La salud y la enfermedad no son acontecimientos que
ocurran exclusivamente en el espacio privado de
nuestra vida personal. La calidad de la vida, el cuidado (…), los
problemas de salud, y la muerte misma, acontecen en
el denso tejido social y ecológico en el que transcurre
la historia personal (Costa y López, 1986).
Introducción
El incremento de enfermedades infecciosas y degenerativas y de nuevos estilos de vida, la contaminación ambiental, el monopolio industrial, los sistemas de salud deficitarios, la creciente comercialización de servicios y medicamentos y la aparición del virus SARS-COV2 (covid-19) en la época actual han hecho que la salud sea un campo de conocimiento cada vez más amplio y complejo. La medicina y, muy ligeramente la sociología, desarrolló importantes perspectivas de estudio: ciencias de la conducta y medicina, sociología y antropología médica, medicina social, salud colectiva, etc. Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) propuso la “nueva salud pública”, que vio aspectos coincidentes con las ciencias sociales.
En Bolivia, con la perspectiva de establecer los principales ejes temáticos abordados por los sociólogos en los últimos tiempos, el Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre” (IDIS), de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), efectuó el seminario: La sociología boliviana hoy (IDIS, 2018). En éste, además de reflexionar sobre la aplicabilidad de conocimientos sociológicos en cuestiones prácticas de los problemas sociales que demandan soluciones concretas, se planteó la necesidad de “incursionar” en otros campos investigativos. No obstante, a pesar de sus reflexiones altamente críticas, la salud como campo de estudio posible para la sociología boliviana estuvo ausente.
Para la sociología boliviana, el proceso salud-enfermedad y la ramificación de problemáticas sociales que ello implica ha sido explorado débilmente. El “desinterés” sociológico de estudiar la salud radica en creer que es un campo de estudio exclusivo de la ciencia médica1. De ahí que la sociología sea pensada como disciplina “colaborativa”. No obstante, cabe preguntarnos ¿qué pueden hacer las ciencias sociales? y, en particular, ¿qué podemos hacer los sociólogos?, no simplemente ante la crisis sanitaria actual por covid-19 (Fernández, 2020), sino ante la crisis sanitaria en general. En este sentido, el presente trabajo pretende desentrañar el desarrollo de la sociología de la salud y, a partir de ello, evaluar la sintomatología sociosanitaria e investigativa en Bolivia, para luego pensar la salud como campo de investigación posible desde, en y para la sociología boliviana. Esta tarea puede calificarse como una “osadía” sociológica, necesaria en el desarrollo teórico, metodológico y práctico de la sociología boliviana; elevándola, de ser una disciplina colaborativa, a una verdadera ciencia interdisciplinar, jerárquicamente similar a la medicina.
Sociología y salud: sus campos de estudio
¿Qué es la sociología? ¿Cuál es su objeto y campo de estudio?
Para la teoría contemporánea, la sociología es la ciencia que estudia la vida humana en sociedad, de los grupos y sociedades, “una empresa cautivadora y atrayente, al tener como objeto nuestro propio comportamiento como seres humanos” (Giddens, 2002, p. 27). Es un ámbito investigativo extremadamente amplio que va, desde el análisis de las relaciones interpersonales y cotidianas, hasta los procesos sociales globales. La novedad de la sociología no reside en su objeto de estudio -la sociedad estudiada mucho antes del nacimiento de la sociología-, sino en el aporte metodológico y las interpretaciones teóricas del estudio científico de la sociedad (Rojas-León, 2014). Por ello, estudiar la sociedad es concentrarse en lo social.
Una sociedad es un sistema de interrelaciones que vincula a los individuos. Para Simmel (1977), la sociedad tiene dos significaciones: por una parte, es un complejo de individuos socializados que constituye toda la realidad histórica; por otra, es la suma de aquellas formas de relación por medio de las cuales surge de los individuos la sociedad en su primer sentido. En otras palabras, la sociedad no es una sustancia o algo concreto de por sí, es, ante todo, un acontecer por excelencia, algo que los individuos hacen y padecen incesantemente a través de expresiones culturales. De ahí que Simmel estimó más concreto hablar de socialización que de sociedad como objeto sociológico por antonomasia2.
Lo social de la sociedad está determinado por la comprensión del acto humano que aparece como “natural”. Aún aquellas acciones que aparecen como necesidades biológicas, son, ante todo, eventos sociales, algo que se adquiere por el simple hecho de vivir en sociedad. La satisfacción de necesidades biológicas más elementales (como comer, dormir, reproducirse, etc.) son productos sociales; es decir, la manera como se los lleva a cabo es cultural. El sustrato biológico existe, pero el objeto y la forma de sentir, hablar y necesitar es social, por tanto, variable (Marqués, 1992).
Así, por distintos factores, hoy en día, la naturalización de algunas cosas se ha desnaturalizado (divorcio, matrimonio, trabajo, etc.). Cada grupo social tiene pautas propias de “normalidad”: lo que para una sociedad es normal puede no serlo para otra, por lo que la “normalidad” es relativa y encuentra una relación directa con el contexto donde esta relación social se da (Marqués, 1992). Lo social, está inmerso en un horizonte de significatividad siempre variable y se vuelve relevante para los grupos humanos (Heller, 1994). Dicho de otro modo, lo social es una construcción social (de la actividad humana). Si hay algo “natural” es el ser social construido y el vivir en sociedad, lo que la vida cotidiana esconde muchas veces.
Toda relación social y acción histórica de las sociedades no reside en la conciencia ni en las cosas sino en la relación entre dos estados de lo social: la historia objetivada en las cosas, bajo la forma de instituciones (estado objetivo de lo social) y la historia encarnada en los cuerpos, bajo la forma de un sistema de disposiciones duraderas denominado habitus (estado subjetivo de lo social). “El cuerpo está en el mundo social, pero el mundo social está en el cuerpo” (Bourdieu, 2002, p. 41), por lo que lo social no es en absoluto un producto natural sino resultado histórico de la actividad humana: la “historia hecha cuerpo y la historia hecha cosa” (p. 42)3.
Perspectivas y complejización del campo de la salud
El concepto de salud no es único ni universal, como tampoco lo es el de enfermedad. A lo largo del tiempo, se ha producido una variedad de perspectivas y corrientes teóricas. A decir, para el naturalismo biológico-físico (perspectiva hegemónica de la salud), la salud y la enfermedad son conceptos opuestos y construidos uno en función del otro. La lesión es el elemento definitorio de la enfermedad, una visión fisio-patológica de la salud (Gavidia y Talavera, 2012)4. El descubrimiento de la causa microbiana de la enfermedad, fomentó la uni-causalidad y el origen de todos los procesos patológicos (Vergara, 2007). Ésta es una perspectiva esencialista que asocia la enfermedad con una avería en el cuerpo que produce disfuncionalidad y anormalidad, mientras que la salud es vista como la ausencia de la lesión, homologada al buen funcionamiento y condición “normal” de la vida. A criterio de Leriche, lo importante para las personas es vivir sin observar nada extraño, sin tener conciencia ni siquiera del funcionamiento de sus órganos, pues si esto ocurre significa que hay una dolencia, una lesión: “solo cuando algo no funciona bien es cuando uno se da cuenta de ello” (Leriche, 1985, cit. en Gavidia, y Talavera, 2012)5.
Por su parte, la perspectiva psicosomática (o del bienestar) propone la importancia de los procesos psíquicos en la génesis de muchas enfermedades. Una persona está sana no sólo porque posee un cierto bienestar físico-biológico, sino también por sus disposiciones mentales y por las condiciones sociales en las que se desarrolla todo ser humano (Díaz, 2016). De la relación cuerpo-mente, se procura comprender la génesis de aquellas reacciones personales (alergias, alteraciones del aparato digestivo, colitis, asma bronquial, determinadas formas de cáncer, etc.), casi todo, en función de procesos mentales. De ahí que la salud fue definida como “el estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 1946), definición criticada por ser utópica, estática y subjetiva. Se la considera utópica porque el “completo” estado, tanto de salud como de enfermedad, no son condiciones absolutas, entre ambos extremos existen gradaciones intermedias (el término “completo bienestar” es más la expresión de un deseo que una realidad alcanzable); estática porque considera a la salud como un “estado”, una situación, un nivel-estanco, y no un proceso dinámico; y subjetiva porque la idea de bienestar, como la de malestar depende del propio individuo (Terris, 1980; Salleras, 1990).
La perspectiva del entorno (o del equilibrio) añade la multi-causalidad. Para esta perspectiva hay otros factores que influyen directamente en la situación inmunitaria de la persona, como la alimentación, el trabajo físico, la producción, la educación, las condiciones de vida, etc. Es decir, la salud definida como el estado de adaptación al medio y la capacidad de funcionar en las mejores condiciones en dicho medio. De muchas enfermedades infecciosas, la causa no es la presencia de organismos patógenos sino de ciertas condiciones del sistema organismo-entorno. Aunque los microbios sean la causa necesaria, no son suficientes para la enfermedad, la causa esencial de la enfermedad no reside en la infección, sino en cualquier estímulo interno o externo que altera la resistencia y rompe el equilibrio, produciéndose la enfermedad (Dubos, 1967)6. Otro concepto, complementario al de equilibrio, es la adaptación. Ya que el medio ambiente (físico y social) está en continuo cambio y el hombre es, precisamente, su principal promotor y la principal causa de problemas para la propia especie (Gavidia y Talavera, 2012), la capacidad de adaptarse a situaciones que va creando el mismo ser humano significa poder vivir, funcionar y desarrollarse en ellas, aspecto necesario para una vida sana, equilibrada y completa.
También está la perspectiva conductista (o de los estilos de vida), que sitúa al individuo como protagonista de su propia salud, responsable de las acciones que pueden quebrar o mejorar su estado de salud7. Matarazzo (1980) propone la categoría de “salud conductual” debido a que pone en relieve la responsabilidad del individuo con su propia salud, estimulando la adopción de ciertas conductas que prevengan la enfermedad y mantengan la salud. Él sugiere que la prevención de la enfermedad no puede basarse únicamente en la investigación microbiológica, tratando de aislar un determinado germen, sino en la identificación de las conductas que incrementan la frecuencia e intensidad de los factores de riesgo de contraer enfermedades. El aporte de esta perspectiva es importante en tanto que el comportamiento humano juega un papel preponderante, ya que su control racional deriva en la capacidad de autocuidado, es decir, en la racionalización de la salud en las individualidades.
Finalmente, está la perspectiva del desarrollo personal y social. Esta perspectiva recupera los aportes anteriores: oposición a la enfermedad, bienestar físico, psíquico y social, equilibrio con el entorno y la manera de vivir alejada del riesgo. No obstante, añade la importancia de la acción individual y colectiva para modificar el entorno. El control y/o transformación de la determinación social, medio ambiental, económica, cultural, etc. constituye el elemento central para el mantenimiento de la salud. No se trata de la adaptación al ambiente sino de intervenir en el propio ambiente para transformarlo (Gavidia y Talavera, 2012). En otras palabras, la salud se constituye en un recurso para la vida, pero no en un objetivo de la misma vida.
Sociología de la salud “primigenia”: intersecciones disciplinares en el dimensionamiento de la salud
Las ciencias sociales y la salud se encuentran emparentadas desde su mismo nacimiento. Las condiciones históricas, que en el siglo XVIII darían origen al pensamiento biológico-clínico, fueron las mismas que facilitarían el surgimiento de las ciencias del hombre. El estudio de la vida de los grupos, de las sociedades, de la raza e incluso del sentir psicológico no se pensará en principio en la estructura interna del ser organizado, sino de la “bipolaridad médica de lo normal y de lo patológico” (Foucault, 1979, p. 62). Es en la delimitación de las ciencias que la ciencia médica se adjudicó el campo de la salud, mientras que las ciencias sociales se abocaron a aspectos propiamente sociales. Recién a mediados del siglo XX la medicina y las ciencias sociales vuelven a emparentarse y la medicina reconoce la importancia de las ciencias sociales; reconocimiento “innecesario”, ya que, en la sociología, la salud-enfermedad (como proceso social) siempre estuvo presente como sociología de la salud primigenia.
Mirada sociológica: la salud como proceso social
Para Villarreal, la sociología clásica aporta postulados epistemológicos, conceptuales y metodológicos claves. Sin ir muy atrás, influenciado por el naturalismo, Hebert Spencer (1820-1903) conjeturó una relación intrínseca entre lo biológico y lo social, aceptando la creencia del proceso de selección natural, por lo que ninguna institución debía intervenir para mejorar la salud o evitar las enfermedades, pues el propio proceso de selección natural se encargaría de aniquilar a los no aptos. Spencer concibió a la sociedad como un organismo vivo, interrelacionó las distintas partes y las funciones que cada uno cumple, aspecto que garantizaría el equilibrio de las partes y el sistema en su conjunto. De este modo, Spencer, condicionó el funcionamiento del sistema de salud respecto a la sociedad en general y otras instituciones sociales (Villarreal, 2015).
Un sociólogo que abordó la salud de modo explícito es Emilio Durkheim; por medio de su perspectiva de la fisiología social, aborda la problemática del suicidio y los problemas de la salud mental y, con esto, acomete el campo de la salud con una metodología pertinente. Durkheim identifica los factores sociales influyentes en el fenómeno del suicidio: los factores económicos, los climáticos y los geográficos, la guerra, la religión, etc. y factores externos a ámbitos biológicos y psicológicos del individuo. Según su estudio, hubo sociedades suicidógenas, donde el suicidio fue una tendencia como podría serlo la pobreza, ya que es una de las consecuencias directas de lo que sucede en el discurso de dichas sociedades, sobre todo con respecto a la administración de sus reglas (Durkheim, 1992). La salud está condicionada y es interdependiente con instituciones, tales como la familia o el trabajo. Asimismo, la influencia cultural es determinante, ya que el sistema de salud refleja normas, valores, conocimientos, creencias y símbolos de la sociedad en general. La socialización es un aspecto importante que facilita la comprensión del proceso de forja de patrones de conductas, en el marco cultural del grupo social específico en estudio8.
En la misma línea, para Parsons (1968), la salud es un todo estructurado y relacionado, en el cual cada elemento de la estructura tiene determinadas funciones y, en correspondencia a ellos, determinadas relaciones. La salud es un todo en los marcos del espacio social, incluyendo las diferencias entre grupos humanos y las individualidades de la personalidad. La salud está estructurada desde una concepción general del sistema social, que le otorga una función muy concreta, encaminada al mantenimiento del ansiado equilibrio y orden social. Para Parsons, la salud somática es un estado de capacidad óptimo para el cumplimiento efectivo de las tareas sociales, por lo que la salud y la enfermedad se convierten en algo más que condiciones o estados del individuo. Ante todo, se convierten en estados reconocidos y valorados por la cultura y la estructura social y en un asunto de responsabilidad social e individual.
El marxismo también comprendió la salud como un proceso social. La mirada estructural del proceso salud-enfermedad-estructura y superestructura permite establecer la determinación de las condiciones objetivas en los hábitos, las costumbres, las conductas y otras manifestaciones de la conciencia y la cultura de la sociedad. Marx expresa que los individuos no entran en interacción como “puros yos”, sino como individuos en una determinada etapa de sus necesidades, lo que recrearía diariamente las relaciones existentes. Las relaciones sociales se establecen a partir del proceso de producción, distribución, cambio y consumo y la interacción de salario, ganancia, beneficio, plusvalía, capital y pobreza, por lo que las representaciones y mediaciones ponen al descubierto la esencia relacional y la estructura de la sociedad (Marx y Engels, 1974). También aparece el concepto de la determinación económica sobre el ser, la conciencia social y el organismo humano. Los conceptos como modo de producción, ser social, conciencia social, clases sociales, ideología y enajenación, entre otros, constituyen las “claves sociológicas” para estudiar la problemática de la salud.
Otro sociólogo que advierte elementos de una sociología de la salud “primigenia” es Max Weber. A diferencia de otros sociólogos, Weber creía que la sociología debía centrarse en la acción social y no en las estructuras; por ello, estableció que las motivaciones e ideas del ser humano son las fuerzas que impulsan el cambio debido a que los individuos poseen la capacidad para actuar libremente y conformar su futuro (Weber, 1991). Los sentidos subjetivos (punto de partida de la acción social), creados y construidos intersubjetivamente entre los actores sociales, configurarían el proceso salud-enfermedad (Villarreal, 2015). La aportación de Weber constituye el paradigma interpretativo fundamental para comprender la intencionalidad de la acción social, es decir, para explicar el proceso salud-enfermedad en la vida social; la sociología debe concentrarse en entender y advertir las creencias, intenciones, valores y significados (factores subjetivos) del comportamiento individual.
Mirada médica: lo social en la salud
Desde la mirada médica, personalidades como Hipócrates, Galeno y Paracelso ya había alertado sobre la influencia de los factores sociales sobre la salud. Según Balarezo-López, el médico William Petty fue quien explicitó, en el siglo XVII, que la estructura demográfica y los factores sociales, económicos y culturales estaban en estrecha correspondencia histórica con la situación de salud y, con esto, con la relación entre problemas sociales y los de la salud. Más adelante, Rudolf Virchow, en 1848, postuló la naturaleza del proceso salud-enfermedad como base conceptual para la elaboración de una política de salud para su época. Las investigaciones de Virchow establecieron los efectos de las condiciones sociales en la enfermedad y en la mortalidad. Sus observaciones en las patologías y datos estadísticos lo condujeron a sugerir que la solución a estos problemas requiere un cambio social fundamental. Las evidencias de Virchow crean un nuevo campo de estudio y definen a su vez la medicina como “ciencia social” (Balarezo-López, 2018). Recién en 1930 se consolida el interés médico por el estudio de los factores socioculturales en la salud humana mediante la interpretación sociológica y bajo el denominativo de sociología médica9.
En sí, la sociología médica surge en los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial cuando el Gobierno comienza a promover investigaciones sociomédicas, no como fomento o aliciente académico sino como respuesta a una necesidad social concreta. Su interés fue comprender la influencia de los factores socioculturales en la etiología de la enfermedad mental como consecuencia del cambio social, estrés y sobre todo la prevalencia de desórdenes psiquiátricos diagnosticados en la población masculina del servicio militar. Muchos psiquiatras tuvieron que enfrentarse con variables de tipo social que habían condicionado la aparición de síntomas psiquiátricos durante la guerra y, especialmente, durante los procesos de rehabilitación a la hora de tratar a sus nuevos pacientes (Balarezo-López, 2018). Por esto, la sociología médica estuvo dirigida más a problemas prácticos que al desarrollo teórico y metodológico10.
Un importante exponente, que se volvió clásico en la sociología médica, es Robert Strauss, quien propuso dos corrientes separadas e interrelacionadas por áreas en la sociología médica: la sociología en la medicina y la sociología de la medicina. Para Strauss, la sociología en la medicina es definida como la investigación “colaborativa” que se hace desde y con la medicina, y que tiene como finalidad desarrollar la agenda de la salud. El papel de los sociólogos en la medicina sería el de realizar trabajos aplicados, en los cuales el conocimiento sociológico y los métodos de investigación sean usados para proveer de información útil a los profesionales de la salud para mejorar la atención médica, a las organizaciones de la salud para ofrecer servicios más efectivos y a los organismos de planificación y decisión para desarrollar programas y políticas de salud.
Mientras tanto, la sociología de la medicina se refiere a aquella que es realizada “desde posiciones independientes fuera del contexto médico formal” y que tiene como objetivo hacer de la medicina, sus instituciones, saberes y prácticas, su objeto de estudio (Castro, 2016). En ambos casos, el conocimiento sociológico y los métodos para explicar, generalizar y predecir conductas humanas en relación a situaciones de salud es substancial. Por su parte, los sociólogos de la medicina comparten las mismas metas que otras áreas de la sociología, ya que estudian fenómenos sociales como el poder y el conflicto en el ámbito de la salud, desde el punto de vista de las preguntas sociológicas más que de los aspectos médicos (Balarezo-López, 2018).
La sociología de la salud en Latinoamérica ha estado marcada por tres influencias. En primer lugar, los cambios que se han dado en la situación socioepidemiológica durante el siglo XX, denominados transición demográfica y transición epidemiológica. En segundo lugar, las influencias diferenciadas, y en algunos casos contradictorias, que tienen la tradición científica y la tradición humanística y filosófica. Se trata de dos culturas académicas enfrentadas en un campo de práctica profesional específica, en un terreno donde no es fácil eludir el encuentro y la polémica, pues se trabaja en una tierra común. Finalmente, los movimientos políticos que han dominado la región y que han hecho sangre y libros de las diferencias ideológicas (Briceño-León, 2008). De esta complejidad, no podemos decir que se haya constituido una corriente dominante sino diversidad y desacuerdo, además de riqueza en las aproximaciones, a pesar de lo modesto y reciente de su constitución como campo de estudio sociológico.
Contexto boliviano
Situación de la salud y la influencia de la determinación social
El perfil epidemiológico de Bolivia casi siempre expresó altas incidencias de enfermedades transmisibles, combinadas con un incremento paulatino en la prevalencia de enfermedades crónicas. A inicios del siglo XXI, las principales causas de muerte fueron las enfermedades infecciosas y no transmisibles, aunque la mortalidad por enfermedades transmisibles siguió siendo muy alta (Organización Panamericana de la Salud, OPS, 2002)11. No obstante, a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, esta tendencia interpretativa sufrió un giro importante. Además de los aspectos claramente epidemiológicos y clínicos, el análisis de la determinación social incorpora variables como la demográfica, determinantes sociales, económicas y políticas. Se hace énfasis en factores tales como la alimentación y seguridad alimentaria, vivienda, agua potable y alcantarillado, educación, pobreza y desigualdades económicas (Ministerio de Salud y Deportes, 2010)12.
Desde la determinación social de la salud, la exclusión social se convirtió en una variable social fundamental para el análisis de la salud13. Se estableció que, entre las principales causas para la exclusión social, se tiene: las barreras económicas y sociales (resultado de la pobreza, que impiden a la población acceder a servicios de salud necesarios porque no pueden cubrir los costos directos o indirectos, o tienen gastos catastróficos); las barreras geográficas (debido a la dispersión de la población en áreas rurales lejanas de los servicios de salud); las barreras culturales (debido al desconocimiento de la diversidad cultural y falta de respeto y valoración hacia las culturas existentes en el país); y las barreras relacionadas con la calidad de atención (inherentes al sistema de salud que también alejan a la población de los servicios)14.
La Salud Familiar Comunitaria Intercultural - SAFCI y su enfoque social
A inicios del siglo XXI, América Latina experimentó transformaciones sustanciales. La emergencia de “nuevas” visiones de la salud dio lugar a la reinterpretación de formas y modos de afianzar la salud (OPS/OMS, 2007). En el caso boliviano, los procesos sociales y políticos tales como la Revolución Nacional de 1952, las medidas sociales del gobierno de la Unidad Democrática Popular (1983), el proceso de descentralización administrativa (1994), la implementación de experiencias locales en salud y las movilizaciones sociales populares de 2000-2003, influyeron decididamente en la “constitución” de políticas públicas de salud (MSyD, 2014)15.
La aprobación de la Constitución Política en 2009, no solo inauguró un nuevo ciclo social y político, sino un nuevo periodo en las políticas públicas, en el cual se exigió y estableció la formulación de un nuevo enfoque (comunitario y descolonizador) para las mismas. De este modo, en medio de debates radicales entre profesionales de la medicina y una incipiente presencia de profesionales de las ciencias sociales, en base a los principios ético-morales del Vivir Bien16, se estableció la política de la Salud Familiar Comunitaria Intercultural (SAFCI), nueva forma de sentir, pensar comprender y hacer la salud, orientada a la transformación de la salud a partir del abordaje de las determinantes sociales de la salud, desde la persona, la familia y la comunidad (Ministerio de Salud y Deportes, 2013)17.
Por lo tanto, la salud deja de ser “un estado de completo bienestar físico, mental y social”, como lo planteó la OPS/OMS, deja de ser una cuestión antropocéntrica y biomédica, que define al humano como único ser capaz de tener salud y enfermar. El matiz social de la salud conduce a una aspiración de reconstitución de una mirada integral, al equilibrio de “todos con todo”, entendiendo que dentro de los “todos” no solamente está el ser humano sino también la tierra, los animales, el cosmos y otros; pues cada uno de ellos tiene su lugar, rol y función. Por lo tanto, la salud del ser humano no se puede conseguir si los “otros” no están sanos. De ahí que se trata de un equilibrio, donde el humano es una parte más del todo.
Situación de la sociología de la salud en Bolivia: algunas investigaciones con “carga” sociológica
En la sociología boliviana, el proceso salud-enfermedad y la ramificación de problemáticas que ello implica han sido poco explorado. El desinterés obedece a dos factores. Por un lado, debido a la creencia de que la medicina es la disciplina más autorizada para estudiar la salud (Castro, 2016) y, por otro lado, debido a que el quehacer de la salud (política, técnica y financieramente) ha sido delegado al sector médico “porque ellos fueron formados para eso”. Ante esta realidad, los investigadores sociales bolivianos irrumpieron exitosamente el campo de la salud, aportando significativamente a la construcción de la sociología de la salud en nuestro país con valiosos estudios con carga sociológica.
Una de las investigaciones con carga sociológica, es la de Ingrid Tapia, Ricardo Royder y Teodora Cruz (2005), titulada: ¿Mentisan, Paracetamol o wira wira?: jóvenes, salud e interculturalidad en los barrios mineros de Potosí. El trabajo evidencia que, en Potosí (barrios mineros del distrito de San Cristóbal), los servicios de salud estatales y de las organizaciones no gubernamentales no ofrecen alternativas que tomen en cuenta la diversidad cultural de los pacientes (principalmente jóvenes). El estudio también explora las distintas alternativas de los jóvenes trabajadores potosinos a la hora de acceder a los servicios de salud oficiales y/o tradicionales. Se analiza también las percepciones y las prácticas sociales de los jóvenes, relacionadas con las enfermedades, pero, sobre todo, la interrelación entre la autoatención, la medicina tradicional, la medicina académica y otros recursos de salud, a partir del estudio de la trayectoria o itinerario que siguen los jóvenes enfermos para recuperar su salud. Los hallazgos de la investigación evidencian que el primer nivel real de atención de la salud entre los jóvenes de los barrios mineros es la autoatención (Tapia, Royder y Cruz, 2005).
El sociólogo Iván Castellón Quiroga (2006), en su investigación realizada en la región quechua-hablante de Ayopaya (Cochabamba), establece que para los campesinos el proceso salud-enfermedad es percibido y practicado de modo distinto al biomédico. La causalidad, el tratamiento y la curación de las enfermedades son múltiples y existe una correlación entre la naturaleza de la causa productora de la enfermedad y los procedimientos terapéuticos para superarla. Las enfermedades de orden místico deben ser tratadas por terapias del mismo orden discursivo, mágico-religioso, que vienen a ser los métodos que intervienen en su mayoría (milluchadas, mesas, khoas, misas), pero que no descartan la intervención de terapias de orden físico-químico. El autor advierte que la administración del saber y su práctica, ya sea tradicional o biomédica, está asociada a roles y ejercicios de poder. Cualquier sujeto o agente que pretenda introducir terapias opuestas será considerado como elemento intruso, obstructivo o neutralizador a las principales estrategias terapéuticas autorizadas18. Las relaciones entre saberes de salud culminan en la estigmatización de quienes lo representan, los médicos son catalogados como los “kharisiris” (agentes externos que extraen la grasa o energía de las personas, elemento substancial para seguir viviendo cuyo déficit provocaría la muerte).
También está el estudio titulado: Donde el viento llega cansado: sistemas y prácticas de salud en la ciudad de Potosí, de Susana Ramírez. La autora describe las medidas de protección ante el racismo, como es la de hacer que sus hijos nazcan “blanquitos”; la protección de los animales domésticos; las técnicas diagnósticas, como la interpretación de los sueños, la observación de la orina, la lectura de la coca y el pulso. Resalta también el vasto conocimiento de la medicina doméstica con relación al uso de medicamentos, plantas medicinales y alimentos, así como la influencia que tienen las generaciones mayores por su experiencia y los varones en la toma de decisiones. El acceso al sistema sanitario, sus bajos recursos económicos y la desconfianza hacen que la autoatención sea el primer nivel de cuidado de la salud. Las patologías como el estómago vacío, el “orejo” o el amartelo son abordadas por terapias confinadas, biomedicina, rituales y herbolarios (Ramírez, 2010). Los aspectos que se ponen en relevancia son los cambios en los saberes de las madres a partir de su adscripción religiosa al evangelismo, donde el proceso de autoatención adquiere características particulares en condiciones de pobreza y ante una institución médica deficiente19. En este caso, la intervención del médico es reconocida para hacer frente a las patologías del cuerpo, pero en el caso de las enfermedades espirituales, en las que el concepto de brujería es central, la única terapia efectiva es la intervención del pastor (Ramírez, 2010).
Xavier Albó, en su trabajo titulado: “Interculturalidad y salud”, propone conceptos básicos y prácticos acerca de la interculturalidad y sus implicaciones en el campo de la salud. Para el autor, la relación de culturas diferentes en un contexto de relaciones de poder implica considerar distintos niveles: el interpersonal, el grupal y el estructural. El enfoque intercultural en salud tendría que reconocer las culturas en juego (los agentes de salud y los agentes que acuden en busca del servicio). Albó ve aquí un problema ético de parte de los profesionales al subvalorar la cultura del otro (paciente) y la desconfianza de este último respecto de las prácticas médicas hegemónicas, lo que lleva a bloqueos culturales que deberían ser derrumbados. De este modo, afirma que ello no será posible sin una lucha en contra del neocolonialismo en lo económico, político-social y cultural (Albó, 2004).
Choquehuanca y Cáceres, a partir de un abordaje interdisciplinar (sociología y salud pública), abordan el embarazo-maternidad adolescente en espacios nocturnos de El Alto y ponen de manifiesto aspectos sociológicos omitidos en los estudios sobre embarazo-maternidad adolescente, en y desde quienes lo experimentan. Para los autores, en tiempos de cambio acelerado, el embarazo adolescente no es un fenómeno regulable ni controlable. La experiencia adolescente vislumbra señales “subversivas”, convirtiendo a las jóvenes en verdaderas rebeldes. Tener o no un hijo no está determinado por el deseo individual o la “presión” social y estatal, sino por la dinámica grupal y el contexto de riesgo propiciados por la misma sociedad alteña. Los espacios (calle, cancha deportiva y discotecas) y tiempos juveniles producen sociabilidades marcadas por la experiencia y el déficit de la misma en la actividad sexual y callejera. Por ello, las políticas públicas de “prevención” de embarazos no deben implementarse mecánicamente, al contrario, deben obligadamente entrar en diálogo con los actores y actoras sociales, en sus espacios y tiempos (Choquehuanca y Cáceres, 2020).
En la actual coyuntura, se pueden advertir esfuerzos notables para comprender la problemática sanitaria producida por el covid-19. A decir, Wanderley et al. (2020) también analizan los impactos sociales y psicológicos del covid-19 en Bolivia. Para las autoras, la crisis sanitaria de la pandemia y el cierre de las actividades económicas agudizaron la situación de vulnerabilidad de las familias de los estratos sociales más bajos, producida por cinco dimensiones que se orientan a la consecución de derechos: la pobreza monetaria, calidad de hábitat, salud vital, acceso a educación y calidad del trabajo. Respecto a la salud vital (integridad personal, acceso a una alimentación suficiente y a un estado satisfactorio de salud), las personas que viven en pobreza fueron afectadas gravemente por la falta de alimentos suficientes, una exposición al riesgo de enfermedades, condiciones de vida precarias y déficit de acceso a la salud como un bien público (Wanderley et al., 2020). En otras palabras, el cuidado de la salud en situación de pandemia fue afectado por factores sociales y económicos, en tanto que la salud constituye el derecho habilitante de otros, ya que “estar sano” (o tener buena salud) permite a los individuos ejercer otros derechos sociales, económicos y culturales.
Choquehuanca, refiriéndose a los comerciantes minoristas de la ciudad de El Alto, propone que, más allá de los prejuicios sociales con los que se valoró la reacción de algunos sectores sociales ante la emergencia sanitaria, en la sociedad alteña conviven significaciones estructuradas y estructurantes que orientan el sentir, pensar y actuar de sus habitantes. Es decir, su vínculo al mercado de intercambio “capitalista” (“instinto” de acumulación monetaria) y su tradición “originaria” (solidaridad familiar y colectiva). Destaca, también el habitus callejero de los comerciantes minoristas, construido por su permanencia diaria en la calle más que en el hogar. Su experiencia “callejera” es la que da sentido a su conducta. Es en la permanencia en su puesto de venta (tiempo y espacio) que el comerciante representa su propia vida, la historia de su grupo o asociación, interioriza y exterioriza gestos, movimientos corporales, discursos, prácticas políticas, formas de sentir, de percibir la realidad y de valorarla (Choquehuanca, 2020). En otras palabras, es un modo de imaginar al virus, el proceso de salud-enfermedad y las prácticas de cuidado individual y colectivo.
Apuntes finales
Un intento de definición: sociología de la salud y su campo de estudio
Desde la sociología, la noción de sociología de la salud es aún difusa. No obstante, el concepto de sociología del cuerpo, propuesto por Giddens, sugiere que es un campo de conocimiento orientado a investigar de qué manera nuestro estado físico y subjetivo se ve afectado por las influencias sociales20. Por esto, la sociología de la salud se ocupa de estudiar los factores y las fuerzas, las dinámicas socioculturales y ambientales que constituyen las pautas de salud-enfermedad de los individuos, grupos y colectividades21. De ahí que, para algunos sociólogos, las desigualdades derivadas de la clase social puedan explicarse a partir de factores culturales y conductuales como la dieta y los estilos de vida; mientras que otros hacen hincapié en influencias estructurales como el desempleo, una vivienda de mala calidad y unas condiciones laborales precarias (Giddens, 2002). Su campo investigativo va más allá del uso pragmático que hace la medicina. Son las preguntas sociológicas y realidad socio-sanitaria cambiante que definen, en cierto sentido, su campo investigativo22.
Osadía sociológica: ¿Es posible una sociología de la salud en Bolivia?
Por lo expuesto en el presente trabajo, la respuesta es contundentemente sí, sí es posible instituir una sociología de la salud en Bolivia, ya que existen las condiciones teóricas, metodológicas, una realidad sociosanitaria que lo demanda. Los/as sociólogos/as no debemos dar por concluida la reflexión sobre nuestro objeto y campo de estudio. Hoy, los cambios sociales económicos, políticos, culturales, tecnológicos, medioambientales y, por supuesto, sanitarios hacen que nuestro campo investigativo se torne extremadamente amplio. Por lo mismo, la salud se ha convertido en un campo “irrompible” para las ciencias sociales, ya que su desarrollo conceptual ha configurado un campo también amplio y complejo. El concepto de salud no es único ni universal, como tampoco lo es el de enfermedad, son cambiantes según la perspectiva y el contexto desde donde se los visualiza. Por ello, para un/a sociólogo/a, detectar el universo de lo social en la salud-enfermedad es una tarea fundamental y para nuestra realidad social, una sociología de la salud no solo es necesaria, es, ante todo, una urgencia perentoria para la salud colectiva.
El interés sociológico de estudiar la salud no es reciente. La sociología de la salud nace -si hay que darle una fecha de parto-, con los teóricos clásicos de la sociología, algo parecido a una sociología de la salud primigenia. No obstante, quienes se atrevieron a instituirlo fueron, ante todo, los profesionales en medicina (sociología médica, salud colectiva, salud pública y la medicina social); mas, a pesar del esfuerzo por darle un matiz social a los eventos sanitarios, el sesgo biomédico siempre está presente. En este proceso, la sociología jugó un papel subalterno, llamada a “colaborar” en el quehacer médico. Este aspecto fue reproducido por los mismos sociólogos, ya que la salud ocupa el último lugar en la jerarquía de sus objetos legítimos de estudio.
En el contexto boliviano, se ha configurado nuevos modos de percibir y abordar la problemática de la salud. La determinación social de la salud en las políticas públicas incorporó variables altamente sociológicas como la clase social, el género, la generación, la cultura, etc. Asimismo, el reducido número de estudios bolivianos evidencia la presencia de una sociología de la salud desahuciada. Esta realidad adversa, en la que los descubrimientos y análisis sociológicos no logran cristalizarse en políticas públicas, va acompañada de cierto optimismo, debido a los giros epistemológicos sobre la salud y las nuevas problemáticas sanitarias que demandan un abordaje interdisciplinar.
Por lo anterior, la sociología de la salud boliviana requiere ser fomentada, financiada e institucionalizada a todo nivel, en las entidades académicas de pre y postgrado de sociología y medicina, a nivel ético, estatal y en la sociedad en su conjunto. No se trata únicamente de que la ciencia médica reconozca la importancia de la sociología: supone, ante todo, que la sociología, en tanto disciplina científica de igual jerarquía a las demás, vea en la salud un campo de estudio posible y viable, se insubordine a los límites disciplinares impuestos por la racionalidad científica e irrumpa a otros campos, donde lo social y lo sociológico existen. El presente artículo habrá cumplido con su objetivo si logra inquietar y entusiasmar a las entidades de formación y a las distintas generaciones de sociólogos para iniciar un debate teórico y metodológico amplio con aquellos que nos hemos declarado como sociólogos de la salud.