Partiendo de la constatación de que, pese a avances normativos, la violencia contra las mujeres no cesa, “por el contrario, se ha incrementado en número y en crueldad” (p. 13) -Bolivia ocupa “el tercer lugar en la región” en cuanto a tasas más altas de feminicidio-, el libro busca ahondar en la problemática de la “violencia estructural” contra las mujeres.
Para ello, propone visibilizar los rostros, cuerpos y emociones, no solo de las mujeres asesinadas o violentadas, sino de sus familiares cercanos, las co-víctimas de estos horrores. Tomando en cuenta que “una de las maneras de normalizar la violencia es pasar por alto la perspectiva de las víctimas” (p. 22), el estudio busca sentar su presencia recordándonos que no son números ni estadísticas, sino personas que podrían muy fácilmente ser allegadas queridas de cualesquiera de nosotros(as).
Dando vida a los martirios subsistidos -por ellas y sus familias-, se busca contrarrestar la tendencia impulsada por los “observadores” de estos fenómenos -llámense el sistema judicial, el Estado, los medios de comunicación y ciudadanía en general- que, en la práctica, están normalizando estas violencias.
Recuperar la perspectiva de las víctimas viene a ser, entonces, una elección ética y política de la investigadora en su abordaje de la problemática.
A continuación, a manera de recuperar algunos de los grandes aportes del libro, empiezo discutiendo la riqueza de la metodología utilizada, presento algunos de los resultados hallados y termino redondeando algunas de las brechas de investigación que se abren a partir del presente estudio.
Acerca de la metodología asumida
El libro comentado no solo es importante en cuanto visibiliza el rostro humano de la violencia de género, sino en tanto presenta otras formas de abordar la problemática, tanto en términos teóricos como metodológicos.
Sobre la base de una sistematización de los estudios sociológicos contemporáneos de la violencia de género -los cuales, en su mayoría, han tendido hacia la “perspectiva de la violencia” (que relaciona la violencia de género con otras formas de violencia) y la “perspectiva del género”, que incide particularmente en los aspectos de relacionamiento de género-, la autora propone una visión sociológica de la violencia, centrando la atención en el vínculo de los feminicidios con las dinámicas sociales. Ello implica desarrollar una mirada interseccional, comprendiendo las “situaciones de violencia y no a los individuos en sí” (p. 33) y aprehendiendo la problemática como un hecho social (no psicológico), vinculado con el patriarcado, a los diversos escenarios de violencia cotidiana que atraviesan, las posibilidades de acción, la complejidad y las connotaciones sistémicas de cada caso.
La autora plantea, así, integrar los niveles de análisis, estableciendo un acercamiento multidimensional e interconectando tres niveles que, según ella, intervienen en la violencia de género: i) los elementos individuales de las víctimas de violencia (tales como la baja autoestima o capacidad de afrontar riesgos, la vulnerabilidad física o la debilidad de sus lazos sociales); ii) estructurales (que pueden ser diferenciados en dos grupos: societales -patriarcado o desigualdad socioeconómica- o situacionales -tales como el desequilibrio de poder, la dependencia económica, la cercanía de un entorno violento-); y iii) circunstanciales (relativo a las etapas de escalonamiento de la violencia o a las actividades de riesgo -fiestas, reclamos, etc.).
Esta aproximación multidimensional permite analizar los diferentes elementos que intervienen en los procesos de escalonamiento de la violencia, los cuales pueden desembocar en la muerte de la mujer -“el feminicidio es un proceso”-, con sus múltiples consecuencias familiares y societales, a corto y a largo plazo.
Destacando algunos de los hallazgos de la investigación
Entre las aristas de la problemática, destacan: i) las terroríficas travesías asumidas por los familiares de las mujeres asesinadas (lidiar con los niños que quedaron huérfanos, conseguir dinero o pruebas para los proceso legales o sufrir amenazas por parte del victimario); ii) las incompetencias del sistema judicial, que se caracteriza por las “chicanerías” en el manejo de los juicios, la manipulación de procesos cuando se cruzan con otros intereses políticos o personales o la revictimización de las co-víctimas. Se produce, entonces, iii) una complicidad del Estado en la violencia de género, tratándose de un “crimen de Estado”, no solo por su incapacidad para frenar el escalonamiento de la violencia, sino por el enfoque bajo el cual afronta la problemática. Se trata de un abordaje desde “la noción de derecho individual” individualizando “el fenómeno [y evitando] que lo se trate como un delito (…) colectivo”. A ello se añade el excesivo fetichismo y populismo legal, que tienden, por un lado, hacia una hiperreglamentación judicial -“el argumento de que las leyes resuelven los problemas por sí solas”-, y, por otro, hacia la búsqueda de castigos cada vez mayores (como si a mayor punición se tuvieran mejores resultados, lo cual, los datos lo demuestran, no ha sucedido).
Redondeando las conclusiones y abriendo nuevas interrogantes
Las conclusiones, a su vez, abren paso a nuevas interrogantes.
a) La evidencia de que la “mayor parte de los casos de feminicidio en Bolivia son de feminicidio íntimo” debe obligar a repensar, no solo las formas de gestionar los actos de violencia, sino los vínculos de pareja -y de familia- que se están configurando. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? Si bien hay que comprender a la violencia de género en su particularidad, ¿no forma parte de círculos más grandes de violencia interciudadana en una sociedad donde “el otro” (el más débil) es cada vez más desechable?
b) Entre las consecuencias familiares y societales mencionadas, “la pérdida de confianza en las relaciones sociales personales”, destacan las siguientes interrogantes: ¿qué pasó con el capital social antaño alabado como un recurso estratégico utilizado para enfrentar las vulnerabilidades socioeconómicas?, ¿cómo esta pérdida está incidiendo en círculos cada vez más grandes de violencias?
c) Por último, al finalizar la lectura, no puede se puede evitar preguntar: ¿qué pasará con los hijos que quedan y sus futuras interrelaciones sociales y de pareja?, ¿reproducirán o podrán salir del círculo de violencia que hoy los encierra?, y ¿cuál es la responsabilidad colectiva social frente a estos, a menudo olvidados, hijos de la violencia familiar?
Alejandra Ramírez S.
Centro de Estudios Superiores Universitarios
Universidad Mayor de San Simón
E-mail: alejandraramirezsoruco@gmail.com