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Tinkazos
versão On-line ISSN 1990-7451
Tinkazos vol.18 no.37 La Paz jul. 2015
ARTÍCULOS
Violencia y conflicto en la historia de Bolivia
Violence and conflict in the history of Bolivia
Ricardo C. Asebey Claure y Roger L. Mamani Siñani1
Fecha de recepción: mayo de 2015
Fecha de aprobación: junio de 2015
Versión final: junio de 2015
Resumen: La violencia como fenómeno humano se puede reconocer a lo largo del proceso histórico de lo que hoy es Bolivia. En este artículo se examina momentos clave donde este fenómeno se ha hecho más visible, lo que coincidió con períodos de quiebre en la cotidianeidad expresada en la extrema brutalidad con que algunos sujetos históricos han actuado con sus "enemigos".
Palabras clave: Historia de Bolivia / violencia / conflicto / castigos / ritualidad / política / homicidio criminal
Abstract: Violence as a human phenomenon can be identified throughout the history of what is today Bolivia. This article examines key moments when this phenomenon has become more visible, coinciding with periods of rupture in everyday life expressed in the extreme brutality with which some historical subjects have acted against their "enemies".
Key words: History of Bolivia / violence / conflict / punishments / rituals / politics / criminal homicide
INTRODUCCIÓN
Resulta difícil catalogar la "violencia" solo como un fenómeno histórico, político o social. El término ha sido tratado por todas las ciencias sociales, las cuales desde sus respectivos enfoques han intentado darle una explicación coherente y "científica" que pueda explicar el fenómeno.
Para el funcionalismo estructural, la violencia no era nada más que un síntoma del agrietamiento estructural de las denominadas instituciones fundamentales (gobierno, religión, economía, familia, justicia, etc.). Agrietamiento que ocasiona desviaciones en los valores sociales de una comunidad, generando una serie de conflictos (Guzmán, 1962). En este sentido el término "violencia" puede designar desde el simple intercambio de insultos hasta el homicidio criminal y el genocidio (Gonzáles, 2013; Bilder, 2011). Con todo la violencia como manifestación humana puede adquirir múltiples formas y expresiones: física, social, psicológica, verbal, política, ritual, estatal, etc. Todas ellas conducentes a la interacción entre "víctima" y "victimario", designaciones que no siempre se refieren a sujetos humanos, pudiendo abarcar a instituciones, comunidades o entes distintos, a personas individuales.
Otro punto importante a tener en cuenta es que la violencia no siempre es ejercida de manera vertical de victimario dominante a víctima subalterna, donde la violencia se usa como modo de coacción o escarmiento. También puede darse de manera inversa, es decir dónde el subalterno ejerza violencia en contra del dominante usando esta como un instrumento de presión. Incluso la violencia se da entre individuos ó colectividades que tienen el mismo nivel de "jerarquía", como punto de quiebre por una disputa, un desacuerdo o intento de preeminencia de unos sobre otros.
En la historia de Bolivia la violencia, en sus diferentes manifestaciones, ha sido continua. Así, por ejemplo, se puede ver la violencia ritual-interétnica presente en el mundo prehispánico; el sistema unas veces de explotación, otras de coacción y castigó durante el periodo colonial; la parábola progresiva de atrocidad y sadismo del proceso de independencia, y la venganza política tras instaurada la República. Formas de violencia que marcaron el proceso histórico y que en más de una ocasión cambiaron el rumbó del mismo. Y que están presentes en cada uno de los tomos de la colección Bolivia, su historia del cual se desprende este trabajó.
VIOLENCIA Y RITUALIDAD COMO ESTRATEGIA DE CONTROL TERRITORIAL PREHISPÁNICO
En el pasado prehispánico, la violencia ritual como forma de controlar e intimidar a los vecinos se convierte en algo innegable. En Tiwanaku, las expresiones de violencia se evidencian en la decapitación humana, la remoción de ojos, mandíbulas y cueros cabelludos (Alconini, 2013). Características que están presentes no solo en restos oseos y momias halladas, sino también en los frisos de la Puerta del Sol, donde se aprecia a varios personajes antropomorfos de perfil con rasgos animales que presentan hachas y cabezas cortadas, elementos relacionados con sacrificios humanos (Agüero, 2003: 61). A este ejemplo se debe sumar la figura en basalto del Chachapuma que entre sus manos sostiene un cráneo humano a modo de un trofeo de guerra.
La remoción de la cabeza y de otras partes de la misma en las sociedades prehispánicas, guarda un profundo mensaje político y simbólico puesto que la cabeza es la parte del cuerpo que no solo tiene las cualidades de ver, oír y comunicar con el mundo exterior, sino que presenta los rasgos faciales característicos que hace distintos a los unos de los otros; constituyéndose por estas cualidades en el centro de residencia de la "conciencia", el poder y el mayor atributo de individualidad.
Por lo tanto, al cortar y/o mutilar la cabeza se deshumaniza a la víctima, y el victimario adquiere para sí todos los dones, el conocimiento, valor y sobre todo el poder que poseía el "propietario" de la cabeza y aún más si este en vida había sido un miembro prestigioso de la comunidad. Así, se utiliza la cabeza mutilada como estrategia de control territorial, forma de coerción y/o intimidación del otro, materializando un mensaje político reservado a cambiar el balance del poder.
CONTROL Y SOMETIMIENTO DEL OTRO: VIOLENCIA EN EL PERIODO COLONIAL
Se tuvo un periodo inicial de violencia en la conquista, donde se registraron enfrentamientos entre españoles e indígenas con saldos trágicos para estos últimos. Intencional pero también fortuita fue la serie de epidemias que diezmaron a la población indígena. También se ha subrayado la violencia que implicó la implantación de una nueva cultura y religión. Esto no quiere decir que no hubo una gran crueldad en los castigos que los mismos conquistadores aplicaron a sus coterráneos.
Quizá la técnica más efectiva para victimar era la decapitación, método que fue utilizado para matar a Túpac Amaru I en el Cusco. Sin embargó, la muestra más visible de este tipo de muerte se puede ver en el escudo de armas de la ciudad de La Plata, hoy Sucre, durante la guerra civil que enfrentó a los encomenderos españoles a la cabeza de Gonzalo Pizarra, contra la autoridad del Virrey de Lima; la ciudad en cuestión se pronunció a favor de la autoridad Real, a excepción de diez vecinos que apoyaron al bando de los encomenderos. Estos fueron apresados bajo la acusación de traición y luego decapitados. Cómo una muestra de gratitud por esta acción, el 3 de marzo de 1559, el nuevo Virrey de Lima, Marqués de Cañete, otorgó un escudo de armas a la ciudad de La Plata dónde se puede observar las cabezas de estos vecinos (Medinacelli, 2015: 103).
Más tarde, en ciudad de La Plata, la pena del garrote fue aplicada por Francisco de Carvajal, el "Demonio de los Andes", quien después de retomar la ciudad para el partido pizarrista, hizo ejecutar a 16 españoles por "garrote" (Ibid:. 105), pena que consistía en atar una cuerda ó soga al cuello de la víctima y retorcerla con un palo, que giraba hasta romper la tráquea y de esta forma victimar al sentenciado.
Uno de los casos más dramáticos de violencia lo protagonizaron los urus2 quienes en 1618 encabezaron una rebelión que logró ser controlada por españoles y aymaras bajo la dirección del cacique de Chucuito. Luego, en 1632 y 1633 los urus ochósumas se levantaron con más fuerza al mandó de su cacique Juan Pachacayo, invadieron las estancias de los aymaras ubicadas en las orillas del lago en Jesús de Machaca. En este lugar saquearon casas, robaron la iglesia y mancillaron las imágenes religiosas del templo, llegando a colocar la cabeza del Niño Jesús en la punta de una lanza. Entonces cinco urus, entre los que se encontraba el líder del movimiento, fueron capturados, ejecutados y sus cabezas expuestas en la entrada del puente del Desaguadero. Tras nombrar un nuevo jefe, Pedro Layme, los urus volvieron a la carga, recuperando las cabezas de sus compañeros muertos lamiendo la sangre que se encontraba en las picas hasta dejarlas limpias (Wachtel, 2001: 362-363). Probablemente esta acción tuvo un contenido ritual o fue para aterrorizar a sus enemigos.
El movimiento uru fue derrotado, con la participación de aymaras y españoles, estos últimos encabezados por los corregidores de Pacajes, Carangas y Omasuyos, con refuerzos de Cochabamba, La Plata, Oruro y Potosí, con lo cual se logró aplacar la ira de los "hombres del agua", que demostraron ser invencibles en su elemento.
REFORMAS, REBELIONES E INDEPENDENCIA: VIOLENCIA ENTRE 1700 Y 1825
Este fue un periodo de constante tensión y violencia, enfrentamientos armados, cercos, asaltos, amenazas y muerte. Uno de los primeros movimientos rebeldes fue el de Alejo Calatayud en Cochabamba (1730), que se nutrió de mestizos ¡nconformes que veían en peligró su modo de vida al intentar cobrárseles el tributó como se hacía a los indígenas. Al final Calatayud fue ejecutado bajo la pena del "garrote". Pocos años después, en Oruro, Juan Vélez de Córdova (1739), en un movimiento milenarista, intentó sublevarse contra las autoridades coloniales, alegando ser el legítimo heredero del trono incaico. La conspiración que había alcanzado a criollos, mestizos e indígenas fue descubierta por la traición de uno de los conjurados, siendo los culpables ejecutados por la "pena del garrote" (Asebey, 2015).
Los movimientos indígenas no se dejaron esperar siendo los más graves aquellos ocurridos entre 1780 y 1781 durante la gran sublevación indígena, en un movimiento rebelde que cubrió prácticamente todo el virreinato del Perú. Criollos y mestizos buscaron la protección en las iglesias como lugares santos para preservar sus vidas ante la arremetida indígena, aunque en la mayoría de las ocasiones de nada valió esta estrategia. En febrero de 1781, en San Pedro de Buena Vista, Chayanta, muchos buscaron la salvaguardia del templó, en vano, pues los indios los sacaron uno por uno y sin respetar edad ni sexo los victimaron. La escena se repitió en la región del lago Titicaca, en San Pedro de Tiquina en marzo del mismo año, dónde Tomás Callisaya hizo degollar a los ocupantes de la iglesia dejando sus cuerpos desnudos a la intemperie. Y luego en Sorata, donde después de la toma del pueblo en agosto, Andrés Túpac Amam y Gregoria Apaza hicieron sacar a aquellos que se habían escondido en la iglesia y los degollaron, ahorcaron o fusilaron (Mamani, 2015).
Uno de los episodios más famosos de este periodo, es la muerte de Tomás Katari que tras ser tiroteado fue despeñado en las alturas de Quilaquila, en Yamparaes-Chuquisaca, por Juan Antonio Acuña, corregidor de Aúllagas, Oruro. Los indígenas al ver el cuerpo de su líder sin vida, arremetieron contra la autoridad y sus acompañantes a quienes apedrearon, desnudaron, sacaron los ojos y dejaron a la intemperie para que las aves de rapiña y los animales dieran cuenta de los cuerpos (Ibíd).
El límite de la violencia y la crueldad se vivió en noviembre de 1781, cuando Julián Apaza "Túpac Katari", líder del movimiento en La Paz, fue sentenciado a morir descuartizado por cuatro caballos después de ser encontrado culpable de lesa majestad y asesinato de españoles. Sus miembros fueron enviados a distintos lugares: su mano derecha primero a Ayo Ayo y luego a Sicasica, la mano izquierda a Achacachi, la pierna derecha a Chúlúmani y la izquierda a Caquiaviri. Esto como una advertencia contra aquellos que intentasen sublevarse contra el rey y sus autoridades (Del Valle, 1993).
Más tarde, el proceso de independencia en Charcas abrió un nuevo capituló de violencia desatada con gran crudeza. A los primeros movimientos juntistas de 1809, le siguieron la represión de las fuerzas realistas enviadas desde el Virreinato de Perú. Así José Manuel de Goyeneche llegó para castigar el delito de lesa majestad y no escatimó en apresar y ejecutar sumariamente a cualquiera que se opusiese.
La vorágine que caracterizó el periodo de la guerra civil entre los virreinatos del Perú y el Río de La Plata, se resume en las líneas del denominado "Plan Revolucionario de Operaciones" (1810) elaborado y planteado por el secretario de la Junta de Buenos Aires, Mariano Moreno, quien para profundizar y conservar la naciente revolución sostenía que "no debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes" (2006: 42).
Un caso emblemático de la violencia extrema es el del 27 de mayo de 1812, cuando tras el ingreso de las tropas realistas al mando de José Manuel de Goyeneche a Cochabamba, un grupo compuesto de mujeres, niños, ancianos y algunos hombres en edad de combatir, se parapetaron armados de tres cañones, machetes, mazos y algunos fusiles en la colina de San Sebastián (Coronilla) con el fin de resistir a los realistas (Aguirre, 1980: 208-212).
Las tropas de Goyeneche optaron por enviar emisarios con el fin de persuadir a los rebeldes a deponer su actitud e iniciando luego el ataque; el combate duró dos horas, tiempo en el cual 300 rebeldes cayeron bajó el fuego sostenido y las cargas de caballería (Ponce, 1954: 247). Tras el cómbate muchos de los heridos fueron ultimados a golpes de sable y culata de fusil (Aguirre, 1980: 212). Vestigios de esta violencia fueron descubiertos en 2006, en la iglesia de San Antonio, inmediaciones de la Coronilla, cuando se realizaban trabajos de refacción. Allí se encontraron restos óseos de 54 individuos en un área dispersa de 400 metros. Una parte de los despojos hallados pueden pertenecer a combatientes del 27 de mayó de 1812; lo que se concluye a partir de la datación de los restos con una antigüedad de 200 o 300 años, aunque se deja abierta la posibilidad de que los restos puedan también pertenecer a otro acontecimiento violento, la rebelión de Alejó Calatayud en 1730 (Sejas, 2012: 209), Al final lo relevante del hallazgo son los signos de violencia y las lesiones traumáticas que presentan las piezas descubiertas.
Más tarde fue fusilado uno de los líderes rebeldes de Cochabamba, Mariano Antezana, cuya cabeza como escarmiento fue colocada en una pica en la plaza central de la ciudad (Antezana, 2012: 82); práctica a la que ya se había recurrido para castigar a los miembros de la Junta Tuitiva de La Paz (1810), y que más tarde también se usó en contra de los miembros de los grupos guerrilleros que proliferaron en el territorio de Charcas. Esta expresión de clara violencia física, se enmarca en lo que los expertos denominan "parábola progresiva de atrocidad y sadismo" (Guzmán, 1962: 225).
REPRESIÓN Y VENGANZA EN EL SIGLO XIX
En el siglo XIX, los episodios que inician las grandes masacres contra los indígenas fueron Taraco, en junio de 1869, y Huaicho (Puerto Acosta), en enero de 1860, durante el gobierno de Mariano Melgarejo, que pretendía aniquilar a las comunidades indígenas al convertir a sus miembros en propietarios individúales de la tierra.
Otro hecho violento, no tanto por su brutalidad sino por su simbolismo fue el asesinato del ex presidente Jorge Córdova. Ante los rumores de un levantamiento de tendencias "belcistas", Plácido Yañez, comandante militar de La Paz, hizo arrestar a los más connotados dirigentes políticos de ese partido, conduciéndolos a su prisión en el "Loreto", hoy Palacio Legislativo. Durante la noche del 23 de octubre de 1861, hizo sacar a todos los detenidos y los hizo ejecutar en la entrada del mencionado edificio. Córdova fue fusilado en su celda mientras dormía; esa noche murieron más de sesenta hombres entre militares y civiles3.
Un mes más tarde, el 23 de noviembre, en medio de un levantamiento, la población de La Paz aprovechó para tomar venganza por los fusilamientos de Yañez, a quien persiguieron hasta el Palacio de Gobierno. En su intento por huir, Yañez fue visto en el tejado del edificio, donde un tiro de fusil le derribó cayendo en el patio de la casa contigua (Aranzaes, 1992), luego la multitud arrastró el cadáver ya desnudó hasta los salones del Loreto, siguiéndole un juicio sumario, sacándolo y arrastrándolo hasta la plaza Murillo. Cuando se pretendía conducir el cuerpo hacia el camposanto, la multitud enfurecida tomó el cuerpo ya destrozado arrastrándolo hasta el cenizal contiguo al cementerio (Guzmán, 1919; Aranzaes, 1992).
En este periodo también se vivió la Guerra del Pacificó, el encuentro más sangriento de este enfrentamiento bélico. En mayó de 1880, en la llamada Batalla del Alto de Alianza, ubicada en las cercanías de la ciudad de Tacna, Perú, murieron en un solo día 2.129 soldados bolivianos, 1.200 peruanos y 3.500 chilenos (Díaz Arguedas, 1971: 341).
Algunos de los episodios más violentos de la época se dieron en la región del Chacó boliviano con la insurrección de los chiriguanos en contra de los abusos de las autoridades y estancieros del lugar, hecho que finalmente derivó en la batalla de Kuruyuqui, acaecida en enero de 1892, que enfrentó a los guerreros dirigidos por Apiaguaiqui Tumpa contra las tropas bolivianas de Ramón Gonzales. Las fuerzas chiriguanas fueron derrotadas muriendo más de 1.000 guerreros (Combés, 2005: 224).
La posterior represión organizada por el coronel Melchor Chavarría, en contra de los sobrevivientes fue brutal. En su trayecto hacia Cuevo (Aguaragüe), Chavarría encontró a 22 sobrevivientes malheridos, los cuales fueron rematados, degollando a otros 160 chiriguanos encontrados en las estancias cercanas. Otra partida punitiva degolló a más de 200 y capturó a cerca de 250 prisioneros en el punto de Chimbe (Roca, 2001: 548-550). El 13 de febrero, Apiaguaiqui Tumpa fue capturado, llevado a Los Sauces, donde el delegado, ante la presión de vecinos y "aliados" del Ingre, ejecutó al líder chiriguano (Saignes, 2007: 158). Al finalizar la arremetida contra los sobrevivientes de Kuruyuqui se estimó que más de 6.000 habrían desaparecido (Combés, 2005: 224).
En 1899, durante la Guerra Federal, se enfrentaron las fuerzas del presidente Severo Fernández Alonso por parte del bando conservador-unitarióo contra las tropas de José Manuel Pando y sus aliados indígenas a la cabeza de Pabló Zarate Willka por el bando liberal-federal. Durante este enfrentamiento bélico, la sociedad boliviana fue golpeada por la "Hecatombe de Ayo Ayo" a fines de enero de ese año. Este episodio tuvo como protagonistas a los soldados y oficiales del escuadrón Sucre, constituido por jóvenes provenientes de las familias más conocidas de la capital de Bolivia.
Luego de la batalla del Crucero de Cósmini, en las cercanías de Ayo Ayo, los soldados de las tropas conservadoras escaparon hacia esta población dónde ya se encontraban sus camaradas del escuadrón Sucre que días antes habían cometido una serie de atropellos en Corocoro y TopohoCo. Ante el peligró de la arremetida indígena, las tropas de Alonso optaron por retirarse, dejando en el pueblo a los heridos. Al llegar los indígenas, buscaron frenéticamente a los soldados y a Camilo Blacutt que se había ganado el odio de los lugareños.
Furiosos los indígenas se lanzaron sobre los almacenes del pueblo. Fruto del alcohol, empezaron a quemar las casas donde supuestamente se encontraban los soldados. Al enterarse que todos estaban en el templo, Ingresaron en él y sacaron a la fuerza a Blacutt, quien fue ejecutado ferozmente en un pilar de piedra ubicado en plena plaza. Uno a uno los heridos del escuadrón Sucre fueron sacados y asesinados en todos los recintos del templo. Ese día murieron 27 soldados Incluidos dos oficiales y dos párrocos de la Iglesia además de Blacutt (Condarco, 1982).
A los pocos días de acontecida esta masacre, en Mohoza se registró otro episodio similar; nuevamente la Iglesia fue el escenario de una matanza, pero esta vez en contra de las tropas liberales. A fines de febrero de 1899, en su camino hacia Cochabamba, llegó a la población bajó el mandó del capitán Arturo Eguino, el escuadrón Pando, compuesto por soldados procedentes de Inquisivi y sus alrededores. En Mohoza cometieron todo tipo de atropellos llegando a castigar con azotes al párroco local, torturando a algunos Indígenas y ultrajando a los principales vecinos del pueblo, entre los que se hallaba Juan Bellot, a la sazón enemigode Bernal (Mendieta, 1994).
La reacción no se dejó esperar. Lorenzo Ramírez, uno de los lugartenientes de Pablo Zarate Willka , al conocer de las acciones del escuadrón Pando, organizó a los Indígenas de los alrededores de Mohoza para Interceptar a la partida que en teoría eran aliados en la lucha. De esta forma, cuando el escuadrón Pando se retiraba fue detenido por una multitud Indígena, que les convencieron a regresar a Mohoza para confraternizar, Instándoles además que en señal de buena voluntad depusieran sus armas (Condarco, 1982; Mendieta, 1994).
Una vez en el pueblo, los Indígenas tomaron presos a los soldados y los obligaron a dar vueltas a la plaza vivando a Willka, encerrándolos luego en la Iglesia. Más tarde, los Indígenas Instigados por Bellot, comenzaron a ultimar a los soldados. La primera víctima fue José María Helguero, el siguiente fue Eguino, empezando así la matanza general. Uno a uno los miembros fueron torturados, arrancándoles de manera salvaje los testículos, lenguas, piernas y brazos, asesinándolos a golpes de macana, palos con porras de piedra, cuchillos y hachas, en una masacre que duró 14 horas (Mendieta, 1994).
Luego los Indígenas buscaron saciar su sed de venganza contra los vecinos, así, mientras unos fueron asesinados, a otros se les obligó a vestirse con bayeta de la tierra. El mismo párroco del pueblo por la Intervención de las mujeres-se salvó de ser liquidado al Intentar proteger a uñó de los soldados. Al amanecer del día siguiente la Imagen del pueblo era aterradora: la Iglesia estaba en ruinas sin ninguna Imagen o crucifijo en pie.
La euforia de los Indígenas llegó hasta las haciendas cercanas a Mohoza, que fueron atacadas, demandando la restitución de las tierras comunales. Propiedades como Caquena, Pocusco y Cala-Cala fueron destruidas. En esta última se asesino a punta de golpes de garrote a toda la familia Rocha, propietaria de la misma [Ibíd:. 126).
Cuando los liberales tomaron el poder, se ocuparon del caso de Mohoza, lo que trajo consigo un juicio que duró varios años, con la acusación a más de 200 Indígenas. Pabló Zarate Willka también fue Inculpado por este suceso, aunque al momento de la masacre nose encontraba en el lugar. Para Inculpar a los comunarlós, los liberales se valieron del "darwinismo social" que sostenía que los indígenas asesinaron a los soldados del escuadrón Pando porque aún se encontraban en un estado de semi-salvajismo lo cual los hacía presa de sus Instintos más primitivos (Mendieta, 2007).
En agosto de 1905, Zarate Willka fue encontrado culpable como autor Intelectual y Lorenzo Ramírez como el autor material, sin embargo ambos habían muerto sin oír esta sentencia; el primero murió en circunstancias oscuras5 y el segundó en la prisión meses antes. Muchos otros Indígenas también fueron sentenciados a morir. En contraposición, lo acontecido en Ayo Ayo con el escuadrón Sucre, no tuvo mayor repercusión por parte del gobierno y las autóridades judiciales, porque en el momento que ocurrió esa masacre los victimados representaban al "enemigo" (Mendieta, 2007).
Pocos días después de la victoria liberal registrada en abril de 1899, en el norte se iniciaron los hechos que provocaron las "Campañas del Acre" que enfrentaron a las fuerzas bolivianas contra las secesionistas acreanas apoyadas por el gobierno del Brasil. Dentro de este conflicto es notable la Batalla de Bahía (Cobija), en octubre de 1902, donde Bruno Racua, de la parte boliviana, prendió fuego con una flecha a uñó de los almacenes donde se acopiaba el caucho resguardado por los rebeldes, lo cual originoun incendió que a la postre significó la muerte de 57 insurrectos (Mendieta, 2015; Limpias, 2002).
DE LA VENGANZA POLÍTICA A LA DESAPARICIÓN FORZADA EN EL SIGLO XX
En este periodo histórico irrumpen nuevas formas de violencia: de la simple venganza se pasó a los campos de concentración. En el vocabulario político se introduce la palabra genocidio. Con cada incidente las formas de violencia y tortura se fueron refinando incluso en sentido tecnológico; el enemigo "es excluido de la comunidad humana y calificado como peligroso, y entonces pasa a ser lícito el liquidarle" (Bilder, 2011: 3-4).
Del concepto de matar en acción guerra, se pasó al de suprimir indiscriminadamente al "enemigo" sin importar si es combatiente o no. Así, durante el siglo XX los Estados latinoamericanos pasaron a tener el pleno monopolio de la coacción (violencia, dominio territorial, justicia y tributación) como forma de mantener el orden y la estabilidad nacional (Trejós, 2013), además de haber servido -en el caso de Bolivia- para impulsar el proceso hacia la inclusión e institucionalización democrática (Cajías, 2015a: 21).
Si bien el republicanismo encarnado en Bautista Saavedra buscó incorporar a sectores populares a la vida política, esto no impidió que en 1923 la protesta de mineros de Uncía, por cuestiones de reivindicación salarial y de trabajó, fuera violentamente reprimida. En 1927 el gobierno de Hernando Siles Reyes tuvo que enfrentar un levantamiento indígena en Chayanta (norte de Potosi), en el cual convergieron una serie de motivaciones como la lucha legal por parte de las comunidades en contra del avance de las haciendas y el juego político entre la naciente izquierda y la vieja política conservadora que se aplicaba en el país. Al final, el levantamiento de Chayanta fue duramente reprimido por el ejército (Platt, 1982), aunque luego el gobierno de Siles Reyes indultó a todos los implicados en la revuelta.
En la Guerra del Chaco (1932-1935), los actos de violencia criminal se justificaron a partir de la "venganza patriótica" y el honor. El cerco de Boquerón (septiembre de 1932) significó el inicio de la guerra. Durante 29 días un contingente de 500 soldados bolivianos combatieron en contra de 9.000 paraguayos. Este suceso mostró la crueldad y los extremos de la resistencia de los combatientes: la sed, el hambre y el cansancio marcaron cada una de las jornadas de combate. Para el 10 de septiembre: "hay por lo menos unos mil quinientos cadáveres [paraguayos] que cubren [...] las proximidades de las trincheras bolivianas" (Arzabe, 1961: 30). Experiencias de este tipo y otras marcaron a los combatientes, a tal punto que cuando retornaron a sus hogares, el recuerdo de lo vivido, sumado a las heridas físicas y los traumas psíquicos ocasionaron otro tipo de violencia: la familiar en contra de hijos y esposas, además de una elevada tasa de suicidios, alcoholismo y criminalidad.
En 1942, otro momento de las luchas sociales se produjo en filas mineras, cuando a consecuencia de reivindicaciones salariales, estalló una huelga general en la empresa minera Catavi-Siglo XX. De inmediato el gobierno de Enrique Peñaranda decidió militarizar las minas. El conflicto se prolongó hasta el 21 de diciembre, cuando las tropas militares dispararon contra un grupo de mujeres que buscaban abastecerse en Catavi (Seoane, 2015: 106-107), dando paso a una escalada de persecuciones contra los dirigentes mineros, dirigentes políticos disidentes como los del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), quienes junto a la logia "Razón de Patria" aprovecharon las repercusiones de la masacre en Catavi para deslegitimar el gobierno de Peñaranda y tomar el poder a la cabeza de Gualberto Villarroel.
Si bien este nuevo gobierno se caracterizó por ser de corte "popular" no se libró de ejercer violencia en contra de sus adversarios políticos. Un ejemplo de esto fue la famosa masacre de Chuspipata (1944) en los Yungas de La Paz, donde luego de un fallido golpe de Estado y tras haber sido arrestados varios disidentes políticos, estos fueron conducidos hacia el camino de los Yungas, donde los fusilaron y lanzaron al barranco.
Fueron estos hechos los que sumados aprovecharon los rivales políticos del régimen, para provocar el derrocamiento y muerte de Gualberto Villarroel el 21 dejulio de 1946, quien fue ultimado a balazos en el propio Palacio de Gobierno, arrojado por una ventana a la calle donde la multitud encolerizada lo esperaba para ultrajar y vejar su cuerpo, como le había sucedido a Yañez en 1861. Acto seguido Villarroel fue arrastrado y colgado en uno de los faroles de la plaza Murillo junto a sus colaboradores Uría, Ballivián e Hinojosa (Alcázar, 1956: 190-191).
Durante el denominado sexenio (1946-1952), la persecución política, la tortura y el confinamiento en contra del enemigo político se mantuvo. A la violencia estatal, el MNR apeló a la acción armada materializada en la "guerra civil" de 1949, insurrección que tardó tres meses en ser sofocada. Un nuevo intentó, pero esta vez victorioso, fue la Revolución del 9 de abril de 1952, la cual "al derrotar al ejército abrió un momento de clara disponibilidad del poder" (Cajías, 2015b: 27), que aprovechó el MNR -entre 1952 y 1964- para gobernar el país, tiempo en el que implemento una política de violencia estatal no solo en contra de sus virtuales enemigos sino también en contra de aquellos que habían iniciado luchas internas. Entre los opositores políticos más fuertes del MNR durante estos años se encontró Falange Socialista Boliviana, cuyos miembros fueron perseguidos, apresados y enviados a campos de concentración, y sufrieron humillaciones, torturas y en algunos casos la muerte (Cajías, 2015b: 37, 75).
La espiral de violencia estatal se acentuó con la Doctrina de Seguridad Nacional practicada por los gobiernos de facto que sucedió entre 1964 y 1982, actuando contra la izquierda y el movimiento sindical radicalizado. Así, se dio origen a un periodo de dura represión que recurrió a la desaparición forzada a partir de la muerte por tortura ó porque a los detenidos en los campos de confinamiento se les aplicó la "ley de fuga", como modo de deshacerse de los "indeseables" para el gobierno.
Cómo forma de contrarrestar los regímenes de facto, durante estos años surgieron dos intentos guerrilleros en el país. El primero en el sudeste de Bolivia, en la región fronteriza entre Santa Cruz y Chuquisaca, mismo que fue comandado por Ernesto "Che" Guevara y que durante 1967 y bajó el nombre de Ejército de Liberación Nacional (ELN) combatió en contra del Ejército boliviano, siendo desactivada momentáneamente con la captura y ejecución de su comandante, en octubre de ese mismo año. Posteriormente, en 1970, durante el gobierno de Alfredo Ovando Candia, el ELN reorganizado implemento un nuevo episodio guerrillero esta vez en el sector de los Yungas paceños, en la región de Teoponte, misma que careció de estrategia y fue mal concebida militar y políticamente, hecho que hizo fracasar el movimiento, siendo apresados sus integrantes y ejecutados sumariamente por el Ejército boliviano (Rodríguez, 2006).
Finalmente, durante el gobierno de Hugo Banzer Suarez, el capituló de la violencia estatal se internacionalizó con el denominado Plan Cóndor, estructurado para unir a las fuerzas represoras de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia, con el objetivo de borrar la disidencia, el vestigio del poder y las simpatías que los movimientos guerrilleros sudamericanos habían alcanzado. La represión fue indiscriminada: hombres, mujeres y niños fueron torturados, exiliados, asesinados y desaparecidos sistemáticamente. Sin embargo, los niveles de violencia que se aplicaron en Bolivia no alcanzaron los del resto del continente y dejaron hondas huellas que están presentes hoy, sobre todo por la impunidad en que quedaron muchos de los crímenes cometidos por los Estados represores.
CONCLUSIÓN
Como nos propusimos en este artículo hemos recorrido de manera muy breve, el devenir de la violencia a lo largo de la historia de Bolivia. Vimos cómo este síntoma del agrietamiento estructural de las denominadas instituciones fundamentales de la sociedad se presentó sin tener en cuenta estratosocial, edad o generó. Referenciamos cómo ha estado presente desde el lejano pasado prehispánico dónde se utilizó como estrategia de control territorial, pasando por la Colonia dónde fue parte del sometimiento y el control al otro, para concluir en el siglo XX donde se implemento con la idea de suprimir indiscriminadamente al "enemigo", llegando incluso a internacionalizar la violencia a partir de modelos como el Plan Cóndor que ha dejado huellas que aún son visibles hoy.
A pesar de esta jornada intensa, es necesario recordar que la sociedad civil boliviana, después de los periodos de inflexión de la realidad, de inmediato empezó a reconstruir y tender puentes de reconciliación entre aquellos que por diversos motivos se vieron enfrentados a fin de crear condiciones de convivencia pacífica, aunque no siempre lo consiguió del todo. Esto a diferencia de otras sociedades del continente en que la violencia sostenida por el conflicto ha calado tanto que termino por desensibilizar y desestabilizar a las comunidades. Es reciente la toma de conciencia de los actores del conflicto que solo a partir de la lucha contra la impunidad y la reconstrucción dignificada de la memoria de las víctimas, podrá ser posible superar los ciclos infinitos de violencia extrema.
NOTAS
1 Ricardo C. Asebey es licenciado en Historia por la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), docente en la Carrera de Historia de la Universidad Pública de El Alto (UPEA); correo electrónico: asebeyricardo@hotmail.com. Roger L. Mamani es licenciado en Historia por la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), consultor independiente; correo electrónico: roger_hist@hotmail.com. La Paz, Bolivia.
2 Los urus estaban conformados por grupos como los ¡ruitus, ochusumas, yayes, quinaqui taras, challacollos y villi villis, quienes habitaban en el río Desaguadero y lago Poopo.
3 En la relación "oficial" proporcionada por el Ministerio de Gobierno de la época, solo se reconoció el fallecimiento de 20 personas (Guzmán, 1919: 150).
4 En lengua guaraní, "el castrado por Dios".
5 El mito refiere que Zarate Willka fue asesinado por la espalda cuando sus captores lo trasladaban de La Paz a Oruro para enfrentar el proceso de Mohoza.
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