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Punto Cero

versión impresa ISSN 1815-0276versión On-line ISSN 2224-8838

Punto Cero v.15 n.21 Cochabamba  2010

 

 

 

Las cuentas pendientes de la teoría de la comunicación

 

 

Edison Otero

Chileno, docente de la Universidad Única

eotero@uniacc.cl

 

 


Resumen

Este artículo ahonda en los planteamientos formulados en otro anterior (Otero, 2006) el cual, apoyándose en la literatura pertinente entre 1983 y 2004, sostenía que el estudio de los fenómenos de la comunicación constituyen un conjunto intelectual fragmentado y disperso, una multiplicidad de puntos de vista que no conversan entre si y que cultivan la mutua ignorancia y exclusión. En la búsqueda de una explicación de esta problemática condición, se acudía a la distinción entre ciencias paradigmáticas y pre-paradigmáticas, desarrollada por el filósofo e historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn, argumento que la situación de los estudios en teoría de la comunicación calza adecuadamente con la condición de un ámbito inmaduro de investigación. Para el presente trabajo se examinaron artículos publicados en revistas de comunicación entre 2005 y 2010, con el objeto de verificar si la tesis de la fragmentación de los estudios continúa siendo considerada un hecho básico. Los antecedentes recientes convergen en el diagnóstico de fragmentación y se asume una explicación de ella en función de la distinción entre entidad institucional o administrativa y entidad intelectual, tal como es formulada por el investigador estadounidense John D. Peters.

Palabras clave: estudios de comunicación, fragmentación, desarrollo institucional, desarrollo intelectual.


Abstract

This article deepen on ideas formulated in a former one (Otero, 2006) which, with the support of relevant literature between 1983 and 2004, explained that the field of communication and media studies constitutes a fragmented and scattered intellectual set, a multiplicity of points of view that have no conversation and maintain mutual ignorance and exclusión. Trying to explain this condition, a distinction was used between paradigmatic and pre-paradigmatic sciences, such as the one developed by the philosopher Thomas S. Kuhn. Having this distinction in mind, the área of communication and media studies look like an immature field of research. In this article, new records are used from communication journals, between 2005 and 2010, trying to verify the fragmentation thesis as a basic fact, and pointing to an explanation based on the difference between institutional entity and intellectual entity, as discussed by the American researcher John D. Peters.

Keywords: communication studies, fragmentation, institutional entity, intellectual entity.


Resumo

Este artigo explora os argumentos apresentados em anos anteriores (Otero, 2006), que, com base na literatura pertinente (1983-2004), argumentou que o estudo dos fenômenos de comunicação som um produto intelectual fragmentado e disperso, uma multiplicidade de pontos vista que não falam lês uns com os outros e cultivam a ignorância mútua e a exclusão. Na busca de uma explicação sobre a condição de problema, fez-se referência à distinção entre a ciência pré-paradigmática e paradigmática, desenvolvida pelo filósofo e historiador da ciência Thomas S. Kuhn, que argumentou que o estatuto dos estudos em teoria da comunicação se encaixa bem com a condição de um campo de imaturos de pesquisa. Para o presente estudo analisaram-se artigos publicados em revistas de comunicação entre 2005 e 2010 com o objetivo de verificar se a tese de estudos de fragmentação ainda é considerada um fato básico. As histórias recentes convergem no diagnóstico de fragmentação e é preciso uma explicação baseada na distinção entre entidade administrativa e institucional ou entidade intelectual, tal como formulado pelo estudioso norte-americano John D. Peters.

Palavras-chave: estudos da comunicação, fragmentação, desenvolvimento institucional, desenvolvimento intelectual.


 

 

Un recuento necesario

Este artículo ha sido concebido como una continuación y una profundización de los planteamientos formulados en otro anterior, titulado El 'estado del arte' en teoría de la comunicación: un ejercicio kuhniano (Otero, 2006). En ese artículo se sostenía la tesis de que "los estudios sobre los fenómenos de la comunicación conforman un conjunto intelectual fragmentado y disperso, una variedad de planteamientos que no dialogan entre si, que con frecuencia se excluyen o se ignoran unos a otros y que permanecen aislados" (2006, p. 57). Una inferencia lógica a partir de esa premisa es que resultaba dudoso identificar a tales estudios como una disciplina científica. Parecía razonable, más bien, postular la existencia de un área o ámbito de estudios sobre los fenómenos de la comunicación. Uno de las expresiones más ostensibles de la aludida balcanización es la existencia de revistas dedicadas exclusivamente al nivel interpersonal y grupal de la comunicación y otras dedicadas únicamente a los medios de comunicación, con autores que no se leen y no se citan.

El análisis de la literatura, contenida principalmente en una multiplicidad de revistas y desarrollada por autores reconocidos, permitía apreciar la existencia de afirmaciones perfectamente coherentes con ese planteamiento central (Rosengren, 1993; DeFleur, 1995; Mattelart, 1997; Craig, 1999; Rogers, 1999; Fink y Gantz, 1999; Reynoso, 2000; Boster, 2002; Bryant y Miron, 2004). Por cierto, se trata de literatura que intenta desarrollar un balance general de los esfuerzos intelectuales en materia de comunicación. Las conclusiones son coincidentemente escépticas y declaran explícitamente sus dudas sobre la calidad académica promedio de la producción en el área.

En el propósito de dar con una explicación satisfactoria de esta condición intelectualmente menesterosa, se acudió a una distinción desarrollada por el historiador y filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn (1922-1996). Según este autor, la diferente condición de desarrollo de unas disciplinas y otras, de unos ámbitos de estudio y otros, puede ser recogida satisfactoriamente mediante la distinción entre lo paradigmático y lo pre-paradigmático, elaborable también en términos de las distinciones entre las ciencias desarrolladas y subdesarrolladas, ciencias normales y ciencias prenormales, ciencias maduras y ciencias inmaduras (Kuhn, 2002). Ratificada por autores reconocidamente ligados a la tradición kuhniana (Hoyningen-Huene, 1993; Mayo, 1996; Andersen, 2001; Nickles, 2003), la distinción permitía advertir la franca convergencia entre el estado del arte en la teoría de la comunicación y los rasgos característicos de una disciplina en fase pre-paradigmática. La enumeración siguiente resume esos rasgos:

(a) la carencia de consensos básicos entre los practicantes del área.

(b) la existencia de escuelas y sub-escuelas incompatibles que compiten entre si.

(c) la mantención de un discurso crítico de carácter crónico.

(d) la ausencia de criterios evaluadores compartidos.

(e) la carencia de autonomía frente a los factores externos al ámbito.

Resulta imprescindible despejar dudas respecto de las denominaciones empleadas por Kuhn y el uso que hacíamos de ellas. Incluso cuando habla de 'subdesarrolladas', 'inmaduras', 'pre-normales' o 'preparadigmáticas', Kuhn se refiere a ciencias. Se trata de una cuestión sumamente polémica. En un lacónico pero contundente despeje de ambigüedades, Hoyningen-Huene sostiene que "los ejemplos contemporáneos de áreas carentes de consenso universal pueden hallarse en la mayoría de las ciencias sociales" (1003, p. 133). Así, en consecuencia, la mayoría de las ciencias sociales son inmaduras, subdesarrolladas, pre-normales y pre-paradigmáticas. Lo cual es una manera de decir que se las reconoce como ciencias no por sus resultados sino por el perfil de sus esfuerzos intelectuales. Como sea, es un hecho que una diversidad de autores (entre los pocos que tienen la disposición de generar balances y observar la situación desde fuera) no reconoce a los estudios de comunicación como una disciplina científica. Incluso, más de alguien ni siquiera admite que sea la denominación correcta de un área consistente (Craig, 1999). Con todo, el hecho innegable es que el estado del arte en teoría de la comunicación calza perfectamente con los rasgos enumerados para el caso de una condición inmadura kuhniana.

 

La búsqueda continúa

Como un esfuerzo de continuidad, para el presente trabajo se examinaron artículos publicados en revistas de comunicación entre 2005 y 2009, con el objeto de verificar si la tesis de la fragmentación de los estudios continúa siendo considerada un hecho básico. En un análisis de este estilo, no habría modo de ignorar el artículo La Identidad de la Investigación en Comunicación, publicado en la revista Journal of Communication, Vol. 56, 2006. Su autor, Wolfgang Donsbach, organiza el artículo en tesis y contra-tesis: Así, señala, de una parte, que "la comunicación, como un área de investigación, ha experimentado el mayor desarrollo probablemente de todas las áreas académicas en los últimos 30 años" (p. 437). No obstante, continúa Donsbach, "la comunicación carece de identidad" (p.439). Pero, lo que resulta más significativo en el examen de este autor es su juicio sobre las distintas tradiciones de investigación en el área: "Casi no hay comunicación entre los diferentes campos y las tradiciones disciplinarias. Cada uno tiene sus propias revistas, están en distintos departamentos y pertenecen a diferentes asociaciones o diferentes divisiones" (p. 443). Por otra parte, y en franca coincidencia con la caracterización de una disciplina inmadura a lo Kuhn, Donsbach afirma que "el área sufre, progresivamente, de erosión epistemológica" (p.444).

No menos interesante resultan las reflexiones de Kaarle Nordenstreg en la Nordicom Review, con un artículo titulado Discipline or Field? Soul Searching in Communication Research. En el "Jubilee Issue" de 2007, Nordenstreng declara que "los estudios mediales permanecen más bien como un área que como una disciplina, y mi sugerencia es que constituye una ilusión no saludable el celebrar la popularidad de los estudios sobre los medios de comunicación con la distinción de una disciplina independiente." (p. 212). Como podrá advertirse, el autor se refiere a las pretensiones de disciplina no de los estudios de la comunicación en general, sino de los estudios mediales en particular. Si ya constituye una dificultad establecer la condición de disciplina de la teoría de la comunicación como reflexión integradora, ¿en qué sentido concreto podrían los estudios mediales serlo por si mismos?, ¿en qué sentido concreto podría ello ocurrir, ignorando la investigación en los niveles interpersonal, grupal y medial de la comunicación? A la ya mencionada fragmentación, lo que se tiene aquí es la pretensión imperial de un segmento específico de los fenómenos comunicacionales. Ni qué hablar de algún tipo de consenso entre los diversos modelos sobre el rol de los medios de comunicación. Esta clase de preguntas calzan como anillo al dedo con una recomendación simple y precisa que Nordenstreng formula: "Es necesario echar periódicamente una meta-mirada sobre lo que estamos haciendo" (p. 212). De no ocurrir así, y es lo que sucede habitualmente, se corre el riesgo de que el área, con toda su expansión y diversidad, "se vuelva profesionalmente auto-centrada y científicamente superficial" (p. 219).

En la misma edición de la "Nordicom Review" ya referida, se incluye un artículo de Ulla Carlsson, figura relevante de la investigación escandinava. Su diagnóstico es convergente con los comentarios ya consignados. A su modo, afirma que "la rueda es inventada una y otra vez" (2007, p. 226). Sostiene que hay en desarrollo una especialización que no siempre está respaldada por teoría o metodología serias; en consecuencia, el riesgo de balcanización es todavía mayor. Las publicaciones corren el peligro de volverse repetitivas y redundantes, con lo cual continúan debilitándose los estándares de calidad académica. En medio de la ola que se entusiasma con el estudio de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y cree poder prescindir de dar explicaciones sobre los modelos y las 'teorías', los métodos y las técnicas, que buscaban comprender la comunicación masiva, Carlsson reitera la necesidad de desarrollar estudios comparados.

En el Volumen 58 de la revista "Journal of Communication", en 2008, se incluye un artículo de Michael Pfau con el nombre de Intersecciones Epistemológicas y Disciplinarias. Pfau considera el área de los estudios de comunicación como un ghetto intelectual. Hace suya la afirmación de que se sufre de un déficit de intercambio intelectual. "Se importa lejos más de lo que se exporta" (p. 597). A continuación, sostiene que la fragmentación vuelve crecientemente dificultoso para los estudiosos el internalizar los desarrollos significativos epistemológicos y de contenido en comunicación que están fuera de sus nichos específicos" (p. 599).

Amén de sumarse al diagnóstico de la ya reconocida fragmentación del área, Russell Neuman, Davidson, Joo, Park y Williams aluden a algunas debilidades sintomáticas en la producción intelectual. En el mismo volumen ya referido de la revista "Journal of Communication", estos autores dan cuenta de la precaria condición de los criterios de evaluación del material y de los desacuerdos de los revisores en materia de textos relativos a los fenómenos de la comunicación. En su artículo Los siete pecados capitales de la investigación en comunicación, nos recuerdan que "en las ciencias físicas, la mayoría de las revistas acepta alrededor del 80% de los manuscritos recibidos, mientras que en las ciencias sociales se rechaza cerca del 80%" (2008, p. 221). De este modo, resulta que los procesos y mecanismos de acreditación de la calidad de la producción intelectual en el área de los estudios en comunicación carecen de la confiabilidad que sería necesario exhibir. Una manifestación de ello es la facilidad y la negligencia con que los puntos de vista o los marcos conceptuales postulados son presentados como 'teorías'.

En 2009, la revista "International Journal of Communication" (N° 3) incluye una entrevista de Helle Sjovaag y Hallvard Moe a tres investigadores del ámbito, con el título ¿De la Fermentación a la Maduración? Reflexiones sobre los Estudios Mediales y de Comunicación: una Entrevista a Todd Gitlin, Jostein Gripsrud y Michael Schudson. En tanto Gitlin declara que los estudios en comunicación en las universidades estadounidenses están desprovistos de "una agenda intelectual seria" (2009, p. 133), Shudson hace un descarnado examen de las revistas las que, a su juicio, consisten habitualmente en "prolegómenos, a una introducción, a un prefacio, a un estudio sobre comunicación" (p. 134). Gripsrud califica a muchos trabajos como "estudios Mickey Mouse". Gitlin remata estos comentarios críticos de manera breve pero categórica: "De manera que pienso que el área es muy pobre" (p. 137).

En el mismo 2009, en un paper presentado a la Conferencia NordMedia 2009, en Suecia, Juha Koivisto y Peter Thomas se hacen cargo de la paradoja consistente en que, de una parte, el área de la comunicación haya experimentado un desarrollo explosivo en las universidades contemporáneas y en todo el planeta, y por otra parte, todos los diagnósticos apunten a un ámbito en el que reina una indesmentible falta de claridad. ¿Cómo compaginar estas dos realidades? De una parte, datos como el siguiente: "desde mediados de los 90, las universidades estadounidenses han otorgado alrededor de 50.000 grados en comunicación al año" (2009, p. 8); de la otra, una condición así caracterizable: "El área es definida a nivel social e institucional, no al nivel de conceptos básicos o disciplinariamente, ni siquiera en términos de un supuesto objeto común de estudio" (2009, p. 22).

 

En busca del pasado perdido

Afirmar que los estudios en comunicación constituyen un ámbito o área en condición inmadura no pasa, sin embargo, de ser una constatación, una descripción de hechos, incluso en el caso de que no se desee asumir la distinción kuhniana a la que se ha aludido. Por de pronto, sin que pueda sostenerse que los autores examinados hasta aquí en este artículo eventualmente aceptan, consideran o tienen en cuenta la formulación de Kuhn, también es un hecho que coinciden en el estado de fragmentación o balcanización del área y, claramente, en el diagnóstico de su precaria situación intelectual. Se puede hacer el ejercicio de poner en suspenso la tesis de Kuhn sobre las etapas en el desarrollo o crecimiento de una disciplina científica, y buscar alguna explicación sobre el estado de los estudios en comunicación.

Ciertamente el diagnóstico puede ser enriquecido cuánto se desee. Es posible, por ejemplo, identificar otros antecedentes que pudieran estar en la raíz de la condición intelectualmente menesterosa ya descrita; es el caso de las arremetidas de verdaderas modas académicas y políticas en distintos momentos del siglo XX; es el caso de las tendencias inspiradas en Marx, como la teoría crítica de la sociedad y una proporción importante de los estudios culturales, todo ello sazonado por semiótica, estudios literarios, psicología a lo Foucault, etc.1; es el caso de las tendencias posmodernistas, cuya invasión significó promover la desaparición de estándares comunes de validación de las afirmaciones y de un estatuto mínimo de consensos metodológicos para los investigadores, amén de disolver el sentido mismo de aquello en lo que una investigación consiste2. Por otra parte, una suerte de mirada histórica permite advertir los cambios de timón determinados por la aparición de innovaciones tecnológicas de comunicación que, en el ámbito académico, generan mareas de repentina actualización y de consistente olvido de la investigación previa. Ocurrió con el surgimiento y expansión de la televisión a fines de los 50 y comienzos de los 60, y ocurre ahora con el desarrollo de Internet, los celulares o las redes sociales. En cada caso, se declaran fines de época, inauguraciones inéditas y se implica, habitualmente, que las nuevas realidades requieren metodologías ad hoc de investigación y el entierro definitivo de las eventuales conceptualizaciones previas. Lo que queda en el aire, cada vez, es la elaboración de una teoría que explique satisfactoriamente la evolución tecnológica, así como sus expresiones mediales y comunicaciones en general, y su rol en el conjunto de los sistemas sociales. Cada vez, no se desarrollan los apropiados balances y la investigación anterior queda dislocada y desintegrada respecto de los esfuerzos por comprender los nuevos escenarios comunicacionales.

El estudio sobre los inicios de la investigación en comunicación es más bien escaso, aunque se pueden identificar esfuerzos dignos de atención (Whal-Jorgensen, 2004; Katz). Lo que resulta más sorprendente es la decidida ignorancia o subestimación de un artículo notable, publicado en 1986 por la revista "Communication Research", y del que es responsable John Durham Peters. Este investigador es, además, el autor de Speaking Into the Air. A History of the Idea of Communication (1999), ciertamente una referencia bibliográfica obligada. Las tesis formuladas por Peters en este artículo de 1986 están estructuradas a partir de la distinción entre entidad institucional y entidad intelectual. Sostiene que el área de la comunicación puede ser caracterizada por una trayectoria en la que las necesidades institucionales se han fagocitado a las potencialidades intelectuales. La necesidad de legitimar el área en el marco de las universidades y las ciencias sociales estableció urgencias y prioridades que dejaron en el camino la búsqueda de calidad en la investigación. Por institucionalización se entiende, claramente, el surgimiento de carreras, departamentos y facultades capaces de otorgar títulos y grados, y de hacerse de un lugar en el espacio académico. En las condiciones generadas, las referencias acreditadoras fueron buscadas en la industria de los medios de comunicación y no en el desarrollo de conceptos teóricos consistentes. Afirma Peters:

Pero los debates en comunicación tienen también una etiología más específica que tiene que ver, en gran parte, con el paradójico intento de crear una entidad institucional particular (un área académica) a partir de una entidad intelectual universalista (comunicación). En la crujidera entre institución e intelecto, históricamente el intelecto perdió. 'Comunicación' llegó a definirse administrativamente, no conceptualmente. (1986, p. 528)

Como resultado, la palabra 'comunicación' es utilizada para "amparar una colección incoherente de ideas, instituciones, tecnologías e intereses" (p. 541).

En una explícita alusión a Wilbur Schramm, sostiene que la reflexión -no la teoría, porque eso le queda grande- tuvo más que ver con las relaciones públicas que con un objetivo intelectual. En un balance demoledor, Peters afirma que

[...] no hay orientaciones teóricas para definir el área. Dado que el único principio de organización conceptual que realmente opera es administrativo, cada departamento se las arregla con sus propias definiciones, dependiendo de sus propios peculiares accidentes históricos y curriculares (aunque la variedad no es, en modo alguno, infinita). De esta manera, se impide una concepción floreciente de los términos centrales del área. (p. 547)

En suma, los esfuerzos por hacerse un lugar institucional significaron negociar las pretensiones teóricas del área. Exitoso en lo administrativo, ello tuvo como precio el subdesarrollo intelectual. En pasajes agudos y directos, Peters identifica este estado de cosas como el escenario perfecto para la diseminación de la teoría de la información, cuyos términos permitieron darle ropaje tecnológico modernizador al vocabulario utilizado, generando así una retórica de apariencia explicativa suficiente. El florecimiento institucional ha sido, en consecuencia, el argumento preferido para acallar el indesmentible subdesarrollo conceptual. Dice Peters: "Necesitamos enfrentar el hecho que la idea de un área de la comunicación ha sido posible sólo en la medida en que se ha estado ciego a las bases intelectuales de lo que se está haciendo" (p. 551). Como consecuencia, el área ha fracasado en "definir su misión, su objeto, y su relación con la sociedad de una manera coherente (p. 528). Su diagnóstico final es lapidario: el área sufre de "pobreza e, incluso, incoherencia filosófica" (p. 529).

Esta ambigüedad es sustancial: la acreditación organizacional corre a parejas con la falta de credibilidad intelectual. Una de las tantas manifestaciones es la insularidad conceptual del área; por décadas, los estudiosos ignoran sistemáticamente los desarrollos en las ciencias sociales, indispensable referencia para comprender los fenómenos de la comunicación. En su persistente auto-referencia, creen poder explicar el rol de los medios a partir de un modelo de efectos que soslaya impúdicamente variables sociales no mediales. Así, caen en el absurdo de desarrollar explicaciones que, abierta o encubiertamente, terminan siendo teorías sociales tal cual, una sobredimensión de los medios de tales proporciones que vuelven prescindibles a la sociología, la psicología social o la ciencia política. El drama social -por llamarlo de algún modo- es, enteramente, dinámica medial. Ni qué hablar de la absoluta ausencia de una profundización siquiera básica del concepto de 'efectos', carencia permanentemente acompañada de una curiosa, extraña, paradojal y siempre cambiante concepción del público, la audiencia o como quiera que termine denominándose eso que aparece como la contraparte de los mensajes. ¿Y qué decir de la sorprendente convivencia de una investigación básica dirigida a desentrañar las intrincadas redes de la interacción social, a niveles interpersonales, grupales y organizacionales, completamente segregada de cualquier 'teoría medial', y viceversa? McPhail señala lo siguiente:

Históricamente, la investigación estadounidense en comunicación de masas aisló los propósitos específicos de los medios de comunicación, los mensajes o los efectos, respecto de todo el proceso social. No intentó relacionar la comunicación con los sistemas sociales, ideológicos, políticos, culturales y económicos en los que operaba... Esta temprana tendencia continúa con pocas notables excepciones. (2006, p. 48)

Sin duda alguna, este hiper énfasis en los medios de comunicación tiene su origen en las circunstancias históricas de los años 30 y 40, cuando la propaganda pareció una herramienta sustantiva en tiempos de guerra y la posterior guerra fría. La reducción del estudio de los niveles interpersonales y grupales de la comunicación no constituyó un descuido sino una opción. La obsesión por el control y manipulación de las audiencias hizo posible la aceptación académica de modelos que no resistían el análisis conceptual básico. No deja de ser paradojal que la teoría crítica de la sociedad y los estudios culturales coincidieran en esta sobrevaloración del rol de los medios de comunicación y su elevación a categoría social determinante.

Sobre el particular resultan convergentes también las reflexiones del investigador francés Dominique Wolton. Este autor afirma que el término 'comunicación' ha sido monopolizado por la referencia a los medios de comunicación, subvalorando así la experiencia interpersonal y grupal de la comunicación. Esto le permite hablar de 'despotismo mediático', y referirse al ambiente profesional de los medios de comunicación como "el pequeño círculo de una elite autoproclamada" (2006, p. 53). En consideraciones que resultan muy afines a la distinción entre comunicación como transmisión y comunicación como ritual, desarrollada por James Carey (Carey, 1989), Wolton propone la distinción entre los sentidos normativo y funcional del término 'comunicación': "El primero, el más antiguo (siglo XIV), vinculado a la dimensión normativa, significa "compartir", "comulgar", en la tradición judeocristiana. El segundo, a partir del siglo XVI, vinculado al progreso técnico, remite a la idea de transmisión y difusión" (p. 15). Introducida la distinción, Wolton no tiene rodeos para formular su tesis central: "Informar, expresarse o transmitir ya no alcanza para crear una comunicación" (p. 28).

Reflexiones semejantes provoca la observación de la pobreza franciscana de las alusiones al fenómeno tecnológico. A excepción de la neutral e indiferente alusión a las plataformas que hacen posible la comunicación a nivel planetario, ningún modelo se toma la molestia de elaborar conceptos que anuden comunicación y tecnología. Así, se está obligado a optar, de una parte, por algún tipo de determinismo tecnológico al estilo de Marshall McLuhan y, por la otra, por una concepción que vuelve intrascendente la variable tecnológica, dada la supuesta autonomía y suficiencia del análisis de contenido establecido a priori. El resto del discurso subsiste en un plano de afirmaciones generales capaces de respaldar los más contradictorios supuestos al mismo tiempo. Por cierto, ello alcanza a una gran proporción de la literatura comprendida bajo la ambigua e irresuelta denominación de 'tecnologías de la información y la comunicación', casi todo el tiempo simplemente descriptiva y rara vez con arrestos teóricos de valor (Golding, 2000; Brey, 2007; Otero, 2008; Lagerkvist, 2009).

Inmersos en el escenario comunicacional más reciente, que Manuel Castells caracteriza como la coexistencia pacífica y no-pacífica de la comunicación masiva vertical y la 'mass-self communication' de perfil horizontal (2007), el área de los estudios de la comunicación experimenta esa condición de estar en medio de ninguna parte, que el pensador francés Paul Valery describía como la ostensible divergencia entre una plétora de posibilidades de acción y un escaso repertorio de recursos de comprensión (Valery, 1944). Mientras las innovaciones se suceden unas a otras con una rapidez testimoniada hasta la saciedad, las herramientas conceptuales del área parecen instrumentos roídos y oxidados. Por de pronto, parecen diluir casi hasta la insignificancia la traída y llevada distinción entre 'comunication research' y 'media research'. En el intertanto, la industria y la formación de profesionales se las arreglan para ir de una innovación a otra sin importar lo que los estudiosos puedan eventualmente descubrir. Al fin de cuentas, el consumo y la empleabilidad son sus criterios de excelencia. Aún así, los patrones de adopción de las innovaciones siguen siendo un tipo de enigma, lo cual apunta a una clase de marcha a ciegas.

Todo indica, hasta aquí, que la lista de cuentas pendientes de la teoría de la comunicación continuará aumentando, incluyendo la deuda más inquietante de todas: su credibilidad científica3.

 

Notas

1. Con todo y para ser justos, no es inédito hallar planteamientos inspirados en la economía política de la comunicación que manifiestan una indesmentible convergencia con el argumento central de este artículo. Es el caso, por ejemplo, de Robert W. McChesney, quien afirma que "El campo de la comunicación se ha instalado en un rol secundario-terciario en la vida académica occidental, proporcionando en su mayor parte investigación intrascendente, de poco interés para cualquiera que esté fuera de las estrechas sub-partes del área, para no hablar de quienquiera que esté fuera del área o fuera de la academia. De no ser por la amplia demanda de pregrado para formación y grados que llevan a obtener empleos en el sector medios/información, el futuro real del área en tanto empresa distintiva de investigación estaría abierto al cuestionamiento. Tal como es, el producto de la investigación en comunicación no es notable, particularmente cuando se lo mira contra el telón de fondo de las cruciales preguntas políticas e intelectuales que rodean la comunicación actualmente. Hay pocas razones para sospechar que algo vaya a cambiar en el futuro previsible" (2000, 109).

2. Ciertamente, la marea postmodernista incluyó planteamientos sumamente categóricos que advertían sobre una revolución epistemológica ad portas, que anunciaban la subversión de las ciencias tal como se las conocía, que proclamaban una nueva era en el escenario de las disciplinas. Algo como una era post-disciplinas. Sólo que esta redefinición fundamental de abordajes, metodologías y saberes, a juicio de este autor, no se ha producido. Por de pronto, en las ciencias físicas y biológicas, no ha sucedido nada que pueda siquiera parecerse vagamente al pronóstico aludido. Tampoco ha ocurrido en los propios estudios de los fenómenos de la comunicación. Con espíritu lacónico, es posible indicar que cada cierto tiempo algunas tendencias proclaman revoluciones definitivas a la vuelta de la esquina. Lenta pero inexorablemente, las cosas vuelven a su curso habitual. Los modelos conocidos y asumidos de hacer ciencia han resistido hasta aquí todos esos embates (Otero, 2002).

3. Tal vez no resulte ocioso sostener que el diagnóstico de fragmentación del ámbito de los estudios de la comunicación es compartido por la abrumadora mayoría de los especialistas que abordan el estado del arte en el área. No se trata, pues, de un debate sino de una constatación compartida. Distinto es el caso respecto de la identificación de aquello que se diagnostica como fragmentado, a saber si se habla de un área o de una disciplina. El volumen 25 (3), de 2010, de la European Journal of Communication incluye un artículo sobre la investigación y la teoría en comunicación en España. Los autores, Rodrigo y García, optan por sostener que, al menos en España, los estudios en comunicación constituyen una joven disciplina integrada por diversos niveles de análisis. No obstante, afirman que "nuestro campo se ha establecido ahora en términos institucionales, aunque todavía necesita consolidarse en términos epistemológicos y ontológicos" (2010, 274). Aún más, y dicho lo anterior, sostienen la existencia de fragmentación en la propia investigación española (2010, 282).

 

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Enviado: 30 de noviembre de 2010.

Aceptado: 18 de enero de 2011

 

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