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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.27 La Paz  2006

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

AUTODETERMINACIÓN DE LAS MASAS Y DEMOCRACIA REPRESENTATIVA CRISIS ESTATAL Y DEMOCRACIA EN BOLIVIA 2000 - 2006

 

 

Jorge Viaña*

 

 


 

 

Sólo cuando el hombre ha reconocido y organizado sus «fuerzas propias» como fuerzas sociales y cuando, por lo tanto, no separa más de si la fuerza social bajo la forma de fuerza política, sólo entonces se lleva acabo la emancipación humana

Carlos Marx

Introducción

El acto de hacer teoría en un momento tan delicado e importante es la manera en la que uno «articula su conciencia y pensamiento, rearticula cosas oídas y leídas a modo de redescribir y reflexionar nuestro mundo y de rearticularse uno mismo»2. Más allá de las «verdades» o de la «ciencia», éste es un acto vital de autoafirmación y autoconstrucción. En este contexto de vida, en el presente trabajo se reflexiona sobre las características de la crisis estatal por la que atraviesa el país y sus posibles desenlaces, crisis estatal que se empieza a manifestar el año 2000 con la denominada «Guerra del Agua» en Cochabamba, atraviesa las movilizaciones y luchas casi permanentes entre el 2000 y mayo-junio del 2005 y cambia de rumbo después del 18 de diciembre del 2005 con la victoria electoral del MAS y la posterior ocupación del andamiaje estatal por parte de dicho partido.

A lo largo del texto fundamento desde diversos ángulos la tesis básica de que sólo se podrá construir un «sistema de representación política» cualitativamente diferente al actual si se da una transformación completa del Estado, si se re-inventa instituciones que legitimen estatalmente en el marco de un Estado Plurinacional3 amplias formas de democracia directa y auto-representación social, si se logra autonomías territoriales indígenas amplias, y cambios profundos en la propiedad de los recursos (tierra, gas, biodiversidad, industrias) para ser reapropiados socialmente. Estos cambios tendrían que retroalimentar la producción de cambios profundos y sostenibles de las relaciones sociales y de producción provocando una transformación total de la relación Estado- sociedad (René Zavaleta llamaría a esto, cambio de Forma Primordial). Sólo a partir de estos cambios se podrá generar condiciones que, a mediano plazo, constituyan los gérmenes de un nuevo sistema de representación política no liberal. Este es el camino que parecería cerrarse debido al proceso de subordinación o aislamiento de los movimientos sociales que el actual gobierno está poniendo en marcha sobre ellos, provocando la limitación pragmática del proceso de avance de la auto-representación y auto-determinación social al proyecto político denominado «Evísmo»4. Parece que los funcionarios del actual gobierno no pudieron llegar a entender la importancia de «no separa(r) más de sí (de las colectividades) la fuerza social bajo la forma de fuerza política». Ahora, las «fuerzas propias» auto-organizadas y motor del proceso desde hace siete años, debido a múltiples causas, pero principalmente al proceso explicado líneas arriba, se están volviendo fuerza monopolizada y tutelada de y para una sigla partidaria (MAS), provocando la confusión y desmovilización de los movimientos sociales como fuerzas autónomas y plurales y cerrando el horizonte de un cambio profundo.

Comprendiendo la importancia de la coyuntura en la que nos movemos, el presente análisis se basa, fundamentalmente, en los aportes teóricos de René Zavaleta y Luís Tapia. Del primero hemos retomado las siguientes categorías: i) Momentos Constitutivos, ii) Forma Primordial, iii) Ecuación Social o Eje Estatal, iv) Estado Aparente, v) Estado Instrumental y, finalmente, el concepto vi) Autodeterminación de las Masas. Del segundo, estos otros: i) Composición Política de la Sociedad, ii) Democracia como Condición Estable Lejos del Equilibrio, y iii) El Vaciamiento de la Política en un Estado Neoliberal en el Propio Estado y en la Sociedad Civil. Estas categorías nos permiten plantearnos el desafío de pensar las condiciones de posibilidad de construir un nuevo sistema de representación política no liberal.

El texto está estructurado en ocho acápites. El primero describe y conceptualiza la crisis estatal. El segundo aborda la democracia y la política como condiciones lejos del equilibrio, así como las tensiones entre democracia y gobernabilidad. El tercero explora las condiciones generales que podrían habilitar un nuevo sistema de representación política; el cuarto y el quinto explican la importancia de la composición política de la sociedad y del Estado, a partir de sus momentos constitutivos, para pensar en las condiciones concretas que posibilitarían un nuevo sistema de representación. El sexto propone la hipótesis de que sólo bajo el cambio de la «forma primordial» actual (re-invención de instituciones estatales, cambios profundos de la propiedad y de las relaciones sociales) se puede avanzar hacia un nuevo sistema de representación política. El séptimo plantea que en la coyuntura post-electoral y a nueve meses de la ocupación del andamiaje estatal por parte del MAS, la contradicción fundamental se da entre tiempos de gobernabilidad estatal vs. tiempos de emancipación y democratización, en la que poco a poco parecería que se empiezan a imponer los tiempos de gobernabilidad estatal y por lo tanto, también, el cierre de la crisis estatal en curso. Finalmente, en el octavo, se sintetiza la reflexión realizada en los acápites anteriores para plantear que sólo en la continuidad del proceso de autodeterminación de las masas, como un fenómeno básicamente anti-estatal, se puede sostener la construcción de una verdadera democracia que logre objetivar gérmenes institucionales de un nuevo sistema de representación.

1. Las tres etapas en la crisis estatal

El conjunto de medidas neoliberales que fueron implementadas sin la posibilidad de una victoria popular en quince años, terminó en abril de 2000. La Guerra del Agua fue el punto de partida de una nueva época de luchas populares, constituyéndose en la primera gran victoria frente al neoliberalismo.

Esta movilización fue muy particular, ya que articuló una estructura organizativa novedosa, plural y heterogénea, pero muy efectiva. Logró desarrollar acciones de lucha poco usuales, bosquejando los elementos para un nuevo paradigma de la acción colectiva, ya que no se quedó en una lucha «peticionista» frente al Estado, sino que realizó un referéndum en Cochabamba (en el cual votaron cincuenta mil personas) para decidir, autónomamente, como sociedad civil, si se expulsaba a la transnacional que se había beneficiado de la privatización del agua. Este es sólo un ejemplo de una serie de eventos de lucha basada en la capacidad de realizar acciones de legitimación social con el efecto de una verdadera revolución simbólica en la gran mayoría de la población, que fue creando una fuerza de movilización imparable.

Se unificaron, de una forma efectiva, las demandas y las luchas del campo y la ciudad y fundaron como un hecho de masas, como un hecho de lucha, y desde abajo, el horizonte político en el que hoy, siete años después, nos estamos moviendo. El lunes 11 de abril de 2000, la Guerra del Agua concluyó con una victoria popular aplastante y un cabildo abierto, con más de cien mil personas, que proclamó la necesidad de realizar una Asamblea Constituyente para refundar el país sin intermediación partidaria.

Luego del «huracán» de la Guerra del Agua, en septiembre de 2000, tan sólo seis meses después, se vivió un verdadero levantamiento indígena en la zona aymara, básicamente articulado alrededor de demandas relacionadas a temas vinculados al desarrollo en las zonas rurales, como la nueva Ley de tierras y el rechazo a las medidas neoliberales privatizadoras, pero, sobre todo, se observa el resurgimiento de la demanda milenaria de acabar con el racismo y el colonialismo que, además de estar institucionalizado en el Estado, en la Bolivia de principios del siglo XXI, se convierte en el elemento articulador más importante de las relaciones sociales. Más de quinientos mil aymaras se movilizaron en un hecho político sin precedentes, no visto desde los levantamientos de Zárate Willca en 1899, mostrando cómo, alrededor de la politización profunda de la identidad étnica, se articulaban las luchas antineoliberales y de descolonización del país.

Estos dos momentos dieron lugar a la fundación de una nueva época y fueron el punto de partida de seis años de luchas casi ininterrumpidas que provocaron, primero, una crisis política de grandes dimensiones, la crisis de representatividad de los partidos políticos y de algunas instituciones de la democracia representativa, y luego, una crisis general del Estado que se manifestó abiertamente a inicios de 2003. Abril y septiembre de 2000 fueron los momentos más intensos, también, de la tendencia de las zonas aymaras a suprimir las estructuras del poder estatal. Fue una verdadera respuesta comunal a las políticas neoliberales y a más de quinientos años de colonialismo y neocolonialismo que vivimos.

En abril de 2000 también hubo movilizaciones muy vigorosas en las zonas aymaras, pero no fueron tan visibles debido a la enorme importancia de lo que ocurría en Cochabamba. El levantamiento aymara fue la segunda gran movilización que confirmaba, definitivamente, que nos encontrábamos en una nueva época de rearticulación de las luchas y de victorias frente al Estado y las políticas neoliberales. En abril y septiembre también jugaron un papel importante las movilizaciones cocaleras en la zona del Chapare.

La continuidad y centralidad de lo indígena se vio confirmada en este proceso en la continuidad de la lucha descolonizadora y antineoliberal del movimiento aymara. El tercer hecho de lucha más importante fue, una vez más, el nuevo levantamiento indígena comunitario aymara en junio de 2001, donde se pasó de las acciones de resistencia a un cuestionamiento abierto al Estado. Se crea el Cuartel General indígena en Kalachaka, en la entrada de Achacachi, capital y primera sección de la provincia Omasuyos, que dará lugar a la creación de otros cuarteles generales en toda la zona.

Después de 27 días de un bloqueo muy radical pero muy aislado y circunscrito a la zona rural aymara, donde se puede ver a los aymaras en un estado de guerra abierto, se logra un hecho político significativo que impulsará las luchas a una nueva situación. Los líderes de los tres movimientos más importantes de ese momento (Cocaleros, Coordinadora del Agua y Movimiento Aymara) sellan un pacto de unidad que lamentablemente no durará mucho tiempo, pero que consigue sostener la lucha aymara y empujar las luchas hacia adelante.

El movimiento cocalero, que había jugado un papel importante en la resistencia al modelo y a las imposiciones extranjeras durante la década de los '90, pero especialmente en la segunda mitad de los '90, cuando se incrementó la presión norteamericana por la erradicación forzosa de la hoja de coca, protagonizó el cuarto hecho de lucha más significativo de este período al impedir, con un enorme costo de vidas humanas, el cierre del mercado de coca de Sacaba en enero de 2002. Es por demás evidente que los triunfos parciales o totales del movimiento siguen intactos y se confirma que seguimos en una época de ascenso de los movimientos sociales.

Para mediados de 2002, y debido a las elecciones nacionales, los movimientos sociales fueron incapaces de sostener la alianza que impidió la represión estatal en la zona aymara, además de crear una gran expectativa de que nos encaminábamos a preservar y seguir proliferando núcleos organizativos plurales y diversos orientados a construir un proyecto político de país, único y viable, sobre la base de las alianzas estratégicas que ya se habían realizado con mucho éxito en julio de 2001. Múltiples elementos conspiraron contra esta perspectiva que no se materializó. Sin embargo, el MAS y el MIP, por separado, lograron teñir el parlamento de presencia indígena y popular de una forma nunca antes vista en la historia de Bolivia.

El 2003 será el año más importante en esta etapa, sobre todo porque fue el año en el que llegó a su punto culminante el proceso de ascenso sostenido de las victorias sociales con tres grandes luchas de los subalternos y se pasa de la crisis de representatividad a una abierta crisis de todas las estructuras de dominación.

En enero de 2003, se produce la histórica marcha por la sobrevivencia a la cabeza de la Confederación de Jubilados y Rentistas de Bolivia, violentamente reprimida por el nuevo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, y que electrizó ai país por el grado de agresión desplegado por un gobierno débil que no lograba percibir que el país ya no era el del primer gobierno de «Goni», cuando éste pudo aplicar, impunemente, las recetas neoliberales sin una resistencia popular efectiva. Este fue el preludio del levantamiento popular urbano¿de febrero de 2003, a raíz de la aprobación de un impuesto directcr a los ingresos a personas con salarios menores a mil bolivianas que detonó un motín policial y el enfrentamiento armado entre el ejército y la policía, las dos instituciones represivas del Estado. A ello le siguió una movilización social de sectores urbanos disconformes con la política imperante. Lo más importante es que en este levantamiento, especialmente localizado en La Paz, la gente aplicó las mismas lógicas de lucha de los levantamientos indígenas. Así, una vez identificados los símbolos del poder político, como el Palacio de Gobierno, la Vicepresidencia, algunos ministerios y la sede de los partidos políticos, los quemaron y/o los apedrearon. Tal vez lo más significativo de febrero, y que se profundizará en octubre, es la ausencia de liderazgo político. Son formas de protesta social ancladas en un profundo proceso de autoorganización. Un saldo terrible de una treintena de muertos, la mayoría civiles y policías y algunos militares, fue la manifestación más dolorosa de que la sociedad boliviana había llegado a un punto de no retorno en la crisis estatal que continúa hoy. Ese fue el momento de manifestación clara de que la crisis política se había convertido en una verdadera crisis del conjunto de los mecanismos de dominación. Es decir, una crisis general del Estado.

La crisis de Estado, antes que nada, es un proceso de disolución de la correlación de fuerzas que primó desde 1986 al 2000, es el cambio en la correlación de fuerzas entre las elites y los subalternos, de modo que la sociedad es capaz de frenar y poner entre paréntesis las prerrogativas y la «autoridad» estatales. Esta situación llega al extremo en el enfrentamiento militar, en plena Plaza Murillo, entre la Policía y el Ejército en febrero de 2003, pues no es sino la manifestación de que el conjunto del régimen de instituciones de este «Estado aparente» (Zavaleta, 1986) se ha fracturado como un todo. Esto que estamos explicando sólo es posible porque, desde el 2000 hasta el 2003, se dio lo que Zavaleta llama un relevo y sustitución de creencias colectivas, pues se ha derrumbado el sistema de creencias que impuso el modelo impulsado desde 1986.

Hoy, esta crisis de Estado es todavía más profunda porque los ejes sobre los cuales se sustituyó las viejas creencias colectivas privatizadoras son la perspectiva de un autogobierno indígena y popular y la recuperación de los recursos naturales, en especial el gas y la tierra. Esto cuestiona no sólo el modelo económico y político implementado desde 1986, sino los cimientos mismos de esta democracia representativa construida en 180 años de institucionalización del colonialismo y la opresión de los subalternos, en especial de las mayorías indígenas. La crisis de Estado cobra enorme magnitud si la vemos desde sus dos aspectos mutuamente relacionados: la crisis de un sistema de dominación de larga data y la crisis de un modelo que reforzó y profundizó este sistema que lleva veinte años de duración.

La ceguera del poder es tan grande que el gobierno, en todo ese año, especialmente entre agosto y septiembre, mostraba tendencias a profundizar las políticas de amplio beneficio para las transnacionales con la intención de exportar gas por Chile en beneficio casi exclusivo de las petroleras. Por eso, en septiembre empieza una movilización en la zona aymara que es respondida con represión y muerte por parte del gobierno. Luego, esta movilización comunal indígena se expande a la ciudad de El Alto donde el gobierno responde asesinando a 67 personas, de suerte que la movilización se convierte en una insurrección que logra expulsar al presidente el 17 de octubre de 2003, inaugurando con ello un nuevo escenario político. Esta insurrección pacífica4 fue, sin duda alguna, el punto culminante del proceso de ascenso de los movimientos sociales que se inició en abril de 2000 y que se convirtió en el punto de partida de la retoma de la iniciativa estatal. No en vano la gente se conformó con la sucesión constitucional en la Presidencia de la República.

1.1 El Estado retoma la iniciativa política

Este nuevo periodo se manifestó en todo el proceso que va de fines del año 2003 a mediados del 2004. El referéndum sobre el gas, realizado en julio de 2004, fue el punto que marcó la retoma de la iniciativa política estatal a escala nacional. El «traparendum», como lo llamó la gente, no estaba dirigido a resolver nada respecto al tema de los hidrocarburos, por eso debía ser denunciado. Sin embargo, los dirigentes de algunos movimientos cometieron errores tácticos que determinaron que algunos de los dirigentes de la ciudad de El Alto, después de llamar al boicot abierto, terminaran votando, creando una época de desconcierto, desmoralización y desorganización de las luchas. En el proceso de organización y realización del «referéndum», pero sobre todo posteriormente, el Estado retoma la iniciativa política para neutralizar a los movimientos sociales, dando inicio a una nueva etapa que no duraría mucho.

En este nuevo periodo de iniciativa política del Estado, transcurridos tan sólo unos meses, el gobierno, como regalo de fin de año en el 2004, incrementó el precio del diesel con la consiguiente subida de los precios de la canasta familiar. Si los movimientos sociales habían sido incapaces de desarrollar una táctica de protección entre fines del 2003 y mediados del 2004 de lo avanzado en cuatro años de luchas, para seguir proyectando el avance de los movimientos y mantener la iniciativa política, ahora cometían un error más grave aún y mostraban una incapacidad-de retomar la iniciativa política para defender la economía popular, lo que costó pasar rápidamente a una situación todavía más adversa para los movimientos sociales.

1.2 La iniciativa política pasa del Estado a la derecha corporativa

En este nuevo escenario y frente a este desafío popular, es la derecha corporativa (petroleras, terratenientes, etc.), agrupada en el Comité Cívico de Santa Cruz, la que abandera de forma demagógica la lucha contra el «dieselazo», ante la incapacidad de la izquierda y los movimientos sociales. Decimos demagógica porque, de forma muy inteligente y por primera vez en su historia, la oligarquía cruceña adquiere fuerza de movilización popular y masiva. Sin embargo, casi inmediatamente después, se olvida del «dieselazo» y encamina todos sus esfuerzos hacia un cabildo autonómico que claramente se presentó como la respuesta política al avance interrumpido de casi media década de los movimientos sociales.

En enero de 2005, después del interregno de iniciativa estatal que dura todo el año 2004, los movimientos sociales no pueden retomar la iniciativa política y la posta la toma la derecha corporativa logrando un objetivo político trascendental: colocar a los movimientos sociales en una situación de relativa adversidad, pese a que la crisis de Estado continuaría. Un síntoma de esta nueva época es el fracaso en la lucha de la ciudad de El Alto para expulsar a la empresa transnacional de agua más grande del mundo (en Bolivia se llama Aguas del lllimani) en enero de 2005.

Al finalizar la movilización, se dice que se logró el objetivo de expulsar a la empresa, se realizó una «marcha por la victoria» con decenas de miles de personas para festejar la expulsión de la misma y, meses después, tiene que convocarse a una nueva movilización para expulsar a la empresa. No se había conseguido el objetivo, pero lo peor de todo es que no se comprende ni evalúa debidamente por qué ocurrió.

En la población surge una sensación de derrota y de desmoralización y no se entiende que ya no estamos en la situación de iniciativa política y victorias contundentes como las del 2000-2003. No hay que olvidar que, después de los 67 muertos de octubre de 2003, recién se logra realizar una gran movilización nacional casi dos años después, que muestra la dificultad de los movimientos sociales para articular grandes protestas en este nuevo periodo.

En ese contexto, llega la última gran movilización por la nacionalización del gas de mayo de 2005, detonada por la aprobación de la nueva Ley de Hidrocarburos. La lucha de mayo-junio es una pequeña victoria, en condiciones de adversidad, de los movimientos sociales. Ella logra que la consigna de nacionalización del gas se expanda a escala nacional e impide que, luego de ser expulsados del poder, los partidos conservadores (MIR, MNR) vuelvan a él. En términos de movilización y proyecto económico fue más grande e importante que la insurrección de octubre pero queda -sobre todo en El Alto- una sensación de derrota.

Este estado de ánimo es fundamental porque nos habla de lo que nosotros consideramos como un nuevo periodo en estos seis años de lucha. El movimiento social acabó pagando caro los errores que cometió, pero además los sectores conservadores fueron capaces de sostener un gobierno, el de Carlos Mesa, que retomó la iniciativa política para pasarla luego a manos de las oligarquías cruceñas

Debido a estos factores, la correlación de fuerzas y la dinámica institucional llevaron al país a la coyuntura electoral como mejor mecanismo para debilitar y fragmentar a los movimientos sociales, logrando lo que hasta hoy no han podido hacer los sectores conservadores: recomponer la institucionalidad estatal y los mecanismos de dominación.

2. Democracia y vida política como condición lejos del equilibrio

Cuadro sintético de los hitos centrales en las tres etapas

Primera etapa

Abril de 2000 Septiembre de 2000 Junio de 2001 Enero de 2002 Junio de 2002 Enero de 2003 Febrero de 2003 Octubre de 2003

De iniciativa política nacional de los movimientos sociales

Guerra del Agua

Levantamiento aymara

Levantamiento aymara

Guerra de la coca en Sacaba

Marcha de la CPESC

Marcha por la sobrevivencia

Levantamiento urbano contra el impuestazo

Insurrección en El Alto

Segunda etapa:

Julio de 2004

De iniciativa política nacional del Estado Referéndum sobre el gas

Tercera etapa:

Diciembre de 2004 Epero de 2005 Enero de 2005 Junio de 2005

De iniciativa política nacional de las estructuras corporativas conservadoras (Comité Cívico Cruceño, Transnacionales petroleras)

«Dieselazo» de Mesa Cabildo autonómico Guerra del Agua en El Alto Movilización nacional por el gas

Como plantea Luís Tapia (2002), el hecho mismo de la invención de la democracia y su construcción y, por lo tanto, de sus reinvenciones y formas de renacer, se dan en lo que denomina las mareas altas de la política en condiciones lejos del equilibrio, que producen su ampliación, también desequilibrios en los sistemas políticos e incluso el colapso de la configuración política previa. «Las democracias nacen y renacen lejos de la condición de equilibrio» (Tapia, 2002).

Hoy, lo trascendental es dar toda la importancia a las consecuencias que ocasionaría el debilitamiento de los procesos de democratización y reconstrucción de una visión diferente de la democracia y la vida en común vividos en los últimos años, debido a que los grandes cambios, en la forma primordial y la ecuación social, no se han realizado todavía y la pura acción estatal no logra materializar, o peor aun no tener ni siquiera la voluntad política de hacerlo.

Los compromisos por la estabilidad del sistema político no son momentos democráticos, son la atenuación de lo democrático. Hoy no se necesita atenuar el auge de democratización en los movimientos sociales, todo lo contrario, más bien se necesita profundizar la democratización en un proceso de aprendizaje que se encuentra lejos del equilibrio.

Estas mareas altas de las que habla Tapia, implican una metáfora fundamental: atreverse a nadar en ellas. «En ellas» quiere decir que se las respeta y no se intenta bajar las mareas de democratización. Es necesario continuar innovando democratizaciones múltiples sobre la base de las estructuras de rebelión de las masas, porque actuar políticamente para el equilibrio casi siempre significa decidir el cierre de nuevas democratizaciones. La virtud de un gobierno de una democracia de nuevo tipo, o que se precie de ser la encarnación de lo nacional-popular, consiste en dirigir el movimiento sin cooptarlo ni subordinarlo, justamente respetando las mareas altas de la democratización que estas colectividades plurales de sujetos colectivos que se desean plurales y no sometidos a la unidad centralizada de ningún tipo imponen. Una democracia que cierra las democratizaciones tiende a permanecer como un Estado autoritario, es decir, una forma del capital, ya que para lograr equilibrio «la receta consiste en reducir democracia y restaurar autoridad» (Tapia, 2002), con el argumento de la gobernabilidad.

La gobernabilidad se consigue llevando el gobierno lejos de la democracia. La ¡dea de gobernabilidad consiste en instaurar y reinstaurar equilibrios. Este es el certificado de defunción de la verdadera democracia, ya que más gobernabilidad significa menos democracia y viceversa.

Quienes priorizan la gobernabilidad prefieren espacios políticos, instituciones, procedimientos y procesos con participación reducida y limitada de la sociedad. Por esta razón, el actual gobierno no puede entrar en un proceso de enfriamiento de la democracia, ya que los últimos seis años fueron procesos muy intensos de democratización que todavía no han concluido y no pueden concluir en aras de una gobernabilidad que no transforme las estructuras políticas y de propiedad.

3. Estado y democracia representativa

3.1. El Estado como una forma de la vida social

El Estado es una forma de la vida social, un concepto que sintetiza en el pensamiento un proceso relacional entre seres humanos, como lo plantea la «escuela derivacionista»5. El Estado no es una cosa aunque tiene una objetivación cósica. La clave de esta forma cosificada que aparece autonomizada de la sociedad se encuentra en el hecho de que la forma Estado «reposa en el núcleo dinámico del capital» (Roux, 2005). El Estado es la manera operativa de viabilizary reproducirá escala ampliada las relaciones de dominación y la subsunción del trabajo vivo por parte de los que tienen el monopolio del poder económico, político, cultural y simbólico de la sociedad, proceso que tiene la peculiaridad de realizarse ocultándose. El Estado es la forma en la que las relaciones sociales capitalistas se objetivan en instituciones, prácticas y estructuras cognitivas y simbólicas de la sociedad, reforzándolas y reproduciéndolas.

El Estado es una forma de la vida social que aparece como si fuera una cosa o un poder externo a la sociedad5. Más que hacer un debate teórico profundo es importante tener claro un concepto tan decisivo para el análisis como percibir al Estado como una forma del capital.

El capitalismo en su fase actual tiende a hacerse menos societario y más estatal, tema clave en la actual coyuntura política de triunfo electoral del MAS, de pretendida transformación del Estado. El requisito del Estado es la producción de sustancia y materia estatal, es decir, de sustancia social estatalizada en la medida en que ella produce resultados de poder, que es lo que busca todo partido político. Se podría decir que todo lo que pasa por las manos del Estado se convierte en materia estatal. Si a los llamados movimientos sociales se los va a convertir en materia estatal, se impulsará la permanencia de las relaciones del capital.

Como se señaló anteriormente, el Estado es la síntesis de la sociedad, el resultado político, su consecuencia revelada, pero en términos más específicos, ¿qué tipo de Estado tenemos? El Estado puede ser más instrumental, más burocrático- hegeliano o más popular estructural (Zavaleta, 1990 y 1986). El Estado boliviano es instrumental por excelencia y la clase dominante y el Estado son lo mismo. La prueba más grande es la forma como hemos vivido los últimos 20 años la relación Estado-sociedad, donde no existen mensajes reales ni intercambio entre el conjunto de la sociedad civil y el Estado. La no existencia o consolidación de la supeditación real del trabajo al capital o, en términos más sencillos, el hecho que el capitalismo no tenga la profundidad y extensión en su forma clásica y desarrollada determina que el Estado en Bolivia sea instrumental por antonomasia.

Es indudable que, como todos sabemos, un tipo de Estado instrumental como el boliviano tiene como función fundamental ser una forma extra-económica profunda de la acumulación económica (Zavaleta, 1986: 203-205). El elemento general en el que se desarrolló este Estado instrumental es el de un «Estado aparente» (Zavaleta, 1986)

Estado aparente es aquel que no se ha consolidado como Estado, por eso se invaden mutuamente sociedad civil y Estado, se interpretan con celo extremo y el juego de las mediaciones es perverso. El MAS no puede volverse el «mediador» de un Estado instrumental y aparente, debe ser el canal secundario y modesto de su derrumbamiento definitivo desde sus cimientos para el avance de un proceso de autodeterminación de las masas y los pueblos originarios por medio de una reinvención de formas institucionales que, al menos en algunos elementos centrales, vayan mas allá de la forma estado.

He ahí el gran peligro de que el gobierno del MAS, más allá de sus buenas intenciones y discursos encendidos, derive en un tipo modificado de forma de gobierno que lleve adelante una «desorganización sistemática de la autonomía de la sociedad civil y su reorganización corporativa en formas prebendales o distribucionistas que se subordinan siempre a la lógica central de legitimación» (Zavaleta, 1986: 202-203). Esta sería la culminación de la recomposición estatal iniciada en la segunda fase de la crisis, ya descrita en el primer acápite, y abriría un «ciclo largo de Estado» sobre la sociedad que fortalecería el Estado instrumental y aparente salvándolo de su crisis estructural actual sin cambiarlo. Si la subordinación de los movimientos sociales que mencionamos en la introducción continúa, no habrá otra salida a la actual crisis de estado.

Debe democratizarse el núcleo duro del Estado así como descolonizarlo. Sin embargo, esto no lo conseguiremos sin acción colectiva desde la sociedad como autodeterminación. Este es el proceso de aprendizaje que debemos vivir los próximos años en la definición de democracia como condición estable lejos del equilibrio, sin reducir la democracia a simple gobernabilidad6. No podemos permitir la cooptación ni subordinación a ningún gobierno, y menos al estado, de ningún movimiento social, ni el aislamiento de los movimientos sociales más avanzados y contestatarios.

La autonomía y la autodeterminación son los pilares centrales de la constitución de los núcleos democratizadores que siempre estarán fuera del Estado, peor aún en la realidad de un Estado aparente e instrumental como el boliviano. El grado de autonomía societal frente al estado en la construcción de una nueva hegemonía política partidaria del MAS es vital para el proyecto en marcha.

Retomando a Zavaleta, afirmamos que un pueblo que se contenta con construir su unidad como una dádiva del Estado es un pueblo que no ha sido capaz de sí mismo (Zavaleta, 1986). La gran esperanza con la actual crisis estatal en marcha es que arribe a un proceso mas profundo de autodeterminación por su propia fuerza societal, de modo que los funcionarios estatales logren ser sólo una especie de soporte y barrera de contención contra las fuerzas conservadoras. Es decir, un pueblo que es «capaz de sí mismo» y no de contentarse con recibir la unidad desde el Estado que operará para fines perversos y conservadores.

Un sindicato o un soviet, como dice Zavaleta retomando a Gramsci y en debate abierto con Althuser7, son sólo «unidades organizativas» (Zavaleta, 1986:92) que actúan como mediaciones o que se hacen órganos estatales y, en esa lógica estatal es una cuestión que depende de la generalidad de lo que los determina, esto es, de la lucha de clases. Este debate es ilustrativo para plantearnos los contenidos de la representación y las tareas que implican y no sólo sus formas. La hipótesis que se plantea es que para que exista en Bolivia un óptimo social (Zavaleta), el Estado debe re-politizarse, entendida esta re-politización como el proceso de adopción de lógicas y dinámicas societales. Las mediaciones deben viabilizar y catalizar este proceso sin ser un factor fundamental ni decisivo. Este es un tema decisivo y crucial ya que el peligro mayor radica en que se vuelva a construir el protagonismo de las mediaciones esencialmente iguales a los de los últimos 20 años, sólo que esta vez bajo otra sigla (MAS u otras que surjan). La sociedad y los movimientos sociales tienen que mantener su autonomía, su capacidad de propuesta, su organización y movilización frente a un Estado ajeno, por mucho que hoy éste esté «ocupado» por compañeros.

La disponibilidad para la sustitución de creencias colectivas, que es el momento originario del Estado, plantea la necesidad de pensar que este proceso remata en una consecuencia dual (Zavaleta, 1986). Por un lado, la consecuencia conservadora que consiste en creer que solamente la riqueza crea poder, noción vertical y elitista, típica de la lógica de la izquierda estatista y que puede derivar en pactos con grupos dominantes u oligárquicos y ser economicista en la gestión gubernamental. La otra visión de lo que genera poder es «la disponibilidad generada por los actos del pueblo como voluntad de masas hacia la transformación es un acto revolucionario» (Zavaleta, 1986:43). Estas dos formas de generación de poder son dos concepciones diferentes y opuestas de democracia.

Este camino de construcción de poder desde abajo y expandiendo la democracia lleva a construir estructuras de autodeterminación social aunque no estén determinadas de antemano sus relaciones con el Estado que, aunque hoy sean sólo estructuras de rebelión,8 deben ser impulsadas y preservadas y no subordinadas por el gobierno, que dice ser su portavoz. Lo inverso es que surjan, sean cooptadas, subordinadas o tuteladas desde el Estado. No se puede reforzar la inferioridad de las masas y de los movimientos sociales frente al Estado a nombre de estar en el Estado. Este es el pecado original que está cometiendo el gobierno del MAS, ya que ello sería como abdicar de cambiarlo, dado que no cambiara por dentro y por sí mismo jamás (Lenin, 1986).

3.2. Los sinsabores de la democracia representativa

Los dos ciclos estatales del siglo XX deben ser estudiados como resultado de levantamientos indígenas y revoluciones. Recién en el segundo ciclo estatal aparecen las estructuras de mediación en el sentido moderno, las históricas y bien arraigadas formas de «mediación prebendal» (Zavaleta, 1986:12). En el siglo XX, Bolivia conoció tres periodos de estabilidad civil democrática representativa: 1899 a 1934, 1946 a 1964 y 1982 al 2006 y dos ciclos de dictaduras militares: 1934 a 1946 y 1964 a 1982.

En ei periodo de democracia formal representativa señorial y abiertamente racista, resultado de la derrota de Zárate Willca del primer ciclo, habría que preguntarse porqué la legitimación era suficiente pese a que se promovía una escasísima proporción de democratización electoral (Zavaleta, 1986). En el segundo ciclo sucede lo inverso, se produce un ámbito de legitimación mucho mas extenso y, a pesar de ello, ni aún la universalización del voto, bastó como elemento legitimador (Zavaleta, 1986). Aquí es donde debemos buscar las explicaciones de las tendencias del ciclo de democracia representativa que vivimos hoy, ya que corresponde al mismo ciclo estatal modificado en 1986.

La respuesta a la pregunta tiene que ver con «la percepción de las masas» (Zavaleta, 1986), o la «historia de la perspectiva de la masa», ya que aunque se realiza transformaciones aparentemente profundas en la democracia representativa como la participación popular, la creación de las circunscripciones uninominales, la desmonopolización de la representación, etc., la realidad demostró que la gran mayoría de la población no se conformaría con estas reformas y simulacros de modernización.

Ya desde fines de los '70, Zavaleta planteó claramente que «sería ilusorio y sin remedio sostener que existe una tradición democrática (en el sentido representativo) entre las masas bolivianas. Todo lo contrario, esto aquí sólo produce sino sospechas» (1986:36).

La conciencia colectiva en el período que se analiza fue mas allá, se dirigió hacia formas de democracia directa, hacia las formas de auto representación que tanto irritan a los liberales y a los funcionarios de los partidos que viven de mantener la ilusión de la representación cuando en realidad lo liberal es la usurpación de la soberanía colectiva a nombre de «representar». Este formidable proceso de avance de la democracia no puede retroceder hoy hacia formas liberales y enajenantes, el proceso debe encontrar una forma de expresión en el Estado. Autonomías indígenas amplias, Estado plurinacional con reconocimiento de derechos colectivos y descolonización profunda del Estado, reapropiación social de los recursos naturales.

Hoy, el peligro para el proceso de democratización está en la persistente capacidad de rearticulación liberal señorial de la democracia representativa. Hoy, el país se mueve en medio de un agravante aún mayor, ya que puede volver a surgir el «pathos estatal» en los militares (Zavaleta, 1986), pathos estatal que también está surgiendo en los antiguos militantes y activistas de la izquierda, muchos de los cuales ya están hoy en funciones de gobierno.

4. Condiciones de posibilidad de un nuevo sistema de representación

El eje del análisis de los rumbos que puede tomar la actual crisis de Estado y las condiciones de posibilidad del surgimiento de un nuevo sistema de representación política se centran en tres categorías recíprocamente dependientes que Zavaleta trabajó a lo largo de toda su producción académica: forma primordial, eje estatal y momentos constitutivos.

La forma primordial es básicamente la articulación interna y específica de la sociedad como totalidad, la articulación de las clases sociales, las estructuras políticas, económicas e ideológicas. Se constituye una forma primordial pensada como la estructuración de la historia misma por los hechos políticos que marcan por un gran periodo la historia, lo que Zavaleta denomina momento constitutivo y fundante de una época, de la configuración de una forma primordial específica, que se constituye para un largo periodo de tiempo.

La forma de articulación entre el Estado y la sociedad civil explica la forma primordial que Zavaleta llama eje estatal o ecuación social. En última instancia, la forma primordial es una forma de pensar la relación compleja entre base y superestructura de una sociedad, a partir del tipo de articulación entre sociedad civil y Estado.

El punto de partida de un nuevo eje estatal que configure una nueva forma primordial es un momento constitutivo profundo y fundante de una nueva relación sociedad civil-Estado. Los hechos del 2000 al 2006 serán analizados como momentos constitutivos para rastrear las posibilidades y límites de la configuración de una nueva forma primordial con un nuevo eje estatal o ecuación social.

4.1. Composición política de la sociedad, composición interna del Estado y mediaciones

Luís Tapia (2002) aplica de una manera particular los conceptos de eje estatal o ecuación social de Zavaleta mediante la categoría de composición política de la sociedad, entendida como la relación entre organización y práctica de la política en el Estado y la política fuera del Estado. Tapia construye esta categoría a partir de la idea de composición política de la clase (Negri, 1979), porque ello permite volver inteligible la historia de la organización social y política de la clase, el grado de desarrollo de conciencia y proyecto político y las experiencias colectivas en la lucha de clases. Veamos como lo explica

Zavaleta y luego retomaremos las reflexiones sobre la composición política de la sociedad.

4.2. Ecuación social o eje estatal

Retomando a Gramsci, Zavaleta propone la categoría de ecuación Social o sistema Político para quien una de las acepciones de la constitución de un tipo de ecuación social es la de la construcción del bloque histórico, es decir, que la ecuación social o eje estatal muestra el grado en el que las sociedades existen hacia el Estado y viceversa, así como las formas de su separación y extrañamiento mutuo. En BolMa existe casi permanentemente una superioridad abrumadora de lo societal frente a la materia estatal y estatalizada, por eso la tendencia a la insubordinación y la autoorganización es tan grande.

Hay ecuaciones en las que las sociedades son más robustas y activas que el Estado, y otras en las que el Estado domina y es más fuerte que la sociedad. Esta relación siempre es dinámica y en ciertos periodos predomina alguno de los dos. Existen periodos de conformidad y ajuste entre Estado y sociedad. En esta medida, lo que importa es la línea de la mediación, que puede estar en o cerca del Estado, o en la sociedad misma.

Zavaleta entiende la ecuación social como el modo de entrecruzamiento entre la sociedad civil, las mediaciones y el momento político estatal. Las sociedades pueden tener una constitución con mayor o menor concurrencia de lo estatal. En Bolivia vemos que las «series causales» o «líneas de agregación» en su vitalidad y autoconstrucción profunda vienen de la sociedad y el Estado se resiste a constituirse bajo el mando de esta manera de constitución. Queremos insistir aquí en que esto crea un caldo de cultivo propicio para potenciar las tendencias de autodeterminación y de autogobierno colectivo.

Este es el gran problema de un país como Bolivia que, si ha de tener un Estado del tipo que fuera, debe ser un Estado más como la sociedad y no pretender que la sociedad se estatalice. Porque, si la teoría del Estado es algo, es la «historia de cada Estado» (Zavaleta: 1983)

Estos son insumos teóricos que sirven para visualizar el carácter cambiante de las relaciones de poder al interior de la sociedad civil y del Estado, pero, además, como la una produce al otra; finalmente, nos ayuda a comprender la composición interna de ambos polos de la relación. En suma, nos muestra la relación del desarrollo de la política estatal y la política no estatal en mutua correlación y codeterminación.

El eje central -retomando la idea de la composición política de la sociedad- está anclado en la idea de politización vs. despolitización o neutralización de lo societal, a partir del criterio de que la representación general, como mecanismo político intelectual, es el monopolio más grande de las decisiones políticas. Esto es una paradoja ya que mientras más general es el reconocimiento político dé los individuos, hay una mayor concentración de la política. Este es el liberalismo enajenador de la soberanía colectiva, qué también penetra al actual gobierno.

La representación general es el mecanismo de la inclusión concentrando la política cada vez más. La aspiración de los estados modernos es cero política en la llamada sociedad civil, es decir, toda la política dentro del Estado. Esta es la principal característica de la construcción de las formaciones aparentes que permite componer el núcleo estatal más denso e instrumental. Si el MAS se arroga la representación general de la pluralidad y la heterogeneidad de los movimientos sociales estaría concentrando la política cada vez más y usurpando la soberanía colectiva.

En la composición política de la sociedad hay una tendencia al incremento de las mediaciones políticas, a la persistencia endémica de la lógica prebendal o de subordinación a los que detentan el poder del estado. Así es como se da el crecimiento paralelo de la importancia de las lógicas autoritarias para responder al crecimiento de la política en la sociedad civil. Esta dinámica que refuerza las lógicas autoritarias de los funcionarios estatales no significa la politización del Estado, sino la expansión e inflación de las mediaciones prebendales o las relaciones de subordinación sin proyecto societal ni estatal. Aquí es donde pesan, con mayor fuerza, los rasgos instrumentales de un Estado como el boliviano, por eso es tan grave que se esté subordinando a los movimientos sociales.

Sabemos que la organización corporativa de los dos polos del capitalismo son el núcleo y el esquema básico de la composición política de la sociedad, en el cual los tres componentes -Estado, sociedad civil y mediaciones políticas- tienden a complejizarse. La democracia corporativa introduce más democracia dentro del Estado, aunque la reduzca al nivel de las mediaciones, por ejemplo, el debilitamiento del Parlamento, que es lo que hemos vivido los últimos años. La democracia corporativa es contradictoria con la democracia instrumental que prioriza las mediaciones prebendales. La perspectiva de autodeterminación de las masas tiende a reducir al máximo las mediaciones lo cual atenta contra la construcción de un aparato segmentado y vertical de control de la sociedad que parece estar construyendo el MAS.

Un elemento central en la composición política de la sociedad civil es el predominio de partidos de las elites asociadas para el reparto de los cargos estatales y lógicas prebendales de la política. Esto reduce la densidad e importancia de la política en la sociedad civil pero también reduce la amplitud y densidad de la política en el Estado (Tapia), aunque aparece como lo contrario y acrecienta el peso y la importancia del nivel de las mediaciones. Esto sucede porque el Estado, como ya señalamos, es fundamentalmente una «forma de la vida social» y, por ende, los partidos hacen aparecer el vaciamiento político del Estado como incremento de la política estatal, pues no pueden aparecer beneficiándose como sector sin mostrar como que fuera un beneficio para todos. Este es el mito más importante que encubre las profundas intenciones de las famosas reformas estructurales, esto es, el vaciamiento de la política en los polos Estado y sociedad civil al mismo tiempo que crece la importancia de los mediadores.

El peor error político sería forzar, una vez más, la reconcentración de la política en un nuevo sistema de partidos (MAS, PODEMOS, UN), desorganizando o disolviendo la política fuera del Estado. Esto es lo que parece haber conseguido el MAS con la Constituyente, al convertirla en una réplica absoluta del parlamento. Constituida sin que pueda haber realmente la presencia autónoma de los movimientos sociales, y en medio de una confrontación partidaria bipolar.

Al reducir el grado de acción autónoma y de auto representación política fuera del Estado se estarían reproduciendo las viejas prácticas políticas de construcción de un tipo de despolitización de la sociedad y, por lo tanto, de monopolización de las decisiones públicas en beneficio de una estrecha construcción partidaria, olvidando que la modificación de la composición política de la sociedad fue lo que abrió la posibilidad actual de una repolitización del Estado y desmoronó la estructura de mediación prebendal que pugna por revivir y que es de donde salió el actual gobierno y el MAS.

El MAS tiene que estar consciente de que si no hay amplia posibilidad de prácticas auto - determinativas de los diferentes sectores y movimientos sociales, que mantengan la actual composición política de la sociedad, como eje central de la política mas allá de su sigla y sus ambiciones partidarias, terminará favoreciendo la dominación y la perpetuará.

No es que en los últimos veinte años la relación hubiera sido de mucha densidad política en el Estado y poca en la sociedad, lo que sucedió fue que se redujo en los dos polos la densidad política. Es decir, tanto Estado como sociedad no hacían política, porque a ambos los desmantelaron en sus prerrogativas de intervención y decisión pública. El complemento de este proceso fue el incremento de la densidad «política» en los niveles intermedios de «mediación» como canales casi directos de los intereses del capital, en especial extranjero. Pero la solución no es recomponer las prerrogativas políticas de este estado caduco.

El sistema de partidos políticos no es más que la defensa y preservación de intereses personales y de grupo que necesariamente tienen que aparecer como su contrario. Por eso el país vivió un desfalco tan vergonzoso. La vida «política» del Estado que ya no tiene nada de política, se vuelve un mundo del simulacro y vaciamiento de la política a través de la réplica de puro procesos mercantiles básicamente dirigidos por los grandes intereses del capital.

5. Momentos constitutivos de relevo de las creencias y lealtades

Es indudable que, desde abril de 2000, estamos viviendo un cambio de época. Sin embargo, ¿cuán profundo es el cambio de época? ¿Nos llevará a modelar una nueva forma primordial con un nuevo eje estatal? Éstas son las preguntas fundamentales para poder pensar las tendencias y lineamientos de un nuevo o no tan nuevo sistema de representación en el país. En última instancia, depende de la forma en la que se resuelva la crisis estatal, ya sea que se recomponga el viejo eje estatal bajo una forma renovada y aparentemente cambiada aunque con la misma forma primordial, o que se pase a otra forma primordial y, por lo tanto, a una nueva forma de relación sociedad civil-Estado.

Si bien es evidente que desde abril de 2000 hay claramente una disponibilidad social muy grande, resultado de una sustitución ideológica, una especie de revolución simbólica y cognitiva, es probable que sea el origen y punto de partida de una «larga duración». Por ello, la gran pregunta es si en estos seis años hemos vivido en algún momento una gran determinación, el nacimiento de un destino a largo plazo, un momento constitutivo profundo -como diría Zavaleta-, que nos permita decir que se ha instaurado un nuevo programa de sociedad que ya se ha convertido en una «cárcel de tiempo histórico». ¿Se ha constituido y consolidado ya un subconsciente colectivo que nos permita decir que estamos viviendo determinados estructuralmente y de forma muy fuerte y profunda por algún hecho fundante y constitutivo para las próximas décadas como en la revolución de 1952? ¿Ya estamos, para bien o para mal, determinados por las grandes creaciones de las masas de estos últimos seis años? Primero profundicemos un poco más la idea de momento constitutivo para luego sacar algunas conclusiones.

5.1. Momento constitutivo

El momento constitutivo explica de dónde viene el modo de ser de las cosas, las razones originarias, ya que existe un momento en que las cosas comienzan a ser lo que son. Este es un momento constitutivo ancestral como, por ejemplo, la relación integral entre ser humano-naturaleza para hacer posible el hábitat en los Andes, o la conquista de los pueblos originarios es un momento constitutivo para el mundo señorial; ambos son a la vez momentos constitutivos clásicos.

Otros son momentos constitutivos de la nación y también momentos constitutivos del Estado o, si se prefiere, de la forma de la dominación actual. La acumulación originaria es el típico momento constitutivo estatal. Todo momento constitutivo varía en profundidad y extensión.

Para los momentos constitutivos profundos y sociales, una cosa es que los hombres y las mujeres rompan con su propio impulso colectivo las formas de dominación actuales y otra que las reciban del Estado, tal como Zavaleta lo expresa: «/a exogenidad de la libertad produce sólo libertad formal». Por esto, la actual coyuntura política no debe llevarnos a una ficticia y exógena libertad formal estatalizante.

Los últimos seis años, como ya mostramos anteriormente, fueron de referencia absolutamente societal porque los movimientos sociales comprendían la función y papel del Estado que hoy no ha cambiado nada o casi nada.

Los momentos constitutivos son procesos de «implantación hegemónica», es decir, la creación de un tipo de inter subjetividades. Hoy, después de seis años de luchas y crisis estatal, se ha abierto un periodo de sustitución ideológica que por su importancia y profundidad se encamina a un momento constitutivo más profundo con referencia societal. En este momento, el objetivo más importante es viabilizar y catalizar este proceso y no detenerlo y entramparlo en una simple administración del Estado, ya que la sociedad y, en especial, el mundo indígena, hoy por hoy, y esperemos que mañana, también muestran una superioridad escondida, pero extraordinaria sobre este Estado político aparente.

En relación a la discusión sobre los procesos de revolucionarización de la sociedad, la llamada autonomía relativa del Estado es un arma de doble filo. En Chile, los comunistas llegaron dos veces al poder en cincuenta años, debe ser el caso de autonomía relativa del Estado más «desarrollado»; sin embargo, ese proceso condujo a lo que Chile fue y es hoy, una sociedad modelada por momentos constitutivos profundamente reaccionarios y autoritarios, como la guerra de exterminio de los Araucanos o el golpe militar de 1973, uno de los más cruentos de América. Es una sociedad que se modeló alrededor de las lógicas militares. Pinochet es el arquetipo idealizado de una buena mitad de la sociedad chilena. Lo que está claro es que debemos emprender la subversión revolucionaria del Estado y no la mediatización y entrampamiento de la sociedad en este Estado vergonzosamente instrumental y aparente, menos en nombre de una supuesta «autonomía relativa» del Estado.

Como dice Zavaleta respecto a la revolución mexicana, «la falsa inferioridad de la sociedad dio lugar a la restitución de su validez en una forma cataclísmica que fue la revolución mexicana» (Zavaleta, 1986:202). Este es el proceso que vivimos hoy, debemos seguir en la restitución de la validez de la sociedad frente a este Estado político aparente.

No olvidemos la razón fundamental por la cual Zavaleta considera que el Estado mexicano adquirió una nueva superioridad frente a la sociedad después de la revolución mexicana, que hoy podría fácilmente pasar en Bolivia y sin haber tenido siquiera una revolución: «se funda en la desorganización sistemática de la «autonomía» de la sociedad civil y su reorganización corporativa en formas prebendales o distribucionístas que se subordinan siempre a la lógica central de legitimación, la despolitización de las masas» (Zavaleta, 1986:202-203).

El tono ideológico y las formas de dominación del Estado (1986:10), en el momento de su constitución son, en síntesis, los momentos constitutivos estatales. Lo más relevante es constatar que, como dice Zavaleta, los sujetos clasistas al reproducir las condiciones de su actuación en aquel momento crucial reformulan los patrones ideológicos y rehacen o recrean el «temperamento» de una sociedad. Esta es una manera de generar procesos de complementación y de reajustes de las estructuras de la sociedad y del carácter del poder estatal, tratando de rehacerse y de autodeterminarse. Todo esto, tal como lo muestran las luchas de los últimos años, podemos afirmar con Zavaleta «aquí no fue posible hacerlo por vía de la democracia representativa» (1986:11).

Sostengo que si la sociedad no tiene la capacidad de control y presión social, desde sus estructuras de rebelión, sobre el actual gobierno, más allá de medidas secundarias, la democracia representativa seguirá sin tener la capacidad de realizar cambios profundos en las estructuras estatales y en las estructuras de propiedad.

La Guerra del Pacífico, la perdida territorial más importante para el país, fue vivida como un hecho puramente estatal (al menos en su primer momento), es decir, sólo como un asunto de Estado (Zavaleta, 1986), o sea, como algo que ganó o perdió la clase dominante. Esto es lo que debemos comprender hoy: que lo que gane o pierda el gobierno actual no lo ganará o perderá solo el gobierno, porque no es sólo un problema estatal, no es ni siquiera fundamentalmente un problema estatal, sino un problema de toda la sociedad. Debemos sostener este gobierno pero para invertir la relación de subordinación, los funcionarios deben estar subordinados a las deliberaciones y espacios colectivos de deliberación de los movimientos sociales.

Hasta hoy, lo característico del «espíritu del Estado», en sus momentos constitutivos en Bolivia y su forma más general, es la forma gamonal del Estado (Ibid.), incluso diríamos hoy más que nunca bajo la forma de eufemismos. Por eso no es posible usarlo óptimamente, de forma inmediata, como mecanismo de descolonización y democratización, aunque exista buena voluntad al respecto. Es, como dirían algunos compañeros, «meterse en un cascarón ajeno». Por mucho que el MAS esté en el gobierno, es incuestionable que si quiere avanzar no debe de tener miedo a destruir las bases y fundamentos profundos del estado. De otro modo, el gobierno será sostén de izquierda de la gobernabilidad neoliberal.

La unificación de la clase dominante o su división es siempre un dato decisivo respecto a la evaluación estatal y sus mediaciones. La continuidad del proceso de democratización, que vivimos desde hace seis años, depende, en gran medida, de que el actual gobierno no se convierta de una manera u otra en la vía de unificación de la clase dominante que quedó sin capacidad de iniciativa.

La gran lección del momento constitutivo de las comunidades originarias es que la unidad política se deriva de las necesidades de la subsistencia y que esta unidad sólo puede ser considerada como un tiempo colectivo, en tanto que la lógica estatal es la negación de este tipo de concepción de la unidad política. Esto es lo que debe ser incrustado en el seno más denso del núcleo estatal si se quiere seguir avanzando hacia la descolonización. Como afirma Zavaleta, este es un hecho «precoz y violentísimo»9. En suma, no es lo mismo ser «hijos estatales» que conquistar la unidad política en y para la sociedad bajo formas colectivas.

En síntesis, Zavaleta diferencia tres tipos de momentos constitutivos: los precapitalistas que bloquean aquellos momentos constitutivos que intentan construir capitalismo; los momentos constitutivos profundos y generalmente nacionalizadores y de sincronización de una sociedad abigarrada, como la revolución de 1952; y momentos constitutivos de reforma de un momento constitutivo previo y, por lo tanto, no tan determinante ni profundo. Un ejemplo que nos puede servir para entender el momento actual (2000-2006) es el análisis del último momento reconstitutivo que vivió y analizó Zavaleta.

El consideraba que el bloqueo de caminos de 1979, la incorporación de lo indígena a las luchas contra las dictaduras y la ruptura definitiva del Pacto Militar Campesino fue un momento constitutivo para la formación de un nuevo bloque histórico. La importancia radica en ver los tres elementos que incorpora en el análisis, la configuración de una identidad más vasta y compleja de la inter-subjetividad de la masa, que se convierte en la base para la difuminación de la centralidad clasista a través de la democratización y pluraliz^ción del núcleo organizativo y de dirección del nuevo bloque histórico. Por estos motivos, Zavaleta lo identifica como un momento constitutivo.

Este análisis muestra un caso de momento constitutivo del tercer tipo de los anteriormente mencionados. Lo que quisiera remarcar al mencionar este ejemplo, es la elaboración teórica por parte de este autor de un momento constitutivo que, a la vista, no tiene las mismas características que el generado por la Guerra del Chaco o la Revolución de 1952. La clave de un momento constitutivo profundo, como la Guerra del Chaco y la Revolución del 52, es la forma de articulación histórica con fuerza y de forma novedosa de un nuevo eje estatal, totalmente diferente, que logra producir una nueva forma primordial. Es decir, la relación Estado-sociedad cambia profundamente en estructuras económicas, sociales y estatales.

En relación a los seis años de luchas sociales, analizados como momentos constitutivos, concluimos que todavía no hemos vivido un momento constitutivo profundo. La hipótesis que se plantea es que con todo, las luchas de los últimos años no han significado un momento constitutivo de larga data que hubiera dado lugar al nacimiento de un destino histórico para los próximos 50 años.

La inestabilidad del momento histórico es latente, aún después de la euforia de la última elección nacional. El accionar de los funcionarios de gobierno podría boquear el desarrollo y expansión de un momento constitutivo más profundo que desmorone el actual eje estatal y la actual forma primordial, que logre modificar sustancialmente las estructuras de propiedad y las estructuras políticas coloniales.

Hoy, uno de los desafíos a enfrentar es que el accionar de los funcionarios del gobierno actual logre limitar la maduración de un gran momento constitutivo a un simple momento constitutivo de reforma del momento constitutivo anterior y, por lo tanto, estaríamos ante una casi inexistente modificación del eje estatal, que prevalece desde hace más de dos décadas y significó la implementación del consenso de Washington y la era del llamado neoliberalismo.

Estaríamos ante lo que Zavaleta llamaría un momento constitutivo de «reforma» dentro del propio neoliberalismo vigente, o sea un momento re-constitutivo de la gobernabilidad y la democracia procedimental, que no basta para cambiar la forma primordial, un momento reconstitutivo que no logra borrar lo fundamental del anterior momento constitutivo neoliberal ni de su eje estatal.

Bajo este escenario, no estaríamos ante un proceso profundo de transformación del eje estatal y, por lo tanto, de la forma primordial de la sociedad. En otras palabras, estaríamos ante la reconstrucción señorial de la gobernabilidad heredada del Estado neoliberal bajo una forma modificada, pero esencialmente igual a la de la antigua forma primordial. Lo viejo se viste de ropas nuevas. Aunque debemos aclarar que esta tendencia puede ser bruscamente revertida en los próximos meses, estamos hablando de tendencias no consolidadas que se mantienen en permanente tensión y contradicción tanto en el seno del Estado como de la sociedad.

6. Forma Primordial y sistema de representación

La utilización de categorías como forma primordial y eje estatal son muy importantes, porque nos permiten imaginar claramente las condiciones de posibilidad del surgimiento de nuevas formas de representación, más allá de las enunciaciones retóricas del gobierno actual y de la utilización meramente discursiva de los llamados movimientos sociales.

No es posible que las nuevas formas de representación que se están engendrando vayan a producir un cambio cualitativo en el sistema de representación y logren desarrollarse plenamente en la actual forma primordial como expresión de un nuevo tipo de democracia. Las articulaciones entre lo estatal y los movimientos sociales sólo podrán ser canal de expresión de los llamados movimientos sociales en el Estado al menos por un tiempo más prolongado y de forma más genuina- si se modifica la forma primordial y el eje estatal.

De forma más específica, sólo si las estructuras políticas y económicas se modifican, se creará las condiciones de posibilidad para el surgimiento de un sistema de representación cualitativamente diferente y nuevo. Un nuevo sistema de representación, intermediación y articulación de lo político de una nueva forma de democracia, que incorpore elementos profundos de democracia directa y comunal, que logre descolonizar el Estado y las relaciones sociales, que materialice los derechos colectivos de las comunidades indígenas, la recuperación de los recursos naturales y la conquista de las autonomías indígenas.

De otro modo, se generará procesos regresivos. Las nuevas elites privilegiadas de los movimientos sociales y de las organizaciones sociales se convertirán en los canales más eficaces de estatalización de los movimientos sociales, de introducción de las lógicas estatales a los movimientos sociales y, con ello, su esterilización y pérdida de autonomía.

Es innegable que hoy se están produciendo cambios, sobre todo de las estructuras simbólicas y cognitivas (prueba de eso es el aprovechamiento partidario electoral que ha hecho de este proceso el MAS, gracias al cual obtuvo el 54% de los votos a nivel nacional), que deben encontrar un camino hacia un nuevo momento constitutivo y fundante de cambios de las estructuras políticas y económicas para lograr una transformación drástica en la correlación de fuerzas entre subalternos, por un lado, y oligarquías terratenientes, empresas transnacionales y sus representantes, estructuras partidarias (MIR, MNR, ADN, etc.), por el otro.

Si no se logra pasar a una nueva etapa y cambiar la forma primordial, las tendencias larvarias a la organización de un nuevo sistema de representación, basado en la participación directa de las organizaciones sociales, la democracia directa y la autorepresentación de los llamados movimientos sociales, vamos a ver profundizarse más todavía las tendencias que han degenerado en un tipo de relaciones de subordinación que en el mediano plazo se convertirán en clientelares y prebendales. Ningún sistema de representación, en ningún momento de su desarrollo, tiene asegurado algo, pero si se modifica la forma primordial y se pasa a una nueva fase de democratización y descolonización que cambie estructuras profundas, se sentará las bases de un nuevo sistema de representación que se habrá constituido cualitativamente sobre otras bases programáticas y con otra proyección histórica.

De momento, sólo podemos hablar de elementos muy larvarios de un posible nuevo sistema de representación que tiende a desmoronarse, ya que si las articulaciones internas de la sociedad no cambian (estructuras económicas y políticas) serán funcionalizadas como elementos constitutivos de un nuevo tipo de construcción partidaria, como parte del uso y acceso de las prerrogativas y privilegios estatales que ha logrado el MAS con mucho éxito y que intenta seguir expandiendo en la Asamblea Constituyente.

7. Tiempo estatal vs. tiempo de emancipación

El tiempo es una dimensión constitutiva y condición del movimiento interno de la vida. Como afirma Luís Tapia (2002), en esta condición de finitud se experimenta todo, es la condición de lo humano, sus aspiraciones y sus luchas que implican finitud y movimiento. La vida social, las luchas y todo cuanto acontece son procesos temporales. Pero existen múltiples tiempos en pugna por imponerse, de acuerdo a las condiciones y necesidades de cada sociedad (indígena agraria, moderna capitalista, etc.) y, por supuesto, al accionar humano y de las colectividades sociales. En Bolivia, hemos vivido seis años de tiempos de insubordinación con el tiempo estatal acorralado. Hoy, el accionar de los funcionarios estatales y no el fatalismo de un «ciclo de protesta que esta de caída», «...sin que nada podamos hacer»10, podría lograr que empecemos a vivir el tiempo puramente estatal.

El predominio del tiempo de la organización y acción estatales pretende que se abandonen las temporalidades de insubordinación y lucha. Es la organización del olvido del tiempo de insubordinación (Tapia: 2002), más allá de !a buena o mala voluntad de los individuos, ya que la forma capital implica una determinada temporalidad y el tiempo del Estado es parte de esa forma temporal11. Esto determinaría, desde mi punto de vista, un retroceso inducido por el accionar estatal y no el cumplimiento de una «ley científica de los ciclos de protesta». Esta es la tesis básica que pincelaremos en el presente acápite.

7.1. Fetichización del triunfo electoral del MAS

El triunfo electoral del MAS, con 54% de los votos, fue una victoria frente a las petroleras, los terratenientes de la oligarquía cruceña, los partidos de derecha y todas las fuerzas conservadoras coloniales y del capital transnacional. A pesar de que ya han pasado 9 meses, caben algunas precisiones. No es el resultado de la combinación de una estrategia de movilización con una estrategia electoral. Es, fundamentalmente, el reflejo en el escenario liberal electoral de la fuerza de la autoorganización de las múltiples colectividades movilizadas en los últimos años.

Esta es una fiesta de los llamados «Movimientos Sociales» y no de algún partido aunque momentáneamente hayan asumido protagonismo ciertos líderes carismáticos, algunos intelectuales y un partido político. El triunfo del MAS en las elecciones no se debe fundamentalmente al carisma de ningún líder ni a la habilidad para el pensamiento racional de ningún intelectual, tampoco a la capacidad organizativa, ni de dar respuesta política de ningún partido político12. El error fetichista consiste en volver estos factores secundarios el factor fundamental del triunfo electoral. El efecto más grave de este error es profundizar y estabilizar un tipo de culto a las personalidades supuestamente imprescindibles, culto que siempre ha hecho tanto daño a las luchas, porque los líderes aparecen como los grades «dadores», cuando en realidad son los grandes «deudores». Ellos deben lo fundamental del reconocimiento y el prestigio que han acumulado a las colectividades autoorganizadas que los posicionaron como «líderes», por eso es que deben subordinarse a ellas. Pero hoy, por el contrario, se observa con preocupación que algunos individuos, que se han construido a sí mismos como símbolos vivos e imprescindibles, empiezan a adoptar los hábitos del poder y las prácticas liberales y de infantilismo de izquierda.

El ejemplo más interesante del proceso antes mencionado, en el que las lógicas y necesidades estatales empiezan a causar graves daños al proceso de democratización y descolonización que se han ido produciendo los movimientos sociales, lo tenemos en la tendencia a la construcción caudillista y fetichista a la que nos referimos anteriormente en la idea del «evismo» construida como categoría «explicativa» de las luchas de los últimos años (García Linera, 2/04/2006). La pretendida «autorepresentación» ahora se explica por el «evismo» y su futuro seguramente dependerá también del «evismo».

Es necesario insistir que el triunfo electoral se ha producido gracias a la capacidad anónima de las diversas colectividades autoorganizadas que, bajo múltiples redes organizativas y mecanismos colectivos de deliberación y acción, fueron capaces de dar respuesta a los desafíos políticos que enfrentaban. Es el triunfo del intelectual colectivo que anida en las asambleas, cabildos, ayllus, barrios, capitanías, tentas y gremios que, apelando a su memoria corta de resistencia a la expoliación neoliberal de los últimos 20 años y a su memoria larga de opresión colonial que lleva más de 500 años, lograron, de forma compleja y colectiva, dar respuesta al escenario electoral impuesto.

Especialmente, se debió a una identidad colectiva construida sobre la base de una intuición profunda que surge de los cuerpos individuales y colectivos, de los sentidos agudizados por tanta lucha, por el efecto del sufrimiento y la adversidad, pero también las victorias extraordinarias vividas durante seis años de lucha casi constante, que nos dieron esperanza y que, inevitablemente, se inscribieron en nuestros cuerpos y memoria colectiva, logrando crear una poderosa intuición pre- reflexiva (dentro y fuera del MAS y del MIP) que se convirtió en reflexión, deliberación y acción. El MAS solamente capitalizó esta realidad en el escenario electoral.

Para poder avanzar, se necesita claridad respecto al significado del triunfo electoral. En síntesis, podemos decir que, una vez más, son las personas anónimas y que no salen en la televisión las que hacen la historia con una extraordinaria lucidez. Sin embargo, el fenómeno se presenta invirtiendo las relaciones, parece que son los que aparecen en la televisión (líderes carismáticos, individuos hábiles para el pensamiento racional, aparatos políticos, etc.) los que casi poco más le «regalaron» esta extraordinaria victoria a la gente. Este es el típico fenómeno del fetichismo que las relaciones del capital13 nos imponen y debemos superar.

7.2. Enajenación de los seis años de luchas

Ya mostramos cómo la relación entre la autoorganización y los líderes carismáticos aparece invirtiendo los factores, lo fundamental, la fuerza propositiva y de acción, fue y es la autoorganización, pero aparece como que lo fundamental fueron individuos más o menos carismáticos. Esto es fetichismo. Ahora veremos cómo los procesos de lucha generan otro tipo de fetiches y enajenaciones.

El quehacer humano, incluidas las luchas políticas, para plasmarse en la realidad, tiene que sobreponerse a la materia inerte en sí, a las condiciones existentes heredadas del pasado con su pesadez y persistencia. La práctica política se desarrolla en un universo en el que las relaciones humanas se entablan a través de las cosas, debido a lo cual la intencionalidad que proyectamos en la mente individual y colectiva nunca va a materializarse y concretizarse como nos la imaginamos al empezar la lucha. Esta pesadez de las condiciones pre­existentes, de la materia inerte en sí, obliga a que el resultado de nuestra acción asuma una forma diferente a la que sus creadores pretendían darle, desconociéndonos en el resultado final. Así, el resultado de la lucha quedará enajenado de las colectividades que la crearon, esto es, una contrafinalidad de la lucha, pero que sin embargo generamos nosotros mismos. Sartre llama a esto lo práctico inerte que conspira contra la praxis humana (Sartre, 1995)15.

En otras palabras, para poder conservar y/o consolidar los logros de las luchas, empezamos a enajenarnos, es decir, tendemos a diferenciar funciones, a institucionalizar la acción, a crear estructuras que empiezan a anclar su existencia en la prevalescencia de lo práctico inerte y ya no en la praxis transformadora.

El «cambio de época», anclado casi exclusivamente en «el ejercicio del poder estatal», como lo expresan altos funcionarios de gobierno, podría ser el punto de partida de la prevalescencia de lo práctico inerte frente a la praxis revolucionaria de los últimos años, y se expresaría en cooptar o al menos subordinar estatalmente a los llamados movimientos sociales, en institucionalizarlos, en hacerles perder su autonomía y capacidad propositiva, en la profundización del culto a la personalidad de los líderes carismáticos, en fin, en el predominio del tiempo estatal bajo una forma modificada del tiempo de gobernabilidad que este mismo Estado impuso desde hace veinte años. De esta manera, conspiraría contra los tiempos plurales y discontinuos de la praxis transformadora y de insubordinación, en suma, contra los tiempos de lucha autónoma y creativa.

No sólo existe la dupla praxis vs. práctico inerte, sino que, en el Estado, esto empeora todavía más. Las características fundamentales del tiempo del capital son la uniformidad y la continuidad para asegurar la repetición infinita y la cada vez mayor velocidad de la valorización del valor, es decir, del sometimiento de los seres humanos al incremento continuo de la riqueza abstracta, de la prioridad exclusiva de la ganancia del empresario.

El tiempo del capital es un tiempo general y homogéneo, la insubordinación de la pluralidad de tiempos y del hacer humano debe quedar subordinada y sometida a esta homogeneidad, comer, divertirse, amar, en fin, «vivir», deben quedar subordinados y ser residuales respecto al tiempo de autovalorización del capital. El capital sustituye la creatividad por la sincronización y la velocidad, la calidad por la cantidad, es el predominio de lo hecho sobre el hacer, el predominio del objeto sobre el sujeto, se impone la racionalización instrumental y la programación. Pues bien, la forma Estado está contenida en este tipo de tiempo del capital (Tischler, 2004). El Estado implica un tipo de enajenación del tiempo, es una maquinaria fundamental de enajenación del tiempo de las luchas de insubordinación. «E/ tiempo estatal se opone al tiempo del conflicto fragmentándolo para transformarlo en hegemonía. Restablece el tiempo de la forma valor frente al tiempo discontinuo de la resistencia» (Ibid.). La temporalidad de la lucha y la preservación de las autonomías y la capacidad de crítica y acción totalmente auto-determinativa e independiente de los movimientos sociales, es incompatible con el tiempo y dinámica del Estado.

Para ser más claro, ¿acaso hoy no estamos viviendo ya la necesidad de la gobernabilidad (a la usanza de la vieja izquierda dogmática) de uniformar a todos los movimientos sociales bajo el paraguas de una sigla?, ¿de imponer la ¡dea que intenta reducir la enorme creatividad de los subalternos a la dinámica del Estado, porque ahí es ahora, casi exclusivamente, el lugar donde debemos sincronizar todo?

¿Acaso no vemos avanzar una lógica que pretende que todo movimiento social (incluida su pluralidad de tiempos y modos) quede subordinado y negado a esta homogeneidad y a sus líderes carismáticos?, ¿acaso no vemos su preocupación por el tiempo general y homogéneo de la gobernabilidad? Esto nos hace pensar seriamente que podrían sacrificar las luchas fundamentales y demandas legítimas de los que los pusimos como gobernantes, y con argumentos coherentes y pragmáticos arrojamos a estas lógicas y tiempos de la gobernabilidad estatal. Se trata de someternos a la continuidad de las necesidades del Estado y la gobernabilidad y evitar que nos mantengamos en el tiempo plural de la insubordinación y la dignidad frente al abuso del capital y la lógica señorial y racista.

¿Acaso no vemos el deseo de sincronizar a todos a la velocidad de la gobernabilidad?, esto se sintetiza en una frase que varios compañeros nos mencionaron que se difunde en El Alto: «Todos tienen que cuadrarse con el MAS». ¿Acaso esto no es intentar racionalizar instrumentalmente y programar a los movimientos sociales a los deseos de gobernabilidad? ¿Acaso esto no es lamentablemente construir una vez más una catastrófica derrota bajo la forma de un nuevo aparato segmentado y vertical de control y orden de la sociedad, bajo el molde idéntico de las relaciones y lógicas del capital y del estado, sólo que esta vez construido dizque para emanciparnos.

Si esto continúa y se vuelve dominante, como parece estar ocurriendo a nueve meses de gestión, significará el predominio absoluto del objeto sobre el sujeto, de lo hecho sobre el hacer y la enajenación de seis años de luchas, el colapso de un horizonte del deseo de autogestión, autorregulación y autodeterminación de la experiencia mas avanzada del continente. Y eso más allá de la buena voluntad y sinceridad de algunos compañeros que están en funciones estatales.

7.3. Contradicción fundamental del momento actual

Si se impone la idea de esta «nueva etapa» como un supuesto modelo económico de «capitalismo andino amazónico»14, centrado solamente en la construcción de un «Estado fuerte», que pacte con el poder en vez de construir otro poder, habremos construido la enajenación de los seis años de luchas. Estaremos viviendo «la transformación de las relaciones humanas cualitativas en atributo cuantitativo de cosas inertes» (Sartre, 1995), donde predominará lo abstracto y lo cuantitativo del tiempo estatal de gobernabilidad que necesita esterilizar la capacidad de propuesta y creatividad de la que se nutrió y nació.

Una de las contradicciones fundamentales de la coyuntura actual, si no la más importante15, se da entre gobernabilidad, sus modos, tiempos y dinámicas y la autonomía de los movimientos sociales, su capacidad creativa, su pluralidad de tiempos de insubordinación, sus fluctuaciones y dinámicas, que no deben acatar ni respetar los tiempos estatales. Los movimientos sociales son más que el MAS, son la fuerza fundamental, tanto creativa como de acción colectiva, como ya lo demostramos en el acápite primero. Por eso, la única garantía para lograr cambios profundos es posicionarse en el lado de la autonomía en esta contradicción frente a las necesidades estatales de gobernabilidad, es decir, que una tarea fundamental es mantener y profundizar esta relación donde los movimientos sociales sean siempre más y mejor que el MAS, dejando claro que la relación es de subordinado (funcionario estatal, sea presidente o vicepresidente o cualquiera en la escala inferior de la jerarquía estatal) a mandante (movimientos sociales). Hoy vemos que la lógica liberal de la política, dominante y profundamente soberbia en el gobierno, ha invertido totalmente esta relación, poniendo en riesgo todo el proceso de revolucionarización del orden de cosas existente.

La autonomía debe primar por sobre la gobernabilidad y los subalternos deben mandar a los funcionarios a través de sus mecanismos colectivos de deliberación y decisión que deben mantenerse, expandirse y consolidarse como mecanismos de las colectividades y no responder a la lógica de la cooptación o subordinación estatal que progresivamente las esta alineando con el Estado.

8. Autodeterminación de las masas

La pretensión de transformar la sociedad a través del Estado es el fetiche más grande en el que podemos caer hoy en día. Es decir, tomar como punto de partida una forma propia de la sociedad capitalista. Esto no significa que no se deba realizar esfuerzos estatales de reforzamiento de la autodeterminación de las masas y al mismo tiempo comunitarizar el Estado.

Este fue el defecto congénito más grave de las formaciones estatales republicanas en Latinoamérica. La construcción de sociedades desde arriba hacia abajo, desde las prerrogativas y funciones estatales. Un elemento derivado del anterior es la concepción instrumental de la lucha política, es decir, la adopción a crítica de la tradicional racionalidad medios-fines, que fue lo que justamente permitió justificar, en nombre del socialismo, lo que en realidad eran imperativos de la razón de Estado y, por lo tanto, del capital.

El capital no es una categoría económica, es una relación de sujeción. La dominación implicada en el capital no está solamente en la apropiación gratuita de plustrabajo, su núcleo dinámico reside en la disposición y control sobre el hacer humano. Si el gobierno pretende seguir creando relaciones de subordinación y consolidar relaciones de sujeción para mantener un control burocrático sobre los llamados movimientos y organizaciones sociales a través de su partido y el Estado, estará actuando dentro del proyecto del capital, proyectando sus relaciones de dominación y opresión.

Como plantea Zavaleta, la historia de las masas es siempre una historia que se hace contra el Estado (Zavaleta, 1983a). De aquí que la prioridad sean las estructuras de rebelión y no las «formas de pertenecimiento» al Estado. Todo Estado, en último término, niega a las masas, aunque las exprese parcialmente o desee expresarlas.

El proyecto de la autodeterminación de las masas es avanzar en el reemplazo de la democracia para la clase dominante por la democracia «para sí misma». El acto de la autodeterminación es un acto revolucionario y no un acto legal y contiene la inclinación general de la sociedad. Es una mayoría autoorganizada con capacidad de «efecto estatal». La autodeterminación de la masa es lo único que puede sellar la definición del momento de fluidez de la superestructura, es el método de la sociedad civil que acumula fuerza política autónoma en el horizonte de la disolución del factum estatal en la sociedad civil. Este es el camino que debemos retomar si queremos seguir produciendo democracia igualación social y descolonización, y es el que ha abandonado el actual gobierno para dedicarse a reconstruir los mecanismos de mando y dominación que tanto había costado a los movimientos sociales derrumbar.

Qué formas de «representación» o qué nuevos paradigmas de la llamada representación se crearán en este proceso no lo sabemos, este es el desafío para los políticos bolivianos del siglo XXI. La verdadera escuela del hombre libre es el acto de masas y el principio de la autodeterminación define la manera en la que ocurren los otros factores de una democracia directa y comunitaria.

Como dice Zavaleta, en cualquier caso la autodeterminación de la masa es «el principio de la historia del mundo» (Ibid.) y ella nos habla «del aspecto de la grandeza de la especie» (Ibid.) y por eso consideramos que es el centro de la cuestión democrática.

La lucha por la autodeterminación de la masa es, hoy por hoy, «/a capacidad actual de dar contenido político a lo que haya de la democratización social y de poner en movimiento el espacio que concede la democracia representativa» (Zavaleta, 1983b). La democratización social que está en marcha y la ampliación de la democracia representativa que lleva adelante el actual gobierno, «debe poner en movimiento» a las masas hacia un proceso más profundo de cambio de la forma primordial rompiendo las relaciones de subordinación respecto al gobierno actual y su partido.

Concluyamos recordando que la autodeterminación de las masas es, antes que nada, lucha política y lucha de clases, porque «es el lugar donde se funden las hipótesis teóricas y la factualidad de la determinación de la masa» (Ibid.).

Si se nos propone conformarnos con una lucha por la gobernabilidad estatal con el argumento de que nada más es posible, la respuesta que hemos aprendido de la gente anónima es que siempre es posible retomar la perspectiva de la autodeterminación de las masas. Pero aunque no lo fuera, responderíamos con la famosa definición de política de Zizek, «La política es el arte de lo imposible» (Zizek, 1999), ya que cambia los parámetros mismos de lo que se considera «posible» en la constelación política existente. Este es el enorme desafío de la coyuntura para todas las fuerzas democráticas y descolonizadoras.

 

Notas

* Docente Universitario e Investigador comprometido con los Movimientos Sociales

1. Luís Tapia: «Turbulencias de Fin de Siglo». IINCIP, La Paz, 1999.

2.   Postulado fundamental del documento «Propuesta para la nueva Constitución Política del Estado. Por un Estado plurinacional y la autodeterminación de los pueblos y naciones indígenas, originarias y campesinas» del pacto de Unidad de las Organizaciones Indígenas de Bolivia (CSUTCB, CONAMAQ, CIDOB, CPESC, Confederación de Colonizadores de Bolivia, Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia Bartolina Sisa, APG, MST, CPEMB) de cara a la Asamblea Constituyente.

3.   Para un breve Análisis del «Evismo» y de la relación del actual gobierno con los movimientos sociales ver en Bolpress: Jorge Viaña, «Autodeterminación y Reconducción del Proceso Político en Bolivia», Internet pagina de Bolpress: http:// bolpress.com/opinion. php?Cod=2006100202&PHPSESSID=6cdbb7cc62c0141e4da7597d23c098b1

4. Los alteños acuñaron la frase «somos pecho de muralla» para manifestar la fuerza y la legitimidad de una resistencia heroica que no apeló a la violencia sino a la legitimidad de la protesta, que luego fue apropiada por algunos de los dirigentes más visibles.

6. Véase Holloway, J. y Piccioto, S. (coords.) (1979). State and Capital A Marxis Debate. Londres: Eduard Arnold. También Clarke. S. (comp.) (1991). The State Dabate. Londres: Mcmillan. Últimamente se han hecho aportes de aplicación y de desarrollo conceptual en México, ver Roux, R. (2005). El Principe Mexicano subalternidad, historia y Estado. México. Era.        [ Links ]

Para la profundización de la definición del Estado como una de las formas del capital ver la séptima parte del presente texto «Tiempo estatal vs. tiempos de emancipación».

7. Ver séptima parte «Tiempo estatal vs. tiempos de emancipación».

8. Para el que toda mediación es siempre a la vez un aparato de Estado.

9. Ver nota 7.

10. Zavaleta cita a J.V. Murra. Es interesante ver cómo describen la aparición de la autoridad política en el altiplano mostrando que las formas de la unidad política antes que nada son colectivas por la extrema necesidad de lo colectivo (Zavaleta, 1986). El actual gobierno montado en un aparato extraño y construido como mecanismo de dominación puede adecuarse o sentir la imperiosa necesidad de un nuevo tipo de autoridad política que resulta de una nueva comprensión de la «unidad política» tipo comunitaria por fuera de las dinámicas de gobernabilidad estatal liberal.

11. Ésta es la aplicación de la visión del Estructural-Funcionalismo positivista de la sociología anglosajona en especial, que inventó una sub-disciplina, el estudio de los «Movimientos Sociales», inspirado en un fatalismo cientificista-racionalista que cree que como ya llegamos al pico más alto del ciclo de protesta lo único que nos queda es la pequeña reforma en el escenario y tiempo estatales, por que el ciclo de caída de la protesta es inevitable.

12. El presente acapite se inspira en el artículo de Sergio Tischler (2004). Tiempo de Reificación y tiempo de insubordinación. Y en la necesidad de la traducción de un debate teórico para la urgente reflexión sobre la emancipación en la Bolivia de hoy. Agradezco también los enriquecedores intercambios de opiniones con Raquel Gutiérrez y su producción teórica que son siempre tan frescos y vitales. Como ella dice. «Teorización de las potencias de la emancipación mas que de sus límites», en un esfuerzo osado del pensamiento que hoy tanto necesitamos.

13. De hecho el MAS no es un partido, es un frente electoral con múltiples tendencias y fracciones internas de las más diversas. Incluso parecería que algunas son absolutamente contradictorias entre sí, en pugna permanente, no olvidemos en este análisis la fuerza de la inercia conservadora de la tradición de la cultura política boliviana que puede cobrar mucha fuerza de manera natural en la mayoría de las tendencias.

14. Para profundizar en el concepto ver: Carlos Marx (1990). El carácter fetichista de la mercancía y su secreto. En El Capital. Tomo I, capitulo 1, inciso 4. México. Siglo XXI.

15. Para una explicación sintética del concepto ver: Gutiérrez, R. (1995). Entre Hermanos, por qué queremos seguir siendo rebeldes. Pág. 51,52. La Paz: Kirius.

16. Esta propuesta significa, como dice Raúl Prada, «volver a plantear una nueva forma de colonialismo interno. Se trata del proyecto de un desarrollo nativo del capitalismo, cuyo despliegue depende de la destrucción comunitaria, la descodificación cultural, la colonización de los cuerpos, en los contextos de una patria restringida».El Juguete Rabioso. N° 146, 29 de enero al 12 de febrero de 2006.

17. La formulación de las contradicciones fundamentales de la coyuntura y su importancia se dio en un intercambio de ideas con Raquel Gutiérrez, a quien agradezco el diálogo horizontal y la apertura a la construcción colectiva.

 

Bibliografía

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En la Red:

Viaña, J. «Autodeterminación y Reconducción del Proceso Político en Bolivia». Bolpress: http://bolpress.com/        [ Links ]

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