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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.34 La Paz feb. 2014

 

SELECCION DE TEXTOS DE SALVADOR ROMERO PITTARI SOBRE HISTORIA INTELECTUAL

 

Notas sobre el paradigma sociológico de A. Touraine1

 

 


 

 

Es ya un lugar común señalar que la noción de teoría tiene en la sociología contemporánea una multiplicidad de significados. En un conocido pasaje de Social Theory and Social Structure2, R. K. Merton en 1949 llamó pronto la atención sobre el uso poco sistemático de este término, al cual se recurría para designar una variedad de actividades en la tarea del sociólogo que comprendían la metodología, las ideas rectoras, el análisis de conceptos, las interpretacionespost-factum, las generalizaciones empíricas, la derivación y codificación y, finalmente, la teoría propiamente dicha.

¿Qué rasgos caracterizan a dicha teoría? Siguiendo a R. K. Merton éstas son:

1)    La presencia de conceptos lógicamente conectados y con suficiente especificidad para que se apliquen a una gama determinada de fenómenos y admitan verificación empírica.

2)    Un principio racional de explicación que permita predecir y no sólo extrapolar empíricamente.

3)    Una precisión adecuada para ser definitiva y verificable.

4)    La coherencia interna.

5) La fertilidad para derivar leyes científicas que sean formulaciones de invariancia3.

En resumen, R.K. Merton reserva este término para referirse a un conjunto de proposiciones lógicamente interrelacionadas y concordantes con observaciones empíricas.

Si se adopta esta definición estricta de teoría, pasando por alto la dificultad de fijar con precisión las distinciones que establece R.K. Merton, es evidente que muy pocas construcciones sociológicas responden a estos criterios.

La mayoría de lo que circula bajo el nombre de teoría introduce parte de aquellos requerimientos, unidos a descripciones más ilustrativas que verificativas, con escaso alcance predictivo y juicios de distinta naturaleza.

El problema se complica por la popularización de los términos de "modelo" y "paradigma" que ciertos autores no diferencian de la teoría. En cambio, para otros como D. Willer, el modelo teórico constituye un estadio de ideas previo para llegar a la teoría estricta y se define, de acuerdo a dicho autor, como un conjunto de conceptos explicativos de la naturaleza de un fenómeno en base a la similaridad, cuyo fin es el de proporcionar los términos y relaciones para captar el fenómeno que, una vez depurados y validados se transformarían en un cuerpo teórico en el sentido estricto4.

El modelo, funcionalmente próximo a la teoría, se diferenciaría de ésta tanto por su débil apoyo empírico cuanto por la menor coherencia lógica e imprecisión de sus elementos constituyentes.

R. Boudon recurre a la palabra de "paradigma" en una acepción que ofrece cierta similitud con el concepto de modelo como ha sido caracterizado antes, y lo define como un conjunto de proposiciones primarias de donde derivan las proposiciones que someterán a la prueba de los hechos, sin que esta "extracción" siga un patrón deductivo5.

De manera más general, T.S. Kuhn llama un "paradigma" a una estructura mental consciente o preconsciente que posibilita aproximarse a la realidad antes que estudiarla a fondo6. En ausencia de una organización de la percepción no se podría distinguir en la infinita riqueza de la realidad aquello que tiene interés de lo que está desprovisto de él. El paradigma no es en sí verdadero ni falso y tal vez esta cuestión carezca de importancia, pues su función radica en suministrar elementos para el planteamiento del problema, en guiar la selección de hechos relevantes. El paradigma precede a la teoría, pero algunos de sus elementos constituyentes pueden dar origen a ella mediante el proceso de precisar y sistematizar los conceptos, a fin de permitir su contrastación empírica.

El paradigma o el modelo, al igual que la teoría, permite una aprehensión de la realidad en base a un punto de vista o estructura de conceptos que, a diferencia de la teoría estricta, no tiene una organización explícita y que, por lo tanto, no ha sufrido la prueba de los hechos, incapaz de proporcionar hipótesis claras y falsables en el sentido de K. Popper.

La mayoría de las denominadas teorías sociológicas constituyen en realidad paradigmas o modelos en el sentido aquí señalado, aunque no sería correcto reducirlas todas a un solo paradigma. Ellas corresponden a varios tipos. Clasificarlas y descubrir sus funciones excedería los límites de este trabajo7.

La literatura sociológica contemporánea no abunda ni en teorías ni en paradigmas destinados a la comprensión de las sociedades globales. Al contrario, la práctica actual de la sociología sigue otros rumbos más cerca de C.W. Mills y su invitación al uso imaginativo de las ideas sociales, al desarrollo de la artesanía intelectual que de T. Parson y su Sistema Social. Los paradigmas dominantes que los podríamos reducir, de manera muy grosera, a las dos corrientes conocidas como la estructural-funcionalista y la mar-xista han sido objeto de severas críticas y en la actualidad es un tema socorrido referirse a su crisis. Sin embargo, no han faltado intentos de definir nuevas aproximaciones a los fenómenos sociales en su globalidad que, conscientes tanto de los obstáculos que enfrenta la praxis del sociólogo cuan-to de los límites de las categorías del pensamiento social dominante, intentan redefinir la acción de aquel, no menos que "el objeto real de su conocimiento". Uno de estos ensayos del cual vamos a ocupamos en las páginas que siguen es el del profesor A. Touraine. Su obra inicial y reciente se encuadra en los esfuerzos de elaboración intelectual, ya visibles a principios de los años sesenta8, que han pretendido superar las insuficiencias y aún contradicciones de las "teorías" de la primera mitad del siglo, en particular del funcionalismo y del marxismo, para mencionar sólo las dos escuelas arriba citadas y de mayor influencia en la sociología contemporánea, con respecto a las cuales este autor mostrará la originalidad de su propósito.

Para comprender la obra de A. Touraine conviene situarla, así sea brevemente, con relación a los planteamientos que intenta dejar atrás. La crítica tourainiana del estructuro-funcionalismo, enfoque centrado alrededor de la explicación del problema del orden en la sociedad, se encamina a mostrar su insuficiencia teórica para responder por el surgimiento de los valores que fundan la legitimidad del orden social. Los valores aparecen en el estructuro-funcionalismo como principio de legitimidad, de orientación del sistema social y como motivación de los actores. De esta manera se explica la reproducción de la sociedad, pero ¿cómo se explica el cambio? ¿acaso se reduce aquella sólo a repetir lo establecido, a afirmar los mismos valores y normas en las cuales éstos se encarnan? Ciertamente no. La sociedad es capaz de transformarse, de innovar, de crear nuevas orientaciones para las prácticas sociales.

La tesis de A. Touraine sostiene que la sociología debe ir más allá del estudio del funcionamiento de la sociedad, de sus condiciones de existencia y equilibrio, procurando responder por la razón de ser del sistema social.

No hay duda que existen diferencias entre los primeros trabajos de A. Touraine y los últimos. Sin embargo, en este ensayo vamos a insistir más en la continuidad que en la ruptura. Idéntica intención de aprehender los fenómenos sociales en su totalidad, de descubrir la dinámica de la transformación subyace en su primera obra sistemática Sociología de la Acción9 y en la última Producción de la Sociedad10. El tema dominante de la primera obra es el trabajo, acción teóricamente privilegiada en el sentido de K. Marx; capaz de transformar a la naturaleza y al propio hombre. El trabajo, responsabilidad más colectiva que individual, por su doble exigencia de creación de obras y control de lo producido no remite a nada fuera de sí. A través de él se crea el sentido, motivo por el cual constituye la verdadera acción social, aquella que no responde exclusivamente a los valores e instituciones existentes y más bien encarna las fuerzas productoras de historia, generadoras de ruptura, en especial cuando constituyen un movimiento social. La doble exigencia del trabajo trasciende a las sociedades concretas, aunque él se realiza históricamente y varía socialmente de acuerdo al grado de dependencia del hombre respecto a la naturaleza. Igualmente las mediaciones institucionales que se establecen entre el acto de creación y el de control difieren siguiendo la complejidad de las organizaciones concretas. El "Movimiento Social", uno de los conceptos de la sociología de A. Touraine que ha orientado numerosos estudios empíricos, representa el agente de las transformaciones y permite explicar el paso de un ordenamiento institucional a otro. No como fruto de una evolución natural de la sociedad sino como resultado de una acción colectiva, de un movimiento que se opone a las alienaciones de una situación, a los obstáculos de la organización que privan al trabajador de su calidad de creador, es decir, un proyecto de reivindicación social orientado por la doble exigencia de creación y control. Un movimiento social parte de una sociedad concreta para recaer sobre ella misma modificándola, como efecto de su acción. La obra posterior de A. Touraine, no licencia el tema del trabajo, de la acción social, pero se centra más en las relaciones y tensiones del sistema de acción histórica. Este término abre un campo teórico para comprender cómo las sociedades globales se forman y se transforman, pero además ambiciona definir una nueva metodología para el sociólogo en el mundo actual: la intervención sociológica11 que intenta descubrir las relaciones sociales, los antagonismos entre actores detrás de las prácticas organizadas, de la opacidad de las ideologías, incitando al grupo-actor a un autoanálisis revelador del sentido de su lucha12. Hallar el proyecto del actor detrás del disfraz del discurso y del poder, devolviéndolo a la praxis con una conciencia más clara de su posibilidad.

El interés de estos planteamientos no podría desviarnos de nuestra intención de presentar aquí la teoría de A. Touraine tal como aparece en sus obras recientes y, en especial, en la "Production de la Société". Allí los conceptos y la reflexión se ordenan alrededor de las sociedades globales, sus diversos niveles y jerarquías, considerándolos no como un sistema de equilibrio, menos aún como una situación o una intención, antes bien "como un drama en el cual los conflictos por la historicidad penetran el poder y la organización, definiendo para los actores un campo de relaciones que los constituye en tales y da sentido a sus actos". Esta concepción se nutre de la experiencia del surgimiento de las sociedades industriales y más tarde post-industriales en las cuales aparece con claridad la capacidad interna de alterar las normas y los valores, para adaptarse a cambios de dentro y de friera, más aún de producir los principios rectores para sus prácticas.

El examen de la crítica que A. Touraine hace del estructuro-funcionalismo nos ha conducido, más allá de la intención original, a destacar algunos de los temas centrales de su sociología; conviene volver al propósito primero y señalar algunas de las críticas que este autor dirige a las corrientes marxistas para completar de esta suerte la introducción al pensamiento tourainiano.

La sociología apareció en el momento en que la Revolución Francesa y la industrialización hacían retroceder los privilegios del orden tradicional, como un intento por comprender las formas de alienación que las transformaciones imponían a los hombres. Opuesto a ese tipo de análisis, el marxismo desarrolló una concepción de la sociología para una sociedad, que si bien había liberado las fuerzas productivas de las tradiciones del antiguo régimen, no se concebía aún como fruto exclusivo de su propio esfuerzo y aparecía todavía bajo el control de los garantes meta sociales del orden que en este caso eran la evolución y el progreso. K. Marx estableció categorías para la comprensión del régimen capitalista, separando el análisis del sistema económico del de los movimientos sociales13. La separación de la esfera económica de la de los actores impide explicar las conductas colectivas de cambio, pues o se vuelve a una vaga filosofía de corte idealista donde los hombres buscan valores pre-existentes (la justicia, la libertad, la felicidad) o "no se reconoce en los conductos más que el efecto de la crisis, de las contradicciones, del crecimiento del sistema"14. En ambos casos el sentido de la acción viene dado desde el exterior, con independencia de sus protagonistas. Igualmente reprocha a ciertas versiones del marxismo cargar el peso de la explicación del cambio en las fuerzas productivas, en el desarrollo de la tecnología. Pero ¿Qué son estas fuerzas? Según A. Touraine en algunos casos se las concibe como un mundo autónomo, como un conjunto de presiones al cual la sociedad, tenida como un actor más, se adapta o sucumbe. En otros, ellas expresan la voluntad prometéica de los hombres. En la primera concepción, la técnica aparece como una fuerza constitutiva de la realidad social, aunque incapaz de dar razón de la variedad de formas de organización histórica que corresponden a un momento de la tecnología. En la segunda, concebida la técnica como un medio poderoso al servicio de intenciones, resulta inadecuada para cumplir su función en el análisis, puesto que ella pertenece al orden de los medios y, en consecuencia, no puede determinar las decisiones y, con mayor razón, la organización social15.

En esta toma de posición respecto a los paradigmas vigentes en Sociología, A. Touraine no desconoce el aporte de ellos al conocimiento de los fenómenos sociales, más tampoco disimula sus límites. Una vez circunscrito el campo de aplicación de aquellos, desarrolla sus propias ideas para las cuales reserva el lugar central en el análisis sociológico.

¿Cuál es el objeto de la Sociología? La respuesta que proporciona A. Touraine a esta pregunta es simplemente: "Comprender cómo opera la acción de la sociedad sobre sí misma". La originalidad de la empresa aparece cierta cuando se recuerda que dos ideas fuerza, heredadas del paradigma de conocimiento del Siglo XIX, dominaron los enfoques sociales aún vigentes: el evolucionismo y el organicismo. Ambas se fundieron en la sociología denominada funcionalista pero a las cuales el marxismo tampoco escapó. Hasta ahora las representaciones de la sociedad, sin separar con claridad la metáfora de la realidad óntica, aceptaron la idea de que los hechos sociales están gobernados por un orden superior, que los trasciende y que los explica llamado por A. Touraine "el garante meta-social del orden". Este revistió distintas modalidades como la religión, la política, lo económico o la idea de progreso.

La sociología no puede subordinarse al conocimiento de un orden su-pra-social o de la naturaleza de lo social16. Su interrogación debe referirse principalmente a su funcionamiento, formas de organización y cambio. El punto de partida está dado por el reconocimiento de que la sociedad no se reduce a un conjunto de mecanismos de equilibrio y control, que no es equiparable con un organismo que preserva un orden. Es más bien un sistema capaz de transformar su funcionamiento, de crear sus propias orientaciones a partir de su actividad17. La sociología resulta así una teoría acerca de la capacidad de la sociedad para actuar sobre sí misma, de la acción que ejerce ella sobre sí a través de las relaciones sociales18.

Aquí aparece la idea clave del enfoque de A. Touraine, la sociedad es producto de su propia acción, ella se crea, no por obra de una divinidad o de leyes inmanentes de la naturaleza o, como quisieran otros, de la historia, sino por sí misma, es decir, por medio de las relaciones sociales. De allí que el objeto final de la reflexión sociológica sean estas relaciones sociales; objeto evasivo, sin embargo, ya que él no constituye un dato inmediato de observación, aparece al analista recubierto por la regla, el discurso, la ideología19. Hay pues que romper las categorías de la interpretación que hacen parte de las categorías de la práctica social, "arrancar los hechos sociológicos de los hechos sociales en los cuales se encuentran encerrados"20. En efecto, el sentido de una conducta no puede confundir se con la convicción ideológica del actor, ni con el determinismo de la situación. Tampoco consiste en explicar lo subjetivo por lo objetivo o viceversa. El sentido de una conducta está determinado por la naturaleza de las relaciones sociales en los cuales se encuentra situado el actor. Se trata menos de una "definición positiva que de una afirmación crítica", ella recuerda que el actor no pre-existe a la relación, pues ésta instituye al actor en cuanto tal. Personajes y Acciones no pueden ser comprendidos fuera del sistema del que hacen parte.

A. Touraine reconoce tres grandes categorías de relaciones sociales: de clase, de influencia o poder, y de diferenciación funcional. Cada una de ellas funda una forma de interacción determinada por un cierto tipo de intervención de la sociedad sobre sí misma, es decir, establece un campo. No todos los campos son de la misma naturaleza. Así la sociedad aparece como un conjunto jerarquizado de sistemas de acción, de relaciones sociales entre actores con intereses contrapuestos, pero incluidos en el mismo campo, ya que comparten las mismas orientaciones y luchan por controlar el mismo objeto en disputa21.

El primer sistema corresponde a la organización, allí los actores se definen por un conjunto de normas y de principios de estratificación. El segundo, a lo político e institucional, en él los actores se constituyen por su posición y papel respecto a la elaboración de decisiones. Por último, el sistema más elevado pertenece a la historicidad. Los actores son las clases en lucha por la apropiación de las orientaciones de la sociedad, por el sentido que ella da a sus prácticas22. El resultado de las relaciones de clase es una forma de dominio que circunscribe y penetra el campo político e institucional y separa a los actores en novadores y opositores, asimismo se manifiesta en leyes, reglamentos, etc., que determinan las modalidades de la organización y, en consecuencia, los papeles y status sociales.

El análisis apunta a descubrir, por una parte, cómo la historicidad ejerce una toma (emprise) sobre el funcionamiento de la sociedad definiendo diferentes estados de los sistemas de relaciones sociales y, por otro, cómo a éstos corresponden conductas que crean una historicidad diferente. La relación entre la acción social y la historicidad se expresa como una circularidad. Imagen clara, salvo que pueda esconder las tensiones y rupturas involucradas en el proceso. La historicidad se forma a partir de un estado de la actividad social que a su vez resulta de la penetración de los conflictos de clase y de las orientaciones socio-culturales regidas por la historicidad en los recursos y medios de la colectividad23. El intento de explicar por separado el movimiento, es decir, el surgimiento de sistemas sociales diferentes, y el funcionamiento de ellos, vale decir, el orden, llevó a la sociología a introducir en el análisis las ideologías, los garantes meta-sociales. El concepto de historicidad responde a la necesidad de expulsar de la sociología todo recurso a factores explicativos extra-sociales. "La sociedad es lo que ella se hace a partir de lo que ella es"24.

La circularidad es, pues, el precio a pagar para evitar caer en las trampas del idealismo. La sociedad aparece así dividida entre las fuerzas que la arrastran a la transformación, al cambio y aquellas que aseguran su funcionamiento, su reproducción. Las conductas sincrónicas son aquellas que la hacen funcionar recreando un estado de la historicidad. Las conductas diacrónicas, al contrario, son las que explican el paso de un sistema de historicidad a otro25.

La concepción que A. Touraine ofrece de la sociedad afirma que ésta produce las categorías de su práctica, su ser, su funcionamiento, pero a la vez se divide de ella misma, se distancia de sí. Una parte de la sociedad actúa sobre el conjunto del sistema ¿Cómo se produce tal transformación? La respuesta viene dada por la historicidad que no es una idea, ni un mecanismo sino una acción social creadora, definida por la interacción de tres componentes:

1) Un modo de acumulación. Toda colectividad humana produce un excedente económico, es decir, toma una parte del producto consumible y lo invierte en obras que reflejan la idea que la sociedad se hace de su capacidad de operar26.

La presencia de ese excedente da a la historicidad sus medios de acción a la vezque obliga al conjunto social a administrarlo, de donde surge un conflicto de clase. Toda sociedad que acumula una parte de su producción económica está dividida por un antagonismo de clase, sólo existen sociedades sin clase allí donde la producción y el consumo se igualan completamente.

Hay una sucesión de formas de acumulación en las sociedades desde aquellas que acumulan los productos de la tierra o la tuerza de trabajo, pasando por las que acumulan medios de cambio, luego capital en la organización del trabajo, como sucede en las fábricas del período capitalista, hasta llegar, en las sociedades más avanzadas, a la acumulación de la capacidad de crear, es decir de conocimientos científicos y tecnología. Las modalidades de acumulación determinan el tipo de relación entre las clases.

2)    Un modo de conocimiento definido como la construcción cultural del vínculo entre el hombre y la naturaleza que permite a la sociedad tomar una distancia respecto al medio físico en el cual se encuentra, desarrollando maneras de obrar y técnicas, o dicho en los términos de S. Moscovici, que A. Touraine gusta citar, haciendo de la naturaleza una definición cultural de la materia27. El conocimiento trasciende la actividad económica, resulta indispensable a todo sistema de trabajo que implica una aprehensión cultural-práctica de las relaciones entre la sociedad y su medio material.

3)    El modelo cultural. La acumulación y el conocimiento generan una creatividad que es captada culturalmente por la sociedad. A esta idea de la creatividad humana que cada colectividad se forma, A. Touraine denomina el modelo cultural o, a veces, modelo ético. Este comprende, por una parte, la imagen de la capacidad de acumulación, por tanto, de las relaciones de clases sociales y, por otra, la imagen del conocimiento, es decir de la definición cultural de la materia. La capacidad de crear de una sociedad carecería de eficacia social, de posibilidad de orientar las prácticas sociales si no fuera aprehendida culturalmente por una colectividad. Por este motivo, el modelo cultural constituye el campo de práctica social, denominado sistema de acción histórica.

El modelo cultural no se confunde con la ideología, ésta pertenece a los actores particulares, a las clases, aquél corresponde a una sociedad global. Los actores se enfrentan en el interior de un modelo cultural, que no se equipara con un sistema axiológico, con los juicios de valor sobre lo bueno y lo malo. El modelo cultural produce un campo de intervención de la sociedad sobre sí, disputado por los actores.

Las tres dimensiones de la historicidad definen lo propio de una sociedad que desborda su funcionamiento para producir las orientaciones de sus prácticas, para crear un sentido social. Pero al mismo tiempo la historicidad constituye a los actores en clases o, más claramente, la distancia que la sociedad toma respecto a su funcionamiento hace que una parte de ella se identifique con la historicidad, la tome a su cargo basando en ella el poder y el privilegio, y la otra parte reaccione contra la dominación buscando retomar el control de la historicidad. Así el actuar de la sociedad sobre sí misma y la división en clases aparecen como las dos caras de una misma moneda.

Los actores se enfrentan por controlar uno u otro campo de relaciones sociales. Aquellos conflictos que corresponden a la pretensión de dirigir la historicidad comandan los otros campos de relaciones sociales o niveles de la realidad, lo que permite afirmar a A. Touraine que los antagonismos de clase no derivan únicamente de las relaciones sociales de producción, sino y principalmente de la producción de la sociedad por sí misma, del control de la historicidad. La sociedad se muestra de esta manera como una red de relaciones sociales organizadas alrededor de las oposiciones por la apropiación de la historicidad, del sistema político e institucional, y del organizacional.

Todo conjunto humano dotado de historicidad genera orientaciones de la acción que son asumidas por las clases, aún más produce la división de clases, es decir, un sistema de acción histórica. Este puede ser caracterizado en términos simples como un sistema de enlace entre orientaciones complementarias y opuestas que vinculan la historicidad y el funcionamiento de la sociedad.

Relación y contraposición, en primer lugar, entre un movimiento por el cambio de un sistema y su establecimiento en un orden, superación del funcionamiento social y fundación de categorías de la práctica social; luego entre los fines que los actores-pretendan alcanzar y los medios adaptados a ellos y finalmente entre los principios de organización social (determinación de las relaciones sociales) y los principios de orientación cultural (aprehensión cultural del medio material).

El sistema de acción histórico introduce la historicidad en el funcionamiento de la sociedad, evitando, de esta suerte, reducir la historicidad a una mera reflexión de la sociedad sobre sí, de allí las tensiones que desgarran a esta última. El produce los elementos que orientan las prácticas sociales y permite comprender que dichas prácticas se determinan menos por leyes internas o por las exigencias naturales de la vida social que por los recursos movilizados al servicio de un modelo cultural28. El conjunto de oposiciones y complementariedades que lo constituye define un modo de penetración de la historicidad en las prácticas sociales o, más precisamente, un conjunto de orientaciones socioculturales rigiendo las formas de trabajo, la actividad económica.

La combinación de esas orientaciones conforma el sistema de acción histórica y precisa sus elementos que son los siguientes:

a)    El modelo cultural, definido en el nivel de la historicidad, reaparece en el sistema de acción histórica porque como imagen de la creatividad arrastra a la sociedad hacia el movimiento y al empleo de los recursos acumulados, pero él es una orientación, una finalidad y no un recurso, movimiento no orden, cultura no sociedad. El modelo cultural hace posible que la acumulación y el conocimiento (la creatividad) orienten la acción histórica.

b)    La movilización completa el modelo cultural, al permitir colocar los recursos al servicio de los fines propuestos por el modelo, otorga un contenido a la transformación de la sociedad.

c)    La jerarquía social. La existencia de un excedente económico se traduce en toda sociedad en la aparición de la desigualdad que distribuye a los actores en una escala de jerarquía. Esta se coloca al lado del orden, opuesto al movimiento. Principio de distribución antes que recurso. A cada modelo cultural corresponde un tipo de jerarquía.

d)    Las necesidades. La historicidad determina, junto al principio de repartición y la escala de desigualdades, el modelo de consumo, es decir la definición de la necesidad cultural y no social, perteneciente al campo de los recursos y no de los fines u orientaciones y, en consecuencia, complemento de la jerarquía en el lado del orden.

Un sencillo cuadro permitirá visualizar mejor las orientaciones y elementos del sistema de acción histórico.

No se trata de una descripción del funcionamiento de una sociedad sino de orientaciones socio-culturales a través de las cuales la historicidad dirige y controla la práctica social y que constituyen un sistema en el cual la naturaleza de cada uno de los elementos se define por el lugar que ocupa en el conjunto, a la vez complementario y opuesto.

Los elementos del sistema de acción histórica son de naturaleza analítica pero corresponden a elementos de la actividad económica. El modelo cultural corresponde a la producción, la movilización a la organización del trabajo, la jerarquía al reparto y las necesidades al consumo. Unos y otros elementos no se recubren completamente, pues vale la pena destacar que el sistema de acción histórica constituye las orientaciones que arrastran la sociedad más allá de su funcionamiento y no se confunden con esta última en su realidad concreta29.

A. Touraine reconoce cuatro tipos principales de sistemas de acción histórica nombrados de acuerdo a las características de la actividad predominante. Cada sistema da lugar a diferentes relaciones sociales que concluyen por transformarlo en su sentido y en sus prácticas. Dichos sistemas son los de la sociedad agraria, mercantil, industrial y programada.

Describamos brevemente cada una de ellas:

1.    El Sistema de acción histórica agraria, donde la religión funda el modelo cultural, se caracteriza por tener una acumulación débil en la cual se reserva una parte del producto para semillas y para reproducir la fuerza de trabajo. La jerarquía se establece en tomo a la función desempeñada por los grupos étnicos, de edad y sexo; la movilización se efectúa en base a criterios de status. Finalmente, las necesidades están regidas por los recursos naturales que se pueden desarrollar.

2.    El Sistema de acción histórico mercantil se organiza alrededor de la acumulación de medios de cambio, vale decir del dinero. El modelo cultural se relaciona con el aumento del intercambio y se otorga al Estado el fin esencial de orientar la sociedad hacia el Progreso, concebido como el desarrollo de la circulación y el reparto del dinero. La jerarquía se apoya sobre la propiedad y la movilización se centra en el establecimiento de mercados. Las necesidades se definen siguiendo las exigencias de grupos de status formados por el lugar relativo que se ocupa en el proceso de intercambio.

3.    El Sistema de acción histórica industrial aparece con la penetración de las inversiones en la organización del trabajo, en medios de producción. El modelo cultural reposa en una concepción del crecimiento constante de las fuerzas productivas, de donde resulta una movilización fundada en la capacidad de racionalizar la producción. Por su parte, la jerarquía se liga a la organización del trabajo: es el nivel de autoridad, ejecutante o mando medio que define la posición social. De esta modalidad de jerarquizar deriva la definición de necesidad dominada por la idea de ahorro que obliga a los integrantes de cada nivel a no consumir para invertir, a no estudiar para trabajar, evitar todo lo que es juego o sexo. La diversión aparece como reprensible, peligrosa30.

4.    El Sistema de acción histórica programado (Post-industrial) en el que la acumulación se basa en la capacidad de producir trabajo, es decir en el conocimiento científico y tecnológico. El modelo cultural, por pri-mera vez liberado de los garantes meta-sociales, se refiere a la creatividad misma, a la capacidad de la sociedad de actuar sobre sí, gracias al conocimiento y a la técnica. La movilización, en consecuencia, se funda en una organización del trabajo por objetivos que no busca establecer el orden sino favorecer el cambio. La jerarquía deriva de la capacidad de controlar la información, de allí el triunfo del mérito. La necesidad es un consumo que apunta a satisfacer el gozo del cuerpo, a ampliar la participación en la cultura, en el conocimiento, en la vida del trabajo y de la colectividad.

El sistema de acción histórica produce por sus tensiones y en especial por la dinámica de la acumulación, el surgimiento de actores sociales escindidos en clases. Ni la acumulación ni el modelo cultural pueden ser manejados por la totalidad de los componentes de la sociedad. Un conflicto alrededor del excedente económico y de las orientaciones del Sistema de acción histórica divide las clases que se vuelven portadoras de la historicidad.

La clase superior es el "agente del Modelo cultural y de la inversión". Clase dirigente por su impulso transformador, clase dominadora porque confunde las orientaciones propias a la totalidad con sus intereses y pretende dominar al resto de la sociedad. Frente a ella la clase inferior opone sus intereses particulares, en búsqueda de una mejora relativa en el orden vigente, a una dominación que se manifiesta como general, en ese sentido se define como defensiva, pero en cuanto invoca el modelo cultural, la acumulación y el conocimiento contra las pretensiones de la clase dominante, se pone como ofensiva.

Las dos clases expresan una doble dialéctica porque una y otra presentan al mismo tiempo orientaciones hacia el cambio, hacia los elementos de movimiento del Sistema de acción histórica y hacia el orden, hacia la preservación de lo establecido. El conflicto enfrenta directamente una clase a la otra y, a la vez, está mediado por el intento de apoderarse del Sistema de acción histórica que constituye el objeto mismo del conflicto, razón por la cual, como se señaló, la relación de clase trasciende el campo económico, la acumulación, para poner en juego la totalidad de la historicidad. El Sistema de acción histórica impulsado por las clases, rige y penetra la sociedad histórica constituida por un sistema político e institucio-nal y otro organizacional.

El primero, como se dijo, se establece alrededor de las relaciones de actores que participan en la elaboración de decisiones. Es autónomo respecto al Sistema de acción histórica porque la riqueza concreta de sus componentes, no corresponde plenamente a las orientaciones de la historicidad, pero está subordinado a ellas y al estado de dominación impuesto por la clase dirigente. El Sistema de organización social, por su parte, constituye con cierta autonomía relaciones de rol y posición, aunque ellas están sometidas al poder político del cual deriva la autoridad y las normas que las rigen.

Los sistemas conforman en la sociedad una jerarquía comandada de arriba a abajo por las presiones que el nivel superior impone al inferior31. Dicho en otros términos, las orientaciones del Sistema de acción histórica, asumidos por el conflicto de clases, encuentran manifestación histórica concreta en la medida en que se institucionalizan en mecanismos específicos de funcionamiento social: formas de poder y de organización en las cuales se materializa el antagonismo de clases. Conviene añadir que una sociedad particular en la cual los actores en pugna buscan plasmar la historicidad arrastra un pasado que pone su sello específico al pasaje de la historicidad a lo histórico "forzando a las clases sociales a actuar en un campo ocupado por la historia"32.

La presencia de una mayor o menor heterogeneidad social resultado de la impronta dejada en las instituciones políticas, en la organización y en los actores de una sociedad por el paso de diversos sistemas de acción histórica no del todo desaparecidos, al igual que la dinámica de relaciones internacionales que circunscriben un campo de dominación o de dependencia, son circunstancias que explican la manera cómo la historicidad ejercerá concretamente su influencia sobre el orden político, institucional y organizacional.

El Sistema político e institucional constituye el lugar donde las orientaciones del Sistema de acción histórica se transforman en decisiones, donde las oposiciones de los actores se canalizan en mecanismos de negociación, en el cuadro de una dominación social dotada de aparatos coerci-tivos y de integración. En él las clases se convierten en tuerzas políticas en competencia por influir en las decisiones políticas que se materializan en leyes legítimas y aplicables dentro de una unidad social concreta.

El funcionamiento de este sistema pone en marcha otro actor social: el Estado, visible especialmente en el gobierno, que en ciertas ocasiones puede jugar el papel central en la transformación. El Sistema Político e Institucional define la razón de ser de las relaciones de influencia política cuya variedad abarca de la competencia abierta a la hegemonía secante.

Por debajo del anterior sistema, aparece la organización social, unidad concreta, caracterizada por una heterogeneidad interna e intercambios con el medio circundante. En ella las decisiones del sistema anterior se trocan en normas legítimas. Los actores interactúan aquí siguiendo los roles y status buscando manejar a su favor la autoridad funcional. El Poder enfrenta en el sistema organizacional las restricciones internas de la naturaleza de los recursos, del estado de las técnicas y conocimientos, de las formas de organización pasadas, y de las restricciones externas derivadas de la posición relativa de la organización en sus intercambios con otras sociedades.

La historicidad penetra en el funcionamiento de la sociedad definiendo campos de relación social. Cada estado de funcionamiento de esos campos permite el surgimiento de conductas que reproducen la historicidad existente o producen un nuevo tipo de historicidad, es decir, conductas sincrónicas o diacrónicas.

El pasaje de la historicidad en los conjuntos concretos constituye una suerte de institucionalización, pero que no es jamás completa, siempre subsisten áreas de ilegalidad atacadas por los mecanismos de control social propios de cada nivel y del estado de los sistemas, sin llegar a eliminarlos completamente, produciendo conductas ilegales con relación al orden dominante, pero que pueden ser novedosas en el sentido en que anticipan una nueva historia. La conducta social no queda definida sólo por su referencia a una norma, a un poder, ella también apunta a controlar un campo de relaciones, a un conflicto de intereses. Hay una lucha por dominar los distintos niveles de sistemas o campos de relaciones, siendo el más importante de los conflictos el que se da alrededor de la producción de la sociedad por sí misma.

Ahora aparece con claridad la razón de definir la sociología como el estudio de las relaciones sociales que ponen en juego directamente la historicidad, de las oposiciones entre actores por el cambio social, particularmente visible en los movimientos sociales. Estas acciones colectivas se dan en un campo que, las constituye como actores al mismo tiempo que circunscribe la naturaleza del conflicto que, en las luchas del nivel más elevado, es la historicidad, las decisiones políticas en el intermedio y, en fin, la autoridad funcional en la organización. En ausencia de ese campo, los adversarios no podrían reconocerse como tales, no hablarían el mismo lenguaje, no podrían debatir ni combatir33.

Un movimiento social resulta de la combinación de tres principios de identidad, oposición y totalidad. El primero define al actor mismo, en qué términos se percibe, a nombre de quiénes se realiza la movilización. Con frecuencia los actores reclutan sus integrantes entre los que se sienten perjudicados por la organización, por el sistema político, por las jerarquías, etc. Así, un movimiento social puede hablar por los pobres, es decir, de una posición económica; otro por los dependientes, es decir, de aquellos que están excluidos de la toma de decisiones; un tercero por los que afirman su identidad cultural o social. De todas maneras el conflicto mismo no es ajeno a la definición del actor.

El segundo, el principio de oposición es la caracterización del adversario: el conflicto hace surgir el contendiente y las modalidades de como se lo aprehende, forma también identidad de los actores en presencia.

El movimiento social, va más allá del enfrentamiento con el adversario, posee un principio de totalidad que es la referencia al Sistema de acción histórica, sin la cual el motivo del enfrentamiento caería en la esfera de lo privado, carente de importancia social. Si bien la totalidad hace que el movimiento comprometa el destino de la sociedad, no quiere decir que sea necesariamente global, puede apuntar a sólo una de las orientaciones de la historicidad. También su naturaleza será diferente según que ponga en cuestión el orden o el cambio, según se combinen sus tres principios constitutivos. Brevemente, un movimiento social supone conflicto con un adversario dentro de un campo cultural común.

La tarea del sociólogo consiste en descubrir un objeto que no se ma-nifiesta inmediatamente a la observación, que se halla recubierto por el ropaje de las categorías dominantes de los intereses. Los actores no son conscientes de lo que está en juego, por este motivo el sociólogo debe ser un instrumento crítico para que aquellos recuperen el sentido de su acción, lo que supone a la vez un compromiso y un distanciamiento. Llamada al sociólogo a abandonar la posición de observador puro de la realidad para aceptar un compromiso con el actor, seguido de un alejamiento cuando la acción se vuelve transparente para los interesados. De aquí deriva el método de la intervención sociológica que engarza con los elementos teóricos arriba indicados. Los movimientos sociales no pueden considerarse como una respuesta a la situación de donde salen, sino como una puesta en debate de la misma. Los actores se centran sobre su acción y el papel del analista consiste en considerarla menos como objeto de estudio, que como vehículo de un proyecto cuyo sentido escondido en el lenguaje de la práctica conviene revelar, enriqueciendo la praxis del actor. Las hipótesis presentadas por el analista sobre el nivel del proyecto contribuyen a descubrir aquello que está en disputa y permiten al actor volver a la acción con mayor claridad. A su vez, las hipótesis del sociólogo encuentran la prueba de los hechos34.

Ciertamente, los elementos teóricos aquí esbozados no constituyen una teoría en el sentido tuerte dado a este término por R.K. Merton. Se aproximan mucho más al paradigma, como lo caracterizó R. Boudon. Lo que no significa, sin duda, como algunos pretenden, que la obra de A. Touraine, en especial la Sociología de la Acción, sea "oscura y estéril, redundante e inútilmente larga"35. El paradigma de A. Touraine no carece del "poder heurístico" del que hablaba Lakatos y ha desbordado el campo de las sociedades altamente desarrolladas cuya dinámica intenta preferentemente comprender.

Un número importante de investigadores, especialmente de América Latina, se inspira de los conceptos de esta sociología para examinar la disolución del orden tradicional y el surgimiento de nuevas formas de convivencia social. El sociólogo arranca a los hechos sociales su objeto de es-tudio, señala A. Touraine, rescatándolos de la ganga ideológica en la que se hallan mezclados. Obligado a ser observador y crítico, debe concebir su tarea al servicio de dos disciplinas exigentes: la ciencia y la ética.

En A. Touraine estas exigencias están siempre presentes. En el empleo de su paradigma no van sin problemas. A veces los conceptos parecen ser más adecuados para combatir ideologías que para permitir una clara referencia empírica. A veces la tentación de traducirlos rápidamente en términos operativos lleva a descuidar la referencia al resto del marco conceptual, como ha sucedido en algunas oportunidades con el concepto de Movimiento Social utilizado con frecuencia en un papel principalmente crítico, separado de contexto o como instrumento puramente opera-cional. De una y otra forma pierde su valor analítico capaz de proporcionar una aproximación diferente de la dinámica del cambio, no reducida a la representación de actores señalados por el destino, con un libreto escrito por adelantado en todos sus detalles, relegando a la sombra teórica la acción de los personajes sin papel, a los cuales el concepto de Movimiento Social devuelve una función y la posibilidad de crear su propio drama.

La vigorosa crítica tourainiana de los paradigmas contemporáneos, no resuelve la tarea de una construcción teórica con relevancia empírica, pero genera, a pesar de sus debilidades con respecto a un ideal exigente de teoría, preguntas de valor heurístico y orientaciones para el pensamiento y la acción, y ¿no es acaso ese uno de los objetivos del quehacer sociológico?

 

Notas

    Publicado en Estado y Sociedad, N° 2, La Paz, ILDIS-FLACSO, 1986 (N. del E.).

    R.K. Merton, Teoría y Estructura Social, México, F.C.E., 1964, Pág. 95 y ss.

3      Basado en D. Willer, La Sociología Científica. Técnica y Métodos, Buenos Aires, Amorrortu, 1963, Pág. 16.

    Cfr. D. Willer, Óp. Cit., Pág. 44-47.

    R. Boudon, "Teorías, teoría y teoría" en La crisis de la Sociología. Barcelona, Ed. Laía, 1974, Pág. 199.

    T.S. Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas, México, F.C.E., 1971.

7      Ver una clasificación de paradigmas en R. Boudon, Óp. Cit. Asimismo, D. Willer cita modelos analógicos, icónicos y formales, Óp. Cit.

    Cfr. N. Pizarro Ponce, "El sujeto y los valores: La Sociología de la Acción de A. Touraine" en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, No. 5, 1979, Pág. 37.

    A. Touraine, Sociologie de l'actíon, París, Ed. du Seuil, 1965. Todas las citas de esta obra pertenecen a esta edición.

10    A. Touraine, Production de la Sociéte, París, Ed. du Seuil, 1973. Todas las citas de esta obra pertenecen a esta edición.

11    Cfr. A. Touraine, La Voix et le Regard, París, Ed. du Seuil, 1978.

12 A. Touraine, "Note sur Fintervention sociologique" en A. Touraine, Mouvements Sociaux d'aujourdhui. Acteurs etAnalysis, París, Ed. Ouvrieres, 1982, Págs. 14 y 15.

13    A. Touraine, Pour la Sociologie, París, Ed. du Seuil, 1979, Pág. 214.

14    Ibíd., Pág. 33.

15    Ibíd., Pág. 94.

16 A. Touraine, Production..., Pág. 8.

17    Ibíd. Pág. 55.

18    A. Touraine, Un Deseo de Historia, Madrid, Edit. Zero, 1978.

19    A. Touraine, Pour..., Pág. 21.

20    Ibíd. Pág. 26.

21     A.Touraine, La Voix..., Pág. 38.

22     A. Touraine, Pour..., Pág. 32.

23     A. Touraine, Production..., Pág. 36.

24    Ibíd., Pág. 35.

25 Cfr. G. Bajoit, La Nouvelle Sociologie Actionnaliste, Louvain, Université Catholique de Louvain, 1974, Pág. 5 (Copia mimeografiada).

26 A. Touraine, Production..., Pág. 29.

27 S. Moscovici, Essai sur FHistoire humaine de la nature, París, Flammarion, 1968, citado por A. Touraine en Production..., Pág. 28.

28 A. Touraine, Production..., P ág. 8 2.

29 Ibíd.,Pág. 117.

30 A. Touraine, L'apres..., Pág. 107.

31     A. Touraine, Pour..., Pág. 118.

32    G. Bajoit, Óp. Cit., Pág. 18.

33 A. Touraine, Production..., Pág. 331.

34    A. Touraine, Mouvements..., Pág. 15.

35     N. Pizarro Ponce, Óp. Cit., Pág. 37.

 

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