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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.34 La Paz feb. 2014

 

EL NACIMIENTO DEL INTELECTUAL EN BOLIVIA

 

El surgimiento de los intelectuales en Bolivia. Alcides Arguedas visto por Salvador Romero

 

 

H. C. E Mansilla1

 

 


 

 

En la disciplina poco estudiada hasta ahora de la historia boliviana de las ideas y mentalidades, Salvador Romero Pittari ha realizado importantes aportes de carácter original2. Basado en datos documentales todavía desconocidos y en la interpretación de libros y artículos ya olvidados, Romero ha reunido una serie de testimonios muy interesantes acerca del proceso de la creación intelectual. Mediante sus escritos nos podemos informar sobre los libros publicados en Bolivia a comienzos del siglo XX, los hábitos de lectura en las ciudades, el tiraje de los periódicos y diarios, las prácticas de las editoriales locales, las ventas de las librerías y también sobre las políticas seguidas por las grandes casas editoriales de España y Francia, que influyeron notablemente sobre la formación de los intelectuales latinoamericanos. Estos fenómenos constituyen el sustrato que posibilita el surgimiento de un grupo más o menos compacto de literatos, pensadores y orientadores de la opinión pública, grupo numéricamente muy pequeño, pero de una considerable influencia sobre una sociedad que transitaba del orden tradicional localista a la modernidad de corte universal3.

Como afirmó nuestro autor, su obra sobre los intelectuales no es pri-mordialmente un análisis de las ideas de los personajes mencionados -aunque hay varios acápites críticos muy bien logrados referidos sobre todo a la obra de Alcides Arguedas- sino una reconstrucción de la manera de actuar de los intelectuales, una recreación de los vínculos que se establecieron entre ellos y de las relaciones que este grupo mantuvo con la sociedad. Romero explora también cómo se acogió social y culturalmente a estos escritores en el país y cuáles nexos preservaron estos últimos con los centros culturales del exterior. Entre los aspectos centrales de esta temática se pueden mencionar las siguientes interrogantes: ¿Cómo percibió la sociedad boliviana a sus primeros intelectuales?¿Cuáles fueron los vínculos cambiantes entre autores y lectores? ¿Cuál fue el involucramiento político de los intelectuales? ¿Cómo se configuró el escenario institucional donde actuaron estos pensadores? Es útil recordar que en Bolivia se crearon muy tempranamente cátedras de sociología: a principios del siglo XX. Hay que señalar que aun hoy existen muy pocas investigaciones sobre el fenómeno de la recepción social y cultural que se ha dado a los intelectuales y a sus obras en este país.

El gran mérito de Salvador Romero es haber reconstruido la formación del primer grupo de intelectuales en la historia boliviana que se reconocieron específicamente como tales, es decir, como escritores o académicos que intervienen en los debates públicos, apoyados en su prestigio e inclinados a emitir un mensaje de ética social o histórica. El intelectual que asume conscientemente su papel de especialista en el manejo de símbolos culturales, ejerce un rol importante y especializado, y mantiene una relación permanente pero inestable con sus pares y con los destinatarios de sus reflexiones4. A causa de estos factores se puede aseverar que se trata de una función históricamente novedosa, que sólo puede darse en un medio urbano que ya posee ciertos elementos de modernidad y que ha superado la tradicionalidad del mundo rural. Es por ello que los intelectuales propiamente dichos aparecieron en Bolivia juntos con la difusión de otros elementos del ámbito moderno, como los ferrocarriles, el telégrafo, los periódicos y la expansión de los sectores con instrucción formal. El aumento espectacular de mujeres lectoras y los cambios en el rol tradicional del género femenino incidieron en la formación y el crecimiento de los grupos académicos y literarios. Por otra parte, los intelectuales desplazan a los antiguos polígrafos y publicistas que tenían roles más difusos y que no poseían una consciencia clara de su función específica.

El término "intelectual" es un neologismo que se usa en el sentido actual desde fines del siglo XIX, creado probablemente por el ambiente político-cultural francés, y denota un individuo que ejerce un magisterio moral de carácter más o menos público y cuya autoridad reside en la combinación de conocimientos, más o menos sólidos sobre el campo social, con una facultad de análisis que permite esclarecer una situación generalmente compleja, cuya comprensión para el gran público es dificultada por las estrategias de encubrimiento que utilizan habitualmente los detentadores del poder político y religioso5. Este último punto era muy importante en la constelación boliviana de hace un siglo, cuando la Iglesia Católica poseía aun una especie de monopolio en los campos culturales y educativos.

Podemos intuir de manera relativamente fácil qué es un intelectual, pero definirlo conceptualmente representa una tarea mucho más difícil. La categoría "intelectual" puede abarcar a los especialistas técnico-organi-zacionales de la administración pública, de la economía y de la gestión en general, a los analistas de coyuntura política, los futurólogos y los planificadores, a los profesores de enseñanza terciaria y a los periodistas y empleados más destacados de los medios masivos de comunicación6. Pero, como dijo Salvador Romero refiriéndose al "Círculo de París", habitualmen-te se designa con ese término de un modo más restringido a los productores "independientes" de valores espirituales, a los creadores de sentido que aprovechan los conocimientos más avanzados de la comunidad cultural internacional en general y de las ciencias sociales en particular7.

Aquí se percibe ya una de las ambivalencias más importante que se puede detectar entre nuestros intelectuales y que se manifiesta en el caso de Alcides Arguedas: el anhelo de autonomía de pensamiento y creación genuina, por un lado, y la adopción de ideas, teorías y orientaciones provenientes de los países más adelantados del Norte, por otro. De todas maneras se puede afirmar que los intelectuales han constituido una de las vías más notables y eficaces para transmitir y aclimatar en América Latina las normativas originadas en Europa Occidental, normativas luego popularizadas por los medios masivos de comunicación y el sistema escolar. En Bolivia ha existido desde el siglo XIX una rica tradición consagrada a la vieja pregunta por el destino y la vocación de esta nación, tradición encarnada por nuestros grandes ensayistas e historiadores que se han dedicado a cuestiones devenidas clásicas, como la identidad colectiva de nuestra sociedad, los modelos adecuados de ordenamiento social, los vínculos complejos con los países altamente desarrollados y el futuro de la región. Estas indagaciones, que comenzaron con Manuel José Cortés y Gabriel René Moreno, han sido frecuentemente arduas y hasta dolorosas y han conformado algunas de las porciones más notables y controvertidas de la cultura boliviana y latinoamericana8. Los autores del ensayo político-histórico personificaron hasta aproximadamente 1960 al tipo humano-profesional percibido como el intelectual por antonomasia. Alcides Arguedas, además de historiador y novelista, era ensayista. El ensayo, género difícil de ser clasificado, pero abierto y exploratorio, permite un enfoque multidiscipli-nario de las temáticas tratadas, evitando los extremos de la erudición y del diletantismo. Participa tanto del aura estética superior que posee la literatura como del prestigio contemporáneo que brindan las ciencias sociales. Y este fue probablemente el designio íntimo de Arguedas. Durante mucho tiempo el ensayo latinoamericano representó la porción más creativa y conocida del quehacer intelectual en América Latina; uno de sus temas centrales (y más fructíferos) ha sido el vínculo ambiguo y complejo entre las pretensiones teóricas de las élites modernizantes y los modestos resultados de la praxis política cotidiana.

La evolución y las funciones de los intelectuales han sido muy diversas según la época, de modo que los enunciados generales acerca de este grupo social tropiezan a menudo con obstáculos infranqueables. En Bo-livia hay que consignar que, desde un comienzo, tuvo lugar una valoración ambigua y hasta despectiva del papel de los intelectuales, sobre todo a causa de su autoconsciencia crítica, siempre mal vista y peor interpretada. Pese a todo, nuestros intelectuales han sido los productores privilegiados de sentido, aunque no influyeran decisivamente sobre la ética colectiva y se contentaran frecuentemente con funciones especializadas en el terreno académico y universitario.

Desde más o menos 1960 las sociedades latinoamericanas experimentan lenta pero seguramente un acercamiento evolutivo de su mundo cultural a los parámetros correspondientes de América del Norte. Los clásicos hommes de lettres -creadores de obras, expositores de cátedra, críticos y divulgadores en una persona- tienden a ser desplazados por profesionales universitarios cada vez más especializados y sin el brillo de los grandes generalistas del pasado. Esta tendencia afecta de igual modo a los intelectuales de inclinaciones izquierdistas y revolucionarias. A esto se debe probablemente el decreciente interés público por pensadores como Alcides Arguedas y Fernando Diez de Medina.

Para el caso boliviano, Romero localizó el nacimiento de los intelectuales como grupo profesional diferenciado en los comienzos del siglo XX, en la época de la Revolución Federal, cuando el liberalismo económico y político se unió a fuertes tendencias laicas, a un marcado cosmopolitismo cultural y a un fuerte impulso modernizador. No hay duda, además, de la influencia que irradiaron la civilización francesa y el llamado asunto Dreyfuss sobre la formación de intelectuales críticos en toda América Latina. Estos últimos adoptaron como propia la inclinación hacia un magisterio ético que defendía los derechos humanos, propugnaba una dimensión filosófica en el debate de dilemas públicos, criticaba las instituciones tradicionales como la Iglesia y la familia, y postulaba una modernización radical de la sociedad respectiva.

El primer núcleo permanente de intelectuales bolivianos podría ser visto en aquellas personalidades que residieron en París a comienzos del siglo XX, donde se congregó una pléyade de pensadores latinoamericanos de gran renombre, los que tuvieron posteriormente una relevancia considerable en su respectivo país. La participación boliviana en el llamado "Círculo de París" fue notable y de alta calidad; entre sus integrantes descollaron Alcides Arguedas, Armando Chirveches, Alberto Gutiérrez y muchos otros9. La intención de este grupo, de ideales racionalistas, liberal-democráticos y modernizadores, puede ser descrita como una pedagogía socio-histórica de gran escala: se postulaba la conformación de una élite ilustrada, abierta al mundo moderno y al desarrollo paradigmático de Europa Occidental. Se quería alcanzar una aristocracia de talentos, definida primordialmente por la voluntad de servir a la sociedad. Esta élite de la cultura debía ser mejorada permanentemente por la competencia y la crítica internas. Esta minoría selecta tendría además la importante función de contrarrestar los instintos, los prejuicios y las pulsiones de una masa poco educada y proclive a sucumbir ante la seducción irracional de caudillos carismáticos. En todos estos intelectuales se nota una impronta individualista, que rechaza las tendencias colectivistas y poco diferenciadas de las grandes masas, las que son vistas como la dilatada base popular de las dictaduras y tiranías tan usuales en aquella época. Con respecto a este primer grupo de intelectuales bolivianos se puede mencionar positivamente su carácter bastante amplio, el reconocimiento internacional de que gozaron por la calidad de su producción y la fecha temprana de su formación10.

La cristalización de este primer grupo de intelectuales es seguida por Salvador Romero a partir del Diario de Al cides Arguedas, documento literario de gran longitud, escrito entre 1900 y 1945, cuya importancia radica en lo siguiente. Arguedas fue probablemente el primer boliviano que se percibió a sí mismo como un intelectual en el sentido profesional del término. Analizó en extensión y profundidad sus móviles internos, sus prejuicios e ilusiones, sus temores y preferencias, sus muchos errores y sus pocos aciertos, todo ello con un claro sentido autocrítico. Definió tempranamente al intelectual como el ser humano "consciente, libre por el pensamiento, soñador, enamorado de un alto ideal de justicia y ventura universales, abnegado y algo ingenuo [...] porque cree en la dignidad humana"11. Este Diario ha sido publicado sólo en fragmentos de calidad dispar y Salvador Romero, que tuvo acceso a la totalidad del documento, ha podido rastrear en él no sólo la evolución de Arguedas, sino de una buena parte de la intelectualidad boliviana a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Romero resaltó el hecho de que la mayoría de los intelectuales hicieron gala de una posición independiente y crítica, unida a un fuerte impulso moral, que los llevó a defender, aunque sea en la mera retórica, una línea de pensamiento y acción congruente con el humanismo universal y con el Estado de derecho, una tendencia en general contraria al dogmatismo político y religioso, a los prejuicios colectivos y a las tradiciones irracionales12.

De los intelectuales estudiados por Romero, Alcides Arguedas es sin duda el más interesante y el que dejó la mayor cantidad de testimonios autocríticos sobre su persona y obra. En cuanto novelista se lo puede considerar como el fundador del indigenismo literario a escala continental. Como pensador fue el más sistemático y radical, sobre todo en la discusión de las tradiciones culturales políticas y de las mentalidades concomitantes. El señaló que los factores de la mentalidad colectiva pueden mantenerse activos durante periodos muy largos, y entonces determinan en alguna medida, difícil de precisar, lo que se llama la identidad social; algunos de ellos, como el autoritarismo, impiden una convivencia razonable de los bolivianos y su ingreso pleno a la tan anhelada modernización. Igual que Arguedas y para evitar un malentendido insisto aquí en el carácter histórico (es decir: pasajero) de los fenómenos mencionados, pues todo estudio de identidades nacionales y temas afines puede caer en un de-terminismo culturalista, el cual presupone que toda evolución estaría motivada y delimitada por los factores propios de los periodos precedentes y que los actores sociales carecerían de la facultad de desarrollar estrategias propias y fijar preferencias basadas en la elección consciente, como lo expresó Salvador Romero en un importante ensayo de 198713.

Pero también aquí es indispensable mencionar los aspectos irrecuperables de la teoría arguediana. El mismo Alcides Arguedas contribuyó a una versión muy cercana de la esencialista al atribuir al paisaje, al clima y a la escasez de recursos una función determinante, inconmovible y eterna en la conformación del carácter de los indígenas bolivianos y de otros grupos étnico-culturales. En su concepción, los factores geográficos y climatológicos constituyen una especie de variable independiente, que fija a priori los rumbos del pensar y del sentir y las pautas de comportamiento, cuya modificación resulta entonces extremadamente difícil. A los habitantes del Altiplano, por ejemplo, Arguedas les achaca "dureza de carácter", "aridez de sentimientos", "absoluta ausencia de afecciones estéticas", "una concepción siniestramente pesimista de la vida"14, lo que entonces y ahora resulta ser una evidente falsedad. Estas opiniones no son rescatables. Pero Arguedas realizó al mismo tiempo una crítica implacable de la contraparte dominante, es decir de los conquistadores españoles y sus descendientes, de sus prácticas y metas; ante su brutalidad, codicia e ignorancia, los indígenas, según Arguedas, desarrollaron una estrategia de supervivencia, "una formidable arma de defensa"15, que abarcaría todas las formas no violentas de resistencia a un modelo civilizatorio considerado como foráneo e invasor.

Arguedas y los intelectuales de su generación percibían los males de la patria en la contextura sociocultural y en los comportamientos anti-éti-cos de los gobernantes y los partidos, y no tanto en las condiciones socio-económicas que se arrastraban de larga data. Esto, que puede parecer equivocado y anacrónico, adquiere hoy una cierta eficacia explicativa ante el fracaso de una masa gigantesca de teorías economicistas, institucio-nalistas y afines que han demostrado su incapacidad para comprender (e incluso describir) la cultura política y las pautas recurrentes de comportamiento de la población. Arguedas fue sin duda original al haber estudiado lo que ahora se denominan las mentalidades colectivas, los valores de orientación y las normativas preconscientes de grandes segmentos sociales. Pese a errores de observación e interpretación, influidos por motivos raciales16, Arguedas logró confeccionar un espejo crítico para retratar a la sociedad boliviana y, muy especialmente, a su clase política y a sus grupos con vehementes ansias de ascenso social. La veracidad de su descripción a este respecto y su tesis de que los males nacionales no provienen de factores externos o agentes foráneos, siguen perturbando hoy como en el primer día a los lectores de su obra. Como señaló acertadamente Salvador Romero, "Arguedas supo representar en la forma más acabada y vigorosa" las ideas prevalecientes en la primera mitad del siglo XX. La actualidad de temas y preocupaciones arguedianas queda patente "cuando el derrumbe moral corroe las bases mismas de la convivencia, cuando la frustración del ciudadano le lleva a preguntarse sobre la viabilidad del proyecto Bolivia"17.

En un excelente ensayo Romero trazó un equilibrado retrato intelectual de Arguedas, llegando a la conclusión de que su concepción central era más psicológica que biológica, más moralizante que científica. Como dijo Romero, la obra de Arguedas no debería ser juzgada únicamente a causa de las apreciaciones de este autor sobre el mestizaje, que, por otra parte, modificó en sus últimos años, sino por la voluntad manifiesta de Arguedas "de sacudir las prácticas que preservaban la antimodernidad, el oscurantismo, los abusos y las arbitrariedades del poder"18.

Alcides Arguedas y su generación llamaron la atención en torno a la falta de memoria histórica de los bolivianos, que a menudo cometen el mismo error o eligen a políticos desacreditados por experiencias anteriores. El país ha cambiado mucho desde entonces, pero algunos aspectos de esta Bolivia profunda han permanecido relativamente incólumes: el desprecio por la cultura genuina, la literatura y los libros, el desdén por las esfuerzos científicos y teóricos, la indiferencia hacia los derechos de terceros, la admiración por la fortuna rápida, la envidia por la prosperidad ajena, la productividad laboral substancialmente baja, la celebración de la negligencia y la indisciplina y, como lo expresaba Arguedas, hasta la "innata tendencia a mentir y a engañar, porque [...] estas son condiciones indispensables para alcanzar éxito en todo negocio"19.

^rND^nRené^sPereira Morató^rND^nRené^sPereira Morató^rND^nRené^sPereira Morató

PRESENTACIÓN

 

Presentación

 

 

Temas Sociales se enorgullece en presentar un conjunto de trabajos de Salvador Romero Pittari para dar a conocer a la comunidad académica el pensamiento social de este importante investigador que hizo cuantiosos aportes a la sociología boliviana y al pensamiento social. Se trata de una selección de lo que hemos considerado la mejor producción y los mejores trabajos sobre sociología, cultura e historia del destacado pensador boliviano. De esta manera, el Instituto de Investigaciones Sociológicas "Mauricio Lefebvre" (IDIS - Sociología) rinde un profundo homenaje al sociólogo y al docente universitario, formador de tantas generaciones.

Habiendo tenido el privilegio de ser alumno suyo, debo destacar que en sus clases se debatía fuertemente la polémica entre el objetivismo -muy ligado a la influencia positivista- y el subjetivismo. No obstante se notaba la gran influencia que tenía en él la sociología clásica de Weber, Parsons y Merton. A él le debo haberme adentrado en dos líneas contemporáneas del pensamiento social: Alain Touraine, y Berger y Luckman. Fue realmente enriquecedor haber tenido como profesor a Salvador, porque nos presentaba un pensamiento alternativo a la escuela marxista que en esos tiempos dominaba casi hegemónicamente las aulas de la Carrera. Asimismo, destaco de su persona el gran sentido crítico, su conocimiento enciclopédico y su gran aporte a la historia del pensamiento sociológico.

Deseo agradecer a todas las personas que contribuyeron a la publicación del presente número: a la señora Florencia Ballivián, esposa de Salvador Romero Pittari, porque sin su inestimable colaboración, no se hubiera podido recopilar tan importante material que hoy se presenta; de la misma manera, al señor Luis Claros por la selección de textos y al señor Marcelo Columba por la edición de la revista; igualmente, al señor Arturo Gutiérrez, responsable del Centro de Información y Documentación (CID) del IDIS, quien se encargó de digitalizar esta recopilación; de la misma forma, al señor Edgar. D. Pomar por su contribución en el diseño gráfico de la revista y al señor H.C.F. Mancilla por obsequiarnos un ensayo inédito en el que muestra la notable capacidad crítica de Salvador.

 

M.Cs. René Pereira Morató

Director Instituto de Investigaciones Sociológicas "Mauricio Lefebvre"

IDIS - Sociología

 

^rND^nH. C^sE Mansilla^rND^nH. C^sE Mansilla^rND^nH. C^sE Mansilla

EL NACIMIENTO DEL INTELECTUAL EN BOLIVIA

 

El surgimiento de los intelectuales en Bolivia. Alcides Arguedas visto por Salvador Romero

 

 

H. C. E Mansilla1

 

 


 

 

En la disciplina poco estudiada hasta ahora de la historia boliviana de las ideas y mentalidades, Salvador Romero Pittari ha realizado importantes aportes de carácter original2. Basado en datos documentales todavía desconocidos y en la interpretación de libros y artículos ya olvidados, Romero ha reunido una serie de testimonios muy interesantes acerca del proceso de la creación intelectual. Mediante sus escritos nos podemos informar sobre los libros publicados en Bolivia a comienzos del siglo XX, los hábitos de lectura en las ciudades, el tiraje de los periódicos y diarios, las prácticas de las editoriales locales, las ventas de las librerías y también sobre las políticas seguidas por las grandes casas editoriales de España y Francia, que influyeron notablemente sobre la formación de los intelectuales latinoamericanos. Estos fenómenos constituyen el sustrato que posibilita el surgimiento de un grupo más o menos compacto de literatos, pensadores y orientadores de la opinión pública, grupo numéricamente muy pequeño, pero de una considerable influencia sobre una sociedad que transitaba del orden tradicional localista a la modernidad de corte universal3.

Como afirmó nuestro autor, su obra sobre los intelectuales no es pri-mordialmente un análisis de las ideas de los personajes mencionados -aunque hay varios acápites críticos muy bien logrados referidos sobre todo a la obra de Alcides Arguedas- sino una reconstrucción de la manera de actuar de los intelectuales, una recreación de los vínculos que se establecieron entre ellos y de las relaciones que este grupo mantuvo con la sociedad. Romero explora también cómo se acogió social y culturalmente a estos escritores en el país y cuáles nexos preservaron estos últimos con los centros culturales del exterior. Entre los aspectos centrales de esta temática se pueden mencionar las siguientes interrogantes: ¿Cómo percibió la sociedad boliviana a sus primeros intelectuales?¿Cuáles fueron los vínculos cambiantes entre autores y lectores? ¿Cuál fue el involucramiento político de los intelectuales? ¿Cómo se configuró el escenario institucional donde actuaron estos pensadores? Es útil recordar que en Bolivia se crearon muy tempranamente cátedras de sociología: a principios del siglo XX. Hay que señalar que aun hoy existen muy pocas investigaciones sobre el fenómeno de la recepción social y cultural que se ha dado a los intelectuales y a sus obras en este país.

El gran mérito de Salvador Romero es haber reconstruido la formación del primer grupo de intelectuales en la historia boliviana que se reconocieron específicamente como tales, es decir, como escritores o académicos que intervienen en los debates públicos, apoyados en su prestigio e inclinados a emitir un mensaje de ética social o histórica. El intelectual que asume conscientemente su papel de especialista en el manejo de símbolos culturales, ejerce un rol importante y especializado, y mantiene una relación permanente pero inestable con sus pares y con los destinatarios de sus reflexiones4. A causa de estos factores se puede aseverar que se trata de una función históricamente novedosa, que sólo puede darse en un medio urbano que ya posee ciertos elementos de modernidad y que ha superado la tradicionalidad del mundo rural. Es por ello que los intelectuales propiamente dichos aparecieron en Bolivia juntos con la difusión de otros elementos del ámbito moderno, como los ferrocarriles, el telégrafo, los periódicos y la expansión de los sectores con instrucción formal. El aumento espectacular de mujeres lectoras y los cambios en el rol tradicional del género femenino incidieron en la formación y el crecimiento de los grupos académicos y literarios. Por otra parte, los intelectuales desplazan a los antiguos polígrafos y publicistas que tenían roles más difusos y que no poseían una consciencia clara de su función específica.

El término "intelectual" es un neologismo que se usa en el sentido actual desde fines del siglo XIX, creado probablemente por el ambiente político-cultural francés, y denota un individuo que ejerce un magisterio moral de carácter más o menos público y cuya autoridad reside en la combinación de conocimientos, más o menos sólidos sobre el campo social, con una facultad de análisis que permite esclarecer una situación generalmente compleja, cuya comprensión para el gran público es dificultada por las estrategias de encubrimiento que utilizan habitualmente los detentadores del poder político y religioso5. Este último punto era muy importante en la constelación boliviana de hace un siglo, cuando la Iglesia Católica poseía aun una especie de monopolio en los campos culturales y educativos.

Podemos intuir de manera relativamente fácil qué es un intelectual, pero definirlo conceptualmente representa una tarea mucho más difícil. La categoría "intelectual" puede abarcar a los especialistas técnico-organi-zacionales de la administración pública, de la economía y de la gestión en general, a los analistas de coyuntura política, los futurólogos y los planificadores, a los profesores de enseñanza terciaria y a los periodistas y empleados más destacados de los medios masivos de comunicación6. Pero, como dijo Salvador Romero refiriéndose al "Círculo de París", habitualmen-te se designa con ese término de un modo más restringido a los productores "independientes" de valores espirituales, a los creadores de sentido que aprovechan los conocimientos más avanzados de la comunidad cultural internacional en general y de las ciencias sociales en particular7.

Aquí se percibe ya una de las ambivalencias más importante que se puede detectar entre nuestros intelectuales y que se manifiesta en el caso de Alcides Arguedas: el anhelo de autonomía de pensamiento y creación genuina, por un lado, y la adopción de ideas, teorías y orientaciones provenientes de los países más adelantados del Norte, por otro. De todas maneras se puede afirmar que los intelectuales han constituido una de las vías más notables y eficaces para transmitir y aclimatar en América Latina las normativas originadas en Europa Occidental, normativas luego popularizadas por los medios masivos de comunicación y el sistema escolar. En Bolivia ha existido desde el siglo XIX una rica tradición consagrada a la vieja pregunta por el destino y la vocación de esta nación, tradición encarnada por nuestros grandes ensayistas e historiadores que se han dedicado a cuestiones devenidas clásicas, como la identidad colectiva de nuestra sociedad, los modelos adecuados de ordenamiento social, los vínculos complejos con los países altamente desarrollados y el futuro de la región. Estas indagaciones, que comenzaron con Manuel José Cortés y Gabriel René Moreno, han sido frecuentemente arduas y hasta dolorosas y han conformado algunas de las porciones más notables y controvertidas de la cultura boliviana y latinoamericana8. Los autores del ensayo político-histórico personificaron hasta aproximadamente 1960 al tipo humano-profesional percibido como el intelectual por antonomasia. Alcides Arguedas, además de historiador y novelista, era ensayista. El ensayo, género difícil de ser clasificado, pero abierto y exploratorio, permite un enfoque multidiscipli-nario de las temáticas tratadas, evitando los extremos de la erudición y del diletantismo. Participa tanto del aura estética superior que posee la literatura como del prestigio contemporáneo que brindan las ciencias sociales. Y este fue probablemente el designio íntimo de Arguedas. Durante mucho tiempo el ensayo latinoamericano representó la porción más creativa y conocida del quehacer intelectual en América Latina; uno de sus temas centrales (y más fructíferos) ha sido el vínculo ambiguo y complejo entre las pretensiones teóricas de las élites modernizantes y los modestos resultados de la praxis política cotidiana.

La evolución y las funciones de los intelectuales han sido muy diversas según la época, de modo que los enunciados generales acerca de este grupo social tropiezan a menudo con obstáculos infranqueables. En Bo-livia hay que consignar que, desde un comienzo, tuvo lugar una valoración ambigua y hasta despectiva del papel de los intelectuales, sobre todo a causa de su autoconsciencia crítica, siempre mal vista y peor interpretada. Pese a todo, nuestros intelectuales han sido los productores privilegiados de sentido, aunque no influyeran decisivamente sobre la ética colectiva y se contentaran frecuentemente con funciones especializadas en el terreno académico y universitario.

Desde más o menos 1960 las sociedades latinoamericanas experimentan lenta pero seguramente un acercamiento evolutivo de su mundo cultural a los parámetros correspondientes de América del Norte. Los clásicos hommes de lettres -creadores de obras, expositores de cátedra, críticos y divulgadores en una persona- tienden a ser desplazados por profesionales universitarios cada vez más especializados y sin el brillo de los grandes generalistas del pasado. Esta tendencia afecta de igual modo a los intelectuales de inclinaciones izquierdistas y revolucionarias. A esto se debe probablemente el decreciente interés público por pensadores como Alcides Arguedas y Fernando Diez de Medina.

Para el caso boliviano, Romero localizó el nacimiento de los intelectuales como grupo profesional diferenciado en los comienzos del siglo XX, en la época de la Revolución Federal, cuando el liberalismo económico y político se unió a fuertes tendencias laicas, a un marcado cosmopolitismo cultural y a un fuerte impulso modernizador. No hay duda, además, de la influencia que irradiaron la civilización francesa y el llamado asunto Dreyfuss sobre la formación de intelectuales críticos en toda América Latina. Estos últimos adoptaron como propia la inclinación hacia un magisterio ético que defendía los derechos humanos, propugnaba una dimensión filosófica en el debate de dilemas públicos, criticaba las instituciones tradicionales como la Iglesia y la familia, y postulaba una modernización radical de la sociedad respectiva.

El primer núcleo permanente de intelectuales bolivianos podría ser visto en aquellas personalidades que residieron en París a comienzos del siglo XX, donde se congregó una pléyade de pensadores latinoamericanos de gran renombre, los que tuvieron posteriormente una relevancia considerable en su respectivo país. La participación boliviana en el llamado "Círculo de París" fue notable y de alta calidad; entre sus integrantes descollaron Alcides Arguedas, Armando Chirveches, Alberto Gutiérrez y muchos otros9. La intención de este grupo, de ideales racionalistas, liberal-democráticos y modernizadores, puede ser descrita como una pedagogía socio-histórica de gran escala: se postulaba la conformación de una élite ilustrada, abierta al mundo moderno y al desarrollo paradigmático de Europa Occidental. Se quería alcanzar una aristocracia de talentos, definida primordialmente por la voluntad de servir a la sociedad. Esta élite de la cultura debía ser mejorada permanentemente por la competencia y la crítica internas. Esta minoría selecta tendría además la importante función de contrarrestar los instintos, los prejuicios y las pulsiones de una masa poco educada y proclive a sucumbir ante la seducción irracional de caudillos carismáticos. En todos estos intelectuales se nota una impronta individualista, que rechaza las tendencias colectivistas y poco diferenciadas de las grandes masas, las que son vistas como la dilatada base popular de las dictaduras y tiranías tan usuales en aquella época. Con respecto a este primer grupo de intelectuales bolivianos se puede mencionar positivamente su carácter bastante amplio, el reconocimiento internacional de que gozaron por la calidad de su producción y la fecha temprana de su formación10.

La cristalización de este primer grupo de intelectuales es seguida por Salvador Romero a partir del Diario de Al cides Arguedas, documento literario de gran longitud, escrito entre 1900 y 1945, cuya importancia radica en lo siguiente. Arguedas fue probablemente el primer boliviano que se percibió a sí mismo como un intelectual en el sentido profesional del término. Analizó en extensión y profundidad sus móviles internos, sus prejuicios e ilusiones, sus temores y preferencias, sus muchos errores y sus pocos aciertos, todo ello con un claro sentido autocrítico. Definió tempranamente al intelectual como el ser humano "consciente, libre por el pensamiento, soñador, enamorado de un alto ideal de justicia y ventura universales, abnegado y algo ingenuo [...] porque cree en la dignidad humana"11. Este Diario ha sido publicado sólo en fragmentos de calidad dispar y Salvador Romero, que tuvo acceso a la totalidad del documento, ha podido rastrear en él no sólo la evolución de Arguedas, sino de una buena parte de la intelectualidad boliviana a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Romero resaltó el hecho de que la mayoría de los intelectuales hicieron gala de una posición independiente y crítica, unida a un fuerte impulso moral, que los llevó a defender, aunque sea en la mera retórica, una línea de pensamiento y acción congruente con el humanismo universal y con el Estado de derecho, una tendencia en general contraria al dogmatismo político y religioso, a los prejuicios colectivos y a las tradiciones irracionales12.

De los intelectuales estudiados por Romero, Alcides Arguedas es sin duda el más interesante y el que dejó la mayor cantidad de testimonios autocríticos sobre su persona y obra. En cuanto novelista se lo puede considerar como el fundador del indigenismo literario a escala continental. Como pensador fue el más sistemático y radical, sobre todo en la discusión de las tradiciones culturales políticas y de las mentalidades concomitantes. El señaló que los factores de la mentalidad colectiva pueden mantenerse activos durante periodos muy largos, y entonces determinan en alguna medida, difícil de precisar, lo que se llama la identidad social; algunos de ellos, como el autoritarismo, impiden una convivencia razonable de los bolivianos y su ingreso pleno a la tan anhelada modernización. Igual que Arguedas y para evitar un malentendido insisto aquí en el carácter histórico (es decir: pasajero) de los fenómenos mencionados, pues todo estudio de identidades nacionales y temas afines puede caer en un de-terminismo culturalista, el cual presupone que toda evolución estaría motivada y delimitada por los factores propios de los periodos precedentes y que los actores sociales carecerían de la facultad de desarrollar estrategias propias y fijar preferencias basadas en la elección consciente, como lo expresó Salvador Romero en un importante ensayo de 198713.

Pero también aquí es indispensable mencionar los aspectos irrecuperables de la teoría arguediana. El mismo Alcides Arguedas contribuyó a una versión muy cercana de la esencialista al atribuir al paisaje, al clima y a la escasez de recursos una función determinante, inconmovible y eterna en la conformación del carácter de los indígenas bolivianos y de otros grupos étnico-culturales. En su concepción, los factores geográficos y climatológicos constituyen una especie de variable independiente, que fija a priori los rumbos del pensar y del sentir y las pautas de comportamiento, cuya modificación resulta entonces extremadamente difícil. A los habitantes del Altiplano, por ejemplo, Arguedas les achaca "dureza de carácter", "aridez de sentimientos", "absoluta ausencia de afecciones estéticas", "una concepción siniestramente pesimista de la vida"14, lo que entonces y ahora resulta ser una evidente falsedad. Estas opiniones no son rescatables. Pero Arguedas realizó al mismo tiempo una crítica implacable de la contraparte dominante, es decir de los conquistadores españoles y sus descendientes, de sus prácticas y metas; ante su brutalidad, codicia e ignorancia, los indígenas, según Arguedas, desarrollaron una estrategia de supervivencia, "una formidable arma de defensa"15, que abarcaría todas las formas no violentas de resistencia a un modelo civilizatorio considerado como foráneo e invasor.

Arguedas y los intelectuales de su generación percibían los males de la patria en la contextura sociocultural y en los comportamientos anti-éti-cos de los gobernantes y los partidos, y no tanto en las condiciones socio-económicas que se arrastraban de larga data. Esto, que puede parecer equivocado y anacrónico, adquiere hoy una cierta eficacia explicativa ante el fracaso de una masa gigantesca de teorías economicistas, institucio-nalistas y afines que han demostrado su incapacidad para comprender (e incluso describir) la cultura política y las pautas recurrentes de comportamiento de la población. Arguedas fue sin duda original al haber estudiado lo que ahora se denominan las mentalidades colectivas, los valores de orientación y las normativas preconscientes de grandes segmentos sociales. Pese a errores de observación e interpretación, influidos por motivos raciales16, Arguedas logró confeccionar un espejo crítico para retratar a la sociedad boliviana y, muy especialmente, a su clase política y a sus grupos con vehementes ansias de ascenso social. La veracidad de su descripción a este respecto y su tesis de que los males nacionales no provienen de factores externos o agentes foráneos, siguen perturbando hoy como en el primer día a los lectores de su obra. Como señaló acertadamente Salvador Romero, "Arguedas supo representar en la forma más acabada y vigorosa" las ideas prevalecientes en la primera mitad del siglo XX. La actualidad de temas y preocupaciones arguedianas queda patente "cuando el derrumbe moral corroe las bases mismas de la convivencia, cuando la frustración del ciudadano le lleva a preguntarse sobre la viabilidad del proyecto Bolivia"17.

En un excelente ensayo Romero trazó un equilibrado retrato intelectual de Arguedas, llegando a la conclusión de que su concepción central era más psicológica que biológica, más moralizante que científica. Como dijo Romero, la obra de Arguedas no debería ser juzgada únicamente a causa de las apreciaciones de este autor sobre el mestizaje, que, por otra parte, modificó en sus últimos años, sino por la voluntad manifiesta de Arguedas "de sacudir las prácticas que preservaban la antimodernidad, el oscurantismo, los abusos y las arbitrariedades del poder"18.

Alcides Arguedas y su generación llamaron la atención en torno a la falta de memoria histórica de los bolivianos, que a menudo cometen el mismo error o eligen a políticos desacreditados por experiencias anteriores. El país ha cambiado mucho desde entonces, pero algunos aspectos de esta Bolivia profunda han permanecido relativamente incólumes: el desprecio por la cultura genuina, la literatura y los libros, el desdén por las esfuerzos científicos y teóricos, la indiferencia hacia los derechos de terceros, la admiración por la fortuna rápida, la envidia por la prosperidad ajena, la productividad laboral substancialmente baja, la celebración de la negligencia y la indisciplina y, como lo expresaba Arguedas, hasta la "innata tendencia a mentir y a engañar, porque [...] estas son condiciones indispensables para alcanzar éxito en todo negocio"19.

Finalmente hay que señalar que la apreciación pública con respecto a Alcides Arguedas ha estado fuertemente influida por corrientes y modas ideológico-políticas. Los mismos intelectuales y escritores que anteriormente alababan a este autor y hasta lo defendían, pasaban a la censura más áspera si las tendencias del día así lo prescribían, como lo ha demostrado Freddy Zárate en un estudio bien documentado20.

No existe aun para el caso boliviano una historia más o menos completa y confiable de los intelectuales, sobre todo una de su vinculación con la política. Los libros de Salvador Romero Pittari son un buen comienzo en esta dirección. Se han publicado algunos esbozos sobre la historia de las ideas en el país, pero aun falta una sociología política diferenciada de los intelectuales, que examine sus motivaciones profundas, sus genuinos valores de orientación y sus pautas recurrentes de comportamiento práctico-público. Existen algunas obras interesantes que analizan fragmentos de la historia de las ideas, cuya calidad va aumentando claramente con los años, y ellas nos ayudan a reconstruir una temática de gran relevancia para comprender la esfera política del Nuevo Mundo.

 

NOTAS

1 Doctor en filosofía, Magister en ciencias políticas y Escritor boliviano.

2 Salvador Romero Pittari, La recepción académica de la sociología en Bolivia, La Paz, Facultad de Ciencias Sociales - UMSA, 1997; Salvador Romero Pittari, Las Claudinas. Libros y sensibilidades a principios de siglo en Bolivia, La Paz, Caraspas, 1998; Salvador Romero Pittari, El nacimiento del intelectual en Bolivia, La Paz, Caraspas, 2 009.

3 Cfr. entre otros: José Joaquín Brunner, Intelectuales y democracia. América Latina, cultura y modernidad, México, Grijalbo, 1992; Jorge Larraín Ibáñez, Modernidad, razón e identidad en América Latina, Santiago de Chile: Andrés Bello 1996.

4 Salvador Romero Pittari, El naámiento., Óp. Cit., nota 1, Págs. 13-24.

5 Ibíd., Págs. 14-15. Cfr. también los interesantes estudios de Freddy Zárate, "Las voces del pasado y los oídos del presente" en Página Siete, La Paz, 25 de diciembre de 2011, suplemento Ideas, Vol. II, N° 83, Pág. 12; Freddy Zárate, "Sobrio elogio a la ensayística boliviana" en La Patria, Oruro, 19 de febrero de 2012, suplemento El Duende, Vol. XX, N° 489, Págs. 4-5.

6 Cfr. entre otros: Nicola Miller, "In the Shadow of the State: Intellectuals and the Quest for Nacional Identity" en Twentieth-Century Spanish America, New York -London, Verso, 1999; Wilhelm Hofmeister y H. C. F. Mansilla (comps.), Intelectuales y política en América Latina. El desencantamiento del espíritu crítico, Rosario, Homo sapiens - Konrad Adenauer Stiftung, 2003.

7 Salvador Romero Pittari, El nacimiento., Óp. Cit., nota 1, Pág. 14.

8 Cfr. Josep M. Barnadas, Gabriel René Moreno (1836-1908). Drama y gloria de un boliviano, La Paz, Altiplano, 1988; Juan Albarracín Millán, Orígenes del pensamiento social contemporáneo de Bolivia, La Paz, Universo, 1976.

9 Salvador Romero Pittari, El nacimiento..., Óp. Cit., nota 1, Págs. 47-51.

10 Sobre esta temática y con referencia a Alcides Arguedas, Cfr. Alberto Crespo Rodas, Tiempo contado, La Paz, Juventud, 1989, Págs. 60-66.

11 Alcides Arguedas, Diario, inscripción del 2 7 de septiembre de 1907, versión completa inédita hasta hoy, citado en Salvador Romero, Ibíd., Pág. 19.

12 Cfr. la importante obra de Juan Albarracín Millán, Alcides Arguedas: la conciencia crítica de una época, La Paz, Universo, 1979.

13 Salvador Romero Pittari, "Cultura política y concertación social" en René A. Mayorga (comp.), Democracia a la deriva. Dilemas de la participación y concertación asocial en Bolivia, La Paz, CLACSO - CERES, 1987, Pág. 162.

14 Alcides Arguedas, Pueblo enfermo. Contribución a la psicología de los pueblos hispanoamericanos [1909 + 1937] en: Alcides Arguedas, Obras completas (compilación de Luis Alberto Sánchez), México, Aguilar, 1959, Vol. I, Pág. 415.

15 Arguedas, Ibíd., Pág. 429.

16 Para una crítica de Arguedas, Cfr. Brooke Larson, "Indios redimidos, cholos barbarizados: imaginando la modernidad neocolonial boliviana (1900-1910)" en Dora Cajías et al. (comps.), Visiones de fin de siglo. Bolivia y América Latina en el siglo XX, La Paz, IFEA - Coordinadora de Historia, 2001, Pág. 36; Mariano Baptista Gumucio (comp.), Alcides Arguedas. Juicios bolivianos sobre el autor de "Pueblo enfermo", La Paz, Amigos del Libro, 1979; Signo. Cuadernos Bolivianos de Cultura, La Paz, N° 39-40, mayo-diciembre de 1993 (número monográfico dedicado a Arguedas).

17 Salvador Romero Pittari, "Tocqueville y Arguedas" en Presencia, suplemento Presencia Literaria, 4 de julio de 1982.

18 Salvador Romero Pittari, "Alcides Arguedas: entre el pesimismo y la esperanza", en Presencia, suplemento Presencia Literaria, 14 de octubre de 1979.

19 Alcides Arguedas, Pueblo..., Óp. Cit., nota 13, Vol. I, Pág. 483.

20 Freddy Zárate, La visión chueca sobre Alcides Arguedas, documento inédito, La Paz, 2013 (incluye una amplia literatura sobre la temática).

 

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