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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.26 no.48 La Paz jun. 2022  Epub 01-Jun-2022

 

ARTÍCULOS Y ESTUDIOS

Las Misiones Jesuíticas de Chiquitos, Patrimonio de la Humanidad: descubrimiento y resurrección

The Jesuit Missions of Chiquitos, World Heritage Site: Discovery and Revival

* El trabajo es un resumen parcial de mi tesis de doctorado (Kühne, 2008), de varios artículos (Kühne, 2005, 2007,2017 y 2019) y de investigaciones inéditas. Agradecimientos a María José Diez por revisar el texto. Contacto: eckart.kuehne@gmx.net


Resumen:

Las Misiones Jesuitas de Chiquitos en las tierras bajas de Bolivia se inscribie ron en 1990 en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, pero hasta alre dedor de 1950, el patrimonio cultural de estos pueblos quedó casi totalmente desconocido, tanto para los bolivianos en general, como para los científicos especializados. Gracias a que el jesuita suizo Martín Schmid, estando en su tierra natal, se acordó de éstas, fue posible iniciar desde 1972 un programa de restauración de sus iglesias dirigido por el arquitecto suizo Hans Roth, lo que desencadenó la reanimación de la herencia chiquitana tangible e intangible, hasta llegar a formar parte de la identidad cultural cruceña. El artículo cuenta la historia de la creación, supervivencia, descubrimiento y resurrección del patrimonio de Chiquitos, con un enfoque especial del aporte suizo a este proceso.

Palabras clave: Patrimonio de la Humanidad; Misiones Jesuíticas; Chiquitos; Santa Cruz; Martín Schmid; Hans Rot

Abstract:

The Jesuit Missions of Chiquitos in the lowlands of Bolivia were inscribed in 1990 in the Unesco World Heritage List, however the cultural heritage of these sites was almost completely ignored until about 1950 by most Bolivians and well as by specialized scientists. Thanks to the reminiscences of the Swiss Jesuit Martin Schmid in his homeland, it was possible to start in 1972 a restoration project of his churches directed by the Swiss architect Hans Roth, that stimulated the reactivation of the tangible and non-tangible heritage of Chiquitos, until it became part of the cultural identity of Santa Cruz. The pa-per tells the story of the creation, survival, discovery and revival of the heritage of Chiquitos, with a special approach to the Swiss contribution to this process.

Keywords: World Heritage Sites; Jesuit Missions; Chiquitos; Santa Cruz; Martin Schmid; Hans Roth

Izquierda: Vista de la esquina de las calles Pedro Domingo Murillo y Charcas. Año 1960. Derecha: Vista de la esquina de las calles Pedro Domingo Murillo y Charcas. Año 2005. 

1. Introducción: el patrimonio cultural de Chiquitos en 1950 y hoy

Hasta alrededor de 1950, Chiquitos fue una región muy aislada, sin importancia económica a excepción de la explotación maderera. El acceso por tierra era muy difícil y requería mucho tiempo, no existían carreteras, se usaban carretones y mulas, los ríos se cruzaban en balsas, los camiones madereros sólo entraban en estación seca. Los aviones ya conectaban a los pueblos más importantes, mientras que el ferrocarril de Corumbá a Santa Cruz seguía todavía en construcción. Los pueblos eran pobres, estaban dormidos y despoblados. Sus iglesias viejas que habían servido siempre al culto, estaban a punto de desplomarse pese al esfuerzo de los habitantes que con recursos insuficientes intentaron una y otra vez salvarlas del desplome. La iglesia más importante, la de San Ignacio de Velasco, fue derribada en 1948, por falta de mantenimiento y estimación por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas de entonces (Figura 1). A casi nadie se le ocurría valorar la importancia cultural de estas naves enormes. Para la opinión pública de Santa Cruz de la Sierra y del resto del país, el patrimonio cultural de Chiquitos era simplemente inexistente. Incluso los especialistas del arte colonial americano lo ignoraron totalmente. La arquitectura típica de estas iglesias de madera pasaba inadvertida, no sola mente en los libros sobre Bolivia, sino también en las obras sobre arquitectura colonial o sobre misiones jesuíticas.

Figura 1: San Ignacio, restos del frontis de adobe de la iglesia destruida en 1948.  

En la actualidad, el patrimonio cultural de las antiguas misiones de Chiquitos está inscrito desde hace 30 años en la lista del patrimonio mundial de la Unesco y constituye uno de los destinos turísticos más sustantivos del país, siendo visitado por turistas de Bolivia, de América y aún de Europa. Los pueblos principales crecen rápidamente y son accesibles desde Santa Cruz de la Sierra con carreteras asfaltadas y con un aeropuerto moderno en San Ignacio de Velasco. Las iglesias restauradas lucen las columnas talladas, las coloridas pinturas murales, los retablos dorados y los manuscritos de música barroca hallados en sus coros. Pero el impacto de este patrimonio cultural tangible e intangible va más allá de los pueblos chiquitanos y adquiere un papel primordial en la formación de la identidad cultural cruceña actual, en el empeño de los cruceños de hacer conocer y difundir su identidad cultural y de mantener su esencia para no sucumbir a una aculturación por parte de la cultura nacional dominante. Por tanto, las columnas salomónicas chiquitanas resurgen en los corredores de centros comerciales y mansiones de Santa Cruz. Los ángeles y ornamentos pintados o tallados aparecen en anuncios comerciales, escaparates y desfiles de moda. Incluso el nombre "chiquitano", que denominaba antes a los indígenas de la región, ahora sirve también como autodenominación de los criollos de descendencia europea, orgullosos de haber nacido en la Chiquitania. Los Festivales de Música Renacentista y Barroca Americana "Misiones de Chiquitos" constituyen los eventos culturales más trascendentes de la ciudad, que dan a conocer el patrimonio cultural de los pueblos vivos de Chiquitos y de los ricos archivos musicales de Chiquitos y Moxos a todo el mundo.

2. Reseña histórica: creación y supervivencia del patrimonio cultural de Chiquitos1

Las misiones jesuíticas de Chiquitos en el oriente del actual Departamento de Santa Cruz se fundaron a partir de 1691 con grupos de indígenas sedentarios de habla chiquitana o besiro y de grupos de otras lenguas, incluso de cazadores nómadas como los zamucos o ayoreode. De esta multitud de grupos nativos agrupados en reducciones por los jesuitas nació el pueblo chiquitano. Las reducciones guardaban muchas semejanzas con las famosas misiones jesuíticas de guaraníes del Paraguay y pertenecían a la misma provincia Paracuaria de la Compañía de Jesús. Hasta la expulsión de los jesuitas de los dominios de España en 1767 se establecieron diez pueblos misionales en Chiquitos. Seis de ellos conservan sus iglesias coloniales hasta hoy.

Muchas experiencias de las misiones guaraníes se aplicaron también en Chiquitos, sobre todo el sistema económico en parte comunitario y el trazado de los pueblos: una plaza grande en el centro; la iglesia junto a la parroquia; talleres, huerta y cementerio a un costado de la plaza y las hileras paralelas de casas de indígenas en los otros lados. También las iglesias presentaban muchas características en común: el sistema constructivo con un esqueleto de madera y horcones con bases enterradas en el suelo; un techo enorme a dos aguas, construido antes de las paredes no portantes; un pórtico en la fachada principal y corredores laterales abiertos que protegen los muros de las lluvias; amén de un espacio interior muy amplio con tres naves separadas por columnas de madera (Kühne, 2005; Kühne, 2008, pp. 26-35).

Las fases de la evolución institucional de las misiones jesuíticas en general, según Javier Matienzo (2009), corresponden a fases análogas establecidas para la arquitectura misional (Kühne, 2017, pp.78-80):

  • 1. La fase preliminar empieza en Chiquitos en 1691 merced a los primeros contactos de indígenas chiquitanos con jesuitas de la provincia Paracuaria, sin tomar en cuenta los contactos anteriores con jesuitas de la provincia peruana. Los edificios de esta fase son provisorios y netamente indígenas.

  • 2. Otra, la fase reduccional empieza también en Chiquitos con el primer asentamiento estable registrado en un libro de bautismos después de pocos años de la primera, vale decir, en 1695. Los edificios, sencillos, evidencian un esqueleto de madera con paredes de tabique o adobe y techos fabricados de paja o con troncos de palmeras ahuecados.

  • 3. La fase municipal, correspondiente a la aprobación de la misión por cédula real y por el obispo, que convierte a las reducciones en municipios y parroquias, empieza en Chiquitos hacia 1745 con el empadronamiento o primer censo demográfico. Se construyen edificios nuevos muy sólidos, representativos y ricamente decorados, con esqueleto de madera y paredes de adobe o piedras mezcladas con barro, resguardados por techos de tejas; a la misma fase pertenecen unos pocos edificios de mampostería con bóvedas.

  • 4. Fase civil-secular. Se inicia en la región ya mencionada con la expulsión de los jesuitas en 1767 y con la introducción gradual de una administración civil. Aparecen escasos edificios nuevos, pero los existentes se enriquecen con nuevos retablos, imágenes y pinturas murales.

  • 5. La fase republicana de las misiones empieza en Chiquitos con la independencia de Bolivia en 1825, y dura hasta la disolución del sistema misional en la década de 1850. Se mantienen los edificios de las fases anteriores sin cambios o complementos sustanciales conocidos.

Fue la persona decisiva para la asignación de Chiquitos como patrimonio cultural, el padre jesuita Martín Schmid, de Baar (cantón Zug, Suiza, 1694-1772)2, que llegó en 1730 a Chiquitos donde se quedó durante 37 años. Su primera tarea en San Javier consistió en la introducción de la música polifónica barroca. Llevó copias de las partituras de Domenico Zipoli desde Córdoba y un órgano desarmado desde Potosí como modelo para construir otros. Compuso o arregló piezas de música religiosa, confeccionó instrumentos musicales, enseñó la música a los niños y mandó sus mejores alumnos a otros pueblos para que fundasen allí nuevas escuelas de música -tal como acontece ahora en las escuelas de música actuales en Chiquitos. Hacia 1745 recibió en San Rafael al juez encargado del empadronamiento, Francisco Javier de Palacios, con conciertos de música solemne. Conserva el archivo musical del pueblo seis piezas dedicadas a Palacios (Figura 2), quien elogió en su informe el adelanto de las artes agradeciendo al pueblo con donaciones valiosas. Durante el mismo año, Schmid empezó la construcción de la iglesia, y la terminó en solamente cinco años. A continuación, construyó otros templos en San Javier (1749-1752) y Concepción (1752-1755), cada uno de mayor dimensión que el anterior, y levantó los retablos de Concepción (1760-1762). Schmid construyó estas iglesias de madera y adobe con gran esmero y exactitud, en un estilo singular, dignificando los materiales toscos empleados. Según su primer biógrafo, José Manuel Peramás, "Schmid cambió con sus obras totalmente el aspecto de los pueblos" (Fischer, 1988, p. 194). Según los relatos de sus compañeros, este jesuita, cuya fama era de santo, era humilde y apacible, que nunca se enojaba. Fue expulsado en 1767, debiendo volver siendo muy anciano a Europa; murió en 1772 en Lucerna, poco antes de la disolución de la orden.

Figura 2: San Rafael, Sonata III Palatina, música para la recepción del Juez Francisco Javier de Palacio en 1745, de un cuaderno del bajo continuo (recortado), Archivo Musical de Chiquitos, Concepción. 

Otros misioneros jesuitas construyeron al mismo tiempo los edificios de San José, San Miguel y San Ignacio3. El jesuita andaluz Bartolomé de Mora (1691-1760), cura del pueblo de San José, inició en 1747, dos años después del censo, la refacción de los edificios de San José, dedicándose a la composición, hasta 1754, de la imponente fachada así como de capilla de difuntos, frontis de la iglesia, campanario y casa parroquial, con muros de piedra y cal además de bóvedas enladrilladas (Kühne, 2010b, pp. 53-61). Un maestro de obras anónimo enseñó el procedimiento de la quema de tejas, baldosas y ladrillos, la producción de mortero de cal y la construcción de bóvedas, todas de muy alta calidad, para las obras de San Rafael, San Juan Bautista4 y San José. Posteriormente, el jesuita alemán Juan José Messner (1703-1768) construyó un poco más tarde el templo de San Miguel, quizás junto con el artista laico cruceño Antonio Rojas, que trabajó, contrariando las leyes durante al menos 15 años con su familia en Chiquitos (Fischermann, 2000). Años después, ambos colaboraron en la edificación del magnífico templo localizado en San Ignacio, trazado probablemente por Martín Schmid y terminado en 1761. Las últimas obras jesuíticas importantes son los tres retablos de Antonio Rojas en San Miguel y concluidos en el año de su muerte en 1769 (Kühne, 2019, pp. 246-247).

Después de la expulsión de los jesuitas en 1767, el obispo de Santa Cruz, Francisco Herboso intentó en vano mantener el sistema administrativo de los jesuitas, pero la producción se estancó, mientras que los gastos aumentaron. Con un nuevo plan de gobierno en 1790 y la introducción de administradores civiles en cada pueblo, aumentó la producción y exportación de cera de abejas silvestres y de tela de algodón, pero se agravó más y más la explotación de la mano de obra indígena y bajó su calidad de vida (Diez, 2006). Entonces, los nuevos dueños compensaron esta opresión creciente efectuando regalos en las fiestas y valorando las tradiciones católicas, para mantener a los indígenas de buen ánimo y prevenir las rebeliones sangrientas. Los chiquitanos ganaron paulatinamente el control cultural sobre las fiestas religiosas y sobre el mantenimiento de las iglesias. La importancia de los sacramentos disminuía, mientras que las procesiones suntuosas, la música, los bailes y los sermones en besiro adquirieron mayor significado. La plata de vasos sagrados rotos se convirtió en atributos de imágenes de procesión. Se construyeron capillas procesionales en las esquinas de las plazas. Las iglesias se decoraron cada vez más, en la medida de lo posible, con revestimientos de mica brillante, nácar y colores de la tierra en lugar de materias primas importadas (platería, tejidos y pigmentos), sin respetar la jerarquía espacial entre la nave y el presbiterio, establecida por los jesuitas (Kühne, 2017, pp. 82-83; Kühne, 2019, pp. 246-263).

No es exagerado denominar las décadas comprendidas entre 1770 y 1810 como segundo apogeo cultural de las misiones de Chiquitos, a pesar (o a causa) de la explotación creciente. Gran parte del patrimonio tangible e intangible de Chiquitos que hoy admiramos data de esta época: casi la mitad de las imágenes y del mobiliario arquitectónico, muchas pinturas murales y una parte del archivo musical. En Santa Ana se levantó una iglesia nueva, más pequeña y más sencilla que las jesuíticas. En San Rafael persistió el taller del difunto Antonio Rojas hasta la década de 1790, fabricando retablos y pinturas murales. De las mismas décadas datan los retablos y la fachada en San Ignacio y las pinturas murales de Gregorio Villarroel en San José (Kühne, 2012 y 2019).

Las guerras de independencia de 1810 hasta 1825 desolaron gravemente a Chiquitos, que sufrió los reclutamientos y acuartelamientos forzados de ambos antagonistas, una breve invasión brasilera, epidemias y hambrunas. Los caudillos republicanos prometieron liberar a los chiquitanos de la tiranía, pero se mantuvo el sistema misional establecido aun después de la independencia de Bolivia.

Escasamente investigada se halla la fase republicana de las misiones. Los documentos más conocidos son las descripciones de los viajes de Alcide D'Orbigny en 1831 (1994), y de Francis de Castelnau en 1845 (2001). En éstas se refiere que los coros, orquestas y bailes tenían un vigor inusitado, que se observaba mucho trabajo comunal y que los talleres funcionaban normalmente. Lo mismo demuestran algunos objetos fechados y los inventarios. La fundición de campanas, una técnica introducida por un hermano jesuita en 1759, fue transmitida por maestros indígenas hasta la fundición de la última campaña en 1868.

La fecha exacta de la disolución del sistema misional se ubica en la década de 1850, sin embargo los decretos correspondientes son desconocidos. Con la anulación de la propiedad comunitaria, se cerraron los talleres y se terminó la asistencia espiritual continua. Los curas, que antes se habían sustentado del trabajo comunal, ahora visitaban solo raramente los pueblos. Las provincias se abrieron a colonos blancos y mestizos que se repartieron entre sí los terrenos y el ganado ocupando los centros de los poblados, donde dominan hoy sus casas con corredores, amplios patios y techos de tejas. Si bien algunos indígenas se desplazaron a la periferia, otros se asentaron en las fincas de los nuevos dueños, aunque no faltaron aquellos que se retiraron a zonas inaccesibles como Lomerío. Más tarde trabajaron en los campamentos de explotación de la goma (primer auge 1880-1920) y en la construcción del ferrocarril (1939-1959).

Los chiquitanos permanecieron fieles al cristianismo volviendo al menos en la Semana Santa y en la fiesta patronal a las antiguas iglesias misionales. El cabildo indígena perdió su función política, pero es hasta hoy responsable de organizar las fiestas religiosas y transmitir las tradiciones cristianas, que si aún siguen siendo elementos centrales de la cultura indígena chiquitana, sólo parcialmente corresponden a lo que los misioneros jesuitas les han enseñado. Ciertas doctrinas católicas se mezclaron con conceptos indígenas, mientras que otras se rechazaron, como las doctrinas del pecado original, del purgatorio o del infierno (Kühne, 2010a, pp. 225-226). Quizás, fue justamente la expulsión de los jesuitas y el abandono eclesiástico en tiempo republicano lo que impulsó a los indígenas a apropiarse y transformar la doctrina católica según sus propios conceptos y arraigar así el cristianismo profundamente en su cultura. Durante la Semana Santa, el pueblo entero vive la pasión de Cristo en procesiones y escenas teatrales, como la última cena con el cura y doce caciques. Acompañan estos eventos con carne de res, yuca y chicha. La tradición de la música religiosa barroca se ha mantenido en algunas iglesias hasta nuestros días, aunque en forma alterada (Figura 3), como también la lectura de los sermones transmitidos en besiro (Falkinger, 2010 y 2012). Algunos se basan en textos escritos por los jesuitas, otros se compusieron más tarde a partir de recuerdos vagos; por lo tanto, se parecen más a mitos indígenas que a pláticas jesuíticas.

Foto: Hans Ertl (recortada), 1951, Archivo Misional de Chiquitos, Concepción.

Figura 3: San Rafael, músicos en el coro de la iglesia, usando cuadernos del archivo musical.  

El mantenimiento de las iglesias por parte de los indígenas chiquitanos se realizó bajo circunstancias precarias y con recursos insuficientes, por encargo de autoridades civiles o eclesiásticas. Cuando era necesario cambiar un horcón de la iglesia podrido a ras del suelo, se organizaba después de Pascua una romería con una imagen pequeña del santo del pueblo a las estancias y comunidades vecinas para recaudar fondos, materiales de construcción y víveres, pero sobre todo una res para alimentar a los obreros no asalariados. El maestro de obras tenía que organizar los trabajos de manera que la carne alcanzara hasta el fin de las obras. En mayo, comenzando la temporada seca, buscaban un árbol enorme en la selva, lo cortaban, lo llevaban en procesión al pueblo y lo tallaban. Cuando bajaban el horcón viejo, se tañían las campanas como para un entierro, y al alzar el nuevo sonaban las campanas de alegría (Kühne, 2017, p. 84). La fecha y los nombres de los responsables se tallaron con orgullo en la madera. Pero el esfuerzo enorme de este trabajo colectivo sobrepasó cada vez más las fuerzas de los pueblos, aumentando el peligro de derrumbes, usándose cada vez troncos más delgados o torcidos, y resultando los tallados cada vez más toscos (Figura 4).

Foto: Padre Augustín Harrer, 1960, Archivo Eckart Kühne, Zürich.

Figura 4: San Rafael, obras de refacción de una cercha quebrada con medios primitivos. 

Misioneros franciscanos del Tirol (Austria) fundaron en 1931 el Vicariato Apostólico de Chiquitos y reanimaron la asistencia espiritual de los pueblos. Las misiones vecinas de Guarayos, fundadas en el siglo XIX, habían seguido el modelo de las misiones jesuitas del siglo anterior hasta la secularización en 1937-39. En 1951, se separó el recién creado Vicariato Apostólico de Nuflo de Chávez, con sede en Concepción, asignado a los misioneros franciscanos de Baviera. Ambos Vicariatos tuvieron un impacto importante en el desarrollo de la región descuidada por el Estado, puesto que construyeron escuelas, hospitales, caminos, puentes y otras obras de infraestructura

Con la revolución de 1952, los indígenas chiquitanos fueron liberados paulatinamente de la servidumbre. La enseñanza escolar llegó por fin a los chiquitanos, pero en las escuelas se prohibió el uso de la lengua indígena besiro, que casi se extinguió en las décadas siguientes. El partido MNR decía a los chiquitanos que ya no eran "indios" sino "campesinos", no obstante, el paternalismo y la dependencia sobrevivieron en nuevas formas (70 años más tarde será el MAS que dirá a los chiquitanos que no son "campesinos" sino "indígenas", de manera no menos paternalista. Siempre son otros los que denominan a los chiquitanos).

3. El recuerdo de Martín Schmid en Suiza

Aunque fue, el padre Martín Schmid, una figura sobresaliente para Chiquitos durante mucho tiempo no se lo colocó en el sitial que le correspondía. Ninguna de sus cartas se incluyó en las colecciones de cartas de misioneros publicadas en el siglo XVIII, y tampoco apareció entre las necrologías o en los manuales de consulta de misioneros ilustres de la Compañía de Jesús publicados hasta fines del siglo XIX -con una sola excepción: el jesuita José Emanuel Peramás (1732-1793) publicó en 1793 en Faenza (Italia) el libro De la vida y muerte de trece hombres del Paraguay en latín, con una biografía extensa5 de Martín Schmid (Peramás, 1793, pp. 405-460), basándose en los testimonios de misioneros expulsados en los Estados Pontificios, escrito en el estilo de leyendas de santos, ya anticuado en la época. El libro alcanzó poca difusión y hoy es muy raro. Incluía un grabado con una representación de la misión guaraní de Candelaria, reproducido a menudo (Figura 5), y una introducción que compara las reducciones guaraníes con El Estado de Platón: este texto ha originado la idea de que las reducciones del Paraguay fueron fundadas siguiendo un modelo utópico (Peramás, 2004). A diferencia del grabado y de la introducción, ambos famosos, la biografía de Martin Schmid pasó inadvertida6.

Figura 5: José Emanuel Peramás, plano esquemático de la misión guaraní de Candelaria (hoy Misiones, *Argentina), del libro De vita et moribus tredecim virorum paraguaycorum, Faenza, 1793. 

Otro camino por el cual se ha transmitido el recuerdo de Martín Schmid ha sido crucial para el posterior descubrimiento y resurrección del patrimonio de Chiquitos. La familia Schmid en Baar guardaba las cartas que Schmid escribió a sus familiares en Suiza, la fuente biográfica principal sobre su vida, como un tesoro en el archivo familiar7 (Fischer, 1988). De las 36 cartas conocidas, la mayoría corresponden a sus años de estudios, al viaje hacia Chiquitos y a su vida después de volver a su tierra natal. Las más destacables son las cinco misivas largas escritas en las misiones, donde relata su vida como misionero, músico, arquitecto y artesano, en un estilo ameno y alegre (Figura 6).

Foto: Eckart Kühne de facsímiles; originales en el archivo de la familia Schmid, depositado en el Staatsarchiv Zug.

Figura 6: Martín Schmid, dos cartas a sus familiares en Suiza, con sobres, 1744 y 1761. 

La familia Schmid preservó durante seis generaciones el recuerdo del antepasado ilustre e hizo copias manuscritas de sus cartas para difundirlas. Josef Anton Schmid (1773-1860), un sobrino nieto de Martín Schmid, tradujo libremente la biografía de Peramás y las cartas latinas al alemán, y escribió unas notas biográficas que nunca se publicaron. Mucho más tarde, Mechtild Schmid (1897-1978) copió las cartas y las dos biografías a máquina, en dos volúmenes encuadernados, que posteriormente se fotocopiaron. Estas pocas copias8 únicamente llegaron a un grupo muy restringido de parientes, amigos locales y jesuitas allegados, pero, no obstante, tuvieron un impacto imprevisible para el patrimonio cultural de Chiquitos.

Uno de los jesuitas que se enteró mediante esta vía acerca del padre Martín Schmid fue el escritor popular Josef Spillmann (1842-1905), nacido en Zug, a escasos kilómetros de Baar, el pueblo natal de Schmid. Redactor de dos revistas católicas, escribió con éxito estudios y novelas históricas, libros geográficos ricamente ilustrados para jóvenes y los libritos Desde lejanas tierras, cuentos edificantes para niños. También escribió una nueva biografía del "misionero de indios" Schmid, recurriendo al texto de Peramás y a las cartas originales, y la publicó en una de sus revistas (Spillmann, 1876), +como folleto anónimo separado y como capítulo en un libro geográfico sobre América del Sur (Spillmann, 1894, pp. 141-153). El mismo Spillmann escribió un cuento para niños, La fiesta del Corpus de los indios Chiquitos (Spillmann, 1901), cuyo protagonista es el Padre Martín Schmid, y que relata el drama de la expulsión de los jesuitas visto por el hijo del oficial encargado de su ejecución; en este escrito, Schmid convierte al joven holgazán y despierta su vocación de misionero (Figura 7). El cuento se tradujo al castellano, francés, inglés, holandés y, quizás, a otras lenguas, tuvo muchas ediciones hasta mediados del siglo XX, e impresionó a muchos niños. Uno de ellos fue el pequeño Hans Roth, cuyos padres también eran del cantón de Zug, y quien siguió más tarde las huellas de Schmid.

Gracias a las publicaciones de Spillmann, Martín Schmid entró en los manuales de consulta biográfica y bibliográfica de Suiza y de la Compañía de Jesús, como los de Anton Huonder (1899, p. 149) y Vicente Sierra (1944, pp. 399-400).

El padre jesuita Félix Alfred Plattner (1906-1974) fue el tercer biógrafo importante de Martín Schmid. Nacido hacia 1906 en Chur, Suiza, ingresó en la Compañía en 1925 y fue ordenado sacerdote en 1936. Desde 1941 hasta su muerte en 1974, fue procurador de las misiones de la provincia suiza de la orden, apoyando la obra misionera, sobre todo en la India, pero también en otras partes del mundo. Escribió varios libros históricos sobre las misiones jesuíticas en Asia y en América del Sur. Su primer libro fue Un mercenario de Dios: la vida aventurera del jesuita suizo Martín Schmid de Baar (Plattner, 1944), una biografía más extensa que la de Spillmann, basada en Peramás, las cartas de Schmid y los relatos de otros testigos de la época y posteriores (Figura 8).

Figura 7: Josef Spillmann, La fiesta del Corpus de los indios Chiquitos, primera edición alemana, 1901, cubierta e ilustración con el Padre Martín Schmid que bendice al hijo del oficial español. 

Figura 8: Félix Plattner, Un mercenario de Dios, biografía de Martín Schmid, 1944, sobrecubierta y foto anónima de la iglesia de San Miguel (década de 1930). 

Pero el contexto político impidió una percepción amplia de las publicaciones de Spillmann y Plattner en Suiza, más allá de los jesuitas y de sus partidarios. En 1847, todos los jesuitas fueron expulsados de Suiza, y la Compañía quedó prohibida por la constitución federal desde 1848 hasta 1973, acusada por los gobiernos liberales de agitación contra el estado federal y la libertad, lo que dificultó la difusión de sus publicaciones. Los libros y artículos de Spillmann se publicaron en Alemania, los de Plattner lograron una tirada muy modesta. Hoy, la actividad de los jesuitas suizos de la orden antigua está casi borrada de la memoria colectiva del país, a pesar de la importancia que tuvieron hasta la supresión de la orden en 1773 respecto a la educación superior en los cantones católicos, con colegios en Lucerna, Friburgo, Solothurn y otras ciudades. No hay monumentos o placas conmemorativas de jesuitas en el espacio público, 9 y nunca se publicó un sello postal suizo que mostrara un jesuita, un edificio de la orden u otro tema jesuítico.

4. El descubrimiento del patrimonio cultural de Chiquitos a mediados del siglo XX

En 1943, Plácido Molina Barbery (1910-2005) llegó a San Ignacio de Velasco como miembro de la comisión demarcatoria de los límites de Bolivia con el Brasil. Al visitar por primera vez la enorme iglesia jesuítica, quedó maravillado por la belleza del templo, asombrado por su estado lamentable y asustado por la noticia de su demolición inminente (ejecutada en 1948). Se prometió hacer todo lo posible para salvar ésta y las otras iglesias de Chiquitos, pero se dio cuenta pronto que nadie le hacía caso y que estaba predicando en el desierto, tanto en San Ignacio de Velasco, en Santa Cruz de la Sierra como en La Paz. Entonces empezó a realizar una documentación fotográfica sistemática de las iglesias, para divulgar el patrimonio cultural de Chiquitos poniendo su empeño para salvarlo. Entre 1944 y 1958 tomó fotos en seis pueblos de Chiquitos (San Ignacio, San Miguel, San Rafael, Santa Ana, San José y Santiago), apoyado por el párroco austríaco de San Ignacio, Pio Waldthaler (1908-1991), por el fotógrafo profesional, camarógrafo y pionero alpinista alemán Hans Ertl (1908-2000) así como por otros más (Molina, 1995, pp. 229-230). Estas fotos resultaron más tarde decisivas para las restauraciones e investigaciones (Figura 9). El archivo fotográfico fue publicado íntegramente en 1995 (Querejazu, 1995, pp. 19-227)10. Según Alcides Parejas, Plácido Molina fue el primero que comprendió la importancia del patrimonio cultural de Chiquitos: "con justa razón se dice que don Plácido Molina Barbery es el'descubridor'de Chiquitos," pues a través de este descubrimiento lanzó a Santa Cruz al rescate de su identidad cultural" (Parejas, 2006).

Foto: Padre Pío Waldthaler, 1944-48, Archivo Plácido Molina, Santa Cruz.

Figura 9: San Ignacio, arcos tallados en la nave (destruidos).  

Después de la destrucción de la iglesia de San Ignacio en 1948, Plácido Molina siguió su lucha para la salvación del patrimonio de Chiquitos. En 1950 consiguió que las demás iglesias chiquitanas fueran declaradas monumentos nacionales (Molina, 1995, p. 231), sin saber cuántas de las iglesias coloniales se conservaban, de modo que se protegieron también las iglesias de San Juan, Santiago y Santo Corazón, destruidas hacía mucho tiempo. De todos los especialistas de arte americano y restauración contactados, sólo uno se animó a emprender el viaje penoso hacia Chiquitos: el arquitecto canario Andrés Boyer Ruiz, restaurador del palacio Torre Tagle en Lima y de la catedral de Cuzco después del terremoto. Visitó Chiquitos en 1950, respondiendo a una invitación oficial, pero nunca terminó el informe prometido, a causa de la falta de pago de los viáticos por parte del ministerio; el paradero de sus planos y de su documentación fotográfica de ocho pueblos es desconocido (Molina, 1995, p. 232; Kühne, 2010b, pp. 161-162). Años después Plácido Molina apoyó al arquitecto Hans Roth en la restauración de los templos e inició la idea de hacer gestiones con la Unesco para incluir los pueblos de Chiquitos en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad (Parejas, 2006).

El arquitecto y docente argentino Mario Buschiazzo (1902-1970), el historiador de arquitectura más eminente de la época en el Cono Sur, fundador y director del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas en Buenos Aires, publicó a partir de 1952 una serie de textos sobre las iglesias misionales de Mojos y Chiquitos, probablemente animado por las fotos enviadas por Plácido Molina, y que revelaban que algunas iglesias existían todavía. Buschiazzo no agradeció, ni siquiera mencionó al autor de las fotos publicadas11 (Buschiazzo, 1952, 1956 y otros). Sus observaciones sobre Chiquitos se fundaban únicamente en documentos históricos: los inventarios de la expulsión de 1767, la descripción del viaje de Alcide D'Orbigny en 1831 y algunos documentos del Archivo General de la Nación en Buenos Aires. No obstante, estos textos de Buschiazzo poseen una relevancia especial. Aclaró por primera vez que las iglesias de las misiones guaraníes, de Mojos y Chiquitos, así como de los pueblos paraguayos representan en conjunto una tipología singular en América, con su construcción de esqueleto de madera, sus horcones enterrados, su techo enorme levantado antes de las paredes no estructurales, su atrio cubierto y sus corredores exteriores. Gracias a Buschiazzo, las iglesias de Chiquitos entraron en el canon de la arquitectura colonial americana.

En Suiza, Félix Plattner siguió publicando libros, pero esta vez sobre las misiones jesuitas en India y otros países de Asia. El éxito de un libro fotográfico titulado La India cristiana despertó en él la idea de emprender algo similar en América del Sur. Con permiso de sus superiores hizo en 1957-58 un viaje de medio año a través del continente entero, tras las huellas de los misioneros jesuitas, enfocado sobre todo en los jesuitas de lengua alemana. Viajó en un jeep Land Rover desde Río de Janeiro, atravesando Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y Perú hasta Lima. Vía avión visitó además Recife, Salvador da Bahía, Chiquitos, Santiago de Chile, Quito, Popayán, Bogotá, Cartagena, Guatemala y Ciudad de México. De Río hasta Chiquitos estuvo acompañado por el fotógrafo profesional Albert Lunte (1917-2005) de Zürich.

Las misiones de Chiquitos con las iglesias de Martin Schmid eran el destino más deseado por Plattner. Solamente las conocía de unas pocas fotos borrosas e insignificantes de la década de 1930, que publicó en su primer libro (Figura 8; Plattner, 1944)12. En San Ignacio de Velasco fue recibido por el obispo José Calasanz Rosenhammer (1900-2003) y el párroco Pio Waldthaler (1908-1991), que le mostró los tristes restos de la iglesia derribada (Figura 1) y lo acompañó a San Rafael, como estaba previsto, en el día de la fiesta patronal, el 24 de octubre de 1957. Plattner quedó deslumbrado. Lo que vio sobrepasó todas sus expectativas. Se prometió salvar al menos esta iglesia de Martín Schmid del derrumbe. Además de los pueblos circundantes a San Ignacio de Velasco visitó San José, Concepción y San Javier (Figura 10).

Foto: Félix Plattner, 1957, Bildarchiv Jesuiten WeltweitZürich.

Figura 10: San Javier, campanero franciscano en el pórtico del templo.  

El beneficio de este gran viaje son más de 3500 fotos13, la gran mayoría en blanco y negro, y una película documental14La Panamericana. De vuelta en Suiza, Plattner publicó dos libros que ilustran una pequeña parte de su cosecha fotográfica: primero Genio en la selva: La obra del emigrante suizo Martín Schmid de Baar (Plattner, 1959), que incluye una biografía actualizada de Schmid, y después Maestros alemanes del barroco en América del Sur en los siglos XVIIy XVIII (Plattner, 1960). Además, publicó un gran número de artículos en diarios y revistas15. Lamentablemente, ambos libros alcanzaron una tirada modesta por las razones ya mencionadas, y nunca se publicaron traducciones castellanas, de manera que no tuvieron la resonancia merecida.

Las fotos y libros de Plattner y Lunte muestran la arquitectura y el arte colonial del continente, centrado en las obras de los jesuitas de habla alemana, y además en la gente, ciudades, paisajes y colegios jesuitas modernos. Probablemente, fue la primera documentación tan amplia del arte jesuítico americano, y la pionera en presentar estas obras de arte colonial al público centroeuropeo. Muchos edificios y obras de arte han sido renovadas o desfiguradas desde entonces, otros desaparecieron o fueron destruidos. Estas fotos entrañan, por tanto, gran importancia para investigadores y sobre todo para la restauración de edificios y obras artísticas . La parte más importante del archivo la constituyen las fotos de las misiones guaraníticas y chiquitanas, aquellas de todas las ruinas visibles de las reducciones en Brasil, Argentina y Paraguay, y de casi 200 esculturas de santos en iglesias, capillas y colecciones de la región. La documentación de Chiquitos con unas 300 fotos muy nítidas es comparable en tamaño y calidad con el archivo de Plácido Molina, que comprende unas 400 fotos, incluidas las artísticas de Hans Ertl.

Merced a la fundación jesuita Stiftung Jesuiten Weltweit, el archivo fotográfico del viaje de Plattner fue escaneado enteramente en alta resolución y puesto en la red en 2011; de acceso libre, incorpora mis comentarios detallados, aunque solamente en alemán y con un manejo complicado. La película La panamericana, comentada en alemán, fue restaurada laboriosamente, digitalizada en 2K y publicada en DVD en 2017; también se encuentra accesible en la red16.

Los años localizados entre 1945 y 1960 no sólo fueron la época del descubrimiento de la arquitectura misional de madera. En toda América Latina, los arquitectos descubrieron el encanto de la arquitectura colonial menor y rural. El tamaño de muchas cámaras fotográficas permitió a gente no profesional portarlas hasta las partes más remotas del continente, así que se formaron las primeras colecciones fotográficas amplias y se publicaron los primeros libros con documentación fotográfica detallada de una región, de un país o del continente entero. En la misma época, se recuperaron muchas iglesias y capillas amenazadas, restaurándolas de manera purista, eliminando las adiciones neoclásicas del siglo XIX y neocoloniales de inicios del siglo XX. Pero también fue la época de las últimas destrucciones intencionales de obras sobresalientes correspondientes al arte colonial, como las iglesias de São Pedro dos Clérigos en Rio de Janeiro (1943) y de San Ignacio de Velasco en Chiquitos (1948), o de los incendios de iglesias en Buenos Aires incitados por Perón (1955).

5. El rescate del patrimonio cultural de Chiquitos

Las dos décadas subsiguientes a la declaración de las iglesias de Chiquitos como monumentos nacionales en 1950, atestiguaron la decadencia de éstos: derrumbe de dos horcones de la iglesia de San José con parte del techo, restablecidos recién después de cinco años, a pesar de la decisión de derribar toda la nave del templo; destrucción del tabernáculo del altar mayor perteneciente a San Miguel; derrumbe de dos horcones y una fracción del techo de San Rafael durante un ventarrón; destrucción del coro de la iglesia de San Javier, etc. De los 16 horcones con tallados salomónicos de la nave de San Miguel, fotografiados en 1957 por Plattner, sólo se conservaban ocho en 1978, los demás se remplazaron por horcones delgados casi sin tallado.

Pasaron 14 años hasta que Félix Plattner pudo cumplir su promesa de salvar al menos una de las iglesias de Chiquitos. Envió primero a los arquitectos Georg Küttinger (*1931) e Ingrid Küttinger (*1940) de Munich (arquitectos especializados en fábrica de iglesias, transformación de edificios históricos y construcciones de madera) que elaboraron en 1971 un proyecto de saneamiento estructural para la iglesia de San Rafael. La propuesta consistía en colocar los horcones existentes sobre cimientos de hormigón sin desarmar el techo; remplazar las maderas deficientes (tres horcones, vigas etc.) sin repasar el tallado de los horcones conservados; remplazar los postes empotrados en los muros por pilares de mampostería; asegurar todo con hierros planos, pernos roscados y clavos; no restaurar ni completar las pinturas murales y ornamentos de barro; limpiar el mobiliario con cuidado, sin completarlo etc. Todo esto debía realizarse en los seis meses de la temporada seca de mayo hasta octubre.

En 1972, Plattner envió al arquitecto y jesuita suizo Hans Roth (1934-1999) a Bolivia para dirigir la restauración de la iglesia de San Rafael, a base del proyecto de Küttinger. Nacido en Zürich en una familia católica del cantón de Zug, entró joven en la Compañía, estudió Filosofía, Arquitectura y Teología, y realizó edificios de estilo modernista en India y Suiza. Aunque efectuó los estudios completos, no se ordenó sacerdote, porque consideraba que construir iglesias era una forma de servicio a Dios equivalente al sacerdocio; pero su reivindicación de igualdad entre hermanos y sacerdotes en la orden fracasó. Cuando se enteró del proyecto de Plattner, solicitó poder realizarlo "insistiendo que no era mera casualidad, más bien coincidencia providencial, que otro jesuita arquitecto pudiese restaurar la obra de Schmid, más aún cuando todos mis abuelos desde hace varios siglos son oriundos de la misma región de la que provenía el Padre Schmid" (Roth y Kühne, 1996, p. 97). Viajó con un pasaje de avión de ida y vuelta con un plazo de seis meses, pero tardó dos años hasta poder regresar a Suiza.

El párroco de San Rafael de entonces, el padre franciscano Godofredo Trenker (1920-1993), del Tirol del Sur, vivía desde 1956 en Chiquitos. Era una persona muy emprendedora, constructor de caminos y puentes y renovador de las iglesias de Santiago (republicana) y de San José, donde cambió 16 horcones grandes de la nave en sólo cuatro meses, por otros flamantes, aunque muy toscos, con bases enterradas, pero destruyó las cornisas y ornamentos de barro, pinturas murales y revoques en la nave de la iglesia (Kühne, 2010b, pp. 172-178). Más adelante, refaccionó el templo de San Miguel, construyó la iglesia nueva de Puerto Suárez y empezó el Santuario de El Chochís, todo ello junto a Hans Roth.

Cuando este arquitecto arribó a San Rafael, constató que el padre había empezado en la misma mañana a destechar la iglesia, por lo que se empeñó primero en recoger y proteger los bienes muebles guardados en el coro: la caja del órgano, el carillón, dos arpas, otros pedazos de instrumentos de música, pero sobre todo un armario de doce gavetas y una caja de cuero, llenos de cuadernos y hojas sueltas que consignaban música misional. Todo ello, junto con otras hojas recuperadas más tarde en Santa Ana, constituye el famoso Archivo Musical de Chiquitos, que consta aproximadamente de 3000 hojas,17 conservadas gracias a los solfas chiquitanos que las guardaban y al arquitecto Hans Roth que las llevó a Concepción. Más tarde, este material facilitó la investigación científica y la publicación, que culminó en los Festivales Internacionales de Música Renacentista y Barroca Americana "Misiones de Chiquitos"y en la fundación de escuelas de música barroca en los pueblos de Chiquitos y Guarayos.

Foto: Hans Roth, 1973, Archivo Eckart Kühne, Zürich.

Figura 11: San Rafael, levantamiento de una columna de madera en la iglesia destechada.  

Las obras en San Rafael empezaron con grandes dificultades. El padre Trenker comenzó la refacción con un retraso de dos meses y medio, sin preparar antes la madera y otros materiales de construcción necesarios, destechó y desmontó primero el maderamen del pórtico y de la mitad de la nave, sin proteger las obras de arte y las pinturas murales. Toda la construcción estaba inestable, y había más maderas podridas de lo que se sospechaba. Las obras se realizaron con técnicas primitivas y un equipamiento insuficiente: un aserradero lento y simple con motor diésel; un tractor desgastado; cinco polipastos de cadena y caballetes primitivos de madera para alzar las columnas de cuatro toneladas y fijarlas en los cimientos de hormigón (Figura 11); un taladro eléctrico, pero solo tres horas de corriente en la tarde; y ni agua corriente, ni caminos transitables en tiempo lluvioso. Todos estos problemas supusieron retrasos graves y la imposibilidad de cubrir las partes destechadas antes de la temporada de lluvias. La obra bruta duró tres años en vez del medio año previsto, repitiéndose cada año el problema de no poder cubrir la obra previamente a las lluvias, lo que causó daños irreparables en los muros de adobe, pinturas murales y obras de arte (Kühne, 2008, pp. 194-197).

Una gran dificultad fue la escasez de mano de obra calificada en el pueblo. El Padre Trenker trajo unos obreros de Santiago y San José, entre ellos el tallador Pedro Frías y el albañil Froilán Céspedes, que trabajaron más tarde también en otras obras de Roth. Los peones locales tenían todos una chacra para su sustento, y como los sueldos no alcanzaban para sobrevivir, dependían del ciclo anual de la agricultura. Desde antiguo , las obras de construcción se realizaban en los meses secos de mayo hasta agosto, entre la cosecha y el desmonte. Cabe acotar que todos los peones estaban empatronados con los terratenientes del pueblo, quienes boicotearon al inicio las obras en el templo, porque el cura quería contratar a los obreros directamente, sin intermediarios. Pero finalmente, aquellos sueldos modestos alcanzaron para quebrar el sistema vigente de servidumbre por deudas. La refacción del templo cambió el pueblo profundamente, formó operarios y artesanos, mejoró las condiciones de vida y fortaleció a los indígenas y su cabildo, sin que los terratenientes pudieran impedirlo: en un pueblo pequeño nadie podía oponerse a la refacción del templo (Kühne, 2008, pp. 188-190).

Muy grave decisión de Hans Roth fue la de remplazar no solamente los horcones de resistencia insuficiente, sino "necesariamente" también los horcones "feos y deplorables", y retocar totalmente los que se conservaron. Así se destruyeron todas las inscripciones en los horcones y vigas sin documentarlas. No se conservó ninguna columna como testigo, ni siquiera la última columna quizás original. Roth eliminó precisamente los testimonios históricos únicos y más significativos del mantenimiento de la iglesia por los indígenas chiquita-nos con trabajo arduo y grandes sacrificios durante dos siglos. También parece problemático que el diseño de las columnas nuevas se diferencia considerablemente de los originales eliminados: Hans Roth quería "superar en algunos aspectos" el diseño de Martin Schmid. Y en lugar de la torre sencilla de madera, característica y vernacular, de inicios del siglo XX, inventó un campanario nuevo, con detalles idénticos a los de la iglesia refaccionada, para disimular totalmente el intervalo de dos siglos entre los dos edificios (Kühne, 2008, pp. 188-190).

La restauración de las pinturas murales, o más bien su repinte integral, se realizó después de la obra bruta, cuando ya estaban dañadas o lavadas por las lluvias, sin un análisis previo de las diferentes capas. Hans Roth mismo complementó primero las pinturas del pórtico y las del coro, aunque después tuvo la suerte de encontrar a Sieglinde Falkinger (*1953), una cooperante de Austria, dispuesta a encargarse de este trabajo en el resto de la iglesia, con gran habilidad y pasión durante dos años (Kühne, 2008, pp. 197-203). Falkinger -por fin una protagonista femenina después de tantos hombres- trabajó más tarde junto con su marido en la refacción del templo de San Miguel, estudió lingüística, escribió su tesis doctoral sobre la lengua besiro, y fundó el Proyecto de Recopilación y Documentación de los Sermones Chiquitanos (Falkinger, 2010 y 2012).

El arquitecto español José Javier Martini visitó San Rafael en 1976 por encargo de la Unesco, para evaluar las posibilidades del aprovechamiento turístico de la región. Su informe elogió la "inmejorable calidad científica" de la restauración, constatando que se "adapta a la doctrina moderna en la materia" y recomendó "enfáticamente [...] asignar la responsabilidad de todo el programa de restauración [...] al arquitecto Roth" (Martini, 1977, pp. 81-85). A pesar del entusiasmo comprensible parece poco creíble que no mencionara, siendo perito de la Unesco, los aspectos problemáticos de la obra y las contradicciones evidentes con lo que determinaban las reglas universales de la Carta de Venecia. Otra reseña entusiasta la escribió el arquitecto cruceño Virgilio Suárez, posteriormente el crítico más resuelto de Roth (Ibáñez y Suárez, 1976, p. 27). Las primeras críticas rotundas vinieron de otro lado: de cooperantes jóvenes europeos y cristianos progresistas, convencidos de que era inmoral restaurar iglesias o dorar retablos en un país pobre, y que sería mejor derribarlas. Estas críticas se acallaron mucho después, cuando las iglesias se convirtieron en destinos turísticos -como si fuera despreciable restaurar una iglesia para la feligresía cristiana, pero ejemplar convertirla para los turistas en un museo (Kühne, 2008, pp. 205-208).

En 1973 fue ordenado en Concepción el nuevo obispo de Nuflo de Chávez, Antonio Eduardo Bösl (1925-2000), franciscano bávaro. Pronto visitó San Rafael, se entusiasmó con la obra de Roth y le pidió elaborar un proyecto parecido para la catedral de Concepción. Éste fue el inicio de una cooperación fructífera que duró décadas. Roth se mudó a Concepción como el arquitecto y consultor personal del obispo. En 1976 salió decepcionado de la orden jesuita y se casó con la enfermera alemana Heidi Schmidt (1943-2015), pero permaneció hasta su muerte en Chiquitos, trabajando durante 27 años como arquitecto eclesiástico, dedicándose , además de a las refacciones, a erigir más de 140 edificios nuevos en una versión modernizada de la arquitectura tradicional de Chiquitos: iglesias, capillas, casas parroquiales, conventos de madres, escuelas y hospitales. Sus obras maestras modernas son las iglesias de Ascensión y Urubichá en Guarayos, el Santuario Mariano de Chochís y la iglesia de Puerto Suárez (Medeiros, 1995, pp. 155-168; Kühne, 2000). Gran parte del tiempo trabajaba solo en la oficina, y con maestros y operarios formados por él en las obras. Su colaborador principal fue el jesuita suizo José Herzog (1935-2020), ingeniero, carpintero y maestro de obras de sus mayores obras. Roth se consideraba como sucesor de Martín Schmid y al igual que él "cambió el aspecto de los pueblos" (Figura 12). Su meta era la emancipación de los campesinos indígenas con programas para la formación de operarios y artesanos. Estaba convencido de que el desarrollo mental y cultural, las obras bien hechas y la conciencia histórica no son menos importantes para gente en un país pobre que las obras de infraestructura.

Foto: Alois Hundhammer, aprox. 1980, Archivo Misional de Chiquitos, Concepción.

Figura 12: Concepción, Hans Roth en su oficina, con la cabeza de una imagen de San Pedro, supuesto autorretrato de Martín Schmid.  

En la reparación de las iglesias jesuíticas de Concepción (1975-82) y San Miguel (1979-83) se aplicaron las experiencias de San Rafael y se usaron los mismos conceptos. La formación de profesionales y el desarrollo del pueblo -en San Rafael efectos secundarios no previstos de la refacción- llegaron a ser las metas principales del proyecto, a ello se sumaba la justificación de la renovación de obras artísticas frente a los donantes y feligreses en Europa. En San Miguel se establecieron talleres-escuelas de carpintería y tallado, con formación profesional reconocida por el Estado, que funcionan hasta hoy. En Concepción se ampliaron los talleres ya existentes del vicariato, con aserradero, carpintería, talleres de tallado y de mecánica, tejería y talleres-escuelas oficiales; todos éstos contaban con internado para alumnos de toda la Chiquitania, en su mayoría indígenas. El vicariato tenía sus propios generadores y bosques de madera de construcción. Estos talleres con 100 a 150 obreros y alumnos, gestionados por el arquitecto Roth con apoyo de cooperantes de Alemania, permitieron al obispo efectuar un vasto número de construcciones, sin contratar a empresas constructoras privadas (Bösl, 1988 y 1997).

Pero en toda esta empresa enorme, no hubo espacio para un tratamiento cuidadoso de los monumentos históricos, ni tiempo para investigaciones previas, ni dinero para expertos profesionales. Roth consideraba el informe de Martini, el experto de la Unesco, con cierta razón como carta blanca para seguir igual que en San Rafael. Su proyecto para Concepción estaba fundado en la ilusión de que las tres iglesias de Schmid eran casi iguales, y en el deseo del obispo que quería una iglesia reluciente y magnífica y poseía los recursos para realizarla. Desde el punto de vista de un conservador de monumentos, la impresión de las refacciones en Concepción y San Miguel es disonante. Ambas iglesias perdieron su pátina y los testimonios más conmovedores de su historia. Muchos detalles se "mejoraron" sin investigaciones previas o se adaptaron a la imagen idealizada que Roth guardaba de las iglesias de Schmid. Elementos originales como columnas de madera, cornisas de adobe o pinturas murales se remplazaron por copias aproximadas o por inventos nuevos en vez de ser restaurados esmeradamente. No obstante, el resultado es deslumbrante y maravilloso (Figura 13).

Foto: Eckart Kühne, 2005.

Figura 13: Concepción, la iglesia suntuosa renovada con su nuevo campanario.  

El éxito no tardó en llegar. La imagen maquillada de las iglesias renovadas aceleró sin duda su divulgación, estimuló las investigaciones científicas y transformó profundamente nuestra percepción de las misiones jesuíticas en general. Desde mediados de los años 80, los cruceños descubrieron con sorpresa las tres iglesias renovadas por extranjeros, sin la participación de instituciones o arquitectos bolivianos. En 1986 apareció una iglesia inspirada en los templos de Chiquitos en la famosa película La Misión (Figura 14). En 1989 se fundó en Urubichá de Guarayos el primer coro con orquesta juvenil que toca la música barroca de Chiquitos. En 1990 las misiones se inscribieron en la lista de Unesco, gracias a los esfuerzos de Alcides Parejas, Virgilio Suárez y otros (quienes atinadamente no mencionaron en la solicitud sus críticas a la obra de Roth). Éste es uno de los raros casos en que una nominación a la lista mundial no fue promovida por el gobierno de un Estado, sino por un grupo local de la sociedad civil. Desde 1991 se publicaron una multitud de libros nuevos sobre Chiquitos, que culminó en la obra monumental Las Misiones Jesuíticas de Chiquitos editada por Pedro Querejazu (1995), en los estudios fundamentales de Roberto Tomichá (2002) sobre la evangelización y en los de María José Diez (2006) sobre los bienes muebles de Chiquitos. En 1994 organicé una exposición donde se presentó a Martín Schmid y Chiquitos por primera vez al público suizo y que se mostró más tarde también en Santa Cruz y en La Paz (Kühne, 1996). Y desde 1996, un grupo de voluntarios civiles, hoy Asociación Pro Arte y Cultura (APAC) organiza cada dos años el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana "Misiones de Chiquitos", con el fin de preservar y difundir el patrimonio cultural de las iglesias y de los archivos musicales de Chiquitos y Moxos, teniendo como escenarios los magníficos templos misionales, y también la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, puerta de ingreso del turismo nacional e internacional.

Afortunadamente, las severas críticas de expertos de Bolivia y de otros países americanos ejercieron una influencia muy positiva en las restauraciones siguientes en Chiquitos. Roth aprendió mucho de sus críticos y de los expertos que llegaron de Europa para apoyarlo, como lo demuestran las ultimas iglesias restauradas en Chiquitos (sin entrar en detalles):

La iglesia y parroquia de San Javier, el conjunto mejor conservado de Martín Schmid, fue restaurado por Hans Roth en 1987-91 ajustándose a criterios estrictos de conservación de monumentos, a un relevamiento y un análisis muy detallados. Contó para esta tarea con la ayuda de restauradores de pinturas que enseñaron en dos estadías breves a los obreros locales cómo destapar, restaurar y completar las pinturas murales y del techo, a fin de reconstruir todo el colorido original del interior (Figura 15; Kühne, 2008, pp. 219-223).

Foto de internet. El éxito no tardó en llegar.

Figura 14: Foto fija de la película La Misión de Roland Joffé, 1986, con una pequeña iglesia inspirada en las iglesias de Chiquitos. El balcón se asemeja al de Santa Ana, los arcos a los de San Rafael.  

Foto: Eckart Kühne, 2010.

Figura 15: San Javier, la iglesia restaurada, vista de un corredor en la plaza.  

Hans Roth empezó la restauración del conjunto misional de San José en 1988, con criterios parecidos a los San Javier. Las obras se paralizaron varias veces debido a graves conflictos entre el cura, el obispo de San Ignacio, las autoridades del pueblo, el arquitecto Roth y organismos de Santa Cruz y la Paz, siguiendo en varias etapas con conceptos diferentes, hasta que el Plan Misiones de San Ignacio reanudó en 2005 la restauración interrumpida del conjunto entero, que se terminó recién con la inauguración del Museo Misional en 2011 (Kühne, 2010b, pp. 17-30).

La restauración de Santa Ana (1997-2001) fue la primera organizada y financiada por organizaciones no eclesiásticas, sino estatales de Suiza y España. Hans Roth y el Plan de Rehabilitación Integral de Santa Ana de Velasco, junto con un gran número expertos bolivianos e internacionales restauraron no solamente la iglesia de manera muy respetuosa y cuidadosa, sino también una serie de casas indígenas con techos de paja en el pueblo (Figura 16).

Foto: Eckart Kühne, 2012.

Figura 16: Santa Ana, concierto de música barroca con la orquesta juvenil del pueblo, en la iglesia renovada con decoración festiva. 

6. Apuntes finales

Las observaciones del sociólogo alemán Peter Strack (1992) en Chiquitos y la teoría del control cultural del sociólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla (1987) contribuyen quizás a entender mejor los procesos de mestizaje cultural en comunidades indígenas subordinadas como las chiquitanas. Después de la expulsión de los jesuitas en 1767 y más aún después de la disolución del sistema misional a mediados del siglo XIX, la opresión económica aumentó y la calidad de vida de los chiquitanos se hizo más precaria , pero paralelamente ganaron cada vez más control sobre las fiestas religiosas y el mantenimiento de las iglesias: los indígenas se apropiaron de elementos culturales impuestos por los jesuitas y los convirtieron en elementos propios. Merced a la renovación de las iglesias y su aprovechamiento turístico empezó un proceso inverso: los chiquitanos pierden paulatinamente el control sobre el patrimonio cultural tangible e intangible, ahora controlado por curas, funcionarios y expertos ajenos, pero gozan de un ascenso social gracias a una formación más esmerada, nuevos ingresos y mayor valoración de la cultura indígena misional (Kühne, 2017).

Resulta curioso que toda la regeneración del patrimonio de Chiquitos haya dependido en gran parte de una sucesión remota de recuerdos, como de un hilo muy delgado. Sin la familia Schmid en Baar que guardó las cartas de su antecesor durante seis generaciones, el padre Martín Schmid sería hoy casi desconocido, sólo mencionado brevemente en un artículo de Buschiazzo. Sin estas cartas, Plattner no habría escrito sus libros sobre Schmid, y tampoco habría enviado Hans Roth a Chiquitos. Y sin la obra pionera de Roth a partir de 1972, las iglesias habrían sido reemplazadas por edificios nuevos o saneadas de manera grosera por curas emprendedores como Godofredo Trenker, exentas de columnas talladas, ornamentos de adobe y pinturas murales. No habría el Archivo Musical de Chiquitos, ni la inscripción de seis pueblos en la lista de la Unesco, y muchas maravillas se conocerían hoy únicamente por las fotos de Plácido Molina.

He puesto el acento en los actores suizos de esta narración (Schmid, Spillmann, Plattner y Roth) y no en los actores bolivianos, en la mayoría anónimos. Soy consciente de que los europeos no crearon estas iglesias con sus propias manos, sino que idearon y diseñaron lo que otros iban a ejecutar, y relataron después lo que otros habían hecho. En realidad, fueron los indígenas chiquitanos los que construyeron y decoraron estos templos y pueblos, que los llenaron de vida y música, que los mantuvieron arduamente durante décadas de abandono, y que los restauraron y reanimaron junto con vecinos criollos, cruceños y extranjeros. Mi relato sobre la contribución suiza al patrimonio cultural de Chiquitos no pretende contar toda la historia. Pero no quiero repetir piezas de la historia que autores bolivianos ya han contado mejor, sólo quiero completarla con unos episodios poco conocidos en Bolivia, como una voz adicional en un coro de voces diferentes.

Referencias

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Notas

3 Atribuciones basadas en estudios inéditos.

4 Las ruinas del pueblo jesuítico con una torre de aprox. 1746 se encuentran en Taperas de San Juan, cerca de la estación de ferrocarril.

5 Facsímil de la biografía latina y traducción alemana en: Fischer (editor, 1988, pp. 151-277). Falta publicar una traducción castellana de esta biografía, como la de las biografías de otros misioneros de Chiquitos (Chomé, Mesner y Pallozzi) en el mismo libro.

6 No he encontrado ni una sola referencia impresa a esta biografía, que sea anterior o independiente de las obras de Spillmann.

7 El archivo familiar está depositado en el Staatsarchiv Zug (Archivo Cantonal de Zug, Suiza). Traducción castellana de algunas cartas en Hoffmann (1981, pp. 120-156).

8 Copias manuscritas o dactilógrafas de las cartas existen en los Archivos Parroquiales de Baar y de Zurzach, el Archivo Cantonal de Zug, la Biblioteca Jesuítica de Lovaina y en archivos privados (Fischer, 1988, p. 13).

9 Recién el año pasado se inauguró una placa conmemorativa dedicada a Martin Schmid en el interior de la iglesia jesuita de Lucerna.

10 En el Archivo Misional de Concepción hay algunas fotos de Ertl que faltan en el archivo de Molina.

11 Buschiazzo mencionó en el artículo de 1952 "algunas fotos que poseo" (p. 65), quizás se refería a la "abundante selección fotográfica" enviada por Plácido Molina (1995, p. 232), pero las fotos aparecieron recién en sus publicaciones posteriores.

12 Cuatro fotos de una serie de aprox. 30 postales de San Ignacio, San Miguel, Concepción y San Javier, tomadas en la década de 1930 por un fotógrafo anónimo del Vicariato (Kühne, 2003, foto 2).

13Archivo de la Provincia Jesuita de Suiza, Zürich: negativos en blanco y negro y diapositivas, tamaño 40 x 40 y 40 x 60 mm, pruebas por contacto y copias grandes de las fotos publicadas.

14Archivo de la Cinémateque Suisse: película color en alemán, 89 minutos.

15 Fotos de Plattner y Lunte se publicaron también en libros de Guillermo Furlong, Mario Buschiazzo, José de Mesa, Teresa Gisbert y otros, muchas veces sin indicación de la fuente.

17 No son y nunca han sido 5000 hojas, como muchas veces se pretende.

Recibido: 01 de Marzo de 2022; Aprobado: 01 de Abril de 2022

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