1. Introducción
En los desolados paisajes del Chaco, donde el calor abrasador y la sed parecían tan letales como las balas, se escribió una de las páginas más heroicas de la historia de Bolivia: la Batalla de Boquerón. Aquel septiembre de 1932, un puñado de soldados bolivianos, cercados por las fuerzas paraguayas, resistieron con una determinación inquebrantable, enfrentando no solo a un enemigo numeroso, sino también al hambre, la sed y el agotamiento. Como bien lo describía un periódico de Buenos Aires: “En Boquerón están escribiendo unos pocos soldados bolivianos la más bella página de heroísmo... Antes de rendirse quieren la muerte” (Paz Soldán, 1989, p. 174). Boquerón, más que una batalla, fue un símbolo de resistencia ante lo inevitable.
La Guerra del Chaco, que enfrentó a Bolivia y Paraguay por el control de un territorio inhóspito, es recordada como un conflicto que traspasó los límites de lo militar para convertirse en una tragedia humana. Guillermo Céspedes capturó la esencia del Chaco en una frase devastadora: “El Chaco es un desierto de agonía. Es tan grande como el mismo mar... no hubo otra música que los latigazos de las ametralladoras ni más coro que el lamento de los heridos y agonizantes” (Azurduy, 1939). En este entorno hostil, el sacrificio de los soldados bolivianos en Boquerón se destacó no solo por su valentía, sino por la lección de perseverancia que dejaron a las generaciones futuras.
Dentro de este contexto, es imperativo rescatar del olvido a los héroes de Boquerón, figuras como el subteniente Clemente Inofuentes, quien, junto a sus hombres, se convirtió en el alma de la defensa boliviana. Mientras las ametralladoras paraguayas y el implacable sol del Chaco golpeaban sin piedad, Inofuentes y sus soldados resistían en las fortificaciones que construyeron bajo su dirección, en un sector tan infranqueable que los paraguayos lo denominaron “Punta Brava”. Este sistema defensivo no solo fue un ejemplo de ingeniería militar, sino también un testimonio de la capacidad de resistencia de los bolivianos (Marzana, 1991, p. 88).
Boquerón es un capítulo esencial en la memoria histórica de Bolivia, y la recuperación de esa memoria no solo es un deber hacia quienes dieron su vida, sino una reflexión necesaria para entender los valores que sostienen a una nación. La historia de Boquerón, lejos de ser un episodio bélico más, representa la lucha de un país por su identidad en medio de la adversidad. Como señalaba Vergara Vicuña, “Boquerón, episodio bélico de escasa importancia en sí mismo, pudo haber pasado desapercibido... sino hubiese mediado la ofuscación pertinaz de erigirlo en símbolo de la resistencia victoriosa” (Vergara Vicuña, 1941, p. 345).
En medio de aquel desorden, donde todo parecía estar al borde del colapso, figuras como Quintanilla, Toro y Busch, desde fuera del cerco, y desde dentro del fortín Boquerón, personajes como Marzana, Manchego, Ustárez e Inofuentes, se revelaron como líderes sin necesidad de proclamarlo. Guiaron a sus hombres con una combinación imprevista de ingenio y coraje, donde cada decisión parecía improvisada, pero estaba cargada de una lógica propia. Busch, según lo definió Luis Azurduy, “el mártir de sus ideales”, representaba el sacrificio total por la patria, mientras que Inofuentes, con su experiencia y empuje, no solo era un estratega eficaz, sino un referente moral que los demás seguían, a veces sin darse cuenta (Azurduy, 1939).
La importancia de recuperar la memoria histórica de Boquerón no radica solo en recordar una batalla más entre tantas, sino en entender cómo ese episodio logró quebrar la barrera del tiempo y convertirse en un símbolo que sigue resonando. Boquerón no fue solo un fortín defendido por soldados agotados y mal armados; fue el escenario donde se puso a prueba el límite de la resistencia humana y la idea misma de nación. Los hombres que resistieron allí no defendían únicamente un punto geográfico en el mapa, sino algo mucho más abstracto y profundo: la dignidad de su país, el derecho a existir con orgullo y soberanía. Como lo relata Marzana en sus memorias, la resistencia en Boquerón fue de tal magnitud que, a pesar de las circunstancias terriblemente desfavorables, el enemigo se vio obligado a pagar un precio desmesurado. La resistencia de Boquerón fue tal que, a pesar de las circunstancias adversas, el enemigo pagó con centenares de muertos y heridos, una clara muestra del costo que significó para Paraguay tomar el fortín (Marzana, 1991, p. 178). Recuperar esa memoria no es solo un acto de justicia histórica, sino un reconocimiento de lo que significa la voluntad de un pueblo por sobreponerse a su destino, incluso cuando todo parece perdido.
Esta introducción al estudio de uno de los héroes de Boquerón no pretende solo rememorar el pasado, sino también conectar ese pasado con las lecciones que puede ofrecer a las futuras generaciones. La historia de Boquerón, con su mezcla de tragedia y heroísmo, es una invitación a reflexionar sobre los sacrificios que han cimentado la identidad nacional boliviana y sobre la importancia de honrar a aquellos que, en las peores condiciones, dieron todo por su país.
2. Metodología
La presente investigación adopta un enfoque cualitativo de carácter histórico, con el objetivo de analizar la Batalla de Boquerón en el contexto de la Guerra del Chaco, centrándose en las figuras clave de la resistencia boliviana, particularmente el subteniente Clemente Inofuentes. A través de la reconstrucción de los hechos, se busca recuperar la memoria histórica de este acontecimiento y su impacto en la configuración de la identidad nacional boliviana.
2.1 Fuentes primarias
El análisis se sustenta en fuentes primarias que ofrecen una visión directa y contemporánea de los eventos de la Guerra del Chaco. Se han utilizado principalmente diarios de guerra escritos por los propios soldados y oficiales bolivianos que participaron en la contienda. Estos documentos aportan un relato detallado de las tácticas empleadas, las condiciones de vida de los soldados y la resistencia en Fortín Boquerón, lo que permite capturar la dimensión humana y estratégica de los hechos. Los diarios fueron consultados para obtener una cronología precisa de los eventos y para acceder a testimonios que reflejan el estado emocional y físico de los combatientes durante la defensa de Boquerón.
2.2 Fuentes secundarias
Asimismo, la investigación se ha nutrido de libros especializados sobre la Guerra del Chaco, escritos por historiadores y expertos en el tema. Estas fuentes secundarias proporcionan un marco de análisis que permite contextualizar el conflicto dentro de la historia boliviana y sudamericana. Los estudios consultados aportan interpretaciones críticas y perspectivas comparativas sobre la importancia de la Batalla de Boquerón, sus implicaciones estratégicas y las figuras clave que emergieron de este enfrentamiento.
2.3 Procedimiento
La metodología seguida en este estudio se basó en la recopilación y análisis documental. En primer lugar, se realizó una exhaustiva búsqueda de los diarios de guerra relevantes para la defensa de Boquerón, con especial atención a aquéllos que incluían menciones directas al subteniente Clemente Inofuentes. Posteriormente, estos documentos fueron contrastados con la bibliografía especializada para corroborar los hechos y obtener una comprensión más profunda del contexto estratégico y político. El análisis documental incluyó la clasificación de las fuentes en categorías temáticas, como las estrategias militares, las condiciones del conflicto, el liderazgo de Inofuentes y las consecuencias del combate. Esto permitió una organización coherente de los datos y facilitó la interpretación de los eventos en términos tanto militares como humanos.
2.4 Análisis de fuentes
El enfoque histórico-crítico fue utilizado para evaluar tanto las fuentes primarias como secundarias. En el caso de los diarios de guerra, se consideró el contexto en el que fueron escritos, así como las posibles limitaciones subjetivas inherentes a los relatos personales de los soldados. Los libros especializados, por su parte, se seleccionaron en función de su rigor académico, incluyendo trabajos que proporcionan una visión contrastada y balanceada de la Guerra del Chaco.
Para garantizar la precisión y objetividad en la interpretación de los hechos, se adoptó un enfoque comparativo entre los relatos de los diarios y las interpretaciones de los historiadores. Esta triangulación permitió validar los eventos descritos en los diarios con las reconstrucciones históricas más recientes, asegurando que las conclusiones extraídas estén bien fundamentadas.
2.5 Limitaciones
Si bien el uso de diarios de guerra ofrece una visión única y valiosa de la experiencia de los soldados, este tipo de fuente también presenta limitaciones. Los relatos personales pueden estar influenciados por el estado emocional de los autores, el paso del tiempo o la necesidad de justificar ciertas decisiones militares. Del mismo modo, algunas fuentes secundarias pueden reflejar interpretaciones historiográficas que no coinciden entre sí, lo cual requiere un análisis crítico por parte del investigador.
3. La defensa de Boquerón: heroísmo y sacrificio en el corazón de la Guerra del Chaco
La defensa del Fortín Boquerón, inmortalizada en la historia como un acto de heroísmo inigualable, fue más que una estrategia militar; fue una cuestión de dignidad nacional. El presidente Salamanca, decidido a no permitir una retirada deshonrosa, ordenó que el fortín no fuera abandonado bajo ninguna circunstancia, incluso a costa de la vida de sus defensores (Paz Soldán, 1989, p. 155). Este mandato convirtió la defensa de Boquerón en un símbolo de resistencia que costó a Bolivia la vida de más de un millar de sus mejores soldados y decenas de oficiales de carrera (Vergara Vicuña, 1941, p. 337).
En el centro de esta épica resistencia se encontraba el comandante Marzana, quien, con una planificación precisa y previsoramente estructurada, organizó la defensa de Boquerón. Bajo su mando, la seguridad del fortín se extendió mediante una red de puestos adelantados, destacando el camino Ramírez- Boquerón, supervisado por el subteniente Clemente Inofuentes, un oficial respetado por su experiencia y capacidad táctica (Antezana Villagrán, 1979, p. 155). La defensa de Boquerón no solo fue un acto de resistencia, sino una operación militar meticulosamente planeada.
David Zook Jr., en su obra La conducción de la guerra del Chaco, describe que el 9 de septiembre de 1932, a las 5:30 de la mañana, comenzó la ofensiva paraguaya con un intenso fuego de artillería. Tres baterías y doce morteros abrieron el ataque, marcando el inicio de una operación cuidadosamente coordinada. Los regimientos paraguayos Itororó y Curupayty, avanzando frontalmente en sus respectivos frentes, llevaron el peso de la ofensiva, buscando romper las defensas bolivianas en Boquerón (Zook, 1962).
El sector bajo el mando de Inofuentes, conocido como Punta Brava, desempeñó un papel fundamental en la defensa de Boquerón. Las fortificaciones en esta área, diseñadas con meticulosa precisión, formaban un intrincado laberinto de trincheras y nidos de ametralladoras dispuestos de manera tal que el fuego convergía de forma devastadora sobre cualquier punto que el enemigo intentara atacar. Esta disposición táctica convirtió a Punta Brava en una verdadera muralla, impenetrable a los avances paraguayos. Fue precisamente esa inexpugnabilidad la que llevó a los propios soldados paraguayos a bautizarla como “Punta Brava”, un nombre que refleja el respeto ganado a pulso por sus defensores. A pesar de repetidos intentos de captura, las fuerzas bolivianas bajo el mando de Inofuentes repelieron con éxito cada ofensiva, convirtiendo esa zona en un bastión decisivo para la resistencia del fortín (Marzana, 1991, p. 88).
El 11 de septiembre de 1932, a las 21:00 horas, unas señales luminosas comenzaron a parpadear en la distancia, como un presagio que cortaba la oscuridad. Se había ordenado disparar únicamente a distancias cortas, una instrucción que, en medio de la tensión, se seguía con una precisión casi ritual. Las tropas, como si esa calma calculada fuera lo único que los mantenía en pie, mostraban una disciplina férrea, esa que no solo consuela, sino que también da fuerza para seguir adelante, incluso cuando todo parece pender de un hilo. En el centro de esa batalla silenciosa, el Batallón Cuenca y la indomable Punta Brava, comandada por el subteniente Inofuentes, se enfrentaban a una de las pruebas más arduas: rechazar los ataques más furiosos del enemigo, que insistía una y otra vez en quebrar la línea en ese sector. Sin embargo, a pesar de la ferocidad del asedio, Punta Brava resistía como una roca, impidiendo el avance paraguayo. En esas horas interminables, la defensa no era solo una cuestión militar, sino un acto de voluntad pura, como si resistir significara mucho más que sostener una posición; era el eco de una nación aferrada a su dignidad (Antezana Villagrán, 1979, p. 194).
El ingenio y la valentía de Inofuentes no se manifestaban solo en la precisión con la que organizaba las fortificaciones, convertidas en auténticas fortalezas en medio del desierto, sino también en el efecto que tenía sobre la moral de sus hombres. Bajo su liderazgo, los soldados bolivianos resistían con una determinación férrea, conscientes de que cada centímetro de terreno que defendían era fruto de la cuidadosa planificación y del coraje implacable de sus oficiales. Punta Brava, ese sector en el que los ataques enemigos se estrellaban una y otra vez, no tardó en convertirse en un símbolo de ingeniosidad y sacrificio. Era más que un simple bastión militar; se transformó en el emblema de la resistencia boliviana, una representación palpable del espíritu que, a pesar de las adversidades, mantenía viva la esperanza y la lucha (Marzana, 1991, p. 89).
A pesar de los incesantes ataques paraguayos, que en varios momentos lograron llegar hasta las líneas bajo el mando de Inofuentes, la defensa se mantuvo firme, imperturbable ante la presión. A las 13:00 horas de un día decisivo, los soldados paraguayos, tras una ofensiva que los llevó a avanzar hasta unos escasos 50 metros de las posiciones bolivianas, fueron brutalmente repelidos. El fuego pesado y la feroz resistencia boliviana convirtieron el campo de batalla en un cementerio improvisado, dejando el terreno cubierto de cadáveres, un testimonio sombrío de la magnitud de la lucha (Marzana, 1991, p. 127). Sin embargo, éste fue solo uno de los innumerables embates que los defensores de Boquerón enfrentaron sin vacilar, demostrando una vez más que su resistencia no se medía solo en número de bajas, sino en la inquebrantable voluntad de no ceder ni un palmo de terreno.
El 17 de septiembre, en el punto álgido de la batalla, figuras como Inofuentes, Dávila Infante, Juan de Dios Guzmán y Renato Sáenz lucharon hombro a hombro con sus soldados, cumpliendo con el solemne juramento de defender la patria hasta las últimas consecuencias (Taborga, 1970, p. 180). Estos hombres no solo comandaban desde las trincheras, sino que también compartían las mismas penurias y riesgos que sus tropas, infundiendo valor en cada combate. La fortaleza que demostraron, incluso cuando las condiciones se tornaban desesperadas, personificaba el espíritu inquebrantable de los defensores de Boquerón, cuya resistencia era mucho más que una táctica militar: era una prueba de su lealtad absoluta a la causa boliviana.
Desde las 6:15 horas comenzó un intenso bombardeo de artillería que superó en magnitud a cualquier otro día del asedio. Durante dos horas continuas, 22 cañones y 12 morteros desataron un fuego incontrolado sobre las posiciones bolivianas, causando estragos y alterando la configuración del terreno. A las 8:15, el fuego de la infantería paraguaya se sumó a la ofensiva, prolongándose hasta las 13:00 horas. Este ataque coordinado buscaba debilitar las defensas de Boquerón mediante una combinación sostenida de artillería e infantería (Antezana Villagrán, 1979, p. 195).
El sector bajo la dirección de Inofuentes fue uno de los puntos más atacados por los paraguayos, quienes concentraron allí gran parte de sus fuerzas. Sin embargo, la serenidad y el coraje de la primera compañía del Regimiento Campos, a su mando, demostraron que la defensa de Boquerón era más que una simple batalla; era una lucha por el honor, la patria y la supervivencia de un pueblo. Punta Brava, con su red de trincheras y su resistencia incansable, se erige como un testimonio perenne del sacrificio de estos héroes, cuyo valor dejó una huella indeleble en la memoria de la Guerra del Chaco (Marzana, 1991, p. 130).
El amanecer del 18 de septiembre de 1932 fue testigo de un rugido de artillería que rompió el silencio abrasador del Chaco. A las 4 de la mañana, mientras el sol apenas acariciaba el horizonte, las posiciones bolivianas en Boquerón comenzaron a sufrir el embate más feroz que el enemigo había lanzado hasta ese momento. En el corazón de esa tormenta de acero y fuego, el subteniente Clemente Inofuentes mantenía su mirada firme, como si el estruendo de las balas no fuera más que el eco de una vieja melodía conocida. Su sector, Punta Brava, era ahora el epicentro del ataque paraguayo. “Las fuerzas paraguayas se han acercado demasiado. Están a lo sumo a veinte pasos”, diría más tarde Arzabe Reque (1961, p. 84), describiendo aquel instante en que el destino parecía inclinarse peligrosamente hacia el lado del invasor. Y, sin embargo, no hubo pánico. Bajo las órdenes de Inofuentes, cada soldado ajustó su arma, con la instrucción precisa de que cada disparo debía ser certero, de hombre a hombre, como si con cada bala se estuviera apostando el honor de una nación.
Los hombres de Inofuentes no se apresuraron. Sabían que en sus manos no solo estaba la defensa de una posición estratégica, sino también la memoria de los que ya habían caído. Las fuerzas paraguayas, como una ola incansable, se estrellaban una y otra vez contra las fortificaciones bolivianas, convencidos de que su número les daría la victoria. Pero Boquerón, en ese rincón llamado Punta Brava, era una fortaleza de voluntades inquebrantables. “La fuerza arrolladora del grueso del ejército paraguayo está frente a nuestras posiciones; pero la defensa es invulnerable” (Arzabe Reque, 1961, p. 84). No era el armamento, ni siquiera la destreza táctica lo que sostenía a esos hombres; era algo más antiguo y más profundo, un juramento no pronunciado pero inquebrantable: defender cada palmo de tierra como si en ello les fuera la vida misma. Y de hecho, así era.
Entonces, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante de furia, se desató la más terrible de las batallas. Los paraguayos estaban a solo veinte pasos, y sin embargo, no lograron avanzar un solo centímetro más. “Todo es inútil; ni la fuerza de los titanes hará que los defensores cedan un palmo de terreno. La furia guerrera está en todo su vigor” (Arzabe Reque, 1961, p. 84). Era como si el destino mismo se hubiera atrincherado junto a los hombres de Inofuentes, impidiendo que el enemigo quebrara sus líneas. Punta Brava, más que un pedazo de territorio, se convirtió en un símbolo de resistencia eterna, de ese tipo de heroísmo que no busca la gloria, sino la dignidad silenciosa de resistir hasta el último aliento. En ese rincón del Chaco, donde el calor y la muerte parecían ser las únicas certezas, la historia de Bolivia se seguía escribiendo con balas, sudor y sangre.
4. Punta Brava: el bastión infranqueable de la resistencia boliviana
La defensa de Punta Brava, liderada por el subteniente Clemente Inofuentes, se consolidó como uno de los episodios más destacados y admirables de la Guerra del Chaco, tanto por su brillantez táctica como por la resistencia implacable que ofreció frente a los repetidos embates del enemigo. Inofuentes, demostrando una extraordinaria capacidad estratégica, organizó un complejo sistema de fortificaciones que los paraguayos compararon con un “laberinto”. Estas defensas, meticulosamente coordinadas, permitían que el fuego convergiera sobre cualquier punto de ataque enemigo, convirtiendo el terreno en una trampa mortal para los invasores (Marzana, 1991, p. 88). Este ingenioso diseño se convirtió en una fortaleza casi impenetrable, resistiendo ataques intensos apoyados por ametralladoras, morteros y artillería pesada.
En comparación con otros sectores del frente, Punta Brava se destacó como un modelo de fortificación semipermanente, cumpliendo con todos los requisitos para repeler al enemigo. Su efectividad fue tal que, a pesar de los furiosos asaltos paraguayos, las tropas defensoras, lideradas por Inofuentes, impidieron cualquier avance significativo (Marzana, 1991, p. 88). Cada intento de las fuerzas paraguayas por tomar la posición fue rápidamente frustrado, dejando un rastro de bajas entre los atacantes.
El mérito de esta defensa recayó en gran medida sobre los hombros de Inofuentes, quien no solo diseñó las fortificaciones, sino que también las supervisó con una entrega incansable. Su trabajo fue ampliamente elogiado por sus superiores y compañeros, ganándose el respeto y admiración de sus tropas. Bajo su liderazgo, los soldados bolivianos defendieron Punta Brava con un sentido renovado de moral y compromiso, conscientes de que estaban dirigidos por un líder brillante y comprometido (Marzana, 1991, p. 89). El sistema de trincheras y nidos de ametralladoras no solo protegía a las tropas, sino que permitía desatar un castigo devastador sobre el enemigo, asegurando el éxito defensivo de la posición.
Como la describía un historiador uruguayo: al llegar a la Punta Brava, sentí la emoción más obvia, esa que atraviesa el cuerpo como un relámpago seco: eran más fuertes. De repente, todo el drama de la batalla cobró sentido, como si el aire pesado de la tarde llevara consigo el eco de cada disparo, cada grito ahogado. Allí, la alevosía se encarnaba en los nidos de ametralladoras, inclinados como serpientes al acecho, esperando el momento de morder. Cada rincón del terreno se había convertido en un flanco del peligro, donde la muerte acechaba sin tregua, una presencia palpable que dominaba la escena” (Brezzo y Reali, 1998).
Uno de los momentos más críticos en la defensa de Punta Brava ocurrió cuando los paraguayos lograron avanzar hasta 50 metros de las posiciones bolivianas, causando numerosas bajas en el proceso. A pesar de la proximidad del enemigo, las fuerzas bolivianas, con sus bayonetas caladas, repelieron el asalto con una ferocidad implacable. Las ametralladoras bolivianas segaron filas enteras de atacantes, obligándolos a retroceder hacia los montes, perseguidos por el fuego continuo de los defensores (Marzana, 1991, p. 127). Esta primera maniobra enemiga fue completamente desarticulada, lo que llenó de satisfacción a las agotadas tropas bolivianas.
El enemigo, reconociendo la importancia estratégica de Punta Brava, concentró gran parte de sus esfuerzos en romper las defensas dirigidas por Inofuentes. Sin embargo, los soldados del Regimiento Campos, bajo su mando, se destacaron por su serenidad y coraje, cualidades que fueron especialmente reconocidas por Marzana, quien resaltó el papel crucial que desempeñaron tanto los oficiales como las tropas en mantener la línea defensiva frente a los incesantes ataques paraguayos (Marzana, 1991, p. 130).
La defensa de Punta Brava, más allá de su impecable valor táctico, es un testimonio perdurable del heroísmo de los hombres que, bajo la dirección de Inofuentes, convirtieron ese terreno en un símbolo de resistencia frente a las adversidades de la guerra. A través de su valentía, lograron que Punta Brava quedara inscrita para siempre en la memoria histórica de Bolivia.
Después del fiasco de los ataques paraguayos por reconquistar Boquerón, del 12 al 29 de septiembre, el comando paraguayo ordenó reorganizar las unidades para un “sitio reglamentario” (Antezana Villagrán, 1979, p. 197):
El sitio ofensivo es una de las voces militares más curiosas, porque parecería que solo los atacantes son protagonistas del sitio o los que tienen intervención principal por la iniciativa en la operación. Además, parecería que sólo los sitiadores podrían vencer en esta lucha: con la conquista, pues, si desisten de ella o si son alejados por una salida, las cosas quedaban como estaban antes (Cabanellas de Torres, 1961, p. 471).
La batalla de Boquerón tuvo dos etapas: los cuatro primeros días el ataque paraguayo se concentró en el fortín. Los 19 restantes se disemino, abriéndose en abanico: el grueso de las tropas persistió sobre Boquerón, pero ya desde el día 10 de septiembre, tras su fracaso del día anterior, los paraguayos comenzaron a organizar una fuerte línea de resistencia que fue robusteciéndose más y más en los días subsiguientes” (Peñaranda, 1943).
5. La caída de Boquerón: honor en medio de la tragedia
La caída del Fortín Boquerón marcó uno de los episodios más conmovedores y dramáticos de la Guerra del Chaco, un momento de sacrificio y agotamiento extremo en el que los defensores bolivianos, pese a su heroica resistencia, se vieron forzados a rendirse. Desde el comienzo, Punta Brava, bajo el mando del subteniente Clemente Inofuentes, fue el epicentro de los ataques paraguayos. En un asalto final, los paraguayos, armados con bayonetas, se lanzaron brutalmente sobre las posiciones bolivianas, pero la feroz resistencia de los defensores infligió centenares de bajas al enemigo (Marzana, 1991, p. 173).
A pesar de las bajas sufridas, el 13 de septiembre Inofuentes seguía defendiendo su sector con determinación. Marzana (1991) relata cómo llevó una pieza Semack para reforzar las defensas, despejando temporalmente el área de enemigos y permitiendo un breve respiro a los agotados soldados (p. 178). Sin embargo, la presión del enemigo era imparable. Con armas automáticas y morteros Stokes castigando continuamente a Punta Brava, las líneas bolivianas comenzaron a ceder, obligando a los defensores a retroceder 50 metros y a dejar un nido de ametralladora como último bastión (p. 213).
El impacto emocional de la caída también fue devastador. Inofuentes, al acudir rápidamente a sus posiciones tras escuchar los gritos de auxilio, no pudo contener las lágrimas al ver la magnitud del desastre y la pérdida de sus compañeros de armas, con quienes había compartido años de lucha desde su llegada al Chaco en 1931 (Marzana, 1991, p. 226). Esta tragedia no solo reflejaba una derrota militar, sino también la pérdida irreparable de camaradas, lo que subrayaba el costo humano de la guerra.
El 28 de septiembre, los ataques paraguayos alcanzaron su punto más alto. De los 600 hombres que habían comenzado la defensa, las fuerzas bolivianas se habían reducido drásticamente. Con 160 heridos y 30 muertos, la situación se tornó insostenible (Vergara Vicuña, 1941, p. 339). Al día siguiente, el capitán boliviano informó a sus hombres que ya no había municiones suficientes para resistir ni media hora más de combate, y que muchos soldados estaban tan debilitados que no podían luchar cuerpo a cuerpo (Vergara Vicuña, 1941, p. 339). La rendición era inevitable.
A pesar de la desesperación, la rendición fue un acto de dignidad. “Estamos sin víveres ni municiones; de lo contrario, esta rendición no podría justificarse”, afirmó el comandante, consciente de la responsabilidad histórica de salvar a sus valientes soldados de una masacre innecesaria (Vergara Vicuña, 1941, p. 344). Horas antes de la capitulación, Inofuentes, completamente agotado, se desvaneció mientras recorría las trincheras de Punta Brava repartiendo cigarrillos, un último gesto de camaradería para elevar la moral de sus hombres (Querejazu Calvo, 1975, p. 83). Este gesto simboliza el dramatismo y la dureza de las horas finales en Boquerón.
El amanecer del 28 de septiembre de 1932 no llegó con la promesa de la luz, sino con el eco ensordecedor de la artillería. Eran las cinco de la madrugada cuando Boquerón se transformó en un infierno de pólvora y metal. “Estruendo de artillería y morteros asemejan al cataclismo de la tierra. Ráfagas de ametralladoras y disparos de fusil hacen del reducto de Boquerón un verdadero pandemónium. Explosiones y más explosiones retumban en el espacio. Granizadas de plomo fundido caen sobre las huestes que al mando del coronel Marzana se baten como verdaderos leones contra un enemigo veinte veces superior” (Arzabe Reque, 1961, p. 142). En medio de ese caos apocalíptico, los soldados bolivianos luchaban no solo contra el enemigo, sino contra la propia naturaleza, que parecía conspirar para extinguirlos. Era una lucha entre espectros, entre sombras que se negaban a morir bajo el peso de la muerte que ya los acechaba desde todos los ángulos.
Boquerón, más que una batalla, era una danza macabra, donde cada explosión era un latido más del corazón agónico de Bolivia. El coronel Marzana, consciente de que el final estaba cerca, pidió a sus oficiales que informaran sobre las municiones restantes. La respuesta llegó con la frialdad de un epitafio: “Mi coronel, en mi sector tengo como promedio tres cartuchos. En las dos piezas de ametralladoras, medio cargador; disponibles para una lucha de tres minutos con blancos asegurados” (Arzabe Reque, 1961, p. 144). La realidad era implacable, el enemigo avanzaba con una fuerza veinte veces superior, y los defensores de Boquerón tenían lo justo para un último suspiro, un último rugido antes de ser silenciados para siempre.
Otro oficial, con la voz quebrada por el cansancio, añadió: “Si bien tengo en mi sector unos doscientos cartuchos de guerra distribuidos entre treinta y dos soldados, éstos ya no pueden sostenerse por la deshidratación de sus cuerpos y por la falta de algo que les sirva para llevarse a la boca” (Arzabe Reque, 1961, p. 144). Así, los últimos guerreros de Boquerón, esos espectros que luchaban contra el destino, sabían que su resistencia estaba marcada por minutos y balas contadas. Y, aun así, en medio de ese pandemónium de explosiones y desolación, se aferraron a cada centímetro de tierra como si fuera el último rincón de dignidad que les quedaba. Boquerón no era una derrota, era un monumento a la resistencia humana, una afirmación de que el valor, incluso en la derrota, puede ser más poderoso que la victoria.
La capitulación, descrita como “honrosa sin bayonetas”, fue un símbolo del valor boliviano, un acto que permitió evitar una masacre y que resaltó el espíritu inquebrantable de los defensores. Inofuentes, a pesar de su agotamiento físico y emocional, siguió siendo un pilar de fortaleza para sus compañeros, demostrando una valentía que fue más allá de lo militar.
El 29 de septiembre, tras una reflexión profunda entre los oficiales, entre ellos Inofuentes, se acordó la rendición. Se trataba de una decisión unánime y honorable, basada en principios militares y humanitarios, que buscaba salvar a los heridos y preservar lo poco que quedaba del armamento (Marzana, 1991, p. 248). Esta rendición fue un acto de honor, enmarcado en la práctica militar y las normas internacionales.
El cifrado del coronel Peña informaba sobre la situación en Boquerón con una precisión inquietante: “P.C.D.I.4. Sector Boquerón: a las 5:50 horas se escuchó un intenso tiroteo en dicho fortín, que cesó tras 50 minutos. Luego se oyó una inmensa algarabía, síntoma evidente de que se había producido un asalto. Poco después, se reanudó el fuego. El destacamento Peñaranda permanece en sus posiciones sin ninguna variación... (Fdo) PEÑA” (Antezana Villagrán, 1979, p. 220). Este mensaje refleja el drama que se vivía en el campo de batalla, con constantes fluctuaciones entre el asalto y la defensa, manteniendo en vilo la resistencia en Boquerón.
Peñaranda revive ese momento crucial en sus “Memorias sobre la campaña del Chaco” con un tono que captura la tensión y el desenlace inevitable: “Sentimos de pronto un intenso fuego de ametralladoras y de artillería que se prolongó durante una hora. Al cabo de ella, escuchamos la algazara, los gritos de victoria de los paraguayos. El fortín había capitulado” (Peñaranda, 1943). Estas palabras reflejan el dramatismo del momento en que la resistencia de Boquerón, después de semanas de férrea defensa, llegó a su fin, marcando un punto decisivo en la guerra que dejó una profunda huella en todos los involucrados.
El cifrado N° 245 del 30 de septiembre de 1932 confirma de manera oficial la caída del fortín Boquerón:
Escuadrilla que voló hoy por la mañana constató movimiento de camiones que salían de Boquerón hacia Isla Poí, lo que confirma la caída de ese fortín en poder de los paraguayos. Se organiza la defensa en el sector Yujra - Lara - Ramírez - Castillo, hasta recibir importantes refuerzos - (Fdo.) Quintanilla” (Antezana Villagrán, 1979, p. 220).
Este mensaje refleja el momento crítico en que las fuerzas bolivianas asumieron la pérdida de uno de los puntos más emblemáticos de la resistencia, preparando nuevas líneas de defensa mientras trataban de reorganizarse ante la creciente presión enemiga.
El día después de la rendición, la guerra demostró una vez más su implacable crudeza. El coronel paraguayo Fernández, incrédulo ante la resistencia de Marzana con solo 240 hombres en los últimos días, ordenó un recuento de cadáveres, convencido de que debía haber más soldados ocultos en el bosque. Al preguntar por las ametralladoras, le respondieron que estaban destruidas. La bandera del fortín, símbolo de resistencia, permanecía desaparecida (Taborga, 1970, p. 107). Aunque la batalla de Boquerón había terminado, el impacto de esta resistencia épica y sacrificada seguiría viviendo en la memoria de los que lucharon por su patria, hombro con hombro, hasta el último aliento.
La bandera fue rescatada por el subteniente Clemente Inofuentes, quien, negándose a permitir que fuera enterrada, se apoderó de ella en un acto de profundo simbolismo. La enrolló cuidadosamente alrededor de su cuerpo y, con esa misma bandera abrazada a su piel, marchó prisionero al Paraguay. Durante su cautiverio, Inofuentes la guardó con esmero, protegiéndola como un tesoro inestimable, una pieza que representaba no solo el orgullo de su unidad, sino también el honor de la patria. A pesar de las adversidades y el tiempo pasado en prisión, la bandera regresó a Bolivia junto con su defensor, quien había cumplido su promesa de preservarla a toda costa (Castro Arze, 2008).
Inofuentes relató con detalle cómo logró salvar la bandera en medio de la caída de Boquerón: “Cuando cayó Boquerón, la oculté en mis botas, envolviéndola alrededor de mis piernas. Durante el cautiverio, algunos oficiales me ayudaron a mantenerla escondida, protegiéndola del descubrimiento. En el momento de la repatriación, la cosí como entretela de mi blusa y así, sin que nadie lo supiera, la bandera retornó conmigo a la patria”. (Castro Arze, 2008). Este acto de astucia y lealtad no solo salvó un símbolo de la resistencia, sino que se convirtió en un emblema del espíritu de lucha y la dignidad que Inofuentes y sus compañeros llevaron consigo a lo largo de la guerra.
6. Cautiverio y resistencia: la lucha por la libertad en tierras enemigas
El cautiverio de los soldados bolivianos durante la Guerra del Chaco fue una experiencia profundamente desgarradora, marcada por el sufrimiento y la resistencia, por la cual la juventud de toda una generación quedó signada por el martirio y las injusticias. Durante tres largos años, aquéllos que habían combatido con valor se vieron atrapados en tierras enemigas, enfrentando tribulaciones que no solo truncaron su futuro, sino también quebraron el espíritu de quienes habían luchado por la defensa de su patria. El subteniente Clemente Inofuentes, junto a otros compañeros prisioneros, vivió este calvario, en el cual la esperanza de libertad parecía inalcanzable, pero nunca se extinguió (Taborga, 1970, p. 112).
El teniente coronel Marzana, llevado como prisionero a Asunción, no pudo contener la carga de frustración que lo atormentaba desde la caída de Boquerón. Fue allí, en tierra enemiga y con la mirada vigilante de sus captores, donde formuló una acusación grave y directa contra el general Quintanilla. Aseguraba que las medidas tomadas por él no correspondían a la enorme responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. Parecía imposible que un hombre de la estatura moral y el temple de Marzana pudiera cometer semejante indiscreción en ese escenario, donde cada palabra se volvía un riesgo y cada pensamiento un peligro latente. Conocía bien la escasez de recursos, los pocos hombres y las magras provisiones con las que se había iniciado aquella campaña defensiva, una lucha que, desde el principio, parecía destinada al infortunio. Sin embargo, el peso de la derrota lo llevó a decir lo que quizás nunca debió haber dicho, revelando, bajo la presión del cautiverio, una grieta en el honor de los que resistieron hasta el último aliento (Guerrero, 1934).
En medio de este sombrío cautiverio, surgió uno de los actos más audaces: la evasión del campamento de Paraguarí. En una noche cubierta por una tormenta tropical que les brindó la protección necesaria, Inofuentes, junto a los subtenientes Armando Escobar Uría y el soldado Touchard, emprendieron una peligrosa huida, desafiando las alambradas del campamento paraguayo. Su objetivo era claro: alcanzar la frontera argentina, convencidos de que la neutralidad de esa nación les garantizaría la tan ansiada libertad (Taborga, 1970, p. 114).
El escape fue agotador. Durante doce días caminaron incansablemente, enfrentándose al hambre, la fatiga y los desafíos del terreno. Sin embargo, al llegar a la frontera correntina, la aparente promesa de libertad se convirtió en una amarga traición. La gendarmería argentina, en lugar de brindarles el asilo que esperaban, los capturó bajo la falsa acusación de ser cuatreros, entregándolos posteriormente como un trofeo a las autoridades paraguayas de Villa Florida (Taborga, 1970, p. 115). Este episodio evidenció no solo el desprecio por la neutralidad, sino también la fragilidad de la esperanza en medio de la guerra.
Humillados y maniatados, los soldados bolivianos fueron exhibidos públicamente como un ejemplo de lo que sucedería a quienes intentaran escapar. Su objetivo era claro: sembrar miedo y desesperanza entre los prisioneros. Tras ser expuestos, fueron recluidos en el presidio destinado a delincuentes comunes en la capital colonial de Asunción, un lugar donde su condición de prisioneros de guerra fue negada, intentando reducir su dignidad al nivel de criminales ante los ojos del pueblo (Taborga, 1970, p. 115).
Este capítulo en la vida de Inofuentes y sus compañeros no solo demuestra su valentía, sino que también expone la brutalidad y las injusticias a las que fueron sometidos. Su intento de fuga, aunque frustrado, se convirtió en un símbolo de la lucha incesante por la libertad y la dignidad, incluso en las horas más oscuras de la guerra. Estos hombres, que se negaron a aceptar la opresión pasivamente, encarnaron la resistencia incansable de toda una generación que no solo se enfrentó al enemigo en el campo de batalla, sino también a la crueldad de la guerra en su forma más despiadada y deshumanizante.
La historia del cautiverio de Inofuentes es un testimonio de la fortaleza moral que prevaleció frente a la adversidad. A pesar de las condiciones inhumanas a las que fueron sometidos, su espíritu de lucha no fue quebrantado. La resistencia de estos hombres representa un recordatorio duradero de la perseverancia y el sacrificio de aquellos que se enfrentaron a las peores formas de injusticia, manteniendo viva la llama de la esperanza y la libertad.
7. Regreso a Bolivia y legado: el soldado que se convirtió en símbolo de transformación
El 14 de junio de 1935, los ecos de la Guerra del Chaco finalmente se silenciaron, poniendo fin a la brutal contienda que había teñido de sangre los áridos campos del “infierno verde”. Desde los confines de Alberdi, Formosa y Tartagal, los prisioneros bolivianos, escoltados por la Comisión Militar de los Neutrales, emprendieron el camino de regreso a su patria. Al llegar a suelo boliviano en San Antonio de Villa Montes, los oficiales que habían defendido Boquerón, entre ellos el subteniente Clemente Inofuentes, fueron llamados a presentarse ante la Jefatura del Estado Mayor en Campaña (Taborga, 1970, p. 119).
Sin embargo, en lugar de recibir el reconocimiento que merecían, estos oficiales fueron acusados de traición. Un mando militar en la retaguardia, lejos de los campos de batalla, los increpó con dureza, afirmando que habían conspirado contra la seguridad nacional y entregado cobardemente sus posiciones al enemigo. Este incidente expuso la amarga fractura dentro del ejército boliviano: la confrontación entre los verdaderos combatientes del frente, como Inofuentes, y aquellos “héroes” de la retaguardia que jamás pisaron el campo de batalla. La respuesta de Inofuentes fue categórica y desafiante: “La revolución ha de venir inexorable por obra de la generación desangrada en el matadero del Chaco” (Taborga, 1970, p. 119).
Y esa revolución no tardó en llegar. La frustración acumulada por los veteranos del Chaco se transformó en un impulso colectivo de cambio, alimentado por la decepción con el liderazgo militar y político que había fallado a sus soldados. Este descontento encontró eco en los movimientos políticos emergentes, como el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que buscaba figuras fuertes y carismáticas para encabezar una transformación profunda del país. Fue en este clima de agitación que Clemente Inofuentes, forjado en el crisol de la guerra, comenzó a ganar protagonismo dentro de los círculos revolucionarios (Barrero, 1976, p. 134).
En la Revolución Nacional, el mayor Clemente Inofuentes desempeñó un papel clave al asumir el control del Regimiento de Infantería Colorados de Bolivia, cuya sede se encontraba en la calle Sucre (Rocha Monroy, 2008, p. 190). Este movimiento fue parte de las acciones estratégicas que marcaron el curso de la revolución, en las que Inofuentes jugó un rol determinante en la toma de posiciones clave para asegurar el éxito de la insurgencia.
Triunfante en la revolución, el MNR, en un movimiento calculado para capitalizar el creciente descontento de los veteranos y sectores del ejército, sorprendió al proclamar a Clemente Inofuentes como vicepresidente en una sesión parlamentaria el 18 de noviembre, sin consulta previa con el gobierno ni con las autoridades militares (Barrero, 1976, p. 134). Este inesperado nombramiento no solo reflejaba el ascenso del poder militar en la política boliviana, sino también el reconocimiento a figuras como Inofuentes, cuya valentía en el campo de batalla y firme liderazgo le habían otorgado un estatus incuestionable como líder natural en una época de grandes transformaciones. Su elección representaba el peso de los veteranos y militares en la configuración del nuevo panorama político del país.
Posteriormente, Inofuentes fue nombrado ministro de economía e industria en el nuevo gabinete militar, consolidando así su rol en la reconstrucción de Bolivia tras los estragos de la guerra (Barrero, 1976, p. 240). Acompañado por otros líderes militares, asumió la responsabilidad de liderar un gobierno que buscaba no solo reconstruir el país, sino también modernizarlo e impulsar una mayor inclusión social. Su participación en este proceso subrayó su importancia en la transición del militarismo al desarrollo político y económico de la nación.
El legado de Clemente Inofuentes, desde su firme resistencia en Boquerón hasta su participación en la Revolución Nacional, es el de un hombre cuya vida estuvo profundamente marcada por la defensa de Bolivia en todos los frentes: el militar, el político y el moral. Su experiencia como prisionero de guerra, sumada a la traición que sufrió por parte de los mandos de la retaguardia, lo convirtió en un símbolo del coraje y la frustración de toda una generación que vio en él un reflejo de su propio sacrificio.
Inofuentes no solo simbolizaba el tránsito de los militares del campo de batalla a las intrincadas arenas de la política, sino también la rara capacidad de convertir el sufrimiento en una fuerza imparable de cambio social. Su legado es el de un hombre que, habiendo enfrentado las adversidades más extremas, no cejó en su empeño de luchar por la justicia y la dignidad de Bolivia. Su vida, marcada por el sacrificio y las injusticias que soportó con la frente en alto, nos recuerda que las verdaderas revoluciones no nacen del poder ni de las traiciones que a menudo lo acompañan, sino del compromiso profundo con el honor, la patria y la promesa de una sociedad mejor.
Inofuentes es un símbolo de esperanza incandescente para una nación que, como él, buscaba redimirse tras las cicatrices imborrables de la guerra. Su legado sigue vivo, no solo como un símbolo de perseverancia y dedicación, sino también como un ejemplo inmortal para todos aquellos que, en cualquier rincón del mundo, se levantan en defensa de la justicia y el cambio, incluso en los momentos más oscuros de la adversidad.














