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Temas Sociales

versão impressa ISSN 0040-2915versão On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.44 La Paz maio 2019

 

APORTES

 

Una especie en medio de dos: cuestionando identidades
en la Suramérica contemporánea1

 

A species in between: contesting identities in contemporary
South America

 

 

Nicolas Tellez-España2
2 Especializado en estudios internacionales y economía. Licenciado en artes y ciencias sociales, Simon Fraser University (SFU), Vancouver, Canadá.
E-mail: nicolas.tellez.espana@gmail.com
Fecha de recepción: 22 de enero de 2019 Fechas de aceptación: 19 de abril de 2019

 

 


Resumen

La identidad suramericana, la cual se asocia con el mestizaje, ha sido cuestionada durante el auge de la marea rosa puesto que no reflejaba la diversidad y complejidad de la región. Este desafío, pionero por la CAN, el MERCOSUR y la UNASUR, destacó una comprensión matizada de la identidad regional. A través del análisis del discurso de las publicaciones de dichas organizaciones, propongo una nueva identidad regional, el suramericanismo, en base a la lucha compartida, la geografía y las aspiraciones futuras.

Palabras clave. Identidad, suramericanismo, UNASUR, lucha, geografía, democracia


Abstract

South American identity, generally associated with mestizaje, has been challenged during the height of the pink tide as it did not align with the diversity and complexity of the region. This challenge, pioneered by CAN, MERCOSUR and UNASUR, highlighted a nuanced understanding of identity. Through discourse analysis focused on publications by the aforementioned organizations, I propose a reformed identity based on shared struggle, geography and future aspirations: suramericanismo.

Key Words. Identity, suramericanismo, UNASUR, struggle, geography, democracy


 

 

INTRODUCCIÓN

En 1815, en medio de las guerras independentistas de la América española, Simón Bolívar enmarcó, en la Carta de Jamaica, la definición de lo que llegaría a ser la identidad latinoamericana. Al señalar que la nueva América no era ni india ni europea, "sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles" (1815 [2015]: 307), Bolívar engendró una de las tensiones más profundas con relación a la identidad regional. Si bien el ser latinoamericano se define por no ser indio o europeo, el resultado es la creación de un otro interno (el indio) y externo (el europeo o gringo) con los cuales se mide el progreso regional. Es así como el indio debe ser sometido para la modernización del país (Arguedas, 1909), y el europeo o gringo tolerado por necesidad y temor a un nuevo imperialismo (Rodó, 1900).

Pese a esta definición, el latinoamericanismo como identidad es dinámico, aceptando y rechazando al otro según el contexto en el cual se invoque la identidad regional. Por ende, al culminar las guerras independentistas, vemos un latinoamericanismo basado en el legado colono ibérico y la hermandad de naciones nuevas, para después ser influenciado por el indigenismo, el mestizaje y el imperialismo norteamericano. A pesar de estas transformaciones, hay ciertas características en la identidad regional que transcienden épocas, así como el sentimiento antiimperialista y el continuo problema asociado con la heterogeneidad racial y étnica de la población latinoamericana.

En su estudio de organizaciones regionales, Bermúdez Torres (2011) indica que la creación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y otras instituciones como la Comunidad Andina de Naciones (CAN), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), la Comunidad del Caribe (CARICOM) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) ayudó a concretar al latinoamericanismo como la identidad indisputable de la región. Sin embargo, la llegada de la "marea rosa" a Suramérica puso en duda al latinoamericanismo como identidad, dado que buscaba resaltar la complejidad de la región, en particular, la de poblaciones indígenas, africanas y otras minorías étnicas y culturales que se veían al margen de los asuntos de identidad regional previamente.

En este contexto, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), una de las más recientes organizaciones regionales, actúa como una estructura legitimadora para una nueva reformulación de la identidad regional: el suramericanismo. En general, la mayoría de las investigaciones académicas sobre UNASUR se dividen en dos ramas: la de cooperación regional (Baroni y Rubiolo, 2010; Cera, 2013; Ferrari-Filho, 2014; Sanahuja, 2010) y la de proyecto de integración regional (Briceño-Ruiz y Ribeiro-Hoffmann, 2015; Herrero y Tussie, 2015; Riggirozzi y Grugel, 2015). Sin embargo, se dice muy poco sobre la posición de UNASUR como agente de transformación de identidad en Suramérica, pese que sus antecedentes coinciden con el cambio paradigmático de la marea rosa. Siguiendo el análisis de Bermúdez Torres (2011), emerge la cuestión: ¿Cómo es que UNASUR contribuyó a la reformulación de la identidad regional?

De esta manera, se propone un análisis de discurso basado en las diferentes publicaciones de CAN, MERCOSUR y UNASUR para identificar cómo la identidad regional se ha transformado del latinoamericanismo al suramericanismo durante el auge de la marea rosa. Esta investigación inédita, titulada "Una especie entre medio de dos: cuestionando identidades en la Suramérica contemporánea", fue realizada entre septiembre de 2016 y abril de 2017 en la Simon Fraser University, Vancouver, British Columbia, Canadá. Los resultados demuestran tres características de la nueva identidad: (i) la exaltación del legado de lucha regional, (ii) el desplazamiento de la raza a favor de la geografía como denominador común, y (iii) las aspiraciones de crear una región que respeta la paz, la democracia y los derechos humanos. Como se explorará, los dos primeros procesos de transformación se alinean con las nociones de rechazo del otro externo e inclusión del otro interno; sin embargo, el último alude a los intentos regionales, no completamente realizados, que enmarcan las relaciones con la comunidad internacional.

 

ESTADO DEL ARTE Y MARCO TEÓRICO

La conceptualización del latinoamericanismo como identidad ha sido definida por dos elementos: el otro externo, o la amenaza de intervención extranjera, y el otro interno, o la inhabilidad de la región de lidiar con su pluralidad étnica y cultural. Al emerger la América española libre, y combinada con el fervor antiimperialista de la época, la región enraizó su identidad en oposición inmediata a la metrópolis española, lo cual es evidente en el movimiento literario modernista del siglo diecinueve, que buscaba encontrar la esencia de las nuevas repúblicas. En este caso, las letras de Darío (2005) exaltan la identidad en contra del yugo español, deplorando la usurpación de los recursos naturales latinoamericanos, el trato inhumano de su gente y el legado de inestabilidad de la colonización.

Sin embargo, la caída de Puerto Rico y Cuba a manos estadounidenses en 1898 (Hatfield, 2015) desplazó la amenaza del imperialismo español como otro externo a favor del nuevo imperialismo yanqui. Este cambio en la definición de la identidad regional sembró una de las características más destacadas del latinoamericanismo, un sentimiento antiestadounidense y una nueva hermandad basada en el idioma y la hispanidad (Dobry, 2010; Rodó, 1900). Por su lado, Martí (1892) expresó la contrariedad de la identidad regional, es decir, la búsqueda de una identidad única que a su vez se ve sometida a conceptos de formación social y estatal occidentales y que niega sus raíces indias. Pese a esto, el latinoamericanismo prevaleció como identidad regional y se vio legitimado, años después, con el establecimiento de la CEPAL como una de las primeras organizaciones que excluía a los Estados Unidos en asuntos de intereses regionales (Bermúdez Torres, 2011).

Si bien el idioma, la hispanidad y el sentimiento antiestadounidense son parte del latinoamericanismo, el rechazo de su otro interno también lo define. La exclusión del indio como parte de la identidad regional ha sido un acto consiente, un vestigio del sistema de castas español combinado con teorías raciales de la época republicana que convirtieron al indio en un obstáculo para el progreso y la modernización (Arguedas, 1909). El movimiento indigenista en la región buscó incluir al otro interno dentro de la sociedad, advocando por la reforma agraria y el reconocimiento de los derechos del indio para fomentar el progreso y negar absolutamente la supuesta barbarie de estos grupos (Mariátegui, 1971 [1928]).

Pese a la influencia indigenista, la identidad regional continuó excluyendo al indio, y solo empezó a incorporarlo en los años 1990 y 2000, décadas cuando el neoliberalismo reformó el ámbito político y socioeconómico de la región. Una reforma inesperada fue la modificación de la identidad regional, una que mezcló aspectos de lo previo para crear algo más representativo. En este contexto, Beverly (2004) propone el término "nuevo latinoamericanismo" para definir esta identidad emergente y lo localiza como una consecuencia no deseada del neoliberalismo y su búsqueda por mercados más grandes mediante la inclusión de grupos marginalizados. De esta manera, leyes como la Ley de Participación Popular en Bolivia y otras similares en Suramérica incorporaron a los marginados, muchos de ellos indios, pobres y otras minorías, dentro del ámbito cívico, otorgándoles la oportunidad de ser parte de un proyecto de identidad más amplio.

Si bien se observa una transformación en el entendimiento del otro interno con respecto a la identidad regional, el sentimiento antiestadounidense característico del antiguo latinoamericanismo es también parte del "nuevo latinoamericanismo", el cual es concretado con el renacimiento del regionalismo e impulsado por organizaciones como la CAN y el MERCOSUR (Bermúdez Torres, 2011). El declive económico que siguió a la implementación de las políticas neoliberales en Suramérica, junto con la incorporación de los marginados, fomentó el sentimiento antiestadounidense ya visible en la región, y se manifestó en el acenso de la marea rosa y la creación de la UNASUR. Por ende, esta organización, creada por líderes que llegaron al poder con el apoyo de los marginalizados, buscó crear una identidad plural: el suramericanismo.

 

METODOLOGÍA

Existe mucho debate sobre los supuestos ámbitos políticos, económicos y sociales de la UNASUR. En general, la investigación académica de esta organización se divide en dos campos que se caracterizan por divergentes definiciones de cooperación e integración. Cera (2013) y Sanahuja (2010), por ejemplo, categorizan a la UNASUR como una organización de cooperación regional puesto que no define su rol en base a la integración económica y comercial. De manera similar, Baroni y Rubiolo (2010) señalan el potencial de la UNASUR de crear un bloque económico para atraer más inversión extranjera directa, convirtiéndola en una "creador [a] de mercados regionales" (Ferrari-Filho, 2014: 427), como lo es la Unión Europea. Sin embargo, Briceño-Ruiz y Ribeiro-Hoffmann indican que este nuevo regionalismo busca "la promoción de la dimensión social en integración" (2015: 51) como contraste al fallido Tratado de Libre Comercio de las Américas. Así, Riggirozzi y Grugel (2015) indican que la integración que UNASUR pretende no puede ser descontextualizada de sus conexiones con los gobiernos de la marea rosa. Por ende, Herrero y Tussie (2015) imploran por una expansión de la definición de la cooperación e integración regional; dan como ejemplo la negociación de compra de medicamentos a precios justos encabezada por UNASUR como un logro regionalista de ámbito social, lo que es igualmente valedero como la reducción de aranceles o la creación de una moneda común.

Pese a estas tensiones, los académicos coinciden en la complejidad y multipolaridad de UNASUR. Si bien el debate sobre los méritos económicos o sociales de la Unión es importante, la presente investigación tiene como propósito explorar cómo UNASUR utilizó su discurso de integración como una herramienta para la reformación de la identidad regional durante el auge de la marea rosa. La investigación tiene como base teórica el trabajo de Said (1978), el cual indica que la identidad europea se define en contraste con el Oriente, que es su otro. En el caso de Latinoamérica, el otro es interno (el indio) y externo (el europeo o gringo); ambos ayudan a definir los líimites de la identidad regional. En este caso, es imperativo estudiar las diferentes expresiones de identidad regional que existen en Suramérica, particularmente aquellas que provienen a partir de las reformas sociales de la marea rosa y su proyección regional mediante la UNASUR.

De esta manera, se aplica el análisis del discurso como metodología para este estudio. Neumann define dicho análisis como la búsqueda de "representaciones que se presentan una y otra vez [y] se convierten en un conjunto de declaraciones y prácticas mediante las cuales cierto lenguaje se institucionaliza y normaliza con el tiempo" (2008: 61). Basado en la teoría de organizaciones regionales de Bermúdez Torres (2011), el material de análisis proviene de las tres organizaciones regionales que promueven una identidad común, CAN, MERCOSUR y UNASUR, y se lo divide en tres categorías: tratados y acuerdos regionales, publicaciones de información e investigación y comunicados de prensa. Dada la visión de la UNASUR, es decir, "la promoción de una identidad regional" (Secretaría General de UNASUR, 2015b: 46), y tomando en cuenta los antecedentes populares de la marea rosa para con los marginalizados, las representaciones que se buscan y se exploran en esta investigación son aquellas que evocan la inclusión del otro interno y la tensión con el otro externo.

 

LA LUCHA COMO PARTE DE LA IDENTIDAD REGIONAL

La identidad regional se ve forjada con relación a conexiones históricas que justifican la importancia de la integración (Bolívar, 2015 [1815]; Darío, 2005; Rodó, 1988 [1900]). Es así como los primeros indicios de la identidad regional nacen de la hermandad hispana y de la amenaza imperialista extranjera, primero de la española y luego de la estadounidense. Sin embargo, los límites de identidad establecidos por este legado histórico enraízan al latinoamericanismo sobre la base de la exclusión de grupos indígenas, afrodescendientes y otras minorías marginalizadas. Si bien el movimiento indigenista del siglo XX, encabezado por Mariátegui (1971 [1928]), intentó desafiar la relación del latinoamericanismo con su otro interno, esta identidad fue solo reformada al llegar la ideología neoliberal y la subsecuente tensión que emergió del desplazamiento de los problemas sociales dentro del ámbito económico y político (Beverly, 2004). Dado este contexto, el suramericanismo nace como una identidad para todos, con el objetivo de redefinir los límites de la identidad regional acorde a las nuevas realidades producidas por la política neoliberal, la llegada de la marea rosa a Suramérica y el establecimiento de UNASUR.

El suramericanismo es una evolución de la identidad regional que busca expandir la membrecía a aquellos previamente ignorados por el latinoamericanismo. De esta manera, el suramericanismo como identidad remplaza la hermandad regional basada en el hispanismo con el concepto de la lucha, puesto que es una característica removida de vínculos étnicos y raciales y a la cual todos pueden recurrir para sentirse identificados. En esta reconceptualización, la lucha se divide en dos elementos: la que está en contra del colonialismo y por la independencia, y la que se realiza en contra del neoliberalismo y por la reivindicación de los derechos sociales. Por ende, el suramericanismo, al definir el legado histórico regional en base a la lucha, tiene la habilidad de incorporar aspectos del latinoamericanismo, específicamente el otro externo, y al mismo tiempo integrar al otro interno dentro del proceso de creación de identidad.

La lucha por la independencia demarca los esfuerzos suramericanos contra el colonialismo y el imperialismo, de tal manera que se alinea con las mitologías nacionales de los miembros de la UNASUR y a la vez separa las diferencias étnicas, lingüísticas y culturales de la región. De modo similar, la lucha por la reivindicación de los derechos sociales permite una visión contemporánea de los esfuerzos regionales en contra de la imposición neoliberal del Consenso de Washington y a favor de la exitosa transición hacia las políticas sociales de la marea rosa. De esta manera, el tema de la lucha actúa como un igualador para los miembros de la UNASUR y permite que las experiencias del colonialismo, la independencia, el imperialismo y el neoliberalismo tomen forma en el suramericanismo.

El análisis de discurso del Tratado de Cartagena (1969) y el Tratado de Asunción (1991), que dieron forma a la CAN y al MERCOSUR respectivamente, indica claramente que la justificación para la integración regional se basa en un legado histórico común que ve a Suramérica como un solo pueblo unido. Esta noción de unidad es evidente también en los preámbulos de los acuerdos iniciales que idearon a la CAN y el MERCOSUR. De hecho, la Declaración de Presidentes de América (1967) alude a los ideales de los libertadores que inspiraron la lucha independentista y que buscaban la convergencia regional como punto de fortaleza. De manera similar, el Tratado de Montevideo describe a la región como entrelazada en "vínculos de amistad y solidaridad" (1980: 1) que se pueden trazar a través de la historia.

No obstante, los reportes, las publicaciones y los panfletos de la CAN demuestran un fuerte sentido de identidad regional basado en una historia de lucha, particularmente la de civilizaciones precolombinas en contra del colonialismo, así como la lucha independentista de liberación andina encabezada por Simón Bolívar. Asimismo, la CAN crea un sentido de unidad mediante el uso del simbolismo histórico, visible en el nombre de sus iniciativas de salud, culturales y laborales bautizadas en honor a Hipólito Unanue, Simón Rodríguez y Andrés Bello, respectivamente, quienes fueron individuos prominentes en la época colonial e independentista suramericana. De manera similar, la UNASUR, mediante sus publicaciones, resalta el tema de la lucha identificando a Suramérica como una región de independencia, emancipación y libertad (“Autoridades conmemoraron en Ecuador", 2014; Secretaría General de UNASUR, 2015, 2015a). El simbolismo de la lucha, sin embargo, va más allá de las publicaciones y está presente también en las estructuras físicas de la UNASUR, que llevan el nombre de los libertadores regionales: Simón Bolívar, José San Martín y Antonio José de Sucre, como referencias a los esfuerzos ideológicos de la organización.

Pese a la importancia de la lucha histórica como parte de la identidad regional, el suramericanismo también está basado en formas contemporáneas de lucha. Por lo tanto, la correspondiente a la reivindicación de los derechos sociales está al centro de la reforma de identidad y busca recuperar aquellos enfoques de desarrollo que fueron descartados durante la imposición de políticas neoliberales en la región. Esta visión es notoria primordialmente en el discurso de la UNASUR, en particular en el Tratado Constitutivo, que confirma la importancia de la lucha social para erradicar "la pobreza, la exclusión y la inequidad social" (2008: 1). Este enfoque no es sorprendente, puesto que UNASUR emergió poco después de la llegada de la marea rosa a Suramérica y sus ideas penetraron los entendimientos de la identidad regional y su reforma.

Esta versión de la lucha es la que distingue al suramericanismo del latinoamericanismo, puesto que va más allá del legado histórico e incorpora luchas contemporáneas. Lo anterior es visible en los documentes centrales de la UNASUR, como el Comunicado de Brasilia (2000), la Declaración de Cusco (2004) y la Declaración de Cochabamba (2006), donde se aboga, respectivamente, por la eliminación de injusticias sociales, el acceso a mejores niveles de vida y el rechazo a la exclusión social. Con respecto a la CAN y el MERCO SUR, esta visión de la lucha se presenta en el discurso solo a partir de mediados del siglo XXI, cuando el vocabulario de sus publicaciones se asemeja al de la UNASUR. Al integrarse a la visión de la lucha social, la CAN empezó a utilizar términos como "desarrollo integral", "seguridad social", y "desarrollo equitativo" (Secretaría de la Comunidad Andina, 2010; Secretaría de la Comunidad Andina, 2016; Secretaría de la Comunidad Andina, 2016a) como base para la incorporación de aspectos sociales a su agenda integradora. De igual modo, el MERCOSUR resaltó sus esfuerzos de integración social al incorporar dimensiones sociales, productivas y de ciudadanía (Unidad de Apoyo a la Participación Social, 2016).

La relevancia de la incorporación de la lucha social como parte de la reforma de la identidad regional debe ser entendida dentro del contexto de la marginalización de los pobres, los pueblos indígenas, los afrodescendientes y otras minorías en Suramérica, puesto que estos grupos fueron los más afectados durante la imposición neoliberal de los años 1990. En este sentido, incorporar la lucha por la reivindicación de los derechos sociales dentro del suramericanismo representa también incorporar el tema de las dificultades diarias de los marginalizados. Además, esta visión de la lucha difumina la separación del otro interno creada por el latinoamericanismo, ya que resalta las perspectivas y preocupaciones de los marginalizados. Así, se abren las puertas a más personas para tomar parte del proceso de creación de una nueva identidad regional.

Si bien la incorporación de la lucha social reforma el entendimiento regional del otro interno, este mismo proceso refuerza el sentido de unidad regional basado en la animosidad contra el otro externo. Esto es aclarado por Heine (2012), quien indica que la UNASUR representa un rechazo directo al sistema de desarrollo neoliberal establecido por el Consenso de Washington. Esta tensión en contra del neoliberalismo y el neoimperialismo estadounidense se ve reflejada en discursos y comunicados de prensa emitidos por la UNASUR. En este contexto, frases como " [el] empobrecimiento social generado por la aplicación de un modelo de mercado" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 14) y en el entendimiento de que "ni los estados grandes, ni las transnacionales, y mucho menos el sistema financiero debería gobernar el mundo" (Secretaría General de UNASUR, 2015: 37), aclaran la relación de la región con su otro externo. El uso de este vocabulario permite el fortalecimiento del sentimiento antiestadounidense y se alinea con la tradición del latinoamericanismo de crear una identidad en relación opuesta al otro externo.

Pese a esto, queda claro que el suramericanismo, al concentrarse en la lucha como parte de la identidad regional, puede ampliar su membrecía a los marginalizados. De hecho, la lucha permite que los aspectos históricos del latinoamericanismo formen parte de la nueva identidad suramericana y al mismo tiempo incorpora a los que estaban anteriormente excluidos. En este sentido, al ampliar la definición de la lucha para abarcar las dificultades contemporáneas resultantes del neoliberalismo, el suramericanismo es capaz de integrar al otro interno. Así, las experiencias de lucha, ya sea en contra del colonialismo y por la independencia o contra el neoliberalismo y por la reivindicación de los derechos sociales, dan lugar al suramericanismo como una identidad para todos, capaz de incorporar y dar voz al otro interno y crear del otro externo un mecanismo vinculante para esta nueva comunidad suramericana.

 

UNA IDENTIDAD GEOGRÁFICA

Si bien la lucha es un componente elemental en el suramericanismo, la geografía es otro. De hecho, la transformación de la identidad regional de latinoamericanismo a suramericanismo comprende el cambio del prefijo "Latino" por el de "Sur". Esta transición señala la importancia de la geografía y la desaprobación de los vínculos étnicos y raciales que eran prominentes en el latinoamericanismo. Este cambio en el entendimiento de identidad regional presenta un movimiento paradigmático con relación a cómo la región se ve a sí misma y cómo su gente se identifica una a otra. En sí, el enfoque geográfico del suramericanismo crea de Suramérica una región independiente y con identidad propia, el Sur. Por el contrario, en el latinoamericanismo, la geografía es poco más que un obstáculo para el desarrollo de la región, puesto que la unidad estaba basada en el legado étnico y lingüístico ibérico. Sin embargo, el establecimiento de la CAN y el MERCOSUR impulsó un leve cambio hacia una identidad geográfica. Si bien ambas organizaciones emergieron como un proyecto de unión latinoamericana, las similitudes geográficas de sus miembros, es decir, la Cordillera de los Andes y el Cono Sur, son parte de su argumento integracionista.

Por ejemplo, el Pacto Andino, que dio paso a la creación de la CAN, hace referencia a sentimientos de unidad regional derivados por la proximidad de sus miembros a la Cordillera de los Andes. Similarmente, el MERCOSUR utiliza el término "sur" en todas sus publicaciones, sitios web, y comunicados de prensa para demarcar claramente el área geográfica en la cual se establece (es decir, el Cono Sur). Pese a esto, los vínculos geográficos no se extienden más allá de la demarcación territorial de estas organizaciones, debido a que ambas ven a la geografía regional como un obstáculo comercial y económico. Así nace la imagen de los Andes como barrera, el Chaco como impenetrable, y el enclaustramiento marítimo boliviano y paraguayo como una desventaja para la región. Dentro de este marco, el vocabulario de la CAN y el MERCOSUR conectan al desarrollo y el subdesarrollo regional con su complejidad geográfica, y emerge, dentro del discurso de ambas organizaciones, la necesidad de mejorar la infraestructura que entrelaza la región. Sin embargo, la responsabilidad de domar la geografía regional no pasa a ser una prioridad conjunta, pese a la clara oportunidad de cooperación.

Por otro lado, el suramericanismo destaca la geografía no como obstáculo, sino como denominador común entre los países suramericanos. Con el objetivo de crear una identidad para todos, la unión regional basada en legados étnicos y lingüísticos no es suficiente para engendrar una identidad propia como en el caso del latinoamericanismo. Si bien el suramericanismo es promovido por el nuevo regionalismo emprendido por la UNASUR, esta nueva identidad implica una extensión lingüística más compleja, al incorporar, no solo los idiomas romances de la región, sino también los germánicos e indígenas que componen la diversidad demográfica suramericana. En este caso, la diversidad geográfica de la región y su supuesta indomabilidad unen a Suramérica. Esto se destaca en el discurso de UNASUR, donde se identifica la geografía como punto de convergencia, integración y cooperación entre los doce estados independientes de Suramérica. Esta visión geográfica es establecida en el Comunicado de Brasilia, donde el tema del desarrollo infraestructural de la región es reconstituido como un asunto de interés "bilateral" y "subregional" (2000: 7).

En efecto, dicho comunicado dio paso a la creación del Plan de Acción para la Integración de la Infraestructura Regional en América del Sur (IIRSA), que tiene como propósito coordinar proyectos de infraestructura bilaterales y multilaterales para conectar la región y su gente. El resumen ejecutivo de IIRSA (Secretaría del CCT IIRSA, 2011) demuestra cómo la geografía es un punto de convergencia y cooperación en Suramérica. Pese a que la complejidad geográfica sigue siendo un obstáculo, el reporte de IIRSA la enmarca como una oportunidad para crear una "acción coordinada" (Secretaría del CCT IIRSA, 2011:8) que impulse a la región "en busca de un futuro común" (ibid.). De esta manera, regiones geográficas como los Andes, el Chaco, la Patagonia y el Amazonas dejan de ser obstáculos indomables y se convierten en componentes maleables donde los gobiernos nacionales de la UNASUR pueden intervenir conjuntamente para desarrollar mejor infraestructura y mejorar la conectividad regional.

Sin embargo, el discurso geográfico del suramericanismo va más allá del desarrollo de infraestructura e incorpora nociones de construcción comunitaria para la región. Es así como la identificación de Suramérica como un lugar de diversidad geográfica lleva a la idealización de la región como un lugar donde la diversidad cultural, lingüística y étnica también son celebradas como parte de una identidad suramericana general. El suramericanismo, en este caso, actúa como una identidad inclusiva donde pueden coexistir una multiplicidad de otras identidades, específicamente el otro interno y otros grupos marginalizados. Esta comprensión más amplia con respecto a quien pertenece al suramericanismo ha llevado a un cambio en el discurso de las organizaciones regionales para reflejar la diversidad suramericana.

La CAN (Secretaría de la Comunidad Andina, 2006), por ejemplo, se alejó de la suposición de que todas las personas de sus países miembros se identificaban como latinoamericanas; en su folleto educacional indica que la gente de los países andinos comparte tradiciones culturales de origen africano, asiático y europeo. Además, en la publicación del 45 aniversario de la organización (Secretaría de la Comunidad Andina, 2014) se señala como uno de sus logros la inclusión de los pueblos afrodescendientes e indígenas en el proceso de integración económica, social y política como un paso histórico dentro de la comunidad. En este sentido, la geografía como parte del suramericanismo permite la inclusión de diferentes grupos étnicos y raciales, asegurando la representación de estos en el proceso de reforma de la identidad regional.

El MERCOSUR adoptó un enfoque similar al de la CAN, pues le dio importancia a la diversidad cultural, étnica, lingüística y religiosa y la identificó como parte de la riqueza del Cono Sur (Unidad de Apoyo a la Participación Social, 2016). De hecho, su folleto educativo (MERCOSUR ¡Un lugar para vivir!, 2016) incluye al portugués, al español y al guaraní como idiomas oficiales de la organización y como un medio para expandir las nociones de integración e inclusión. Dentro de este enfoque lingüístico, los comunicados de prensa del MERCOSUR aluden a la posibilidad de utilizar idiomas indígenas en iniciativas de educación regional ("Primer seminario de lenguas", n.d.). Este reconocimiento de la identidad lingüística y la identidad cultural que presentan la CAN y el MERCOSUR se alinean con la visión del suramericanismo como identidad y crea un claro contraste con el latinoamericanismo. En efecto, el latinoamericanismo, al basar su inclusión en el hispanismo, excluye a los pueblos indígenas, afrodescendientes y otras minorías. Por el contrario, el suramericanismo opta por ser inclusivo a través de su enfoque geográfico y cultural.

En este sentido, dado el reconocimiento de que Suramérica está compuesta por una variedad de identidades, el discurso utilizado por la CAN, el MERCOSUR y la UNASUR también refleja aspectos de inclusión, igualdad de acceso y pertenencia a la comunidad regional. Esto se ejemplifica en el lema "Todos Somos UNASUR" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 4) y en la referencia a la sede de dicha organización como "La casa grande de todos" (Secretaría General de UNASUR, 2015b: 46). Asimismo, la CAN utiliza una terminología similar como "Somos Can" (Secretaría de la Comunidad Andina, 2016: 1) y "Somos Comunidad Andina" (Secretaría de la Comunidad Andina, 2010: 1), mientras que MERCOSUR se refiere a sí mismo como "un lugar para vivir" (MERCOSUR ¡Un lugar para vivir!, 2016: 1). El uso de este vocabulario inclusivo y acogedor indica claramente un reconocimiento de que Suramérica pertenece a todos.

Esta nueva perspectiva de la identidad regional es resaltada más aún a través de las iniciativas culturales del MERCOSUR y la UNASUR. De hecho, ambas organizaciones usan medios artísticos para demostrar la diversidad regional y crear mejores vínculos entre los pueblos suramericanos en base al respeto y la apreciación del multiculturalismo. En el caso del MERCOSUR, el discurso de la diversidad se ve reflejado por medio del cine, en el cual se intenta mostrar las diferencias culturales, la individualidad regional y el carácter común de los suramericanos para establecer la idea de que "la patria grande son los otros" ("Ciclo de Cine MERCOSUR," n.d., par. 6). Del mismo modo, el Reporte Anual de UNASUR señala la apertura de la Galería de Arte Barão do Rio Branco en la sede de la organización como un espacio para mostrar la "riqueza y diversidad cultural" (Secretaría General de UNASUR, 2015b: 54) de la región. A su vez, el mismo reporte promueve la creación de una serie de cortometrajes llamado "Expreso Sur", como un medio para "mostrar y difundir los valores y tradiciones de la región" (ibid.: 30). Así, a través del arte, Suramérica puede ser entendida como un lugar donde coexisten una pluralidad de puntos de vista, tradiciones e identidades.

Si bien el discurso de inclusión empleado por el suramericanismo es prometedor, es esencial recalcar que las diferencias culturales, étnicas y lingüísticas siguen siendo la base de la discriminación de las minorías en Suramérica. Cabe aclarar que si el suramericanismo no quiere pretender homogenizar las experiencias de todos los suramericanos, debe señalar también las dificultades de la integración regional basadas base en estas diferencias. Por ende, mientras el desplazamiento del prefijo "Latino" por el prefijo "Sur" permite la inclusión del otro interno y otras minorías en el proceso de la reformación de identidad, el uso de la geografía como denominador común presenta el potencial de ignorar los efectos negativos que la etnicidad, el idioma y la cultura tienen para grupos marginalizados. No obstante, la flexibilidad y la maleabilidad que ofrece el suramericanismo al enmarcar la identidad regional en términos de geografía no deben pasar desapercibidas, más bien deben basarse en una comprensión más profunda de la diversidad y cómo estas diferencias rigen las experiencias de los ciudadanos suramericanos.

 

UNA IDENTIDAD PARA UN NUEVO SIGLO

La creación del suramericanismo como identidad regional, sin embargo, va más allá de la reforma de ciertos aspectos del latinoamericanismo. Si bien la lucha y la geografía son partes indispensables de esta nueva identidad y aseguran nuevas relaciones para con el otro interno y externo, el último componente del suramericanismo se destaca por intentar engendrar una reformación del pensamiento social que se alinee con las expectativas del siglo XXI y con las demandas de la comunidad internacional. Es así como el respeto y la promoción de la paz, la democracia y los derechos humanos pasan a ser conceptos esenciales en el discurso de la identidad regional.

El Comunicado de Brasilia es el primer documento que menciona a la democracia y a los derechos humanos como elementos centrales de una nueva identidad para Suramérica. Mediante este comunicado, los doce países independientes de la región, y que llegarían a ser miembros de UNASUR, enmarcan el nuevo siglo como un momento histórico y de vigor para Suramérica, dada "la consolidación progresiva de sus instituciones democráticas y sus compromisos con los derechos humanos" y su intención de "superarlas injusticias sociales y desarrollar a su gente" (2000: 1). Aunque el tema de la paz no está todavía dentro del discurso regional, es crítico entender este primer paso como un movimiento decisivo hacia la creación de una región más inclusiva, puesto que la consolidación de la democracia amplifica las voces del otro interno. Sin embargo, la introducción de estos elementos a la identidad regional plantea la cuestión de cómo asegurarse de que estos encajen con la realidad suramericana y sean realmente representativos. Después de todo, la paz, la democracia y los derechos humanos no son componentes exclusivos de Suramérica.

En este sentido, el Tratado Constitutivo de UNASUR (2008) comienza el proceso de adaptar los ideales de la paz, la democracia y los derechos humanos al contexto de Suramérica. Por lo tanto, vincula esto conceptos como elementos claves del objetivo de la UNASUR de reducir las desigualdades sociales en la región. En este sentido, vemos el surgimiento de conceptos como la participación social y la inclusión social dentro del marco de la promoción de la democracia. Del mismo modo, la seguridad social y el desarrollo humano son vinculados con la protección de los derechos humanos. Y la paz es entendida como la base de la integración y la prosperidad regional. Más aún, estos conceptos son incorporados como parte de los principios rectores de la oficina del Secretario General de la UNASUR, quien afirma que su misión es "preservar a América del Sur como una región de paz, consolidar la democracia y garantizar el pleno ejercicio de los derechos humanos" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 9). Si bien estos elementos son imprescindibles dentro de los objetivos de la UNASUR, es importante señalar que la adopción plena de estos mismos forma parte de una estrategia de reconocimiento internacional "consistente con los requisitos de las Naciones Unidas" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 23). Si bien la paz, la democracia y los derechos humanos son esenciales para la integración regional y permiten una mayor integración del otro interno, su incorporación es también influenciada por las demandas de la comunidad internacional.

Dentro de este marco, los principios adoptados han sido contextualizados para ser mejor entendidos en términos regionales. De esta manera, la paz ha sido reformulada por la UNASUR como una característica de una nueva Suramérica. La paz, en el contexto suramericano, es entendida como un privilegio frente a un mundo que está en constante alboroto debido a "conflictos étnicos, cruzadas religiosas, disputas fronterizas y escaramuzas propias de la vieja guerra fría" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 13). En este sentido, emerge una imagen de Suramérica como un refugio seguro en medio del conflicto internacional, lo que es atribuido al compromiso de los gobiernos de la marea rosa por mantener la región segura para el desarrollo de esta. Pese a la contextualización del concepto de la paz para la región, la UNASUR es consciente de que la falta de conflicto armado no significa que no vayan a surgir disputas en Suramérica. Sin embargo, existe un entendimiento de que, a través del diálogo, y al mejorar la participación social, los problemas que puedan existir podrán resolverse de manera pacífica.

Dado que la UNASUR es la principal defensora de esta nueva identidad para Suramérica, no debe sorprender que la democracia, como componente del suramericanismo, también sea adaptada a las realidades regionales. De esta manera, dado que la región estuvo plagada de regímenes dictatoriales durante la mayor parte del siglo XX, la recuperación de la democracia a partir de los años ochenta en la región es celebrada e incorporada como parte de la identidad que la define en este nuevo siglo. Sin embargo, el concepto de democracia va más allá de las elecciones libres; comprende también la responsabilidad del Estado para con sus ciudadanos y la participación social plena de la población. Esta definición de democracia es crítica, puesto que la dictadura en la región se rigió también por la supresión de la libertad de expresión y la persecución de opositores.

En este contexto, la UNASUR celebra la erradicación de las "dictaduras [y] del modelo neoliberal" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 34) de la región. Por lo tanto, el suramericanismo presupone la aceptación de la democracia como una condición para la buena gobernanza e intenta normalizarla asegurando que los suramericanos participen en esta activamente mediante el auspicio de misiones electorales en la región. De hecho, los comunicados de prensa de la UNASUR resaltan la importancia de dichas misiones como un medio para garantizar la transparencia, la eficiencia y la confiabilidad del proceso democrático en Suramérica. Además, dada la incorporación de la democracia como un principio común para la región, la creación de misiones electorales permite una mayor convergencia y cooperación, ya que los equipos electorales están compuestos por los "organismos electorales de cada estado miembro" (UNASUR, 2015, par. 3).

Sin embargo, la incorporación de la democracia como parte del suramericanismo va más allá de las urnas y se extiende en los procesos de participación social y diálogo político que lleva a cabo UNASUR a través de su propuesta para un parlamento y una ciudadanía regional. Si bien estos planes son todavía prematuros, la CAN y el MERCOSUR han desarrollado proyectos de participación social similares, pero con más claridad. Por ejemplo, la CAN, por medio de sus publicaciones, señala la importancia del diálogo entre gobiernos municipales, pueblos indígenas, sindicatos y sector privado para crear un proceso de integración económica, social y política que refleje los diferentes puntos de vista presentes en la región.

De un modo parecido, el MERCOSUR demuestra cómo su modelo de participación social ha evolucionado a lo largo de los años: si bien en un principio el sector privado era el único que participaba en consultas de integración regional, a partir de 2003 y más adelante, en 2010, se incluyó a diferentes actores sociales y organismos no gubernamentales dentro de las consultas de la organización. La apertura del MERCOSUR a otras perspectivas y a la participación social es resaltada por la creación de la Unidad de Apoyo a la Participación Social que tiene como misión mejorar las "dimensiones sociales y ciudadanas" (Unidad de Apoyo a la Participación Social, 2016: 9) de los proyectos de integración del MERCOSUR. Por ende, la inclusión de diferentes actores sociales dentro del margen de integración subraya la importancia que ambas organizaciones le otorgan al concepto de democracia, que sirve, no solo para crear un suramericanismo más representativo, sino también para lograr legitimidad dentro del marco internacional.

Por último, el respeto a los derechos humanos como parte del suramericanismo ha sido defendido y promovido por la UNASUR como un medio para disminuir las desigualdades sociales de la región. Dado que las discrepancias sociales de Suramérica suelen estar delineadas sobre la base de la raza y la cultura, la garantía de los derechos humanos sirve para "reducir las asimetrías, cerrar las brechas [y] proteger a las minorías" (Secretaría General de UNASUR, 2015a: 24). Por lo tanto, la inclusión de los derechos humanos como parte de la identidad inevitablemente permite que los grupos marginalizados tengan voz en los asuntos relacionados con la región y su integración. Este proceso es uno de largo plazo, pues busca reformar cómo la región y sus ciudadanos se entienden entre ellos mismos y a sí mismos. Por lo tanto, la incorporación de los derechos humanos como parte del suramericanismo es en gran parte un proceso con aspiraciones al futuro. No obstante, el objetivo de la UNASUR de asegurar que todos los suramericanos tengan acceso a niveles de vida dignos a través de la coordinación de políticas públicas en la región apunta a los inicios de una expansión general de los derechos humanos.

La importancia de los derechos humanos como parte del suramericanismo también se ha propagado en la CAN y el MERCOSUR, y es visible en la reforma de los objetivos y discurso de ambas organizaciones con respecto a la integración regional. En este contexto, se destacan los vínculos establecidos por la CAN con comunidades indígenas y afrodescendientes para demostrar el valor de la representación a nivel regional. Este tipo de acción afirmativa ha sido exitoso al menos en reformar la manera como los marginalizados se ven a sí mismos y entienden su posición social dentro de la organización. De hecho, representantes del Consejo de Afrodescendientes y Pueblos Indígenas indicaron que finalmente se sienten escuchados, vistos y como parte de la comunidad (Secretaría de la Comunidad Andina, 2014). Del mismo modo, el enfoque de MERCOSUR para la promoción de los derechos humanos es enmarcado como una oportunidad para la cooperación y la transferencia de conocimientos a nivel regional. En este sentido, la organización ha creado el Instituto de Políticas Públicas para los Derechos Humanos, que se dedica a la investigación, la creación de políticas públicas y la capacitación para fortalecer "áreas de protección y atención a grupos vulnerables" (MERCOSUR, 2016, par. 1).

En resumen, la incorporación de la paz, la democracia y los derechos humanos como parte del suramericanismo se puede entender en términos de una visión a largo plazo que tiene como propósito crear una mejor Suramérica acorde a las realidades regionales y las demandas internacionales. La inclusión de dichos componentes en el discurso de la identidad en Suramérica no debe ser sorprendente, ya que la región está en proceso de reformar lo que significa ser parte de una comunidad en conjunto. Asimismo, al vincular ideas como la paz, la democracia y los derechos humanos con la identidad regional, el suramericanismo se asegura de que el otro interno sea un participante pleno en la comunidad suramericana. Si bien estos conceptos no son autóctonos a la región como lo son la lucha y la geografía, su contextualización a la realidad regional permite su integración al suramericanismo como identidad.

 

DISCUSIÓN

Como se indicó a principios de esta investigación, el enfoque de las investigaciones académicas con relación a la marea rosa y UNASUR se ha limitado a entender la función de esta organización con respecto a la integración o cooperación regional. El debate de académicos como Sanahuja (2010), Baroni y Rubiolo (2010), y Ferrari-Filho (2014) se centra estrechamente en los puntos de vista ortodoxos de la integración basada en la retórica económica que valora a los mercados, las monedas comunes y el libre comercio. Por otro lado, investigadores como Riggirozzi y Grugel (2015), Herrero y Tussie (2015) y Briceño-Ruiz y Ribeiro-Hoffmann (2015) se aferran a una visión más amplia de la integración regional que busca la valorización y los logros sociales que se han emprendido en Suramérica mediante la UNASUR. Si bien este debate es importante, su dicotomía limita nuevos entendimientos de la influencia de organizaciones regionales como la UNASUR en materia de inclusión social e identidad regional. Sin importar si el trabajo de la UNASUR es categorizado como cooperación o integración, lo que es evidente es que ambos proyectos requieren nuevas perspectivas de unidad entre los habitantes de Suramérica para crear cohesión social.

De esta manera, esta investigación ha intentado, mediante un análisis de discurso, entender los efectos de la UNASUR durante el auge de la marea rosa. El análisis demuestra que es evidente que Suramérica, durante esta época, empezó un proceso de reforma de identidad regional. Esta nueva identidad, el suramericanismo, buscaba la incorporación del otro interno, es decir el indio y otras minorías marginalizadas en la región, para engendrar un sentido de unidad e integración representativa de la pluralidad suramericana. El uso de temas como la lucha, la geografía y la incorporación de conceptos como la paz, la democracia y los derechos humanos definen la nueva identidad y buscan dejar atrás al excluyente latinoamericanismo y su legado colonial y racial.

Sin embargo, este cambio no puede surgir de la nada. El suramericanismo toma del latinoamericanismo ciertos elementos para reformar cómo la región se ve a sí misma. Así, vemos que la lucha colonial, un elemento básico del latinoamericanismo como identidad, es desplazada a favor de la lucha más reciente que enfrentó Suramérica a manos de las políticas neoliberales. La incorporación de ejemplos contemporáneos de lucha es esencial para crear una región más cohesiva y para incluir a los marginados, ya que los efectos de la austeridad y la privatización fueron más pronunciados para estos. Por lo tanto, esta lucha contemporánea ayuda a vincular una nueva comunidad, ya que la memoria del neoliberalismo todavía está presente en la región. De la misma manera, al colocar a la geografía como un denominador común, el suramericanismo no solo abre los parámetros de inclusión, sino que también tiene un impacto real en la lucha política y social. Esta expansión del tejido social se caracteriza mejor por la inclusión activa de personas marginadas en organismos regionales como la UNASUR, la CAN y el MERCO SUR, que reconocen que una región unida no puede continuar excluyendo la diversidad de su población.

Así, mediante la promoción de la paz y el respeto de la democracia y los derechos humanos, el suramericanismo busca incorporar la importancia de la inclusión social. Si bien estos temas no son únicos para la región, estos resaltan la opresión y represión que Suramérica soportó durante el siglo XX bajo regímenes dictatoriales y destaca la importancia de estas instituciones para ser parte de la comunidad internacional. Por último, la relevancia de este análisis y los hallazgos de la investigación permiten una mejor comprensión de la influencia de la marea rosa en las relaciones sociales suramericanas. Además, nos llevan más allá de la dicotomía de las investigaciones académicas más establecidas, las cuales, si bien son importantes, no permiten una perspectiva más amplia de los efectos de UNASUR. En este contexto, teniendo en cuenta la transformación de la identidad regional, es más fácil determinar un marco para evaluar cambios adicionales en la identidad de Suramérica y cómo nuevos gobiernos interactúan con dichos cambios.

 

CONCLUSIÓN

El propósito de este estudio ha sido identificar cómo UNASUR contribuyó a la reformulación de la identidad regional suramericana. La base de dicho enfoque se encuentra en el cambio paradigmático que la región experimentó con la llegada de la marea rosa y el rechazo de la ortodoxia neoliberal a principios del siglo XXI. El análisis de discurso empleado en esta investigación tomó en cuenta la influencia de organizaciones regionales como la UNASUR, la CAN y el MERCOSUR durante el auge de la marea rosa. Además, incorporó una evaluación de literatura ficticia y no ficticia latinoamericana para entender mejor cómo la región es representada en forma pública.

Es evidente que la identidad regional ha sufrido una variedad de cambios. El más reciente es la transición del latinoamericanismo al suramericanismo a través de la UNASUR. Sin embargo, las investigaciones académicas enfocadas en la UNASUR y su legado aún no han podido trascender el debate de categorizar a la organización como un proyecto de cooperación o de integración, a pesar de oportunidades claras para ampliar el alcance de la investigación en este tema. Dada esta brecha en el ámbito académico, la investigación quiso demostrar cómo UNASUR actúa como un impulsor para la reformulación de la identidad, así como ilustrar cómo se construye el suramericanismo y lo que esto implica para la región.

En este sentido, no se puede ignorar la influencia de la marea rosa en Suramérica, puesto que el cambio iniciado por estos gobiernos produjo también una nueva forma de identificación regional. El desafío al neoliberalismo y el llamado a la reivindicación de los derechos sociales para el desarrollo suramericano fueron propagados de manera regional y crearon el clima político y social perfecto para que los marginados sean incluidos a una nueva visión de sociedad. Es en este contexto que UNASUR surge como una organización que desafía activamente la definición restringida de inclusión que conlleva el latinoamericanismo, proponiendo como remplazo al suramericanismo. Así, el surgimiento de temas unificadores como la lucha, la geografía y la incorporación de la paz, la democracia y los derechos humanos comienzan a utilizarse como conceptos para construir una identidad para todos; una que busca incorporar al otro interno y mantener al otro externo fuera de la región.

En resumen, el suramericanismo como una identidad reformada implica reinventar los parámetros de inclusión social para incorporar a aquellos que están en los márgenes de la sociedad. Este proceso de inclusión es logrado mediante la incorporación de derechos sociales, el desplazamiento de los vínculos raciales a favor de los geográficos y la garantía de esta expansión de la fábrica social a través de la inclusión de nociones de participación social, protección y armonía. De esta manera, el suramericanismo como identidad proporciona un nuevo marco para analizar las interacciones regionales que reconocen la pluralidad y complejidad de la América del Sur del siglo XXI.

Si bien este estudio se limita a un análisis del discurso de los tres organismos regionales principales de Suramérica, la relevancia de los hallazgos se encuentra en su capacidad de actuar como una rúbrica para evaluar el progreso regional y nacional en áreas de la inclusión y la integración. De hecho, el cambio paradigmático que experimentó Suramérica durante el auge de la marea rosa está llegando a su fin. A medida que nuevos gobiernos con distintas ideologías asumen el poder en toda la región, los componentes del suramericanismo como identidad son más importantes que nunca. Las nociones de lucha, geografía y la promoción y el respeto de la paz, la democracia y los derechos humanos serán, más que seguro, desafiadas por las nuevas tendencias políticas regionales. Sin embargo, después de más de una década de inclusión social y reformas a la identidad regional, no es muy probable que dichos desafíos sean desapercibidos por la población suramericana. El papel de futuros estudios en este tema es analizar cómo está evolucionando la identidad, qué tipo de pasos se están tomando a nivel regional y nacional para garantizar la inclusión social y cómo los movimientos sociales actuales están haciendo que los gobiernos rindan cuentas a las poblaciones y se asemejen a las aspiraciones del suramericanismo como identidad.

 

NOTAS

1  Conflicto de intereses: el autor declara no tener ningún tipo de conflicto de intereses que haya influido en su artículo.

2 Especializado en estudios internacionales y economía. Licenciado en artes y ciencias sociales, Simon Fraser University (SFU), Vancouver, Canadá. E-mail: nicolas.tellez.espana@gmail.com

 

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