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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.27 La Paz  2006

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

LA MUTUA CONFORMACIÓN DEL CAPITAL Y EL TRABAJO DESDE EL CAPITALISMO MADURO AL CAPITALISMO SENIL, Y LAS FORMAS SOCIALES A QUE DA LUGAR3

 

 

Andrés Piqueras*

 

 


 

 

Introducción4

Frente a la rigidez del marxismo sistémico, circulacionista o reproductivo, con muy escasa cuando no nula atención a los sujetos de carne y hueso que realmente hacen la Historia, que enfrentan y condicionan cada día tas dinámicas del Capital, distintas líneas que con el tiempo vinieron a llamarse del «marxismo abierto» o «autonomista» hicieron precisamente hincapié en el potencial emancipador de los seres humanos y su esencial autonomía frente a la dependencia que de ellos tiene el Capital para reproducirse.

Sin embargo, unos por defecto, otros por exceso, los sujetos concretos de emancipación en unas u otras coordenadas sociales han quedado tan indefinidos como fuera de la lente de ambos flujos de análisis e interpretaciones marxistas. Poco han contribuido unos y otros a dar luz sobre las específicas circunstancias sociohistóricas y de conciencia de aquéllos, sus posibilidades, sus carencias, contradicciones, proyectos...

Mucho han criticado, por otra parte, los nuevos marxismos «autonomistas» a aquellos primeros «sistémicos». Quisiera, por mi parte, centrar algunas críticas en los últimos, tomando para ello la figura de John Holloway, no porque sea más representativo ni su obra más importante que la de otros, sino porque es uno de los que más está influyendo en los debates y disputas de los movimientos sociales, especialmente en América Latina5.

La apuesta de Holloway por el «grito» como factor liberador busca deliberadamente ser ajena a la alienación intrínseca de la que parte y padece el Trabajo en cualquier sociedad de clases, y en concreto, de la muy característica que produce la sociedad capitalista, cuyas relaciones sociales son especialmente oscuras para el Trabajo en general, pero sobre todo en su expresión asalariada. Con ello se desconoce, al mismo tiempo, el hincapié marxista en la conciencia de clase (llamémosla si queremos, conciencia de lucha) como acompañante indispensable de la constitución de sujetos sociales, en tanto que agentes con mayor capacidad de realización de la potencialidad humana de protagonizar su propia emancipación respecto de unas u otras condiciones de dominación y alienación (percibiendo y enfrentando la explotación de que son objeto). Confunde también la resistencia o 'lucha de clase' latente que es susceptible de producirse en todo ser humano ante cualquier forma de explotación-opresión, con la lucha de clase explícita o auto-emancipadora (tengo que remitir para mayor detalle sobre este punto a Piqueras, 2002:38).

La conciencia enajenada aparece así, en la obra de Holloway, como expresión de un sujeto cuyo desarrollo abstractamente libre (ligado, como condición suficiente al parecer, al hecho de gritar, o negar), determina la modalidad material del proceso de organización social, en una inversión de la reducción economicista de la dialéctica entre materialidad y conciencia (ver en Argentina, íñigo Carrera, 2003).

La exclusiva insistencia en la potencialidad liberadora de todo ser humano («que va junto a nosotros en el autobús» - Holloway, 2000), si bien aparentemente puede contribuir a enardecer prácticas y acciones de lucha, hace un flaco favor a la larga al movimiento emancipador de la Humanidad, mientras no exprese en qué reside ese potencial emancipador en cada momento, mientras además se desentienda deliberadamente del hecho de que en todo ser humano confluyen diferentes fracturas de poder y situaciones de clase, haciendo de cada uno de nosotros individuos con potencialidades emancipadoras y reproductoras a la vez, del orden social. Orden que no puede ser superado meramente con «el grito» (con todo lo importante que sea para arrancar), sino con una prolongada desordenación de las relaciones sociales de producción hegemónicas, a través de la desarticulación de la relación de clase Capital/Trabajo (como subsumidora del resto de poderes y fragmentaciones en la sociedad capitalista), algo que requiere necesariamente de sólidas bases organizativas y de su vinculación a proyectos de largo alcance. (Advertencia al respecto: quien va con nosotros en el autobús, además de «rebelde», puede ser también, desgraciadamente, un padre maltratador, explotador del trabajo ajeno, déspota en la relación de género, etc.).

En este sentido, el disoluto desprecio de Holloway por contribuir a perfilar las posibles formas de organización del Trabajo para enfrentar las distintas expresiones de dominación particular y global, así como la desconsideración de propuestas concretas de acción o de incidencia en las muy variadas expresiones institucionales que median en nuestras sociedades la relación Trabajo/Capital, conducen a este autor a un misticismo emancipador radicado en una potencialidad abstracta, pero a la vez teleológicamente todopoderosa, que hace recaer la transformación en un espontaneísmo poco menos que demiúrgico (propio de las más descabelladas versiones ácratas), vinculado en exclusividad a una permanente negación de la negación de la potencialidad del hacer y a la pulsión de autoemancipación que alberga todo ser humano. Sólo podremos conseguir algo trasformadoramente limpio, parece 116 proponernos Holloway, ideando un nuevo mundo, siendo individuos en continuo hacerse, sin definiciones ni identidades, cuando hayamos conseguido desprendernos de todas nuestras ataduras fetichizantes propias de la sociedad que queremos abandonar. Es decir, estamos ante una versión del apotegma del «todo o nada», propia de algunas de las propuestas místico- religiosas que se han formulado a lo largo de la truculenta historia de la Humanidad, y que paradójicamente respecto a las intenciones que declara el autor, se pretende convertir en una receta unívoca y ahistórica.

Mas con todo ello, en la práctica, Holloway logra elevar en alto grado los ya de por sí respetables niveles de confusionismo que imperan en las izquierdas mundiales, contribuyendo con su influencia, de paso, a buena parte de la paralización de la acción colectiva, bajo la denuncia o sospecha de «ortodoxia» esgrimida contra las expresiones organizativas que pretenden poner en marcha esa acción colectiva u «organizaría», y que no coincidan con estos planteamientos. El temor a que te espeten de «ortodoxo», puede funcionar, así, como una ortodoxia al revés, fragmentando aún más las ya ultradivididas izquierdas algo de lo que saben bastante las organizaciones y movimientos sociales de México y Argentina, sobre todo, como dos de los países donde más se ha acusado el influjo social de estas propuestas.

Por último, su retórica exuberante sobre un sujeto de emancipación tan ambiguo como impensado (que a menudo linda con la fantasmagórica noción de «multitud» de Negri4), no puede conducir sino a nuevos idealismos más o menos milenaristas sobre la transformación social.

Sobre la toma o no del Poder

Pero donde estas propuestas han logrado generar más discordia y disensión entre las izquierdas, y donde a mi entender se muestran más dañinas, es en lo referente al Poder.

Si por una parte el postestructuralismo nos había desconcentrado el Poder, haciéndonoslo ver casi ubicuo en la sociedad, el propio postmodernismo teórico nos lo fragmentó o descompuso en infinidad de poderes parciales y micropoderes, «poderes oblicuos», latentes, que atravesarían a los grandes poderes verticales, de los cuales todos participaríamos de alguna manera y a la vez padeceríamos en los distintos ámbitos de nuestra vida.

Quizá esto condujo al olvido -o desprecio- postmoderno de las estructuras de coagulación de poder, de subsunción de esos millones de poderes que atraviesan cualquier sociedad. Estructuras que existen en forma institucionalizada y muy bien organizada en el conjunto de sociedades capitalistas y en el ámbito global que ellas conforman en la actualidad. Desprecio frente al que la burguesía nacional y global se frota las manos (no en vano ha loado y difundido con ahínco algunas de las principales obras de estas vertientes, incluso en su acepción «marxista», en los últimos años). Dejar intacto todo el aparato represivo policíaco-militar, así como el de instrucción o reproducción de conciencia alienada, entre otros, para sustituir la aprehensión y disolución de esos poderes por una supuesta extensión (no explicada) de «islas de autonomía» y de «contrapoderes», no es un tema ciertamente baladí. Antes al contrario, es clave para los procesos emancipatorios de este nuevo siglo, y está sacudiendo severamente a las izquierdas entre sí.

Por eso debería plantearse sin «integrismos», o sin ánimos totalizadores. En contextos de salvajismo represivo, donde las condiciones de brutalización social alcanzan niveles atroces (como saben buena parte de las poblaciones latinoamericanas, como se vive cada día en Colombia, por ejemplo), propuestas de desatención de los poderes que torturan, masacran o desaparecen gente cada día pueden ser miradas con la más triste ironía, o la sospecha escéptica sobre sus últimas intenciones.

¿Hay un modelo para ser «revolucionario» o «rebelde» para todo tipo de situaciones? ¿Qué clase de organización puede sobrellevar con éxito una forzada clandestinidad o experiencias de brutalización represiva? ¿No requerirá cada contexto sociopolítico un tipo diferente de opciones o creaciones organizativas?

El error actual de Holloway, que no parecía compartir en sus primeros escritos, es considerar al Estado, al menos así lo parece a la hora de formular sus propuestas, como mera expresión de las relaciones fetichizadas capitalistas, y no como un espacio real de poder, como entidad resultado de la cristalización de la cambiante correlación de fuerzas existentes en cada sociedad. Desconocer lo que Marx y Engels nos enseñaron en el Manifiesto Comunista (como Atiiio Borón se ha encargado bien de plasmar), en cuanto a la necesidad de llevar a cabo análisis rigurosos de las contradicciones de la sociedad capitalista y sus mecanismos de reproducción (lo cual no implica ni ser funcionalista ni pensar que esa reproducción se haga de manera automática o indolora); obviar la necesidad de discernir los sujetos en mejores o peores condiciones de emprender una tarea emancipatoria colectiva en cada momento, o el itinerario histórico necesario de recorrer para ello, es en realidad muy poco marxista, y convierte la transformación en algo tan etéreo y abstracto como en realidad inalcanzable5.

La ideal afirmación de Holloway de que lo único que cuenta es la desalienación, mientras que nos tenemos que olvidar de la hegemonía, contribuye a hacernos entender que su concepción del poder-antipoder corra pareja a la de su artificial antinomia política-antipolítica (hija del más puro estilo anarco-místico): la política debe ser superada en cuanto que encapsula el caudal de posibilidades emancipadoras. Pareciera que, por el contrario, el proceso emancipatorio es uno y comprendido de la misma manera por todos los seres humanos, que en esencia aptos para entender la correcta emancipación, anularán en un 119 todo o nada el conjunto de poderes sociales, colectivos y personales, y se armonizarán. Nada más lejos de la realidad: cualquier proyecto social, sus diferentes interpretaciones y las discrepancias entre seres humanos, requerirán siempre de la Política, no como gabinete de dirección de los muchos por unos pocos, sino como interacción a través de la que se construye, decide y regula el devenir social y las posibilidades de participación y protagonismo en el mismo de unos y otros seres humanos o sectores sociales (que por lo tanto generan mediaciones en algún grado institucionalizadas entre esas distintas posiciones sociales).

Frente a ello el «todo o nada» de Holloway (que es lo mismo que «si no es puro del todo, no vale»), por otra parte muy del gusto de esos «marxismos ortodoxos» tan denostados por el propio autor, se antoja cuanto menos iluminista. Pero esto nos lleva al punto de las «viejas» y «nuevas» izquierdas.

Sobre «viejas» y «nuevas» izquierdas

La pretendida dicotomía en que cierto «marxismo autonomista» nos quiere encasillar entre la «nueva» y la «vieja» izquierda, esta última compendiadora de todo lo malo (denominada peyorativamente «izquierda leninista»), es tan estéril como poco dialéctica, debido entre otras muchas cosas a la absoluta carencia de contextualización y análisis histórico que esconde.

Mejor haríamos todos en abrir y abrirnos al tan necesario debate, buscando y construyendo juntos, desde praxis concretas, caminos de emancipación posibles.

La izquierda de cada momento, como todo el resto de lo humano, es producto de su interacción dialéctica con específicas circunstancias históricas, que por su parte no son entidades «externas» a los seres humanos, sino que a su vez son resultado de ellos mismos, en una espiral dialéctica sin fin. A lo largo de su evolución, las izquierdas han ido incorporando la conciencia de nuevas fracturas, de nuevos poderes, luchando contra ellos, y por tanto enriqueciéndose cada nueva generación (de ahí el desfase en la visión y capacidad transformadora de quienes no incorporaron esos enriquecimientos en las siguientes generaciones de lucha). Así, lo que en un momento pudo ser una praxis de izquierdas, en otro puede no serlo tanto. Pero esto está muy lejos de querer decir que haya que despreciar o tirar por la borda las diferentes conformaciones morfológicas del «ser de izquierdas» que se han dado en la historia (entre otras cosas porque su lucha permitió ciertos despegues que a su vez han posibilitado nuestra presencia como izquierda hoy). De la misma manera que empeñarse en reproducir esquemas organizativos (o antiorganizativos) y de intervención social sean cuales sean las circunstancias, nada dice a favor de ser de izquierdas.

Analizar y proporcionar elementos de entendimiento y praxis de lucha contextualizados sociohistóricamente, sin dogmatismos, pero al tiempo con intención de aportar claves que puedan albergar valideces universales aunque sujetas a la dialéctica de todo lo existente: ese fue siempre el desafío que aceptó y tomó en sus manos el marxismo. Por eso la importancia de congeniar sus ricas versiones, lo más fructífero de cada una de ellas.

Aquí se presenta una propuesta que pretende ir en tal sentido.

1. Sobre el Capital y el Trabajo como sujetos antagónicos, pero al mismo tiempo heterogéneos y contradictorios internamente

El Capital es una relación social que conlleva la expropiación del hacer, del trabajo y de la vida de otros a partir de la apropiación de los medios de producción sociales. Es la expropiación y el sometimiento del trabajo vivo, esto es, de los seres humanos. Esto tiene lugar a través de una relación de clase o de explotación.

El Capital, además de ser una relación social, presenta una encarnación que le da carácter de sujeto: la de quienes expropian y actúan para reproducir o ampliar esa relación, asumiendo además la garantía de la acumulación capitalista como Sistema.

El Trabajo lo personifica la parte humana que es expropiada de su hacer para sí misma, tanto a través de la explotación directa como en general de su pérdida de autonomía, resultando alienada de sus propias condiciones de vida. La dinámica general del Sistema no responde a sus intereses ni está orientada por ella, aunque ocasionalmente o relativamente, unas u otras partes de la misma puedan beneficiarse en algunos aspectos.

La relación de clase o explotación tiene su expresión en la División Social del Trabajo. Sin embargo, hay otras divisiones del trabajo que la complejizan, y son susceptibles de constituir también formas o expresiones (complementarias) de la relación de clase: se trata, por ejemplo, de la División Sexual y Étnica o Cultural del Trabajo. Estas divisiones posibilitan la acaparación de oportunidades de vida también entre los distintos sectores del Trabajo a través del diferente acceso de unas u otras personas que integran este lado del binomio de clase a los recursos, a los medios e instrumentos de producción de pequeña escala o a la posición dentro de una división social del trabajo dada. Todo lo cual determina unas relaciones de privilegio estructurales de unos respecto a otros.

Las relaciones de privilegio que obedecen a los patrones de género y étnicos son las que están hoy más fuertemente arraigadas al presentar una base sociohistórica naturalizada.

Sin embargo, hay otras relaciones de privilegio estructurales que pueden devenir de las diferentes posiciones en los procesos productivos o de la distinta inserción en los mismos:

a) bien por posesi ón de cualificaciones que otros no tienen

b) bien por formar parte del engranaje directivo o supervisor en esos procesos

Vinculadas a las claves anteriores, las relaciones de privilegio pueden resultar también, sobre todo en un mundo hiperconectado, de la ubicación en redes de movilidad social y de acumulación de «capital social». Lo que permite aprovecharse de la intervención de agentes cuya actividad no es ni reconocida ni valorizada, y que por lo general están sujetos a una alta inmovilidad (no reciben la fracción de valor añadido que les corresponde y que contribuyen a generar para los agentes con movilidad socio-espacial) (Boltanski y Chiapello, 2002).

Todas estas diferencias atañen horizontalmente a la relación Trabajo/Trabajo, atravesando y segmentando al conjunto de la población, y suponen la usurpación de oportunidades de vida de unos individuos por otros6.

Por su parte, las divisiones Capital/Capital se producen por cuotas de explotación, con el resultado de supeditación o subordinación de unos expropiadores respecto a otros, o en casos extremos por la expulsión de unos del vector explotador, a través de la competencia. En esta relación intra-Capital no está exenta tampoco la división de género, a menudo expresada como inserción dependiente de las mujeres en el lado del Capital, por filiación.

En todo ser humano se reproduce el desgarro vertical (Capital/ Trabajo) y el transversal (generización, etnificación), como parte este último del corte horizontal (Capital/Capital o Trabajo/ Trabajo), siguiendo estas divisiones u otras que restan por definir. Es decir, todo ser humano es un sitio de diferentes posiciones de clase, albergando en sí un germen de transformación y a su vez de perpetuación o reproducción del antagonismo de clase en sus variadas expresiones.

El autodenominado 'marxismo abierto' no debería olvidar esto a la hora de proclamar procesos de emancipación pretendidamente inherentes al Trabajo.

2. Organización del Trabajo y regulación del Capital: el binomio indisociable. Algunas de sus plasmaciones históricas

Uno de los principales esfuerzos teóricos de Marx (también aparentemente desconsiderado por el «marxismo abierto») estuvo encaminado a mostrar que en el Capitalismo los seres humanos, como Trabajo, se encuentran supeditados al Capital (por eso el concepto de «Capital-ismo») a través de relaciones de explotación y dominación, que sin embargo, y a diferencia de otros sistemas de clases, son sublimadas a través de la fetichización de la mercancía, incluyendo la de la propia fuerza de trabajo. El proceso es tal que si bien es el Capital el que depende en instancia última y definitiva del Trabajo, éste se encuentra desposeído y alienado de tal forma que no le queda más opción que entregarse como mercancía al servicio del Capital, que acapara los medios y posibilidades de vida de la sociedad. Es decir que la interdependencia Capital/Trabajo es manifiestamente asimétrica, en perjuicio del Trabajo.

El actual proceso fundamental condicionante de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo es la ofensiva globalizadora (de regulación unilateral del Sistema) llevada a cabo por el Capital con el apoyo de la drástica revolución científica y tecnológica en curso (en la que confluyen los desarrollos en microelectrónica, informática, biogenética y 124 robótica), que afecta profundamente a la totalidad de relaciones sociales de producción, atañe al conjunto de procesos productivos y motiva la redimensionalización del protagonismo del Trabajo como agente social y productivo, así como de sus posibilidades de constituirse en sujeto histórico.

Confluencia de procesos que se ha compenetrado en el tiempo con la metamorfosis de la economía estatal e internacional en economía global (o economía-mundo), con sus correlatos de desregulación social de los diferentes mercados laborales (que ahora son regulados casi unilateralmente por el Capital) y el establecimiento de una fuerza de trabajo también global cada vez más supeditada laboral y políticamente al Capital y a su combinación de dinámicas altamente intensivas en extracción de plusvalía con otras de extracción extensiva de la misma, semejantes éstas a las de la fase de acumulación primitiva.

Las maneras concretas como se produce el desarrollo tecnológico no son resultantes de un proceso ni neutral ni espontáneo, sino que se han realizado bajo la intencionalidad de clase, buscando la recomposición de la hegemonía del Capital como sujeto (o si se prefiere, de la clase social que lo encarna). Intencionalidad que tiene como horizonte el doble objetivo de recomponer la tasa de ganancia capitalista y el sometimiento de la fuerza de trabajo (o la eliminación de la misma como sujeto antagónico consciente).

No hace falta hacer profesión de fe materialista para darse cuenta de que con la reestructuración de las relaciones sociales de producción, quedan afectadas sobremanera también las formas de entender el mundo y de ubicarse en él: esto es, la subjetividad de los individuos y sus propias formas de constitución como tales.

Provoca, además, no sólo otras formas de ser y de concebirse como trabajador o trabajadora, sino de concebir también la propia realidad de las clases. Por consiguiente, las formas de existencia de éstas y el cómo se expresan han sido profundamente afectadas.

En este sentido, y para ser más exactos, habría que decir que el Sistema Capitalista Mundializado no sólo genera sus propias desigualdades extremas, sino que se sustenta en muchas de las tradicionales (de orden nacional, «racial», generacional, étnico, religioso, de género, etc.), que son, además, precisamente, las que «experimentan» de forma más directa los seres humanos y, por tanto, las que más les motivan a intervenir en lo social o a enfrentarse y coaligarse entre sí. Por eso, precisamente, es en este interfaz entre la universalidad de las relaciones sociales de producción capitalistas y la particularidad de sus manifestaciones en diferentes contextos sociohistóricos, donde se define el proceso de formación y reproducción de clase (y de las clases) a escala global (Colás, 1997).

Cada «fase» capitalista se corresponde dialécticamente con diferentes formas políticas de organización del Trabajo y de su expresión como sujeto político7. Repasemos unas y otras durante las «etapas» del capitalismo desde que éste se hace maduro, o lo que es lo mismo, desde que se convierte en el modo de producción hegemónico en las sociedades centrales primero, y después en el resto del planeta.

Las referencias que siguen tienen como base de entendimiento lo ocurrido en las sociedades centrales, si bien proporcionaremos también algunos elementos de contrastación con las sociedades semiperiféricas europeas y las periféricas latinoamericanas.

1. Capitalismo liberal-competitivo (Primera Industrialización)

El Trabajo adquiere conciencia de sí mismo y se despliega en multitud de organizaciones que penetran todos los órdenes de la vida social. Salto cualitativo o proceso singular de autovaloración del Trabajo, o de conversión del Trabajo en sujeto por primera vez en la historia de la Humanidad.

El Movimiento Obrero (MO), a diferencia de todos los demás movimientos coetáneos, apunta a la contradicción central del modo de producción capitalista: la relación de clase o de explotación, encarnada en esta fase histórica en la relación salarial (o fijación del trabajo como mercancía).

En consecuencia, el MO se convierte en el principal movimiento antisistémico. Sus frentes de incidencia se establecieron en torno a tres aspectos clave de la relación salarial: a) el empleo; b) el nivel de los salarios; c) las condiciones laborales.

Poco a poco fue constituyendo organizaciones laborales y políticas de presión, reivindicación y lucha: sindicatos y partidos (teniendo como objetivo la abolición de la propia relación salarial).

Pero al tiempo, el MO trajo consigo transformaciones culturales de amplio y profundo alcance algunas de las cuales analistas actuales se empeñan en achacar exclusivamente a fenómenos y movimientos de finales del siglo XX. El nuevo sujeto de clase originó también en su expansión social formas organizativas de carácter horizontal y profundamente democrático que incidirían en muchos aspectos de la vida cotidiana: asociaciones de consumidores, cooperativas de productores, escuelas, editoriales, sociedades de amistad, organizaciones culturales, recreativas, deportivas, formativas, de ayuda mutua, orfeones, coros, etc.

Estas estructuras, anticipándose a la «novedad» de las de los movimientos sociales tardocapitalistas, eran flexibles, horizontales, democráticas, dúctiles... propias de la fase de formación de los sujetos de clase.

El MO y la clase obrera no son lo mismo. El MO es la parte de la clase obrera -o en general del Trabajo-, hecha sujeto, su expresión más consciente y politizada.

El materialismo dialéctico no es sino la expresión sistematizada de esa conciencia que se fue coagulando a lo largo del siglo XIX.

Marx, y con él los sectores más avanzados del MO, soñaron con la construcción de un Partido como expresión de todas las luchas, de todos los movimientos, de todas las organizaciones obreras, a la vez resultado y coadyuvador de unas y otros. La premisa era que si el Trabajo constituye una sola clase, ésta debía aglutinarse en un solo Partido en conjunto a la sociedad se la presumía dividida en tantas partes (Partidos) como clases, tanto más evidente cuanto más se preveía la tendencia a la homogeneización de la clase obrera por su pauperización general, y la polarización de la sociedad en burgueses y proletarios. Un Partido que a la postre debía ser el de todos los trabajadores del mundo, y que bien podía, por tanto, tener el carácter de una Internacional.

En las semiperiferias europeas se produce una mucho más lenta implantación de las relaciones sociales de producción (RSP) capitalistas, acompañada de una más tardía también constitución del Trabajo en sujeto (todavía es la expresión campesina del Trabajo la que protagoniza su lucha de clase, sin formada conciencia de clase). Los sujetos del Capital representados por los sectores burgueses liberales, tienen que coaligarse por más tiempo con las expresiones reivindicativas del Trabajo, contra el Viejo Orden precapitalista.

En América «Latina» la expresión colonial de las RSP capitalistas ha acelerado el proceso de transformación de la base económica, pero se ancla por el contrario, debido a su propio carácter dependiente, en relaciones políticas del Antiguo Régimen. Estas contradicciones tendrán su eclosión en forma de lucha interburguesa. Esto es, entre la burguesía periférica (liberal, autodenominada «patriota» o nacionalista, propugnadora de la forma social de organización estatal también para las tradicionales formaciones coloniales), y la burguesía semiperiférica (ibérica), mayoritariamente anclada en formas de dominación del capitalismo mercantil inmaduro, o directamente precapitalistas; defensora todavía de formas coloniales de acumulación.

La burguesía criolla contará para su proyecto liberal-capitalista con el prolongado apoyo de expresiones campesinas y de nacientes organizaciones del Trabajo asalariado. Mientras que el Trabajo en su expresión étnico-cultural (extraexplotado y

oprimido en su condición de «indígena»), ha dado por el momento sus últimas luchas por ser un sujeto «emancipado», no capitalista; pero en cambio se manifestarán recurrentemente- luchas concretas contra la sobreexplotación y el abuso de trato o el sometimiento vergonzante, así como por la posesión de la tierra. Se expresarán a veces a través de milenarismos no sólo indígenas sino también campesinos.

2. Fase de Capital Monopolista de Estado CME. (dos últimas décadas del siglo XIX a años 70 del siglo XX)

El Capital cobra entidad como sujeto, y como sujeto coordinado (aunque también enfrentado) a escala mundial, a partir de la constitución del Estado. Ente que pasará a ser una de las manifestaciones más tangibles de la lucha de clase, a través de las diferentes expresiones que adquiere según las cambiantes circunstancias (o correlación de fuerzas) de ésta.

El Estado va a poder poner en práctica, como síntesis agencial 129 de la clase capitalista sujeta al tiempo a esa lucha de clase, una intencionalidad tendente a combinar pretendidos modos de regulación social y regímenes de acumulación. Podemos distinguir dos grandes subfases dentro de este período atendiendo a los dos factores de esa combinación:

A. Modo de regulación principal: estatal-autoritario. Régimen de acumulación: dominante: tylorista-fordista (Dos últimas décadas del siglo XIX hasta Segunda Guerra Mundial)

Junto con el arranque de derechos a la clase capitalista cada vez más fundida como Estado, el MO va consiguiendo cierta democratización de este último y el acceso universal a derechos que la burguesía se había reservado para sí: primero civiles, luego políticos y por fin sociales (entre los que se cuentan también los económicos y hasta cierto punto los culturales). Proceso cuya trayectoria y tiempos es bastante desigual en unas y otras de las sociedades centrales y en las periféricas donde se había desarrollado asimismo el sujeto obrero (como son algunas de las latinoamericanas). Mientras, las expresiones organizativas más masivas del Trabajo tienden a institucionalizarse y burocratizarse allá donde se ha conseguido mayor apertura del Estado (sociedades eminentemente centrales). Expresiones que se hacen interlocutoras del Capital: se construye el espacio de lo social, donde uno y otro sujeto confluyen en su regulación, dando cada vez más vida colectiva a la Política.

Sin embargo, no por ello la clase capitalista deja de reaccionar frecuentemente con el cerramiento autoritario del Estado, especialmente en las sociedades europeas más débiles en términos capitalistas, e incluso asume a menudo el golpe de fuerza dictatorial (forma de gobierno que no obstante se muestra por lo general altamente inestable por ser poco compatible con la necesidad de «libertad» del mercado capitalista en su esfera circulatoria o de realización de la plusvalía; o lo que es lo mismo, por ser disonante con su insalvable proceso de conversión de los seres humanos en «consumidores libres»).

Debido a las propias pugnas intercapitalistas, pero asimismo como reacción a la creciente influencia del movimiento socialista, surgen los fascismos (versión más agresiva y dictatorial del Capital, a menudo en conflicto, o al menos no siempre en connivencia, con otras versiones del mismo). Constituirán el primer intento explícito de movilización de masas por parte de un sector del Capital como sujeto. Toman elementos de las dos principales ideologías que han movido a las poblaciones en el siglo XIX: la socialista y la nacionalista. Intentarán combinarlas en forma esquemática y burda, cuanto más burda y simple mejor (con consignas breves, directas e irracionales, asociadas al culto al mando y a la acriticidad) para llegar al corazón de las gentes a las que pretenden convertir en masas. De ahí se trata de pasar a la ofensiva y al control del Estado contra los sujetos de clase obrera principalmente.

En las sociedades semiperiféricas el Capitalismo Monopolista de Estado (CME) no es más que un proyecto embrionario. Las relaciones del Antiguo Régimen tienen todavía una presencia determinante. La fase estatal- autoritaria se alarga en el tiempo con especial virulencia (traspasando la frontera del siglo XX) sin apenas contrapartida en la construcción de lo social. Sectores crecientes del Trabajo (campesino, pero también industrial y del comercio) van entrando en fase insurreccional. La revolución soviética del 17 estimularía esa vertiente en las semiperiferias (Hungría, Ucrania, España, Grecia...), e incluso en la propia Alemania (si bien en sectores mucho más reducidos o «vanguardistas» del Trabajo).

B. Modo de regulación principal: estatal-keynesiano. Régimen de acumulación dominante: tylorista-fordista (Final Segunda Guerra Mundial a años 70 del siglo XX)

Tras el segundo gran choque interimperialista, y merced entre otras razones a la extrema debilidad que las burguesías presentaban a la sazón, a la aparición del Segundo Mundo como bloque-sujeto (de Estados), amén de la derrota de los fascismos a favor de la versión más acorde del Capital con respecto a sus propias relaciones sociales de producción (la versión «democrática»), las luchas políticas, sociales y económicas del Trabajo consiguen en las sociedades centrales una democratización del Estado sin precedentes, o lo que es lo mismo, imprimir a éste un carácter menos acusado de clase (capitalista), para que pase a ser más «Social».

Pero con ello, al mismo tiempo, el Trabajo se convierte en «interlocutor racional» del Capital, es decir, queda envuelto en su lógica.

Buena parte del MO pasa de ser una fuerza de negación a aceptar la 'positividad' de lo dado. Se produce el establecimiento de lo que se ha llamado «pacto de clase» en las sociedades centrales. O lo que es lo mismo, un compromiso entre clases sociales sobre la base de un crecimiento económico y la incuestionabilidad del orden capitalista. Las clases poseedoras aceptaron la redistribución vía Estado, del producto social, esto es, la instrumentación y aplicación estatales de políticas de redistribución de las rentas en favor de los salarios, y políticas fiscales coherentes con ello, al objeto de conseguir activación económica por la vía de la posibilitación de la demanda, así como paz social. Exigían a cambio la intangibilidad de los fundamentos de la producción capitalista: la propiedad privada de los medios de producción sin limitación. Reconocieron sobre esta base, las instituciones político-sociales de las clases subalternas, las cuales, como los sindicatos y partidos, se comprometen implícita e incluso explícitamente a no poner en cuestión esta política de rentas que a corto plazo posibilitó un incremento del consumo de las clases populares, ni los fundamentos del capitalismo, dentro del cual no sólo se integran, sino que contribuyen a apuntalar (garantizando así tanto la explotación del resto de las sociedades del planeta como la división sexual del trabajo, entre otras, sin las cuales este pacto social hubiera sido inviable).

El MO es en alta medida encauzado mediante sus organizaciones de representación política y laboral dentro del marco de las relaciones sociales de producción capitalistas, en una forma de regulación corporatista organización de intereses a escala estatal a partir de grandes organizaciones que representan coaliciones de fuerza, suprasectoriales, de actores cohesionados en torno a incentivos y elementos ideológicos expresos, que tratan de articularse en programas de actuación económica y sociopolítica convergentes. Lo que significa que el MO incidirá en la estructura política en gran medida como un grupo de interés organizado, en dinámicas de negociación y de conciliación de intereses contrapuestos. Se sitúa, de esta forma, en el ámbito general del macrocorporatismo, propio de las sociedades centrales europeas de esta fase.

Entre las fases Ay B se produce también, por tanto, la transición de las expresiones organizativas obreras a formas burocráticas, centralizadas.

La gran mayoría del Trabajo, incluso muchos de sus sectores más politizados, asumirá una vocación gradualista defensiva, basada en el logro táctico de mejores condiciones en los distintos órdenes (laboral, social, ciudadano...), que se aceptan como separados, sin proponerse ya una ofensiva integral, altersistémica.

Se recobra además el espejismo de la unidad obrera a partir de su pretendida unicidad, gracias a la apariencia de uniformización que propaga el prototipo del obrero industrial u obrero-masa.

Pero este espejismo se produce precisamente cuando el Trabajo está en ciernes de complejizarse como sujeto, a través de otras contradicciones y fracturas de clase, como la de género o las étnico-nacionales, las procedentes del modelo desarrollista-militarista, etc., asumidas como inevitables en el «pacto de clase keynesiano». Fracturas que darían origen a los «Nuevos Movimientos Sociales» (que irrumpieron fundamentalmente esta vez en la esfera reproductiva o circulatoria, con su repolitización de lo social y su recuperación de la horizontalidad y de altos niveles de democracia interna como claves organizativas). Justo, además cuando el modo de regulación estatal-keynesiano potenciará en las sociedades centrales un acrecentamiento de la diferenciación de la clase trabajadora, con la acentuación de la división social del trabajo y el desarrollo de profesiones en la esfera de lo social-estatal. Lo que es consecuencia de la transformación de una parte mayor de la plusvalía en servicios: educación, sanidad, atención social general y especializada a segmentos particulares y más vulnerables de la población.

Todo ello sumado a la generalizada terciarización de las economías centrales, redundará en la consiguiente heterogeneización del Trabajo.

En cualquier caso, en la fase B del Capitalismo Monopolista de Estado nos las vemos ya con un MO que comparte las estructuras burocráticas propias del corporativismo macrosocial, y de su institucionalización como elemento del Estado («Social»).

Hay, no lo olvidemos, un denominador común en los proyectos políticos de las «vanguardias» del Trabajo para estas fases 1 y 2: su intento -en la teoría o en la práctica- de negación de la propia pluralidad del Trabajo y la desconsideración de las múltiples contradicciones que también le atraviesan. Dicha pluralidad intentó ser «superada» mediante la centralización organizativa de las expresiones políticas surgidas de su seno, que se prepararon a partir de un cierto momento para concentrar sus esfuerzos en la esfera política con minúsculas (en sentido estrecho o meramente institucional-estatal), es decir, la identificada con el ámbito del poder también con minúsculas. Se descuidaba así el Poder con mayúsculas que era inherente al Capital: su capacidad de regular el metabolismo del cuerpo social en su conjunto, generando 'sus' propios individuos, su propia 'cultura' interna, sus propios motivos y modos de vida y de disciplinamiento social (ver Mészáros, 2003).

Al organizarse para la contienda en estos límites estrechos, las expresiones políticas del Trabajo adoptaron las formas y estructuras del adversario.

Foucault y otros postestructuralistas nos enseñaron que el Poder y la Política (con mayúsculas) se aplican y se ejercen en todas las manifestaciones de la vida social e incluso personal (por eso bautizaron a aquél como 'Biopoder'). Los llamados «marxistas abiertos» nos han hecho ver, por su parte, que las resistencias y la capacidad de desafiar al Capital se pueden manifestar también en todos los órdenes de la Vida.

Algo de esto iba por fin a percibirse con mayor trasparencia en la siguiente fase del Capital, merced a su aplastante omnipresencia en todos los aspectos de la Vida.

El estado de cosas descrito es atravesado por unas u otras semiperiferias con diferencias notables entre ellas en el tiempo. Debido a lo endeble de sus posibilidades redistributivas, y en general, a su mayor carencia de mecanismos de legitimación, el Capital se ve forzado en ellas a mantener su expresión dictatorial por más tiempo, o incluso a recuperarla cuando las circunstancias lo aconsejan.

En América «Latina», por su parte, las expresiones del Trabajo como sujeto han combinado en un breve lapsus las formas ofensiva y burocratizada propias del Capitalismo Liberal Competitivo (CLC) y del Capitalismo Monopolista de Estado (CME) de las sociedades centrales. Como eclosión de ello, durante la réplica «latino»-americana de la primera fase del 135 CME, o fase autoritaria, la forma insurreccional del conjunto de expresiones antagónicas del Trabajo tiene su epítome en la revolución mexicana.

Al tiempo, comienzan a manifestarse nuevas formas de la lucha de clase en su expresión indígena y campesina (o indígeno- campesina), contra la usurpación de tierras, desalojos, atropellos y su humillación como fuerza de trabajo y como seres humanos ajenos a cualquier consideración de «ciudadanía». Se están gestando los embriones de lo que más tarde serán nuevos sujetos indígenas, y se forzarán, como intentos de prevención, contención o asimilación de los mismos, las políticas indigenistas de diferentes Estados americanos.

Más tarde, tras la Segunda Gran Guerra, y ante la imposibilidad de la importación de la «paz keynesiana», se produce a partir de la mitad del siglo XX una proliferación de las expresiones armadas del Trabajo, en forma de guerrillas, Frentes, Ejércitos del Pueblo, comandos urbanos, etc.; esta vez ya con el referente de la revolución cubana. Plantean la toma del poder institucional mediante vías o estrategias como el foquismo (predominantemente militar), la guerra popular prolongada (militar con trabajo político comunitario), la vía proletaria (predominantemente política, con apoyo de la lucha armada), o la tercerista (levantamiento insurreccional masivo, pero como fruto de la previa penetración política de la población).

A caballo entre el CME y su rompimiento en forma de Capital global va cobrando vida palpable el indianismo como proyecto político autónomo de los sujetos indígenas, que desafía su integración en la sociedad dominante y recupera al menos en parte la clave histórica de su lucha: ser más allá del mundo capitalista. Generadores de su propio discurso, los sujetos indígenas reintroducirán el elemento étnico (que se pretendía disuelto) en la lucha de clase.

3. Fase de Capital Monopolista Transnacional CMT. (mediados años 70 del siglo XX hasta la actualidad). Intento de regulación unilateral del Capital. Régimen de acumulación principal: Primera Subíase/ Toyotista; Segunda subfase/ Fordista disperso - gatesianista8.

En esta fase se va a producir el fin del bloque-Segundo Mundo como sujeto internacional, y su fusión con el Tercero; la derrota del proyecto modernizador de las burguesías compradoras de las periferias, nacido en Bandung; el agotamiento del proyecto desarrollista en África y Asia, y del Estado populista como remedo del «Social», en América Latina; así como el desmantelamiento creciente del propio Estado Social, en las sociedades centrales. El Capital como sujeto histórico que ya se piensa único, proyecta o planifica similares estrategias de acumulación para el conjunto de las sociedades del planeta, con diferente intensidad, acciones y tiempos para unas y otras. A la vez, se ve sometido a la necesidad de enfrentarse cada vez más entre sí, sobre todo por lo que respecta a sus bloques hegemónicos, que pasan a concebirse también como (o al menos a intentar convertirse en) sujetos del Capital con especificidad propia en la arena transnacional: EE.UU., UE y Japón. Por más que intentan actuar de la manera más coordinada posible en su acción global contra el Trabajo.

La globalización es el término vulgar que hace referencia a esta fase transnacional del Capital Monopolista, y no es sino una ofensiva general del Capital (coordinado en gran medida por primera vez como sujeto a escala global -aunque luego acentúe también la competencia entre sí-) para recuperar tanto su tasa de ganancia como parte de su perdida hegemonía sociopolítica.

El Capital rompe las barreras estatales de regulación social de la producción y de la distribución en que se hallaba confinado en la anterior expresión de capitalismo monopolista de Estado, y tiende a buscar para esos fines el espacio global (planetario), aunque necesite del Estado para su reproducción y expansión (con lo que se recrudece el papel del mismo como garante de la oferta, y por tanto 137 como disciplinador del Trabajo: esto es, acentúa de nuevo su carácter de clase).

Las enormes dificultades que encuentra en la recuperación de la tasa de ganancia por razones sobre las que no podemos entrar aquí, las compensa con su relativo éxito en el segundo de sus grandes objetivos.

Así el Capital, como sujeto cada vez más consciente y planificados ha logrado en los últimos 25 años la destrucción (en muchos casos física), sometimiento o cooptación (a menudo también por conversión ideológica) de las principales organizaciones y sujetos del Trabajo en todo el planeta (consiguiendo en gran medida la imposición del marco dado de las cosas: «fuera del Sistema no hay nada posible»). Ha asimilado también las versiones del Trabajo en forma de Nuevos Movimientos Sociales (NMS) a partir de la incorporación parcial y lo más aséptica posible de sus reivindicaciones, en las diferentes agendas políticas.

Confina, en definitiva, a buena parte de los anteriores grandes sujetos o movimientos del Trabajo, tanto de primera (MO) como de segunda generación (NMS), en esferas cada vez más reducidas, de reivindicaciones autolimitadas y objetivos inmediatos que no contemplan ya casi nunca la universalidad social. Transformación, por tanto, de aquéllos en microsujetos (sujetos de tercera generación) que se expresan en agrupaciones de muy reducidas dimensiones, que admiten poca o nula disonancia ideológica, con muy limitado radio de acción e influencia sociopolítica (asociaciones y colectivos de muy diverso tipo, ONGs, comités, micropartidos sin posibilidades electorales, mesas o plataformas muy coyunturales...).

Por otra parte, la profundización de la dominación político- ideológica de clase (capitalista), consigue que, paradójicamente, la mayoría de la población deje de concebir la realidad desde una óptica de clase, con el consiguiente 138 desvalimiento ideológico generalizado.

Se radicaliza, por tanto, la supeditación estratégica del conjunto del Trabajo, que pasa en buena medida a una actitud exclusivamente defensiva, sólo ya de mantenimiento de al menos algunos de los logros anteriores.

En esta fase se produce la penetración del Capital en todos los aspectos de la Vida social y privada.

Las consecuencias fundamentales de ello son que el conjunto de los seres humanos se convierte en fuente de valor productivo y reproductivo, así como que toda la vida de los mismos queda sometida a la lógica del valor del Capital. Lo que es igual que decir que, aunque no sea directamente explotada, el conjunto de la Humanidad es transformada en Trabajo (y la totalidad de la Vida en valor). En realidad, cada vez más en trabajo abstracto (invisibilizado), dado que se extiende el espejismo de que el Capital (más y más inmaterializado a través de su financiarización) puede reproducirse sin necesidad del Trabajo.

El Capital va eliminando, pues, la distinción entre las esferas Productiva y Reproductiva o Circulatoria, obteniendo valor de todo el ciclo de la vida de los individuos (necesita aprovecharse no sólo de todas sus capacidades, sino también de todas sus potencialidades, de todas sus posibilidades de ser). Con el agravante de que debido a que ya no le es suficiente la brutalización de los mercados y relaciones laborales para garantizar su acumulación y reproducción ampliada, se ve forzado a emplear de manera permanente la opción militar como «modo de regulación», para asegurarse (no sin encarnizada lucha entre sí) la explotación final de los recursos que se acaban y, utilizando la guerra global como instrumento político (de su globalización), intentar abortar o prevenir las posibles insurgencias sociales de los antagonistas presentes y futuros. Lo cual adentra al Capital en una nueva fase que difícilmente podemos llamar ya «neoliberal», y que refleja su agotamiento estructural. Precisamente, para intentar frenar el socavamiento de su propia base infraestructura! y de legitimidad, es que una vertiente del Capital mundial, ha emprendido la opción «tercerviista», con sus prédicas de «recuperar» un capitalismo humano, capitalismo ecológico, etc. (siendo ahí donde la socialdemocracia incidirá en el futuro inmediato para tratar de recobrar su papel perdido: como intento de salvar al Capital de sí mismo). Es por eso que ese dominio del Capital tiene crecientes posibilidades de manifestarse como opresión, menoscabo de valía propia, sometimiento, pérdida de disfrute de la vida y en general, como indignidad.

Pero por eso mismo también, el campo de la contestación, que puede concebirse igualmente como mera negación de la Vida a ser negada, y extenderse (como Política) a partir de esta contradicción existencial básica, va también definitivamente mucho más allá de la fábrica, la oficina o la empresa. Se produce una auténtica socialización del antagonismo de clase. Lo que quiere decir, por una parte, que las fricciones o resistencias de los seres humanos a ser meros objetos de extracción de valor, explotables a antojo, o a admitir la mercantilización del conjunto de su vida, es fácil que tiendan a generalizarse en todos los ámbitos. Y por otra, que en adelante se hace más y más palpable que cualquiera tipo de resistencia proveniente de la cotidianidad del mundo de la Vida es susceptible de afectar el antagonismo vertical Capital/ Trabajo. Es decir, que las resistencias del Trabajo se hacen en su conjunto cada vez más antagónicas al Sistema, al tiempo que tienen crecientes oportunidades de conectarse entre sí (lo que no quiere decir que al menos parte de esas resistencias no puedan seguir siendo contradictorias también entre sí).

La radical ofensiva del Capital contra la Humanidad pone casi por necesidad a la Humanidad en movimiento. Con el paso del CME al CMT, las expresiones más reflexivas de la Humanidad como Movimiento apuntan, por ello mismo, a la vertiente global (como desafío y como alternativas a la globalización capitalista).

Pero entonces, si el Capitalismo industrial traía emparejadas formas burocráticas de organización (asumidas también por el MO), con los resultados tan frecuentes (aunque no únicos ni necesariamente queridos) de jerarquización, verticalidad, falta de trasparencia, incomunicación... el Capitalismo «informacional», tardío o senil con su modo de (des)regulación unilateral y la combinación de su régimen de acumulación fordista disperso y gatesianista, por contra, fomenta las formas organizativas virtuales, reticulares, ante la descomposición de las formas físicas de reunión y organización tradicionales.

De ahí que comiencen a aparecer los arcoiris, los rizomas, las redes, las webs... Formas de organización muy blandas, muy flexibles, por eso también difícilmente controlables, hegemonizables, cooptables (pero al tiempo con relativamente escasa operatividad). Conllevan altos grados de igualdad interna, trasparencia y democracia horizontal.

Con ellas y a ellas se adapta también la teoría de clase. Proliferan, por ejemplo, los intentos de hacer al marxismo más dúctil (a veces incluso 'gomoso' y difuso), más «acompañador» de movimientos, a costa de su potencial explicativo de largo alcance.

La principal preocupación de estas nuevas expresiones de lucha del Trabajo, lejos todavía de poder afectar la esfera productiva, ni apenas ya la circulatoria (salvo en los casos más combativos de las periferias, que atentan a menudo contra la realización de la plusvalía -cortes de rutas, 'puebladas', plantones en las ciudades, etc.- ya que no la generación de la misma), consiste en trabar el orden dado de las cosas (bloqueo de cumbres o de reuniones del Capital, actos de disidencia, desobediencia, protesta, de visibilización de injusticias, de puesta de relieve de las consecuencias depredadoras del Sistema, etc.).

Parece que de nuevo, la historia se repite.

Sin embargo, aquí debemos precisar dos procesos de nuevo cuño que suscita el Capital senil, paralelos pero que son al tiempo contradictorios internamente:

1. La socializaci ón objetiva de los procesos productivos y el proceso de cualificación y de entrada en la esfera del conocimiento por parte del Trabajo.

Proceso que el Capital intenta frenar o retrasar a toda costa mediante la subordinación de las crecientes posibilidades de autonomía obrera, a la estricta jerarquización de las decisiones y al elitismo-secretismo gerencial, así como promoviendo la desconcentración, fragmentación, flexibilización y brutalización laboral en todo el planeta, bajo una enorme gama de manifestaciones y ramificaciones.

2. La unificaci ón del mundo por el Capital pone también al alcance la posibilidad objetiva de la integración planetaria del Trabajo. Cuanto menos, abre más espacios de posibilidad para la comunicación real de la fuerza de trabajo mundial entre sí.

No obstante, el Capital ha conseguido el debilitamiento de la misma mediante la incorporación de más y más seres humanos a su ley del valor, esto es, a través de la conversión de aquéllos en fuerza de trabajo, despojándoles de sus medios de subsistencia. Esto, unido al deterioro de las condiciones de vida de la fuerza de trabajo de las periferias (a menudo por debajo de su valor de reproducción), genera una elevada capacidad de sustitución de la mano de obra en todo el planeta, encauzada a través de masivos procesos migratorios regulados a conveniencia, con el consiguiente deterioro de la capacidad negociadora o reivindicativa del Trabajo en unas y otras sociedades.

Además, el Capital hace todo lo posible por fomentar la división de la fuerza de trabajo a través de la extrema dualización, jerarquización y segmentación del mercado laboral (tanto interno como externo a las empresas), y el fomento de los enfrentamientos culturalistas (racismos, estatalismos, nacionalismos, etnicismos, cerramientos religiosos, encumbración de la identidad, división de la fuerza de trabajo en «nacional» y «extranjera» o «inmigrante»...). No es casual, en este sentido, su potenciación del «multiculturalismo» como ideología, con la consiguiente re-etnificación del espacio social.

La ideología de la multiculturalidad promueve la detectación y clasificación de numerosas poblaciones, así como el reconocimiento de derechos diferenciales por sectores débiles de población (minorías étnicas, nacionales, inmigradas, de género, marginadas, etc.), desarticulando a menudo no sólo las posibilidades de actuación conjunta de unos y otros, sino facilitando también continuas luchas intestinas por ganarse la cada vez mayor escasez de derechos reconocidos (convertidos en realidad en derechos-prestaciones concedidos a discreción), y alentando, por la misma razón, sentimientos de mutua exclusión y xenofobia. Esta ideología se muestra válida, al tiempo, para confinar en el ámbito «cultural» las muy diversas formas de desigualdad social, dificultando en gran medida su expresión en la arena política.

El multiculturalismo convierte, por tanto, la desigualdad en «diferencia», mientras que se desentiende de la jerarquía que se establece entre esa multitud de «diferencias» al interior de cada sociedad, y ni mucho menos atenta contra la subsunción de todas ellas a la forma capitalista de organización social. No es de extrañar que esté en la base de tantas políticas de identidad9.

En un mundo en el que las desigualdades se han convertido en «diferencias», el valor máximo que se puede predicar para los individuos es el de la «tolerancia», que a la postre pretende ciudadanos 'indiferentes', acordes con el «todo vale» del Sistema.

Las viejas estructuras organizativas políticas, sociales y laborales del Trabajo no se han adaptado aún a esta fase del Capital Transnacional, y ajustan sus estrategias con la vista puesta todavía en el período de macrocorporativismo del Estado Social. De hecho, muchas de ellas propugnan la vuelta al mismo, como si eso fuera posible.

Aquellas fuerzas parecen tardar en percibir que acorde con las cambiantes relaciones sociales de producción, con las actuales expresiones del Trabajo y las nuevas subjetividades creadas, se tendrán que imponer otras formas organizativas en todos los terrenos, que habrán de engarzarse más allá de la distinción entre esferas productiva y reproductiva, ya fundidas de hecho por el Capital (superando, de paso, las alienantes escisiones del ser humano entre trabajador y ciudadano, y ciudadano y excluido, claves de la sociedad capitalista).

En realidad, las fuerzas del Trabajo hoy deberían ser conscientes de que la construcción de todo un metabolismo social diferente capaz realmente de alumbrar otro tipo de sociedad, no puede aplazarse para un futuro supeditado bien a la acumulación de reformas o bien a la toma del poder (con minúsculas). Pues esa tarea, que hay que comenzar desde el principio con praxis concretas, disuelve la esquizofrénica dicotomía reformismo-revolución, a la que se vinculaba la tramposa dualidad objetivos inmediatos /objetivos finales que durante tanto tiempo entretuvo a la izquierda. Ella nos lleva a la necesidad de pasar a una actitud ofensiva superadora del paralizante repliegue defensivo del Trabajo durante la fase de capitalismo monopolista estatal-keynesiano (ofensiva que, como hemos dado a entender, jamás puede confinarse en el ámbito político-institucional).

En la fase senil del Capital, o de fin de la globalización compartida o «feliz», los intentos de brutalización del Trabajo y de doblegación de su capacidad combativa por parte del Capital, se verán mermados también con el agotamiento de la capacidad sustitutiva de la mano de obra de la que el Capital hace hoy gala (esto es, cuando la proletarización de la Humanidad se haya completado y/o se hayan nivelado para una buena parte de ella por abajo sus condiciones de vida, y se haga más problemática la sustituibilidad a peor de la fuerza de trabajo ya existente). Algo que, en cualquier caso, se puede acelerar con la autoorganización del Trabajo migrante y la consiguiente universalización del aumento de la capacidad negociadora y emancipadora.

Aunque aquí, como en cualquier otro hipotético proceso de emancipación del Trabajo, nos tenemos que enfrentar con el inescapable dilema de cómo es posible desarrollar capacidades de desalienación y liberación en medio de condiciones de brutalización sociolaboral. Y aquí también, como en cualquier otro proceso de lucha de clase, no hay respuesta clara ni contundente, pero sí la sustentación de la experiencia histórica de la lucha consciente del Trabajo, plasmada en conquistas del derecho a ser, en formas sociales, expresiones ideológicas, hábitos y límites a la indignidad, por ejemplo. Las expresiones más conscientes y organizadas del Trabajo como Humanidad en movimiento pueden, como antaño, aportar los cauces organizativos para expandir y traducir esa experiencia en nuevas luchas concretas y proyectos universales.

Los crecientemente insalvables límites del Capital como Sistema para perpetuarse así mismo a través de su reproducción ampliada10, nos dejarán en una tesitura que tendremos que afrontar probablemente en el curso de este siglo XXI, y que oscilará entre la barbarie autodestructiva y la emancipación como especie. Su resolución dependerá de la propia capacidad de la Humanidad, convertida en Trabajo por el Capital, de constituirse en sujeto de su desalienación, precisamente para dejar de ser «Trabajo», más allá de la explotación..

Apéndice. Propuestas y posibilidades de los nuevos sujetos del Trabajo para convertirse en sujetos con capacidad de incidencia global

A diferencia de lo que suelen hacer los artículos de corte académico, hemos querido reservar un apéndice o último apartado para aludir a algunos de los debates teóricos que están en la base hoy de las reflexiones y posibilidades del Trabajo en su intento de construir sujetos de cuarta generación, o de incidencia global. Con ello queremos unirnos a esos debates, y contribuir a la formulación de propuestas y proyecciones (a nuestro entender, imprescindibles en cualquier análisis marxista), para conseguir que cada vez más sectores del Trabajo devengan sujetos transformadores.

Desde aquí se propone, para ello, tomar en cuenta las siguientes consideraciones:

1) Reconocimiento de la pluralidad del Trabajo.

El Trabajo tiene una expresión obrera típica (como «proletariado»), tradicional, cada vez menor en las sociedades centrales, pero cada vez mayor en el conjunto del planeta. Tiene, no obstante, otras muy variadas expresiones (como «clase media asalariada»11, como Trabajo generizado, etnificado, racificado, precarizado, excluido, invisibilizado, ...). Además, existen numerosas divisiones sectoriales del mismo que van ligadas a la propia pluralidad constitutiva del Capital, la cual se reproducirá insalvablemente a pesar de toda la mística desatada en torno al Capital Global, o «globalización», y su predicado futuro de uniformidad.

Hay que tener en cuenta, también, que en cada fase los sujetos «típicos» de ella conviven con los de las (generaciones) anteriores. Así, en el capitalismo senil podemos encontrar sujetos de 1a, 2a, 3a y 4a generación.

Ningún «Partido» puede resumir ni representar toda esa heterogeneidad (ninguna 'parte' contiene el todo). Esto quiere decir que la primigenia posible concepción marxiana del mismo, en cuanto que entidad unificadora, como epítome y reflejo de todas las luchas, no puede ser reproducida por más tiempo.

Por otro lado, el Capital ha «cerrado» su propio juego democrático mediante mayorías automáticas, cautivas en redes clientelares y dependentistas en general, profusa, sólida e históricamente trenzadas, que se reproducen a sí mismas.

Además, las posibilidades electorales, en el capitalismo tardío o senil, se han tornado cada vez más supeditadas a los recursos económicos que pueden movilizar o poner en juego los grupos o fracciones del Capital que las sustentan, resultando de ello un ciclo vicioso de acumulación- monopolio financiero-empresarial / acumulación-monopolio electoral.

Monopolio que incluye también el de los medios de difusión de masas, y que se refuerza con el cada vez más férreo control de los medios de socialización y formación de conciencia (sobre el que tiene no poco que ver el cerramiento ideológico de los sistemas educativos y su empotramiento en la lógica mercantil).

Esto no quiere decir que haya que renunciar a la contienda electoral (de una u otra forma sigue siendo válida la clásica tesis leninista «de las dos patas»), pero sí que además es imprescindible emprender procesos de autovaloración y de formación del Trabajo, tan abandonados por las organizaciones políticas y sociales del mismo desde el «pacto keynesiano», al tiempo que se avanza en otros espacios, tal como se especifica en el punto 2. Lo que bien podría figurar entre los comienzos 147 de las praxis concretas que vayan acortando la distancia entre objetivos inmediatos y finales.

2) Conveniencia de incidir en los eslabones democráticos que restan en el capitalismo tardío e intentar ampliarlos todo lo posible, al tiempo que se expande y profundiza una irrenunciable democracia interna de las expresiones organizativas y movimientistas del Trabajo.

La participación en la tan viciada contienda electoral capitalista (en la política estrecha), para una izquierda transformadora, como sugería la tesis de las dos patas, debe ser consecuencia y nunca motor de una correlación de fuerzas sociopolíticas, previamente fraguada merced al convencimiento estratégico de intervenir fundamentalmente en la Política con mayúsculas (es decir, en todos los ámbitos del sistema social).

Quiere esto decir, como se ha apuntado, que es hora ya de fundir las expresiones organizativas del Trabajo, las cuales se han mantenido separadas en las esferas de la Producción y Circulación (y dentro de esta última, también en la subesfera institucional- electoral), y que fueron propias de anteriores fases del Capital, hoy ya superadas por él mismo, como también se ha dicho.

Se trata de construir organizaciones-movimientos transversales a esas esferas (que abarquen al tiempo lo laboral y lo electoral, lo doméstico y lo más estrictamente 'social', lo institucional y lo «privado»), que sean capaces de concitar movimientos y microsujetos dispersos, y que estén en condiciones de aglutinar intereses de las muy distintas expresiones del Trabajo.

La clave hoy es contrarrestar algunas de las carencias más importantes que presentan los movimientos de cuarta generación, o globales, como son la prolongación de la atomización, la relativa pobreza de objetivos o propuestas alternativas a escala macrosocial (exceptuando el tímido intento que se comienza a realizar desde los Foros Sociales), así como su limitada organización, su deliberada ausencia de sustentos normativos, su falta de definición programática y de elaboración ideológica. Huérfano de proyecto altersistémico desde 1989, 148 el Trabajo en general y los Movimientos de cuarta generación como expresión suya, en particular, tienden a establecer líneas de encuentro y coincidencias exclusivamente en negativo (sobre lo que no se quiere, contra lo que se protesta), y a huir de planteamientos o definiciones ideológicos (para no asustar o impedir posibles acciones comunes).

Por eso desde numerosos ámbitos de lo social se vuelve a insistir en levantar aquellos proyectos en torno a un federalismo o confederalismo democrático (lejos ya del «centralismo» de anteriores fases), que acepten el establecimiento de (deseablemente cada vez más) criterios, objetivos y compromisos comunes. De manera que su expresión política con minúsculas (electoral-institucional), sea sólo una faceta ligada a su consistencia Política con mayúsculas, en todos los órdenes del cuerpo social (consistencia que se manifestará precisamente en la medida en que vayan siendo capaces de transformar el metabolismo de éste).

La integración o coordinación por confederación-federación de diferentes expresiones organizativas del Trabajo (de primera, segunda, tercera y cuarta generación), o de otras formas del Trabajo como sujeto, es al tiempo potenciadora de éstas, gracias a su horizontalismo y reconocimiento orgánico (no sólo declarativo) de la pluralidad interna y externa; pero ahora enriquecidas éstas con la fuerza y la operatividad de la coordinación. Lo que no es diferencia poco importante, pues a la postre, las posibilidades de éxito transformador dependerán de la aproximación y coordinación de los intereses objetivos de las distintas expresiones del Trabajo. Algo que no podrá llevarse a cabo, de ninguna manera, si no es a través de la paulatina eliminación de la usurpación de oportunidades de vida de unos individuos por otros (esto es, de las relaciones de privilegio que sustentan las fracturas entre el Trabajo), mediante delicados mecanismos que combinen transformación humana, adquisición de otras formas de conciencia, libertad, aliciente, compensación, democracia y justicia, y que alguna vez habrá que volver a desarrollar pormenorizadamente en lo teórico12.

En este orden de cosas, conviene no olvidar, por otra parte, que los intereses («objetivos») dependen no sólo de factores subjetivos ligados a la conciencia del mundo y muy particularmente a la conciencia social, sino que también responden a los cursos de acción que se vislumbran como posibles para satisfacerlos o no (lo que no se ve como posible se desestima como 'interés' propio -de ahí el gran éxito del Capital en sentar el marco general de lo dado, de 'lo posible'­). En ambos puntos puede y debe incidir la intervención Política de la organización-movimiento: trabajando en la transformación de subjetividades y dando visibilidad y credibilidad a las posibilidades de logros alternativos a lo dado, lo que redundaría en el refuerzo mutuo de ambos factores.

En medio de la generalizada desmovilización social y apatía política, la opción contraria, de aprovechar el espacio electoral parlamentario para construir una sociedad diferente, es como poner el carro de la historia delante de la energía social transformadora (que sería la única capaz de moverla hacia otro lado). Y, por si fuera poco, se echa así sobre la conciencia de individuos aislados la sobrecarga de discernir el voto «acertado». Si antes no se ha procurado la construcción de praxis sociales que hayan realizado la puesta en práctica y el aprendizaje de la alternatividad, lo que se está haciendo en realidad es apelar a la fe de los ciudadanos en los programas o casi siempre promesas de otros, y a que acepten, en definitiva, la delegación de su voto, lo que en el fondo no hace sino legitimar el modelo de democracia indirecta o representativa del Capital, y, en caso de relativo «éxito» electoral, consigue también la «noble» tarea de reproducir sillones al interior de esas organizaciones. Pero a éstas no se les debe escapar el hecho de que tales «éxitos» y sillones tienen cada vez menos base real (los votos para ellas son cada vez más en negativo, contra alguien o porque no se tiene a nadie más a quien votar: ni provienen de, ni forman base social).

Por eso resulta imprescindible ir fortaleciendo puentes de entendimiento y coaligación en el tan castigado espacio social del capitalismo tardío, colaborar activamente en el trenzamiento de 'nudos en la red' que millares y millares de casi siempre dispersos sujetos intentan construir contra la contundencia de la realidad capitalista.

Si lo parlamentario y lo electoral han vuelto a ser cerrados por el Capital (como en los tiempos del sufragio censitario y de los derechos políticos reservados a la burguesía), los nuevos sujetos (de cuarta generación) nacidos de la fusión de las esfera Productiva y Circulatoria, buscarán necesariamente otras vías de incidencia, con expresiones organizativas y prácticas probablemente fuera del alcance de las «antiguas» organizaciones del Trabajo (de primera y segunda generación), tan habituadas a la 'interlocución' social institucionalizada; a no ser que éstas adapten rápidamente sus estructuras y modos a las nuevas formas históricas de regulación del modo de producción capitalista (cosa que muchas ni siquiera han empezado a plantearse).

Quisiéramos acabar, al hilo de estas consideraciones, haciendo referencia al menos a dos dilemas presentes para los actuales posibles movimientos de cuarta generación:

1. El dilema de la excesiva disonancia cognitivo- ideológica

Una cosa es la integración en plano de igualdad de las distintas expresiones organizativas y sujetos del Trabajo, y otra incorporar en un proyecto que pretende ser transformador a expresiones del Capital que sólo mantienen su nombre de antigua formación del Trabajo.

Sin embargo, como es sabido el problema subsiste dado que estas últimas formaciones mantienen todavía una considerable fidelidad de numerosos sectores del Trabajo (nos referimos, como es obvio, a la mayor parte de los actuales partidos y organizaciones socialdemócratas).

La socialdemocracia, después de renunciar a su propio papel, asumir plenamente la racionalidad capitalista durante la fase de Capital Monopolista keynesiano, y mimetizarse finalmente con el Capital en su fase senil Monopolista Transnacional, intenta recobrar cierto espacio sociopolítico (ya como fracción del Capital -algo menos 'salvaje'- frente a otras fracciones del mismo más interesadas en profundizar la actual forma «globalizadora» del Capital). Y dado que sabe que tiene muy poca credibilidad social, ha descubierto, a raíz del auge antiglobalizador (del que participan también, como se ha dicho, fracciones del Capital, entre otras el que representa a la pequeña burguesía y a las burguesías 'nacionales'), que pueden volver a tener cierto protagonismo (y consecuente mayor arrastre electoral) si se deja mezclar en el mismo. Previniendo, de paso, en la medida de lo posible, su radicalización (fuera de la pugna intracapitalista).

Un buen espacio para satisfacer ambos objetivos se lo proporcionan los Foros Sociales.

La cuestión, una vez más, para los sujetos transformadores del Trabajo, no es si participar o no en ellos, sino a qué estrategia responde su posible participación táctica en los mismos, y si tiene posibilidades de conseguirse mediante ésta. ¿Se podrá lograr su inclinación hacia opciones transformadoras que se manifiesten desde el principio, o bien esos Foros se decantarán pronto por un intento de volver, anacrónicamente, a versiones más 'amables' del Capital, que es a lo que está abocada la absoluta mayor parte de la socialdemocracia actual, en una u otra de sus versiones organizativas políticas, sociales o laborales?.

El mayor peso financiero, institucional-político y mediático de la socialdemocracia capitalista, permite apuntar que los Foros Sociales pueden resultar con relativa facilidad en espacios de encauzamiento o encuadramiento de buena parte de las expresiones del Trabajo en movimiento, dificultando o impidiendo sus propuestas más alternativas.

De todas formas, los Foros Sociales no serían sino un espacio más, que tiene su interés paralelamente a la construcción socio- política-sindical y transcultural que aquí se está proponiendo, y a la que se deben orientar los esfuerzos de la izquierda transformadora, más allá de su participación o no en los mismos. No podemos obviar el hecho de que esos Foros son siempre construcciones «supraestructurales», con límites clarísimos de intervención si quedan al margen de la necesaria construcción social de base.

Por otro lado, y por lo que respecta a la propia disensión interna de las expresiones «alternativas» o que buscan la alternatividad al orden dado capitalista, resultará imprescindible ir trazando una escala de objetivos, que estando de acuerdo en elementos básicos de la sociedad final perseguida, consensúen opciones y pasos comunes, así como dialoguen alrededor de compromisos mutuos sobre procedimientos o medios (aunque se respete la variedad de los mismos dentro de esos compromisos y la pluralidad deje de ser vista como una amenaza).

2. El dilema del vanguardismo y de la necesidad de dirección por parte de los «cuadros» de las organizaciones existentes del Trabajo, propios de las fases anteriores del Capital

Este dilema (que es consustancial a la disonancia cognitiva o diferente grado de conciencia) sólo se podrá ir resolviendo en la medida en que se trabaje profunda y eficazmente en los enormemente variados ámbitos de la Política, posibilitando la repolitización de clase de un Trabajo que por el propio desarrollo actual de las fuerzas productivas, puede estar cada vez más capacitado, cualitativa, profesional y científicamente, para tomar el relevo social y de dirección tecnológica a las élites de la burguesía. Preparado para asumir, por lo tanto también, el control político de su propio destino, y en consecuencia ir desplazando progresivamente a los «especialistas» orgánicos de las distintas organizaciones sindicales y políticas, hasta ahora autoperpetuados como «vanguardias».

El Trabajo en un sistema dominado por el Capital, a diferencia de lo que nos quiere hacer ver el «marxismo abierto», no se manifiesta necesariamente en forma emancipadora, pero sí es cierto que contiene los gérmenes de esa emancipación, a través de su dignificación, de su conversión en multiplicidad de sujetos. De ella dependerá, precisamente, el futuro de la especie humana.

 

Notas

* Profesor Andrés Piqueras, docente de la Universidad de Castellón (España), gentilmente accedió a colaborar en este número de Temas Sociales con el presente texto. La versión original cuenta con unos diagramas que no han sido incluidos en esta publicación.

3. El concepto de Trabajo que aquí se utiliza como sujeto, trasciende lo meramente productivo (la «esfera económica» en que el capitalismo confinó la producción de las condiciones de la Vida, en un sentido amplio). Está hecho para designar a quienes crean la riqueza, pero sin querer con ello decir que debemos ser designados únicamente como productores. Sin trabajo no existiríamos, pero el Trabajo como sujeto antagónico del Capital se realiza y responde a muchas otras facetas del ciclo de la vida (interacción humana, ayuda mutua, tiempo para sí. relaciones personales, placer, intercambio, creación, entre muchas otras), y aspira en sus versiones emancipadoras a negarse a sí mismo como agente imposibilitado del hacer para sí (es decir, a negarse como trabajo alienado, y en consecuencia como Trabajo en general), a través del trabajo libre, creativo, y capaz por tanto de construir otras condiciones de Vida, otra vida. El término Trabajo es escogido por entenderse que contiene un mayor espectro explicativo, tanto por lo que respecta a la presente vinculación de los seres humanos al Capital (estén o no directamente explotados por él), como por la potencialidad que quiere describir en ellos para la construcción consciente de sus vías de emancipación, a pesar o a partir de esa misma vinculación. Pero obviamente la designación está abierta al debate en la búsqueda de otras mejores.

4. Artículo parcialmente publicado en revista Polis, de la Universidad Bolivariana de Chile. Santiago de Chile. 2006.

5. Respecto de un autor que también ha sacudido el espacio de debate internacional de las izquierdas, como Negri, y especialmente por lo que toca a sus últimos desvarios compartidos con Hardt, remito a la consabida y para mí excelente crítica de Atilio Borón (2003a), así como al trabajo de Alex Callinicos (2001).

4. Parece increíble cómo este autor ha invertido todo el proceso que tanto le costara a Thompson trazar históricamente para explicar cómo de la protesta plebeya o multitud, esto es, de una lucha de clase sin clases, se fue pasando a la conciencia de clase y por tanto a la formación de las clases. Negri nos devuelve de una patada a nuestra condición de masa.

5. Remito, para mayor abundamiento en la cuestión del poder, y ante la falta de mayor espacio aqui para ello, a la excelente critica de A. Borón (2003b), que suscribo por entero (y a la que lamentablemente el propio Holloway «contesta» de forma tan superficial, 2004). Para una crítica en general de los planteamientos de Holloway, pero también con puntos claves sobre este tema, Hirsch (2004).

6. Determinadas relaciones de privilegio ligadas a la División Social del Trabajo y a la distinta posición en los procesos productivos, o a la propiedad de medios de producción en escala modesta, son motivo de que una parte del Trabajo goce de más posibilidades de autonomía y movilidad a expensas de otras, por lo que ha sido considerada en situación intermedia entre quienes explotan y son explotados, quienes expropian y son expropiados de su hacer. Bien pudiera ser, pero esto no nos puede distraer del hecho de que esta parte de la población ni dirige la dinámica general del Sistema, ni el leitmotiv del mismo (el de reproducir ampliadamente el capital a costa de la depravación de los productores directos) está sustentado en su interés particular. Antes bien, su posición está siempre subordinada al Capital, y sus privilegios, en la mayoría de los casos, resultan dependientes de su fidelidad o servicio al mismo. Como Trabajo con mayores posibilidades de autonomización, puede estar de parte del Capital, pero no por eso deja de ser Trabajo.

7. Las fases no han de ser interpretadas como compartimentos estanco, que explican todo dentro de sí mismas, sino, al igual que las estructuras, como inestables

expresiones de un contínuum de luchas de clase, verticales, horizontales y transversales. En cada una de ellas conviven formas o expresiones que son características de otros momentos o correlaciones de fuerza de la relación Capital/ Trabajo. Pero sería contribuir al oscurantismo reinante aceptar la propuesta «autonomista» de evitar comprender los rasgos más destacados de esa correlación en cada momento (que es para lo que tiene valor esa periodización como análisis retrospectivo, capaz al tiempo de proyectar cierta luz hacia adelante). Algo parecido ocurriría, en cuanto a la falta de proyección política, si nos limitáramos a asegurar con el «marxismo abierto» que la teoría y la práctica constituyen una unidad, si no se especifica en cada momento cómo y quién hegemoniza esa unidad. Por lo demás, cabe advertir también que «modos de regulación» y «regímenes de acumulación» (que no nos podemos permitir el lujo de obviar en ninguna praxis de \a emancipación humana) no son realidades externas, «fetichizadas», respecto de los individuos y sus luchas, sino precisamente inestables manifestaciones de las mismas, esto es, del conjunto de intenciones y fuerzas puestas en juego por el Capital y el Trabajo (ver para mayor detalle. Piqueras, 2002:20).

8. De Bill Gates (ver Lacroix y Tremblay)

9. Por el contrario, en tiempos del Capital Global la auténtica diferencia radicaba cada vez más en la búsqueda de formas de vida no capitalistas. Las posibilidades, en ese sentido, pasaban por deshacerse de una identidad fija, «esencializada», (identidad- mercancía) a la que se quería que queden sujetas las diferentes poblaciones y sectores sociales, y construir por el contrario cambiantes proyectos identitarios (que no por eso han de desconsiderar la trayectoria histórica de cada «nosotros»); desde la premisa que no es tan importante lo que ('parece' que) somos (algo que nos ancla siempre a una realidad «fetichizada»), como lo que queremos ser (clave que nos permite accionar colectivamente de forma transformadora). Precisamente cuando los movimientos sociales fueron descubriendo ésto, es cuando el postmodernismo tardocapitalista emprendió la desconstrucción de la identidad, para intentar dejarnos un mundo astillado en realidades separadas e imposible de hacerse colectivas, al tiempo que hacía perder de vista al capitalismo como sistema totalizante del conjunto de nuestras vidas.

10. Tengo que remitir aquí por falta de espacio al excelente trabajo al respecto de Dierckxsens (2003).

11. Proclive a no concebirse como Trabajo y buscar líneas de huida o de trazamiento de horizonte personal, a través del mito de la autorrealización. Mito que se desconstruye en el capitalismo senil mediante la creciente subordinación asalarizada de la clase media y de la competencia tecnológica que dicta su propia prescindibilidad, así como su dependencia «para ser alguien» de la competencia intercapitalista por la tasa de ganancia. Lo que de momento da paso en buena parte de esta clase al miedo a perder privilegios estructurales, y al consiguiente intento de blindar su ciudadanía, cada vez más fuera del alcance del Trabajo en sus acepciones más excluidas.

12. Más allá de esto, para eliminar la explotación y sobre la exposición de algunos de los problemas clave que se plantean en una posible transición socialista, remito a Piqueras (2000). Para una aportación critica reciente sobre soluciones, Katz (2004).

13. La letra pequeña que figura en este trabajo es extraída del libro del autor que se cita a continuación (2002). En él se encuentran las referencias a autores y obras que están incorporados en el texto, así como un desarrollo explicativo de la mayor parte de las cuestiones que aquí sólo se han podido tratar de forma breve. Fuera de esas referencias, han sido incorporadas otras que se citan en esta bibliografía. Respecto de la introducción, sólo se incluye las obras que han sido citadas expresamente en la misma, aunque haya muchas otras que han servido de base a la crítica.

 

Bibliografía13

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