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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.24 La Paz  2003

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

Entre Cronopios y Famas La (des) esperanza democrática de los jóvenes cochabambinos1

 

 

Nataly Tórrez y Yuri Tórrez

 

 


 

 

La democracia boliviana va a cumplir veinte años de vigencia y constituye uno de los períodos de mayor estabilidad política en la vida republicana. El proceso democrático supone su institucionalización a través de un conjunto de factores: reconstitución del sistema partidario, reformas políticas para la participación social, alternancia del poder vía sufragio y gobernabilidad política. En los últimos años, los conflictos sociales pusieron en cuestión la legitimidad del sistema democrático. Bolivia vivió el año 2000 una inestabilidad política signada por convulsiones sociales (Véase, por ejemplo, la «Guerra del Agua») originando una crisis de mediación y legitimación social de las instituciones democráticas, en particular de los partidos políticos.

Democracia y Cultura Política

A pesar de los cambios institucionales producidos en la democracia, ésta no ha satisfecho las expec­tativas de la sociedad civil. En consecuencia, la aparente frustración de algunos sectores de la sociedad y la visión desencantada, relativamente masiva, revelan que la democracia «no ha cambiado en nada» la vida cotidiana. Recordemos que el ethos democrático siempre estuvo ligado a la idea de la igualdad y de una vida mejor para las mayorías, lo que se denominó en otra época «democracia sustantiva», por lo cual hoy asistimos a «un conflicto entre la democracia como legitimidad y la democracia como rendimiento; entre ¡a democracia deseable y la democracia efectiva». (Lazarte, 2000)

Asimismo, en la consolidación democrática, se trataba de establecer un núcleo básico de institucio­nes democráticas que resolvieran los problemas propios de todo régimen político: quién y cómo se go­bierna la sociedad, las relaciones entre la sociedad civil y el Estado, y la canalización de conflictos y demandas sociales, todo ello en reemplazo de mecanismos e instituciones dictatoriales. Así, en este proceso, se puso en entredicho la transparencia del funcionamiento y manejo de las instituciones democráticas.

Para su consolidación y estabilidad, la democracia requiere de una cultura política que le sea afín. Por lo tanto, la democracia en curso necesita de valores (o códigos) propiamente democráticos que sean aceptados y compartidos colectivamente en el afán de construir una comunidad política. El proceso de transición democrática que se ha operado en Bolivia (1982) configuró una forma diferente de percibir la realidad a partir de una nueva «matriz sociopolítica».2 El cambio implicó una transformación institucional en el Estado y en la normatividad, asimismo incorporó a nuevos actores socio/políticos en el juego democrático y a la vez originó una mutación en la cultura política.3 Por tanto, estas transformaciones democráticas significaron un nuevo sistema de creencias y valores de la sociedad en torno a la democra­cia, sus valores e instituciones.4

En este marco institucional formalmente democrático, urge la necesidad de explorar la cultura polí­tica en una sociedad heterogénea como la boliviana y las diferentes visiones (o valoraciones) referidas a la democracia y al funcionamiento de las instituciones democráticas. De ahí que una de las tareas de la investigación social boliviana es indagar sobre la calidad de la democracia relacionada con el fenómeno de la expansión de la ciudadanía,5 es decir, con los problemas de participación, representación y satisfac­ción ciudadana en los procesos de toma de decisiones en los niveles locales, regionales y centralizados.6Por tanto, el abordaje científico debe centrarse en estudiar las percepciones, creencias y actitudes de la población -por ejemplo, la cultura política de los jóvenes- en torno a las mediaciones institucionales de la democracia y su capacidad de canalizar las demandas y necesidades de la sociedad civil.

La pertinencia del estudio de la cultura política de la juventud adquiere un interés académico porque la joven generación nació y vive bajo los signos de la democracia representativa, reinstaurada en 1982. Asimismo, este proceso de transición democrática coexiste con el neoliberalismo implementado en 1985 que configura una nueva forma ideológica de percibir la realidad socio-política. En este marco, escudri­ñar la cultura política de las y los jóvenes tomando en cuenta las variables socio-económica para el análisis comparativo, sobre los valores y normas en torno a las instituciones democráticas aportará datos empíricos relevantes para conocer las percepciones en la visión de los jóvenes sobre las mediaciones institucionales.

La relevancia académica del estudio se centra en la escasa investigación que existe en la ciencia social boliviana sobre la cultura democrática de las y los jóvenes; si bien existen estudios sobre la cultura política éstos son generales y no brindan datos específicos, mucho menos existe un análisis empírico de lo que piensa la juventud en torno a la política, la democracia y sus instituciones democráticas.

¿Por qué los jóvenes? Porque a partir de las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1997 se ha incorporado a los jóvenes de 18 años como votantes.7 Además, como diría H.C.F. Mansilla, los jóvenes de hoy tienen mayor tolerancia frente al pluralismo cultural y político mediado principalmente por una mejor educación, una mayor información, más acceso a los centros universitarios, la concentración en los centros urbanos y el habla castellana.8 Específicamente, en el caso cochabambino, la denominada «Guerra del Agua» reveló, entre otras cosas, un descontento social por las instituciones democráticas1' y una presencia juvenil significativa al interior de este movimiento.9

La desesperanza democrática de los jóvenes

En el contexto del nuevo milenio, en la democracia boliviana emerge una pregunta trascendental: a ¿dónde van las nuevas generaciones? Por lo visto, asistimos a una época signada fundamentalmente por la deslegitimación de la institucionalidad democrática que ahonda la incertidumbre social en la medida que los códigos o normas que hacen a la unidad orgánica de una comunidad democrática se van trasmutando. En el caso específico de los jóvenes, estos cambios configuran su cultura política.

La democracia es un conjunto de reglas procedimentales que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos (Cfr. Bobbio 1999). Este concepto se comple­menta con la idea de que la sostenibilidad y sentido de la democracia se fundamentan en una cultura política acorde que se basa, entre otros, en el ideal de la «tolerancia» y la «solución pacífica a las contro­versias» (Cfr. Bobbio 1999).

En el caso de los jóvenes cochabambinos, se pudo observar que valores democráticos como la «solu­ción pacífica a las controversias» se asume discursivamente en forma mayoritaria (97%), en tanto que el valor de la «tolerancia», si bien es aceptado, de acuerdo a las respuestas obtenidas en la encuesta, se pudo verificar, vía talleres, que todavía no está arraigado en la juventud. Esto se manifiesta de manera clara en posiciones discriminatorias a los sectores campesinos, especialmente entre los jóvenes del estrato alto y la justificación de hechos antidemocráticos como el linchamiento, particularmente en los estratos medio y bajo.

Esta dualidad se explicaría, de una parte, por la deficiente formación cívica en las escuelas, que no apunta a consolidar aquellos valores que sustentan una cultura democrática; y, de otra, por la aceptación de estos valores siempre y cuando no atenten a los intereses particulares de los jóvenes. Es decir, los soportes fundamentales -valores, códigos y normas- de la democracia boliviana todavía no están conso­lidados en el imaginario juvenil.

En este sentido, los jóvenes identifican como principales problemas de la democracia a la corrupción (46.6%), la crisis económica (40.7%) y la demagogia (3.9%). En este punto, cabe realizar una lectura diferenciada puesto que, para el 61.9% de los jóvenes del estrato alto, la corrupción sería el principal problema, en contraposición de la juventud del estrato bajo que, en un 59.1%, manifiesta que es la crisis económica. Esto nos lleva a concluir que la percepción de los jóvenes del estrato alto está más influenciada por los medios de comunicación, que en los últimos tiempos han diseñado su agenda en torno a denun­cias de casos de corrupción político/administrativa. Por su parte, la apreciación de la juventud del estrato bajo está mediada principalmente por sus condiciones de vida, traducidas en carencias de infraestructura, laborales e ingresos económicos.

Por otra parte, la inclinación de los jóvenes a la democracia es innegable porque la prefieren a cual­quier otro régimen político, explicable porque son «hijos de la democracia» y no tienen referencias de otros sistemas de gobierno. En este sentido, la adscripción democrática de los jóvenes se la tiene que analizar en dos dimensiones: una ideal, donde la juventud muestra una total conformidad democrática, y otra real, donde existe una marcada insatisfacción o desencanto democrático que se expresa, fundamen­talmente, en el descrédito de las instituciones u operadores democráticos.

Institucionalidad democrática sin derecho a desquite

Las instituciones del sistema político, como el Parlamento, el Poder Ejecutivo, la Policía y la Prefec­tura, obtienen una calificación por debajo de lo regular entre los jóvenes. Ni hablar de los partidos polí­ticos que tienen la peor nota entre todas las instituciones (estrato alto 1.69, en el estrato medio 1.9 y en el estrato bajo 1.85)." Cabe destacar que la única institución del sistema político que tiene aceptabilidad entre los jóvenes es la Defensoría del Pueblo, que obtiene la mejor evaluación (4.02 en el estrato alto, 4.26 en el estrato medio y 4.21 en el estrato bajo) a raíz del papel de mediación que cumple conjuntamen­te con la Iglesia Católica, los medios de comunicación y la Asamblea Permanente de los Derechos Hu­manos.

El descontento institucional es generalizado entre hombres y mujeres e independiente del estrato social al que pertenece la juventud estudiada y se verifica cuando sólo un joven de cada diez participa en algún partido político y 3 jóvenes de cada 10 son simpatizantes de los mismos. O peor aún, cuándo se constata que la mayoría expresa que instituciones como los partidos políticos no son necesarios para la democracia.

Asimismo, se comprueba que los partidos políticos han perdido su capacidad formativa de nuevos cuadros, es decir, de una renovación política/partidaria al interior de sus estructuras, lo que se refleja en la ausencia de una «formación política» en los jóvenes. A pesar de que las estructuras partidarias obtie­nen recursos económicos del erario nacional para realizar cursillos y talleres formativos en coyunturas no electorales, hasta ahora no se ha visto un cumplimiento efectivo de esta normativa, por lo menos en lo que respecta a la juventud.

Con referencia a las motivaciones políticas de la juventud militante, estas van en dos direcciones: por un lado, con fines instrumentalistas, es decir, desde una perspectiva pragmática de «vivir de la política», particularmente entre aquellos que militan en partidos tradicionales; por otro, los menos, desde un punto de vista ideal para cambiar la política y el país desde el interior de las estructuras partidarias.

De otra parte, si bien existe un conocimiento aceptable respecto a las funciones de las instituciones del sistema político, especialmente entre la juventud del estrato alto, todavía se evidencia cierta confu­sión de las tareas institucionales de determinados operadores de la democracia. Sin embargo, esta situa­ción no tiene ninguna incidencia en la evaluación negativa que realizan los jóvenes de las estructuras partidarias, puesto que se pudo verificar que la juventud que tiene un mayor conocimiento es la que califica con mayor rigurosidad a las instituciones del sistema político.

Asimismo, el desencanto democrático se traduce también en la poca predisposición juvenil al sufra­gio. Si bien la normativa del derecho al voto desde los 18 años es conocida por casi todos los jóvenes estudiados, cerca del 49% de los encuestados no responde o no sabe si votará en las próximas elecciones; en tanto que el grupo de jóvenes que expresa su predisposición electoral la aborda entre dos opciones: indecisa o dispersa.

En suma, la crisis de legitimidad y mediación política por la que está atravesando la democracia boliviana pone de manifiesto el desencanto juvenil por la institucionalidad democrática y, especialmente, por aquellos operadores políticos como las estructuras partidarias venidas a menos en los últimos tiem­pos. En consecuencia, la crisis de interpelación institucional es una señal inequívoca de la desideologización política/partidaria y societal de articular a las nuevas generaciones en pro de proyectos colectivos. Esta carencia de referentes ideológicos acompaña al escepticismo de la juventud cochabambina con lo públi­co: no solamente por el poder o sus operadores sino también por la propia democracia.

Las organizaciones de la sociedad no convencen

Con relación a las organizaciones sociales, se puede notar que tampoco atraen a los jóvenes, por lo que se verifica que el alto grado de escepticismo no sólo afecta a las instituciones del sistema político. La valoración que tienen los jóvenes de organizaciones sindicales como la Central Obrera Boliviana o la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), que otrora moviliza­ban a los sectores sociales, es baja, igual que la calificación otorgada a organizaciones como la Confede­ración de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB), incluso entre los jóvenes del estrato alto en quienes su discurso neoliberal podría tener efecto.

En el caso de la Coordinadora del Agua y de la Vida, se puede notar una diferenciación en los estratos: mientras en el estrato alto tiene una calificación negativa, ligada al descrédito de esta organiza­ción en los últimos tiempos, en el estrato bajo goza de credibilidad, explicable por el papel de esta organización en la denominada «Guerra del Agua». Otras instituciones, como los medios de comunica­ción y la Iglesia Católica, gozan de gran aceptación entre la juventud, la primera porque se constituye en una generadora de opiniones y, en el caso de la Iglesia Católica, porque es mediadora y catalizadora de los conflictos sociales.

En suma, la desconfianza juvenil no sólo se refleja en su renuencia a participar en los partidos u organizaciones juveniles o sociales sino que es determinante para el ausentismo electoral y la no militancia política/partidaria, que ilustra el grado de desencanto de las nuevas generaciones. A pesar de que los encuestados manifestaron que los jóvenes deberían participar políticamente, existe un fuerte cuestionamiento a la forma de hacer política por y en los partidos políticos. En consecuencia, no estaría en crisis la esencia de la política sino sus procedimientos.

La Guerra del Agua: signo para los jóvenes

Por lo visto, en lo político, actualmente asistimos a la instauración y crisis del régimen político democrático, prácticamente al colapso de los partidos que se refleja en la irrupción de liderazgos de cuño populista y al agravamiento hasta niveles inéditos de los problemas tradicionales de representación polí­tica. En lo ideológico, concurrimos al ocaso de los grandes proyectos de transformación, al fracaso de los socialismos reales, al triunfo del liberalismo del mercado y al auge del individualismo.

En este contexto, el protagonismo de la juventud en la denominada «Guerra del Agua» fue funda­mental en el imaginario juvenil. Por un lado, representó una ruptura ideológica, aunque sea coyuntural, porque posibilitó la «unidad de los cochabambinos», tipificados generalmente como «apáticos»; esta suerte de unidad es precisamente lo que las nuevas generaciones rescatan. Por otro lado, este aconteci­miento reflejó un descontento social respecto a las instituciones del sistema político, en particular las estructuras partidarias, lo que constituyó, posiblemente, el motivo central para la lucha de los jóvenes, particularmente los del estrato bajo quienes, a pesar de no beneficiarse con el congelamiento tarifario, causa del conflicto, fueron los principales protagonistas de estas jornadas.

Por lo tanto, la denominada «Guerra del Agua» marcó de una manera indeleble el imaginario juvenil con referencia a las percepciones en torno a la democracia representativa boliviana y particularmente de sus operadores institucionales. La participación juvenil en este evento social demostró el rechazo a las prácticas corruptas de las estructuras partidarias.

Por lo tanto, se puede afirmar que el escepticismo juvenil tiene que ver, entre otras cosas, con los signos de un época marcada, fundamentalmente, por la política neoliberal que está originando un indivi­dualismo y una desideologización en los jóvenes que, a diferencia de otras generaciones, no tienen un referente político/ideológico que los aglutine. Esta tendencia se expresa en la dispersión del voto generacional que es una muestra ilustrativa de la carencia de proyectos colectivos que puedan convocar ideológica y políticamente a las nuevas generaciones.

Construcción de referentes políticos/ideológicos juveniles

En lo que se refiere a la socialización política, la distinción de los jóvenes en los tres niveles socio­económicos es relevante porque permite ver las variaciones entre ellos. Por un lado, las creencias y las valoraciones políticas con relación a la democracia no se definen exclusiva ni principalmente por crite­rios generacionales sino por ubicaciones socioeconómicas. De hecho, los resultados del estudio mues­tran que la percepción de los jóvenes en torno a la democracia se configura a partir de los medios de información masiva como agentes de socialización política. Así, la juventud del estrato alto identifica a la corrupción como principal problema de la democracia, debido fundamentalmente a la gran cobertura que los medios informativos han realizado en los últimos tiempos con referencia a este tema. Por su parte, los jóvenes del estrato bajo señalan que el problema central del sistema democrático es la «crisis económica», idea ligada a sus condiciones de vida.

En los pocos jóvenes que reconocen su militancia o simpatía partidaria, se puede notar que la familia cumple un papel predominante en la definición de la fidelidad partidaria de los jóvenes, lo que confirma la tesis de la presencia de una familia patriarcal como agente de socialización política en la afinidad partidaria.

La Guerra del Agua, desde el punto de vista de la socialización política, fue una condición coyuntural que ciertamente originó una movilización no sólo juvenil sino de toda la colectividad cochabambina sin precedentes inmediatos en la historia social regional. Asimismo, este evento social originó un corte político/ ideológico en el imaginario no sólo juvenil sino de todos los cochabambinos. No es casualidad que en la percepción de los jóvenes sobre este evento social se rescate el sentido de la «unidad de los cochabambinos» que constituye una ruptura momentánea de la pasividad cochabambina con referencia a los proyectos regio­nales.

En la cultura política están involucradas no solamente las orientaciones, actitudes y percepciones en torno a la democracia, sus valores e instituciones, sino también variables relacionadas con las (auto)representaciones de los jóvenes con lo público: apáticos, individualistas y desideologizados, constitu­yen piezas claves de la complejidad que caracteriza e identifica a las nuevas generaciones y que produce un escepticismo en la juventud.

Estos rasgos de la configuración del imaginario juvenil con relación a la democracia, sus valores e instituciones son resultado de un proceso social de sentido que parece apuntar a una desesperanza aprendida o aprendizaje de la desesperanza democrática que caracteriza la cultura política de los jóvenes cochabambinos. Esta visión juvenil sobre la democracia en curso no parece revertirse en lo inmediato y, por el contrario, se prolonga en el devenir del proceso democrático. En todo caso, la persistencia de la democracia, a lo largo de aproximadamente dos décadas, no garantiza necesariamente la adscripción a la democracia por parte de las nuevas generaciones. Muy por el contrario, puede ocasionar una fatiga democrática que da lugar a una débil asimilación de las reglas procedimentales que hacen a la normativa del juego democrático.

Para terminar, la actual crisis de representatividad de la democracia está acompañada por la crisis económica y, sobre todo, por el agotamiento de los referentes simbólicos/públicos, originando un descon­cierto democrático en los jóvenes, por lo tanto, urge la necesidad de restablecer la esperanza. Es decir, recuperar la ilusión en el potencial democrático de los jóvenes, su búsqueda de una verdadera participación y así devolver a la juventud su apuesta por los operadores democráticos y por la propia democracia. Para este propósito, se tiene que llevar adelante políticas públicas que apunten a fortalecer los valores democrá­ticos, restaurar la mala imagen de la democracia, desde los operadores institucionales, principalmente, los partidos políticos, señales de lucha contra la corrupción para encarar y fortalecer campañas cívicas con el afán de estimular a los jóvenes a participar no sólo como electores sino en la misma política. Con el propó­sito de plasmar estas ideas en políticas públicas, se requiere del consenso de actores institucionales (Gobier­no, parlamento, partidos políticos, Defensoría del Pueblo, Corte Electoral Nacional Electoral) con actores sociales involucrados en el tema.

 

Notas

1. La presente ponencia es con base en los resultados del estudio «Cultura política de la Juventud» financiada por el Programa de

Investigación y Estrategia de Bolivia (PIEB).

2. Según Manuel A. Garretón «este concepto se refiere, en términos generales, al modo mediante el cual los actores sociales se constituyen como tales en una sociedad dada y al tipo de relaciones entre el Estado y la sociedad (1997: 29).

3. Según Gabriel Almond ct al.: «La cultura política de un país es el conglomerado de actitudes, creencias y sentimientos acerca de lo político y de la política. La historia del pais, los procesos económicos y sociales y la actividad política son los factores principales que contribuyen a la formación de la cultura política. Los patrones de conducta formados por experiencias pasadas tienen un impacto sobre la conducta política futura. La cultura política afecta la conducta de los ciudadanos en sus papeles políticos, el contenido de sus demandas, y su relación con las leyes de un país. (1978: 35). Por su parte, para Jorge Lazarte: «(la cultura política) es entendida como un sistema de valores, normas y orientaciones referidos a los objetos propiamente políticos y que funciona como código de interpretación y acción» (2000. 29).

4. Según Jorge Lazarte, en su estudio Entre dos mundos: La cultura política y democrática de Bolivia: «La conocida definición mínima y más actualizada de democracia, como el conjunto de reglas a través de las cuales la población elige, libremente, a los titulares del poder, tiene el mérito, por un lado, de remitimos a la necesidad de instituciones sin las cuales no es concebible la democracia; y en segundo lugar, nos remite a los valores que la sostienen» (2000: 9).

5. Según Violeta Bcrmúdcz, «la ciudadanía es una propuesta de igualdad, se entiende que todos los miembros de una comunidad política gozan de los mismos derechos y, en consecuencia, del mismo estatus de ciudadana/o, condición que comprende hoy derechos individuales, políticos y sociales» (1996: 22).

6. Manuel Antonio Carretón, «Revisando las transiciones democráticas en América Latina» En: Nueva Sociedad N° 148 1997 PP 28.

7. Existen varios conceptos acerca de la juventud, pero el concepto más operativo es la delimitación fisiológica que se asume en diferentes investigaciones como la delimitación temporal, para abordar la temática juvenil. Además, en el caso boliviano, se reconoce la ciudadanía con el voto a los 18 años de edad.

8. H.C.F. Mansilla, «La identidad Colectiva Boliviana: Tradiciones particularistas y cohcrcioncs universalistas» En: Nueva Socie­dad, N° 152, novicmbrc-dicicmbrc 1997.

9. En una crónica periodística, Ramiro Ramírez describía «El espacio público fue ocupado a plenitud por el descontento social, la furia que provoca la pobreza. La plaza, que habitualmente es el espacio reservado al poder, exhibía la catastrófica de una derrota de un Estado incapaz y soberbio. El edificio de la Prefectura como el de la Policía, casi en ruinas, eran el signo más elocuente de la ruptura entre el poder político y la sociedad» (Suplemento «Ventana» de La Razón 16.04.2000).

10. Al respecto, Rene Cardoso, en su artículo «Jóvenes vs. Democracia,» escribe: «En las convulsiones sociales ocurridas en nuestro país, tanto en abril como en septiembre pasados, la presencia de los jóvenes en las movilizaciones ha sido notable. En la ciudad de Cochabamba, muchos de ellos recibieron el calificativo de guerreros del agua'» (Revista Protagonista, N° 12, enero 2001 pp. 3-4).

11. La calificación se la realiza del 1 al 7, donde 1 es pésimo y 7 excelente.

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