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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.28 La Paz  2008

 

SOCIOLOGÍA POLÍTICA E IDEOLÓGICA

 

EL NUEVO NACIONALISMO REVOLUCIONARIO EN BOLIVIA Y AMÉRICA LATINA Y EL PROYECTO NACIONAL-POPULAR

 

 

Eduardo Paz Rada37

 

 


 

 

1. Introducción

La ola neoliberal de los últimos treinta años en el mundo ha tenido en América Latina su laboratorio de mayor ortodoxia y radicalidad. Transformó sociedades, economías y sistemas políticos de manera asombrosa como son los casos de México, Argentina, Bolivia o Nicaragua sobre la base de una estrategia diseñada y aplicada por los renovados grupos del poder mundial (Colectivo Sur, 2006) como la Comisión Trilateral y el Consenso de Washington y sus instrumentos operativos encubiertos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Las oligarquías locales, las burguesías rentistas, las elites de poder tradicional, los medios de comunicación y los intelectuales del nuevo orden se convirtieron en la plataforma de aterrizaje e implementación de los Programas de Ajuste Estructural y de los mecanismos de dominación imperialista en una nueva fase de la mundialización capitalista (Mandel, 1979) ante la crisis y caída del socialismo burocrático de corte soviético, la destrucción de las defensas de los Estados en América Latina y el Caribe, el desmantelamiento de la frágil industrialización nacional, de las fuerzas productivas y de la tecnología y su mercado interno, y el debilitamiento de la fuerza de trabajo y el movimiento sindical, antes muy importantes, con el incremento de millones de hombres, mujeres y niños incorporados a la economía informal del comercio y los servicios.

Simultáneamente las privatizaciones, capitalizaciones y reformas económicas y políticas, en el contexto del desplazamiento del Estado y sus controles proteccionistas por el Mercado y el librecambio internacional, facilitaron la mayor explotación de los países de la región, la transferencia de millonarios excedentes a través de la transnacionalización de las economías en los sectores estratégicos de servicios y recursos naturales como las telecomunicaciones, el transporte, la banca, las finanzas, la minería y el petróleo (Amin, 1999).

Este auge conservador y neoliberal, que fue pontificado en los grandes medios y editoriales del pensamiento liviano, por los nuevos filósofos (Fukuyama, 1996) y los politólogos y comunicadores del orden establecido (Barrios, 2005), comenzó a sufrir remezones y perder legitimidad por la resistencia social, con distintos matices, en el Brasil con los sin tierra y los sindicatos de trabajadores, en México con los zapatistas y los campesinos, en Venezuela con la emergencia militar-civil, en Bolivia y Ecuador con los movimientos populares indígenas y mestizos y en Argentina con los desocupados y piqueteros.

En este contexto, la agudización de la crisis político-estatal en Bolivia, en los últimos cinco años, actualizó varios debates en la sociología política y en la concepción de las visiones y estrategias de desarrollo, entre ellos el tema del populismo (Laclau, 2005) y del nacionalismo. Frente a este último se adoptan posiciones radicales y matizadas a favor y en contra y resulta muy difícil la indiferencia puesto que en los análisis de sectores académicos, políticos e intelectuales y, sobretodo, en las prácticas sociales están presentes las referencias al nacionalismo boliviano, el nacionalismo revolucionario, el nacionalismo indígena, el nacionalismo aymara, el nacionalismo cruceño y el nacionalismo latinoamericano (Paz, 2006), acompañados por consignas movilizadoras de gran importancia como la defensa del agua, la nacionalización de los hidrocarburos, la recuperación marítima, las autonomías nacionales, las autonomías regionales o la integración continental.

Corresponde, por lo tanto, encontrar los nexos entre los procesos políticos que actualmente se desarrollan en América latina y otras regiones del mundo, marcados por fuertes localismos en el contexto de la mundialización, con las reflexiones que se producen acerca del nacionalismo y el populismo tomando en cuenta no solamente las relaciones de causalidad entre Nacionalismo, Nación, Modernidad y Estado, sino las perspectivas de análisis esencialistas e instrumentalistas, cívicas o culturales del nacionalismo en la historia y en la sociedad, diferenciando el de las sociedades occidentales del de las orientales, el de las potencias capitalistas del de los países y pueblos oprimidos, el de los siglos pasados y el de la actualidad. Es así que tiene un lugar de especial importancia la cuestión nacional y colonial en el contexto de la dominación imperialista contemporánea en América Latina y el mundo.

A principios del siglo veinte, el latinoamericanista Manuel Ugarte (Ugarte, 1953) planteó la tesis de la existencia de dos nacionalismos: el de las naciones opresoras que buscan someter a otros pueblos y regiones con su política expansionista y colonial, y el nacionalismo de las naciones y pueblos oprimidos que se levantan contra la dominación exterior y buscan su emancipación basados en su identidad y destino propios. Antes se había planteado la integración latinoamericana frente al colonialismo europeo con el ideal bolivariano y hoy se plantea la unidad de la región frente al imperialismo.

El colonialismo interno como determinación intrínseca de la formación social boliviana, desde la época colonial hasta nuestros días, es también fundamental para comprender las raíces y los alcances y proyecciones del proceso político y social que se presentan en las tres décadas pasadas y que, en los últimos años, ha adquirido un lugar de mayor atención por la emergencia de protagonistas sociales y políticos de efecto estatal e histórico como son los movimientos indígenas y de pueblos originarios..

 

2. Crisis neoliberal y emergencia popular

El contundente triunfo electoral de Evo Morales en Bolivia, en diciembre de 2005, ha sido el resultado de un proceso de resistencia y acumulación popular, de la gestación inicial de un nuevo proyecto de sociedad y ha mostrado, de manera desnuda y descarnada, la profunda crisis estatal y política en el país, como parte de una crisis mayor de la dominación imperialista en distintas latitudes del planeta. Asimismo, ha abierto interrogantes sobre las perspectivas de su gobierno cuando se cumple el segundo año de gestión.

Corresponde, desde una perspectiva crítica, emancipadora y comprometida con la realidad social boliviana y latinoamericana, asumir una posición de análisis abierto y vigilante, apoyando este proceso en sus acciones y decisiones fundadas en las reivindicaciones de la revuelta nacional y popular y en la búsqueda de nuevos horizontes históricos liberadores y señalando también las limitaciones o concesiones que se hacen al poder transnacional a nombre de la viabilidad intemacional. Bajo esta orientación, realizamos un balance de la coyuntura.

La independencia americana del siglo XIX alcanzó, en sus concretas determinaciones históricas, a formar repúblicas y regímenes políticos nuevos, pero sin haber alcanzado siquiera superficialmente romper la herencia de una estructura colonial y social marcada por tres siglos de dominación cultural, religiosa, económica y militar europea a través de la corona española. El proyecto de unidad e integración bolivarianas quedó trunco por el triunfo de las oligarquías locales, mientras las naciones europeas, a través de sus formas nacionalistas y liberales, consolidaban Estados Nacionales y, paulatinamente, caían, uno a uno, los grandes imperios, emergiendo las grandes naciones capitalistas y consolidando su estrategia de dominio internacional. Los nacionalismos francés, de corte cívico-ciudadano (Renán, 2000), y alemán, de corte cultural-esencialista (Herder, 2000), marcaron rumbos y posiciones sobre el origen y proyección de las naciones.

Por su parte, la nueva situación colonial o semicolonial abrió el horizonte de la proyección imperial europeo-norteamericana hacia las demás regiones del mundo con la expansión y acumulación capitalista a escala internacional controlando producción y mercados. Este nuevo colonialismo capitalista se caracterizó por el sometimiento de pueblos y naciones, por la explotación de trabajadores y recursos naturales, provocando la emergencia de nuevas manifestaciones de lucha social y nacional, la lucha de clases con la lucha de los pueblos irredentos (Borojov, 1979), con fuertes reivindicaciones culturales y étnicas, que provocaron inclusive profundas brechas en los partidos marxistas a fines del siglo XIX.

La revolución social se articula con la lucha nacional frente a la opresión imperialista y se posesiona el problema nacional y colonial como ieivindicación de los pueblos débiles de las regiones periféricas para enfrentar las situaciones de dominación que viven. La fase imperialista del capitalismo, por lo tanto, posiciona en el primer plano la lucha de los pueblos por su liberación en la denominada "cuestión nacional" tan importante en el debate de los primeros Congresos de la Internacional (Claudin, 1975).

Los pueblos son víctimas de esta doble presión, la interna y la externa. La primera que refleja la condición del colonialismo interno, con distintos matices entre los países, marcada por el racismo, la exclusión y discriminación de grandes colectividades humanas y la resistencia y lucha de los pueblos (Soliz, 1993), y la segunda de la dominación imperialista por controlar recursos y territorios a través del expansionismo, como las invasiones estadounidenses directas a México, Cuba, Puerto Rico o Nicaragua o las indirectas a Colombia, Guatemala, Bolivia o Perú. El siglo veinte transcurre con este dilema y con experiencias de lucha social y nacionalista de distinto matiz y alcance.

Las fuerzas populares y los movimientos sociales de América Latina y el Caribe, al iniciar el siglo veintiuno, han saltado al primer plano de la historia, han tomado las calles, los caminos, las tierras y los centros de trabajo, han arrebatado, parcialmente aún, la iniciativa política y los propios mecanismos democrático-electorales y han identificado al imperialismo, las transnacionales y sus aliados internos como los responsables de la crisis, la opresión y la pobreza. Sin embargo, las propuestas políticas, ideológicas y programáticas, los proyectos alternativos están ausentes o rezagados frente a la iniciativa popular, los intelectuales neoliberales y los "izquierdistas" convertidos al nuevo orden mundial todavía ocupan los medios de difusión y la palestra pública (América XXI, 2006).

La ola democrática neoliberal, basada en el pensamiento único, en la debacle del socialismo real y en la estrategia estadounidense, se impuso en nuestra región durante el último cuarto de siglo aplastando al movimiento popular, desarticulando las principales defensas estatales y proteccionistas de la economía e imponiendo un capitalismo salvaje que consiguió descapitalizar y exportar grandes capitales, explotar y destruir los recursos naturales estratégicos y el medio ambiente y descargar el proceso de la acumulación de capital sobre nuestros países.

En Bolivia, el proceso social y político se ha ido acelerando paulatinamente desde hace una década con manifestaciones de resistencia a la democracia neoliberal, a las políticas económicas de entrega de los recursos naturales, al sistema partidario tradicional y a la visión conservadora difundida por los medios de comunicación y los intelectuales. Los levantamientos populares alcanzaron momentos de elevada intensidad en 1996, 2000, 2003 Y 2005 expulsando a varios Presidentes de la República, Alcaldes Municipales y autoridades locales, a partidos políticos e inclusive a las fuerzas policiales y militares en determinadas regiones del país.

Este proceso revolucionario, de ascenso popular y acción directa, que puso en jaque el orden establecido tiene, en la perspectiva, una disyuntiva: el impulso de cambio se mantiene y acelera y se articula a procesos similares que se producen en otros países de la región, impulsando la liberación nacional, la unidad latinoamericana, el ideal bolivariano y abriendo vías a un nuevo proyecto histórico o, por el contrario, se frena la movilización popular, se hacen concesiones a las transnacionales y al imperialismo, se busca la "convivencia" con el orden establecido para evitar presiones y sanciones y se fomentan iniciativas disgregadoras y divisionistas con propuestas autonomistas balcanizadoras, favoreciendo así la restauración oligárquica y trasnacional.

 

3. Las tendencias en América Latina

En el contexto internacional se presentan, desde posicrones contestatarias, dos maneras de enfrentar el actual proceso político regional. Están enjuego, frente a la crisis de la dominación imperialista en el continente y frente a la debacle de las políticas neoliberales que en los últimos veinte años han dominado el espacio latinoamericano, estas opciones: por un lado la reformista o acuerdista del gobierno brasileño encabezado por el presidente Lula da Silva y, por otro lado la revolucionaria antiimperialista del proceso venezolano liderado por el coronel Hugo Chávez.

Ambas estrategias están en tensión por la incesante presencia delos mecanismos de dominación nacional que pone en acción el imperialismo norteamericano y sus variantes europeas, como los tratados de libre comercio o la presión militar, con la finalidad de mantener las condiciones semicoloniales y la dependencia de América Latina.

Las diferencias entre estas dos opciones se han venido marcando con mayor nitidez en los últimos años, a pesar, inclusive, de tener puntos de coincidencia y acciones conjuntas (MERCOSUR, Cumbre de Presidentes) que se han convertido, en ciertas coyunturas, en un importante potencial liberador en la región. La política intervencionista de Estados Unidos, que obedece a líneas de acción que vienen del siglo XIX (Doctrina Monroe) y trascienden las próximas décadas, opera en este contexto buscando

fragmentar, como lo hizo durante dos siglos, los intentos revolucionarios y de liberación nacional de los pueblos y las iniciativas de integración y unidad de la Patria Grande Latinoamericana.

Los otros países de América Latina y el Caribe tienen gobiernos que tienen distintos grados de compromiso, que van desde su alineamiento directo y frontal con las políticas norteamericanas a pesar de las agresiones que sufren sus propios pueblos, como los casos de México o Colombia, pasando por los que tratan de mantener un equilibrio formal pero con una adhesión real a las políticas neoliberales como los de Perú, Chile o Guatemala o por los que presentan un discurso irreverente y de enfrentamiento con el capital transnacional pero mantienen políticas internas favorables al mismo como Argentina o Nicaragua, o por los que, presionados por las masas movilizadas, avanzan y dudan como en Ecuador y Bolivia, hasta la irreductible posición del régimen de Cuba frente a las políticas intervencionistas del imperialismo.

Bolivia, como país débil y vulnerable económicamente y marcado por fuertes contradicciones sociales, culturales y económicas internas, se encuentra en el centro de las pugnas geopolíticas y de control estratégico regional e internacional, por una parte, y con una grande y profunda movilización de las clases populares que han puesto en vilo el orden neoliberal y que, sin embargo, no alcanza a perfilar una perspectiva por la dinámica de la lucha nacional y las luchas interiores, por otra parte (América XXI; 2007).

El impacto internacional de la presencia de un indígena en la Presidencia de la República ha mostrado la poderosa presencia del movimiento popular boliviano para derrumbar un orden político abriendo perspectivas de cambio, y, paradójicamente, la emergencia de fuerzas disgregadoras y centrífugas de carácter étnico y regional.

El imperialismo mantiene su estrategia de control pleno en la región y no acepta las nuevas condiciones históricas que se presentan en América Latina e inclusive, en los últimos años, intentó infiltrar las reivindicaciones de los movimientos sociales y populares y detener o desnaturalizar los objetivos de las fuerzas sociales. Ahora, ante el ascenso de un proyecto de formar un bloque latinoamericano para pesar autónomamente en el contexto mundial, arremete con mayor virulencia utilizando todos sus instrumentos.

La presencia norteamericana en Bolivia se ha concentrado, en su intento de evitar el ascenso popular, fortaleciendo las fuerzas oligárquicas o actuando directamente con los asesores militares y policiales, con los agentes de la lucha contra el narcotráfico, con las llamadas agencias de ayuda o con los agregados políticos, contando para esto con importantes sectores del poder tradicional en la vida económica, política, intelectual, mediática y regional. Ha acentuado su presión hacia el país con la suspensión de su ayuda económica, la instalación de centros militares en la zona fronteriza paraguaya, con la reacción del actual gobierno peruano por el mejoramiento de los puestos militares bolivianos en el occidente y la vigilancia militar chilena.

La dinámica boliviana actual está marcada por las tensiones políticas internas, por la reacción descontrolada de las fracciones oligárquicas y transnacionales, y externas debido a las provocaciones del gobierno de Washington por la paulatina formación de un bloque latinoamericano y caribeño frente a la intervención estadounidense y su tradicional política de sometimiento y dominación.

El ascenso inicial y la paulatina radicalidad de Chávez en Venezuela que avanzó en acuerdos con Cuba formando la Alternativa Bolivariana de las América (ALBA), se proyectó ideológica y políticamente hacia otros países y el "terremoto político" del 18 de diciembre de 2005 en Bolivia, con el triunfo electoral de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS), abrió un nuevo espacio de construcción de un proyecto de resistencia antiimperialista tomando en cuenta los antecedentes de la lucha del pueblo boliviano. Otros aliados son los nuevos gobiernos de Ecuador y Nicaragua.

 

4. De la resistencia a la revuelta popular

La Guerra del Agua el año 2000 en Cochabamba, la lucha de los campesinos e indígenas por la tierra y el territorio entre ese año y el 2003 en Santa Cruz, Tarija, Beni y La Paz, el enfrentamiento armado entre militares y policías en las puertas del Palacio de Gobiemo y la guerra del gas desencadenada en Octubre del 2003, en jornadas de franca guerra civil, derribaron la institucionalidad "democrática" expulsando al entonces Jefe de Estado, Gonzalo Sánchez de Lozada, y a los partidos conservadores, abriendo un periodo de alta movilización social con consignas nacionalistas y revolucionarias.

La revuelta popular se aplacó parcialmente con los anuncios de nacionalización y recuperación de los hidrocarburos, del agua, de los recursos naturales y de las empresas estatales de transporte, telecomunicaciones y electricidad que fueron privatizadas diez años antes, con la promesa de convocar a una Asamblea Constituyente y con el triunfo electoral de Evo Morales a fines del 2005.

El carácter espontáneo de estos levantamientos se manifestó en los cercos masivos, los bloqueos y la toma de ciudades y carreteras por movimientos campesinos, urbano-populares, de informales y de trabajadores mineros, fabriles y del magisterio con formas de autoorganización y disciplina, pero con la carencia de una organización política o sindical unificada capaz de definir el control del poder de una manera más expedita y de un proyecto social y político y un programa de transformaciones profundas.

Los centros neurálgicos fueron las ciudades de El Alto, La Paz y Cochabamba, la región cocalera del Chapare y las poblaciones colonizadoras de Yapacaní y San Julián, lugares donde se asentaron, en los últimos veinticinco años de economía neoliberal, miles de familias emigrantes expulsadas de los campamentos mineros y de las comunidades campesinas-indígenas, marcando un fuerte acento de lucha contra la discriminación, la exclusión y la explotación que caracterizan a los colonialismos interno y externo.

La controvertida fundación de Bolivia, marcada por la guerra de las republiquetas, los gritos libertarios, la presencia de los ejércitos libertadores y el distanciamiento con Lima y Buenos Aires, tiene en su base la ausencia de un eje articulador de carácter nacional, a pesar de los esfuerzos de Santa Cruz y Belzu, y solamente después de cincuenta años se impone, primero con la oligarquía minería de la plata y luego con la del estaño (del primer Aramayo, Arce y Pacheco a Patiño, Hoschild y el tercer Aramayo), en alianza con los latifundistas, banqueros y comerciantes, la inserción dependiente al mercado mundial y la vigencia directa de la dominación imperialista (Almaráz, 1967).

Las guerras del Pacífico y del Chaco marcan huellas profundas en la existencia de Bolivia, la primera por los intereses ingleses y chilenos aliados a los mineros de la plata, que impusieron una visión liberal-darwinista (Zavaleta, 1983) y la segunda por la constitución de una fuerza unificadora de las clases y grupos sociales subalternos que provocan la emergencia revolucionaria de 1952 destruyendo el bloque oligárquico minero-terrateniente, que divide la historia boliviana en dos. Este proceso nacionalista se produce, además, influido por las experiencias similares mexicana y argentina en el contexto de las dos guerras mundiales que expresan los reacomodos mundiales y las luchas de los grandes intereses capitalistas internacionales, por una parte, y el afloramiento de una ola nacionalista y de liberación nacional en las regiones dominadas de Asia, África y América Latina, por otra parte.

A su vez, la acumulación obrera en Bolivia tiene sus orígenes en la producción minera durante los siglos XIX y XX, con la minería de la plata, primero, y del estaño, después. En resistencia a la oligarquía y la Revolución Nacional de 1952 el movimiento obrero tuvo un papel protagónico, con la COB a la cabeza, implementando el cogobierno MNR-COB, la Nacionalización de las Minas, la destrucción del Ejército de la oligarquía, y la destrucción del pongueaje (trabajo gratuito y obligatorio de los campesinos-indígenas a favor de los terratenientes), a su vez el movimiento campesino protagoniza el proceso de 1952 consiguiendo la Reforma Agraria y el Voto Universal.

Desde la década de los 50 hasta fines de los 80 el movimiento obrero y campesino fue protagonista destacado de la historia nacional, hasta la aplicación de las reformas neoliberales (80-90) (Careaga, 1996) que provocó la destrucción de la economía estatal minera y la crisis de la agricultura campesina del occidente del país, provocando la expulsión de miles de trabajadores de las minas y el campo hacia las ciudades y las zonas productoras de coca.

Asimismo, durante la segunda mitad del siglo veinte se fortaleció un capitalismo de Estado con la formación de empresas estatales en los sectores estratégicos de la minería, los hidrocarburos, las comunicaciones, el transporte, las mismas que permitían ciertos márgenes de redistribución a través de políticas sociales en salud, educación e infraestructura, principalmente. Pero, al mismo tiempo, se formaba y consolidaba la nueva oligarquía o "nueva rosca", como la denominó Sergio Almaraz (Almaraz, 1969), formada por los nuevos empresarios mineros, por la banca y las finanzas, por los terratenientes agroindustriales del oriente y por la burguesía comercial en alianza con el imperialismo que retomó el control de la política boliviana aplicando la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina (Paz, 2006) en los años setenta con las dictaduras militares, primero, y los planes de la Trilateral y el Consenso de Washington en los ochenta y noventa con las democracias neoliberales, después.

Junto a los Programas de Ajuste Estructural, diseñados por el FMI y el BM, implementados con un altísimo costo social expresado en miles de trabajadores despedidos, destrucción del reducido aparato productivo, explotación y crisis de los pequeños campesinos parcelarios, transnacionalización de las empresas estratégicas, librecambio y libre mercado a nivel interno y externo, se desarrolló una aplastante y millonaria propaganda ideológica y de medios de comunicación, a la que se sumaron los "izquierdistas" y "socialistas" que pontificaron la ecuación conservadora: libre mercado + transnacionalización + globalización = democracia. Bajo la batuta de la Embajada de Estados Unidos, los partidos políticos tradicionales, manejados por los Sánchez de Lozada, Banzer Suárez, Quiroga Ramírez, Paz Zamora y otros, implementaron religiosamente las recetas neoliberales y se convirtieron en los "dueños" de Bolivia.

 

5. Iniciativa Antimperialista latinoamericana

Los pocos centros de resistencia política y social frente al proceso de dominación imperialista, los focos de pensamiento crítico, fueron aislados por el orden vigente, hasta que las masas populares se levantaron y tiraron abajo todo el andamiaje político, aunque aún están en pie los mecanismos de control económico, ideológico y de medios de comunicación.

La agresividad imperialista estadounidense, que concentró su acción de guerra invasora, violenta y masiva en el Oriente Medio, por los estratégicos recursos petroleros, con la consiguiente resistencia de los pueblos árabes, ahora nuevamente apunta sus misiles políticos hacia Latinoamérica en la medida en que se rompe su hegemonía, particularmente por la abierta posición antiimperialista del gobierno de Caracas, la misma que ha permitido recuperar la conciencia bolivariana y latinoamericanista, ha removido las bases de los proyectos de integración como el MERCOSUR y la CAN, ha impulsado la ALBA como alternativa al ALCA norteamericano y, con la iniciativa boliviana del gobierno de Morales, el Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP) frente a los Tratados de Libre Comercio (TCL) (Morales, 2006).

En otras latitudes se producen reavivamientos nacionalistas como en Europa Central con la disolución de Yugoslavia y Checoslovaquia, en Oriente Medio por la fuerza religiosa de los países islámicos y el rechazo a la intervención imperialista que pretende controlar el petróleo y en el territorio ex soviético, donde varias naciones reivindican su derecho político de existencia estatal. Éstos y otros procesos similares en otros lugares se convierten en la contrapartida a la mundialización y la homogeneización pretendida por el pensamiento único, la hegemonía imperial y la globalización.

Bolivia, en el contexto regional, es para la política norteamericana, un eslabón geopolítico muy importante no solamente ni prioritariamente por el tema de la producción de hojas de coca y su política antidrogas, sino por su lugar estratégico en el mapa continental.

Evo Morales, al asumir la Presidencia de la República en Enero de 2006, manifestó que con las elecciones, el MAS, los movimientos sociales y el pueblo han conseguido el gobiemo, pero que aún no han tomado el poder. Su gobiemo recibió un "presente griego", un poder que se ha convertido en un frente opositor coherente: La cúpula del Poder Judicial (Tribunal Constitucional y Corte Suprema de Justicia) está constituida por allegados a los partidos tradicionales, la mayoría del Senado Nacional la forman políticos que han administrado el proyecto neoliberal, los grupos económicos que controlan los principales medios de comunicación, los Prefectos (gobernadores) de seis departamentos elegidos por voto ciudadano y las Superintendencias Reguladoras. Este bloque se cohesiona en función de los intereses de la "nueva rosca" y de las transnacionales petroleras y mineras y de los dictados de la Embajada de Estados Unidos (Morales, 2006).

El nuevo bloque de poder que aglutina a los movimientos populares de campesinos, colonizadores, sindicatos de maestros, productores de coca, informales, trabajadores "por cuenta propia", juntas vecinales urbano-populares, mujeres campesinas, indígenas, pueblos originarios, comerciantes minoristas, asalariados, intelectuales y estudiantes tiene una alta capacidad de movilización, pero no cuenta con una dirección política ni con un proyecto económico, social y político que refleje plenamente las consignas movilizadoras precedentes. El liderazgo de Evo es incuestionable y su capacidad de aglutinar y convocar a las fuerzas populares es muy favorable, sin embargo tiene un equipo heterogéneo: Desde grupos conciliadores con las políticas neoliberales, con la embajada y con las trasnacionales, hasta aquellos que tienen una clara posición antiimperialista y latinoamericanista, desde grupos que plantean una estrategia nacional y unitaria hasta los que plantean radicales autonomías regionales, indígenas y provinciales, los que plantean interculturalidad y los que plantean plurinacionalidad.

En el ámbito institucional dos observaciones son importantes: La primera está referida a las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, espacio estratégico donde el Presidente ha conseguido un importante respaldo al darles a los militares y policías papeles destacados en los proyectos nacionales, aunque el coqueteo y la influencia norteamericana es fuerte en algunos sectores cada vez minoritarios. En el trasfondo se advierte una acertada iniciativa para la formación de un pacto de los campesinos y pueblos originarios con los militares, como se advirtió en el masivo y simbólico desfile conjunto de homenaje a la fundación de Bolivia, el 6 de agosto de 2006, en Sucre.

La segunda corresponde a la red de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y Fundaciones, particularmente financiadas desde Europa y Estados Unidos, que tienen una fuerte influencia sobre el gobierno y algunos de sus representantes ocupan lugares destacados en el aparato de Estado. Durante el periodo neoliberal estas organizaciones ocuparon el espacio de algunas responsabilidades sociales abandonadas por el Estado.

Las corrientes ideológicas identificadas en este proceso tienen en el liberalismo, el indigenismo, el marxismo y el nacionalismo a sus principales vertientes. Unas postulan un "capitalismo andino y amazónico" con un Estado plurinacional que transite, a largo plazo, hacia un comunitarismo social en la medida en que en el presente las condiciones estructurales de Bolivia no permiten avanzar más allá, Otras posiciones, las indigenistas y nacionalistas, tienen distintas variantes, desde las que impulsan la formación de naciones a partir de las identidades étnicas con autonomías indígenas y de pueblos originarios, pasando por aquellas que consideran que alrededor del movimiento indígena se reconstituya una nueva hegemonía nacionalista, articuladora de un proyecto nacional (Stefanoni, 2006), hasta las que sostienen que el proceso nacionalista, como parte de un proyecto latinoamericano antiimperialista que supere la cuestión nacional irresuelta, abra una transición hacia el socialismo nacional a escala latinoamericana.

Los postulados ancestrales de reciprocidad, redistribución y solidaridad y ayuda mutua de los pueblos andinos, amazónicos y chaqueños de Bolivia han sido recuperados en el discurso oficial y en el contexto de la organización comunal, tanto en el mundo rural como urbano, ocupan un lugar importante en las prácticas cotidianas y, específicamente, tuvieron una importancia especial durante las jornadas de lucha de Octubre de 2003 a través de las juntas vecinales, los sindicatos campesinos y las comunidades indígenas (Mamani, 2005).

Los intelectuales aymaras, que desde la década de los años 70 han ocupado espacios importantes en los ámbitos políticos, académicos y de ONGs, han posicionado en la agenda de debate dichos postulados y, al mismo tiempo, consideran que la cosmovisión occidental debe ser erradicada y en su lugar implementar un orden fundado exclusivamente en la cosmovisión andina. Esta corriente ha tenido en el indianista Fausto Reynaga, en los años sesenta y setenta, a su mentor y representante mayor con su obra "Tesis India" y Wankar con "Tawantinsuyu" (Wankar, 2006) ha radicalizado esta posición considerando que es la guerra de razas la orientadora de la historia.

La desrnoronada izquierda tradicional y el antes poderoso movimiento sindical fueron declinando paulatinamente ante el ascenso del neoliberalismo y sus tesis están archivadas hasta hoy, en tanto que varios de sus dirigentes e intelectuales se sumaron a la ola globalizadora. Solamente las manifestaciones nacionalistas y populistas, como último reducto defensivo, presentaron resistencia esporádica mediante denuncias y acciones callejeras y Conciencia de Patria logró aglutinar, entre 1989 y 1999 a importantes sectores populares excluidos, del occidente del país, en una fuerza social y política y formuló el modelo endógeno como alternativa al desmantelamiento nacional (Soliz, 1993).

 

6. Los avatares del gobierno

Es evidente que en la formación social boliviana la combinación del colonialismo externo (la dominación española primero y la opresión capitalista imperialista después) y el colonialismo interno (la exclusión y discriminación de los pueblos indígenas y originarios por una minoría oligárquica que ha controlado el Estado y el poder económico) han marcado la constitución y el desarrollo de las clases y de las luchas sociales y nacionales. Las manifestaciones del desarrollo desigual y combinado en el contexto de la acumulación internacional del capital plantea en el caso de las semicolonias, como Bolivia, que la lucha antiimperialista se vincule con transformaciones más profundas del orden económico y social con la formación de un bloque nacional-popular que recoja y unifique las fuerzas nacionales en un proceso continuo y articulado con impulsos similares en los otros países de América Latina. La unidad de América Latina y el Caribe en esta cruzada es imprescindible y la actual coyuntura histórica marca y abre posibilidades de avanzar en esta perspectiva.

De todas maneras la existencia, en el proceso boliviano, de una dispersión ideológica e inclusive de ciertas posturas conciliadoras con el orden neoliberal, basadas en el pragmatismo y la "viabilidad", evidencian la precariedad de una estrategia nacional y regional. Las señales de esto se encuentran en los distintos ámbitos de los enfrentamientos y luchas.

A pesar del triunfo en las calles, de manera contundente, y en las urnas, con el 54 por ciento de votos, el gobierno de Evo Morales permite que los Prefectos neoliberales vayan adquiriendo un poder mayor al que les corresponde constitucionalmente y legalmente, dándoles, desde su propia administración, instrumentos para su desestabilización. Junto a los denominados Comités Cívicos de Santa Cruz y Tarija (zonas ricas en hidrocarburos) y con el apoyo de las transnacionales petroleras, las prefecturas han realizado cabildos abiertos y han reivindicado las autonomías departamentales e inclusive el separatismo de la República.

La convocatoria a la Asamblea Constituyente, demandada por los movimientos sociales populares una década atrás, fue aprobada por el Parlamento de mayoría "masista" con condicionamientos de la oposición neoliberal que consiguió, debido a los procedimientos de elección, primero la elección de representantes opositores "por minoría" en circunscripciones uninominales, segundo la imposición para que la nueva Constitución sea aprobada por dos tercios de votos (que de ninguna manera conseguiría el MAS viendo que de 255 escaños consiguió 137), y tercero que se convoque paralelamente a un Referéndum Nacional sobre Autonomías. Si bien los resultados nacionales de éste fueron favorables al "No" a las autonomías con un 57 por ciento de votos, Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando dieron resultados locales favorables al "Sí". El gobierno permitió que la "interpretación" regional se imponga en la agenda dando paso al fortalecimiento de las fuerzas conservadoras.

Se espera que, durante el año 2007, la Asamblea Constituyente apruebe una nueva Constitución Política del Estado que implique, según afirmó Evo Morales, la "refundación de Bolivia" con la presencia y bajo el control de los pueblos originarios, los indígenas, los campesinos y los movimientos sociales del campo y la ciudad que estuvieron excluidos durante cinco siglos y como expresión del pachakuti (tiempo de revolución) y el jacha uru (gran día). La presencia de instituciones, fundaciones, tecnócratas y oeneges, que asesoran a la Asamblea Constituyente, está, sin embargo, supeditando el proyecto político nacional a la visión parcial y formal del proceso, situación que se presenta también en el entorno del primer mandatario.

El emblema programático más importante de la gestión de Morales fue la Nacionalización de los Hidrocarburos, el Primero de Mayo de 2006, mediante la aprobación de un Decreto Supremo y la ocupación militar y policial de los campos petroleros manejados por las transnacionales desde una década atrás. Con esta medida, demandada como prioridad de las movilizaciones de los últimos años, no solamente se recuperaron reservas de gas y petróleo por más de 100 mil millones de dólares, sino que se desmontó la maquinaria del poder imperialista petrolero y se fortaleció la dignidad y conciencia nacionales (América XXI, Soliz, 2006).

Marcó, asimismo, un punto de referencia internacional puesto que, después del predominio internacional del neoliberalismo, ha sido la primera nacionalización del siglo veintiuno. Sin embargo, las presiones de las transnacionales Petrobrás, Repsol, Total, Shell y BG, de los gobiernos de Brasil, España, Francia, Holanda e Inglaterra y del FMI y BM, obligaron a negociar nuevos contratos, en Octubre, sin tomar en cuenta las auditorías que demostraron la estafa supermillonaria de las empresas; a mantener la empresa estatal del sector en condiciones residuales; a firmar nuevos contratos que, si bien permiten que los ingresos se quintupliquen, mantienen la hegemonía transnacional. El Ministro de las Nacionalización, Andrés Soliz Rada, renunció en septiembre por la presión del gobierno de Lula da Silva y de las empresas petroleras afectadas sobre el régimen de La Paz.

Otra decisión importante fue la Nacionalización de la Empresa de fundición de minerales de Vinto, de propiedad de la trasnacional suiza Glencore (cuyo socio principal es el traficante intemacional Marc Rich) que, durante el gobiemo de Sánchez de Lozada, fue enajenada del Estado a favor de la empresa inglesa Allied Deals en una décima de su valor, luego transferida a la empresa COMSUR de Sánchez de Lozada y finalmente ésta la transfirió a la suiza. La recuperación de Vinto permitirá recuperar parte de la cadena de la industria minera boliviana que, en la producción y comercialización está todavía en manos de consorcios intemacionales vinculados al millonario especulador George Soros y al propio Sánchez de Lozada, además de cooperativistas mineros.

Al respecto, en Octubre de 2006, se produjo un gravísimo enfrentamiento armado entre mineros asalariados y cooperativistas por el control de las reservas de estaño más importantes en Huanuni. El resultado fue la muerte de 16 trabajadores y más de cincuenta heridos.

 

7. Presiones interna y externa

La conspiración y desestabilización contra el gobierno se ha ido acentuando durante los últimos meses por distintas vías. Los medios de comunicación bajo control oligárquico y la Embajada del Norte han identificado la relación de Evo Morales con Hugo Chávez y Fidel Castro como motivo de su campaña. El nuevo embajador del gobierno de Bush en Bolivia, Philip Goldberg, quien tiene antecedentes de haber participado del proceso de fragmentación de Yugoslavia en 10s años noventa y haber sido Embajador en Kosovo durante la separación de Montenegro y Servia, antes de llegar al país, ha mantenido relaciones con los Comités Cívicos y las Prefecturas y manifestado que "en Bolivia deben mantenerse las reglas democráticas", en tanto que el poder mediático ha realizado una tenaz y permanente campaña por desprestigiar al gobierno y sus relaciones con el bloque latinoamericano.

El surgimiento de la denominada "nación camba" en Santa Cruz, al oriente del pa ís, como opción autonomista primero y separatista después, impulsada por los poderes petroleros, capitalistas, latifundistas y oligárquicos locales, incluidos contactos con Guayaquil (Ecuador) y Zulia (Venezuela) zonas de influencia secesionista, como punta de lanza para debilitar al gobiemo e impedir su avance, ha tenido su contraparte en la denominada "nación aymará", en el occidente altiplánico, que reivindica su autogobierno y derechos originarios, provocando acciones que ponen en riesgo la integridad de Bolivia y favorecen la estrategia de dividir y polarizar para mantener la dominación.

La arremetida más furiosa se produjo, entre finales de 2006 y principios de 2007, a raíz de las decisiones del gobierno de fiscalizar los recursos que administran los Prefectos, de avanzar en la Asamblea Constituyente, que se encontraba estancada durante seis meses, y de revertir las tierras improductivas de los latifundistas y dotarlas a los campesinos, colonizadores y pueblos originarios, con la realización de huelgas de hambre, cabildos, presiones políticas y acciones de violencia de grupos juveniles paramilitares de Santa Cruz contra migrantes de las zonas andinas y chaqueñas. Esta situación ha obligado a las Fuerzas Armadas a desplazar importantes contingentes a la regiones orientales, particularmente a las fronterizas con Brasil, donde, según diversas denuncias, el tráfico de armas es intenso.

El alto funcionario del Departamento de Estado, Michael McConnell manifestó, el pasado 27 de febrero, semanas antes de la gira de George Bush por cinco países de la región que "la democracia en América Latina ha ganado terreno pero corre peligro en Venezuela y Bolivia, cuyos gobiernos aprovechan su popularidad para debilitar a la oposición y eliminar controles" (América XXI, 2007).

Hasta hoy estos embates han sido controlados y el gobierno de Evo Morales ha mostrado pendularidad para frenar los esfuerzos desestabilizadores, sin embargo los enfrentamientos, luchas y choques, que obedecen a la estrategia imperialista de frenar, en este eslabón geográfico, el proceso de ascenso revolucionario en América Latina van a continuar y la única vía para resistir y avanzar en este proceso es la organización, movilización y vigilancia popular, la claridad en los objetivos, la formación de una vanguardia y la profundización del cambio con un programa que sea nacional y popular vinculado a la unidad de la Patria Grande.

Tomando en cuenta este análisis, las tendencias y proyectos en pugna pueden resumirse de la siguiente manera: 1 .-Agudización de las tendencias separatistas "polonizadoras" del país encabezadas por el eje Embajada-Transnacionales-Oligarquía y concentradas en Santa Cruz. 2.- El retorno del conservadurismo neoliberal y globalizador adecuado a la acumulación mundial del capitalismo aceptando el ALCA y el TLC. 3.- El equilibrio-conciliación entre el gobierno y las tendencias políticas tradicionales y los poderes económicos nacionales y transnacionales. 4.- La radicalización indigenista con la formación de gobiernos autónomos que provocarían la fragmentación del país y 5.- la construcción de un proyecto nacional-popular con una base indomestiza, con un Estado intercultural que impulse el antiimperialismo en el contexto de la integración latinoamericana.

 

NOTAS

37. Eduardo Paz Rada. Licenciatura en Sociología de la UMSA y Maestría en Ciencia Política de la FLACSO (México), Docente Titular de la UMSA y Docente Invitado en la UAM de Xochimilco (México) y en la U. San Marcos de Lima (Perú). Investigó "El poder minero en Bolivia 1964-1978'. "Proyectos políticos y Estado en Bolivia 1969-1980" y "Teorías y percepciones del Nacionalismo en Bolivia hoy".

 

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