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Temas Sociales

versión impresa ISSN 0040-2915versión On-line ISSN 2413-5720

Temas Sociales  no.24 La Paz  2003

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

Tarija en los Imaginarios Urbanos

 

 

Sergio Lea Plaza

 

 


 

 

El contexto global

La urbanización ha sido uno de los fenómenos centrales de la vida latinoamericana durante el siglo XX, llegando a constituir -en los países de la región- un conjunto de núcleos y redes urbanas en el que no sólo se aglutina rápidamente la población y se erigen grandes ejes de poder económico y político, sino también se reconstruyen las culturas y las identidades al influjo del proceso globalizador.

La urbanización va más allá de la concentración espacial de la población pues, como señala Manuel Castells (1999), también puede entenderse como la irradiación de un sistema de valores, actitudes y comportamientos que configuran lo que algunos autores denominan « cnlt ura urbana». A criterio del propio Castells, ésta no es otra cosa que un sistema característico de la sociedad industrial capitalista, ahora globalizada.

Pero, si desde una perspectiva evolucionista seguimos el proceso europeo, en el que la última oleada urbanizadora se produjo a partir de la revolución industrial, concluiríamos que las ciudades latinoamerica­nas insertas en países que no han logrado un nivel óptimo de industrialización o no han construido una sólida base económica, empiezan a recibir a ingentes cantidades de personas sin tener las condiciones propicias para absorberlas. No ofrecen las oportunidades necesarias de trabajo y de prestación de servicios.

Entonces se producen los desequilibrios, la entropía, la incapacidad de satisfacer las necesidades básicas y otros problemas que derivan en conflictos sociales, culturales, políticos, etc., que tienen por detrás a la pobreza. Se producen así brechas que generan la exclusión y marginalidad de amplios sectores poblacionales.

En Bolivia, el proceso urbanizador, un tanto tardío y lento, se ha concentrado en el último cuarto de siglo, consolidándose ciudades grandes, pero apareciendo ciudades intermedias debido a la creciente descomposición de la sociedad rural.

En ese contexto, la ciudad de Tarija, junto a Santa Cruz, se ha convertido en un polo receptor de migrantes, alcanzando un elevado crecimiento demográfico que llega al 5% en el último período intercensal, que comprende diez años en los que la población ha aumentado de noventa mil a ciento treinta y cinco mil habitantes.1

La problemática en Tarija

En las últimas dos décadas, la ciudad de Tarija ha vivido profundos cambios que han alterado los rasgos centrales de la tranquila y pequeña Tarija de antes.

Estos cambios se han materializado en fenómenos nuevos para la ciudad: el elevado y caótico creci­miento demográfico, el emplazamiento de múltiples áreas periféricas junto a un creciente descentramiento de la ciudad, la consolidación del comercio informal, la ruptura de los estilos arquitectónicos preeminen­tes, la aparición de la delincuencia, la introducción de diversas prácticas culturales y nuevos cultos reli­giosos, etc.

La transformación responde probablemente a la cada vez mayor inserción de Tarija en el esquema del libre mercado, adquiriendo ciertos rasgos de una sociedad moderna, capitalista y de masas, al igual que muchas otras sociedades latinoamericanas al influjo de la globalización. Es el intenso proceso urba- nizador que también llega a Tarija.

En ese contexto, los movimientos migratorios se han constituido en uno de los fenómenos funda­mentales del proceso en Tarija. A partir de permanentes corrientes inmigratorias -intensificadas en las dos últimas décadas- provenientes de la zona andina del país (desde la relocalización de los '80) así como de las provincias del departamento, han entrado enjuego nuevos actores, introduciendo nuevos cruces en el tejido socio-cultural de la ciudad de Tarija.

La presencia de migrantes del norte en la ciudad, a diferencia de los migrantes de las provincias del departamento, es percibida generalmente por los tarijeños como una invasión masiva que está avasallando la cultura e identidad local, implantando prácticas exógenas y modificando las características de la ciudad.

Bajo esa óptica, ya se observaron claramente conflictos de baja intensidad en el orden cultural -entre ambos grupos- vinculados a fiestas, bailes, ritmos y formas de vida distintas, y se vislumbran en el futuro cercano choques socio-culturales de mayor magnitud entre tarijeños y migrantes, muchas veces alimen­tados por el discurso de un grupo marcadamente regionalista amplificado por los medios masivos.

En consecuencia, se constata inicialmente que no existe un nivel favorable de integración, la ciudad no absorbe óptimamente al migrante y muchas veces no lo acepta. Estos hechos contribuyen a que cada grupo se atrinchere en su espacio, bajo el paraguas de su supuesta identidad monolítica.

Por ello, cada grupo asentado en un espacio urbano, el centro y la periferie, claramente diferenciado en lo topográfico y en cuanto a la presencia y calidad de servicios básicos, a pesar de coexistir pacífica­mente mantiene un explícito rechazo respecto al otro.

Se perfilan entonces algunos conflictos sustentados en visiones y formas de vida distintas, expresan­do una fuerte tensión entre lo propio y lo ajeno, lo tradicional y 1o moderno, encubriendo un gran desco­nocimiento de la nueva realidad de una ciudad en transición.

La estrategia de investigación

A partir de la preocupación de la Casa de la Cultura de Tarija por conocer la nueva configuración socio-cultural y ante la iniciativa de su directora para investigar el problema, surgió la investigación que, con el decisivo apoyo del PIEB, se ha propuesto conocer la dimensión simbólica de la ciudad, como la otra cara de la dimensión física, palpable y tangible, pero no circunscrita a fantasías o símbolos, signifi­cados o significantes profundos y abstractos. Esta se entiende, más bien, como la imagen o representa­ción mental de la ciudad que construyen las personas a partir de sus percepciones y en ftinción de sus vivencias, experiencias, añoranzas y otras que son tamizadas por rasgos sociales y culturales.

Favio Avendaño Triviño2 define el imaginario urbano como el resultado de un proceso mediante el cual el hombre, a partir de lo vivido y conocido, de lo elaborado y no elaborado, «re-crea» una imagen propia de su muy particular mundo de dominio, acude a su imaginación, articula lo vivido en nuevas combinaciones mentales que se traducen en representaciones imaginarias que le ayudan a «sintonizarse con el mundo en que debe actuar» y en las que dominan las nostalgias y anhelos del ser; la representación imaginaria es selectiva pues la realidad es observada a través de filtros de abstracción orientados por las vivencias, intereses, deseos y carencias.

El imaginario urbano viene a ser como un conjunto de representaciones mentales, que parten de la realidad, son tamizadas por intereses, anhelos, rasgos culturales y sociales, etc., y nuevamente vuelven a la realidad orientando los comportamientos respecto a la forma de usar los espacios urbanos y de relacio­narse con los demás actores, como afirma Armando Silva.3

Asi, junto a Adriana Paz y Ximena Vargas, con el apoyo permanente de la directora de la Casa de la Cultura, nos planteamos -hace más de un año- conocer el imaginario, como método o instrumento para encontrar diferencias y similitudes entre tarijeños y migrantes respecto a la ciudad, a partir de identificar algunas claves que nos ayuden a entender los procesos que se dan en el nuevo tejido socio-cultural formado en Tarija. Así se inició el estudio comparativo de los imaginarios de ambos grupos.

Para ello buscamos explorar el imaginario en tres dimensiones cronológicas, profundamente interrelacionadas: las evocaciones (correspondientes al pasado), las representaciones actuales (presente) y las idealizaciones (futuro). En cada una de esas dimensiones imaginarias se abordaron categorías (de alguna manera transversales) que iban mucho más allá de los aspectos físicos de la ciudad, para llegar a rescatar los valores, las concepciones, las formas de vida y el carácter y forma de ser de sus habitantes. Todo ello a partir de la ciudad.

Los datos imaginarios encontrados en la exploración de esas dimensiones aportan elementos impor­tantes para reconstruir la ciudad que tanto tarijeños como migrantes no sólo tienen en mente, sino reco­rren, respiran, ven, usan y viven, en tres dimensiones: la ciudad de antes (ubicada en el tiempo entre los años 1930 y 1970), la ciudad de la actualidad y la ciudad idealizada (al futuro).

Tomando en cuenta los conflictos socio-culturales ya desatados (que proyectan un potencial muy grande) y las formas claramente diferenciadas de uso de la ciudad entre migrantes y tarijeños, partimos de la hipótesis de que en un mismo espacio físico de convivencia coexisten dos visiones de la ciudad, que en aspectos fundamentales entran en contradicción.

Los sujetos de estudio

Como se plantea un estudio comparativo entre tarijeños y migrantes, se escogieron a mujeres y hombres que habitan barrios tradicionales (calificados así por su antigüedad) establecidos en el área central de la ciudad y mujeres y hombres que habitan barrios de migrantes, establecidos en zonas periféricas.

Se abordó a los sujetos de estudio a través de tres instrumentos aplicados en los meses de agosto, septiembre y octubre de 2001: entrevistas en profundidad, una encuesta y grupos focales.

Los resultados

La idealizada Tarija de antes

Fuertemente marcadas por la nostalgia, las evocaciones que los tarijeños hacen de su ciudad de antaño la pintan como una ciudad ideal: tranquila, segura, limpia, ordenada, de perfecta armonía entre el hombre que la habitaba y la naturaleza que la rodeaba, con un paisaje urbano en el que, plácidamente, se fundía el verde de las huertas con las plateadas aguas del río Guadalquivir, los rojos techos de tejas y los blancos muros de las casas y donde las calles eran espacios seguros de juegos infantiles y largas tertulias entre los vecinos. Según las evocaciones, en la Tarija de antes, el hombre vivía sin premura, como en una gran familia y en el seno de una sociedad solidaria. En suma y como lo expresó uno de los entrevistados: «Tarija era una ciudad donde el tiempo transcurría feliz».

Idealizada de este modo, en la memoria de los tarijeños parecen haber sido borradas las carencias, deficiencias y problemas que entonces acusaba la ciudad (carencia de servicios básicos, deficiencia de luz eléctrica, contaminación de las aguas y el aire, etc.). Muy eventualmente se habló de ellas y fue más con ribetes anecdóticos que con carácter de «problema».

Resultó de mucho interés observar y verificar que, por el contrario, en el imaginario aflora la ciudad de antes hasta en detalles mínimos. Entrevistados y participantes de los grupos focales fueron capaces de pintar cuadros verdaderamente completos de las fiestas sociales y populares, de las grandes casonas de entonces, del orden en que se ejecutaban las piezas musicales durante las retretas, del orden que se seguía en los bailes durante las fiestas, etc., etc. De una intensa vida social que giraba en torno al único centro histórico y simbólico, la plaza principal (Luis de Fuentes y Vargas), espacio que cumplía las más impor­tantes funciones sociales, económicas y políticas.

En suma, encontramos en la mente de los tarijeños un lugar diseñado para la interacción de sus habitantes, que vivían como en una gran familia formando parte inherente del paisaje natural. Es la clara imagen de un pueblo que ha transitado de lo rural a lo urbano, de las relaciones primarias a las secunda­rias, de la homogeneidad a la heterogeneidad.

El imaginario antes de migrar

Antes de migrar hacia Tarija y sin conocer aún esta ciudad, cientos de bolivianos especialmente procedentes de las zonas andinas del país construyeron en su mente un imaginario de la capital chapaca. La construcción de ese imaginario tuvo como sustento los relatos y narraciones orales o escritas que les hicieron familiares y amigos ya establecidos en Tarija, la literatura, las fotografías, las informaciones a través de medios de comunicación, etc.

Alimentado ese imaginario por sus propias fantasías y reforzado por razones afectivas (el deseo de reunirse con familiares y amigos que ya radicaban en la ciudad sureña), visualizaban a Tarija como un vergel de clima ideal, una ciudad rodeada de naturaleza generosa y abundantes frutos qUe caían de los árboles, donde la vida era barata y tranquila, con gente buena y hospitalaria.

Esta imagen se convirtió, en la mayoría de los casos, en el factor desencadenante de la decisión de migrar, cobrando mayor importancia que las razones económicas puesto que la decisión de la mayoría de los migrantes de trasladarse a Tarija no obedeció a la expectativa de encontrar un gran mercado laboral.

Obviamente, las razones económicas siempre tienen su peso a la hora de decidir el destino del traslado, pero en este caso también existieron otras razones preponderantes.

La ciudad encontrada

La Tarija que los migrantes encontraron a su llegada respondió, casi siempre, al imaginario que pesó en la decisión de ir en busca de la tierra prometida. La Tarija encontrada era verde, llena de flores y frutos, con un cantarino río que la bordeaba, una ciudad tranquila, bonita, una ciudad para caminar, con gente muy buena, según las evocaciones que de esos primeros tiempos hacen los propios migrantes.

Pero, pasado un tiempo, la ciudad les mostró también la otra cara. Para los migrantes con dinero, relocalizados de las minas de COMIBOL, esa otra cara empezó a ser visible cuando los tarijeños encon­traron en la migración un buen negocio: el loteamiento de tierras para venderlas a los migrantes cada vez a mayor precio.

Para los migrantes con menores o de escasos recursos, la ciudad prometida se fue convirtiendo en una tierra hostil. Su lucha por un espacio en la ciudad los llevó a los asentamientos ilegales. Acusados de usurpar las tierras de los tarijeños, rechazados por un pueblo que empezaba a sentirse invadido, la Tarija que finalmente habitaron estaba en la erosión, en las zonas sin verde, sin agua. En su imaginario, Tarija y los tarijeños iban tomando otros matices.

La Tarija de hoy

Dimensiones

La apacible y tranquila Tarija está dejando de ser, para sus habitantes, la pequeña ciudad evocada con nostalgia, pues se la empieza a concebir como una ciudad mediana en referencia a las ciudades más importantes del país. Aquí encontramos una importante diferencia en la forma de dimensionarla según cada grupo, puesto que los migrantes consideran en mayor proporción que es una ciudad mediana, en vías de convertirse en ciudad grande, a diferencia de los tarijeños. No obstante, ambos grupos coinciden en que ha crecido demasiado pero todavía no es grande.

Es así que, en el imaginario, la ciudad de Tarija está perdiendo uno de sus rasgos característicos, ser percibida como pequeña.

Antes eran unos pocos barrios; ahora cuando tengo oportunidad de salir por ahí y dar una vuelta me asombro de que en tan poco tiempo Tarija haya podido crecer tanto; creo que hay construc­ciones incluso en las partes erosionadas, hay unos barrios que yo ni me imaginaba que existían. Es impresionante la cantidad de gente que ha venido a vivir a Tarija. Es realmente para asustar­se... Yo todavía tengo en la cabeza que si llego a la calle Cochabamba se va a acabar Tarija y que más allá no hay nada, nada... Pero cuando salgo un poco hacia un lado y al otro es impresionante, hay casas hasta en la punta del cerro.

(Carmén Verdún, tarijeña, entrevista en profundidad).

Coincidentemente, ambos grupos creen que la ciudad tiene una población de más de cien mil habi­tantes, dato que se acerca a la realidad pues, según el último Censo, Tarija tiene ciento treinta y cinco mil habitantes. Una cuarta parte de los tarijeños encuestados considera que se cuenta con más de ciento cincuenta mil habitantes,4 reflejando quizás la percepción generalizada -fundamentalmente en círculos tarijeños- de que cada día llega más y más gente a la ciudad.

Los migrantes llegarían a representar del 30 al 50% del total de la población en Tarija, según la percepción preponderante de ambos grupos. Sin embargo, casi la mitad de encuestados del grupo migrante afirma que los migrantes ya constituyen una amplia mayoría en términos demográficos, pues entre el 50 y el 70% de la población tarijeña estaría conformada por migrantes. Esta percepción podría tener implicaciones políticas importantes en la correlación de fuerzas y en la conducción de los órganos de gobierno e instituciones municipales. Como señala Jacqueline Estrada, «Los norteños hemos acaparado Tarija, nosotros ahora somos más del 50%» (potosina, con más de 30 años de residencia en Tarija, entre­vista en profundidad).

Es indudable que Tarija ha crecido a un ritmo elevado pero, en el croquis mental general de la ciudad, cada grupo visualiza una mancha urbana demarcada por límites distintos. Para los migrantes, la ciudad tiene límites que en algunos casos van más allá de los hitos urbanos que para los tarijeños marcan las fronteras de la misma.

En el croquis mental de los tarijeños, se excluye toda la zona periférica (de reciente creación) en la que se asientan los migrantes, especialmente de origen andino, emplazada de norte a este a partir de la Av. Circunvalación, vía que atraviesa la ciudad para conectarse en sus dos extremos con la Av. Las Américas (otra vía que atraviesa la ciudad) haciendo de primer anillo.

Para los tarijeños, la Av. Circunvalación constituye una especie de línea imaginaria que bordea la ciudad marcando el límite, mientras que para los migrantes la ciudad se extiende mucho más allá de esta avenida, llegando por el norte inclusive a la localidad de Tomatitas (unos dos kilómetros más allá). Por otra parte, para los migrantes es desconocida la extensa zona de San Luis, en el otro extremo de la ciudad, hacia el sur.

A pesar de encontrar esas divergencias importantes, también encontramos plenas coincidencias res­pecto a los límites en función de las otras coordenadas. No obstante, se muestran claramente grandes desconocimientos de zonas importantes del área urbana, perfilándose, paralelamente, algunos trazos del marco espacial de referencia de cada grupo, que en el caso de los tarijeños pareciese no reconocer la presencia de migrantes.

Escenarios urbanos

En coherencia con los marcos espaciales de referencia de cada grupo, se posicionan en el imaginario dos centros urbanos, desplazando así al casco viejo (en torno a la plaza principal) como único centro simbólico en la historia de la ciudad.

Tanto para tarijeños como para migrantes indiscutiblemente el Mercado Campesino (situado en un extremo, colindante con la zona periférica) es el principal centro de abasto de la ciudad, desplazando en el imaginario al Mercado Central, ubicado en el centro histórico y lugar tradicionalmente más importante para esas actividades.

Además de ser el principal centro de abasto, el Mercado Campesino es también para los migrantes el principal lugar de comercio junto a la zona del mercado La Loma, ambos asentados en espacios conti­guos por lo que se articulan plenamente y conforman el eje Mercado Campesino-La Loma. Estos espa­cios constituyen el principal escenario para la intensa actividad comercial de los migrantes.

Por su parte, los tarijeños identifican a Tiendas en el Centro y al Mercado Negro como los principales lugares de comercio. Ambos lugares se asientan en el centro histórico y se articulan plenamente.

Así, en el imaginario se han conformado dos centros de comercio claramente diferenciados: el centro histórico y el eje del Mercado Campesino-La Loma.

Ambos centros de comercio son los sitios en los que se genera mayor movimiento durante el día en la ciudad, según la percepción de los sujetos de estudio. Se advierte claramente que el centro histórico sigue siendo considerado como el escenario de mayor actividad, aunque para los migrantes el eje del Mercado Campesino-La Loma tiene una relevancia casi similar.

De la misma manera, en la imagen mental de la ciudad, los dos centros comerciales se constituyen contundentemente en los puntos más transitados de la ciudad: el Mercado Campesino es, para los migrantes, el punto más transitado, en tanto que para los tarijeños lo es el Palacio de Justicia (sitio fundamental del centro histórico).

Pero Tarija está dejando de ser una ciudad para caminar, según la óptica tanto de tarijeños como de migrantes, que afirman coincidentemente que la principal forma de movilización se da a través del micro o del sistema público de transporte. Sin embargo, todavía para una gran proporción de tarijeños el cami­nar sigue siendo el medio más importante para recorrer las calles de la ciudad.

En los recorridos cotidianos inscritos en el mapa mental de la ciudad -explorados en grupos focales- se encuentran claramente diferenciadas dos tendencias inversas, en función del grupo socio-cultural de origen.

Los tarijeños recorren diariamente las principales calles del centro histórico de la ciudad, sin salir de la esfera de influencia del casco viejo y utilizando plazas y templos como referentes básicos de orienta­ción. En sus recorridos no existen vías que vinculen a los barrios periféricos, lo que nos muestra clara­mente que para los tarijeños estos barrios realmente son desconocidos y marginales.

En el imaginario migrante, al igual que en el caso de los tarijeños, las plazas son los referentes de orientación más importantes, pero también lo son en gran medida los mercados.

En sus recorridos diarios no ingresan al centro histórico, solamente lo hacen por el área de tránsito que conecta muchos barrios marginales con el mercado central y el Mercado Campesino, que coincide con las rutas del transporte público.

Esto no significa que los migrantes no entren al centro histórico, significa que en el imaginario sus rutas prioritarias no pasan por ese centro y que la visita a ese sitio es una actividad extraordinaria, casi turística podríamos decir.

No obstante, existe cierto sector del centro histórico que es fundamental para los migrantes, ubicado en torno al Mercado Central que, además de abarcar el área de comercio de la Av. Domingo Paz, se conecta con el área del Mercado Campesino y otros lugares, haciendo de nudo. Este sitio es más impor­tante para los migrantes que para los tarijeños como lugar de mayor movimiento y mayor tránsito en la ciudad.

De esa manera, se perfila una zona intermedia, de interacción entre el centro histórico y el eje comer­cial la Loma-Mercado Campesino, ubicada en las calles adyacentes al Mercado Central, que conecta ambos mercados, entendidos por los migrantes como grandes centros comerciales.

Así, los migrantes conciben al Mercado Central como centro secundario o complementario del cen­tro mayor, pero no como lugar de abasto, sino entendido en términos de comercio, pues se evidenció que en las calles adyacentes al Mercado Central (Sucre, Bolívar y Domingo Paz) los migrantes desarrollan una intensa actividad de comercio (generalmente informal), sin haber ingresado al propio mercado como vendedores de alimentos.

De esa forma, vemos cómo en el imaginario de cada grupo se ha construido un centro asentado dentro del marco espacial de referencia.

Pero, para los habitantes de la ciudad, cada centro no es el escenario más efectivo para expresar reclamos y propuestas que busquen mejorar la situación de la ciudad o del barrio. En el imaginario, esos centros no cumplen una función política, pues los mejores escenarios para dirigirse a los que gobiernan la ciudad y canalizar demandas, además de presionar para mejorar la situación, son los medios de comu­nicación. Para los migrantes, igual de importantes que los medios como mecanismos de participación social son las sedes de los barrios, que en la práctica han asumido un rol político fundamental como instrumentos para lograr la consecución de demandas vecinales de barrios periféricos.

En el caso de los tarijeños, se observa que los barrios y sus dirigencias tienen un sentido festivo y no político, pues sirven principalmente para la organización de fiestas y eventos en ciertas fechas del año, que permiten reunir a los vecinos.

Es interesante constatar que la plaza principal, escenario central de manifestaciones políticas y rei­vindicaciones de la sociedad en el pasado, ha perdido ese rol ante los ojos de los habitantes de la ciudad.

Por otra parte, se observa claramente que el complejo García Agreda es para ambos grupos el lugar de la ciudad en el que los encuestados creen que la gente practica más deporte, siendo en realidad el único en la ciudad que reúne ciertas condiciones favorables para la práctica masiva de una serie de deportes. A pesar de ello, una gran proporción de migrantes no cree que sea el centro deportivo más importante, identificando, en contraposición, al centro de deportes del barrio.

Los sitios deportivos, además de espacios centrales para la práctica del deporte, son los mejores lugares de diversión en la ciudad, junto a áreas ubicadas en la campiña. Mientras, para los tarijeños, las casas particulares son mayoritariamente los mejores lugares de diversión, junto a discotecas y karaokes.

Entonces, para los migrantes, el barrio se va consolidando como célula de intermediación política e interacción social, funciones que han ido perdiéndose en el imaginario del tarijeño, consecuentes con la organización impersonal de una sociedad capitalista.

No existe un lugar de paseo compartido en el imaginario de migrantes y tarijeños, pues los tarijeños creen que los mejores lugares para pasear en Tarija se encuentran en los alrededores de la ciudad y en la campiña; por su parte, los migrantes consideran que los parques y los alrededores de la ciudad son los mejores lugares para pasear.

Desde la perspectiva de los tarijeños, probablemente los alrededores de la ciudad están fuertemente vinculados a la campiña y al río, puesto que aquellos se encuentran alejados del radio urbano, como Tolomosa, Tomatas Grande y otros lugares más alejados aún, situados en el área plenamente rural. En cambio, la concepción de alrededores de la ciudad para el migrante abarca lugares más cercanos a la ciudad como Tomatitas, que años atrás era para el tarijeño un gran paseo y que en la actualidad se ha convertido en un lugar concurrido masivamente sólo por los migrantes. Resalta el hecho de que ambos grupos no comparten lugares de paseo y que los tarijeños hayan abandonado los balnearios tradicionales y buscado otros más alejados, como huyendo de la presencia de los migrantes y la contaminación.

Los parques y, en especial, el Parque de las Flores son en el imaginario migrante los principales sitios de paseo que, junto a la zona de Tomatitas, están articulados físicamente al eje comercial Mercado Campe­sino-La Loma.

Visiones del desarrollo

En la Tarija de antes, evocada con mucha nostalgia casi como un paraíso -gracias a la generosidad del ambiente-, pervivía con mucha fuerza una noción de calidad de vida basada en la intensa interacción social en un entorno natural, vinculada a un concepto distinto de desarrollo, más espiritual y humano, que en muchos casos era indiferente a los avances de la civilización occidental. En palabras de Carlos Torri (tarijeño, entrevista en profundidad), la llegada con demasiada prisa del progreso al que no estaban acostumbrados los habitantes del valle hizo que de manera muy rápida -casi sin darse cuenta- la ciudad crezca y empiece a cambiar, por lo que «hay progreso pero no sé si hay felicidad».

Si bien en la práctica se observa que la Tarija moderna, de fines del anterior milenio y principios del actual, ha mejorado mucho su prestación de servicios y superado los indicadores de desarrollo, posicionándose (a nivel departamental) según el último «Informe de Desarrollo Humano en Bolivia» como una de las regiones de más alto desarrollo humano, existen dos visiones marcadas en torno al progreso de la ciudad, que entran en contradicción.

Los tarijeños piensan que el gran crecimiento registrado por la ciudad en los últimos años, a partir de las fuertes corrientes migratorias de bolivianos de la zona andina está produciendo cambios que transfor­man radicalmente a la ciudad, destruyendo la esencia de la Tarija linda, tranquila, limpia y vinculada con la naturaleza, retrocediendo de alguna manera en el desarrollo. Atribuyen a los migrantes la culpa de una diversidad de males que aquejan a la ciudad: caos y desorden, mayor pobreza y delincuencia, suciedad y ruptura con el panorama arquitectónico tradicional y, especialmente, avasallamiento cultural.

Lamentablemente ni siquiera mano de obra barata aportan. Están atropellando.... Están afeando la ciudad, la han llenado de mugre.

(Ramiro Ruiz, tarijeño, entrevista en profundidad)

El desorden público, la contaminación visual y la suciedad, la mugre es obra de los norteños; razón por la que existe temor de que los kollas se adueñen de los espacios verdes que se pretendan construir en el futuro...

(Oscar Villena, tarijeño, 39 años, entrevista en profundidad)

Los migrantes no pagan impuestos, contrabandean y más bien sabotean el progreso de los empresa­rios tarijeños y de la ciudad, la ciudad va creciendo pero no tiene la capacidad para acogerlos, por eso se va empobreciendo cada vez mas».

(Mauricio Chávez, tarijeño, 28 años, grupo focal)

...es gente que no disfruta que avasalla... molesta su forma de vivir, de hablar... no es que esté mal, pero es otra cultura.

(Cecilia Vargas, 37 años, grupo focal)

Por su parte, los migrantes coinciden con los tarijeños respecto a los inminentes cambios que en los últimos años la ciudad ha vivido como consecuencia de las olas migratorias. Sin embargo, consideran que estos cambios de alguna manera han significado el avance y el desarrollo de una ciudad que si bien era bonita y tranquila, también era atrasada. Aseguran, contundentemente, que ellos han traído el desa­rrollo a la ciudad.

De esta manera, los indicadores de desarrollo para el sector migrante sustentan esa visión expresán­dose en el crecimiento de la ciudad, el incremento de barrios, la creación de calles y servicios básicos en los mismos y la dinámica económica mayor que produce el comercio informal y la mano de obra del migrante; así como la fluidez del transporte urbano que conecta a aquellos barrios alejados con el centro de la ciudad.

Tarija era chiquitito, con la migración ha crecido, nosotros hemos mejorado las calles, ha avanzado la ciudad, hemos creado nuevos barrios y los estamos mejorando poco a poco. Los barrios eran erosionados, con quebradas y ahora están mejorando gracias a la gente del norte...

(Juan Carlos Quispe, potosino, con 10 años de residencia en Tarija)

Antes en Tarija no habían calles, era como un área rural, había mucha erosión, churquiales, no había mucho que hacer, todo era silencio y calma...

(Gloria Pérez, potosina, con 28 de años de residencia en Tarija)

...es mucho más fácil, ahora nosotros hemos sido los protagonistas del desarrollo de Tarija, hacemos trabajos que los tarijeños no hacían ni harían nunca, somos buenos con las manos.

(Pedro Vera, 48 años, orureño, con 15 años de residencia en Tarija, grupo focal)

Los testimonios recogidos en el trabajo de campo permiten vislumbrar que entre ambos grupos existe una diferencia neurálgica respecto al concepto de bienestar y desarrollo, pero especialmente en cuanto al rol de los migrantes en el desarrollo, constituyéndose en un punto de divergencia fundamental. Esta diferencia posiblemente surge debido a que el imaginario asienta sus bases en la realidad que circunda al individuo, en ese sentido, es comprensible que ambos grupos tengan un imaginario diferenciado, pues habitan, recorren, respiran y viven la ciudad desde espacios diferentes. Esta disparidad de visiones tras­ciende a elementos y detalles que van desde la convivencia diaria entre vecinos, hasta las proyecciones de la ciudad deseada o temida, como se verá posteriormente.

En coherencia con su visión en torno al desarrollo, los migrantes califican con un puntaje más alto a la prestación de servicios básicos, salud y limpieza, a pesar de que en los barrios periféricos existe una marcada deficiencia en la prestación de esos servicios. Una explicación de la divergencia pasa por una cuestión imaginaria: para los tarijeños, que en los barrios centrales gozan de todos los servicios, la ciudad está siendo invadida por migrantes que vienen a quitar esos servicios; los migrantes, que provienen de zonas inhóspitas totalmente desatendidas, tienen expectativas distintas, esperan menos que los tarijeños porque tienen menos. Por ejemplo, el hecho de contar con agua potable -algo superado en el centro de la ciudad- es un gran logro para los migrantes.

De la misma manera, existe una distinta valoración respecto a los problemas medulares de la ciudad.

Para el tarijeño, la pérdida de tranquilidad, la pérdida de los lazos con la naturaleza, el caos, desor­den, suciedad, ruptura con los estilos arquitectónicos y avasallamiento cultural son los problemas centra­les. Es la pérdida de los rasgos de la ciudad añorada en las evocaciones, gracias a la cual los tarijeños cada vez se siente menos a gusto con su ciudad.

Para el migrante también la pérdida de tranquilidad, vinculada a la delincuencia, aparece como un problema central, junto a la falta de servicios y recursos para los barrios, además de la pobreza y el creciente regionalismo.

Resalta fuertemente que no aparezca como un factor negativo la percepción de que los migrantes han venido a quitar trabajo, supuesta causa generadora de rechazo hacia el migrante en muchos países.

Identidad

¿Avasallados?

Casi todos los tarijeños entrevistados o participantes de los grupos focales coincidieron en senti­mientos y apreciaciones acerca de que existe un avasallamiento de la cultura tarijeña por parte de la cultura del migrante andino.

La ciudad está poblada por nuevos habitantes del norte que han cambiado las costumbres y han introducido a la fuerza otras. Traen su manera de vivir y de ganarse la vida... Las alteraciones son provocadas por los norteños, los ciudadanos también tiene la culpa porque somos pasivos y permiti­mos que continúe el avasallamiento a las costumbres. Vienen ellos pero no vienen solos, viene todo el paquete completo: su mugre, su música, su ropa, su modus vivendi...

(Oscar Villena, 39 años, tarijeño, grupo focal)

Sí (me molesta) porque quieren imponer sus costumbres. Me molesta porque no reconocen nuestra identidad, Nosotros somos otra raza, nuestra raza es totalmente diferente, no somos quechuas ni aymaras ni cambas. Nosotros tenemos otra forma de ser y hasta nuestra manera de hablar es distin­ta... Yo siento que estamos llegando al colmo de la paciencia. Ya no respetan ni nuestras fiestas. Mira lo que pasa con la Fiesta de Santa Anita. A este paso, en lugar de celebrar a la abuela del Niño Dios, dentro de poco nosotros vamos a estar haciendo sahumerios al eckeko.

(Luis Villena, tarijeño, entrevista en profundidad)

En cuanto a sus costumbres y tradiciones han venido, quien sabe, a suplantar valores en las costum­bres de los tarijeños... Por ejemplo, el problema del carnaval; nosotros no nos convencemos de que entre un grupo a bailar saya al corso del carnaval, protestamos a gil y mil: «estos kollas que vienen, que quieren implantar su cultura aquí...»

(Carmen Verdún, tarijeña, entrevista en profundidad)

¿Avasallamos?

Frente a los sentimientos de avasallamiento cultural que los tarijeños manifiestan, los migrantes tienen diversas posiciones. Para unos, como Jacqueline Estrada que vive en Tarija hace 21 años, ese avasallamiento no es real:

Las culturas se van a unir. Los migrantes tenemos hijos tarijeños, tenemos gente que hemos vivido hace añadas en Tarija, que ya nos creemos tarijeños, que ya no llevamos tanto la cultura del Norte, inculcamos a nuestros hijos poco ya de la cultura del Norte y más la cultura de Tarija. Ustedes tiene la fiesta de San Roque, el Carnaval, La Pascua; ahí los llevamos a nuestros hijos, les hacemos ver, les decimos qué tan lindo es eso y ellos ya están viendo que esa es la cultura que van llevando para más allá; ya no va a ser tanto la cultura del Norte.

Con ella coincide don Pablo Ocampo, migrante potosino que radica en Tarija desde 1987:

Nos hemos adecuado a la cultura de Tarija, a las costumbres de Tarija; más bien nuestras costumbres de allá, rara vez festejamos. Festejamos el 10 de Noviembre, día de Potosí, pero ya no en la dimen­sión de allá.

Opiniones contrarias dieron migrantes, también antiguos, que participaron en grupos focales. Para ellos, la cultura del migrante está influenciando a los tarijeños que terminarán perdiendo sus tradiciones.

En el futuro el regionalismo va a ser aún menos porque van a ser muchos más los migrantes, la gente ya se va a acostumbrar y van a perder sus tradiciones.

La propia gente chapaca no conoce su cultura y nos echan la culpa a nosotros de que se pierda. Ahora los rasgos de la identidad de los tarijeños han cambiado o desaparecido, por ejemplo su tono de hablar... Tal vez el hecho de que los habitantes comunes y corrientes de la ciudad hayan aceptado -o dejado de renegar como antes- a los kollas hace que las autoridades estén alertas y traten de dar un sacudón, tratando de forzar una reacción de regionalismo para recuperar la identidad.

Lo cierto parece ser que los tarijeños, en su generalidad, sienten que su identidad «se está perdiendo» y los migrantes, por su parte, perciben la misma situación respecto a la identidad tarijeña.

Autopercepción y percepción del otro

Tarijeños y migrantes convergen en el imaginario que define al habitante de Tarija como un ser apegado a la naturaleza, con sentido del humor, muy sociable, tranquilo, comunicativo y abierto, que privilegia los afectos sobre lo material, así como la estética y la naturaleza:

Son gente que comparte, nos invita a participar, son fiesteros y de buen humor, les gusta hacer bro­mas, claro que a veces medias pesaditas...

(Janeth Mamani, 32 años, potosina, grupos focales)

Somos buenos, comprensibles y somos flojos...

(Ramona Soruco, tarijeña, 50 años, entrevista en profundidad)

Los migrantes, además, perciben otro tipo de rasgos negativos en los tarijeños como el regionalismo, la poca capacidad trabajo, de organización, la carencia de espíritu de lucha y sacrificio para conseguir sus objetivos.

La gente de Tarija es dejada, floja, lo único que les importa es verse bien, vestirse ir a las fiestas, hasta de sus hijos se olvidan, no hacen las cosas con mirada al futuro. Los norteños somos trabajadores, no nos da vergüenza trabajamos de lo que sea...

(Gloria Pérez, 28 años de residencia, potosina, 47 años de edad, grupo focal)

Existe similitud en el imaginario respecto al migrante caracterizado, por ambos grupos, como acti­vos, trabajadores, sacrificados, violentos, organizados y ahorrativos.

los norteños somos trabajadores y no nos da vergüenza, trabajamos de lo que sea... somos más revo­lucionarios, no somos conformistas, queremos tener siempre un poco más.

(Guillermo Quispe, 29 años, paceño, con 11 años de residencia en Tarija, grupo focal)

Ellos son corajudos, más abiertos y entradores, sus barrios son bien organizados... trabajan de lo que sea.

(Litza Tambo, 19 años, tarijeña, grupo focal)

A estas percepciones los tarijeños le añaden otro tipo de características negativas respecto a su forma de ser y de vivir que privilegia el trabajo y lo material por encima de los afectos; así como su sentido estético y su inexistente relación con la naturaleza:

Los kollas son ahorrativos, invierten en comercio, pero viven mal.

(Inga Olmos, 25 años, tarijeña, grupo focal)

No les gusta el verde, es gente deshonestos traicioneros y acomplejada... aunque tengan plata se compran flores de plástico.

(Ramiro Ruiz, 65 años, tarijeño, entrevista en profundidad)

El trabajo de campo permite revelar que si bien coinciden las tipificaciones, las valoraciones sobre ellas son absolutamente distintas porque responden a dos cosmovisiones distintas. De esta forma encon­tramos que los rasgos más valorados por unos, curiosamente, son los más rechazados por los otros.

Probablemente la utilización del tiempo sea el elemento fundamental que establece la diferencia en ambos, pues el tarijeño tiene la concepción del aprovechamiento del tiempo en disfrutar de la compañía de amigos y de la naturaleza (disfrutar el presente), mientras que los migrantes consideran que el aprove­chamiento del tiempo consiste en invertirlo en el trabajo porque ello representa una seguridad para el futuro (planificar el futuro).

El imaginario sobre la identidad de ambos se expresa en la manera en que cada uno de ellos se define, al mismo tiempo que establece la diferencia con «el otro» con el que comparte la ciudad.

Nosotros somos extrovertidos y ellos son introvertidos, ellos necesitan del alcohol y la fiesta para intentar ser felices, sólo intentar; el tarijeño no, él trata de ser feliz cada día y puede ser feliz comiendo, charlando, nadando, paseando por la plaza; el tarijeño así sea pobre, cuando se emborracha se alegra, canta, bromea; el kolla se emborracha para llorar.

(Ramiro Ruiz Avila, tarijeño, 65 años, entrevista en profundidad)

Somos trabajadores, no importa la paga o el tipo de trabajo, siempre estamos dispuestos a hacer lo que sea por trabajar. Somos entradores y más decididos...

(Jertrudis Inda, 44 años de edad, tupiceña, con 30 años de residencia)

La imagen generalmente estereotipada que muestra al pueblo tarijeño como «flojo» se puede expli­car de la siguiente manera, según las palabras de Jorge Ruiz Paz5 en su libro Los chapacos:

La flojera congénita que les endilgan por su modo cantado de hablar, no es mas que una manera de vivir acorde con el juicio de la razón puesto que saben que el descanso y la costumbre de meditar otorgan al individuo la distisión de maneras y de agudeza mental en el decir, que raramente se alcanzan en las civilizaciones avanzadas. Que hablen los ejemplos: Los griegos de la época dorada, creadores de los juegos olímpicos, no conocían más ejercicios que los gimnásticos, ni más juegos que los de la inteligencia; y sin embargo ¡cuánta sabiduría transmitieron al mundo entero! Esos mismos filósofos cantaban así a la pereza: «Oh! Melibeo, esta ociosidad nos la ha dado Dios».

...Jesús dijo: ¡Mirad las aves del cielo; no siembran ni siegan, ni recogen en graneros; y sin embargo el Padre Celestial las alimenta ...

Y como conocen por las Escrituras que Dios, después de seis días de intenso trabajo decidió descansar por toda la eternidad, no les parece muy difícil ser fieles al mensaje divino, esencia de su religio­sidad. (pp. 8,9,10,)

Probablemente estas distinciones encuentren sus fundamentos en el entorno y la cultura, pues los andinos provienen de lugares en los que las condiciones de vida son adversas, con una tierra hostil que los obliga a trabajar arduamente para conseguir de ella algunos beneficios. Mientras, en el valle la vida no exige tanto trabajo debido a la fertilidad de la tierra que brinda sus frutos sin mayores esfuerzos.

Por otro lado, como ya se indicó, la utilización del tiempo varía en función de las cosmovisiones, pues en el mundo andino no se puede concebir el futuro sin el pasado, sin la memoria; a diferencia de la cultura tarijeña que proviene de su relación con los españoles quienes concebían el presente y el futuro de una forma distinta.

La idealización: un retorno al pasado

Los tarijeños de distintas edades y clases sociales parecen unificar sus imaginarios a la hora de proyectar una ciudad ideal que, como es natural, está fuertemente arraigada en la memoria y los recuer­dos que permanecen sobre la Tarija de antaño en la que primaban los lazos de amistad, confraternidad y familiaridad entre sus habitantes.

En sus proyecciones, los tarijeños desean una Tarija que dé la sensación de estar en una ciudad pequeña pero que crezca conservando el estilo tradicional de las edificaciones antiguas y de las casas (estilo «chapaco», de una sola planta), con calles con suficiente espacio para caminar, con muy pocos edificios modernos. Que sea una ciudad tranquila apacible y agradable para vivir, en la que predomine la naturaleza, el verde y el añorado río Guadalquivir (seco y contaminado en la actualidad). Los habi­tantes proyectan en sus mentes una ciudad que esté diseñada para la creación de áreas verdes, plazas y parques, pues existe una relación indisoluble entre los árboles y las huertas en la vida cotidiana del tarijeño.

Me gustaría que Tarija vuelva a su estilo, a la ciudad tipo pueblo con casas suntuosas pero con determinadas características: las puertas más anchas, las construcciones de adobe, caña huequitas, todas esas cosas que duran buen tiempo si se las saben usar.

(Carmen Verdún, 37 años, tarijeña, entrevista en profundidad)

Que la ciudad se construya a partir de su identidad, mantener un nexo con lo rural, que no se coma a los pueblos rurales.

(Miguel Castro, 36 años, tarijeño, grupo focal)

Por su parte, el sector migrante proyecta una imagen muy semejante a la ciudad anhelada por el tarijeño, pues en su proyección la ciudad tendría dimensiones pequeñas, privilegiaría el verde y el río, pero en función de una ciudad atractiva para el turismo y no porque precisamente ello forme parte de su entorno histórico y cultural. En cuanto a la arquitectura y las construcciones, hay una clara preferencia por el estilo tradicional de las casas del centro, para que éste no pierda sus características y no se asemeje a otras ciudades del interior.

Que la ciudad se mantenga y el centro no cambie, que no se convierta como La Paz o Santa Cruz con puro edificios. Que se construyan muchas plazas y parques porque son lugares para compartir.

(Jackeline Estrada 31 años, potosina, 21 años de residencia, entrevista en profundidad)

Sin embargo, el sector de los jóvenes migrantes proyecta una Tarija moderna con edificios, ya que su construcción implica la creación de nuevas fuentes de trabajo y también por imprimirle un aspecto mo­derno a la ciudad.

En la construcción y mantenimiento de los edificios se necesita trabajo de obreros y de gente pobre.

(Teodosia León, 17 años, chuquisaqueña, con 4 años de residencia, grupo focal)

¿Cuál debería ser su vocación?

Para ambos sectores, la ciudad debería adoptar una vocación industrial, turística y estudiantil ya que Tarija, debido a su clima y su naturaleza, presenta potencial para dichas actividades. Parecería haber una contradicción en cuanto a las dimensiones de la ciudad y su vocación, pues por un lado se desea que Tarija mantenga la calidad de vida propia de una ciudad pequeña, con suficiente tiempo y tranquilidad en el ritmo de vida, pero por otro lado se escoge actividades que implican crecimiento, mayor cantidad de habitantes y por ende alteración de su ritmo de vida (ciudad turística, ciudad estudiantil, industrial). Esta aparente contradicción revela -a pesar de la añoranza por la Tarija de antes- la influencia del concepto de modernidad vinculado a un deseo de integración nacional e internacional.

Que Tarija sea la puerta de Bolivia al mundo para mostrar las diferentes culturas que hay en el país, pero eso sí resaltando la tarijeña, claro...

(Mauricio Chávez, 28 años, tarijeño, grupos focales)

Tarija debería dedicarse a la industria, Tarija tiene de todo, cultivo de frutas, vegetales y animales.

(Paolo Abastoflor, 20 años, cochabambino, con un año de residencia, grupo focal)

Primero lo primero

A la hora de imaginar la ciudad del futuro, sin duda resulta casi un acto reflejo asociar el futuro a las regalías provenientes de la explotación de hidrocarburos, aunque esos recursos estén destinados para el desarrollo regional y no urbano. Esta coyuntura especial que vive el departamento alimenta el imaginario de sus habitantes de manera diversa.

Por ejemplo, el sector migrante considera que el ansiado dinero de las regalías debería ser utilizado en el mejoramiento de los barrios, pues allí se encuentran las células de la ciudad y se concentra la mayor parte de la población de la ciudad, guste o no a sus habitantes originarios.

Con barrios bien organizados y con gente bien organizada puede marchar el desarrollo de la ciudad.

(Nayda Fernández, 28 años, potosina, grupo focal)

Este testimonio corrobora la percepción que tiene dicho sector sobre rol protagónico que han adqui­rido durante el crecimiento de la ciudad en los últimos años. Por otro lado, también refleja el deseo de integrarse plenamente a esta ciudad y formar parte de su desarrollo.

Por su parte, los tarijeños consideran que el dinero debería ser invertido en la creación de accesos de entrada a la ciudad, la construcción de universidades y la conservación de su medio ambiente y recursos naturales.

Que hayan más universidades para que los jóvenes podamos tener más opciones y podamos elegir nuestros horarios para así poder trabajar y estudiar.

(Litza Tambo, 19 años, tarijeña, grupo focal)

Es importante tener buenos caminos de acceso a la ciudad para así estar bien comunicados y poder transmitir nuestra cultura.

(Pablo Castellanos, 28 años, tarijeño, grupo focal)

La ciudad temida

Al imaginar y proyectar una ciudad, es natural anteponer las cualidades y los rasgos positivos por encima de los negativos, pero ello no significa que el imaginario no se proyecte en función de aquello que «no queremos», que tememos y no quisiéramos que llegue a suceder. Al explorar el imaginario de aquella ciudad en la que no se desea vivir, en la que se teme caminar y con quien se teme convivir, nuevamente encontramos diferencias sustanciales entre ambos sectores.

Uno de los principales temores que manifiestan los tarijeños respecto a la ciudad del futuro es la disolución de la identidad y la cultura tarijeña en medio de la gran cantidad de gente del norte que ya vive en la ciudad y que seguirá llegando a partir de las expectativas desatadas en el resto del país por el potencial gasífero. La pérdida de identidad traería -como una consecuencia lógica- la pérdida de las costumbres, tradiciones, la seguridad, la tranquilidad y la personalidad de la ciudad en cuanto a su arqui­tectura y sus espacios verdes.

En ese sentido, a la pregunta de que si querían una Tarija con migrantes, la mayor parte respondió que no, algunos más enfáticamente que otros pero la negativa fue general.

No, porque eso es despersonalizar mi ciudad. Migrantes kollas no. Los migrantes judíos, alemanes, italianos y árabes que han venido a nuestra ciudad se han tarijeñizado, han aportado a la industria, al desarrollo de Tarija, pero no han tratado de imponer su cultura, como lo intentan los kollas.

(Ramiro Ruiz, 65 años, tarijeño, entrevista en profundidad)

Estos temores de alguna manera corroboran el imaginario que existe sobre la Tarija actual, pues se vislumbra una sensación de vulnerabilidad por el temor a la pérdida de identidad que explican los com­portamientos regionalistas.

Por su parte, los migrantes no expresan un temor al incremento del regionalismo. Por el contrario, consideran que en el futuro éste va a desaparecer junto a muchos de los rasgos culturales tarijeños, pues están seguros que en la actualidad ya son casi la mayoría de la población y cada vez tienden a aumentar.

En el futuro el regionalismo irá desapareciendo porque cada vez somos más migrantes y los chapacos se adecúan más a la cultura del norte. Los chapacos no saben conservar su cultura y con el tiempo ya no va a haber chapacos, la gente se acostumbrará a vernos y aprenderán nuestras tradiciones.

(Graciela Canaviri, 19 años, cochabambina, con residencia de un año, grupo focal)

Para el sector migrante, las preocupaciones y los temores son muy diferentes: la agudización de la crisis que desencadenará el desempleo, el incremento de la delincuencia y la inseguridad ciudadana. De la misma manera, existe una preocupación que es compartida por los tarijeños respecto al tema del deterioro de los recursos naturales, el río y la erosión.

Uno de los principales problemas que va a haber es la delincuencia a causa de la aguda crisis, la gente se va a dedicar a robar para poder comer porque no va a haber trabajo.

(Beatriz Belén, 29 años, potosina, con 15 años de residencia, grupo focal)

Como se refleja en los testimonios, las preocupaciones de los migrantes son genéricas y vinculadas a la situación de pobreza generalizada en el país, pero no así a problemas específicos de la ciudad, a excepción del deterioro de su medio ambiente y su tranquilidad.

Conclusiones

El conjunto de percepciones en torno a la Tarija de hoy (representaciones actuales) muestran nítida­mente que en el imaginario se va erigiendo dos centros claramente diferenciados: el centro histórico y el eje del Mercado Campesino La Loma.

Así, el centro histórico aglutina a los barrios tradicionales y a un conjunto de otros barrios, en tanto que el eje del Mercado Campesino-La Loma articula a los barrios periféricos, básicamente habitados por migrantes.

Entonces, queda claro que cada centro tiene su área de influencia, la que incluye los espacios necesa­rios para el desarrollo de la vida de sus habitantes. El centro cuenta con espacios de interacción, diver­sión, actividad económica, religiosa y cultural claramente enmarcados, al igual que la zona del Mercado Campesino, la que aparentaría ser sólo un centro comercial, pero que cuenta también con espacios de esparcimiento y diversión plenamente articulados a ella, como el Parque de las Flores (barrio de la Loma) y Tomatitas. Esa interpretación es coherente con los recorridos imaginarios.

La articulación -en el imaginario- no se da sólo por razones físicas, sino respondiendo a lógicas distintas de habitar la ciudad: la lógica comercial del migrante que atribuye gran importancia a los mer­cados y a la actividad que en torno a ellos se genera. La lógica del tarijeño que, correspondiendo a la evocación idealizada de la Tarija de antes, se basa en un fuerte relacionamiento interpersonal en un entorno lleno de naturaleza.

Se construye en el imaginario una ciudad que aún se encuentra en formación, pero que en la práctica puede desarrollarse con independencia del centro de la ciudad. Aunque en las representaciones mentales la ciudad del centro histórico todavía tiene supremacía, se vislumbra la consolidación de una otra ciudad que tiene como centro al eje comercial del mercado Campesino-La Loma.

A partir de ello podríamos concluir que los migrantes conciben y viven la ciudad bajo una lógica comercial, en la que el centro de la ciudad migrante -el eje del Mercado Campesino-La Loma- ejerce la función comercial y los barrios -como células- ejercen las funciones sociales y políticas.

Así, cada ciudad cuenta con límites imaginarios distintos, que nos muestran, por una parte, el desco­nocimiento de la vasta zona de la periferia habitada por migrantes y, por otra, el desconocimiento de parte de los migrantes de otras zonas importantes. Pero, además, se encuentra que cada mapa imaginario de la ciudad coincide con la zona de influencia de cada una de las ciudades imaginadas.

A pesar de ello, ambas ciudades se reconocen cuando tanto migrantes como tarijeños les adjudican una gran dinámica, pero pareciera que no se tocan, que en la mente de los sujetos de estudio fueran independientes, representando cada una no sólo a un grupo socio-cultural (tarijeños o migrantes andinos) sino a una forma de vida que entraría en contradicción.

Se ha evidenciado que para el tarijeño la periferie es un mundo desconocido, que quizás, como dieron a entender nuestros informantes, no quiere explorar, pues no quiere descubrir la otra cara de Tarija.

Finalmente, es interesante constatar que los migrantes tienen clara la relación centro-periferia, pero pareciese que no se sienten marginados pues desarrollan sus actividades centrales en espacios diferencia­dos, en los espacios que su ciudad les brinda. A diferencia de los tarijeños, que consideran a la periferia altamente marginal.

De alguna manera estamos presenciando a nivel imaginario el emplazamiento de dos ciudades, que tienen sus límites, su topografía, sus habitantes, sus lógicas, sus espacios, ritmos y probablemente se basan en visiones y valores distintos.

Justamente, el punto de mayor divergencia entre tarijeños y migrantes se encuentra en la percepción acerca del rol que estos últimos han asumido en el desarrollo de la ciudad. Los tarijeños creen que los migrantes le han puesto un freno al desarrollo, mientras los migrantes piensan lo contrario.

Finalmente, el habitante de Tarija, oriundo o migrante, percibe que su ciudad está perdiendo vertigino­samente aquellos rasgos que le permitían vivir en armonía, tranquilidad y paz, los cuales le daban, además, un toque de originalidad. Apareciendo como una ciudad en transición a partir de tensiones entre lo tradicio­nal y lo moderno, lo propio y lo ajeno. Tensiones que están dando paso a conflictos de orden cultural, que si no son resueltos favorablemente pueden saltar al campo social y luego a la esfera de lo político.

Visualizando un probable escenario de crisis, se fijaría su punto de partida justamente en la construc­ción de estas dos ciudades tan diferentes en lo subjetivo como en lo objetivo y que parecería que no han edificado puentes importantes de articulación. Quizá el factor desencadenante es el hecho de que en la práctica la prestación de servicios está empezando a ser rebasada, apuntando peligrosamente a un no lejano colapso. Además de la constante posición de los órganos de conducción de la ciudad.

 

Notas

1. Datos proporcionados por pcrsoneros del INE en Tarija.

2. Favio Avendaño Triviño, El Barrio: de la unicidad a la mulliplicidad. http://www.bamotallcr.org.co/cl 1 htm

3. Armando Silva, Imaginarios urbanos. Tcrccr Mundo s.a., Santa Fe de Bogotá, Colombia, 4' ed.

4. Las percepciones reproducidas en el texto ftieron obtenidas antes del levantamiento de datos del último Censo.

5. Jorge Ruiz Paz, Los Chapacos. Editorial Luis de Fuentes, Tarija-Bolivia, 2001.

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