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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.34 La Paz feb. 2014

 

SELECCIÓN DE TEXTOS DE SALVADOR ROMERO PITTARI SOBRE HISTORIA INTELECTUAL

 

Los enredos con la historia de Bautista Saavedra1

 

 


 

 

En 1918, en plena madurez de su vida, Bautista Saavedra, redactó un estudio histórico sobre los sucesos del 16 julio de 1809 en La Paz, titulado La aurora de la independencia hispanoamericana.

Posteriormente, volvió en repetidas ocasiones sobre el manuscrito, pues se incorporaron al texto referencias a personas y acontecimientos que ocurrieron después de aquella fecha2.

La obra no fue concluida ni impresa durante la vida del autor. La primera publicación se hizo en 1977 por la Fundación Manuel Vicente Ba-llivián con una introducción de Alberto Crespo Rodas.

El trabajo de Bautista Saavedra merece una lectura atenta, en particular del libro I donde el autor avanzó reflexiones metodológicas sobre la Historia que no fueron frecuentes en los historiadores bolivianos de entonces, tanto por la amplitud como por la profundidad de los planteamientos. Mostrar la importancia actual de esas consideraciones constituye el objetivo de este artículo.

Pero conviene primero presentar la obra que quedó inacabada. Del plan establecido por el autor falta, en el primer libro, el tercer capítulo dedicado a "Las causas generales y diminutas y los primeros síntomas de la revolución". No se sabe si no fue escrito o si se perdió más tarde3. En lugar de aquel, se incluyó un apartado dedicado a "El alma hispana" aparentemente distanciado del resto de la obra, aunque como se mostrará adelante, sirvió como un elemento en la explicación de los hechos relatados en las páginas siguientes. El libro II posiblemente no se llegó a elaborar, sólo hay algunos borradores sueltos. Aquí, Saavedra intentaba tratar la revolución del 25 de mayo de 1809 en La Plata, sin duda con un propósito comparativo. En el libro III tampoco se encontraron los tres primeros capítulos, el resto sigue el plan fijado para la investigación.

La aurora de la independencia hispanoamericana presenta algunas analogías formales y de tratamiento que no conviene dejar de señalar con la obra de G. René Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú, que sin duda Saavedra tuvo en mente mientras redactaba la suya. En el título aparece con claridad una referencia invertida, pues mientras el historiador cruceño pone el acento en los últimos días del régimen español, el paceño destaca el inicio del republicano. Ambos autores abren la investigación con el papel jugado por las autoridades religiosas en los acontecimientos revolucionarios. Se trata por una parte, de la entrada en La Plata del Arzobispo Benito María Moxó y de las reacciones que el personaje produjo en el vecindario, ya agitado por las desconfianzas recíprocas entre grupos de gente ubicados en lo alto de la escala social y por las novedades de la metrópoli. Por otra, de la intervención del obispo La Santa en los hechos en La Paz, donde se expresaron tempranamente las antipatías y lealtades que desde antes acompañaban su labor. Los dos escritores buscan esclarecer los sucesos a través de las actitudes y comportamientos de los personajes religiosos y civiles, aunque sus explicaciones no se reducen a aquéllas. Es ahí, en el aspecto metodológico donde Moreno y Saavedra se aproximan más, es decir, en la manera de considerar y explicar los temas, por medio de lo que en el lenguaje de hoy se puede llamar el individualismo metodológico, rompiendo de esta manera con el positivismo más típico de la época.

El acercamiento de los dos historiadores dejaría entrever que Saavedra tenía para su estudio una pretensión mucho mayor, quizá con el ánimo de emular el trabajo de Moreno, que no consiguió ejecutar por los compromisos asumidos en el gobierno, poco después de redactar el borrador original.

A diferencia del positivismo, posición que fue atribuida equivocadamente al uno y al otro por la mayoría de los comentaristas que se ocuparon de sus obras, el individualismo metodológico se centra en las motivaciones y en el comportamiento de los personajes sin pretender dar leyes generales de la evolución histórica y menos atribuirlas a desconocidas fuerzas sociales que arrastrarían la sociedad de una etapa a otra, en el estilo del esquema evolutivo de A. Comte o H. Spencer.

El tratamiento del individualismo aparece en forma más explícita en Saavedra que en Moreno. No en vano el primero dedicó casi un tercio de su libro a reflexionar sobre el qué y el cómo de la Historia. Aunque en el plano concreto de la investigación la situación se trocó. Los últimos días coloniales en el Alto Perú muestran un trabajo acabado.

Saavedra señaló la importancia de las intenciones y acciones de los actores en el curso de los procesos históricos, pero tal constatación produjo más dudas e inquietudes en su labor de historiador que orientaciones precisas. De manera general, las consideraciones teóricas con las cuales inició La aurora están lejos de ser claras, desprovistas de ambigüedad, de contradicciones. En varias oportunidades, comenzó a presentar algún problema que parecía encaminarse en una dirección y tomó otra, de donde surgieron confusiones epistemológicas y filosóficas que reflejan el estado de desarrollo de las ciencias sociales en el país por aquellos tiempos. Su exposición de los problemas de la Historia como ciencia caló hondo. Las soluciones recogieron los estereotipos generalmente admitidos.

Mas en los capítulos históricos del estudio, el enfoque del comportamiento de los actores muestra mayor coherencia con los postulados del individualismo metodológico, en despecho de algunas referencias a la psicología de los individuos y en oportunidades del alma colectiva o del espíritu. El empleo de estas últimas nociones chocó con su intención de basar la Historia en las razones, pasiones, hábitos de hombres concretos, ya que el alma o el espíritu de los pueblos son conjuntos que obscurecen la búsqueda de las causas individuales.

Algunos lectores pensarán que este artículo tiene un escaso interés actual, que su valor es casi arqueológico. La aurora de la independencia hispanoamericana, texto inconcluso, presentó documentos relativamente desconocidos en el momento de su elaboración que la historiografía actual ha ampliado de manera considerable, pero el recurso al individualismo metodológico, como en el caso de Moreno, por cierto mucho más amplio y sistemático, es digno de destacarse porque él se encuentra en el corazón de los debates contemporáneos sobre las ciencias sociales y aún de la política y las políticas actuales.

¿Qué es la Historia para Saavedra? La Historia, sostiene de entrada el autor, es una obra humana tanto en su producción cuanto en su descripción e interpretación. Allí se manifiestan el juicio y las decisiones de quienes la hicieron y de quienes la contaron. La mirada del historiador puede en oportunidades adoptar una perspectiva de exagerado optimismo que expresa, según Saavedra, "un instinto de inercia conservadora [que] no es sino un puro dogmatismo y el dogmatismo en política es tiranía."4. O de pesimismo que tiene la ventaja de ser "...saludable, depurativa...constante estímulo de nuevas acciones más intensas, más elevadas"5. La crítica del optimismo de los historiadores en particular de R. W. Emerson, quien creía en la tendencia de las cosas a enderezarse por sí mismas, le permite volver al tema del individualismo metodológico al sostener que en las ciencias sociales nada es producto de fuerzas ciegas sino de los ideales de hombres y colectividades, de la libertad de la acción humana que opera sin trabas. De paso añadió una apología del sistema político capaz de fomentar la libertad, coincidente con sus ideales políticos. Páginas adelante, en el capítulo acerca de cómo se escribe la Historia, retomó el asunto y expresó sus dudas: "No es, seguramente la Historia un tratado de psicología colectiva; pero sus estudios son esencialmente psicológicos, porque ellos exponen y describen, el drama eterno del choque de pasiones, ideas, sentimientos, intereses de los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares"6; hasta aquí el párrafo. En el vocabulario de este artículo, se diría que Saavedra se propone considerar el individualismo metodológico como el fundamento de la explicación en la Historia y en las ciencias sociales. En otras líneas, tal afirmación se desdijo y en lugar de proporcionarle al individualismo un método, le produjo serios cuestionamientos sobre el alcance de las disciplinas humanas y sobre el papel del historiador.

La Historia exhibía sus debilidades, mostraba su imposibilidad de ser ciencia, debido al carácter no visible de las razones, de los propósitos de los actores o, en su propio lenguaje, por el hecho de no poder conocer la sustancia de las cosas, de no lograr descubrir lo que en sí tienen de íntimo, es decir, de no estarnos "permitido desgarrar el velo de los móviles del mundo psicológico, generador de los hechos", de no desenmarañar a esa misteriosa elaboración humana, la Historia. A lo sumo se trataba de un estudio apoyado en la imaginación, encargada así de llenar los vacíos, los huecos de la Historia7. De esta manera, afirmó que "la Historia no es sino un andamiaje de interpretaciones, hipótesis, inducciones, levantado al frente de la realidad de los hechos que no es dado conocer". En la línea del idealismo alemán interpretó, pues, la masa enrevesada, inagotable de causas históricas, inaprensible e incognoscible por el historiador como el numen kantiano8. Muchos historiadores contemporáneos defienden posiciones parecidas.

La admisión de estas limitaciones no empujó a Saavedra al culto del hecho desgajado de las raíces humanas lo que, de acuerdo a su filosofía, hubiese equivalido a convertir la disciplina histórica en "un museo de fósiles... donde no se siente vibración vital alguna" ¿Cuál sería entonces el valor de la Historia si no nos permite averiguar el sentido humano de los hechos?

¿Cómo abordar en estas condiciones el estudio de la Historia? Mediante la elaboración de hipótesis, de interpretaciones imaginativas, responde el autor. Sin embargo, él creyó en la imposibilidad de conseguir a través de este método resultados verdaderos ni siquiera confiables, a pesar de suscribir a una noción pragmática de la verdad, caracterizada como un valor práctico extraído de la experiencia, confirmado por la realidad9.

La enorme riqueza del mundo real, como sostiene la ciencia de hoy, no es un obstáculo para el conocimiento científico. Ninguna ciencia pretende agotar ese vasto mundo, todas ellas tienen que seleccionar su campo sobre la base de ideas previas.

Por lo tanto, tiene razón Saavedra: la imaginación es un instrumento para plantearse hipótesis de investigación válidas, pues puede ayudar a concebir y seleccionar entre las múltiples causas de un fenómeno aquellas que sean pertinentes para el objeto de estudio. Pero ella sola no basta, como bien mostraron Max Weber o George Simmel, años antes. Con la falta de controles, la imaginación cae en la pura ficción. Es necesario someterla a prueba, examinar si los hechos conocidos son compatibles con las hipótesis que ella amparó, sin olvidar que la imaginación del científico se acompaña siempre de conocimientos previos y hasta de prejuicios. Saavedra vio en éstos únicamente una restricción, no sus posibilidades. Señaló en varias oportunidades que el historiador o cronista es un hombre con su propio temperamento, imbuido de sistemas filosóficos, sociales o políticos, revestido de ideologías, razón por la cual la narración siempre se halla coloreada por la personalidad del investigador. De aquí concluye, equivocadamente creemos, en la imposibilidad de alcanzar un conocimiento científico de la Historia y de conseguir el ideal de neutralidad en el historiador.

Las complejidades de la vida social, la objetividad del narrador, han sido motivo de controversia. Sin embargo, las ciencias sociales han conformado un cuerpo teórico que ha dejado atrás los escollos que de ahí provenían como muestran los resultados obtenidos por muchas décadas de trabajo y reflexión epistemológica que han servido como guía para emprender estudios.

La posición dominante sobre el tema, lejos de ser triunfalista, reconoce los límites que provienen de la cercanía entre el investigador y su objeto, pero que no impiden escribir Historia con cánones exigentes de cientificidad.

M. Weber se propuso -con una concepción distinta de las ciencias del hombre, que las colocaba en el mismo plano que las ciencias de la naturaleza, sin perder su especificidad- responder a las objeciones corrientemente formuladas con respecto a ellas, que Saavedra también compartió. Llamó la atención sobre la diferencia entre la referencia a valores y el juicio de valor. La primera se refiere al momento necesario de toda investigación en el cual el científico recorta el abigarrado entramado social a partir de su ecuación personal, es decir, de sus valores, de sus intereses científicos ordinarios y hasta contingentes, separando temas, nexos causales en función de esas preocupaciones. No hay estudio que no sea producto del interés del autor. ¿Acaso Saavedra no se interesó entre otras razones en el movimiento del 16 de julio de 1809 por sus recuerdos de infancia y por la oportunidad de encontrarse en el Archivo de Sevilla? En las ciencias sociales ese recorte además pretende reconstruir las razones, los odios y amores, las percepciones del actor, a menudo a través de simplificaciones o de la construcción de modelos de conducta que no intentan reflejar en su totalidad la realidad sino los aspectos relevantes para la investigación. No se necesita penetrar detalladamente en el estado de conciencia ni desenredar lo vivido concreto de los primeros protestantes, como mostró Weber, para postular que la predestinación se manifestaría de forma distinta en la conducta de los creyentes que en la de las personas en las cuales esa no se daba. La constatación de tal hecho basta para convencer al lector de la pertinencia del hallazgo.

La naturaleza íntima de las motivaciones, su entrever amiento, no constituyen impedimento para que el historiador, el biólogo o el físico puedan fabricar hipótesis contrastables con aspectos de la realidad e identificar con rigor las concatenaciones causales.

La otra barrera para la Historia como ciencia, según Saavedra, la inevitabilidad de los juicios de valor cuya superación creyó una quimera, ha dado mucha tela para cortar en las ciencias sociales. La solución ofrecida por Weber y muchos otros detrás de él, consiste en invitar al autor a mantener la vigilancia crítica de su obra para no caer en la tentación de mezclar sus entusiasmos o antipatías con la descripción de los fenómenos. Su labor consistiría únicamente en descubrir lo que sucede en función de lo que sucedió y eventualmente a partir de allí anticipar lo que sucederá. No tiene por qué juzgar ni la bondad ni la maldad de los actores, tan sólo comprender lo que éstos hicieron, tomando en cuenta las circunstancias en las cuales se encontraban. Al límite, si no se quiere suspender los juicios habría que intentar, por lo menos, separarlos de los hechos investigados. Ideal difícil de lograr, pero no imposible.

Muchos han confundido la neutralidad valorativa con la indiferencia o desapego del investigador hacia su sociedad y sus problemas. Nunca se trató de eso. El momento en el cual el científico vive puede urgir su consideración, orientar la elección del tema, mostrar su atingencia, exigir penetrar en su génesis, desenvolvimiento y posibles desemboques, pero no apremiar a enjuiciarlo sin comprenderlo.

Buenas razones tenía Saavedra para estimar los veredictos de la Historia siempre sospechosos, más todavía para negar a los juicios históricos un valor intrínseco, una permanencia en el tiempo: los autores de la época abusaban de ellos al punto de confundir la labor del historiador con la del moralista, pero extravió el camino y cerró el paso a la Historia científica y de manera general a las ciencias sociales, al creer que la frecuencia de su aparición era una manifestación de la naturaleza misma de la Historia. De igual manera, su penetrante análisis de la importancia de las motivaciones de los personajes en el tratamiento del hecho histórico lo llevó a otro enredo con la Historia-ciencia, si bien en su práctica no dejó de servirse de ellas ¿No buscó comprender los equívocos de Pedro Domingo Murillo señalando la percepción que éste tuvo de los acontecimientos después de la llegada de Goyeneche, cuando se dio cuenta que la chispa revolucionaria no había incendiado el territorio de la Audiencia de Charcas y cambió su actitud rebelde?10 Va en el mismo sentido la afirmación de que La Santa, animado de un fidelismo monárquico, empleaba su habilidad de psicólogo para enardecer las masas populares agitando sus sentimientos religiosos. O cuando sostiene que "el obispo de La Paz frisaba en los setenta años, y tal fue la exaltación de sus convicciones y la impetuosidad de sus sentimientos, que hízose caudillo de huestes realistas y combatió con ardor... por su rey y su religión"11. En situación parecida, el Arzobispo de Charcas, don Benito María Moxó "sufrió vilipendios" que revelaron la flaqueza de su persona, diferencia de carácter que le permitió explicar en parte el curso distinto de las dos revoluciones. En todos estos casos la comprensión del drama de los personajes le ayudó a organizar, a esquematizar y ordenar la complejidad de la realidad. Le brindó, pues una mejor inteligencia de los acontecimientos.

Como se señaló, el autor no se mantuvo en la línea exclusiva del individualismo metodológico; con frecuencia recurrió a explicaciones tomadas de la perspectiva holística no fácil de conciliar con la primera. El holismo atribuye a los conjuntos sociales propiedades con independencia de sus componentes.

El capítulo "El alma hispana", no incluido en el plan original del estudio, abunda en consideraciones de ese género que rompen con las discusiones previas sobre la Historia. Saavedra quizá tuvo la intención de incorporar entre los factores causales de los sucesos revolucionarios también la raza, aunque prefiere usar un término menos cargado como es el de alma. La raza, el espíritu, el alma tuvieron un papel importante, si bien negativo, en el desarrollo de las ciencias sociales en el país y más allá de ellas en la percepción que los distintos grupos sociales tuvieron unos de otros. También ejerció una influencia en el desarrollo de la educación. Saavedra destacó en el alma hispana, una parte de la herencia del boliviano, con la cual posiblemente se identificaba, características estereotipadas, comúnmente asignadas a ese pueblo y que igualmente se creía pertenecían a los criollos. Una de ellas fue la intolerancia, otras el espíritu de facción, la obstinación que según muchos historiadores nacionales constituían la razón de las revueltas, del caudillaje que asoló la República en sus años formativos. El obispo La Santa encarnó esos vicios y virtudes, si bien esta vez fueron empleadas para acreditar la entereza de su carácter y fustigar "la carencia de convicciones, la debilidad de sentimientos, la versatilidad de opiniones" del temple de los bolivianos.

El individualismo metodológico y sus cuestionamientos a los cuales Saavedra respondió con soluciones débiles, no es compatible con la aproximación holística, predominante desde siempre en los estudios sociales y en el discurso político del país. El holismo igualmente presenta dificultades, sus partidarios con frecuencia no intentan seriamente examinarlas. Las razones personales de la acción quedan escondidas detrás de esos entes colectivos. Saavedra tampoco esquivó la trampa ¿Cómo explicar los temperamentos distintos de los prelados de La Plata y La Paz a partir de la misma alma española?

La idea del estudio nació en Saavedra de sus recuerdos de infancia, pero la intención de escribirlo, además con una introducción metodológica donde la apreciación de la Historia como conocimiento de la realidad resultó disminuida, no surgió allí. La finalidad aparece en el último párrafo del libro, cierto, no publicado en su vida pero preservado tal vez para que algún día vea la luz: evitar que alrededor de las celebraciones localistas de las insurrecciones de La Plata y La Paz, se ahonden los conflictos departamentales ya seriamente enfrentados por la Revolución Federal. "Las rememoraciones de acontecimientos patrios son nobles, pero por pertenecer a un momento difuso, al despertar de la emancipación, pueden alentar el regionalismo y sus graves daños a la unidad nacional... Nos llevan a una disgregación natural y a una mortal dispersión de los sentimientos del alma boliviana"12. El reconocimiento de ese peligro no le impidió al autor afirmar el carácter único, radical e independentis-ta del movimiento de julio en La Paz. Estas cavilaciones, sin duda, traerán a la memoria del lector las recientes polémicas sobre el uso de la revoluciones de La Plata y La Paz en la política nacional. Allí el individualismo metodológico, el holismo, la objetividad del juicio histórico se dieron cita sin nombrarse, tan enredadas y actuales como en la época en que el libro se escribió.

 

Notas

1      Publicado en Revista Cultural, N° 27, La Paz, Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, 2004 (N. del E.).

2      Crespo Rodas, A., "Saavedra y la Historia" en Saavedra,B., La aurora de la independencia hispanoamericana, La Paz, Fundación Manuel Vicente Ballivián, 1977.

3       Crespo Rodas, A., Óp., Cit., Pág. 17.

4      Saavedra, B., La aurora de la independencia hispanoamericana, La Paz, Fundación Manuel Vicente Ballivián, 1977, Pág. 36.

5      Saavedra, B., Óp., Cit., P: 38.

6      Ibíd., Pág. 46.

7      Ibíd., Pág. 55.

8      Ibíd., Pág. 45.

9      Ibíd., Pág. 47.

10    Ibíd., Pág. 24.

11    Ibíd., Pág. 73.

12    Ibíd.,Pág. 154.

 

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