornada por el esfuerzo de retratar esa realidad. La identidad del escritor queda arrastrada o una realidad temblorosa que es y no es suya. Por ello uno se encuentra obsesivamente pendiente de aquellos que han sido el centro de su atención, sea esto consciente o inconsciente ya que en ellos se juega y define también su suerte. Yo no entendía por qué retornaba una y otra vez a la organización hasta que comprendí que mi involucramiento había sido de tal forma que saber de mi suerte era saber de la suerte de los minitrasnportistas. Había atravesado la línea de entrega (Ferroni, 2018) y mi naturalización de sus marcos de sentido había causado en mí hasta una necesidad adictiva. Los cuadros crónicos de abstinencia eran mis excusas para volver con ellos, porque inconscientemente, por el efecto de la naturalización, yo creí que realmente era parte de ese cuerpo social, me empecé a identificar, a veces a la fuerza, a veces selectivamente, porque sufría, al igual que ellos, la precarización de un mundo de trabajo cada vez más cruel y devastador, solo podía contar con la organización. Pero la gran diferencia era que jamás sería un cochero, por el mismo motivo inicial que me acerqué a ellos, y por lo que hoy escribo sobre el minitransporte.

A modo de conclusiones: última confesión

En 2017, al ganar el premio de tesis de pregrado por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS), dependiente de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia17, se me pidió hacer una crónica para retratar los puntos generales de la tesis. La crónica sería una especie de gráfica narrativa para darnos soltura y liberarnos de las ataduras que en ciertos aspectos había conllevado hacer la tesis en tanto los formalismos de las instituciones académicas. Para ello, escribí unas 25 hojas. Lo extraño es que no podía apegarme al género de la crónica. Quise hacer una mezcla extraña entre ensayo y crónica. Al parecer, mi intento de narración no le gustó a nadie, porque creo que fue demasiado visceral y egocéntrica o, en su defecto, expresé mis más profundos complejos en cuanto el colonialismo interno que recorre en nuestra sociedad boliviana, que no solo afecta al cochero, al minitransporte, reduciéndolos a estereotipos y a la negación de su actual existencia en su complejidad; o simplemente quizás se me fue la mano al querer hablar de ellos poniéndome como principal víctima. En el discurso para la presentación del libro en septiembre de 2019, pedí a Ruby y a Javier (los otros dos ganadores del concurso de Tesis en 2017 del CIS) que me dejaran hablar; fue extraño, ya que he tratado de no exponerme mediáticamente. Pedí hablar, porque había invitado a compañeros del minitransporte, y que, desde ese ámbito, se hagan presentes los problemas de los transportistas manuales; fundamentalmente, que el Estado asuma su existencia, no desde un paternalismo habitual para que se haga cargo de ellos, sino que se les devuelva lo que pienso se les ha quitado -ingenuidad mía-. Pero a la presentación no vinieron muchos cocheros. Sí estuvieron presentes el doctor Turpo, el Choco Celso y el Anti. En el discurso, dije o quise expresar de qué sirve una investigación si no cambia en nada la realidad problemática que siguen viviendo los sujetos de investigación.

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1 Umberto Eco (2000) menciona cuatro reglas obvias para la factibilidad del tema: 1) El tema corresponde a los intereses del doctorando. 2) Las fuentes a las que se recurra sean asequibles. 3) Las fuentes que recurra sean manejables. 4) El cuadro metodológico de la investigación esté al alcance de la experiencia del doctorando (p. 25). En cuanto a estas reglas, es crucial -en un inicio- tener acceso a las fuentes de información incluso, es la primera que debería cumplirse a sabiendas de que muchos postulantes fracasan, no tanto por el interés, ni por su manejo teórico o metodológico, sino por no poder tener un buen acceso a las fuentes, en especial en el trabajo de campo.

2Recuerdo que, durante el tiempo de estudiante de colegio, mi madre tenía una tiendita y unos futbolines que mi padre atendía. En la tiendita de mi madre, algunos cocheros (minitransportistas) solían comprar bebidas de cola y de la tienda de al lado un alcohol pequeño (el llamado “soldadito”) y lo mezclaban. Ya por la tarde, se los encontraba riendo de manera llamativa y jugando futbolines; asimismo, había que contenerlos para que no orinen en la pared de nuestra casa.

3A veces, hay desaliento cuando vemos que no hay nada escrito sobre nuestro tema de investigación, valga el credo de Alison Spedding: “Si no hay tales obras, no es una desgracia: ¡es una ventaja!” (2006, p. 132). Esta frase, que al parecer nos ahorraría el trabajo de buscar libros, en realidad no significa para nada escatimar esfuerzos. Cuando no hay textos sobre nuestro tema de investigación, esto nos permite tener más soltura para hacer trabajos exploratorios descriptivos en el campo, antes que análisis someros de la bibliografía al respecto.

4Como indica Waquant (2006), siguiendo a Robert Merton. O, como diría Auyero (Jaramillo Marín y Del Cairo, 2013), siempre estoy pensando en un “gym” a veces grande, a veces pequeño, como una metáfora para comprender que son los lugares estratégicos de investigación, aludiendo esta vez a Waquant y sus boxeadores. En mi caso, fue la oficina del sindicato, la asamblea y la feria en cuanto lugares de trabajo del minitransportista, y compartir con ellos en sus lugares de dispersión, en tienditas, en bares, en la cancha y en fiestas.

5En aquel tiempo, estuvo como secretario general Juan Suxo, que culminó su gestión el 11 de julio de 2008, fecha en la que ingresó el nuevo secretario general, Nicolás Yujra, quien culminó su gestión en 11 de julio de 2009. Con respecto a la primera vez que expuse frente a la base mi intención de hacer la investigación, recuerdo que, al ingresar a la asamblea, lo primero que noté fue el fuerte tufo de sudor y acullico. Luego, las miradas de toda esa gente que, sentada, esperaba que hablara. Para lograr este momento había sido necesario recalcar que mis intenciones serían netamente académicas. Hablar en la asamblea no solo es pedir el permiso de manera verbal, sino que interviene todo tipo de interacción cara a cara, por lo que no solo se evalúa al disertante en su intención verbal, sino también en sus gestos, su tono de voz, su vestimenta, su apariencia física. La empatía en este primer momento puede luego ser traducida como la aceptación o negación de la solicitud.

6Uno de los deberes éticos del investigador es presentarse ante sus sujetos de investigación; según Restrepo (2015), resulta hasta antiético no realizar esta tarea previa a la investigación. Pero, ¿qué consideraciones y efectos tiene presentarse ante los sujetos de investigación y cuándo es conveniente hacerlo? Es algo que debe ser reflexionado ya en la práctica del trabajo de campo.

7No olvido el testimonio de Luis Alemán -en unas de las clases de Silvia de “Cómo hice mi tesis”, creo que fue en 2008 o 2009-, cuando decía que, para hacer su tesis sobre los chóferes, él quería trabajar como ellos, pero no contaba con el dinero suficiente como para comprarse un minibús (Alemán, 2008). Así que tuvo que trabajar como agente de parada. En mi caso, el problema no radicaba tanto en comprarme el medio de producción ni el de afiliarme como cochero -aunque de igual manera nunca pude, porque el precio de la afiliación era muy alto para mí-; el problema radicaba fundamentalmente en algo subjetivo.

8En la misma nota dirigida al secretario de esa gestión 2012-2013 -Lucio Chávez (†), de fecha 19/04/2013- a la vez que pido mi renovación de permiso para continuar con la investigación sobre el sindicato, pido también ver la documentación del sindicato: kardex, registros, padrón, etc. Fue justo en la gestión de Lucio Chávez -quien concluiría su gestión el 11 de julio de 2013- cuando revisé exhaustivamente el kardex de los afiliados. Esta revisión fue gracias al secretario de actas por favores recíprocos, que me permitió revisar las carpetas en mi casa ya que el tiempo en la oficina no daba para esta tarea; además, era extraño que, frente a los miembros de la directiva y visitantes, una persona externa esté revisando esta documentación personal.

9Por mucho tiempo, me puse a revisar esas carpetas y pude sacar fotografías de esta documentación. Incluso hice una especie de cuadros para identificar qué documentación le faltaba a cada afiliado (fue un trabajo que me agotó). En los cuadros que realicé, hice un “tiqueado” de qué documentos había de cada afiliado; encontré algunas regularidades, pero muchos vacíos. El documento básico fue la cédula de identidad, creí que debería basarme en ese documento para poder construir una información básica. Luego tuve que completar la información faltante con encuestas y seleccionar de esa población a mis entrevistados (Mita, 2019, pp. 251-253). Con los apellidos, podría construir relaciones de parentesco; con los lugares de nacimiento, flujos migratorios, etc. Fue todo un esfuerzo, que, al momento de presentar los datos, me dio luces para plantear algunas hipótesis que en su momento fueron controvertidas. Pienso que esto responde a la manera como presenté los datos y como los procesé (utilicé el paquete informático SPSS 11.5 para el cruce de variables, etc.), o, en su defecto, al enredo en que me metí. Quizá hubiera sido mejor poner en práctica técnicas cuantitativas desde un inicio para obtener estos datos generales.

10No recuerdo muy bien cómo fue la situación en aquel momento, pero lo que viene a mi cabeza es la frase “está bien, así vas sentir lo que es trabajar con coche”, “así se van saber cómo sufrimos”.

11Fragmento eliminado, no incorporado para la publicación de Los artesanos del transporte: de q’ipiris a minitransportistas (Mita, 2019, p. 110).

12La fotografía fue también fue otra manera de registro.

13Aproximadamente por los años 2015 y 2016, comienzo con las correcciones finales de la tesis por observaciones, tanto de mi tutora, Silvia, y de los tribunales, Alison Spedding, René Pereira (†) y David Quispe (donde ya incorporo el proceso de trabajo del minitransporte producto del trabajo de campo de 2013 y parte de 2014). También significa para mí este periodo el más duro, por obligaciones familiares y a la vez por hacer la tesis. Mi acercamiento y contacto con los cocheros continúa siendo latente, aunque ya en términos formales no hago más trabajo de campo (excepto los registros fotográficos a sugerencia de Alison Spedding), trabajo como cochero en ciertos lapsos para lograr un ingreso económico (siempre bajo el control y suspicacia de la organización, que se traduce en frases como “por qué sigue trabajando…”). Viendo los trabajos formales que logro realizar -en ese periodo- como consultorías, apenas llegaron a ser tres. Sin la compresión y ayuda de mi esposa, familia, tutora y del Sindicato, jamás hubiera llegado a defender mi tesis, como les sucede a muchos compañeros y compañeras que se quedan en el camino -otros, pese a varias adversidades, logran obtener el título-.

14Auyero menciona que las mejores etnografías son de investigadores jóvenes, porque quizá estén más dispuestos a arriesgar (Jaramillo Marín y Del Cairo, 2013); pero pienso que es porque tienen en algunos casos y en algunos temas puntos que coinciden, como la edad, aptitudes físicas, etc. O las ventajas del investigador nativo, que sabe aprovecharlas.

15Algo que también Merleau-Ponty llamó “cuerpo perceptivo”, “un cuerpo no escindido del sujeto de conocimiento: no un cuerpo cosa (…). O, como querría Espinoza (1677), una cualidad propia del cuerpo, la de afectar y ser afectado” (citado en Sirimarco y Spivak L’Hoste, 2018, p. 9).

16Recuerdo que en una ocasión uno de mis primeros entrevistados se entretenía y mantenía un discurso demasiado formal frente a mi grabadora. Entonces tuve que colgarme mi mp3, y le grabé sin que él se diera cuenta. En otra ocasión, entre las primeras veces, al tomar refrescos mezclados con alcohol junto a mis sujetos de investigación, quise aprovechar aquello que se dice que uno de ebrio se abre o dice la verdad; pero repentinamente uno de mis sujetos de investigación se dio cuenta de mi mp3 y su reacción fue nada agradable, sumado a que se encontraba con muchas copas. Si no hubiera sido por la comprensión de otros compañeros, la situación se hubiera puesto muy difícil.

17Aún pienso que el premio, en parte, fue porque compuse mi seudónimo con los nombres de quienes yo considero que son dos wak’as sagradas del transporte manual; Gregorio Callisaya, que viene de Gregorio Condori Mamani, e Hilarión Callisaya, este último considerado el fundador del sindicato de minitransporte de Villa Dolores.

*El autor declara no tener ningún tipo de conflicto de interés que haya influido en su artículo.

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