Y oí la voz del Señor que decía: ¿a quién enviaré, y quién irá por nosotros?
Entonces respondí: heme aquí; envíame a mí (Isaías 6:8)
1. Antecedentes
La Guerra del Chaco fue un hito social a gran escala. La sociedad boliviana se vio envuelta en una realidad que quebrantaba su estabilidad. Decenas de miles partieron a la contienda del Chaco a lo largo de los tres años que duro el conflicto (1932-1935), separando familias por un tiempo, indeterminado en algunos casos y permanente en otros. Fue en este proceso que muchos bolivianos, al verse alejados de su lugar de origen, de sus seres queridos y de su cotidianidad para enfrentarse al campo de batalla, al hostil clima chaqueño y al enemigo, vieron afectada su realidad en varios aspectos. Solo uno permanecía en pie y que serviría como pilar de apoyo a los combatientes, y ese aspecto era la espiritualidad.
Debido a sus antecedentes coloniales españoles y a la simbiosis cultural y espiritual, la sociedad boliviana que tuvo que enfrentar la realidad bélica de la contienda chaqueña tenía arraigada en sí misma la fe católica, la misma que sería base de su espiritualidad y de muchas de las creencias sociales existentes en ese momento, varias de las cuales aún persisten hoy en día. Es de esta forma que la Iglesia Católica tenía una fuerte presencia en la sociedad boliviana, una jerarquía eclesiástica y un accionar social constante. Existían escuelas y colegios, hospitales y postas sanitarias, orfanatos y asilos donde feligreses católicos, así como miembros del clero, participaban activamente.
Iniciado el conflicto con el Paraguay, muchos partieron a la zona de operaciones; se organizó el envío de sacerdotes y otros miembros del clero católico para ser partícipes de la contienda, pero no como combatientes, sino como colaboradores de la Cruz Roja boliviana, como sanitarios, enfermeros y ayudantes de hospitales de campaña, entre otras actividades. Pero la principal atención a los combatientes bolivianos, tanto a aquellos heridos en acción de combate, que cayeron en dolencias por enfermedades, como a los que la estadía en la contienda representaba una gran carga moral, era psicológica y espiritual.
Al mismo tiempo de ejercer estas atenciones médicas y espirituales, estos miembros de la Iglesia debían cumplir con su labor evangelizadora y con la eucaristía en las misas de campaña, escuchar confesiones, dar absoluciones, otorgar bendiciones y administrar los diversos sacramentos a los soldados en campaña. Todo ello en favor del bienestar espiritual de los combatientes, quienes fueron testigos del accionar de los prelados en el Chaco Boreal.
Es así que surgieron los “capellanes de campaña”, que dejaron sus parroquias a manos de seminaristas o diáconos, se enrolaron en el ejército con el grado de oficial o suboficial, y vestidos con uniforme militar partieron a la guerra para servir de apoyo y dar consejo a varios de sus antiguos feligreses, quienes veían en ellos al guía y sacerdote que les apoyaría espiritualmente (Chambi Ocaña, 2019, p. 163).
2. Contexto social y eclesiástico
A fines del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, en Bolivia la Iglesia Católica era un ente religioso fundamental, cuya religión oficial era la fe católica. Por tal motivo se produjo la presencia de sacerdotes tanto nacionales como extranjeros llegados en calidad de misioneros o colaboradores con las diversas congregaciones de fe católica, así como la activa participación de monjas, monjes y frailes que inspiraban vocaciones religiosas y participaban activamente dentro de la sociedad boliviana. Menester es mencionar también que el trabajo clerical, así como la vida religiosa exige los votos de obediencia, pobreza y castidad, los mismos que deben ser practicados de por vida. Tal decisión radical y permanente podría determinar la falta de vocaciones religiosas en aquella época, pero que a la vez determinaba el valor y dedicación de quienes sí aceptaban el llamado a la vida religiosa.
Para inicios de 1932, la Iglesia Católica en Bolivia estaba organizada territorialmente en las diócesis de La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Oruro, Potosí y Tarija, los vicariatos apostólicos del Beni, de Chiquitos y el Chaco, así como la arquidiócesis de Sucre. En las capitales departamentales existían catedrales, monasterios y conventos. En las áreas circundantes había parroquias y capillas, así como en las áreas alejadas de los centros urbanos se encontraban iglesias poblacionales o misiones de evangelización dependientes del clero secular o de las órdenes religiosas existentes en Bolivia, tales como los franciscanos, los agustinos, los carmelitas, etc. Grupos de monjes, monjas y frailes que tomaban los votos religiosos y dependiendo de su carisma religioso formaban parte de la realidad social donde se encontraban, servían como misioneros o vivían recluidos en su claustro conventual. Esta realidad apoyada por la sociedad y el gobierno bolivianos se debió en gran medida a que el país declaró como oficial la religión católica apostólica romana. En tal sentido, existía una buena relación internacional con la Santa Sede en el Vaticano y su santidad el Papa Pío XI. Es así como se encontraba social, económica y religiosamente establecida la realidad boliviana a inicios de 1932.
3. Organización y jerarquía
Iniciada la guerra del Chaco, se consideró pertinente la participación de los sacerdotes católicos como capellanes de campaña. Dicha organización de envío de prelados a los campos de batalla no era ajena al ejército boliviano, teniendo en cuenta el antecedente histórico de que fue un sacerdote, el reverendo padre José Antonio Medina, cura de Sicasica, quien acompaño a Pedro Domingo Murillo en la revolución del 16 de julio 1809. Así como fue el cura Idelfonso de las Muñecas quien dirigió la republiqueta de Larecaja. Pero aparte del accionar bélico propio del ente militar nacional, los sacerdotes ya no empuñarían armas, sino que se dedicarían a la atención médica y espiritual de los combatientes mediante los sacramentos, la confesión y el consuelo. Para tal organización se establece la base del Código del Derecho Canónico, que en su parte II establece la constitución jerárquica de la Iglesia y de los capellanes; dicho elemento fue recabado por el historiador Rojas:
El capellán es un sacerdote a quien se le encomienda al menos en parte, la atención pastoral de alguna comunidad o grupo de fieles, (…) el capellán por razón de su cargo, tiene la facultad de oír las confesiones de los fieles encomendados a su atención, predicarles la palabra de Dios, administrarles el viático y la unción de los enfermos y también conferir el sacramento de la confirmación a los que se encuentren en peligro de muerte (Rojas, 2016, p. 1).
A todo lo mencionado, se incluyen los reglamentos castrenses del siglo XIX, con los que conjuntamente serían la base del accionar de los capellanes durante todo el tiempo que dure la Guerra del Chaco. Es después de las batallas de Laguna Chuquisaca, Boquerón y Mula Muerta, y mientras aún se dan los combates en las trincheras de kilómetro 7, específicamente el 25 de noviembre de 1932, que se aprueba el decreto supremo que establecía la jerarquía eclesial militar boliviana ( J.E.M.) Dicha organización seria la siguiente, según la investigación realizada por Rojas:
Obispo castrense: excelentísimo monseñor Cleto Loayza Gumiel primer Obispo de la Diócesis de Potosí
Vicario General Castrense: Tte. Cnl. Mons. Félix Delgadillo
Vicario del Primer Cuerpo: My. Luís A. Tapia
Vicario del Segundo Cuerpo: My. Alberto Cotier
Capellán de la Tercera División: Cap. Leonardo Swatrs
Capellán de la Cuarta División: Cap. Lucio Rojas
Capellán de la Quinta División: Cap. Medardo Torres
Capellán de la Séptima División: Cap. Pedro Miranda
Capellán de la Octava División: Cap. Julio García Quintanilla. (Rojas, 2016, p. 1).
Aparte de los mencionados, muchos sacerdotes y seminaristas también partirían en calidad de capellanes de regimientos o batallones, y otros en calidad de sanitarios o ayudantes de campo. Entre ellos estaban cuatro seminaristas recién ordenados junto a otros 12 compañeros de estudios que el 17 de marzo de 1933 partirían a la contienda bélica como parte del famoso destacamento 111 de Sucre. Así como ellos, muchos otros partieron a la contienda del Chaco. Rojas menciona que fueron cerca de más de un millar de capellanes que partieron a la guerra vistiendo uniforme militar, pero llevando la cruz de Cristo al pecho y con la misión evangelizadora a favor de sus feligreses.
4. Capellanes de guerra
Entre los muchos sacerdotes que partieron a la Guerra del Chaco es importante mencionar algunos que se destacaron por su labor religiosa y por el esforzado trabajo que realizaron tanto por los heridos de retaguardia y los combatientes de primera línea como por los cautivos en las prisiones paraguayas. Todos los capellanes de guerra dieron su máximo esfuerzo para el bien de las almas de los soldados en la Guerra del Chaco.
Es relevante indicar que el auxilio religioso y espiritual que otorgaban los capellanes en campaña estaba distribuido territorialmente entre los fortines de retaguardia, donde se encontraban los hospitales para la atención medica de los heridos y enfermo, en los puestos de sangre de segunda línea en los fortines de vanguardia, donde atendían a los heridos inmediatos del combate, así como daban las misas, escuchaban confesiones y realizaban absoluciones, y finalmente en las trincheras adelantadas de la línea de combate, donde se daban las bendiciones a las tropas antes de entrar en batalla. Asimismo, cuando se dieron casos en que los capellanes fueron capturados y recluidos en los campos de prisioneros, estos recibieron trato preferencial por su calidad de prelados y pudieron salir de los recintos de cautiverio y visitar a sus compatriotas prisioneros, dándose casos de que se celebraron misas en los campos de prisioneros. Es en todos estos lugares donde la labor de los capellanes se destaca en favor de los soldados en campaña.
El capellán Luis Alberto Tapia es el sacerdote católico y capellán de campaña con mayor reconocimiento de la Guerra del Chaco, ya que era capellán en funciones de la Cuarta División del ejército cuando se inició la campaña chaqueña, y como tal seria testigo y partícipe de hechos bélicos. Fue uno de los enviados por vía aérea para que enviase proclamas, documentos y víveres a los cercados de Boquerón en septiembre de 1932, mantuvo su presencia en fortín Yucra durante toda la batalla de Boquerón y estuvo presente en la retirada de Arce y la creación de la línea de combate en kilómetro 7, posteriormente conocido como Campo Jordán. También estuvo presente en los comandos divisionarios y en los hospitales de campaña donde estaba la Cuarta división, y en su regreso a las capitales departamentales, especialmente La Paz, a donde volvía cada cierto tiempo de estar presente en la línea de combate, realizaba conferencias y charlas contando la realidad de la Guerra del Chaco, narrando los actos heroicos, reconociendo el fervor patrio y el valor de los soldados y oficiales, así como reivindicando el honor y valor boliviano.
Entre sus anécdotas que rescatan los periódicos de la época, relatadas en sus conferencias, así como por otros autores testigos, está la vez que, después de dar misa en las trincheras de puesto Yucra, cerca de Boquerón, visitando los puestos adelantados, suplió como centinela a dos soldados que, cansados y exhaustos como estaban, a solicitud del prelado se quedaron dormidos mientras él vigilaba toda la noche. En otra ocasión relata la fuga de algunos prisioneros bolivianos que lograron evadirse con éxito y llegar a las líneas bolivianas. Así como también el trágico hecho de que un soldado indígena herido de gravedad recibió de él los santos oleos, diciendo al moribundo: “Hijo encomienda tu alma a Dios”. El soldado, en un tosco castellano, solo comprendió la palabra: “encomienda”, respondiendo al sacerdote: “Encomienda no ha llegaru tata, etapiru di ritaguardia ha comiru”. Asimismo, rescataría la imagen del niño Jesús de Campo Jordán, imagen religiosa creada de forma improvisada con material bélico que tenían a mano los soldados del regimiento “Chacaltaya” 27 de infantería, y que posteriormente seria llevada a la ciudad de La Paz.
Asimismo, su accionar como capellán y agregado a la Cruz Roja boliviana en la zona de combate toma realce durante la batalla de Campo Vía, una de las más relevantes de las acciones bélicas en el Chaco Boreal, tal como lo relata el teniente coronel Carlos Banzer, entonces comandante de la Cuarta División:
El capellán de la Cuarta División, Luis A. Tapia, se presentó en el comando divisionario trayendo una petición firmada por el cuerpo sanitario de las dos divisiones en la que, invocando la Cruz Roja Internacional, el estado de agotamiento y la insolación de una gran parte de los efectivos, pedían que por humanidad se suspendiese la lucha por ser ya estéril todo sacrificio (Querejazu, 2007, p. 215).
Es de esta manera que la carta del personal de sanidad entregada al comandante divisionario por parte del padre Tapia demostraba la realidad de la tropa combatiente cercada en Campo Vía y las acciones posteriores que concluirían con la rendición de la cuarta y novena divisiones bolivianas, tropas a las que el padre Tapia había asistido y atendido espiritual, emocional y materialmente. De la misma forma, el padre Tapia llegó a los campos de prisioneros, pues su calidad de capellán le daba la posibilidad de actuar con cierta libertad en territorio paraguayo, visitar hospitales y campamentos de cautivos, y realizar la entrega de encomiendas y víveres para los prisioneros bolivianos.
Por mediación del nuncio apostólico, el padre Tapia fue devuelto a Bolivia antes de la conclusión del conflicto, volviendo a realizar charlas y conferencias de sus vivencias en el cautiverio en el Paraguay. El accionar del padre Tapia como capellán de campaña fue uno de los más meritorios de la Guerra del Chaco.
Otro capellán importante fue el presbítero Carlos Gericke Suárez, natural de San José de Chiquitos. Según su biografía, redactada en la página del museo catedralicio de Santa Cruz que él fundaría años después de la guerra, se relatan sus actividades como capellán en 1933-1935 y en el hospital de sangre de Santa Cruz. Participó en las actividades del Regimiento de Infantería N° 9. Es durante su estadía en los puestos de sangre en los fortines adelantados que relataría sus impresiones en su diario de campaña, donde narra sus experiencias como capellán. En una de sus anotaciones señala:
… esta vez he estado alejado de la granizada de balas por ayudar al doctor Montaño, en su puesto de socorro, que está cerca del Comando del Regimiento, de tal manera que todos los que han caído en el asalto han muerto sin ningún auxilio religioso. Salí con un grupo de zapadores y camilleros, para cumplir con la piadosa tarea de enterrar a nuestros muertos. Hemos encontrado tan solo a 4, con los 7 de ayer suman 11 (…) Me he acercado a ellos con emoción. Con respeto y elevando a Dios una fervorosa plegaria por el eterno descanso de sus almas, luego ordené que abrieran cuatro fosas y no una común (Rojas, 2016, p. 2).
En este relato se nota la carga emocional y empatía que representaba la atención religiosa a los combatientes, así como las impresiones que causaban en el capellán dar la extrema unción a los soldados caídos, el respeto mezclado con la admiración y el terror ante la muerte de quienes cayeron en combate.
Después de la guerra, en 1940, el padre Gericke fue nombrado camarlengo de su santidad Pio XII, siendo testigo de la Segunda Guerra Mundial en el Vaticano. Fue condecorado con el Cóndor de los Andes y de parte del gobierno municipal de Santa Cruz con la Medalla de Oro, por sus servicios prestados; en 1983 fundó el Museo de Arte Sacro que lleva su nombre hasta la actualidad.
Una congregación religiosa que envió a varios de sus miembros a la Guerra del Chaco en calidad de capellanes de campaña fue la de los franciscanos; varios de sus miembros estuvieron en la zona del conflicto como oficiales, suboficiales y clases. Lara Claros (1991) realiza una recopilación del aporte de la orden franciscana a la campaña del Chaco:
Capellanes con grado de capitán: Luis Fernández, Antonio Paredes, Nataniel Crespo, Jorge Zurita. Servicios Auxiliares con grado de sargentos: Pacifico Torrico, Jorge Forero, Temístocles Jaimes, Carlos Carballo, Armando Villamil, Leonardo A. Claure, Rainerio Molina, Buenaventura Pérez (Lara Claros, 1991).
Tal como recalca Lara Claros, los capellanes que ejercían los sacramentos y celebraban misas de campaña estaban con rango de oficiales, específicamente capitanes, mientras que otros capellanes considerados auxiliares otorgaban los sacramentos, así como colaboraban con el ámbito médico-sanitario.
De la misma forma, en los periódicos de la época y en posteriores investigaciones referidas a las acciones del Chaco se menciona el accionar de algunos de los sacerdotes que sirvieron como capellanes de campaña y cuya relevancia en unos u otros momentos fue esencial para los combatientes bolivianos. Algunos de aquellos capellanes cuyos nombres escapan de la condena del olvido están:
Muchos son los religiosos que tomaron parte en la contienda, animando al afligido, curando al herido y bendiciendo al caído (…) el beniano Marcelo Torres quien fallecería el último día de la guerra. (…) Otro canónigo rescatable es el sacerdote cruceño Medardo Torrez, quien conocía el uso de la brújula y ayudó a un grupo de enfermeros y soldados heridos a salir del cerco de Campo Vía (…) El padre Oliguieri estuvo encargado de dar los santos óleos a los soldados que morían ante él (…) Un prelado que dio la vida en el Chaco fue el párroco de Copacabana, el padre Adrián Velasco, conocido como “el mártir del Algodonal”, herido y capturado en la batalla del Algodonal en 1934; los propios paraguayos al notar su calidad de religioso le pidieron perdón; las últimas palabras del padre Velasco fueron: les perdono pero muero por las almas y por mi patria (Chambi Ocaña, 2015, p. 38).
Así como sucedió con el padre Tapia, el padre Gericke y muchos otros capellanes de guerra, aparte de las atenciones y cuidados religiosos, también se encargaron de temas de atención médica en los puestos de socorro u hospitales de sangre, así como hubo algunos que trabajaron como dactilógrafos, furrieles o encargados de los archivos de los regimientos. Pero fue en los hospitales de campaña, ya sea hospitales de sangre o puestos de socorro inmediatos a la primera línea, donde estuvieron presentes de forma constante o intermitente los capellanes de campaña. Rojas (2016, p. 2) da un listado de varios de estos religiosos y los hospitales en los cuales desempeñaron su labor. Pero no solo ellos sino los que también cumplieron labores en las ciudades durante el transcurso de la guerra.
- Capitán Silverio Menacachi (Charagua)
- Capitán Nazario Neri (Macharetí)
- Capitán Luis Mateoli (Tarairí)
- Capitán Tomás Huerta (Entre Ríos)
- Capitán Julio Francisquini (Tarija)
- Capitán Félix M. Íñiguez (Villazón)
- Tte. Cnl. Francisco Cerro SJ (Sucre)
- Capitán Nicanor Vela, Capitán Jorge Procopio Gutiérrez (Potosí)
- R.P. Guardián del Convento de San Francisco (Oruro)
- Mayor Manuel Pío Rojas Balcázar, capitán Friseo Oblitas, R.P. Rodríguez SJ (La Paz,)
- Mayor Víctor Rueda (Santa Cruz de la Sierra)
- Francisco Cano (Cochabamba).
En los hospitales de retaguardia, así como de los fortines y poblaciones cercanas a la zona de operaciones o en otros hospitales improvisados para la recuperación y convalecencia de los heridos y enfermos en las capitales de provincia o departamento, también estuvo presente personal civil que trabajaba como sanitarios o, en el caso de las monjas y novicias, como enfermeras. El caso más reconocido es el de las monjas de la orden de Santa Ana, que estuvieron presentes en el Chaco Boreal como enfermeras durante la guerra. Reconocida también fue la labor sanitaria y de acción social en beneficio de huérfanos de guerra y la creación de un hospital de sangre por parte de las misioneras pontificias de la Congregación Cruzadas de la Iglesia fundada por la madre Nazaria Ignacia March, actualmente reconocida como la primera santa boliviana. La misma labor realizaron otras congregaciones religiosas de presencia femenina, que al igual que los capellanes de campaña, ayudaban y daban curaciones físicas y espirituales, dictando catequesis o escuchando a los heridos, ya sea en sus delirios y estertores o en sus voces cotidianas. Si bien no podían administrar sacramentos, sí podían atender espiritualmente a los heridos y convalecientes, obteniendo además medicamentos, ropa y comida, así como cualquier ayuda necesaria para su total recuperación. Su labor dependía en gran medida de la caridad de la población en general.

Fuente: Lara Claros
Despedida a los capellanes para la Guerra del Chaco. Segundo y cuarto de la tercera fila, con uniforme militar, los capitanes capellanes de campaña Luis Fernández Guevara y Antonio Paredes. De rodillas en el círculo blanco el entonces estudiante Rene Barrientos Ortuño. Convento de San Francisco de La Paz, 13 de febrero de 1933.
5. Realidad espiritual en la Guerra del Chaco
La importancia de los capellanes de campaña recae en la consolidación de una fuerte espiritualidad en quienes partían a la contienda chaqueña. Reconociendo que se encontraban en un ambiente hostil y frente a la posibilidad de la muerte cada día, veían psicológicamente reforzada su creencia en el sacrificio por la patria. Es así que establecer una paz espiritual a través de los servicios religiosos consistía en sí mismo una forma de dar tranquilidad y paz a los combatientes antes de una batalla, y más aun cuando el accionar del sacerdote, aparte de reconfortarlos y consolarlos, les daba ánimos y aumentaba la moral combativa; los capellanes eran importantes para la paz y fuerza emocional y psicológica de los combatientes. Es por ello que el historiador Rojas da énfasis a lo expresado por el comandante de la 8va. División, coronel Ángel Revollo, quien dijo:
Tienen que venir los sacerdotes hábiles comprendidos en los llamamientos. No importa que las ciudades y los pueblos queden mal atendidos: Bolivia es ahora el Chaco y aquí tiene que converger todo, lo profano como lo sagrado. Necesitamos sacerdotes para cada unidad. Que vengan todos los que puedan. Aunque no recorran la línea ni se expongan, en los combates, es suficiente que celebren frecuentemente la misa ante los “repetes”, que creen en Dios y en la misa (Rojas, 2016, p. 2).
Esta expresión denota la influencia que tenía la Iglesia Católica en la sociedad boliviana previa a la guerra y más aun durante la misma. Es así que su accionar fue un hecho reconocido y recordado por los soldados que concurrieron a la campaña del Chaco, siendo la figura del sacerdote católico un aliciente previo a los combates. El hecho de celebrar misa y la expresión de una homilía que motivase el sentir patriótico forjaban una consolidación de unidad y hermandad entre los soldados, así como daba paz a sus espíritus. Esto era tanto más patente en los soldados que fueron partícipes de combates en los que hubo gran cantidad de bajas, que fueron testigos de heridas de diversos grados en sus compañeros y escucharon sus gritos de agonía antes de perecer, o que fueron víctimas de la constante tensión de estar en la línea de combate, siendo afectados física y emocionalmente; en estos casos el accionar de los capellanes daba cierta paz o calma en momentos de gran pesar.
Si bien para ese momento ya existían en Bolivia diversas comunidades de otras iglesias de índole cristiana, la fe católica era la de mayor presencia en Bolivia, y como tal estuvo presente en las trincheras del Chaco. Los combatientes reconocieron su accionar, especialmente con la celebración de la eucaristía, que se daba cada vez que un capellán de campaña llegaba a su sector. Dicha celebración era recordada de diversas maneras por quienes participaron en las mismas. Importante es mencionar que la mayoría de los destacamentos de soldados bolivianos al momento de partir a la campaña chaqueña lo hacían de forma ceremoniosa, con despedidas de sus familiares y la celebración de una misa de bendición, así como con una despedida o envío de parte de los párrocos locales, con la confección de un estandarte propio en algunos casos y el sonido de una banda musical. Esta acción se repetía cuando se pasaba por Tarija o Villamontes, donde también, aparte del capellán de campaña, estaban presentes algunos músicos pertenecientes a la banda de un regimiento o destacamento, que hacía resonar las notas de algún bolero de caballería que acompañaba la celebración eucarística y el posterior ingreso de los soldados a la zona de operaciones. En ésta la celebración de misas pasaba a segundo plano, dando prioridad a las acciones bélicas, pero eso no significaba que no estuvieran presentes, en menor medida, pero sí de forma lo más constante posible.
Según varios testimonios, la misa católica no era algo que pasaba de forma cotidiana, sino que podían pasar días, semanas o incluso meses entre una celebración y otra. Por tal razón eran reconocidas y recordadas, y sobre todo eran realizadas con solemnidad y religiosidad atenta por parte de los soldados, tal como declara el entonces oficial Juan Granier Chirveches:
20 de diciembre/32 (…) el padre Francisco Aguilar celebró una misa en el hospital, después nos visitó el obispo de Potosí monseñor Loayza, que dijo: “Tened confianza en Dios y después en nuestros medios que los ofrendareis a la patria”. El que más y el que menos se ha educado en la religión católica y aun a los menos observantes les llega el momento en que se les despierta la fe, cual si hubiera invernado dentro de sus espíritus. Alguien dijo que nunca había presenciado más unción en los soldados que cuando eran absueltos por el capellán antes de entrar en combate. No cabe duda que las fuerzas morales dominan las materiales, impulsando al hombre a los más grandes sacrificios (Granier Chirveches, 2005, p. 77).
El accionar de los sacerdotes Aguilar y Loayza fueron esenciales para que Chirveches realizara esta reflexión sobre las fuerzas morales, ya que tanto él como sus camaradas reconocen la importancia e influencia de los capellanes de campaña en la tropa combatiente y en ellos mismos, así como las palabras de aliento realizadas por el obispo de Potosí. Este sentido de un unción y confianza en la voluntad divina previo a un combate por parte de los soldados también fue presenciado por el entonces combatiente Jesús Lara, quien menciona lo ocurrido en agosto de 1934 en el fortín Ballivián: “Son las 11:30 aproximadamente, un capellán de ejército celebra misa en un corredor de la plaza, muchos soldados y oficiales escuchan contritos el sagrado rito” (Lara, 2005, p. 102)
Es así que la celebración eucarística desarrolla ese sentimiento de unción, paz y reflexión de los soldados al momento de encontrarse con el rito sagrado del que son participes desde su infancia y que en ese momento de angustia consolidaba una presencia estable y concreta para sus espíritus y conciencias, antes de continuar con las acciones bélicas. Ello también ocurría al momento de avanzar hacia las trincheras de primera línea donde se darían los combates. Es en este avance que también se requería la presencia de un capellán de campaña que, encaramado a un camión, un grupo de cajas o turriles y desde una cierta altura sobre el suelo, se cubría de su estola sacra y haciendo uso de sus manos otorgaba la última bendición y perdón de los pecados a los soldados que partían a combatir, muchos de los cuales la recibían con serenidad, otros con respeto y algunos con unción, persignándose, acto que para muchos de ellos sería el postrero.
La bendición es un acto constate y concreto de la fe cristiana católica, ya que es el acto con el que una madre despide a su hijo al abandonar el hogar; es el acto que realiza el sacerdote al concluir una misa y es también una referencia a la bendición divina al iniciar un nuevo camino o enfrentarse a una situación desconocida. Por ello era tan relevante al momento de entrar en batalla o ser partícipe de una acción bélica. Asimismo, el capellán cumplía este rito sagrado como un último consuelo a aquellos soldados que cometían crímenes tales como la deserción, el amotinamiento, la automutilación (izquierdismo) o la traición a la patria. Ya que dichos cargos en tiempos de guerra se castigaban con la pena de muerte y eran realizados poco tiempo después de cometido el crimen y capturado el soldado que lo realizó, era difícil que un capellán de campaña pueda asistir al fusilamiento del o los condenados. En pocas ocasiones estuvieron presentes para dar aquella ultima bendición a los fusilados, quienes recibieron esta atención espiritual con el acto sacro que representaba la última bendición de parte de un capellán de campaña.
Otro aspecto que era fundamental era aumentar la moral combativa de los soldados, tanto de aquellos que ya llevaban tiempo en campaña y habían sobrevivido a diversos combates como de los recién incorporados, cuyo nerviosismo y expectativa de la nueva realidad a la que se enfrentaban los caracterizaba. Esto se daba durante la homilía, que es un acto donde el sacerdote da un sermón reflexivo sobre las sagradas escrituras y contextualiza el tema del evangelio con la realidad que se vive en ese momento. De la misma forma, se afianzaba el espíritu patriótico y combativo de las tropas asistentes a la misa haciendo uso de una elocuencia y palabras convincentes. Los capellanes de campaña aliviaban el nerviosismo de los nuevos soldados y calmaban el pesar de los veteranos, reconociendo su valor y esfuerzo, dando énfasis al sacrificio de los presentes como de los de otros regimientos y narrando sus acciones, mencionando héroes nacidos del pueblo y recordando el honor patrio por el cual estaban combatiendo. Testigo de ello fue el soldado Raúl Ibargüen, del regimiento 25 de infantería, que recién ingresaba a la zona de operaciones:
Llega un sacerdote, es el capellán de la División, es la última misa antes de entrar a la línea de fuego. Cuenta algunos pasajes de los puestos adelantados en Agua Rica, dice: Se dio la orden de retirada del fortín Saavedra, empero la actitud del Reg. “50” de infantería modificó esta decisión, ya que el lema del regimiento de morir antes de dar un paso atrás se lo impedía. Comprendimos que el sacerdote no hacia otra cosa que alentar y levantar la moral de los que se dirigían al campo de batalla (Ibargüen, 1979, p. 25).
Dichas palabras, como bien indica Ibargüen, levantaron la moral de los nuevos combatientes como él, así como honraban las acciones de sus camaradas veteranos por acciones previas. Este mismo sentir tuvo otro capellán cuyo nombre no se menciona pero que celebró una misa en memoria de los caídos en combate, como menciona Saturnino Rodrigo: “It Misa est. El capellán elogió las bravuras de las tropas. Los jefes a su turno exaltaron las virtudes del soldado y luego, silenciosos y admirables, los repetes desfilaron honrando a sus compañeros que, al salvarlos, salvaron a la patria toda” (Rodrigo, 1959, p. 95).
Es mediante el rito religioso, tanto con una misa tradicional en latín, como atestiguó Rodrigo, como con la que atestiguó Ibargüen, que se da un reconocimiento sagrado de los caídos, enfatizando a los soldados sobrevivientes que su sacrificio, como el de sus camaradas, sería reconocido y honrado, y recordándoles que cada uno de los soldados son importantes tanto para Dios como para su patria.
Mas existieron momentos durante la campaña en los que no hubo tiempo de celebrar misas, en los que el caos, miedo, incertidumbre y desconfianza dañaban el ambiente y los corazones de los soldados. Un caso concreto de este tipo de sucesos fue el cerco de Campo Vía, en diciembre de 1933, cuando el accionar del capellán Luis A. Tapia fue esencial para calmar los espíritus atribulados de los soldados cercados. Es el caso del suboficial de sanidad Alberto Loaiza Beltrán, farmacéutico de la 4ta división, quien recuerda cómo el sacerdote alzó la voz en medio del caos para aliviar los espíritus de sus compatriotas, sin celebrar una misa, sin erogar elogios, sino solo buscando calmarlos y afianzar la fortaleza que todos ellos requerían para enfrentar ese momento de incertidumbre:
(En Campo Vía) entonces vi al Padre Luis Alberto Tapia hablando a un grupo de soldados y oficiales. Intentaba darnos la fortaleza necesaria, a fin de que las tropas no llegasen a desmoralizarse y pudiésemos salir adelante en este terrible momento de la guerra, nos decía más o menos: (…) yo quiero que esta desgracia nacional nos haga pensar más en nuestra patria, en nuestras familias, en nuestros seres queridos, en nuestro pueblo que está tan lejos de nosotros y que no tiene idea de lo que estamos pasando en estos momentos aquí en el Chaco, que es una guerra que debemos soportar con verdadera fe, pensando que cuando pasen estos momentos tan dolorosos, estaremos orgullosos de haber servido a nuestra patria y la habremos conservado grande, justa y generosa, siempre con base en nuestra gran fe y amor de Dios (Loaiza Beltran, 1998, p. 36).
Es así como el accionar del padre Tapia logró calmar y aliviar el pesar de quienes le rodeaban durante aquella batalla. Posteriormente, tanto Tapia como sus camaradas serían llevados en calidad de cautivos a los campos de prisioneros en el Paraguay.
Si bien existía un gran apoyo y reconocimiento del accionar de los capellanes de campaña, también es verdad que existía cierto resentimiento y recelo hacia ellos, porque su presencia significaba que se libraría un ataque o una batalla que a la postre representaría que muchos de los oyentes o testigos perecerían en dicha acción. Testigo de este tipo de actitud fue el entonces Sargento Andrés Carrasco, del regimiento “Jordán” 1 de infantería:
Una mañana aparece en nuestras posiciones el comandante de compañía teniente Atiliano Yugar, quien nos informa que había llegado al comando del tercer batallón un sacerdote para celebrar una misa para todos los soldados católicos (…) termina diciendo muy ceremoniosamente: -¡Todos los soldados que deseen escuchar la sagrada misa pueden ir, llevando sus fusiles y cartucheras! (…) Por fin comienza la celebración, que la escuchamos con mucha fe, antes de terminar el sacerdote dirige estas palabras a los reunidos: soldados bolivianos, hoy celebro esta misa para ustedes, porque estamos en guerra, todos estamos sufriendo de hambre y sed, pero la patria requiere este sacrificio. Están perdonados de sus pecados, todos los que quieren recibir la sagrada comunión pueden acercarse, no es necesario contestar! Después de terminada la eucaristía regresamos a nuestras posiciones. Algunos comentan que los curas son malagueros, que vienen a hacer misa cuando se aproxima un ataque -acaso no recuerdan- dice alguien -el año pasado en el mes de noviembre (1934) se celebró una misa en el fortín Santa Fe y luego nos lanzaron en una ofensiva donde murieron muchos (Carrasco, 2009, pp. 188-189).
La creencia de la tropa veterana de que un sacerdote representaba una posible batalla futura, era lógica, mas en contraposición, también representaba una tranquilidad espiritual para las futuras acciones bélicas.
Asimismo, los capellanes de campaña, aparte de celebrar misa y otorgar comunión o bendiciones en las cercanías de la primera línea de combate, también sirvieron en los fortines de retaguardia, donde colaboraron con la atención medica de los heridos y enfermos de la guerra. Si bien no tenían conocimientos médicos, sí otorgaban consuelo y paz a los evacuados, muchos de los cuales sufrían heridas emocionales y físicas. Esto también refleja cómo mediante la fe de una pronta recuperación y la esperanza de volver a ver a sus seres queridos se daba un consuelo y una gran ayuda a todos los soldados. Así lo recalca Lizardo Suarez, cuando evoca al sacerdote destinado al hospital del Fortín Saavedra:
En Saavedra había un capellán, era el padre Aguinaco. Todos los evacuados que hemos residido en ese hospital lo recordamos seguramente con cariño. Qué solicitud, qué abnegación, qué formidable contextura espiritual del anciano padrecito. Todas las mañanas decía su misa, y una vez tres aviones “pilas” irrumpieron en los aires del fortín, en el momento de la ceremonia, los heridos y enfermos que podían andar, escaparon o se cobijaron en los pozos existentes, solo se quedaron en cama los heridos inmovilizados y el sacerdote que cumplía mientras tanto con los rituales. El padre Aguinaco es un anciano todo amor, su sueldo lo invertía en la adquisición de javas de cigarrillos de diez centavos. Todas las tardes, después de dormir su siesta, como todo buen recoleto hacia su visita al hospital. Obsequiaba a cada uno de nosotros un buen cigarrillo y atendía al de más allá, enterraba a todos los muertos y los auxiliaba en todos sus momentos (Suárez, 1985, pp. 54-55).
El accionar del anciano capellán de campaña fue relevante para el alivio espiritual y emocional de los soldados heridos y enfermos. Al ser un anciano, el padre Aguinaco no estaba comprendido entre los llamamientos militares, podía haberse quedado en su iglesia o monasterio de origen, pero en lugar de ello partió a la guerra y fue un solícito colaborador en la atención de todos los evacuados. Una acción que también puede atribuirse al padre Gericke y a otros sacerdotes partícipes de la campaña bélica.
Esta realidad, la del apoyo y consuelo de parte de los capellanes de campaña para con los combatientes bolivianos en los hospitales retaguardia, es retratada de forma realista por Ramiro Calasich cuando relata el encuentro de un sacerdote con un evacuado de la línea de combate, en el hospital del fortín Ballivián. Allí se enfrascan en un debate sobre el papel divino en una guerra humana y cómo ésta afecta a quienes participan de la misma. Calasich escribe desde el punto de vista del soldado veterano, expresando su crítica a la realidad que vivieron los soldados bolivianos en la guerra:
Sali evacuado a retaguardia y de ahí quiso Dios que me destinaran a Villamontes, para curar las heridas del cuerpo; para aquéllas que llevo en el alma no existe cura alguna. Adolorido y en medio de espeluznantes delirios, recibí la inesperada visita de ese sacerdote, el padre Eduardo, quien me consoló mientras anegaba la enfermería con un repentino diluvio de amargura. Me dijo que jamás olvidaría, que debería aprender a vivir con el recuerdo pegado en mi almohada, que no existe poder humano o divino que me permitiera borrar tanta matanza. (…) me leyó la Biblia, me mostró fotografías de sus lejanos familiares y lloró conmigo porque nadie puede entender cómo nos sacrifican en esta inútil guerra. El desahogo me dejó más tranquilo, aunque sigo teniendo mis dudas sobre el comportamiento de Dios; al menos la conciencia me duele menos (Calasich, 2000, pp. 76-79).
El consuelo y consejo realizado por el padre Eduardo ejemplifica el papel que cumplieron los capellanes de campaña al atender espiritual y emocionalmente a los combatientes, tanto en primera línea como en los hospitales de retaguardia, demostrando que donde estaba un capellán estaba un amigo, alguien en quien se podía confiar. Pero ahí no termina su accionar, porque más allá de las salas de hospitales, más allá de la línea de combate, estaban los campamentos de los prisioneros de guerra, donde los soldados bolivianos en calidad de cautivos se sometían a la voluntad de sus captores por un tiempo indeterminado, y junto a ellos estaban presentes algunos de los capellanes de campaña. Un testimonio al respecto es el de Víctor Varas, quien rememora que durante su estadía en el campo de prisioneros recibieron la visita de varios religiosos:
Entre los visitantes reconocemos al R.P. Alberto Tapia, capellán del ejército, caído en Campo Vía (…) Regresa el padre Tapia hecho un Santa Claus en desgracia, procurando remediar en algo la miseria y postración de la que fue observador; obsequia a algunos muchachos conocidos una especie de calzón a cuadros a manera de pantalón; a otros, una camisa del mismo género, algunos reciben agujas y hebras de hilo… a los de más allá les toca recortes de género para remiendos. Casi llorando el buen sacerdote exclama: - ¡Es que no puedo hacer nada más! (…) nivelados en su condición de prisioneros, están presentes desde humildes indígenas campesinos de todos los ámbitos bolivianos; obreros, empleados, estudiantes, profesionales, mestizos o blancos (…) ávidos de alivio espiritual mediante su comunicación con lo divino (…) todos contemplamos la rememoración que trae el rito vivamente conmovidos (…) habla el R.P. Tapia (…) pide resignación hasta que venga la paz salvadora de todos los infortunios y poder regresar al país para poder contribuir a su resurgimiento. Las palabras del orador sagrado conmueven profundamente a los concurrentes (…) se suministra la comunión, dentro de un solemne silencio la reciben por igual los bolivianos, así como los custodias y el elemento civil paraguayo (Varas, 1972, pp. 300-303).
La forma en que el padre Tapia hacía lo que podía en favor de los cautivos bolivianos es uno de los principales hechos que se realizaron a favor de mejorar la calidad de vida en el cautiverio. No solo se daba consuelo espiritual, mediante la misa celebrada en cautiverio y la homilía que inspiraba a resistir el tiempo que durase el presidio, sino que también se buscaba aliviar los pesares físicos, tales como la desnudez obligada en que se encontraban muchos de los prisioneros de guerra. La falta de alimento y las diversas dolencias que afectaron la sobrevivencia en el cautiverio fue paliada en gran medida por la colaboración mutua entre los cautivos y también en actos similares al realizado por el padre Tapia. Este padre también abogó por el cuidado de los prisioneros a sus captores y capataces, solicitando en más de una ocasión acabar con el trato que éstos recibían. Tal fue su accionar en el cautiverio en el Paraguay.
Cuando finalizó la campaña bélica, en los días posteriores al 14 de junio de 1935, cuando ya estaba activo el cese de hostilidades en todos los frentes de combate, el coronel Bernardino Bilbao Rioja publicó un comunicado titulado: “Que la patria sea para todos y nosotros para la patria”, agradeciendo los servicios y esfuerzos de todos aquellos que participaron en la contienda, tropa y oficiales, telegrafistas y choferes, cirujanos e ingenieros, así como a los capellanes de campaña. En referencia a ellos, el comandante boliviano decía: “Capellanes: os agradezco vuestra noble colaboración. Trajisteis el estímulo y el amparo espiritual para nuestro soldado. Muchas madres sienten aliviada su pena, al saber que sus hijos recibieron de vosotros los últimos auxilios y que os dieron sus últimas palabras de recuerdo para ellas” (citado en Pacheco, 2021).
Tales palabras vinculaban fuertemente el lazo que tenían los capellanes de campaña con la sociedad boliviana, que reconoció su labor espiritual al consolidar los sentimientos de la tropa combatiente con sus familiares y viceversa. Una loable labor que el Comando boliviano reconoció durante toda la campaña bélica, y más aún en los días en los que ésta llegaba a su fin.
Es mediante todos estos testimonios que se reconoce el accionar de los capellanes bolivianos en la Guerra del Chaco y cómo fueron de gran ayuda para los combatientes bolivianos, tanto en la retaguardia como en el frente de batalla y en los campos de prisioneros. Su presencia fortaleció la fe de muchos, tanto en el credo católico como en el ideal patrio. Los ritos religiosos y las celebraciones eucarísticas, las confesiones, las bendiciones y las oraciones por vivos y muertos, otorgaban a los soldados paz y esperanza de no ser olvidados en caso en caer en batalla, así como también mantenía viva la esperanza de volver a sus hogares junto a sus familias. Es así que la relevancia de los capellanes de campaña recae en su accionar para confortar espíritus, renovar fuerzas, motivar voluntades y desarrollar la fe y la esperanza en las almas de los soldados bolivianos que combatieron en el Chaco Boreal.
6. Conclusiones

Fuente: https://www.lostiempos.com/actualidad/cultura/20170320/contemplacion-estallido
Bendición de dos soldados condenados a ser fusilados.
La actuación de los capellanes bolivianos en la Guerra del Chaco respondía a un interés de parte del alto mando nacional para atender las necesidades espirituales y emocionales de los combatientes. Conscientes de que el ambiente bélico y la tensión constante en la zona de operaciones serían demasiado fuertes para quienes combatían por mucho tiempo, sabían que los capellanes de campaña serían de gran utilidad dando paz espiritual a los soldados. El accionar de los sacerdotes católicos mediante el ejercicio de los ritos sagrados, tales como la misa, la confesión y la bendición de la tropa combatiente fue relevante porque tomó en cuenta la importancia de las creencias religiosas de los soldados en un ambiente bélico; mediante ese trabajo, los soldados podían mantener el control sobre sus pensamientos y emociones al momento de entrar en combate. También es importante mencionar que las acciones sociales, representadas por actos de la misericordia cristiana tales como dar alimento al hambriento, vestir al desnudo, enterrar al muerto, entre otros fueron realizados con gran esfuerzo y solícito apoyo de parte de los sacerdotes para con los soldados bolivianos, en todas sus facetas bélicas, ya sea combatiente, herido, enfermo, prisionero o evacuado.
Conocer el accionar de los capellanes de campaña genera un nuevo punto de vista de la contienda bélica, proporcionando una visión más amplia de la realidad de la Guerra del Chaco. Este estudio ha identificado esas nuevas perspectivas de la realidad social y militar de Bolivia al momento de la Guerra del Chaco, ampliando el conocimiento de este conflicto en varios aspectos, tanto militar como social y religioso. En tal sentido se considera un aporte a la historiografía social y religiosa de Bolivia, buscando generar una reflexión sobre como la fe y la esperanza influyen en nuestros sentimientos, acciones y decisiones, tal como sucedió con quienes asistieron al conflicto bélico.

















