De tal modo, Mauricio, Apóstol Trece, que tu “sed de justicia” crece y crece en el pueblo marcado por tu fuego.
Jorge Mansilla Torres, Arriesgar el pellejo…
Hace cincuenta años, el sacerdote y sociólogo Mauricio Lefebvre (1922- 1971) perdió la vida en el marco de una cruenta dictadura militar. Pero, como es propio de héroes y mártires, “la muerte no es el fin, es el inicio” (Suárez, 2003, p. 73). A pesar de su pronta partida, su presencia caló hondo en la memoria del país, tanto su pensamiento como su praxis. Empero, el recordar a Mauricio no debe encararse como un ejercicio de memoria muerta -un simple obituario o un homenaje vacío de significación. El volver sobre sus huellas exige necesariamente una memoria viva, que implica situarlo en el presente: darle la palabra para que nos pueda interpelar y aconsejar.
En este ensayo recordaré a Mauricio Lefebvre desde la memoria viva, a partir de tres ejes: el camino de este pensador como una alegoría de la (con) formación del sociólogo, las viejas-nuevas problemáticas de la realidad boliviana actual y la situación de la universidad en el presente, así como los desafíos futuros. La pregunta urgente es: ¿Cómo podemos (re)vivir el legado de Lefebvre a cincuenta años de su muerte?
EL CAMINO DE MAURICIO: UNA ALEGORÍA DE LA (CON)FORMACIÓN DEL SOCIÓLOGO
En la trayectoria de vida de Mauricio Lefebvre no solamente podemos encontrar un devenir individual, el modelo de un sacerdote o la historia de un héroe. En el fondo, el sendero recorrido por este personaje encarna una alegoría sobre el camino de la (con)formación del sociólogo. Sus intuiciones, sentires y convicciones pueden asumirse como orientaciones imprescindibles del oficio. A su vez, su ser-en-el-mundo (Dasein), siempre en transformación y movimiento, nos muestra cómo ciertas rupturas con el sentido común son necesarias para interpretar la realidad y actuar en ella. Como narran Mansilla (1983) y Suárez (2002), Mauricio Lefebvre arribó a Bolivia en el año 1953, un año después de la Revolución Nacional. En calidad de sacerdote oblato, llegó a las minas de Llallagua con la misión de evangelizar a la población. En un primer momento, el sacerdote quedó impactado por las condiciones de pobreza en los barrios mineros. Siendo su horizonte la misión de evangelizar, identificó tres “males” contra los cuales debe combatir: el comunismo, el ateísmo y el alcoholismo. Así, durante los cinco años que fue párroco en Llallagua, Mauricio libró una guerra contra estos tres “ismos”, lo que generó tensiones entre él y los habitantes de la región.
Sin embargo, en ese lapso de tiempo, la mirada de Mauricio Lefebvre cambió. El sacerdote se percató de que la reticencia de las personas a asumir como propio el tipo-ideal del buen cristiano no era por mera terquedad. Aquí se produjo la primera ruptura con la doxa de la Iglesia ortodoxa, que pensaba a la fe y a las prácticas religiosas como actos voluntaristas y democráticos, ajenos a lo intramundano, a las condiciones de vida y a la realidad social. El sacerdote intuyó que era difícil acercarse a Dios -ser “buenos cristianos”- cuando las necesidades y las injusticias sociales oprimían en la vida cotidiana. Su sensibilidad social (y sociológica) afloró a través de la observación de la realidad concreta. Su observación no fue una recepción pasiva del exterior, sino un ejercicio crítico que modificó su interior y su devenir. Si bien desde el inicio está presente en el sacerdote la convicción del cambio, a partir de aquí el cómo y el hacia dónde se transformarán.
En síntesis, Mauricio Lefebvre fue interpelado por lo sintomático y visible de los grandes problemas de la realidad boliviana: la pobreza, las desigualdades económicas y las injusticias sociales. También fue un período en el que se dio cuenta de que los aparentes males contra los que combatía no eran las causas del alejamiento de la religión, sino consecuencias de los problemas estructurales de la sociedad boliviana. Su percepción se acrecentó a partir de 1958, cuando viajó a La Paz para estudiar y pudo vivir en carne propia las desigualdades urbanas. Esta intuición se convirtió en certeza cuando el sacerdote vivió en las barriadas en Lima en 1963, donde formuló: “Cuando el pueblo está en la miseria: subalimentación, subocupación, subeducación, subalojamiento… ¿le puede interesar la mejor de las lecciones del catecismo si (eso) no le ayuda a salir de la miseria?” (Lefebvre, cit. en Mansilla, 1983, p. 117). Entonces, el sacerdote entendió la necesidad de comprender el contexto sociohistórico en el cual estaba inmerso y las causas de los problemas, de los cuales el comunismo y el ateísmo eran reacciones contestatarias. Mauricio entendió el imperativo de conocer para cambiar.
Así, movido por la sed de conocimiento, en 1964, el sacerdote partió a Italia para estudiar sociología. Durante sus años de estudio, Mauricio Lefebvre no se replegó en la indiferencia teórica, siguió reflexionando sobre la realidad boliviana. Es en este momento cuando su sensibilidad social se nutrió de la teoría para entender y cambiar la realidad. La sed de conocimiento se articula con la sed de justicia, y se alimentan mutuamente. Un hito que ilustra esa dialéctica entre teoría y realidad es el viaje a Israel, realizado en 1965. El observar y participar de la experiencia de los kibutz comunitarios nutre la teoría de Mauricio, a partir de la cual imagina una utopía, un horizonte para el cambio social. Acontecido todo esto, en 1966, el sacerdote y sociólogo regresó a Bolivia para “arriesgar el pellejo”.
En Bolivia, su sensibilidad se encarnó en compromiso social, manifestándose en palabras y acciones. Como relata Suárez (2002), en este segundo momento de la vida-obra de Mauricio Lefebvre (1962-1971), el sacerdote desplegó una “reflexión crítica respecto a la pobreza” (p. 22). Sin embargo, su obra trasciende la reflexión teórica sociológica, abogando por la intervención directa. Sin miedo, Lefebvre (1969) enuncia que el cristianismo -y la sociología- es “una fe que contiene la estricta obligación de pasar a la práctica” para contribuir a la construcción de un mundo más humano (p. 73). Así, su compromiso social y su sed de justicia signaron los primeros pasos de la Carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), como también su independización y consolidación como Facultad en la Revolución Universitaria de 1970. El compromiso social que enseñó en sus clases y con su práctica también se manifestó cuando redactó los objetivos de la Facultad de Sociología:
1° Preparar […] a profesionales que puedan interpretar y medir los principales fenómenos del país […] 2° Preparar a esos profesionales en participar, con clara conciencia de la coyuntura nacional, en la orientación de los cambios estructurales necesarios, que permitan a las clases oprimidas ocupar el lugar que les corresponde… (Lefebvre et al., 1971, p. 118).
Mauricio Lefebvre hace énfasis en una formación rigurosa, emparejada con el compromiso social. También nos invita a pensar a las ‘clases oprimidas’ como ‘sujetos’ de estudio, con agencia y horizontes propios. Esto implica no encarar el oficio del sociólogo (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 2013 [1973]) con indiferencia disfrazada de objetividad. Así, se propone la formación de un profesional capaz de comprender la realidad social y cambiarla para mejor, contribuyendo a la creación de nuevas estructuras sociales más justas. Esta convicción llevó al sociólogo a abandonar rápidamente el trabajo que obtuvo en el Centro de Desarrollo Social y Económico, donde se encontró cara a cara con el tecnócrata indiferente y se posicionó de una forma distinta:
…no observo nuestra realidad nacional, como un técnico “desinteresado” a quien se hubiera encomendado el estudio de un sector socio-económico y la elaboración de un informe con sus correspondientes evaluaciones y recomendaciones. Haré mi análisis como el Boliviano que considero que soy, un Boliviano que se quiere empeñado en el progreso social de su Patria (Lefebvre, 1968, p. 34).
Para Mauricio, la patria no es un ideal abstracto, sino que está compuesta por la gente de carne y hueso que sufre las desigualdades del sistema. Frente a ello, la sed de justicia exige “arriesgar el pellejo para demostrar sus verdades” (Suárez, 2002, p. 24), para crear nuevas estructuras sociales. El camino de Mauricio Lefebvre como alegoría de la formación del sociólogo es ilustrativo, pues muestra la ruptura con la doxa para encarar el acto de investigar y comprender la realidad. Es decir que la formación teórica rigurosa no es indiferente a los problemas sociales, sino que está signada por el compromiso social y la voluntad de cambio. El sociólogo y sacerdote, con su vida-obra, nos exhorta a conocer para cambiar.
“BOLIVIA, HOY”: LAS VIEJAS-NUEVAS PROBLEMÁTICAS DE LA REALIDAD NACIONAL
Desde el asesinato de Mauricio Lefebvre hasta el presente, hemos recorrido cincuenta años de historia nacional. Podemos pensar en todos los grandes ciclos de la historia que han escapado de la mirada de Mauricio: la continuación de la lucha contra las dictaduras militares, la recuperación de la democracia, el neoliberalismo, el Proceso de Cambio y el actual “tiempo suspendido”, todavía muy cercano a nosotros y difícil de comprender. Aunque medio siglo parece una distancia insalvable, hay que considerar que las rupturas con el pasado nunca son totales.
Según Silvia Rivera (2018b), actualmente vivimos en un “tiempo mixto”, compuesto por unidades sintagmáticas de distintos horizontes históricos. Entonces, el presente estaría atravesado por la huella colonial, el horizonte liberal, el horizonte populista de 1952 y otros ciclos que pueden ser o no considerados como nuevos horizontes3. Así, se hace necesario distinguir lo perdurable de lo permutable. A continuación, retomaré el hilo de la historia desde la muerte de Mauricio Lefebvre hasta la actualidad y señalaré a grandes rasgos cuáles son las problemáticas de la vieja-nueva realidad boliviana.
Como resultado de las políticas nacionalistas de 1952, los crecientes flujos migratorios del campo hacia la ciudad alcanzaron su punto máximo en la década de 1970. Así, en medio de las dictaduras militares, se vivió un proceso de modernización y transformación de las ciudades, consolidando un modelo de ciudad dual -La Paz/Chukiyawu, por ejemplo- atravesada por desigualdades económicas, sociales y culturales (Albó, Sandoval y Greaves, 2016 [1981]). Después de la recuperación de la democracia en 1982, en Bolivia se produjo una profunda crisis hiperinflacionaria. En 1985, a título de “Bolivia se nos muere”, Víctor Paz Estenssoro promulgó el Decreto Supremo 21060, que supuso la derrota del bloque popular y la “vanguardia proletaria” encarnada en la Central Obrera Boliviana (COB) y los mineros (Sandoval, 1986), erigiendo así al neoliberalismo. Durante este período se produjo el desmantelamiento del Estado del 52, la privatización de las empresas estratégicas, la flexibilización laboral y el crecimiento del sector “informal” de la economía. Frente a ello, la emergencia del katarismo y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) puso en el debate público la cuestión étnica y multicultural. A su vez, la promulgación de la Ley de Participación Popular en 1994 produjo procesos de descentralización estatal.
Sin embargo, el neoliberalismo también estuvo marcado por un incremento de la pobreza y las desigualdades sociales. Mientras la “democracia pactada” perdía legitimidad, las precarias condiciones de vida y las profundas desigualdades sociales se preparaban para estallar. Así, el siglo XXI comenzó con una crisis4 que se manifestó en la Guerra del Agua (2000) y se desplegó plenamente en la Guerra del Gas (2003). Fue inevitable la caída del régimen neoliberal, al tiempo de la emergencia de los movimientos sociales como vanguardia popular y la necesidad de un nuevo horizonte nacional. Con la formulación de la Agenda de Octubre y el triunfo electoral del Movimiento al Socialismo (MAS), en el año 2005, se inauguró un nuevo período en la historia boliviana: el Proceso de Cambio.
El hito más dramático del primer gobierno del MAS fue la conformación de la Asamblea Constituyente para la redacción de una nueva Constitución Política del Estado, que dio pie a la creación del Estado Plurinacional de Bolivia frente a la otrora República de Bolivia. Durante muchos años, el superávit en los ingresos por exportaciones de hidrocarburos hizo posible un flujo de movilidad social ascendente, signado por el engrosamiento de las clases medias5 y la consolidación de una nueva élite de raíces indígenas -conocida como qamiris (Llanque, 2016). Este período de estabilidad política y económica comenzó a resquebrajarse desde el año 2012, con la represión a la marcha en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) (Rivera, 2015). Desde el Referéndum del 2016, se hicieron visibles las tensiones políticas que anidaban en el país, socavando la hegemonía del MAS. Finalmente, la tensión sociopolítica estalló después de las elecciones generales de 2019, provocando las jornadas de octubre y noviembre del 2019.
La cercanía de este suceso y las radicales posturas discursivas hacen difícil la comprensión sociológica de este Golpe de Estado/Fraude. Empero, algo que no se puede negar es la fractura social y polarización política producto de este empate catastrófico. El desenlace con el gobierno “de transición” fue un paliativo temporal. A principios del 2020, la crisis política nacional se articuló con una crisis sanitaria mundial producto de la propagación del covid-19. La pandemia se vivió como un período de tensión política y de “regresión” en cuanto a los avances sociales del período anterior. Aunque el MAS volvió a triunfar en las elecciones generales de 2020, no podemos dar por superada la crisis multidimensional.
Pero la crisis que actualmente atravesamos puede pensarse como un espacio para el autoconocimiento y reflexión -como propone Zavaleta (2008). La crisis es un espejo donde podemos vernos y reconocernos como realmente somos. Los problemas de larga data que denunció Lefebvre aún persisten: la pobreza y las desigualdades urbanas. A su vez, podemos pensar en las viejas-nuevas problemáticas de “Bolivia, hoy”: polarización política, emergencia de las economías populares, interculturalidad, identidad(es) nacional(es), (nuevos) movimientos sociales, nuevas clases medias, etc. También urge comprender, desde una sociología crítica, las transformaciones en la estructura social boliviana ocurridas durante el Proceso de Cambio. ¿Qué es lo que concretamente ha cambiado y de qué formas? Además, entran en escena asuntos como la democracia, el autoritarismo estatal y los crecientes regionalismos (UMSA, 2018). A grandes rasgos, éstas son las problemáticas de la vieja-nueva realidad boliviana. Ahora que nos hemos mirado en el espejo, es momento de darle la palabra a Mauricio para que nos interpele y aconseje.
“SI ME PERMITEN HABLAR…”: DESAFÍOS PARA LA UNIVERSIDAD DEL SIGLO XXI
Frente a nuestro devenir histórico y las problemáticas actuales, es necesario pensar en el rol que ha asumido la universidad después de la muerte de Mauricio Lefebvre hasta el siglo XXI. Mauricio fue protagonista de la Revolución Universitaria de 1970, siendo claro el horizonte de “la integración de la universidad a la lucha del pueblo por su liberación” (Lefebvre, cit. en Sandoval, 2019, P. 131), con orientaciones políticas de izquierda junto a los mineros y el bloque popular del momento. Sin embargo, tanto el bloque popular como el proyecto de universidad dejaron de existir. Entonces, ¿dónde ha quedado la universidad?
Como señalan Rodríguez, Barranza y de la Zerda (2000), la universidad pública cambió sus horizontes durante el neoliberalismo. Se iniciaron procesos de institucionalización orientados a la eficiencia y al criterio de la evaluación. Durante este período, se acentuó el carácter de la universidad como mero espacio para la obtención de capital cultural institucionalizado. Así, la universidad pública se convirtió en una suerte de microcosmos corporativista desligado de la realidad nacional. La despolitización se hizo palpable en el rol ambiguo de la universidad durante la Guerra del Gas. La escisión entre la universidad y el resto de la sociedad civil parece continuar durante el Proceso de Cambio. Esto se traduce en las pocas iniciativas de investigación (social) aplicada-productiva y de interacción social.
Frente a ello, debemos interpelarnos: ¿Qué posición política asumir dentro de la problemática nacional? ¿Cómo posicionarse frente al creciente autoritarismo del Estado? ¿Cómo asumir las masacres de Senkata y Sacaba y el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI)? ¿Cómo encarar las desigualdades socioeconómicas de nuestra sociedad? Actualmente, la universidad pública ha dejado de ser un actor social protagónico. Su posición política es ambigua -no en un sentido político-partidario, sino en un sentido profundo como posicionamiento frente a la realidad. También es visible la creciente indiferencia frente a la realidad nacional y sus problemas. La integración de la universidad con el pueblo se ha convertido en un discurso vacío, en una memoria muerta. En este contexto de despolitización, indiferencia e inacción, tal vez el legado de Mauricio sea útil para pensar-forjar nuestro devenir.
(RE)VIVIR A MAURICIO LEFEBVRE: NUEVOS HORIZONTES, NUEVAS UTOPÍAS
Para la universidad del siglo XXI, es necesario recuperar y reformular la aspiración de una universidad popular, que se enunció en la Revolución Universitaria de 1970 (Lefebvre, cit. en Sandoval, 2019). A pesar de que el contexto sociohistórico es otro, es necesario superar la escisión entre universidad y sociedad civil. Esto no significa asumir una posición político-partidaria o adherirse de forma irreflexiva a la izquierda tradicional. La integración con el “pueblo” significa asumir el compromiso social desde la formación y la acción. Como sugiere Escalante (1991), la universidad tiene que plantear un proyecto académico y político vinculado con el desarrollo nacional. Entonces, es necesario reavivar la sed de justicia social como algo más que una militancia. Debemos apuntar hacia una sólida formación teórica combinada con un agudo compromiso social. Ésa es la utopía para la universidad del siglo XXI.
No debemos considerar a esta utopía como algo irrealizable. Para Mauricio Lefebvre (1968), “…el camino de la realización de la utopía es la utopía realizada. Más claramente: se puede llegar a la reforma en gran escala, por la reforma en escala reducida” (p. 37). Para hacer realidad una universidad comprometida con su pueblo, es necesario comenzar con una pequeña utopía: la Carrera de Sociología. Murillo (2019) realiza un recorrido histórico del devenir de la Carrera hasta el presente. Actualmente, es notable en Sociología la institucionalización, el alto nivel académico y la promoción de la investigación social desde el Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre” (IDIS); pero, ¿dónde queda nuestra incidencia en las políticas públicas?, ¿qué lugar ocupa la investigación aplicada frente a la investigación pura?
A medio siglo de la partida de Mauricio Lefebvre debemos (re)vivir su legado desde la memoria viva. Esto implica asumir el oficio del sociólogo como él lo hizo: avivar la sed de justicia y mantener la convicción de conocer para cambiar. Debemos situarnos en la vieja-nueva realidad nacional con una convicción de comprensión y cambio social. Por último, es necesario irradiar la utopía de la Carrera de Sociología al resto de la universidad. En palabras de Mauricio, es momento de preguntarse: “¿Cuándo, pues, nosotros arriesgaremos el pellejo por lo que decimos creer?”.