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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.34 La Paz feb. 2014

 

SELECCIÓN DE TEXTOS DE SALVADOR ROMERO PITTARI SOBRE HISTORIA INTELECTUAL

 

Los debates finiseculares por la sociología académica en Bolivia1

 

 


 

 

La derrota del Pacífico sacudió profundamente al país. La certeza do-lorosa de sentirse sin ningún atenuante del lado perdedor y la consiguiente pérdida del Litoral, que cortó el acceso soberano al mar, produjo en los bolivianos un estado de ánimo frustrado, dolido, crítico, pero a la vez deseoso de transformaciones, de superar los errores del pasado, notorio en las generaciones que nacieron alrededor de 1879, año del conflicto con Chile. Esta actitud de la juventud la volcó hacia el estudio serio de la historia, la geografía, la cultura y la sociedad. Hallaron en las ciencias ganadas al positivismo, entre ellas la sociología, la pedagogía, la historia y la geografía, un medio de alcanzar conocimiento de los hechos, y encontraron igualmente los instrumentos para descifrarlos2.

Sin embargo, la difusión e incorporación académica de estas disciplinas, en especial de la sociología no se realizó sin problemas. Tuvieron serios adversarios entre los conservadores que ya habían hecho suyos los planteamientos de M. Baptista, Presidente de la República (1892-1896), gran orador y polemista, de combatir el materialismo, la filosofía positivista de los jóvenes liberales, en defensa de la religión, la moral, la familia y las buenas costumbres.

En un largo artículo Baptista atacó a la empresa jacobina en Bolivia, que no era otra cosa que la ideología del liberalismo. Puso en el mismo cajón el ateismo, las ciencias positivas, la destrucción de la moral, corroída por los planteamientos deterministas opuestos al libre albedrío. Allí el autor lamenta los tristes atentados y sucesos que sacudieron el mundo finisecular y dice acerca de los jóvenes responsables de los hechos que asesinan y mueren buscando el escenario, pavoneándose que no podían manifestarse de otro modo porque se les ha enseñado que no hay nada por encima del hombre. Nadie los refrena, al contrario, los maestros materialistas los impulsan y los guían por esos caminos3. En sus lecciones de Derecho Público sostuvo que "El postulado del positivismo es análogo al de la ciencia atea", hacen del hombre y la sociedad seres autónomos, soberanos, a la vez "artífices y obra", "regla y regulador". Parece, pues, que la fórmula: vivir la vida en toda su intensidad (que según el autor seducía a la juventud) se redujera al juego y al desenvolvimiento exclusivo de las facultades humanas, sin leyes superiores y sin destino final4. De esta manera no hay criterio claro para la educación. Se puede enseñar todo el error, el mal e inclusive al ateismo. Tal sería el riesgo mayor de las nuevas ideas.

Monseñor M. de los Santos Taborga, Arzobispo de La Plata, fue otro formidable enemigo del positivismo y de la sociología, que lo encarnaba. Escribió numerosos artículos, reunidos en un libro5 donde llamaba a la reflexión de los padres, las familias y la juventud acerca de los peligros que esa posición acarreaba. Monseñor Taborga fue un buen conocedor de la filosofía, en especial de la tomista. Hábil escritor fundamentó contra el pensamiento de A. Comte, iniciador de la corriente positivista y responsable del bautizo oficial de la sociología, a veces con mucha pertinencia, como cuando ponía de manifiesto los límites de la inducción generalizada en detrimento de la teoría de índole esencialmente deductiva. A veces forzando la posición del adversario, sobre todo en el momento en que en sus artículos extendía los fundamentos de la filosofía comtiana, al conjunto de autores de esa tendencia. Una buena parte de las concepciones originales de Comte ya habían sido modificadas por los discípulos. E. Littre, en su famoso diccionario (1874) definió sobriamente el positivismo: "Que se apoya en los hechos, en la experiencia, en las nociones a posteriori en oposición a lo que se sustenta en nociones a priori. O todavía por aquello que se opone a lo que emana de la imaginación o de lo ideal". En la polémica empujó la crítica hasta caer en argumentos ad hominem6, referidos a la persona de Comte.

Su vigoroso ataque apuntó principalmente a la exclusión del campo de la ciencia, hecha por el positivismo, de las primeras causas y del fin último del orden físico y humano, es decir, del origen del mundo, de la sociedad y del drama de la redención, el meollo de la teología cristiana. El desconocimiento de la Razón Divina, preocupación compartida por Bap-tista, que ordena el cosmos y al hombre convierte todo lo que sucede en algo fortuito, casual, "resultado necesario de causas ciegas"7. El rechazo de la trascendencia, que se manifestaba allí concentraba la inquietud de los conservadores. Taborga consideró tal suposición como disparatada, contraria al sentimiento más común de las sociedades, por eso la doctrina del creador oficial de la sociología era inaceptable.

Criticó asimismo lo que juzgó era una negación del libre albedrío. Si "las más altas facultades del hombre no son más que funciones cerebrales; el alma no es más que un conjunto de las funciones del cerebro y de la médula espinal", entonces, la libertad humana no existe proclamaba el Arzobispo de la Plata. La misma idea deshumanizadora la encontró en otros miembros de la escuela como H. Taine, quien ejerció una enorme influencia el pensamiento boliviano de fines del siglo XIX. Una afirmación de aquel en sentido que "Nuestro espíritu es una máquina construida matemáticamente como un reloj", desató sus iras, consagrándole muchas páginas de su obra a refutarlo.

Baptista, por su lado, le achacaba a Taine la responsabilidad de la difusión de los planteamientos izquierdistas en el país, afuera y aunque sentía una enorme antipatía por el historiador y ensayista compartía con él un desprecio por la sociología, donde se cobijaba una visión jacobina del hombre y la sociedad.

A. Arguedas al igual que otros jóvenes liberales reunidos en el grupo denominado "Palabras Libres" fue uno de los seguidores de Taine. Baptista lamentó que por el carácter mediterráneo de nuestros pueblos, las novedades venidas de Europa se aceptaban sin el suficiente debate ni consideración como sucedió con el autor de Historia de la Literatura Inglesa. Lo mejor de los jóvenes se dejaba conquistar por las ideas radicales de las principales figuras del positivismo. El pecado mayor de aquellos era tomar de cada voltereta intelectual de los franceses "una copia inmediata y atropellada"8. Se refirió a ellos con el neologismo de intelectuales "novadores" al que daba la misma carga despreciativa que los conservadores franceses cuando aludían con el término a los partidarios de Dreyfus.

Baptista y Taborga no podían concebir una libertad asentada sobre los presupuestos del naturalismo de corte determinista y menos que con ellos se pudiese construir una moral.

El Materialismo, común a los positivistas, corta, más bien, la posibilidad de fundar una ciencia de la sociedad, tampoco permite una moral como pretendían los partidarios de tal filosofía. "Admiraos de esta moral tan sabia y de esta doctrina profunda... que distingue al hombre de su caballo o de su perro... porque al hombre no le falta abstracción... La moral misma no tendrá otra regla a seguir que las inclinaciones e instintos"9. Solo la Iglesia podrá detener semejantes desatinos, concluía Taborga.

El error del positivismo, para sus oponentes, ha sido proponerse destruir toda filosofía, toda metafísica y teología, sustituirse a la religión, que nunca lo conseguirá. Sin embargo, los argumentos no quitaron el empeño de sus promotores de conquistar a la sociedad para las ciencias modernas en construcción, tildadas de irreligiosas, naturalistas, peligro que se cierne sobre las mentes de la juventud. Por eso no se puede tolerar que "quienes han renegado de Dios y abjurado de toda religión, se erijan en maestros de las relaciones que deben existir entre la Iglesia y el Estado"10. Menos todavía que se conviertan en directores intelectuales de los jóvenes bolivianos11. La punta de lanza de la conjura contra la Iglesia, contra la moral es la sociología, disciplina que corona el edificio de las ciencias concebido por A. Comte y que, por esa entonces, los liberales querían convertir en una cátedra universitaria. A través de ella, opinaban sus adversarios, se instruiría a las nuevas generaciones en el determinismo que elimina la responsabilidad en los actos de los hombres, atribuidos a las fuerzas externas que los producen ¿Acaso la libertad no es la capacidad de obrar por motivos propios? Motivos que la razón discierne y elige, pudiendo acatar la ley o romperla12.

Los representantes del conservadurismo no estuvieron desacertados en su crítica, pues la sociología como la presentaron Comte y algunos autores de la época se inclinaba exageradamente, en la explicación social, hacia la raza y la geografía, como factores determinantes del comportamiento humano.

Los diferentes equívocos e inconsistencias, las confusiones epistemológicas de la doctrina de Comte se resumían, según los conservadores, en tres amenazas mayores que insistentemente denunciaron a la vez que intentaron frenar su difusión, preocupados por los eventuales efectos en la convivencia social. La primera, la separación entre El estado y la Iglesia que tal posición acarreaba. La segunda, la enseñanza laica propugnada por el liberalismo de cuidado por el contenido de las disciplinas que se transmitirán, fuera de contradecir los derechos de los padres en la formación de sus hijos y que se traduciría, por último, en el debilitamiento, si no en la destrucción de la familia, célula básica de la sociedad y de sus valores. Dejarlos pasar significaría la ruina de la República.

La polémica en torno a la enseñanza de la sociología en las aulas universitarias que surgió a fines del siglo XIX resume las posiciones que enfrentaban a los conservadores y los liberales. Esta fue la primera vez que se manifestó en la política, en la educación una oposición doctrinaria que dividió a las elites y clases medias, pero también señaló cortes horizontales entre las generaciones.

La democracia pudo haberse robustecido con la querella de la sociología, para darle una denominación sintética, si ella hubiese sido encauzada y resuelta a través de los mecanismos institucionales. Pero, no. Los conservadores cerraron filas cortando el paso a los liberales por la vía eleccionaria, quienes no encontraron otro camino que la revolución. Una vez en el poder siguieron la misma política excluyente que sus predecesores, resultaron igualmente poco tolerantes con la oposición, si bien no todos los intelectuales del liberalismo aceptaron el pragmatismo en el ejercicio del gobierno.

Conviene notar que el liberalismo, el anticlericalismo, el cientificismo y el naturalismo no eran nuevos en Bolivia ni se reducían a los partidarios de la filosofía de Comte. Bolivar y Sucre fueron liberales convencidos y llevaron un ataque frontal contra la Iglesia y las órdenes religiosas cuyos conventos fueron transformados en cuarteles, el combate se dio igualmente en el campo educativo, antes reservado casi exclusivamente a la Iglesia.

El mariscal Sucre durante su gobierno impuso como texto de lectura obligatorio en la enseñanza superior la obra de Destutt de Tracy, La Ideología, que era un ensayo sobre el origen de las ideas alejado de todo espi-ritualismo e idealismo. Allí se intentó examinar el aporte de las ciencias naturales para la comprensión de las ideas, por eso consideró la ideología, ciencia general de las ideas, curiosamente, como una parte de la zoología. Tácitamente tomó posición por las tendencias naturalistas, en contraposición a la metafísica y a la teología cristiana.

El texto inició su carrera en el Primer Imperio. Inicialmente Napoleón vio con buenos ojos el libro de Destuttt de Tracy, pero luego halló que los ideólogos se contaban entre sus enemigos y habló de ellos de manera despectiva, favoreciendo el uso negativo del término, entendido como un conocimiento deformado de la realidad, debido a los intereses que intervienen en ese acto. La concepción negativa que Napoleón inició predominó en no pocas interpretaciones de la ideología que han durado13.

La obra de Tracy con un marcado tinte liberal chocó con las concepciones católicas del país, sin descuidar que el texto no fue un modelo declaridad. Pronto cayó en desuso. Probablemente pocos intelectuales de la primera camada conocieron de primera mano el libro, su formación básica se relacionó más con Comte y su posteridad, con el liberalismo inglés de J. S. Mill, autores a los que tuvieron fácil acceso por las traducciones de casa editoriales españolas. El movimiento intelectual y político liberal alcanzó una amplitud que los intentos primerizos de los Libertadores no tuvieron jamás.

Los jóvenes liberales educados en las corrientes novadoras, convencidos de la utilidad de la sociología, aunque pocos, la practicaron en su versión completamente determinista, tejieron con ellas la trama ideológica del liberalismo y de su política. No en vano autores como Arguedas, Tamayo, Saavedra, los Finot, confiaron en la sociología, la pedagogía para proponer una política que buscaba transformar la sociedad y el hombre boliviano. El determinismo, que afloró en algunos de sus escritos, enfrentó sus anhelos de cambio, que mitigó considerablemente el juego de las causas naturales. Qué hubiese sido de ellos si aceptaban que todo estuviese determinado de antemano. Cómo luchar por algo distinto si todos los juegos estaban hechos desde siempre por la geografía y la raza, aunque tampoco dejaron de invocarlas en sus ensayos y debates.

La generación intelectual nacida después del conflicto con Chile intentaba por medio de la razón, de las ciencias superar la moral hipócrita, estrecha, dogmática de los pueblos y ciudades del país, el oscurantismo de un clero tradicionalista, las tradiciones sociales obsoletas. En política defendía la libertad, tomada como una legítima expansión de las actividades encaminadas al progreso, la soberanía del pueblo, el sufragio popular consciente, depurado, sin manipulaciones, la instrucción elemental obligatoria y gratuita, la libertad de palabra, prensa, asociación14. Aunque una vez en el poder se mostró gradualista en las reformas, condicionadas a la educación de las masas. Asimismo, miró con temor el ascenso del cholaje, "la subversión de rangos" favorecida por la Revolución Federal.

El arraigo de la ciencia positiva en la academia, entre los intelectuales produjo un importante desarrollo en distintas disciplinas. G. R. Moreno, quien a menudo fue atacado por positivista, que en su caso sólo significo la búsqueda un respaldo en el documento a sus afirmaciones, influyó a través de sus obras en las siguientes generaciones, cambiando el estilo de hacer historia. Alcides Arguedas, Alberto Gutiérrez, Alcibíades Guzmán, Enrique Finot, Casto Rojas, se consideran de alguna manera discípulos suyos y quisieron hacer una obra distinta a la de los memorialistas del pasado.

Apareció un interés por la geografía que se tradujo en múltiples expediciones para conocer el territorio nacional y la creación, en las principales ciudades, de sociedades de estudios geográficos que publicaron revistas, varias de ellas aun circulan hoy día.

La pedagogía, considerada ya no más como una disciplina especulativa, comenzó a realizar estudios empíricos sobre el niño boliviano que fueron impulsados por la misión educativa belga, llegada al país con los gobiernos liberales. Varios intelectuales participaron en torno al debate de la educación especialmente indígena que se dio en esos años.

La sociología, símbolo del esfuerzo para rejuvenecer la atrasada universidad boliviana, alrededor de la cual polemizaron tradicionalistas e innovadores, todavía no había adquirido el sentido banal que ahora se le da de ciencia de la sociedad. El proyecto de Comte, cuyos discípulos alivianarían de muchas de las pesadas cargas metafísicas que lo lastraron en sus inicios, ofrecía una cuádruple orientación: práctica, moral, reformadora y política15 que los intelectuales locales quisieron difundir en las universidades. Los resultados quedaron por debajo de los ideales.

En los años finales del régimen conservador, se trató de introducir la cátedra de sociología en el programa oficial de los estudios de derecho, pero el proyecto no prosperó por la oposición de las autoridades de gobierno. La Revolución Federal, conducida por los liberales, hizo propicia la recepción académica de la disciplina.

En 1902 en la Universidad Mayor de San Andrés se estableció la primera cátedra a cargo de Daniel Sánchez Bustamante, al año siguiente se inauguró la enseñanza de sociología en Cochabamba, donde desde 1900 el profesor Ismael Vásquez ofrecía un curso libre Nociones de Sociología. Sucre, a partir de 1904, contó con una cátedra dictada por José María Urdininea, un seguidor de H. Spencer16.

Un año después de su designación, Sánchez Bustamante escribió un pequeño manual de sociología destinado al uso de sus estudiantes, que se encuentra entre los primeros textos del género escritos en América Latina y España17. Ahí dio las razones que justificaban la introducción de la materia en la carrera de derecho: "La enseñanza de las ciencias políticas y jurídicas estando bien cimentada en la ciencia social producirá una juventud discreta en sus juicios, serena ante las alucinaciones pasajeras y emociones partidistas y enemiga de todo prejuicio y toda mentira"18. Opinó, como buen positivista, que la cultura de la disciplina contribuiría a forjar hombres de Estado dotados de una formación técnica, "en cierto modo ingenieros de la sociedad", abiertos a los hechos y honrados.

En verdad, la aparición de la sociología académica no produjo los nefastos efectos anticipados por los conservadores, tampoco llenó las expectativas de sus promotores. Sin embargo, es un hecho interesante en la historia de la ideas y de la política en el país. La novedad del acontecimiento aparece claramente si se recuerda que en Francia, uno de los países donde la disciplina se formó y se desarrolló, la primera cátedra dedicada exclusivamente a la enseñanza de la sociología, regentada por Emile Durkheim, reconocido entre los fundadores de la ciencia social como el sociólogo más completo, se estableció en 1913. Y en Alemania, otro centro de creación de la ciencia sociológica, Max Weber desempeño el primer curso de sociología en la universidad en 1917. En Estados Unidos la enseñanza de esta ciencia, con un fuerte contenido pragmático, se implantó en varias universidades en la década de 1890. Eugenio M. de Hostos dictó en la Escuela Normal de la República Dominicana, probablemente, el primer curso de sociología del continente (1883). Argentina tuvo una cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires en 1898 entregada a A. Dellepiane cuya enseñanza se apartó del positivismo dominante en la época. Su texto de enseñanza antecedió al del boliviano. México adoptó oficialmente un curso universitario sobre la materia el mismo año que Bo-livia lo hizo. Los demás países latinoamericanos tardaron más en introducir la disciplina en sus universidades. Sin embargo, en muchos lugares hubo enseñanza de la disciplina en centros, escuelas destinadas a públicos obreros, populares sin un carácter oficial. La sociología nació extramuros universitarios; Comte, Marx, Spencer no fueron profesores ni escribieron manuales pero formaron gente por medio de cursos informales y escritos.

A pesar del patronazgo liberal, no deja de sorprender la porosidad de la sociedad boliviana para aceptar innovaciones, en este caso, en el campo de las ideas e instituciones. La sociología no fue una ilustración única. Otros ejemplos se hallan en la temprana legislación codificada, en la ley del matrimonio civil, del divorcio, más tarde la reforma agraria y, hoy, es de nuevo el primer Estado de América Latina en establecer un régimen autonómico. Algunas innovaciones tuvieron efectos positivos, otras dejan hasta ahora serias interrogantes sobre su aplicación.

No hay una respuesta única ni final a la apertura del país hacia las innovaciones. Tal vez una primera explicación se halla en la ausencia de tradiciones intelectuales propias que, a su vez refleja, la debilidad de los productores de ideologías entre los grupos dominantes y de los mismos grupos, carentes de hegemonía para imponer sus sistemas interpretativos de la realidad. Tampoco lograron conformar una clase homogénea, en sentido marxista, socialmente legitimada. Desde la constitución de la República el criollismo aparece dividido, segmentado, siguiendo líneas regionales. Los múltiples golpes de Estado, la actividad minera que, como ruleta, enriquece y empobrece, la precariedad de las comunicación, la estrechez del mercado interno son algunas de las razones de los continuos cambios en las élites del país, que incapaces de apoyarse en la tradición, en la sangre o en el poder económico buscan las novedades para respaldar la pretensión de gobernar, como señaló Baptista. De ahí los trepidantes cambios en las políticas públicas. No se trata aquí de hipótesis acabadas, terminadas sino de hallazgos iniciales de investigaciones sobre el comportamiento de los intelectuales, muchos de los cuales accedieron a importantes posiciones públicas.

Las ciencias positivas y la sociología fueron acogidas por grupos en ascenso político, con ellas justificaron sus aspiraciones políticas, abriendo primero un espacio de debate público sobre los valores y principios de la organización de la sociedad donde la disciplina apareció como el estandarte visible de la polémica. Luego se buscó convertirla en práctica educativa, elaborando manuales de investigación que tardaron en materializarse. Varios libros y artículos de la época reflejan su influencia.

El país agobiado, descorazonado por los efectos de la Guerra del Pacífico, amenazado en sus fronteras por los vecinos, encontró la fuerza que necesitaba para recuperarse en unos jóvenes rebeldes, unidos a la corriente liberal, aunque poco inclinados a sacrificar sus ideas por los intereses partidarios que alentaron una introspección de la sociedad con instrumentos teóricos diferentes a los del pasado, impulsando el conocimiento de la historia, la geografía y la cultura patrias. Abogaron también por las libertades en especial de pensamiento y expresión, eje articulador de sus planteamientos. No esquivaron las polémicas con sus adversarios ideológicos, defensores del orden tradicional. No fueron los únicos ni en el Continente ni en Europa con esos propósitos. Como ellos en otras partes la juventud se comprometió por las libertades. De allí tomaron sus modelos. Los jóvenes liberales impulsaron la modernidad, que modificó muchos patrones de comportamiento. Estudiaron los distintos componentes sociales de Bolivia, tratando de señalar sus fortalezas y debilidades. Ahí mezclaron ciencia y prejuicios, pero creyeron que aún los grupos más desaventajados, incluso biológicamente, según ellos, podrían superarse con apoyo de las políticas estatales, en particular la educación. Hoy día la posmodernidad plantea otros problemas, otras utopías. Sin embargo ¿Por qué no reconocer a esos personajes que creyeron en la razón, en la ciencia, en la enseñanza, el aporte de esperanza, de futuro y de transformaciones que dieron a Bolivia? La suya no fue una historia perfecta, moraliza-dora, tampoco edificante, donde los protagonistas, sociólogos entusiastas, levantaron un orden de felicidad, liberado de las sujeciones, del dogmatismo, de la servidumbre, fue apenas una voluntad de recuperar un espíritu nacional golpeado por la derrota y entrabado en las tradiciones. Hubo asimismo desengaños, caídas, inconsecuencias, abandonos y también perseverancia. En sus años iniciales con sus escritos y polémicas ayudaron a salir del viejo orden, entrever nuevas promesas que hoy siguen desplegándose, en medio de conflictos y desgarres.

 

Notas

1       Manuscrito cedido por gentileza de la familia de Salvador Romero Pittari para la presente edición (N. del E.)

2       R. Bastide, "La sociología en América Latina. Vista de Conjunto" en G. Gurvitch y W. Moore, Sociología del siglo XX, 2o ed., Barcelona, El Ateneo, 1965, Págs. 116-135.

3       M. Baptista, "La empresa jacobina en Bolivia" en M. Baptista, La cuestión social. Obras Completas, La Paz, Editorial Renacimiento, 1932, Tomo III, Pág. 390.

4       M. Baptista, "Lecciones de derecho público" en M. Baptista, Óp. Cit., Pág. 133.

5       M. de los Santos Taborga, El Positivismo, sus errores y falsas doctrinas. Sucre, Imp. La Capital, 1906.

6       Ibíd., Pág.72 y ss.

7       Ibíd., Pág. 48.

8      M. Baptista, "Novadores" en M. Baptista, Óp. Cit., Pág. 405.

9      M. de los Santos Taborga, Óp. Cit., Págs. 125-126.

10    Ibíd.,Pág.138

11     Ibíd.

12     Cfr. M. de los Santos Taborga, Óp. Cit.

13 A. Naess, "Historia del término ideología desde Destutt de Tracy hasta kart Marx" en I. L. Horowitz, Historia y elementos de la sociología del conocimiento, Buenos Aires, EUDEBA, 1964, Tomo I, Pág. 23 y ss.

14    Cfr. B. Saavedra, La democracia en nuestra historia, La Paz, Gonzales y Medina, 1921.

15    Cfr. B. Lacroix, Durkheim et le politique, Paris, Presses de la Fondation Nationale de Sciences Politiques, 1981.

16    S. Romero Pittari, La recepción académica de la sociología en Bolivia, La Paz, Facultad de Ciencias Sociales - UMSA, 1997, Pág. 18.

17    D. Sánchez Bustamante, Principios de sociología, La Paz, Imp. Artística, 1903.

18    Ibíd.,Pág.43.

 

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