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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.28 no.53 La Paz  2024  Epub 11-Dic-2024

 

TESTIMONIOS

Tres pasos al frente: el peso de la gloria y el silencio

Sara Fernanda Torrez Maidana


La Guerra del Chaco dejó profundas heridas físicas y psicológicas en los soldados sobrevivientes. Las consecuencias de esta guerra no solo impactaron el desempeño físico de miles de excombatientes, sino también su bienestar emocional y, por ende, la estructura social y familiar de Bolivia. De esta forma, se perpetuó un trauma que pasó de generación en generación.

Aunque la historia oficial recuerda da estos soldados como héroes y los aclama como “la generación tres pasos al frente” por la valentía que demostraron en el campo de batalla, estos hombres enfrentaron a su regreso, graves trastornos mentales, que los alejaron de la imagen heroica que les atribuyó la sociedad. El machismo dominante de la época no permitió que se hablara abiertamente de la salud mental de estos soldados, ya que cualquier signo de vulnerabilidad se consideraba una debilidad incompatible con los estereotipos de masculinidad que debían representar. Es así que muchos de estos veteranos de guerra sufrieron en silencio al regresar a una vida civil que, por supuesto, les resultaba ajena y extraña debido a la diferencia abismal con la realidad que habían vivido en el Chaco.

El impacto psicológico de la Guerra del Chaco en estos soldados alteró en muchos casos profundamente la dinámica familiar, generando entornos de violencia y trauma que marcaron a las siguientes generaciones. Un claro ejemplo de esto, es el testimonio de la hija de un soldado que retornó de la guerra, Elizabeth, quien relata que su padre sufría de constantes ataques de ira. En repetidas ocasiones, cuando estaba borracho, perseguía a sus hijos con una es- copeta, y tanto ellos como su esposa eran víctimas de agresiones físicas. Este comportamiento violento fue producto de trastornos emocionales que nunca fueron tratados y afectaron gravemente a su familia.

Elizabeth explicó que cuando su padre estaba ebrio, se convertía en alguien irreconocible. Sin embargo, como la violencia en ese momento estaba normalizada, nadie nunca intentó ayudarlos. Además, el soldado se negó toda su vida a hablar sobre lo que había vivido durante el conflicto. Solo en su vejez mencionó brevemente cómo había presenciado la muerte de su propio hermano durante la guerra y expresó que lo extrañaba mucho, revelando así el profundo trauma emocional que cargó consigo por décadas. Este testimonio evidencia cómo el trauma de los veteranos de guerra no solo los destruyó internamente, sino que también afectó a sus familias al perpetuar ciclos de violencia y sufrimiento.

El estigma asociado a las enfermedades mentales en la sociedad boliviana de la época, además de los estereotipos machistas, impidió que muchos soldados recibieran el apoyo emocional y psicológico necesario para lidiar con sus traumas. En una sociedad que exaltaba la valentía y el heroísmo masculino, hablar de los efectos emocionales que la guerra había causado en los hombres era muy difícil; resultaba más fácil ignorar este hecho y continuar en silencio con el orden ya establecido en la sociedad.

Volviendo al testimonio de Elizabeth, en la vejez de su padre ella presenció cómo él despertaba en medio de pesadillas, gritando y completamente desorientado, hasta que finalmente se daba cuenta dónde estaba y lograba tranquilizarse. Muchos años después, ella sospechó que su padre sufría de estrés postraumático, una condición que nunca fue diagnosticada ni tratada.

En conclusión, la Guerra del Chaco dejó un legado duradero de trauma psicológico en muchos de los soldados sobrevivientes, afectando también a sus familias y perpetuando un ciclo de sufrimiento intergeneracional. Al cesar las hostilidades, estos hombres volvieron a un país que necesitaba un cambio y muchos de ellos participaron activamente en la transformación de Bolivia, demostrando una fortaleza y valentía que hasta el día de hoy son muy reconocidas.

Sin embargo, esta fortaleza fue también un arma de doble filo, porque detrás de ella se ocultaba una carga emocional que estos hombres se vieron forzados a llevar en silencio. El estigma asociado a mostrar vulnerabilidad, reforzado por un sistema machista y patriarcal, invisibilizó su sufrimiento. Así, perpetuó ciclos de violencia y aislamiento que no solo marcaron a sus familias, sino que en muchos casos se extendieron a sus descendientes y mantuvieron patrones de conducta que aún influyen en la sociedad boliviana.

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